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Still Here por gaemi

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Notas del capitulo:

No tenía planeado subir este fic, a decir verdad, ya llevaba bastante tiempo guardado aún ya terminado. Ni siquiera shippeo esta couple, pero cuando se me ocurrió la trama de inmediato pensé en ellos y me decidí a hacerlo. Puede que la historia sea un poco peculiar, pero espero que al menos le agrade a alguien.

Por otro lado, a los lectores de mis demás historias quiero pasar a avisarles que voy a tardar mucho más de lo que me gustarìa en actualizar. La primera razón es que he entrado ya a clases y bien dicen que el segundo año de la preparatoria es el más dificil porque nos están enterrando bajo montañas de tarea aun en la primera semana. En fin, así es la vida, pero quiero que comprendan porque no actualizo: mi tiempo libre se ve reducido casi al minimo. Para terminar de arruinar las cosas, se me ha descompuesto mi lap donde escribo, el disco duro se arruinò y ahì tenìa ya sin editar los siguientes capìtulos de todos mis seriales. No los tengo guardados en ningùn otro lado, y la verdad el mero hecho de pensar en reescribirlos de cero me desanima un poco, pero ya lo harè, cuando tenga tiempo.

No los atosigo màs con estas cosas, en fin. 

Disfruten la lectura<3

Jackson seguía a Mark a todos lados como una sombra. Aunque lloviera, aunque hiciera un calor infernal. Y cuando nevaba, él lo dejaba pasar a su casa.

 

Cada mañana, Jackson esperaba a Mark en el portón de su casa, y le acompañaba hasta el colegio. Hablaban muy poco, pero se rozaban mucho. Mark lo mantenía a su lado, le regañaba cuando se cruzaba la calle sin fijarse y de vez en cuando dejaba sutiles caricias por su pelo. Se separaban al llegar a la escuela, y Jackson se iba por su lado. A la salida, siempre estaba ahí puntual, esperando a Mark.

 

A veces se peleaban. Mark le gritaba, Jackson no lo hacía, ni aunque hubiera podido. No le levantaría la voz a Mark. Solo se daba media vuelta y corría en dirección contraria. Y al rato, Mark lo encontraba al fondo del mismo callejón de siempre, escondido bajo cajas de cartón.

 

—Cuando nos peleábamos, también se escondía aquí—murmuraba Mark con la mirada ensombrecida y los ojos rojos, abrazando contra su pecho a Jackson—. ¿Por qué eres tan parecido a él?

 

Jackson nunca respondía. Prefería quedarse callado, aunque él no fuera así. Después de todo, cuando estaban alegres y el sol brillaba sobre las copas de los árboles, jugaban y corrían por los pastizales. Jackson les saltaba encima a Mark y lo derribaba, y él no dejaba de reír debajo de su cuerpo.

 

Al padre de Mark le daba ternura ver a Jackson siempre afuera de la casa cuando Mark salía con sus amigos,  asomándose por la ventana, sonriendo entusiasmado y saludando cada vez que se topaba con un miembro de la familia Tuan. Cuando Mark aparecía, lo dejaba entrar a la casa y se sentaba a su lado en la mesa, aunque la señora Tuan no parecía del todo de acuerdo, arrugando la nariz mientras dejaba un plato de sopa frente a Jackson.

 

Aquella nublada y húmeda mañana de noviembre Jackson notó de inmediato que algo no andaba bien. Mark salió muy temprano de la casa, aun cuando era domingo. Iba todo de negro, con un saco, jeans y una playera de cuello de tortuga. Sus tenis se veían más desgastados y sucios que de costumbre. Y sostenía un bonito ramo de rosas rojas y nubes. Jackson frunció el ceño y Mark sacudió la cabeza.

 

—No importa—avanzó hacia la calle—. ¿Quieres acompañarme? Anda, vamos a verlo.

 

Su mirada estaba apagada, fría, desolada. Jackson se preguntó que le pasaba, no se había percatado de la fecha. Y quizá de haberla sabido tampoco hubiera entendido. Pero siguió a Mark. Un par de cuadras más, hasta llegar al cementerio. Jackson sintió una enorme presión en el pecho apenas entrar. Se repegó a Mark, y éste lo acarició débilmente, hipeando. Al llegar frente a una tumba en específico, rompió a llorar. Jackson quiso consolarlo, preguntarle qué era lo que pasaba, pero no pudo hablar.

 

Mark cayó de rodillas frente a la tumba, soltando las rosas para dejar sus manos libres y poder acariciar la lápida con las manos temblorosas. Se cubrió el rostro con un brazo, tratando de ahogar sus gemidos. Jackson dejó pequeños besitos en la mejilla ajena, pero nada podía calmar al mayor. Entonces, Jackson se fijó en la leyenda de la tumba:

 

Jackson Wang. 1994-2014

 

Estaba muerto. Jackson estaba muerto. Entonces, ¿Quién era él en esos momentos? Y un vistazo en un charco formado a un costado de la tumba le explicó porque Mark llevaba un año sin besarlo en los labios, sin ir a cenar con él a sitios románticos, sin compartir sus gorras y sus sudaderas, sin dejarlo dormir en su cama ni hacer otras cosas ahí…

 

Su reflejo no era humano. Era un perro, negro, peludo y despeinado.  Grande, esbelto, fuerte, como lo fue en vida. Pero en el cuerpo de un perro.  Miró de nuevo a Mark, a la tumba, y lanzó un desgarrador aullido hacia el cielo. Un trueno resonó a lo lejos. Ojalá nunca se hubiera dado cuenta de lo que era ahora, ojalá siguiera pensando que era humano.

 

—Te extraño, Jackson, te extraño muchísimo…—murmuró Mark con la voz entrecortada, abrazándose a Jackson cuando lo escuchó comenzar a gimotear. Quizá aquel animalito que había encontrado como un cachorro recién nacido semanas después de la muerte de Jackson quisiera acompañarlo en su dolor. Quizá él si entendiera lo mucho que amó, lo feliz que fue. Lo destrozado que quedó.

 

Jackson quiso decirle que no llorara, que estaba ahí, frente a él, abrazándolo. Que todavía lo quería. Que nada había cambiado. Pero no era así, todo era diferente ahora. Ya no podía besar a Mark, ni abrazarlo. No podía hablarle, ni acariciarle. En cambio, solo podía lamerle el rostro, darle la patita, ladrarle, babearle la cara. Nada de eso serviría. No para transmitir lo que sentía por Mark, que era mil veces más grande que cualquier acto que fuera capaz de realizar.

                                                

Y se dio cuenta de que ya no podía hacer nada. Mark nunca sabría que él era Jackson, en otro cuerpo, pero vivo y a su lado al fin y al cabo. El mayor se levantó de pronto, acomodó las rosas sobre la lápida y dio media vuelta para salir de ahí. Jackson le siguió trotando.

 

—Él lo era todo para mí—explicó, quizá hablaba solo, quizá se lo decía al perro. Ni el mismo lo sabía, pero necesitaba decirlo. Quería que todos supieran lo mucho que quiso, que aun quería a Jackson Wang—. Aún me hace falta.

 

—“Pero estoy aquí” —las palabras de Jackson se transformaron en un ladrido, y el soltó un par de gemidos, frustrado.

 

— ¿Tú crees? —Mark volteó a verlo, haciendo como que entendía lo que le había dicho—. Yo también pienso así, que él me cuida desde el cielo.

 

Jackson sacudió sus orejas.

 

—Dicen que los animales pueden ver a los muertos. Si él ha regresado, aunque sea solo por hoy, ¿puedes verlo? —se inclinó frente al perro, quedando frente a frente. Jackson soltó un doloroso aullido—. Lo siento, no quería hacerte sentir mal.

 

—“Qué tonto, se disculpa con un perro”—Jackson emitió un gruñido que claramente Mark no pudo interpretar.

 

Cuando Mark llegó a casa su madre corrió a abrazarlo, y él dejó palmadas en la espalda de la mujer para tranquilizarla, tras un “todo está bien” muy poco convincente. Jackson se quedó en la puerta, como siempre. Apenas había entendido porque habían dejado de invitarlo a pasar, y dejó de sentirse ofendido. Resignado, dio de vueltas sobre el tapete de la entrada y se hizo bolita una vez estuvo cómodo.

 

— ¿Aún no te decides por aceptar a Hocicos? —le preguntó su padre a Mark, sosteniendo el periódico entre sus manos mientras observaba a Jackson desde la ventana.

 

—Prácticamente es nuestro, siempre está ahí afuera.

 

—Pero solo te sigue a ti—apuntó Joey, su hermano.

 

— ¿Ah, sí? —Mark parecía perplejo—. Creí que era así con todos.

 

—Pues no, eres su favorito de la familia—rió su padre.

 

Mark no quiso cenar; en cambio, subió de inmediato al su habitación. Algo había hecho click en su cerebro.

 

Busco las cartas, las notas, todos les regalos que le había hecho Jackson cuando eran novios. Entonces la encontró, al fondo de un cajón. Una foto de Jackson y él junto con una perrita encinta, callejera, de negro pelaje. Era idéntica al perro que siempre los seguía. La encontraron moribunda a unas calles del colegio y la cuidaron durante una semana antes de llevarla a un refugio para animales, justo cuando faltaban pocos días para que diera a luz. Jackson y él pensaban ir a ver a los cachorros, cuando ocurrió el accidente, y solo quedó Mark.

 

Aquella noche Jackson había salido entusiasmado a un súper mercado a comprar alimentos y collares para los perritos en su auto. Al salir, una lluvia torrencial se cernía sobre la cuidad. Tal vez Jackson iba muy cansado y no se fijó en aquel tráiler que se apareció de frente en su carril. Quizá alguno de los dos iba demasiado rápido para sortearlo. Jackson siempre había sido un héroe sin superpoderes. No era inmortal. Mark sabía que algún día habrían de separarse, pero nunca pensó que fuera a suceder tan pronto.

 

Al reverso de la fotografía, estaba la huella entintada de la pata de un perro. Llevándola entre sus manos, bajó a toda prisa y Jackson se paró de un salto cuando Mark abrió la puerta. Al mayor nunca se le había ocurrido que aquel podía ser el hijo de la perrita que rescataron, porque de ser así, ¿qué razones tuvo para huir de su cómodo refugio, del cálido regazo de su madre, y quedarse cada día frente a la puerta de Mark, a pesar del hambre y las inclemencias del tiempo?

 

Nació el día en que Jackson murió. Porque Jackson había vuelto para él. Ahora lo comprendía. Quiso abalanzarse sobre él, abrazarlo, lo que fuera, pero seguía siendo un perro.  Ya no era humano, pero estaba a su lado. Le bastaba con eso.

 

—Entonces tu nombre no es Hocicos… —murmuró con una risilla.

 

Hizo entrar a Jackson, quien agitó la cola emocionado y se trepó de un salto al sillón, frente a la televisión que estaba encendida. Su madre miró a Jackson con el ceño fruncido, igual que siempre.

 

—Creo que después de todo me lo quedaré. Jackson lo habría hecho. Ahora es mi turno.


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