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CATFISH: ¿Quién es ella? por Sly Blue Memoryof Amber

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Notas del capitulo:

¡Primer capítulo! Esta historia al parecer no tuvo buen recibimiento. ¡Pero no por ello la dejaré, aún si no hay comentarios. De igual forma agradecería muchísimo su opinión. 

Besitos de mantequilla (???). Fue exagerado... ¿verdad? De igual forma, ¡gracias por leer!

Se escuchó el estruendo de varias cajas caer al piso y entre ellas se encontraba un pequeño rubio, quien con dolor en ambos brazos, se levantó. Enseguida el claro grito de Stephen Stotch, sacó al pequeño Leopold de su mundo. Levantó como pudo todo lo que encontraba a su paso. Algunas herramientas pesadas y clavos quedaron por todo el piso del garaje. Eric simplemente miraba al Stotch menor correr por todo el lugar, intentando recoger el gran desastre que había causado. 

 

—Oh cielos, mi padre me matará.


—Butters, ¿qué es todo ese ruido? Has asustado a tu madre y se ha quemado con la sartén.


—Lo siento.
Y ahí estaba Butters, frotándose los nudillos como un gran habito del que no podía deshacerse.


—Buenas tardes señor Stotch —canturreó Eric como blanca paloma. Si castigaban a Butters, no podría avanzar con su plan—. Lo sentimos mucho, prometo que no volverá a suceder.


—Oh, Eric. Bueno, supongo que están ocupados. Sean cuidadosos —y el mayor se retiró.


Por alguna razón. El regordete siempre pudo manipular a los mayores y eran muy pocas personas a las que no podía influenciar tan fácil. Por suerte el Señor Stotch nunca fue muy suspicaz.

 

Ambos chicos hurgaron en la caja que cargaba la etiqueta “Halloween”. Ahí era donde el rubio guardaba todos los disfraces. Cartman enarcó una ceja cuando dio con un casco hecho de aluminio. ¿Enserio aún conservaba ese disfraz tan tonto? Butters no dijo nada al respecto. Sus cosas de la niñez siempre fueron algo de suma importancia para él.
A Eric lo surcó una sonrisa de oreja a oreja, ¡bingo! Había dado con el tesoro perdido.

Se dirigieron rápidamente a la casa contigua, la de los Cartman. Eric no perdió su tiempo al subir escaleras arriba, dejando a su madre con la palabra en la boca —como siempre—. Stotch saludó a Liane y siguió los pasos del castaño. Pobre señora Cartman, nadie comprendía cómo podía ser  tan paciente con su hijo.

El rubio buscó a Eric en su habitación, pero este no se encontraba ahí. Se quedó parado en el marco de la puerta, cuando el gordo llegó empujándolo al pasar. Por supuesto que Eric no se disculparía, Butters ya no lo esperaba, simplemente se dedicó a observar lo que el Cartman menor había dejado en la cama.

¿Qué planeaba hacer Eric con tanto maquillaje y prendas tan provocativas? A veces no comprendía cómo maquinaba la cabeza del castaño. Los escalofríos lo recorrieron por alguna razón, de tan solo imaginarlo.

 

—¡Butters! No te quedes ahí parado, entra y cierra la jodida puerta.

—Ya voy —hizo exactamente lo que le habían pedido y cerró con seguro la puerta de la habitación.

 

¡Los nervios no tardarían en perseguirlo y matarlo! No había podido dejar de frotar sus nudillos, insistiendo en encontrar un poco de calma. Eric lo tomó del brazo y lo sentó en la sillita giratoria frente al computador portátil.  El castaño llevó en sus manos hasta el escritorio, un par de cremas de dudosa procedencia y sombras, junto con un polvo compacto. Chasqueó la lengua y salió de su habitación nuevamente, azotando la puerta. Que Eric no le dijese que estaba planeando hacer con todas esas cosas, lo colocaba de más exacerbado. El silencio sepulcral reinó hasta que la puerta se abrió de nueva cuenta. Leopold dio un brinco en su lugar al ver la prenda de lencería que el gordo llevaba en manos. ¿La señora Cartman no lo reprendería por tomar su ropa interior?

 

—¿Qué es eso Eric?
Su rostro perturbado o mejor dicho, exasperado, dejaba entrever que no deseaba ser parte de lo que sea que Eric planeaba.

—Olvidaba que eres más virgen que Pip —le estampó el sostén en el pecho y tomó la peluca examinándola—. ¡Mierda! Olvidé la cinta adhesiva.

 

En cuanto Eric desapareció por la puerta de su habitación; Leopold se levantó de la silla dispuesto a irse, lástima que Cartman no tardó mucho en regresar e inspeccionar su mochila. Ahí estaba, ¿para qué el castaño guardaría cinta adhesiva en su mochila?  

 

—Olvidé que la guardaba en mi mochila —inspeccionó al rubio, y enseguida lo fulminó con la mirada—. ¿A dónde vas? Siéntate, Butters.

—Eric, debo ir a hacer mis deberes, también tú —se excusó, pues sabía de todo lo que era capaz Cartman.

—Butters, escucha —el castaño estaba a punto de dar uno de esos discursos en los que Leopold caía con rapidez y sin esfuerzo—. Esta persona me está jodiendo. Violó mis sentimientos hasta dejarlos hechos mierda. Tienes que ayudarme.

 

El rubio giró la vista a cualquier lugar de la habitación. Cartman podía estar diciendo la verdad esta vez, ¿no? De cualquier forma, a lo largo de la primaria y secundaría, el único que le hizo compañía fue Eric. No podía negarse a darle de su ayuda.
Butters suspiró antes de asentir y volver a la silla con rueditas. Esta vez esbozó una sonrisa, esa característica curvatura de labios radiante en ternura.

Cartman procedió con su plan y tomó una pequeña esponja, llenándola de esa cremita en color beige. Le aplicó la base en el rostro. La mezcla en lugar de darle un aspecto pulcro a la piel del menor, se veía sumamente pastosa. Un desastre a palabras más simples.
Leopold no se quejó sin embargo y dejó que el gordo siguiera colocándole un sinfín de cosas en el rostro.  Cuando le aplicó el polvo, comenzó a parecer un payaso, con unas mejillas coloradas en un rosa estrafalario y el contorneado de los ojos de un azul que lo hizo lucir bastante feo.



—¡Mierda! Es porque eres muy feo, Butters —lanzó un Cartman molesto. Sin duda lo había empeorado todo, y eso que aún no le ponía el lápiz labial ni la peluca. ¡Un desastre total!— Tiene que haber una forma de hacer que te veas menos soso de lo normal.

Butters tomó el pequeño espejo compacto recargado en la encimera de Eric. Tenía razón, se veía completamente horrendo.

 

—¡Salchichas! —buscó esta vez una toalla para limpiarse el rostro y fue el castaño quien en un arrebato de ira le lanzó una de sus camisetas sucias—. Eric, creo que puedo hacerlo yo —sugirió el rubio. Las chicas le habían enseñado algunos trucos en aquella pijamada, donde apenas se trataba de un crío. Por su parte el otro decidió dejarle ese cometido, se lo dejó claro al encogerse de hombros. Ahora definitivamente el culón creía un marica al menor.

 

Mientras el castaño buscaba su cámara digital entre el montón de artefactos dentro de su closet. Leopold se dedicaba a quitarse la asquerosa plasta que destruía su limpio cutis. Colocó el espejo de una manera que este pudiera sostenerse y dejarle las manos libres.
Una vez listo, tomó el polvo compacto y dio pequeños golpecitos sobre su níveo rostro. Tomó el rubor con la esponja que ante Eric había utilizado y colocó rubor de a poco sobre sus mejillas, de un rosa mucho más claro y natural, esta vez destellaba un aspecto bastante fresco y nada escandaloso. De hecho, al colocarse un poco mascara para pestañas, Butters se dio cuenta de algo… Tenía un rostro bastante fino y con un poco de maquillaje, bien podía pasar por una chica. Le hizo pronunciar una mueca, ¿tan poco masculino se veía? Tal vez por ello su padre lo creía homosexual.
Se deshizo de la idea y siguió tal como Heidi y Bebe le habían indicado.
Con cuidado tomó el rizador de pestañas y pellizcándose un par de veces, al fin logró el cometido en ambos ojos.
Prefirió no ponerse ese labial estrafalario de un rojo tan indecente que hasta haría envidiar a una zorra. En su lugar, tomó un pequeño contenedor de brillo para labios y fue lo único que se colocó. Ahora… ¿Por qué debía usar maquillaje? Se le vino a la cabeza esa ocasión en la que Cartman le había hecho vestirse como Courtney Love.

¡Listo! Terminó. Antes de preguntar acerca de su aspecto, las carcajadas del gordo inundaron las cuatro pares. Estaba tirado en el piso totalmente descolocado de sí. ¿Tan mal se veía?
El Stotch se revisó una vez más en el espejo, pero no encontró su aspecto desagradable… Bueno, dejando de lado que era un chico, no estaba tan mal como la “payasada” que había hecho el castaño.

 

—No puede ser, te ves como todo un marica —Cartman golpeaba la puerta del closet a puño cerrado. Se le veía divertido y a diferencia del otro que con toda la inocencia del mundo, en lugar de molestarse, se le unió riendo. Imposible no contagiarse—. Ya, en serio… Tienes que verte, no puedo creer que enserio parezcas una niña, y de las feas —esta vez sí hirió los sentimientos del hawaiano—. Esto será demasiado fácil. Ahora quítate la ropa.

 

Butters negó, lo que hizo fatigar a Eric. Ambos forcejearon, pero debido a la gran masa corporal del gordo, este ganó el poderío y terminó quitándole la sudadera al menor. El rubio se descolocó, ruborizándose de momento, fue una suerte que el maquillaje lo cubría. El mayor lo hizo levantarse del suelo donde había terminado el forcejeo. Le levantó los brazos y con una mirada maliciosa, tomó la cinta adhesiva colocándola justo debajo del pecho ajeno, arriba de la cintura. Leopold se sorprendió al ver que Eric le había creado un par de pechos falsos con la piel de los costados y parte de su pecho. De hecho, había quedado casi plano, lo que les dificultó a la hora de ponerle el sostén.

Lo que no esperaban, era que Liane entrara irrumpiendo en la habitación con un plato lleno de galletas con chispas de chocolate y un par de vasos con refresco. La señora Cartman se quedó en el marco de la puerta tratando de interpretar la escena, y mientras Stotch se moría de la vergüenza, Eric bufaba molesto.

 

—¡Ma! ¿Qué no te enseñaron a tocar antes de entrar? —refunfuñó Eric, a lo que su madre no respondió pues estaba bien atenta a la “jovencita” justo detrás de su hijo—. ¡Mamá, fuera de mi habitación!  —continuaba gritando mientras le arrebataba la bandeja de galletas.

 

Empujando a su madre tras el marco de la puerta, terminó de recriminarla hasta que esta salió. Ahora Butters se encontraba tras las cortinas de la ventana. ¿Y sí la señora Cartman le decía a sus padres? ¡Jesucristo! Ya se veía encerrado por los próximos cinco meses en el internado para bi-curiosos. La última vez no tenía idea de lo que ese lugar le hacía a las personas, pero ahora que estaba consiente… Temía regresar.

El hijo de Liane rodó los ojos y sacó al rubio de su escondite. Butters tenía los ojos cerrados y apretaba sus puños, lo que facilitó al castaño el colocarle el corsé de su madre. El menor abrió los ojos con curiosidad, explorando lo nuevo que el otro le había puesto; dio un salto en su lugar y lo miró asustado.
Ya era demasiado tarde para reprochar, pues la prenda se ajustaba y le daba una forma de reloj que el Stotch nunca creyó lograr. Las muecas no se hicieron esperar y los ligeros jadeos a causa de la falta de aire.

Cartman observó bastante contento su obra. El busto falso se veía ahora más grande y la cara de Butters pasaba de blanca a roja. Eric rodó los ojos como por quinta vez en el día. Pensaba realmente en que el rubio era un completo marica sin aguante, pero la razón del próximo delirio del menor, sería ese maldito corsé. ¿Cómo es que una mujer podía soportar tal artefacto de tortura medieval?

Entre tanto el de ojos azules deseó vomitar, sintió algo pesar un poco en su cabeza. El castaño le colocaba la peluca y de repente sintió de nuevo el aire pasar por sus pulmones. Jadeó de alivio. Eric había aflojado un poco la razón del calvario ajeno.

 

—¡Carajo! Creí que no podía haber algo más homosexual que Kyle.

—Pero yo no soy homosexual, Eric.

 

El gordo le extendió el espejo a Stotch y este cambió su expresión de inmediato. Se veía realmente… ¿bien? Eso creía, se dio hasta el tiempo de acomodar la peluca de una forma que le favoreciera. Sus albinas cejas combinaban bien con el tono de la cabellera falsa.

Un flash lo hizo retirarse de su mundo de ensueño. Lo que necesitaba Eric, eran un montón de fotos seductoras y otras un poco más decentes; de esa forma podría atraer a su víctima.
Le retiró la colcha a la cama y continuó por quitar los posters que estaban en la pared. Lo primero era eliminar la evidencia, de que se trataba del cuarto del gordo.

 

—Siéntate en la cama, y ponte esto —arrojó a Butters una camisilla de seda rosada. Simple y delgada, por suerte la prenda le hizo resaltar la figura simulada.

 

Más pronto que tarde, el menor ya posaba sobre la cama de Eric –aunque contra su voluntad, la mitad del tiempo-. Unas poses inocentes y una que otra más atrevida, donde se lograban ver los senos que no existían. Cambiaba de camiseta y el ciclo se repetía. Junto a la ventana o enfocando cualquier esquina de la habitación.

Una vez finalizado, Leopold se dirigió al baño deshaciéndose de todo el engaño; pero el joven muchacho, no tenía idea de a quién iba dirigida la venganza de Cartman.

Al salir del cuarto de baño, se encontró con Liane quien le sostuvo la mirada un rato. Butters desvió la suya hacia abajo, a cualquier esquina. Pronto sintió unas palmaditas en el hombro, lo que lo hizo girar la mirada en torno a ella. Una sonrisa se plasmó con encanto en la castaña y esta habló en un susurro, con el calor que solo una madre podía.

—No te preocupes cariño, no le diré a nadie —soltó de repente. La mujer parecía conocer bien la razón de su preocupación—. Si necesitas decir cualquier cosa, sé que Cartman podrá ayudarte; él es un buen chico y me alegra que tenga a un amigo tan fiel como tú.

Dicho aquello, la señora Cartman regresó a la sala de estar, no sin antes regalarle otra sonrisa más al rubio, quien había conseguido calmarse al fin. A pesar de ser una mujer tan “indecente” como las lenguas decías, lo cierto yacía en que… Liane Cartman, estaba hecha una completa dulzura. De esas personas con una amabilidad tan grande, que cualquiera se aprovecharía; justamente igual a Leopold.

Cuando Stotch entró a la habitación de Eric, este ya se encontraba frente al computador tecleando un montón de cosas, y se podía escuchar claramente como intentaba contener la risa. Butters se acercó para ver mejor lo que hacía. Facebook estaba abierto en el ordenador, pero no se trataba de la cuenta de Eric, claramente era una cuenta falsa a nombre de “Marjorine Miller”. Pudo visualizar entonces la fotografía de perfil. Un Leopold Stotch sonriente, con un semblante lejano a la inocencia, se veía claramente la seducción en tono recatado. ¿Eso era posible? Dicen “ver para creer” y lo estaba comprobando.
En la información figuraban un par de datos, como la fecha de cumpleaños, —falsa también—. Al parecer la muchacha que el castaño había creado, vivía en Kansas y se trataba de una modelo que estaba a punto de concluir sus estudios de preparatoria.

Entre los contactos que apenas habían aceptado la cuenta, se encontraba cierto chico de cabello rubio y ojos azules.

 

—Kenny aceptó la solicitud de amistad —releyó Butters al tiempo que Eric desplegaba el menú de las notificaciones—. ¿Agregarás a los alumnos de la escuela?

—No soy tan tonto, Butters —regañó el culón—. Solamente agregaré a un par, y ni siquiera se te ocurra agregar tu cuenta, la mía o la del estúpido judío.

—¿Entonces por qué has agregado a Kenny? —preguntó con toda la inocencia del mundo.

—¡Porque ese cabrón debe pagar lo que me hizo! ¡Mierda, Butters! ¡Cierra la boca!

 

Leopold sintió un pinchazo en su pecho y después la cabeza le dio vueltas. Comenzó a frotar sus nudillos con más insistencia que antes. Sentía la culpa corroerle por dentro. No quería hacerle algo malo a McCormick, él le caía bastante bien y de hecho era de los pocos compañeros de toda la vida… de los que a decir verdad, apreciaba.

Se le lanzó encima al gordo intentando llegar al computador y eliminar la cuenta. Aún había tiempo. El menor no sabía qué era lo que Eric planeaba, pero lo que pasaba por su perturbada mente, nunca fue algo bueno. El pánico se apoderó de Stotch cuando el sonido de una nueva notificación salió de las bocinas.




** Tienes un mensaje nuevo **

Kenny McCormick dice:
           “Hola preciosa, gracias por agregarme”
          “¿Cómo estás?”

 

Lo que Leopold Stotch sintió en ese preciso instante, no tenía precio y tampoco explicación. A pocas palabras, se sentía el chico más ruin de South Park. ¿Por qué?... No detuvo a Cartman a tiempo y eso que había tenido la oportunidad; ahora estaba involucrado.

 

—Lo tengo —dictó el castaño, jactándose de su logro—. Vas a pagar caro, Kenneth. 


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