Podía oír la lluvia, oía como las gotas caían en el asfalto, podía oír su respiración. La respiración de aquel hombre que amaba mas que a mi desdichada vida. No me importaba lo que pudiera suceder ahora, escapando de casa, con aquel chico que conocí aquel mismo día. En aquel momento en que sus ojos grises se fijaron en mi, yo caí tendida a sus pies, aquel chico con cabello negro y largas ojeras me había cautivado, estaba completa e irrevocablemente enamorada de el. "Estoy estúpidamente enamorado de ti" fueron sus palabras, fue lo que dictaba su corazón, en aquel momento fue verdad, puedo asegurarlo, pero el corazón, como todo en esta vida, es mutable. Me enamoró, y como todos, se fue, se fue con gran parte de mi corazón y de mi orgullo. Quien me viera ahora se burlaría de mi. Una mujer adolorida, sosteniendo en temblorosa mano una afilada navaja, algo muy típico de mi. Pasándola fuerte y verticalmente en mi muñeca, viendo como la sangre empezaba a brotar... Litros y litros de ella... El sufrimiento había acabado ya. *tercera persona* Rápidamente entró a el hospital sin importarle que la chica en sus brazos le manchara su blusa, aquella chica que vio tendida en el baño de aquel hotel en el que ella solamente trabajaba. Horas y horas pasaron, mientras que la chica todavía intentaba localizar a los parientes de ella, quien todavía no despertaba. Pasó únicamente un día para que la chica, Elisabeth, decidiera por fin abrir aquellos hermosos ojos oscuros. *Narra Elisabeth* Abrí lentamente mis ojos, para ver el blanco techo de hospital. -¿Qué hago aquí?- dije, despertando a la chica de cabello café y ojos verdes que dormía en una de las sillas de la habitación. La chica talló con suavidad sus ojos- bueno, usted mejor que nadie lo sabe, intentó suicidarse- dijo ella, mordiéndose sus labios rojo carmesí. No funcionó...- dije, con un nudo en mi garganta formándose, esta sería la quinta vez que despertaba en una blanca habitación de hospital, nunca lograba acabar con este sufrimiento- ¿Cómo te llamas- le pregunté, luchando con las ganas de llorar. -Nora- dijo ella- Nora Armstrong, ¿y cuál es su nombre?- -Elisabeth Priccolo- dije, sentándome en la orilla de la cama. -¿Proviene de Italia, no es cierto?- preguntó ella, sonriendo ampliamente. -Ammm... Si, ¿cómo lo supiste?- pregunté, sorprendida. -Su apellido la delata- dijo ella, arreglándose un poco su largo cabello negro. -¿Y esa sangre?- pregunté, apuntando hacia las manchas rojas en su blusa. -Yo la traje aquí, trabajo en el hotel en el que usted se estaba hospedando, toque a su puerta para ver si alguien estaba y poder limpiar su cuarto, al ver que nadie estaba, decidí entrar y la vi a usted en su baño, tendida en su propia sangre- dijo, ella haciendo una mueca divertida de disgusto. Reí en voz baja- ¿Sabes? Puedes empezar a tutearme- le dije, sonriendo débilmente. -Eso seria genial- dijo ella, sonriendo ampliamente. -¿Cuantas tienes de esas?- le pregunté. -¿De qué?- dijo ella, curiosa. -De esas amplias sonrisas- dije, tratando de sonreír como ella lo hacía. -Bueno...-dijo ella- ¿Sabes? a veces una sonrisa puede tapar cualquier tipo de dolor. -Tu no tienes dolor alguno ¿o si?- dije- Si tuvieras uno, tal vez no podrías sonreír siquiera. -¿Crees que eres la única con tragedias?- dijo ella, en un tono paciente- porque no lo eres... Y no pienso despilfarrar mi tiempo lamentándome de el pasado, yo trato de sonreír. Dime, ¿tú lo intentas al menos?- dijo, haciendo que después de tanto tiempo llorara, me desahogara, y ella me abrazó, eso fue lo único que hizo y lo único que necesitaba en aquel momento.
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