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El psiquiatra del demonio por Naniimine

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Notas del fanfic:

*Tomando un gran respiro*

¡Hola! Soy yo de nuevo, pero esta vez llego con una historia de esas que llaman "originales". Sé que he estado perdida con respecto a mi fic SasuNaru, pero había estado bastante ocupada además de que... cada vez que me sentaba a escribir el último capítulo me desanimaba por alguna u otra razón, o no encontraba inspiración. En fin... Esta vez decidí salirme del fandom en general y dedicarme a esta bonita historia. Está basada en un rol que llevo con una muy buena amiga, desde hace bastante tiempo ya.

Hemos ido desarrollando esta historia a tal punto que nos enamoramos de sus personajes, y quise compartirla con ustedes editada a un fic. No tengo betareader (no quiero molestar a mi querida Eruka T_T), así que si ven algún error en redacción, puntuación o algo así, les pido disculpa de antemano.

ADVERTENCIA: Esta historia puede ser controversial por el tema religioso, puede llegar a ser ofensivo para los creyentes absolutos e incluso los relativos como yo (he tenido algunos encontronazos, pero ahí voy).

Sin más que decir, adelante. Bien puedan.

Notas del capitulo:

Así comienza esta larga historia...

Capítulo 1. Visitante no deseado.

Eran las siete de la mañana, el reloj en la muñeca de Leonard Bless estaba cronometrado con el de sus estudiantes para que nadie fuese impuntual. De eso se había asegurado el doctor, las excusas del tipo “su reloj está adelantado” ya no funcionaban con él.

En la sala de reuniones del servicio de psiquiatría del Royal Free London, se impartían las clases de postgrado todas las mañanas a primera hora. El jefe del departamento psiquiátrico del hospital, el doctor Bless, era el responsable de dictarlas puntualmente de lunes a viernes. La puerta se cerraba con seguro sin importar si estaban o no todos los residentes en la sala.  Nelson, estudiante de medicina interna de segundo año, fue el desafortunado de ese día en quedarse por fuera; no había logrado terminar su entrega de guardia a tiempo. Hizo lo que muchos le habían recomendado no hacer, pero la terquedad del muchacho fue mayor y decidió esperar a que el profesor terminara la clase para entregar sus justificativos.

—Doctor, había una emergencia y mi residente superior aun no llegaba, no podía...

—Doctor —interrumpió Leonard mirándole por encima de los lentes—, no se moleste en darme explicaciones. La puntualidad es una cualidad que muy pocos poseen, y usted no parece formar parte de esa población. Que tenga buenos días —lo rodeó y continuó por el pasillo que daba a los consultorios.

Al doctor Leonard Bless no podían insistirle en justificativos cuando de impuntualidad se trataba, a él no le importaba si había una emergencia, o el tráfico no los dejaba llegar. Si él fue capaz de asistir a todas sus clases en la residencia y además, llegar temprano en la actualidad, los demás también podían hacerlo. Su clase terminaba a las ocho en punto y de ahí se dirigía a la consulta del hospital, que en general comenzaba a las nueve y diez.

Para las once con trece minutos estaba despidiendo al señor Milton, el hombre sufría de demencia senil y era el último que atendía. Al salir el anciano acompañado de su hijo, la enfermera entró al consultorio para dejarle dos hojas de interconsultas. Leyó rápidamente de qué trataba; uno era de un hombre mayor en estado de abstinencia y el otro era un envenenamiento con paraquat en un joven de veinte años. Decidió ir primero con el joven. Como lo describían en la hoja parecía haber ingerido una gran cantidad de veneno, dosis mortal. Suspiró negando con la cabeza y se dirigió al área de trauma choque.

Al llegar al lugar escuchó gritos y vio mucha gente corriendo, a Leonard no le gustaba el caos y lo impredecible que era la sala de trauma choque y emergencia, agradecía a Dios el haber terminado esa etapa de su vida. No la soportaba y no estaba hecho para esa clase de trabajo.

Llegó a la habitación del paciente más joven y su colega de emergencias le atendió antes de entrar al cubículo. Le explicó que el chico se encontraba ya en fase terminal, que bebió más de doscientos mililitros del veneno hacía dieciocho horas y ya, el avance de este, había alcanzado todos los sistemas de su organismo destruyéndolo. Incluso estaba en insuficiencia renal y respiratoria, por lo que como ayuda (a pesar de la contraindicación de oxígeno para esa clase de venenos) le estaban administrando dicho gas. Ayudar al buen morir decían.

—Entiendo —resopló—, echaré un vistazo y responderé la valoración ¿Dónde están los familiares?

El galeno  le observó y negó con la cabeza.

—Nadie ha venido por él.

—Comprendo.

—Gracias doctor Bless, lo dejo unos minutos. Ya regreso.

Cuando Leonard entró a la habitación el panorama que se cernía ante sus ojos le causó bastante pena, el chico estaba con contención mecánica por lo agitado que estaba, se encontraba bañado en sudor y se veía que cada parte de su cuerpo se contraía dolorosa contra las ataduras. 

—Ayúdeme, ayúdeme, ayúdeme alguien —murmuraba mientras hilillos de sangre resbalaban por las comisuras de la boca, esta provenía de las ampollas y ulceras que se reventaban con cada palabra que articulaba. Todas, consecuencia del mismo veneno.

—Adrián, hola —le dijo acercándose—. Dime ¿En qué quieres que te ayude?

El chico tenía los ojos desorbitados y respiraba con dificultad viendo hacia todos lados de la habitación, los cambios de expresión que demarcaban las facciones de su rostro variaban a llanto, miedo, risa y dolor. Todo un mar de emociones que sólo había visto en las demencias más severas, de esas que ameritaban aislamiento y medicación.

—Aléjalo de mí, ya no quiero, no quiero verlo, es el diablo, el diablo. Quiero morir, morir, morir, morir ya. Yo lo haré, no el diablo, no, no, no, no...

—Adrián —le colocó la mano sobre la frente notando de inmediato la alta temperatura—, no hay nadie acá que te haga daño. Tranquilo, descansa —le acarició el cabello humedeciéndose la mano con el sudor.

En el estado que se encontraba el joven ya no valía la pena preguntarle porqués, ya estaba perdido por la peroxidación y la asfixia que producía el paraquat… pero aun así sentía que debía hacer algo. La empatía por el dolor ajeno era uno de sus puntos débiles.

—¿Acaso no, lo ve? —tosió sangre y se agitó viendo hacia todos lados— ¡Se burla de mí! ¡Se ríe! ¡Maldito! ¡Yo decido, mi puta, muerte!

—Adrián, cálmate —miró hacia la puerta mientras tocaba incesante el botón de enfermería esperando que alguna apareciera— Ponle morfina —dijo apenas entraba la mujer indicándole la dosis—, al menos hay que dejar que… —cortó la palabra— llegue lo menos doloroso posible —volvió su vista al chico—. Ya Adrián, te ayudaremos.

El chico había empeorado la dificultad respiratoria y fue cuestión de segundos lo que tardó en dejarse de mover. Para cuando llegó la enfermera ya era demasiado tarde. Leonard le bajó los párpados y suspiró negando con la cabeza.

—Que Dios te bendiga Adrián —murmuró desanimado por presenciar esa muerte.

 

 

 

 

Los humanos eran seres fascinantes y entretenidos, pero así como los encontrabas interesantes estaban también aquellos que no merecían la pena. Adrián era uno de estos últimos, de esos humanos que te hacen creer que son invencibles y al final terminan siendo igual o peor que la escoria ¿Para qué molestarse por su aburrida y predecible existencia? Sin embargo era imposible evitar la gracia de estar en el mismo lugar donde uno de sus juguetes perdía la vida. Calculó el momento exacto en el que ese triste humano terminaría de sufrir por el veneno ingerido; de hecho no era como “los médicos” creían, Adrián venía envenenándose con pequeñas dosis de cualquier medicina que encontraba para escapar de él desde semanas antes. Al final encontró ese viejo galón de herbicida en una de las granjas de la periferia a la ciudad y se lo bebió todo.

Galante, llamativo y con una confianza desbordante, Zael caminó por las calles de Londres hacia el Hospital, recordaba el poco tiempo que había estado con ese humano; al principio le encantó el deseo de muerte que siempre cernía al joven sin terminar de dejarse arrullar por esta, pero luego se tornó tan inútil (apático y desabrido diría él) que decidió empujarlo por el barranco hacia la deliciosa muerte… Era esa expresión que le alimentaba cuando los veía dejar este plano gracias a él, haciéndolos suyos.  Esbozó una sonrisa feliz mientras entrecerraba los ojos en su andar, ya pasando por la puerta percibió donde aquel humano se encontraba, no le importó llamar la atención con sus cabellos turquesas y su vestir excéntrico para el nosocomio, así que pasó ignorando a las pobres personas enfermas paseándose entre ellos como si estuviera por su casa.

¡Ah! Dulce sonido de sus gritos desesperados saliendo de la habitación, se estremeció de placer y borró su sonrisa sólo por aparentar tristeza (parte de su impecable actuación), su mente grabó cada una de sus palabras sintiéndose profundamente halagado y lleno de gozo. Parecía un fantasma que ignoraban ahora, cuando la mujer pasó despavorida a su lado para intentar ayudar al chico. Dio gracias que al final no logró hacerlo. Así sin más pasó a la habitación con lentitud hasta ver el cuerpo inerte de Adrián, se acercó hasta quedar a un lado del doctor que le había cerrado los ojos con la mano.

—Ah, Adrián— susurró con pena, el brillo de fingida tristeza se reflejó a través del cristal de sus lentes. Se quitó el sombrero para ponerlo en su pecho, el corazón le palpitaba alegre al ver tan miserable ser despedirse de lo que supuestamente llamaba vida.

El psiquiatra levantó la mirada cuando escuchó la voz del hombre a su lado y arrugó el ceño al ver la apariencia del nuevo visitante; inapropiado para estar en un hospital, pensó. Disimuló su expresión desaprobatoria con una de enojo.

—Buenos días ¿Usted es familiar? —preguntó Leonard.

Cerró los ojos fingiendo dolor, ignorando sólo por un par de segundos al hombre a su lado, soltó un suspiro revelando sus ojos con lentitud y giró la cabeza sólo un poco para poder mirar al doctor a su lado

—No, en absoluto —dijo con voz cantarina, bajó el sombrero tomándolo con la punta de sus dedos usando ambas manos, dio un pequeño paso a un lado para estar más al frente del hombre que parecía ser de esos bastantes serios y apegados a su trabajo—. Sólo soy un conocido que lo acompañó estos últimos días —bajó la cabeza para mirar al sin vida en la cama. La expresión que demostraba era una mezcla entre fingida tristeza y franca decepción.

El doctor Bless le miró ceñudo ante dicho comportamiento, era claro que algo no estaba bien en las expresiones que el otro mostraba. Tenía años en el oficio como para no detectar un mentiroso con talento en ese mal arte.

—¿Conoce usted a algún familiar directo que me pueda informar sobre el chico? —preguntó volviendo a ver al fallecido, le terminó de cubrir el rostro con la sábana.

El chico subió la mano izquierda hasta el mentón haciendo como si estuviese pensando al respecto, incluso cerró los ojos un par de segundos en concentración.

—Suerte que no, aunque lo que me dio a entender Adrián es que se había separado por completo de su familia —respondió sinceramente caminando hacia el otro lado de la cama para mirar con curiosidad el ya tapado cuerpo—. Tengo una pregunta Doctor —desvió el tema de forma magistral, como él sólo sabía hacerlo— ¿Qué información interesante podría tener una vida miserable como la de Adrián? —preguntó en un hilillo de voz, con esfuerzo trató de no sonreír a lo que le soltaba y elevó la vista hacia el que también portaba lentes esperando la reacción a sus palabras.

El psiquiatra había seguido con la mirada al chico de cabello llamativo y se quedó perplejo ante aquella respuesta.

—¿Disculpe? —preguntó parpadeando varias veces creyendo haber escuchado mal la "pregunta" del andrajoso muchacho.

El de cabellos turquesa asintió con la cabeza llevando sus manos atrás del cuerpo, encogió los hombros y enderezó la postura sin dejar de mirar al sorprendido frente a sí.

—Mi pregunta es ¿Qué clase de información interesante podría otorgarle la miserable vida de este que está aquí? —ladeó la cabeza con un deje de inocencia, parpadeó un par de veces con rapidez haciéndose el adorable, incluso soltó una leve risilla interna en su garganta.

Leonard Bless le miró estupefacto negando ligero con la cabeza sin creer lo que escuchaba.

—Alguien que hace una pregunta como esa no debería estar aquí —le dijo con claro tono de molestia—. Es una falta de respeto. Si no es familiar directo, por favor retírese —pidió educadamente dejando en claro el enojo inyectado en cada una de las palabras pronunciadas.

El más joven levantó la ceja derecha con las réplicas del mayor y se cruzó de brazos enseguida a la sorpresa de sus palabras. De inmediato, esbozó una sonrisa.

—¿Ah, no? Soy sincero, él mismo quiso morir de esta manera —encogió los hombros empezando a caminar por la habitación a pasos lentos—. Admito ahora que yo le di un empujón —respiró hondo girando sobre sus talones para quedar frente a la cama viendo los pies del chico—. Hablo también porque no merece respeto alguien que se quita la vida a sí mismo, o algo así era ¿No? ¿La vida no es que es hermosa y no hay que desperdiciarla? —soltó con tono de fastidio mientras rodaba los ojos- Entonces alguien así… —negó con la cabeza mirando con pena al difunto bajo las sábanas chasqueando la lengua con decepción. 

—¿A qué se refiere, usted, con que lo empujó a eso? ¿Y por qué me lo dice así de esa manera? —le veía entre horrorizado y enojado— No, usted no debe estar aquí ni mucho menos debe hablar conmigo —sacó el celular y marcó la extensión de seguridad del hospital—, hablará con las personas expertas del área legal por lo que acaba de decir.

El de cabello turquesa abrió los ojos con sorpresa ante la respuesta contraria y rió tranquilo ladeando la cabeza con la mirada fija en la silueta blanca del galeno.

—El diablo como me llamó tal vez, y se lo digo porque quiero —sonrió galante acercándose al más alto mirándolo con curiosidad—. Eres interesante, lo puedo sentir —aspiró el olor del médico en forma disimulada— tal vez seas buen entretenimiento, Doc Leo —susurró esto último colocándose el sombrero para salir de la habitación sin apuros, la seguridad no haría nada, apenas cruzó el umbral de la habitación no quedó rastro del chico.

El psiquiatra se concentró más en la llamada avisando a seguridad que apenas y escuchó lo que ese individuo le decía, lo siguió a la puerta para intentar detenerlo pero se le escabulló de una manera tan inverosímil que por un segundo creyó se había esfumado en la nada. Y de hecho cuando salió no vio nadie con cabello incandescente por los alrededores. Arrugó el ceño contrariado y dio un respingo cuando le hablaron por el celular.

—...lo perdí de vista. Deberían verlo en la salida. Tiene el cabello como verde fosforescente. Parece uno de esos punk vándalos de callejón —susurró.

—Muy bien doctor, lo buscaremos.

—Gracias -y colgó.

Leonard no regresó a la habitación, si no que más bien se fue al mesón de enfermería donde respondió la valoración por escrito y se la entregó a una de las licenciadas para después retirarse a ver al anciano que le faltaba. Se sentía mal por la muerte del chico y enojado por la otra persona que le había visitado. Esperaba que lo atraparan, si tenía que ver con Adrián al menos intentarían algo. Ese encuentro le había dejado perturbado, ese tinte psicópata no era la primera vez que lo presenciaba.

Para la una con trece minutos abandonaba el hospital público y se dirigía hacia su restaurante favorito donde religioso tomaba el almuerzo a diario. Aparcó en el estacionamiento y se llegó a una de las mesas cerca de la ventana. Ya lo conocían e inmediatamente fueron atenderlo dejándole una taza de café mientras le traían el almuerzo. Suspiró resignado al único vicio que tenía pero era la sugestión que le mantenía activo el resto del día.

 

 

 

 

Al salir del hospital se abrazó a sí mismo con una dulce sonrisa en el rostro, había visto el hermoso trabajo de la muerte que lo llenaba de energía y como plus, había conseguido un nuevo juguete. El día perfecto sin duda.

Zael era un demonio de placeres y vanidad. Su apariencia la cambiaba de acuerdo a las tendencias, o también los gustos de sus preses… ahora mismo su piel blanca contrastaba perfecto con el color turquesa que usaba en el cabello. El estilo de este, muy corto atrás y patillas largas hasta la clavícula, llamaban la atención por donde quiera que pasaba. Amaba que lo vieran, y más todavía escuchar los pensamientos de los humanos que lo alababan o lo deseaban.  Cambió sus ropas cerca del mediodía optando por una camisa de color blanco, el cuello holgado era lo suficiente amplio para que se viera el cero tachado justo en el tercio superior del esternón. Encima usaba un chaleco de color azul marino, los pantalones eran del mismo color y unas botas de estilo militar negras completaban su atuendo. Podía cambiarse hasta tres o cuatro veces por día su forma de vestir, el largo del cabello o el color de su piel. Todo con el fin de jugar con los humanos.

El demonio no había perdido el rastro de su nueva presa, sabía a la perfección donde se encontraba, se escabulló hasta el restaurante y entró con naturalidad caminando hasta la mesa que estaba frente a Leonard. Con descaro lo vio, apoyó el mentón en la mano izquierda y desvió la mirada a la camarera que le atendía, pidió deditos de mozzarella con tártara picante y una cerveza. No era como si necesitase comer, pero los sabores fuertes le gustaban.

Zael sonrió y movió los dedos al galeno quien ahora le veía estupefacto.

El psiquiatra negaba con la cabeza sin poder creer que dejaran a ese sujeto irse a sus anchas. Con todas las cosas perturbadoras que le había dicho era claro lo sospechoso que lucía, pero las leyes estaban locas y acababa de constatarlo. Decidió ignorarlo y continuó con el segundo café mientras esperaba le trajesen la cuenta.

"Dos con un minuto" dijo mentalmente viendo el reloj, su consulta privada comenzaba a las tres, iba, como siempre, a buen tiempo.

Era una pena que le haya ignorado, pensaba Zael. Una pena para el doctor cabía destacar, eso le aumentaba el interés haciendo que sus ojos se clavaran en cada movimiento que este hacía sin disimular. La joven mesera se acercó para dejarle la cerveza, el demonio le sonrió pidiéndole con amabilidad se acercara. Le susurró al oído algunas palabras, sus ojos se iluminaron en plata por un instante y después rio separándose de la manipulable humana. La mesonera sonrojada le sonrió cómplice y asintió con la cabeza retirándose con prisa.

El chico de apariencia llamativa se levantó de la mesa que ocupaba teniendo la cerveza en mano y ocupó la silla restante de donde se encontraba el doctor, mantenía una discreta sonrisa.

—¿Qué tal? ¿Han ido los familiares de Adrián a responder? —preguntó confiado tomando un trago de su bebida.

El intruso le hizo levantar la mirada con molestia mientras bajaba la taza de café para dejarla sobre el plato. El primero se mostraba tranquilo mientras le observaba.

—Al parecer, te encontraron sin cargos si estás aquí —susurró—. Es grosero sentarse en la mesa de alguien a quien no conoces, y sin preguntar —miró hacia la mesonera haciéndole un ademán con la mano para que se apresurara con la cuenta. Sacó nuevamente el celular para revisar la agenda y hacer de cuentas que el hombre no se encontraba sentado frente a él. "Dos con siete minutos, están retrasados con la cuenta".

El chico parpadeo rápido sonriendo apenas lo escuchó y encogió los hombros restándole importancia. Le complacía ver la desesperación de Leonard llamando a la mesonera, bebió un trago largo de la cerveza disfrutando ese momento.

“No le darás la cuenta al señor que tengo en frente a mí hasta que yo te lo diga”.

—¿Encontrarme? ¿Quiénes? —inquirió Zael con inocencia, seguía con su vista fija buscando el intercambio de miradas con los ámbares frente a sí.

—Seguridad —respondió sin verle—, para interrogarte, supongo.

—¿Interrogarme? —bufó— ¿Para qué harían tal cosa, Leo? —soltó con fingida ingenuidad.

Un sutil movimiento en la ceja reflejó lo mucho que Leonard detestaba le dijeran así con tanta confianza. Respiró profundo y negó con la cabeza mientras continuaba revisando el celular, ahora fijándose del correo electrónico.

Los pies del que molestaba al psiquiatra se movieron bajo la mesa bastante entretenidos cuando notó aquel movimiento de ceja, hasta su sonrisa se amplió un poco más siendo como un niño que veía algo fascinante y divertido. 

—Sólo soy un humilde servidor de las almas en pena —murmuró Zael al ver que el otro no tenía intención de contestar. Volvió a tomar un trago de la cerveza mientras seguía viendo al galeno—. Leo ¿Eres psiquiatra, no? ¿Es interesante? Debe serlo, con todos los que están tostados de la cabeza seguro es divertido —dejó la botella a un lado y se cruzó de brazos sonriendo triunfante al recibir la mirada ambarina en la suya.

—Disculpe, pero no sea tan irrespetuoso y no se tome tantas confianzas con un desconocido —dijo Leonard colocándose de pie cansado de esperar. Ya el tiempo se le consumía y nunca había llegado tarde a nada en toda su vida, así que esa no sería la primera vez. Ni pensarlo, y menos por un andrajoso como ese chico—. Buenas tardes —se giró y se dirigió a la caja para cancelar directamente ahí.

El más joven bajó los hombros fingiendo decepción, se levantó después del más alto para seguirle con una linda sonrisa en el rostro, caminaba danzante a su lado.

—Mi nombre es Zael, olvidé presentarme —mantuvo sus manos entrelazadas atrás sin importarle en absoluto el rechazo del mayor, miró a la mesera y le guiñó un ojo para que no se preocupara por darle la cuenta— ¿No soy de tu agrado? Eso es terrible —hizo un mohín mirando a un costado haciéndose la víctima.

El psiquiatra bufó molesto pensando en lo fastidioso que era ese chico, ya le estaba agotando la paciencia toda su impertinencia. Terminó de cancelar la cuenta y guardó la billetera para después enfrentar al llamativo extraño.

—Mire, no le estoy preguntando el nombre. No tengo tiempo para andar charlando con usted. Búsquese a otra persona a quien sacarle conversación. Que tenga buenas tardes —le repitió de la manera más educada posible y lo rodeó para dirigirse al estacionamiento. Ya estaba tres minutos atrasado según su reloj y la molestia comenzaba a darle dolor de cabeza.

Zael frunció los labios apretándolos mientras aguantaba una clara carcajada que quería salir, le siguió hasta la entrada del estacionamiento y agitó su mano en señal de despedida

—Lo lamento pero, eso no será posible. Serás mío a como dé lugar —murmuró, sus ojos grises brillaron en plateado intenso por un par de segundos. Estaba disfrutando cada instante de ese arrastrado personaje lleno de educación y ética, una presa que en su totalidad era perfecta-. De momento, me tomaré la molestia de prepararte una calurosa bienvenida -soltó una risilla traviesa desvaneciéndose.

 

 

 

 

 

Con que facilidad se apartaban las puertas para darle paso, así tuvieran seguro eran tan inútiles que sólo hacían adorno, miró el recibidor con claro interés soltando un silbido de obvia sorpresa: todo era tal cual se lo estaba imaginando.

—Alguien tan arrastrado debe tener un hogar igual de arrastrado —sonrió entretenido cerrando la puerta tras sí, se dirigió a la cocina revisando la nevera para buscar algo qué comer mientras se divertía, eligió una manzana al azar para comerla mientras fisgoneaba el área. Caminaba como si en una pasarela estuviese, prestando atención a todo lo que veía. Se acercó al reproductor que estaba en la biblioteca y hurgó entre los compactos, los fue tirando al suelo a medida que los iba sacando.

—¿Es en serio? lo único decente es el Jazz —bufó Zael fastidiado. Encendió a máximo volumen la radio, buscó una de sus estaciones favoritas que ponía rock alternativo y exclamó:- ¡Empecemos! -dio una mordida a la manzana y comenzó a hojear los libros de medicina dejándolos en el piso cuando le aburrían, arrastró el puf negro con él hasta el dormitorio principal, luego de ver los canales de tv que tenía (Todos los pornográficos estaban desactivados “que buen hombre”, pensaba) se levantó del puf dirigiéndose al closet. Se probó los sacos que estaban en el armario riendo por el excesivo orden que sólo aumentaban las ganas de desordenar; lo vació todo en la cama y se dejó caer sobre esta.

Zael suspiró y se abrazó así mismo rodeado por el dulce aroma de ese estirado humano. Se preguntaba cuánto tardaría en perder la cordura, cuánto tardaría en hacerlo suyo. Se mordió el labio soltando una risilla y desvaneció su ropa.

—Creo que así —comentó viéndose en el espejo. Estaba en un apretado bóxer que contorneaba perfecto la firmeza de sus glúteos y su entrepierna, sin nada más puesto que eso—. Perfecto —se paseó los dedos por el cabello y caminó sin apuros hasta el sofá para echarse sobre este.

 

 

 

 

El ascensor abrió las puertas en el piso cinco, música estridente se escuchaba en el pasillo proveniente de algún apartamento. Leonard chasqueó la lengua y negó con la cabeza en desaprobación, llamaría a conserjería para denunciar al vecino ruidoso cuanto antes. Sacó las llaves del bolsillo y arrugó el ceño al percatarse de que el ruido al parecer venía de su apartamento, abrió la puerta y todos esos alaridos con ritmos estridentes le dieron la bienvenida, no contando con eso, un extraño semidesnudo estaba acostado en su sofá leyendo un libro. El cabello lo reconoció en seguida. Eso tenía que ser una broma.

Zael le sonreía desde el sofá, de hecho ya lo había sentido acercarse y exclamó con entusiasmo “bienvenido” sentándose como si estuviese en su casa. Leonard se recuperó de la impresión cerrando de un portazo para correr al estudio ignorando al semidesnudo en su sofá, al entrar casi se desmaya viendo el desastre que se encontró, respiraba entrecortado y sentía la piel encrespada mientras apartaba los libros y los compactos regados en el suelo. Alcanzó el reproductor y lo apagó enseguida. Salió al recibidor aun sosteniendo la bata fuertemente contra el regazo y con el celular en la otra pegado a la oreja.

—Tu música es muy aburrida —hizo un mohín— tenía que hacer algo con este ambiente tan deprimente —sonrió socarrón.

—Policía —gruño viéndolo con desagrado ignorando cualquier comentario. Explicó la situación al operador y dio la dirección de su casa para después colgar—. Sal de mi casa en este mismo instante si no quieres estar preso por muchos años —dijo con los dientes apretados y la cara roja de ira.

El demonio encogió los hombros apoyándose del espaldar con sus antebrazos, disfrutaba cada expresión que el otro le mostraba. Se degustaba en el placer de ver que era el causante de estrés de un humano.

—No vendrán —canturreó—, no te tomes tantas molestias. Se equivocarán de dirección como si tuvieran Alzheimer —se deleitó con su cara roja por la ira, quería hasta relamerse los labios, parecía fuera a explotar en cualquier momento y eso le fascinaba— ¿Cuántos locos atendiste esta tarde? ¿No murió nadie? —entrecerró los ojos sin apartar su mirada.

La ceja del psiquiatra volvió a temblar por el estrés, el enojo le hacía brotar una imperceptible venita en la sien y levantó el rostro aclarándose la garganta buscando mantener la compostura.

—No sé qué le hace pensar que no vendrán —dijo con un ligero temblor en la voz producto de la rabia—, pero sea como sea usted sale de mi casa —le miró de arriba abajo con desagrado— Ni si quiera voy a preguntar porqué está desnudo en mi sofá.

—No lo pienso, lo sé —murmuró enseguida moviendo sus pies con bastante ánimo, reía con suavidad por cada una de sus frases tan educadas pese a estar claramente enfadado consigo, sin duda alguna era un preso de la educación y el buen portar... pobrecillo.

Leonard ignoró el comentario y se giró para buscar una bata de baño en su habitación pero cuando entró tuvo que sostenerse de la puerta. Todos sus trajes estaban tirados por todas partes, arrugados e incluso en el piso. Un fuerte dolor de cabeza le atacó y ya ni le importaba proteger el pudor del extraño, casi clavando los pies al suelo con cada pisada se acercó a él. Tomó del brazo al invasor arrastrándolo a la puerta para botarlo de su casa, con la otra mano se presionaba con fuerza en la sien por el dolor. Zael, quien le había escuchado acercarse, se hizo el sorprendido cuando Leonard le tomó del brazo, se posó sobre sus talones al dar un par de pasos forcejeando hacia atrás con una linda sonrisa.

—No —exclamó casi como un gemido por la fuerza que le estaba propinando para arrastrarle—. No me iré, quiero quedarme aquí y conocerte más —giró sobre sí mismo liberándose del agarre con facilidad, dio un par de pasos hacia atrás y sonrió—. Gritaré con fuerza que eres un mal hombre y me estás maltratando —llevó su dedo índice hasta sus labios encogiendo los hombros—. Maltratas a tu pareja —giró la cabeza hacia un lado sin apartar su dedo terminando su actuación dramática de chico inocente.

Leonard le miró estupefacto y a la vez horrorizado por lo que acababa de escuchar, sentía que hiperventilaba y se mareaba, es más tuvo que detenerse de la pared mientras trataba de organizar su psiquis y sus emociones para no perder la consciencia. Ni si quiera recordaba haber estado tan enfadado jamás como ese momento.

—Basta de soltar sandeces —dijo apretando los dientes—. Sal, de mi casa —hizo énfasis en el "mi” —, ahora —sacó el celular para volver a llamar a la policía.

El demonio prosiguió dando un par de pasos hacia atrás y quedar contra la pared, cruzó las piernas delante suyo apoyándose en la superficie vertical.

—Te vas a morir antes de tiempo si sigues así de estresado Leo, quiero estar más rato contigo y que mueras sería un desperdicio —hizo un mohín. Estaba entretenido y si conseguía enojar mucho más al doctor, que fuera a golpearle inclusive, haría todo más perfecto. Sin embargo iba dudando por la gran fortaleza que demostraba este— No llegarán cielo, intentas en vano —llevó sus manos hacia atrás dejando las palmas tocar la pared con suavidad, procurando su pose fuese lo más galante y sensual posible cual demonio lujurioso que era.

—¿Cómo que no encuentran mi apartamento? —preguntó perdiendo un poco la compostura, Zael sólo sonreía desde su posición— ¿Que los enviaron y se perdieron? —miró perplejo al chico semidesnudo, este ampliaba la sonrisa divertido gesticulando un “te lo dije”. Leonard negó con la cabeza mientras repetía la dirección—, ¡Apresúrense! —y colgó. Eso también tenía que ser una coincidencia. Cerró los ojos, pasó saliva por la garganta y trataba de calmar la respiración, pero al volver a abrirlos veía al hombre semidesnudo con aquella sonrisa burlona y volvía encresparse—. Mire, joven —dijo haciendo un ademán con la mano agitando la cabeza—, no tengo tiempo para estos juegos, ni sé qué fue lo que le hice para que tomara esta clase de represalias -aun destilaba rabia por los ojos y de vez en cuando le temblaba la voz. Apoyaba casi todo el peso del cuerpo en la mano que tenía en la pared-, tampoco me interesa saberlo. Salga ya de mi casa -volvió a decirle con los dientes apretados.

—Querer correrme de la habitación donde estaba una de mis obras de arte, eso hiciste —caminó como si estuviera por su casa dirigiéndose a la cocina para sentarse en el mesón principal sin más—. No me iré, ya decidí que quiero divertirme contigo —ladeó la cabeza mirándole con dulzura, embelesado por sus expresiones y palabras.

¿Correrle de qué? ¿Cuál obra? Leonard estaba confundido y ya estaba agotándosele la paciencia.

—No, no, no —dijo negando con la cabeza caminando hasta la cocina para tomarlo de nuevo del brazo, esta vez con más brusquedad de la que quería—. No sé de qué habla pero se va de aquí ahora mismo -gruñó arrastrándolo de nuevo a la puerta.

—¡No! —esta vez sí soltó un gemido, buscó sentarse para que Leonard perdiera el equilibrio y se fueran hacia atrás, si era posible que cayeran en el piso. Realmente sí que había conseguido a alguien digno y bastante interesante para fastidiar, corromperlo sería una delicia. Quería hacerlo totalmente suyo y que sucumbiera a sus tentaciones, que sabía tenía bien escondidas. Podía sentirlo detrás de todas las capas que formaban la coraza del “buen hombre” —. Me quedaré aquí contigo.

Cuando el psiquiatra sintió el jalón del chico hizo más fuerza sosteniéndose del mesón para evitar caerse y a última instancia lo soltó dejándolo caer solo. Se volvió a llevar la mano a la cabeza presionándose con los dedos tratando de apaciguar la puntada que tenía, su cabello perfectamente ordenado ya estaba desaliñado y algunos mechones castaños caían hacia la frente de tantas veces que se masajeaba.

—Mire —resopló—, ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué necesita de aquí para que me deje en paz? —volvió a verlo con claro enojado y aunque su tono de voz denotaba molestia, no había gritado en ningún momento.

Zael le veía desde el suelo con las manos hacia atrás para apoyarse más cómodo, sonrió cerrando los ojos mientras movía los pies de forma rítmica.

—Ya te dije que quiero conocerte más y quedarme contigo —se levantó con parsimonia y ladeo la cabeza al instante en que la electricidad cedía dejándolos unos segundos a oscuras. Cuando la iluminación volvió, Zael estaba sentado otra vez en el mesón de la cocina tomando agua, refrescando su garganta-. No quiero mueras tan pronto Leo, recomiendo que desistas.

Se desorientó cuando el chico apareció de nuevo sentado en el mesón y arrugó el ceño regañándose mentalmente por la jugada que le hacía la vista culpa del dolor de cabeza ¿Cómo llegó…? Negó con la cabeza y le vio enojado.

—Bájese del mesón —respiró profundo y cerró los ojos para toser. Comenzaba a sentir náuseas por la migraña—, y, salga de, mi casa —se llevó la mano a la boca y apretó los párpados con fuerza obligándose a no vomitar. Tenía que calmarse, ese ataque de rabia estaba haciéndole perder los estribos. La última vez que había estado en esa condición la recordó por fin con claridad, había descubierto que Lucy le engañaba. Negó con la cabeza y se hizo hacia atrás respirando profundo.

Zael veía el deplorable espectáculo del médico y resopló cruzándose de piernas sin moverse de su lugar.

—Ríndete, no me sacarás de aquí por más que lo desees —arqueó una ceja sonriendo imperceptible. Sí que el castaño estaba mal al aguantarse tanto, de verdad esperaba ver su lado violento, más viendo su condición terminaría por colapsar pronto—. Estás todo hecho un desastre gracias a tu estúpida educación y ética limitadora ¿Es irónico no crees?

Leonard jadeaba contra su mano. Abrió los ojos y fue hacia la despensa donde tenía las pastillas para la migraña pasando dos cápsulas sólo con saliva deteniéndose del mesón para no caerse. Le vio con un ojo entre abierto.

¿Por qué la policía tardaba tanto? Sacó nuevamente el celular para marcarles por tercera vez.

—Por favor —susurró—, sal, de mi casa, ahora.

El demonio le siguió con la mirada manteniéndose ahora serio, bajó la cabeza retirándose los lentes para dejarlos a un lado junto al vaso ya vacío.

—¿Eres sordo o te haces, Leo? Ya te he dicho que no me iré así me ruegues —se bajó del mesón y caminó sin prisas hacia el pasillo dejando al deplorable personaje, sufriendo en la cocina.

A pesar de que Leonard marcaba y marcaba a la policía, ahora no le respondían, colocó molestó el celular en el mesón sintiendo una nueva puntada en la cabeza y otra vez las náuseas hicieron estragos. Ni si quiera había escuchado lo que el chico le había dicho ni hacia donde se había ido, pero ya era inevitable seguir aguantando las ganas de vomitar. Corrió al baño dejando todo el contenido del estómago en la taza del inodoro. Zael mantenía los ojos cerrados mientras se concentraba en sentir cada movimiento del doctor. Soltó un silbido de la impresión cuando lo vio pasar como flecha al baño. El demonio estaba acostado sobre los trajes de Leonard en la cama.

—Oh bueno, tenías que colapsar en cualquier momento. Es malo aguantarse la ira ¿Sabes? —subió sus brazos tras su cabeza para hacerlos de almohada moviendo sus pies mientras esperaba que Leonard terminara de vomitar.

Tres, cuatro, cinco arcadas, se limpió el sudor de la frente mientras jadeaba, una puntada en la cabeza y una sexta arcada que solo dejó la bilis en la taza como resultado. Leonard se limpió las lágrimas que le salieron por el estímulo del vómito y se levantó para bajar la palanca, pasó al lavamanos para echarse abundante agua en la cara. Seguramente ahí se estaba llevando el inodoro la pastilla que acababa de beber, el dolor de cabeza parecía intensificarse. Ya no lo aguantaba e incluso parpadear le dolía.

—Calma —se dijo así mismo cerrando los ojos.

Hacer eso fue el peor error del humano. Todo se volvió negro para el galeno y terminó perdiendo la consciencia. El cuerpo inerte de Leonard cayó contra el suelo golpeando la cabeza al marco de la puerta en el proceso. El de cabellos turquesa abrió los ojos de golpe cuando escuchó el claro sonido en seco, suspiró desganado levantándose de la cama para caminar hasta el baño viéndole inerte en el piso.

—Eso te dolerá cuando despiertes —dijo observando la pequeña abertura que se había hecho encima de la ceja. Llevó su mano a la cadera para quedarse mirando la escena con atención, terminó por sonreír e inclinarse para levantarlo sin mucho esfuerzo llevándolo hasta la cama.

Zael acostó con lentitud al castaño y revisó su cabeza para ver si sangraba; un pequeño corte que sólo dejó salir un par de gotitas de sangre. Seguro se hincharía un poco y tardía unos cuantos días en desaparecer.

—No quiero te mueras tan pronto Leo, así no me divertiré. Aunque admito que apenas en un día me has hecho erizar de gusto —gateó quedando arriba del galeno empezando a retirarle la camisa, desabotonando paciente uno a uno cada botón. Se relamió los labios cuando dejó el torso del doctor desnudo, se mordió el labio inferior deseoso gustándole lo que veía. Bajó sus manos por este acariciándolo con la punta de sus dedos, así llegó hasta sus pantalones para retirarlos de igual manera—. Para ser “mayor”, no estás nada mal —rió de manera traviesa, aunque sabía Leonard no aparentaba la edad que tenía, junto a él se veía mayor un par de años. Bueno, hablando en edad humana. Igual él también era pura apariencia. Terminó de quitarse de encima y se puso de pie en la cama con las ropas en su mano, lanzó una prenda al lado y los pantalones al pié de la cama, cerró las puertas de la casa con sólo desearlo.

El chico se dejó caer en el colchón nuevamente, esta vez al lado del doctor mirándolo con una fascinación desbordante, se acercó y dejó un suave beso en los labios de este antes de acurrucarse a su lado, después se arropó con las sábanas quedando ambos bajo ella.

—No puedo esperar a que despiertes y veas esta escena —rió entre dientes alborotándole el cabello para dar el toque final y así cerrar sus ojos.

 

 

Notas finales:

¿Y? Bueno, no los culpo si no les gusta... yo sigo amando esta historia con pasión infinita.

A este donde vamos escribiendo, los personajes son de lo más adorables jajajaja. A medida que vayan pasando los capítulos iré colocando ilustraciones de los personajes de la mano de mi querida rolpartner a quien le daré su respectivo crédito cuando me los quiera dibujar (Dibuja muy lindo <3)

Gracias por leer este primer capítulo, todos sus comentarios (positivos, negativos, neutros) los aceptaré con la mejor disposición. Que tengan feliz noche.

 


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