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Funny Lust Night por Angie Sadachbia

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Notas del fanfic:

Parte del Amigo Secreto jugado en Grimoire.

Mi amiga secreta es SatsukiSakaguchii, ¡que disfrutes de tu fic! :3 

Funny Lust Night

La tenue luz solar que se lograba colar en un día nublado podía verse, con dificultad, a través de las ventanas empañadas de una cocina ubicada en uno de los departamentos del vigésimo piso de ese no tan modesto edificio. El inquilino, un joven de aspecto extravagante, atravesó sus dominios con destino a ese rincón. Lo primero que hizo, fue tachar el número veinticuatro en el calendario. Una sonrisa de melancolía se dibujó en su rostro al notar la fecha actual.

Puso su desayuno en el fogón de la cocina para darle algo de temperatura a ese helado día, que había amanecido con una suave nevada. La calefacción no funcionaba adecuadamente, aunque eso no le molestó demasiado. Al pasar algunos minutos, se sirvió una gran taza de chocolate y la adornó con pequeños malvaviscos de colores navideños.

Eran las seis de la mañana y, a pesar de que se fue a dormir aproximadamente a las dos, sentía la necesidad de vigilar la bulliciosa ciudad desde antes del alba durante esa fecha en especial.



Tres semanas antes

En cuanto su jefe le dio las indicaciones que estuvo esperando por casi un año, se puso manos a la obra. Abordó un vuelo a Inglaterra, rentó un departamento cerca de la estación del Blackfriars y se dedicó a reconocer esa ciudad que estaba mucho más grande de lo que la recordaba.

Kai estuvo comunicándose con él hasta que las cosas parecieron marchar sin problema. Por orgullo o por estupidez, Aoi nunca reportaba los inconvenientes que tenía y esa era la principal razón por la que fuera la enésima vez que se enfrentaba a la misma fallida misión de antes. Su principal obstáculo en esta ocasión, era el tamaño de Londres y que estaba muy habitada, además de no saber cómo era lo que buscaba.

Nadie sabía cómo era, por eso el desafío tenía una dificultad especial. Siempre cambiaba de forma, iba de un lado a otro y se adaptaba con una facilidad increíble. En su búsqueda, Aoi había viajado a todos los países del mundo en los últimos siglos y nunca permitió que alguno de sus compañeros tuviera la oportunidad de vencerle. Con mil seiscientos intentos y mil seiscientos fracasos en su haber, tenía un reto personal que pretendía cumplir sin importar cuántos cienes más le tomara.

Aoi era parte de una organización cuyo objetivo era arruinar las festividades alrededor del mundo, cuyo miembro más célebre era el expulsado Grinch. Su jefe, Kai, era el líder y pertenecía al grupo de las ausencias (de ahí que casi nunca lo viera), su labor era asegurarse de que siempre alguien importante faltara al evento relevante del momento. De sus decenas de compañeros, tenía dos a los que consideraba sus amigos: Ruki, que pertenecía al grupo de la discordia y mantenía una manzana de oro en sus manos, recuerdo de su idolatrada Eris; y Uruha, encargado de matar el encanto de la celebración.

Aoi pertenecía al grupo de las travesuras, esas que siempre provocan desastres y arruinan la celebración por la gravedad de las consecuencias. Su aspecto evocaba a un adolescente humano, el color oscuro de sus cabellos laceos y despeinados, junto a la mirada jovial, hacían parte del camuflaje. Lamentablemente para él, su don incluía la cualidad de distraerse de lo importante y de tener una impulsividad arrebatante. La misión a la que se enfrentaba, una vez más, era dar con el espíritu navideño para arruinar las fiestas.

Uruha ya lo había intentado antes, completamente dispuesto a matar a la encarnación de las fiestas con tal de asegurarse de que la celebración muriera. Para su pesar, no tenía la paciencia necesaria para realizar una búsqueda tan extenuante e infructífera. Después de tres fracasos, tiró la toalla. Ruki tuvo su oportunidad colateralmente durante una gran guerra que dividió naciones en medio de un episodio de discordia internacional. Infortunadamente, la navidad durante esa guerra fue la excusa perfecta para dejar la discordia de lado.

Kai, el más longevo de todos, había tenido varias oportunidades desde que la celebración se trataba de orgías, banquetes y desmanes durante la época romana. La ausencia de seres queridos, sin embargo, no parecía tener el efecto deseado: por el contrario, parecía fortalecer el espíritu navideño.

La travesura encarnada había decidido arruinar para siempre la navidad. Sorpresivamente, lo había intentado más veces de las que cualquiera le hubiera apostado. Su plan era encontrar al mismísimo espíritu navideño, como Uruha ya había intentado, con el fin de distraerle lo suficiente de su propia misión para que, así, el mundo no tuviera navidad. No era un plan brillante, aunque podría funcionar... en el hipotético caso de que encontrara a su objetivo.



Con la festividad a pocos días, valioso tiempo desperdiciado en acomodarse en Londres y sus constantes deseos de provocar desastres, las cosas no marchaban con facilidad para Aoi. Por días enteros recorrió la ciudad, entró a todo tipo de establecimientos y procuró no visitar dos veces el mismo lugar para hacer de su búsqueda más fructífera. Todos esos sitios tenían la presencia del espíritu navideño, unos más que otros, y en ninguno se encontraba materializado.

Llegó a pensar que, probablemente, lo que buscaba era abstracto en realidad. Siempre consideraba la idea mientras más se acercaba la Nochebuena. A pesar de que la fiesta no se celebraba en todo el mundo, tenía cierto impacto en el ánimo de las masas a nivel global que no podía desconocer. Una presencia así de fuerte no podía ser material; a menos, claro, de que estuviera a cargo de un equipo parecido al que pertenecía. Sin embargo, nunca habían tenido reportes de que algo semejante fuera posible, sus investigaciones solían indicar la existencia de un único origen. Algo así como la fuente de un arroyo, con el toque especial de que sus aguas azucaradas llegaban a muchos lugares.

Su mente se inundaba con ese tipo de ideas en lugares inadecuados, como en medio de la avenida que cruzaba, subiendo escaleras o cuando compraba en la tienda de conveniencia de su calle. En medio de sus divagues mentales, se quedaba mirando los productos de temporada, pensando en cómo hacer travesuras con ellos; aunque, con rapidez, volvía a su realidad y echaba un vistazo alrededor para ubicarse. Quizá, el espíritu estuviera escondido en un televisor que no había notado todavía.

Bufó ante el disparate, tomó ese tarro de galletas de una pirámide preciosa en medio del supermercado y la travesura ocurrió. Era cuestión de remover la pieza exacta del rompecabezas para desatar el caos: la pirámide se desplomó, cayendo en su mayoría sobre un joven empleado que, desde un punto ciego para el travieso Grinch, terminaba el arrume de productos.



—¿Puedo saber por cuál brillante razón hiciste eso?

Un extravagante hombre joven de cabellos rubios artificiales, nariz curiosa y moretones en todo el cuerpo le curaba un par de heridas que le quedaron en el rostro tras recibir con él parte de los tarros de galletas que hubiese desestabilizado minutos antes.

—Sólo me pareció divertido —dijo como si fuera lo más natural del mundo, sin remordimientos.

—¡¿Divertido?! —El roce descuidado del alcohol en sus cortadas le hizo sisear de dolor—. Iba a decir que causarle daño a otros no es divertido; pero tus gestos me hicieron cambiar de opinión —sentenció finalmente el muchacho, antes de ponerle algo sobre las heridas y dedicarse, entonces, a atender sus propias lesiones.

Estaban en la cafetería de en frente. Aoi se ofreció a pagar algo de merendar, mientras el empleado del supermercado cumplía con su oferta de sanarle. Fue una especie de trato justo, producto de un encuentro accidental —en el sentido literal y metafórico de la palabra— que le quitaba tiempo al pelinegro detective.

—Nunca te había visto. He venido todos los días a comprar aquí desde que me mudé.

—Suelo estar debajo de cajas y latas que la gente hace caer por diversión, niño. —El turno de reírse fue de Aoi, por la ironía en la voz ajena y por las muecas que hizo al sanarse un gran moretón que sangraba en su brazo.

—Te dejaré pasar lo de niño. Soy Aoi.

Su rubia compañía se le quedó mirando un par de segundos, volvió a su trabajo y respondió casi que por inercia:

—Soy Reita.

Aoi se fijó, entonces, en las manos ajenas: con algunas cortadas, resecas y con las uñas hechas un desastre. El aspecto desprolijado, junto a un uniforme que le quedaba grande y el desgano en el rostro de Reita bastaron para darle lástima. Suficientemente mal debía pasarlo ese extravagante joven como para que él le provocara problemas.

Él arruinaba fiestas, no días que ya eran una mierda.

Se agradecieron mutuamente por las atenciones después de las curaciones. Comieron emparedados con bebidas calientes, hablaron superficialmente de sus vidas, como de que ambos pasarían solos la Nochebuena, y se despidieron poco después de que el día terminara.



Durante los días que siguieron, Aoi finalizaba su recorrido diario en búsqueda del espíritu de la navidad en la tienda de conveniencia, con el único propósito de ver al rubio empleado. Supo que se fracturó el tabique nasal durante el incidente de las galletas, de ahí que hubiera empezado a cubrir esa zona de su rostro con un trozo de tela que amarraba cerca de la nuca... de colores rojo y verde intercalados. Se enteró de que vivía solo en un pequeño departamento casi al otro lado de la ciudad, que adoraba jugar bromas —inocentes, comparadas con las que él mismo provocaba— y que parte del poco dinero que ganaba lo destinaba a ahorrar.

A pesar de la empatía que se generaba, Aoi tenía que dejar huella de su paso cada día. En la semana previa a Nochebuena, Reita soportó una travesura diaria de parte del pelinegro. Para su fortuna, no eran tan desastrosas como la primera: su bandita se enredaba con objetos puntiagudos que no solían representar riesgos, resbaló un par de veces por líquidos regados, incluso dejó caer la cena de una noche sobre su supervisor porque tropezó con sus cordones desamarrados. Los eventos parecían no tener más conexión que la presencia de Aoi y él se sentía paranoico por atribuirle todas sus desgracias, especialmente porque el niño debía de tener una velocidad super humana para realizarlas y pasar desapercibido.

Hablaron todos los días para saludarse, para compartir un aperitivo o para saber cómo iba el día del otro. Desde que Reita llegó a su vida, la búsqueda de Aoi se convirtió en una pista de obstáculos. Él le atribuía esa dificultad añadida a la cercanía de la celebración como tal, que significaba un aumento de la presencia del espíritu navideño que lo hacía más difícil de focalizar.

Si algo había aprendido durante esos siglos, era que localizar la fuente de la navidad tenía una dificultad extrema porque su presencia más fuerte era la misma en varios lugares alrededor del mundo simultáneamente.

Al rubio empleado le resultaba interesante la labor que el investigador realizaba. Un trabajo antropológico sobre la celebración de la navidad en Occidente, según había dicho. El conocimiento que tenía el chiquillo sobre todas las tradiciones le asombraban. Aunque, tal vez, lo que más le llamó la atención de Aoi fue su actitud en su última visita a la tienda; el niño parecía sumamente cuidadoso en sus acciones, en especial en sus palabras.

Ese día no hubo travesura ni desastre, por lo que Reita se sentía precavido en esa mesa por lo que pudiera ocurrir. Sin embargo, su precaución no lo preparó para lo que le llegó:

—Pasa la Nochebuena conmigo. Te espero mañana a las ocho en esta dirección —propuso rápidamente el pelinegro, entregando un papel doblado con las indicaciones a su invitado.



Compró pavo listo para servir, champaña, juegos de mesa y adornos navideños para decorar su hogar. Desde el día anterior se había resignado a un fracaso más en su lista, por eso dedicó gran parte del día a prepararse para pasar la fiesta con el rubio extravagante que cubría su nariz con un trapo de colores.

Todo marchaba perfectamente, hasta que sintió que la presencia navideña se focalizaba en un lugar cercano a su casa. Faltaban quince minutos para que llegara su invitado y tenía a la mano la oportunidad de su vida.

No tuvo que pensarlo mucho. Si bien, él quería hacer algo bueno por un chico que le resultó agradable después de haberle desgraciado un día de trabajo, su propio trabajo era arruinar la navidad. Tomó su chaqueta y salió de casa.

Volvió una hora después, la presencia estuvo divagando en varios puntos de Londres que le dejaron bastante lejos de su departamento. Se rindió cuando se dio cuenta de que estaba jugando con él. Era la tercera vez que lo hacía, siempre ocurría cada cien años, y volvía a caer. Regresó frustrado en el metro, bajó en la estación Blackfriars y se encontró frente a frente con el rubio que había invitado a casa.

—Eres un pésimo anfitrión, ¿lo sabías?

El reclamo que vino después golpeó emocionalmente a Aoi. Para Reita, la navidad no era importante, había aceptado porque creía que para él sí lo era y porque no quería pasar otra noche aburrida en casa, como todos los días.

—Lo siento, tuve una reunión de última hora para mi trabajo de investigación. Te lo compensaré.

—Vaya, no soy el único al que comprometen de imprevisto para laborar —respondió con ironía.

Luego ablandó su tono. Aoi sabía que Reita era una persona fácil de tratar, por eso no se sorprendió de que hiciera el impase llevadero con algunos chistes malos que sirvieron para hacer reír a su anfitrión, una distracción que aprovechó para tomarle la mano hasta que llegaron al departamento.

Pocas veces en sus casi dos milenios de vida, Aoi se había sentido impulsado a tener sexo. Por lo general, se producía cuando la persona que le atraía sostenía contacto físico con él. No importaba cuán insignificante fuera el roce, eso bastaba para encender una pequeña llama que solía permanecer oculta a sí mismo. Lo infrecuente de ese tipo de deseos se traducía en que tratara de controlarse de cualquier manera, al punto de parecer imbécil.

Reita alabó su sencilla decoración de luces, comió con ganas del pavo y propuso ver una película para pasar el tiempo hasta que cayeran dormidos. Aoi asentía a todo, respondía con monosílabos o sonreía cuando le contaba algún chiste. Fueron las dos horas más incómodas de su vida en muchos años; pero se compensaba con ver al rubio pasándola de maravilla en su casa. Incluso se tomó la molestia de llevarle malvaviscos rojos y verdes en señal de agradecimiento por la invitación.

En cuanto terminó la película, se levantó con la excusa de que quería ir a dormir. Le ofreció quedarse, para no tener que pagar un taxi a esas horas, por lo que su invitado lo siguió a la habitación. Aoi sacó una colchoneta de debajo de la cama y la reacción de Reita no se hizo esperar.

—¿No vamos a dormir juntos? —preguntó fingiendo pesar en la voz. Un escalofrío recorrió la espalda del pelinegro.

—Dormirás bien aquí, tengo muchas mantas que calientan bien.

—Pero dijiste que me ibas a compensar por la espera. —Fue el momento en el que Reita se acercó a Aoi lentamente, con especial atención de las reacciones del otro.

—No te dije cómo sería eso.

—¿Te molesta la idea? —Reita lo abrazó por la espalda con suavidad, esperando la respuesta del pelinegro. Aunque ya sabía cuál era.

—No —susurró, él mismo se dio la vuelta y besó al rubio en los labios.



Después de un par de rondas, cayeron dormidos alrededor de las dos de la mañana. Hasta esa noche, su habitación se le había hecho un poco fría, y compartir cama con Reita fue un cambio tal, que sentían calor a pesar de estar sin ropa.

El primero en despertarse fue Aoi, al día siguiente. Quería ser el espectador de una navidad más en la que fracasaba en su intento por destruir la festividad. En mañanas como esa, comparaba muchas cosas del pasado con el presente y la manera como él mismo afectaba los cambios de la historia con situaciones absurdas que, extrañamente, trascendían. Lo cubría tan solo un suéter largo.

—Te vas a resfriar —saludó el rubio a sus espaldas, se sirvió también del chocolate y se sentó a un lado del pelinegro ensimismado en el paisaje.

No podía verlo, pero podía sentir la renovada presencia de la magia navideña inundando la ciudad. Eso le frustraba más. Cuando el espíritu jugaba con él la noche anterior, eso solía pasar a la mañana siguiente.

—Ya deberías saber que eso es lo que pasa, Shiroyama.

Aoi era su nombre de agente de las travesuras, su verdadero nombre era Shiroyama Yuu. Se suponía que nadie, excepto Kai, conocía esa información. Miró a su acompañante con el ceño fruncido.

—Todavía no te das cuenta, ¿verdad?

—¿Darme cuenta de qué? ¿Cómo sabes mi nombre?

—De que cuando hacemos el amor, la magia se fortalece —respondió como si fuera lo más natural, bebió un sorbo de chocolate y bajó la taza—. Kai me lo dijo.

La consternación en el rostro de Aoi era un poema que siempre encantaba a Reita. Había tomado la decisión de contarle todo, como cuando le dicen a un niño que Santa no existe.

—Las travesuras son una parte importante de la navidad en la justa medida, porque se trata de diversión, asombro y unir a las familias. Tú fuiste creado para aportar ese toque especial a las fiestas y lo haces cuando vas a la cama conmigo.

—No entiendo nada... ¿quién eres tú?

Reita levantó su ceja, bufó como burla al corto alcance de la mente de su niño y suspiró al recordar que el entendimiento no era su don principal.

—Yo soy el espíritu de la navidad.

Notas finales:

Gracias por leer. Son las 3 am, tengo que madrugar y acabo de terminar el fic.

Siento que he dado lo mejor con el resultado tal cual se encuentra.

Espero que a mi amiga secreta le guste el regalo :3


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