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Esquizofrenia por Alexander Bold

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Notas del fanfic:

Como mencione antes los textos que he estado publicando formaban parte de una antología, y son una serie de adaptaciones al género Yaoi, por ello tuve que rediseñar y más que nada reestructurar, cambiar el rumbo que tenían. En mi travesía para lograrlo tuve que diseñar y crear nuevos personajes. Buscando apellido para uno de ellos «Matthew», me encontré con una peculiar coincidencia, la historia de un joven cuya vida se asemeja a la idea que tengo para con esta trama.

Matthew Wayne Shepard, un joven que fue víctima de las incontrolables convulsiones sociales de la ignorancia y la intolerancia. Hasta hace poco, para mí, un desconocido, pero hoy quiero dedicar esta historia en su honor, así que alrededor de ella verán referentes a la vida de este joven: Quien tuvo que morir para cambiar al mundo.

Lamentablemente el largo de esta historia supero mis expectativas así que dividiré la entrega en tres partes.

Espero que lo disfruten.

Notas del capitulo:

"Por la libertad en todas sus formas y conceptos.
Por aquellas ideas presas del miedo.
Por los pensamientos diferentes.
Por la locura.
Por las diferencias.
Por la igualdad.
Por Matthew Shepard.
Por Judy y Denis.
Y por todas las víctimas de las mentes cerradas."

Era un día hermoso, uno de esos en los que miras por la ventana y el paisaje te hace perder en las ideas, a las que nunca les das mucha importancia. De aquellos en los que sales a disfrutar de una caminata o una cita. Pero para August era diferente: prefería pasarlo sentado en su sillón favorito de la sala jugando videojuegos.

Y precisamente ese día él tenía un reto: quería, no, necesitaba pasar el nivel 17 del nuevo juego que había comprado, conservando el 70% de su barra de vida para obtener una recompensa «especial». Lo había intentado durante una semana. En ocasiones se frustraba y lanzaba el control al suelo, maldecía al juego, comía un poco de helado y regresaba, acariciaba la consola y le prometía que no volvería a pasar, que solo había sido una pequeña rabieta.

La mañana había transcurrido muy tranquila, como cualquier sábado. Pitt el vecino de enfrente cortaba su césped, tratando de poner buena cara pues su esposa lo vigilaba.

Matthew había salido temprano para ir a un desayuno de trabajo y August, como cada mañana, había permanecido en la ventana observando su partida, hasta que el auto diera la vuelta en la esquina.

«Siempre hacia la derecha» pensaba.

Llevaban unos cuantos meses de vivir juntos, se conocieron en una situación bastante extraña:


 

* * *

 



Una noche Matt regresaba de hacer las compras, caminaba hacia su casa en los suburbios, cuando al pasar al lado de un callejón bastante deteriorado escucho los sollozos de una persona.

Dudo un poco en entrar pero al final un pensamiento le dio el valor: «Estaría agradecido si alguien me ayudara en una situación parecida.»

Entro con precaución, no había mucha luz, tan solo la poca que emitía una lámpara pública en la sima de las paredes grises que cerraban la salida de aquel húmedo lugar.

Había un gran contenedor de basura, muy desgastado y pintarrajeado.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó entrecerrando los ojos para enfocar mejor.

—A… Ay…yudame —se escuchó de entre las penumbras del lugar, tal como un leve susurro.

Matt logró distinguir una pierna justo detrás de aquel contenedor y se acercó presuroso. Cuando su visión no estaba impedida se encontró a un joven de cabello castaño, con la ropa rasgada, rasguños y golpes en el rostro. Un poco de sangre escurría de su cabeza, tirado en un charco carmesí.

Dejo caer las bolsas que llevaba.

—¿Estas bien? ¿Qué ha pasado? —le preguntó angustiado mientras lo tomaba del hombro y con una mano levantaba su cara para verlo mejor.

El joven solo había podido míralo a los ojos y decir:

—Gracias…

No pudo resistir más y dejo caer su cabeza, desmallándose.

Matt no lo pensó dos veces, busco entre sus cosas su celular y llamó a emergencias.

Mientras esperaba, trato de mantener al castaño caliente, se quitó el abrigo y, con un poco de trabajo, lo cubrió. Miró alrededor, había un par de cosas en el suelo: un celular que tenía la pantalla estrellada, una pulsera de tela rota, un llavero sin llaves y unos anteojos ensangrentados.

Se percató de que el charco de sangre se hacía más grande.

Las mejillas del joven comenzaron a palidecer, Matthew rozó su mano contra una de ellas y noto la suavidad de la piel y una frialdad inhumana, lo jaló hacia él, recargó en su pecho la cabeza, rodeo con sus brazos el cuerpo y comenzó a rozar sus manos contra la espalda del muchacho en un intento por calentarlo.

La noche estaba helada, y aunque el cuerpo de Matt le daba señas claras de ello, él no alcanzaba a notarlo. Se encontraba como perdido en un trance, intentando mantener con vida a aquel joven, tan indefenso.

Pronto vio en las paredes y el agua reflejarse las luces de una patrulla, un par de policías se aparecieron con lámparas que por un instante segaron a Matt. En poco tiempo una ambulancia había llegado y sacaron al joven en una camilla, no tardaron mucho en emprender el viaje al hospital. Matthew lo acompaño en la ambulancia.

Había olvidado sus compras, pero no pensaba en ello.

Llegaron al área de urgencias del hospital San Martín, al parecer el castaño tenía una contusión grave en la cabeza y una herida en el costado. Al llegar bajaron de inmediato la camilla y se dirigieron a la entrada del quirófano.

—¡Lo siento, tiene que esperar aquí! —advirtió una enfermera a Matt, quien acepto un poco nervioso.

Al principio permaneció sentado. Desesperado por no tener información comenzó a caminar alrededor de la sala de espera. Habían pasado dos horas y una enfermera se acercó.

—¿Es usted familiar del joven que ingreso con una herida en la cabeza?

—No —contestó mientras agitaba la cabeza y agregó—: Pero yo fui quien lo encontró… ¿Pasa algo? ¿Cómo se encuentra? —preguntó angustiado.

—Esperábamos que pudiera darnos más información. Entre sus cosas no pudimos encontrar ninguna identificación. Él estará bien, la cirugía fue un éxito, por el momento estará en cama descansando —le dijo muy seria.

Explico con detalle las condiciones en que se encontraba el joven; estaba sedado en una habitación de cuidado intensivo. La enfermera le recomendó ir a casa y descansar alegando que el muchacho no despertaría durante la noche. Matt accedió.

En el tren, no pudo evitar pensar en la mirada de esa enfermera: una extraña combinación entre seriedad y agresividad con salpicaduras de lastima.

El camino fue un poco largo.

Cuando llegó tomo una taza y sirvió agua, la coloco dentro del microondas. Se sentó en su sala a pensar en lo que había ocurrido.

«Pobre chico, no imagino lo que habrá pasado… —pensaba con un agudo sentimiento de lastima. Al profundizar en ello la ira lo invadió—: ¡Malditos! ¿Cómo puede haber personas capases de dañar a un joven indefenso?»

Estaba medio perdido cuando escucho el horno de microondas, avisando que el agua para su café estaba lista.

Fue a la cocina, se preparó un emparedado de mermelada, saco una cuchara cafetera y cuando iba a preparar su café, por primera vez en la noche, recordó que había olvidado sus compras en aquel callejón. Soltó un suspiro y una carcajada.

Al final se preparó té y junto con su emparedado subió a la habitación. Después de ver la televisión y haber terminado de cenar intento dormir.

Sus pensamientos estaban impidiendo que conciliara la tranquilidad de un sueño. Las imágenes, tal como metrajes pequeños regresaban a su mente. Se preguntaba:

«¿Quién era? ¿Qué hacía ahí? ¿Qué le habría pasado?»

Pasadas las cuatro de la mañana, cansado de dar vueltas en la cama, harto de cerrar los ojos y recordar el estridente sonido de la sirena, el charco de sangre y agua estancada, su piel lacerada, sus ojos suplicantes… Se levantó y vistió. Ya se había dado cuenta que esa noche, dormir, no era una opción.

Se colocó frente a la ventana, como siempre lo único que se veía eran las luces publicas iluminando la calle.

«Tan tranquila como siempre» pensaba.

Los suburbios no solían tener mucha vida durante la madrugada, incluso las fiestas vecinales, con regularidad, terminaban alrededor de las nueve, cuando los niños tenían que ir a dormir.

Matthew decidió entretenerse un poco: bajando al cuarto que había acondicionado como gimnasio, para hacer ejercicio.

Tenía una casa muy grande, y tantas habitaciones vacías.

Pero las horas se le hicieron eternas, cuando termino su rutina cotidiana apenas pasaban de las cinco.

Llamó a su jefe, quería pedirle permiso para faltar ese día. Le explicó con detalle pero habiéndolo despertado a tales horas el hombre apenas pudo comprender algunas palabras. Sorprendentemente le dijo:

—No te preocupes hijo, puedes tomarte el tiempo que necesites, tú cuida de tu madre.

Matt no quiso contradecir a su jefe, sonaba cansado y lo respetaba mucho, como a un padre.

Salió a regar las flores, su madre le había heredado ese amor por las rosas y en su jardín había rosales, grandes y hermosos. Lucia orgulloso siempre que veía a las vecinas un poco celosas.

El color de las rosas solo le hizo recordar la sangre.

Vio pasar al repartidor de periódicos. La noticia principal: «La serie de robos en los alrededores de Calvert St. continua.»

El periódico hablaba de una nueva víctima encontrada en un callejón aún sin identificar. Una banda estaba siendo buscada por una larga lista de robos a mano armada, ejecutados con suma violencia. Hablaba de un buen samaritano que había encontrado a la victima e informado a emergencias.

Matthew se quedó leyendo el periódico, muy sumido en sus pensamientos.

Fue la humedad que subía por sus calcetas, debido al charco de agua que se había formado, lo que lo saco de su trance.

«Pobre muchacho, lo que has sufrido… ¡Malditos!» pensó antes de recoger la manguera y entrar a su casa.

Eran las siete cuarenta.

Se preparó para ir al hospital.

Tomo una ducha. Bajo el agua caliente, que resbalaba despreocupada sobre la piel, a Matt lo invadió una idea:

«Si yo no hubiera caminado por ahí… Si hubiera comprado dos tarros de café el mes pasado… Si no hubiera entrado… Él…»

Cuando termino de vestirse, bajo a la cocina.

Miró con nostalgia el recibidor vacio, lucia gris e inmaculado. Los sillones carecían de manchas o rasgaduras, la mesita de centro con aquella cristalería pulida sobresalía colocada al centro. La alfombra beige aspirada y limpia resaltaba los muebles de madera fina, con un estilo victoriano en acabado chocolate, adornados con lámparas y decoraciones más modernas.

Antes de salir abrió las cortinas. La luz tenue del sol matutino dedicaba un tono azul-anaranjado al ambiente, entrando a través del gran ventanal y las transparentes telas, iluminando y llenando de brillo y color la habitación. Lucia como la imagen de una revista.

Salió de la casa y se dirigió al coche.

No solía usar su auto en situaciones que no lo ameritaran, siempre había pensado: «Usaré las piernas mientras estas sigan funcionando». La tienda de víveres no quedaba a más de cuatro o cinco calles, sin embargo San Martín y su trabajo estaban en el centro de la ciudad.

De camino al hospital se detuvo ante un semáforo amarillo, el conductor de atrás blasfemaba al ver que no podría pasar, Matt, al intentar verlo por el retrovisor, noto que lucía muy formal. Involuntariamente se había vestido como para ir a trabajar, llevaba una delgada corbata roja, con el nudo bien acomodado, una camisa blanca de seda, un saco azul marino con sutiles líneas de costura que le daban estilo, era sin duda hecho a la medida y muy juvenil.

Decidió, en el estacionamiento del hospital, dejar la corbata. Debido al frío de aquella mañana no pudo evitar usar el saco y el abrigo. Al bajar del auto y expirar, logro ver el vaho que salía de su boca y se desvanecía en el aire con tenuidad.

Ya adentro se dirigió directo a la sala de cuidado intensivo, al entrar había una enfermera recepcionista a la cual preguntó:

—Buenos días. Estoy buscando al joven que llego anoche con una herida en el costado y una contusión en la cabeza, ¿podría ayudarme a encontrarlo?

—¡Por supuesto! —contestó nerviosa—. Regresaré en un instante, tome asiento.

—Esperaré aquí. Gracias.

Ella salió por una portezuela que se encontraba a su espalda.

Pasaron un par de minutos antes de que Matt la viera regresar con un hombre alto, como de entre 50 o 60 años, tenía un bigote grueso encanecido, cabello obscuro y rizado, muy bien peinado. Llevaba un abrigo grueso de color negro. Su semblante denotaba rasgos característicos de su frío y un tanto antipático carácter, aunado a su postura erguida y mirada lasciva denotaban fuerza y solemnidad, seguridad y experiencia.

Al acercarse aquel hombre dijo:

—¿Es usted Matthew Collins Shepard?

—Si… —contestó nervioso.

—Mi nombre es Aaron Kreifels —le ofreció la mano a forma de saludo. Su apretón fue firme y con fuerza, después agregó—: Soy el detective a cargo del caso de August Wayne. Me informaron que usted fue quien lo encontró anoche, quisiera hacerle algunas preguntas.

—Seria un gusto ayudar —dijo moviendo la cabeza en afirmación.

—Pero antes que nada quisiera que me acompañara.

El detective lo tomo por el hombro y lo llevó a lo largo del pasillo, dieron la vuelta hacia la izquierda y continuaron, al final de aquel pasaje había una ventana que dejaba ver los majestuosos jardines por donde rondaban algunos internos, justo a la derecha estaba una habitación: La «1253».

La puerta era blanca y tenía una pequeña ventanilla por donde Matt logró ver, antes de que Kreifels abriera, al joven castaño desayunando con desgane una gelatina. Tenía un vendaje alrededor de la cabeza, cubría su frente, pero dejaba ver los un tanto desordenados cabellos lacios, finos y café claros.

Matthew entro primero, seguido por el detective.

—August, él es Matthew Collins, él fue quien…

—Hola… —salió tímidamente de entre los labios de Matt interrumpiendo a Kreifels.

August volvió la mirada, y sus ojos grisáceos se tornaron asombrados al recodar aquel rostro.

—Así que eres tú… —le dijo, y logro que Matthew le dedicara una leve sonrisa—. ¡Gracias!

A Matt lo sorprendió la tonalidad de aquellas letras que magistralmente se unían en una palabra, dotada en un sentimiento… Inexplicable.

—No tienes por qué agradecer, tú hubieras hecho lo mismo…

—¿Por qué estas tan seguro?… —preguntó, Matthew lo miro consternado—. El médico me dijo que de haber tardado unos minutos más…

Una lágrima salió de su ojo, rápidamente resbalo por la mejilla hasta la barbilla y pronto se convirtió en una mancha sobre las sabanas.

—Si tú no hubieras llegado… Yo… —agregó y levanto la cara para ver los ojos de Matt. Su mirada estaba llena de agradecimiento y tristeza—. ¡Gracias! Nunca podré pagarte lo que has hecho por mí…

—No tienes porque hacerlo, cuando entre a aquel lugar, no lo hice buscando una recompensa, lo hice por ayudar a alguien que lo necesitaba —interrumpió.

Matthew había quedado conmovido por las palabras de August, no pudo evitar que la humedad se apoderara de sus ojos, ni que una extraña sensación apareciera en su pecho.

—¡Sin duda Sr. Collins, es usted un hombre muy valiente! —dijo el detective en un tono insinuante—. No cualquiera se atrevería a entrar en un callejón húmedo y obscuro a tales horas. Fue una coincidencia bastante oportuna, ¿cierto?

Matt lo miro con indignación y dijo:

—Disculpe Aaron, ¿podemos hablar afuera?

—Será un placer —respondió. Se apresuro a la puerta y abrió—: Adelanté.

Ambos salieron. Kreifels le observo detenidamente, sabía que había logrado agitar a Matthew y esperaba una reclamación.

—¡No me gusta para nada su peculiar tono de voz, Aaron! —le dijo Matt en un tono de molestia, pero guardando cuidado de no elevar la voz—. ¡Si tiene algo que decir, prefiero que sea directo!

—Bien dejare los rodeos. ¿Qué es lo que estaba haciendo anoche en las cercanías de Calvert St., antes de que se encontrarse con la victima? —preguntó sin siquiera cambiar su semblante.

—Yo había estado haciendo compras.

—¿Qué clase de compras?

—Víveres, surtía mi despensa.

—¿A las 23:25? Dígame ¿qué ciudadano, en su sano juicio, hace las compras tan tarde? —preguntó con aquel tono insinuante.

Matthew un poco harto cruzó los brazos, miro al detective con intensidad, suspiro y contestó:

—Tengo un trabajo que consume mí tiempo hasta tarde en ciertas temporadas… Yo a veces no compro lo suficiente y tengo que ir en la noche a la tienda más cercana que tiene servicio de 24 horas.

—¿Qué tienda?

—Supermarket 24/7, esta a unas calles de Calvert St.

—¿Tiene manera de comprobar que fue?

—Deje mis compras en…—hizo una pausa y recordó que había olvidado el recibo y la bolsa con sus compras—, ...el callejón donde encontré a August. El recibo estaba en la bolsa.

—¡Que afortunada coincidencia! —dijo en un intento de molestar a Matt, este se limitó a míralo con ira. Kreifels agregó—: Llamaré para verificar si efectivamente había una bolsa de víveres en la escena. ¿Tiene algo que hacer el día de hoy?

—Tengo el día libre —contestó más calmado.

«¿Libré? —se preguntó a sí mismo el detective—. ¿A caso no…?»

—Eso es muy conveniente, necesitaré revisar otras cosas con usted, quédese…

—¿Acaso sospecha de mí? —interrumpió.

Kreifels lo miró sin expresión alguna y respondió:

—Usted llamó a emergencias, ¿cierto? Y según la prensa es un «héroe». No tendría porque desconfiar, ¿o sí?

Matthew entendió bien las insinuaciones del detective. Y antes de poder decir algo un doctor se acerco a ellos.

—Detective Kreifels, aquí están los resultados del examen. Lamento decir que son positivos.

—¿Examen de qué? —preguntó Matt.

—¡De violación! —respondió Kreifels, mirando con severidad a Matthew.


Continuara.

Notas finales:

Espero lo hayan disfrutado. Acepto todo tipo de sugerencias y críticas. 


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