Capítulo Único.
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El calor sofocante y el sudor recorriendo cada minúscula parte de su piel hicieron dudar a Ciel, preguntándose si no sufriría una insolación. Aunque tenía una sombrilla, el hecho de estar sentado sobre una toalla húmeda, y a su vez, sobre la arena sucia de la playa, no dejaba de ser irritable para el joven adolescente. Bebió de su agua mineral y le dio vuelta a la página al libro que leía.
— ¡Cieeeeeeeel~!—su ya no tan pequeña prima Elizabeth, en la cual la pubertad comenzaba a trabajarle bien, lanzó un chillido desde el mar para atraer su atención. Su bikini rosado y sus coletas llamaron la atención de uno que otro hombre, y Ciel agradeció que no iban solos. Bard, primo de ambos que ya entraba en los treinta, se encargaba de ahuyentar cuanto pedófilo se le cruzara a su prima.
Alzó la mano en forma de saludo por cortesía y se sacudió un poco de arena de su camiseta. Admiró sus piernas blancas, que no habían recibido tanto sol desde que aprendió a sumar y a restar. Sus pies, arrimados cuidadosamente para no tocar la arena, eran tan blancos que parecían de algún enfermo. La manera en la que Ciel cuidaba de su cuerpo era sumamente quisquillosa, siendo esa salida a la playa una obligación impuesta por su padre más que un disfrute personal. “Acompaña a tu prima, es una orden, hijo” le había dicho por la mañana, en la que fue sacado de su cama. No bebía nada más que agua, y no comía más de lo estrictamente necesario, siendo regla general no ingerir nada pasadas las cuatro de la tarde.
Ciel lanzó un suspiro cuando se dio cuenta de que había leído la misma línea tres veces. Por fin se había aburrido del libro que le dio su amigo Alois. Sin embargo, algo lo tomó por sorpresa. Al momento de alzar la mirada distraídamente antes de cerrar el libro, sus ojos chocaron con otro par. Y Ciel supo que era observado.
No sabía desde cuándo, pero sí intuía que llevaría algunos minutos. Se descubrió aflorando una pequeña sonrisa al ver que el chico tenía agallas por sostenerle la mirada aun sabiéndose descubierto. Sus ojos, de un borgoña curioso, desprendían una chispa sarcástica que encantó más que le disgustó a Ciel, siendo él una persona con la paciencia limitada. Comenzó a guardar el libro en su mochila y se acomodó mejor en la toalla, ignorando al personaje. Bard pronto apareció bronceado, y Elizabeth venía detrás de él. El pie magullado de Elizabeth no fue novedad, ya que Bard y su primo, conocedores de todos los males del mar, esperaban algo como eso. Pronto la salida se canceló y comenzaron a recoger sus cosas.
— Y yo que quería nadar un rato con Ciel. —dijo Elizabeth, haciendo un puchero.
—Para la próxima será. —y con ese comentario, bastó para mantener a su prima contenta. Sabía que no habría próxima en un largo tiempo.
Dirigió una última mirada hacia atrás, para volver a mirar al chico, que a su vez, le miraba a él. Alto, fornido y moreno. Y allí lo vio por primera y última vez. Sacudió su mano en señal de despedida, y fue correspondido. Su corazón se agitó y un calor subió a sus mejillas junto a un amargo sabor a decepción. No habría una próxima salida a la playa en compañía de sus primos, ni mucho menos le volvería a ver. Su ingreso al hospital ya tenía fecha, y sus meses de vida estaban contados.
Se recompuso volviendo a su expresión neutral de siempre. La vida estaba llena de decepciones y momentos de injusticia, y esta, era una de esas tantas. Ciel lo sabía mejor que nadie.
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