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Our Star. por ohjack

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Notas del fanfic:

Mi primer fic, Kaisoo. :)

Espero que les guste y dejen reviews, eso me ayudará a subir el siguiente capítulo.

Capítulo 1:

Una y otra vez la lluvia dirá cuán frágiles somos.


POV Kyungsoo.

La lluvia caía torrencialmente en la pequeña y melancólica ciudad de Seúl. Sus calles estaban desérticas haciendo de ese el día el perfecto para llevar a cabo lo que hace meses estaba planeando hacer sin que nadie se diera cuenta.
Mis pequeñas manos forzaron el agarre al resbaladizo barandal oxidado, miré hacia abajo, el pequeño pero profundo arroyo estaba casi desbordando debido a estos continuos días de lluvia.

El caudal de agua corría velozmente debajo de mí. Trague en seco.
Tenía mucho miedo, no iba a ocultarlo. 
Mi corazón empezó a bombear a un ritmo más acelerado que lo normal. Había llegado, tenía que hacerlo ahora o no la haría nunca. 
Respiré hondo y acerqué mis pies más al borde del viejo puente. Uno de mis torpes pies resbaló con una de las tantas piedras que constituían el puente. Me sobresalté aferrándome más fuerte al barandal observando cómo mi calzado era violentamente arrastrado por la corriente.
Empecé a temblar. 
Ya no quería hacerlo, ya no quería quitarme la vida, tenía mucho, mucho, mucho miedo.
De pronto, vagos pensamientos empezaron a llegar a mi mente.
“¡Hey, miren! ¡Ahí viene el rarito enfermo que arrastra su mochila de estúpidos medicamentos con él!

La risa cruel de aquellos niños nunca abandonaba mis pensamientos.
¡Enfermito, enfermito! ¡Oigan todos, vamos a reírnos del enfermito!”

Mis nudillos empezaban a volverse blancos ajustando mi agarre al antiguo barandal. Los niños eran muy crueles. Demasiado.
Kyungsoo, ¿por qué no puedes ser normal como tu hermana? ¡Ya estoy harta de andar yendo y viniendo de ese maldito hospital contigo!”

Ahora la voz de mi madre decidió colarse en mis pensamientos. Un nudo gigante apareció en mi garganta, y por más que intentara hacerlo pasar tragando fuerte, parecía dispuesto a no abandonarme. 
La lluvia se había vuelto más severa, y las ráfagas de viento hacían bailar a los árboles. Me pregunté si alguien había notado mi ausencia en la casa.
Estaba seguro de que no. Y si lo hacían, no se molestarían en preocuparse.
Siempre era así, yo era una maldita carga para mi madre, una máquina de derrochar dinero en medicamentos para mi padre, un estorbo para mi hermana, y un objeto de burlas para mis compañeros de la escuela primaria.
No era mi culpa. Yo nunca tuve la oportunidad de decidir nacer con esta tonta enfermedad. Pero todos actuaban como si la fuera. 
Desde mis más tiernos dos años mi madre había notado la recurrencia severa con la que distintas enfermedades me atacaban. 
La mayor parte de mi infancia la había pasado en el hospital, conocía mejor los solitarios pasillos de aquella fría y triste edificación con olor a yodoformo que mi propia casa. Era triste pero cierto.
Debían inyectarme una dosis diaria de vitaminas y proteínas para que pueda seguir viviendo unos días más; y eso era hasta ahora, y según los médicos, así sería por el resto de mi vida. Al parecer mi sistema inmune es muy frágil haciendo que cada enfermedad me atacara violentamente. Por eso debía cuidarme el doble que las demás personas. 
Se sentía fatal, era algo duro que a mi corta edad de ocho años haya decidido ponerle fin a este martirio quitándome la vida. 
Y el pequeño, pero caudaloso río irrelevante de Seúl sería el encargado de mandarme al otro mundo donde quizás pueda ser un poco feliz alejado de todo el daño que hacen las personas.
Tome todo el aire que pude en mis pulmones soltándolo lentamente. Ya estaba decidido, no más dudas, ahora si saltaría. Dar ese pequeño paseo por mis pensamientos de toda la tortura y sufrimiento que había sido mi corta vida me hizo llegar a la conclusión de que el mundo estaría mejor sin mí. Después de todo, yo era el pequeño estorbo de todas las personas que me rodeaban. Les haría un gran favor.
Me acerqué nuevamente a la orilla del puente, ahora con decisión. El agua corría velozmente llevándose tajos de ramas, y algunos restos de basura. Y en unos minutos, también mi pequeño, frágil y enfermo cuerpo.
La lluvia golpeaba fuertemente en mi rostro. Cerré los ojos intensamente al instante en que aflojaba mi agarra del herrumbroso metal. Y salté. Salté y al momento en que lo hice toda mi corta vida pasó por delante de mis ojos. Vi a mamá sonriéndome mientras me leía un cuento en unas de esas tantas solitarias noches en el hospital. Luego vi a mi hermana Minha en el día de mi cumpleaños, mientras me entregaba un pequeño robot de plástico. Mi papá también estaba allí, cortando el gran pastel mientras su sonrisa se ensanchaba y sus ojos brillaban en felicidad.
Me vi a mí mismo corriendo por un campo grande de lavandas, la brisa fresca de la primavera daba de lleno contra mi pequeño rostro de cuatro años. Muchas personas suelen decir que antes de morir ves pasar tu vida en un segundo, que tu mente te da como una “última cena” de recuerdos bellos que pasaron en tu vida. Solo los momentos lindos. Supuse que estaba muriendo.
De pronto todos los recuerdos fueron alejados bruscamente, dejándome solo en una absoluta oscuridad. Empecé a correr pidiendo por mi mamá. La oscuridad parecía interminable, hasta que un pequeño punto de luz al final se hizo notar. La luz cegadora empezó a volverse más y más grande a medida que yo continuaba avanzando hacia ella a toda prisa. A los lejos escuchaba una dulce y peculiar voz que nunca en mi vida había oído. Está voz sonaba quebrada a medida que gritaba porque despertara. 
De repente la luz cegadora desapareció. Sentí entrar aire fresco a mis pulmones mientras que mi visión se iba aclarando. Unos ojos marrones me miraban fijamente mientras sollozaban. Estaban rojos e hinchados pero eran los ojos más bonitos que había visto en toda mi vida. ¿Habré muerto ya? Me pregunté en mi mente.
— ¡¿Tú eres idiota?! ¡¿Qué crees que haces, niño?! ¡Eres un completo estúpido! -el niño chilló arrodillado enfrente mío con su cuerpo completamente empapado. De pronto me tomó por los hombros haciendo que me inclinara hacia él y empezó a sacudirme mientras me miraba con ojos de reproche.
Se sentía lindo que alguien se preocupara por mí. Aunque no tenía ni la menor idea de quién era ese niño enfrente de mí sentía que lo empezaba a querer por el simple hecho de que le preocupaba.
—Promete que jamás volverás a hacer algo como eso… ¡promételo! Eres un niño, se supone que los niños no hacemos esa clase de cosas, t-tú ¡tienes mucho para vivir! —chillaba el castaño y yo observaba como sus grandes labios temblaban al hablar. Estaba atónito sin poder formular una palabra, solo lo miraba confundido sin ninguna expresión en mi rostro.
—Escucha, la vida es muy injusta con algunas personas a veces, pero demuéstrale quién manda, yo sé que tú eres un niño fuerte, no dejes que la vida te derrumbe, porque a ella le gusta ponernos pruebas ¿sabes? Quiere ver que tanto podemos soportar, pero al final del día puedo jurarte que siempre encontrarás la estrella que te guiará. Y tú podrás salir adelante y demostrarle lo fuerte que eres aún a tu corta edad
Asentí lentamente mientras por mis mejillas corrían pesadas lágrimas sin cesar. Mi débil cuerpo temblaba por frío y miedo. Haber siquiera pensado en esa estúpida idea de tirarme al río me hacía sentir un idiota. Me arrepentí y mucho. El pánico se apodero de mi cuerpo, estuve a solo unos pocos minutos de morir ahogado. No existiría más, no vería más el perfecto cielo azul, las ostentosas estrellas, no respiraría más el fresco aire, ya no estaría más para nadie. Estuve a solo unos minutos de pasar a ser un vago recuerdo.
Comencé a llorar desconsoladamente debido a la idea de muerte. El niño de ojos marrones me tomó en sus brazos fuertemente a lo que correspondí al instante. Estábamos arrodillados uno en frente del otro abrazados bajo la fuerte tempestad que azotaba la ciudad. 
—Ya no llores…todo estará bien ¿de acuerdo? —el castaño frotaba dulcemente mi espalda buscando reconfortarme. 
—D-de acuerdo…—sollocé débilmente. 
—Por cierto, soy Jongin. ¿Tú cómo te llamas? —preguntó curioso.
—Kyungsoo…—murmuré débilmente aún abrazado al chico castaño.
—Kyungsoo. Como Park Kyungsoo. —rio en lo bajo contagiándome su risa.
—Si…—me separé lentamente de él para poder apreciar su cálida sonrisa.
Jongin era muy bonito. Tenía el cabello castaño pegado a su rostro desordenadamente, unos ojos marrones pero llenos de vida, y dientes similares a una fila de perlas. 
Acercó sus manos a mi rostro acariciando una de mis mejillas y luego peino mis cabellos mojados hacia atrás. Cerré los ojos ante tan agradable contacto.
—Te prometo que todo estará bien, Kyungsoo… sé que te esperan cosas muy lindas en el futuro.

Y le creí.


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