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Tamer. por JHS_LCFR

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Capítulo 23 (FINAL)

 

El cielo estaba oscuro desde hacía días, llovía y tronaba como nunca, y los alaridos de Jongdae resonaban acompañados de los relámpagos a través del día y de la noche: habían llegado a los restos de Aguaverde, devastada por los híbridos nuevos que habían pasado no hacía mucho, pues el humo negro aún salía de las casas cuando llegaron, pero un refugio destruido y calcinado antes que nada era algo, servía para poder mantenerlos a todos fuertes y juntos a pesar de la tormenta, a pesar de las malas noticias y del rumbo que iba a tomar la historia.

Minseok sabía que estaba matándolos a todos, más allá de darles a cada uno un nuevo comienzo: sabía que todos, cada uno de ellos, desaparecería y no tendría la oportunidad de volver a existir. Al menos no así, no con poderes, no con dolores ni iras ni pesares que no tenían que cargar en sus cruces. Serían jóvenes, serían humanos y muchachos libres de una vez; pero el costo quizás era demasiado grande, quizás no todos tenían el valor para aceptar el hecho de volverse arena junto con su conciencia, sin estar seguros de que reconocerían su renacer…sin estar seguros de que notarían que volvían a vivir, pero en un cuerpo y una historia diferentes, sin recuerdos. Sin nada, porque empezarían de cero.

Pero, ¿Cómo serían capaces de entenderse como nuevas posibilidades y nuevos caminos si no tenían memorias a la hora de llegar a su nuevo cuerpo? ¿Existía el alma de los híbridos? ¿Existía el alma en sí? Nadie les aseguraba el hecho de pestañear, verse con manos pequeñas  familia y decir “ah, ahora sí, he vuelto a nacer…soy nuevo”. Quizás ni se daban cuenta, quizás ni siquiera sabían lo que pasaba.

 Y mientras las ideas se atropellaban en la cabeza de Xiumin y éste enrollaba más los dedos contra la tela de su remera, pegando los antebrazos a las rodillas para abrazarse a sí mismo con fuerza, los chillidos y amenazas de Jongdae sonaban y rebotaban.

Le habían encerrado en una de las celdas de la prisión del pueblo que todavía quedaba en pie.

Jongdae había amenazado con herir a Minseok.

Y Chanyeol había estado a punto de prenderlo fuego todo con tal de que su salvador viviese.

 

 

-¿Estás bien?—preguntó Kyungsoo, sentándose a su lado para tomarle suavemente del hombro; Minseok simplemente le miró y torció la boca, asintiendo con pesar—. Junmyun dice que Tao podrá ayudarte recién mañana en la mañana. Dice que sus fuerzas están listas, pero que su voluntad flaquea ante el hecho de…bueno, ya sabes…no ser más él—Minseok volvió a asentir en respuesta, se mordió el labio—. Hey—le llamó Kyungsoo, sonriendo como pudo—, estamos orgullosos de ti. Has logrado hacer algo mejor de lo que todos teníamos en mente. No te pongas así.

Minseok quiso responder, y apretando aún más la tela de su ropa, miró por la ventana de la pensión y hacia afuera: la lluvia caía y entraba por un hueco enorme del techo hecho de chapa; el asedio había arrasado con todo lo que no estuviese hecho de roca, y Aguaverde parecía ser una ciudad resistente en cuanto a estructura…o al menos los edificios más antiguos.

-Minseok—siguió Kyungsoo, llamándole la atención, respirando despacio—, gracias, en serio. Incluso si las cosas salen mal…podrás…podrás ponerle un punto final. A todo. Y eso es algo precioso, preciosísimo al menos para mí—sonrió, ignorando el picar de las lágrimas—, incluso si eso significa no poder volver a ver a Jongin…yo…yo quiero vivir, vivir como un chico normal. No me importa si tengo que renunciar a la persona más preciada…necesito vivir sin miedo, saber que, si me enojo, no causaré un terremoto—un trueno golpeó en el cielo, ambos dieron un respingo—. Así que, por favor…no te retractes. No ahora—Levantándose de pronto, palmeó dos veces el hombro y se despidió con un corto asentimiento—, tienes todas nuestras apuestas encima. No te conviene volver atrás.

 

 

Pasaron dos horas y ni siquiera se movió, incluso cuando las gotas caían cada tanto sobre su cabeza, mojándole y despeinándole algunos cabellos: pudo sentir pasos nuevos y supuso que sería el siguiente en la fila de despedidas: ya había pasado Kris con mala gana, también Jongin y Chanyeol que se había llorado la vida, Tao aún no aparecía y Jongdae no tendría oportunidad siquiera de verlo. Baekhyun había pasado por la calle, empapado para confundir las lágrimas y le había sonreído de pronto, pero ya se había ido, Sehun no tenía el coraje para enfrentar su nuevo destino…así que sólo podía ser uno.

Uno que no sería Lay, porque Tao necesitaba energías, y Yixing estaba allí para dárselas.

-Ey, tú—escuchó entonces. Y en su mente picó la rabia de Luhan, que caminó recto hacia él y se le sentó enfrente, cruzado de piernas y descansando las manos sobre las rodillas—. ¿Estás despierto? Necesito pedirte un favor—los ojos de Minseok parpadearon aturdidos, su rostro pálido pero adormecido identificó la postura y los rizos húmedos, y apretó los labios para humedecérselos—. Cuando mates al Rey, no lo hagas despacio—negó, serio—, hazlo rápido y conciso, y si puedes, mata a los híbridos nuevos. A todos ellos—recalcó, furioso por supuestos recuerdos—, querrán asesinarte rápido, ten en cuenta eso. Y si te decides a torturar a tu papi porque no te pasó nunca la cuota alimenticia…sólo piensa que tienes una oportunidad, y que tienes que ser rápido si quieres aprovechar la energía de Tao y darnos una mejor vida a todos…y eso te incluye.

Las palabras cayeron como las gotas por los restos de vidrios, Minseok escondió la boca detrás de sus rodillas y suspiró, cansado: asintiendo, sintió una presencia trotando por su cabeza; Luhan había entrado en sus pensamientos, pero lo dejó simplemente pasar.

Llorando despacio, sintió la necesidad de reflejar en imágenes y en sueños sus preocupaciones, para que alguien lo escuchara y entendiera sin retos, sin necesidad de que tuviera que explicarse en palabras…porque el vocabulario y el abecedario entero francamente no le alcanzaban, y las pesadillas asaltaban su conciencia cada que se sintiese débil y con las defensas bajas.

Se veía morir, se veía tirado en un suelo inmaculadamente blanco, manchándolo todo de rojo bermellón.

Se veía desparecer detrás de una cápsula, ahogándose y sintiendo los pinchazos en cada fibra de su cuerpo mientras se retorcía, desesperado por salir.

Imaginó el llanto de su madre en los tiempos paralelos: tanto en el pasado como en el futuro. Se imaginó fuego hambriento comiéndose su ser de niño, las llamas crujiendo mientras calcinaban la piel y los huesos del Príncipe y bebé Minseok, impidiéndole el ascenso al trono, el escape al pasado, un respiro de la guerra y de todo lo que más tarde debería ser.

Se imaginó arropando a su madre en el pasado, sonriéndole despacio mientras ella lloraba con una fotografía borrosa contra su pecho, haciéndose el tonto en el pasillo mientras escuchaba los lamentos y los besos sonoros al pedazo de papel, el eco de los rezos arrastrándose por las paredes hasta llegar a él.

…Nunca se pensó que su vida sería así.

Y Luhan, frente a él, parpadeó atónito y varias veces, estirando poco a poco sus manos para despertar a Minseok de su letargo y mirarlo a los ojos con poder, con asombro: tragando saliva, el domador tembló y se deshizo en sollozos.

Luhan no tardó en arrodillarse y echarse hacia adelante para atrapar el cuerpo tumultuoso, sacudido, presa del pánico y de lo que acechaba a medida que se acercaba la noche.

Jamás se sintieron tan avergonzados de sí mismos, pero jamás se sintieron tan juntos.

 

 

-¿Estás seguro?—preguntó Yixing, aferrando los dedos a su muñeca; Minseok tragó saliva.

-Tengo que hacerlo. No puedo irme sin antes pedirle perdón.

-Pedir disculpas no resolverá nada. Evitar esta carnicería y volver al pasado, sí lo hará—Yixing levantó el tono en cuanto Xiumin avanzó un paso, estirando el manojo de llaves a la cerradura; tiró de su muñeca—, no puedo asegurar tu salud o tu vida si haces esto.

-Yixing, no puedo irme si no lo hago. Jongdae me odia, y no quiero eso—sentenció, avanzando de nuevo, pero Yixing tiró.

-Grita si sucede algo—le pidió, afligido; Minseok asintió, tímido—, podemos frenarlo…y si es necesario.

-Ni una gota más de sangre—le recordó el otro, inmutable mientras giraba la llave en la cerradura y quitaba el seguro, abriendo la puerta—, al menos no por parte de ustedes, de nadie de aquí.

Y dejando que la oscuridad lo consuma, se adentró en la celda mientras Yixing le avisaba que lo esperaría en la pensión de afuera: Minseok había pedido permanecer en la celda con Jongdae, a solas. Sin tensiones de vigilia ni palabras de amenazas. Simplemente ellos dos, el odio y el perdón, todos juntos…acompañados de los truenos, de los rayos y de la lluvia.

-¿Jongdae?—preguntó, examinando las sombras—. Jong…

Un fuerza mayor tiró de él hacia el suelo, y los golpes bañaron su pecho y su rostro mientras los gemidos de furia de Jongdae impactaban en sus oídos como los nudillos contra su piel, hundiéndose en lo más profundo, golpeando y clavándose y desgarrando con las uñas mientras los dientes se apretaban y los cuerpos se sacudían en una pelea mortal.

-¡No…no…no es justo!—bramó el morocho mientras seguía, la línea de sus hombros violentamente oblicua mientras cambiaba de la derecha a la izquierda—¡No, no, no! ¡¡No!!—la sangre brotaba de sus labios y salpicaba sus puños, pero planeaba seguir, aún si ello le costaba tener que adaptarse a su cuerpo de híbrido para siempre. Sorprendentemente, se detuvo y bufó—¡Se suponía que no tenía que ser así, no puedes dejarme, no puedes irte!

El silencio fue su respuesta, y por la espina dorsal de Chen taladró el pánico: no obstante, el cuerpo entre sus piernas se movió apenas un poco, y un suspiro de alivio revuelto con miedo rugió en la boca de su estómago, amenazándolo con hacerle vomitar.

-No te vayas—pidió entonces, con las manos tanteando los bordes y los músculos, temblorosas—. Minseok, no huyas—lloró, desesperado—. No te voy a recordar, no te voy a poder reconocer…después de lo que dijimos, después de lo que hiciste…no te puedes ir, no puedes destruirme así como así…no quiero que desaparezcas, no quiero desaparecer.

Y Minseok no hablaba, sólo…apenas se movía. Como queriendo deslizarse fuera de él, como queriendo sentarse y poder tantear sus costillas abombadas y con moretones: aún así, el silencio filoso cortaba el aire, y eso a Jongdae lo asustaba.

Tapándose la boca, gimió contra sus palmas y cerró los ojos con fuerza: si se concentraba, podía sentir cómo se le iba adormeciendo el cuerpo de tanta ira. Y aquello era igual a desgranarse, a borrarse del planeta, a desaparecer.

-No quiero morir…no quiero morir…

En eso, sintió dedos entristecidos buscar los pómulos y dibujar los bordes de su rostro: un graznido se colgó de las partículas de polvo que surcaban el aire y abrazaron sus orejas, para colarse así por entre los tímpanos y llegar a su cabeza, haciendo explotar su ser.

-Entonces ámame como nunca porque el mundo se va a terminar literalmente mañana…y no quiero morir sin haber follado, Jongdae—rió, rasposo—. Al menos no sin haber follado contigo.

 

 

Después de aquello, todo había pasado muy rápido: el dolor entre sus piernas se había vuelto calor, las manos que se aferraban a sus caderas se habían encargado de marcarle como nunca, ayudadas de los dientes y los labios. Los tirones se volvieron descansos y su voz se desgarró sin vergüenza ni amparo mientras Minseok se sentía completo, lleno, con motivos para seguir.

Jongdae era trueno dentro suyo, era tormenta y caos y relámpago.

Y nada le hacía sentir más vivo.

 

 

El final no fue sencillo: fueron Kai, Tao y Chanyeol quienes le acompañaron, y las náuseas fueron tales que tuvo que aferrarse a todos ellos mientras atravesaban el espacio y el tiempo, como un túnel subterráneo tumultuoso y lleno de baches y montañas y nuevos pozos, como si fuese una ruta que siempre necesitaba ser reconstruida, rearmada, cuidada.

Lástima que no había suficientes recursos ni segundos para arreglar el universo, pero, qué se le iba a hacer.

El Castillo le resultó horrorosamente despampanante, y observando en el anochecer la cama matrimonial con dos personas y una pequeña cuna de madera a un costado le picó en el estómago, en las manos y hasta en las rodillas, como clavándolo al suelo y crucificándolo en esa patética posición: de cuclillas y en el suelo, atravesando el cuarto real despacio y seguido de los híbridos, mientras Kai arrastraba a un Tao exhausto y Chanyeol mantenía los ojos en la puerta, atento a la necesidad de chamuscar a cualquier guardia.

“Tienes que ser rápido y certero”, le recordó Junmyun, agotado y respirando con fuerza sobre Yixing, que le acariciaba los cabellos mientras el líder lloraba sin vergüenza por las pérdidas, por el tiempo desperdiciado, por las decisiones mal tomadas. Aún así le dio la daga.

“Un pinchazo hondo, y un corte profundo. No necesitarás más”, le dijo. “Pero Dios te salve que la Reina comprenda o sea demasiado lenta antes de que la asesines a ella también”.

Irguiéndose a un costado de la cama, las cortinas de la cama real se interpusieron en su camino, pero no le resultó peligroso correrlas: admirando al adulto imperial y con barba, logró distinguir rasgos provenientes de su propia cara, y la imagen suya de anciano extremadamente parecida a la del Rey le causó malestar en el estómago y la conciencia.

Pero él no sería así.

Y empuñando el arma, respiró hondo y contó hasta tres.

 

 

Los gritos hondos y masculinos duraron treinta segundos: veinte guardias cayeron a la habitación y luego de rodillas, consumidos por el fuego.

Los gritos agudos de la mujer y los llantos del niño también duraron cerca de medio minuto, pero Minseok fue débil y no pudo herirles, simplemente les tomó del brazo y se los tiró a Tao, que se los llevó. “A cualquier lugar, donde sea, mientras sea lejos y esté a salvo”, le ordenó. Y el híbrido asintió, pudiendo comprender.

Mientras las luces se encendían y sonaban desde algún punto de la ciudad las campanas de la Iglesia, Minseok contempló el ventanal y admiró el Palacio Capitolio y la Ciudad Capital del Norte: podían verse los tumultos lejanos de gente, las órdenes de los guardias y los disparos de hachas, golpes y flechas.

Ninguno había alcanzado a tocarlo, y pasados dos minutos y medio, el aullido de Kai estalló.

Minseok y Chanyeol observaron, y el joven de cabellos oscuros y piel morena se miró las manos aterrorizado, notando cómo sus uñas y sus cartílagos se hacían polvo para ser pronto barridos por el incipiente viento.

 

Chanyeol fue el siguiente, pero primero se apagaron las llamaradas: Minseok comenzó a agitarse y entre el humo, buscó un lugar donde ocultarse y ver bien: los generales entraban y arrastraban el cadáver de MinGook, alguno que otro recorría la habitación buscando al responsable.

En cuanto sintió que estaban cerca de abrir el mueble que suponía su fuerte, quiso levantarse para correr y huir. Mas no sintió los pies, y después tampoco sintió las puertas: la madera y la noche volvían el recoveco oscuro y no podía mirar, sin embargo la sensación era tan espantosamente real que le aterraba atreverse a ojear siquiera.

Era de verdad, se percibía derretirse.

Se hundía cada vez más en la madera y sus sentidos se borraban: poco a poco dejó de respirar, luego de escuchar, luego, de vivir. No obstante, y como si el destino mismo se hubiese apiadado de él, su cuerpo se revolvió en un saco de peso muerto, maloliente y casi podrido, pero poco a poco y con las luces transitando contra sus ojos cerrados, abrió los ojos y percibió la rematerialización de su ser entero, con los trenes y canales de imágenes volando velozmente sobre su cabeza.

Aturdido, y sintiéndose estúpido y medio adormecido, creyó ver dentro de sus retinas la imagen tenue y borrosa de un reloj con las cuerdas girando y girando y girando…hacia atrás, a una velocidad inhumana, repentina.

El reloj dio cuerda hacia atrás, todo objeto y recuerdo pareció desvanecerse fugazmente a modo de retrospectiva. Una vez más, un punto de fuga lejano lo absorbió todo a una velocidad desopilante, con luces centellando hasta cegar los ojos de Minseok una y otra y otra vez.

Cuando protegió sus ojos con los antebrazos, una última explosión de luz y calor devoró absolutamente todo. Incluso pareció comerse el cuerpo del joven, que desapareció con un barrido rápido.

Bien de película…bien de realidad.

El Sol amortiguó su golpe de luminosidad, y trastabilló consigo mismo y miró sus zapatillas, parpadeando ante un asombroso gris grumoso que se extendía bajo sus pies.

Era cemento.

Estaba parado en una calle.

Levantando la cabeza, varias gotas perladas de sudor cayeron cuando las pupilas de Min zigzaguearon al encontrar la división…esa vieja bifurcación de calles a mitad de cuadra, la antigua calle que hacía rato se venía lamentando por haber tomado, la que hacía rato que hubiese sido mejor ignorar.

Inquieto por dentro, y con el pecho agitado, respiró profundamente y volvió a mirar en rededor.

Antes de que pudiese preguntarse cuánto tiempo había pasado allí parado como un tonto, sintió un cosquilleo en la espalda y se dio vuelta, asustado: la cinta policía era agitada fuertemente por el viento. Las siluetas marcadas con tiza permanecían allí. Y las sirenas de la policía comenzaban a oírse a lo lejos.

¿Qué ha pasado aquí?

Las ideas y las preguntas abarrotaron su cabeza y, por algún motivo, las rodillas le temblaban. Incluso  los pies le pesaban tanto que parecían fundidos o atornillados al suelo.

No podía avanzar, no se podía mover.

Por suerte, su mente maquinaba rápido y una pequeña vocecilla le advirtió que si seguía parado allí para cuando llegasen los polis, estaría en grandes problemas. Y no quería más situaciones raras o incómodas.

Sobre todo cuando no recordaba nada.

Pasándose la lengua por los labios y frunciendo el ceño, llamó mentalmente a sus manos y se aferró fuertemente a la correa de su mochila, nudillos blancos y uñas arañando sus palmas.

Entonces dio un paso. Y otro, y otro, y otro.

A último momento se giró, ya en la calle principal, y recordó que era de día, que estaba yendo a la facultad y que aquella mañana tenía un examen de Sociología.

Y pestañeando, soltó una fuerte e infantil risa.

Giró sobre sus pies, avanzó de nuevo hacia la bifurcación…y dobló hacia la izquierda, desapareciendo por el conocidísimo parque.

Aunque las fibras de su cuerpo empezaban a extrañar y le pedía que regresase, no estaba lo suficientemente loco como para volver. Ni siquiera sabía por qué quería volver.

No obstante, algo le decía que, aunque cambiase de rumbo, sin importar a dónde rayos fuese…

…su destino iba a terminar siendo exactamente el mismo.

 

 


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