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Mesonge por HokutoSexy

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Notas del fanfic:

La construcción de este relato, en tres partes, es un tanto distinta a lo que acostumbro; aunque en apariencia los capítulos sueltos parecen no tener relación entre sí, la tienen, espero que sepan disculpar mi capricho ;) . Todo el background proviene de la autora en compañía de Althariel Tasartir, ninguno de los nombres aquí establecidos son oficiales, lo mismo que los personajes originales. Al final, siempre regreso a esta pareja, de una u otra forma...

MESONGE

(Fr. mentiras)

 

 

 

La melancolía es la felicidad de estar triste.

Victor Hugo.

 

 

Corrección y estilo: Althariel Tasartir.

 

 

 

Para CEV, la mer a bercé mon coeur pour la vie…

 

 

 

I. BLEU

Liberté

 

 

 

¿Por qué le gustaba estar solo? ¿Por qué encontraba el placer enfermo en regodearse la soledad y su poética existencia? La respuesta más sencilla era que le gustaba convertirse en agua nocturna, en una clase de nube cargada de lluvia oscura que todo lo cercaba, le gustaba pensar en sí mismo como en la vastedad de un agua vacía, le gustaba desplegar su inmensa devastación… porque de esa manera podía cerrar la puerta de los impulsos, del deseo, de la esperanza incluso.

 

Le gustaba abrir sus venas para derramar la sangre incluso, y que esa sangre corriera hacia la nada, hacia nadie.

 

Por las noches acostumbra seguir un extraño procedimiento de palabras derramadas que se guardaba, irrecobrables, pero al fin suyas… suyas. Y es que Camus Etienne Valois se nutría de su dolor, y tal pareciera que ese dolor incluso lo iluminaba dotándolo de un halo especial… que nunca nadie tuvo, nadie sólo él. Sus memorias lo embellecían… para mayor amargura del francés. Era irónico.

 

Camus no era tan complicado, era muy simple. Todo podía resumirse al impulso más primario de todo ser humano: la salvación, a los sentimientos que para él, a veces ya no tenían sentido. No es que fuese frío, como aparentaba serlo, como le gustaba que lo percibieran. Todo lo contrario, estaba lleno de pasión, del fuego nefando de sus emociones, esas que se esforzaba por mantener en control y nunca más allá de lo que su quisquillosa personalidad le permitiese.

 

Era un habitante de su pasado perdido. Así era Camus. Etienne. El nombre que dejó de lado sólo porque sí… ya nadie recordaba que ese era su segundo sonoro sombre, sólo dos. Uno por curioso y terco, el otro por casualidad.

 

El curioso y terco estaba dormido a pierna tirante sobre la cama finísima del thòlos de Acuario, entre las sacrosantas sábanas de hilo fino, en el lecho que quién sabe cuántos amantes más había albergado en el manto de la noche, tiempo atrás, años atrás… siglos antes. Porque de eso estaba seguro, de que él, como los que estaban detrás de su presente, en un pasado lejano… esos puritanos Arcontes de Acuario… seguramente también amaron con ese arrojo, seguramente también fueron presas del furor amatorio… y tal vez como él, habían sido un tanto hipócritas y se habían cubierto con un manto de pureza.

 

Ridículo.

 

Él ya estaba muy lejos de todos esos preceptos, se llegó a aceptar en un momento dado, como un desvalido emocional y como un frustrado, por si fuera poco. Él se había revolcado en siglos de historia, se había corrido con complaciente culpa una y otra vez sobre tradiciones inmemoriales de hijos de Ganimedes, había tenido unos orgasmos de miedo… y hasta se había hecho una que otra paja en honor de… uno que otro... que campaba su mente atribulada… sí… él había roto todo esquema, y con certeza el que le sucediera… también tendría una vida libre… libre de cadenas, alejada de juramentos que no se iban a cumplir de cabo a rabo… él estaba decidido a terminar con ello… una vieja tradición moriría con él, al fin decían que él era último mago del agua y del hielo… ¿No?

 

¿Lo heredó? ¿Era un pasado heredado que corría por sus venas? ¿O él lo eligió así?

 

No podía decidirse por una opción ni por la otra, si lo pensaba detenidamente.

 

Se volvió hacia su acompañante, dormía tan profundamente que daba envidia, su cabello rubio lo arropaba y caía lamiendo los músculos de su espalda, sus miembros eran columnas perfectas, Milo tenía un valor estético ideal que Camus nunca había visto, era letal… letal como él solo. Lo poco que cubría la sábana eran las nalgas perfectas, estas que hacían una curva de sensualidad indescriptible debajo del lienzo blanco. El marsellés, con una sonrisa perversa, tiró un poco de la sábana, lo suficiente para que aquella tela quedara justo debajo de los dos montículos sobre los muslos.

 

Su respiración se descontroló, lo suficiente para que él mismo fuese consciente de que casi estaba bufando… su sexo entre las piernas comenzó a despegar, y casi pudo rememorar esa lengua del melio, en salva sea la parte, que era capaz de estremecerlo y hacerlo vibrar frenéticamente… otra vez tuvo ganas de sentirlo dentro, de acogerlo en su cuerpo y de regodearse en saber que volvería, que Milo siempre volvería… no importaba lo mucho que se alejara… aunque a la larga aquello tampoco le convencía del todo, era un tontería, pero a veces se descubría a sí mismo pensando en lo mucho que lo detestaba, de la misma manera en la que lo quería… con una furia rabiosa… era adicto a él… adicto a su venenosa persona.

 

Suspiró. Sabía que no se iba a atrever a despertarlo, sólo para verlo así dormido y calmo, al menos las horas que dormía casi podía ser un ángel, el resto del tiempo… era una ménade furiosa, una bacante… y a su vez, lo arrastraba con él a sus dionisiacas particulares.

 

Se sentía ridículo con la erección saludándole a través de la sábana… ahí excitado como estaba, acostado a su lado. Acabó por sentarse en la cama, se recargó en la cabecera de madera tallada, antiquísima; los cabellos rojos, el incendio en su cabeza, se deslizaron perezosamente acomodándose un poco. Alargó la mano, a tientas, estaban a oscuras, y tomó de encima de la mesita de noche la cigarrera con una gran flor de lis, la flor tan vituperada e identificada con los Valois, sacó el cigarrillo y lo encendió con el Zippo grabado con su nombre.

 

Por descontado que al monumento que tenía a su lado no le molestaría… estaba tan entregado a sus sueños, a sus perversiones inconfesables, estaba seguro de que las tenía, unas ya las conocía, otras… las guardaba para alguien más, lo sospechaba. Si tan sólo no le hiciese sentir como algo frágil, delicado… si tan sólo no mintiera…

 

Porque el marsellés podía perdonar y vivir con casi cualquier cosa, casi, menos con las mentiras, esas no las toleraba, nunca las toleró. El problema no era lo que Milo ocultase, el problema era que se trataba de un mentiroso consumado, un mentiroso casi clínico… y eso era lo que en realidad le hacía trizas.

 

Mientras consumía el cigarrillo, él se consumía en sus ganas, palpitaba por dentro y por fuera, de una manera impúdica.

 

Menteur… —susurró en su lengua natal.

 

Milo había despertado, unos cuantos minutos atrás, sólo que había fingido que estaba ahí, en una muerte somnolienta, únicamente para enterarse de qué era lo que hacía su amante mientras lo creía dormido. Sus sentidos siempre estaban insatisfechos, no sabía bien el por qué, quizás porque no sentía que poseyera nada, ni al mismo Camus, lo tenía sí, de cierta manera, aunque… una parte del francés, una que no conocía, y que el otro ocultaba, esa no era suya, y esa la codiciaba. Él, que era un desposeído, necesitaba dolorosamente sentirse dueño de todo, no se concebía como un perdedor, en ningún aspecto, su instinto más básico le decía que era su deber proteger, cuidar… y como guerrero esa era su obligación… sólo que a Camus siempre le había visto como un ser aparte, no de este mundo, y a menudo no sabía que quería hacer con él… además de desfallecer entre sus muslos.

 

—¿Qué sucede? —Preguntó con los ojos cerrados, percibiendo el olor del tabaco y el del cuerpo de su parabatai en el lecho.

 

—¿Cuánto llevas despierto? —Respondió con otra pregunta.

 

—Minutos —. Al fin abrió los ojos para contemplarle en medio de la perene oscuridad de la habitación. Su compañero tenía una dependencia a permanecer en la penumbra o en la total oscuridad.

 

Te has aficionado a la oscuridad porque la primera vez lo hicimos era aun de día, justo en el momento en el que el sol se escondía”, le dijo una vez, tenían diecisiete. “Eso no tiene que ver, no seas tonto”, fue la respuesta, “Si lo hubiésemos hecho de noche, al tener todo oculto, habría sido al revés, te llamaría la atención ver…”.

 

El marsellés no iba a tomar la iniciativa, a veces lo hacía, no en esa ocasión, de por sí se estaba sintiendo estúpido, el Arconte de Escorpión tenía una singular manera de hacerlo sentir estúpido, y ya era bastante con saberse descubierto y traicionado por su propio cuerpo.

 

Acabó de fumar justo al mismo tiempo en el que el griego extendía el brazo para jalarlo y hacerlo caer de lleno en la cama.

 

Ya sabía lo que vendría: que el miembro del melio parecerá surgir de entre los muslos de él y Camus… lo mirará con regocijo, aunque sea un mentiroso, esa era su prerrogativa.

 

Probablemente después vendría una especie de resaca, cuando su compañero volviese a mentir, él se enojaría, se pondría rabioso, Hera tendría mucha envidia de su rabieta… y se aislaría, buscaría la soledad… porque Camus, como todos los Valois, tenía una tristeza enamorada e inacabable…

 

De todo ello, nadie tenía la culpa, nadie más que él, porque fue el marsellés quien siempre decidió, muy a pesar del destino, del designio de los dioses, en sus manos siempre tuvo la libertad de recapitular… pero no lo hizo. Se quedó estoico ahí, aguantando las mentiras, sobrellevándolas. Suya siempre fue la libertad de elección, así como decidió no someter al siguiente Acuario a una promesa que no iba a cumplir… así como sabía que eventualmente su deber como guerrero pesaría más que sus deseos individuales… la libertad la tenía, sin embargo, como siempre sucede con los seres humanos… la libertad es un alto riesgo…


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