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Flashes por WinterNightmare

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Notas del capitulo:

¡He vueltooooo! Y no sabe la inmensa alegría que siento de estar por estos lados nuevamente… en fin, infinitas gracias a todos quienes pacientemente esperaron por una nueva actualización de Flashes, y para no quitarles más tiempo, pues aquí se las dejo. :3
Un enorme abrazo para todos ustedes. <3
PD1: Recuerden seguir la página en Facebook –por si las moscas-.
PD2: Capítulo dedicado a mi querida y fiel lectora Gladys -sé que odias tu nombre, lo siento (?) - por su comprensión y cariñito que siempre estaba y sentía presente. Espero que te guste, pequeña. <3

 

 

Las calles del lugar no habían cambiado demasiado. Las casas permanecían con ese mismo aspecto de abandono y descuido que tanto les caracterizaba. Las miradas curiosas de los residentes a través de pequeña rendijas donde observaban al extraño que caminaba frente a sus puertas.

 

Tom sabía que debía pasar casi desapercibido y no llamar demasiado la atención, por lo que procuró caminar lo más calmo y confiado que le fuese posible, aunque por dentro temblaba de miedo.

 

Su corazón latía casi fuera de su lugar, él sabía lo peligroso que eran aquellos lugares por las noches, pero lo que más le intimidaba era que en cinco años fuera de aquel territorio, mucha gente nueva puede haber llegado. Gente que no sabría de él y su existencia y le pensarían un simple intruso en sus tierras.

 

Si eso pasara, estaría en grandes problemas.

 

Con las rodillas temblando y aquel impulso de adrenalina de querer correr y el cual trataba de ignorar, llegó finalmente a visualizar algunas casas que se l hacían familiar.

 

Tom sabía que estaba muy cerca de llegar hasta aquel cuarto con grandes ventanales que alguna vez fue su hogar, pero, por su propia seguridad, procuraba no levantar la mirada ni observar hacia ningún lado para que su actitud no pareciese sospechosa para quienes habitaban las casas cercanas del lugar.

 

Cruzó un gran trecho de terreno polvoriento y llegó hasta una casa donde un pequeño rastro de luz amarillenta se escapaba por debajo de la puerta de entrada. Tom dudó un par de segundos. Habían pasado ya muchos años desde que había abandonado aquel lugar, y corría grave riesgo de no ser reconocido por quien buscaba y terminar como un extraño a quien serían capaz de matar si así le creyeran necesario.

 

Soltó un silencioso suspiro y cerró sus ojos por un momento antes de decidirse a llamar a la puerta. Dio dos leves toques a la fría madera y pudo escuchar como un chillido de una silla siendo arrastrada lejos con velocidad se escuchó mientras un objeto de vidrio rebotaba dentro sobre una estructura de madera.

 

Tom retrocedió una cantidad de pasos prudentes al escuchar como un arma era cargada con velocidad tras la puerta, posiblemente apuntándole directamente a él.

 

-¿Quién es? – Preguntó fuertemente una ruda voz de mujer a unos cuántos pasos de la puerta, dentro de la casa.

 

El ex convicto tragó saliva con dificultad – Soy Tom, Nhala… Tom Trümper – Soltó casi en un susurro.

 

Dentro de la casa sólo hubo silencio por un momento, luego de eso unos pasos se escucharon avanzar hasta la puerta. Alguien dentro abrió los cerrojos y lentamente a su paso también abrió la puerta, asomando desconfiadamente y con rapidez un gran cañón de un rifle de caza.

 

Tom se paralizó de miedo sin querer demostrarlo demasiado por temor a parecer aún más sospechoso de lo que ya le consideraban. Lentamente levantó sus brazos y eso dio paso a que una robusta mujer mayor y de baja estatura se asomara tras la puerta para observarle con claridad y detalle.

 

Tom se mantuvo de pie frente a ella por un par de segundos que le parecieron interminables, mientras la mujer con un ojo grisáceo producto de la ceguera bajaba lentamente su arma, dejando de apuntarle y permitiéndole a Tom bajar sus brazos y respirar con tranquilidad.

 

Nhala sonrió abiertamente, haciéndole una seña para que entrara a su casa. Tom asintió soltando un suspiro de alivio e ingresó al lugar.

 

Dentro la casa no tenía grandes comodidades, tan sólo Nhala y su infaltable vaso de vino de todas las noches el cuál aún permanecía sobre la mesa.

 

-Nhala, yo – La mujer cerró la puerta y arrulló a Tom entre sus brazos como si de un pequeño niño se tratara. Algo dentro de ella le decía le debía soltarlo y evitar el encariñarse con sus inquilinos de aquella forma, pero le había extrañado tanto.

 

-Tom, mírate, cuán cambiado estás… por poco te pego un tiro allá afuera, eh – Bromeó la mujer, soltándole poco tiempo después de aquel acto reflejo de abrazarlo, caminando hasta la vieja mesa de madera y sirviéndole un vaso de vino a Tom también – Siéntate un momento y acompáñame, muchacho.

 

Tom sonrió ante la amabilidad de aquella mujer que desde el primer día en que él llegó hasta estas zonas le acogió con gran cariño, aunque muchas veces ella misma se reprimiera a admitirlo o demostrarlo, pero Tom siempre supo que ella le quería tanto quizás como una madre quiere a un hijo.

 

Cuando le miraba aún podía recordar el primer día en que le vió, cuando Bushido guiado por algunas recomendaciones de otros chicos perdidos llegó hasta su puerta al caer la noche después de un largo día entre batallas, una de tantas en la que había conseguido sacar a Tom del medio.

 

El ex convicto jamás olvidaba la compasión camuflada en aquella dura mirada con que Nhala les recibió aquel día, cuando él no superaba los 12 años de edad. No había pasado mucho tiempo desde que había decidido huir de casa junto a Bushido, quien era unos cuántos años mayor que él y quien fue alguna vez un gran amigo de su hermano mayor, Charlie…

 

Charlie… aquello era un tema delicado; tanto que casi no le recordaba o evitaba hacerlo. Pero cada vez que veía a Bushido había algo en él que le recordaba a su hermano, quizás la forma en que siempre le protegía y le salvaba la vida en cada batalla, no así como no pudo hacerlo con Charlie el día en que un disparo le quitó la vida frente a los desesperados ojos de Tom que le observaba caer al suelo.

 

Conoció a Bushido ese preciso día, pues fue él quien corriendo entre la terrible balacera, le cogió fuertemente del brazo y le alejó del lugar. Tom no opuso resistencia alguna y corrió mirando como el cuerpo abatido de su hermano quedaba tendido sobre la acera.

 

No podría volver a casa sin Charlie. Menos aún si eso significaría llevarle aún más problemas a casa su pobre madre producto de la entrega de drogas que él, Bushido y Charlie hacían. Sabía que probablemente su hermano mayor le había guiado hasta el mundo que él conocía, pero no le culpaba, después de todo, unos desdichados como ellos debían aprender a sobrevivir en una jungla como esa.

 

Desde entonces Bushido fue como Charlie, y Nhala como la madre que con el dolor de su alma, Tom debió dejar atrás para salvarle la vida.

 

-Tom, ¿estás escuchándome? – Preguntó la mujer, una vez sentada frente a él con su vaso de vino a medio terminar entre sus manos.

 

-Lo siento, Nhala, estaba distraído – Se disculpó con sinceridad.

 

La mujer sonrió meneando la cabeza de lado a lado – Bien, muchacho, ¿qué puedo hacer por ti? – Dijo, bebiendo otro sorbo de su vaso – A decir verdad, Tom, pensé que ya no volvería a verte… te desapareciste tan extrañamente que pensé lo peor… ni siquiera volví a ver a ese muchacho con el que vivías.

 

Tom se ruborizó hasta las orejas, todos aquellos años vivió pensando que Nhala jamás upo de la existencia de Bill en su vida – Sí...- Dijo, bebiendo más vino del que quizás debería – Fui arrestado y caí en prisión por largo tiempo. Salí de ahí y tenía una vida nueva… pero bueno, supongo que eso no es lo mío – Suspiró despreocupado, elevándose de hombros, queriendo restarle importancia a todo el asunto.

 

Nhala sólo asintió lentamente, observándole beber casi desesperado para disfrazar ese rubor en sus mejillas – Sabes, Tom… las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para ti y tu hermano – Dijo, haciendo alusión a Bushido a quién ella también consideraba como un hijo suyo y un verdadero hermano del pequeño chico con la cara empolvaba en tierra con el que había llegado a su casa hace ya muchos años atrás.

 

Tom sonrió sintiéndose agradecido. La mujer se puso de pie y rebuscó algo entre los cajones de un viejo mueble – Algo me decía que volverías algún día, por eso mantuve tu lugar tal y como tú le dejaste, y aunque muchas veces me sentí como una loca por subir a asear la habitación y dejarla impecable por si regresabas, yo sabía que no sería en vano… y mírate, aquí estás nuevamente – Sonrió, volteándose nuevamente hasta Tom y entregándole unas llaves.

 

El ex convicto aún atónito por todo aquello, recibió las llaves y sin saber realmente qué decir sólo pudo ponerse de pie y sujetar el rostro de la mujer, besándole la frente con delicadeza, susurrando un “gracias” que nació desde lo más profundo de su corazón.

 

Nhala palmeó amablemente uno de sus brazos, invitándole a subir hasta su, nuevamente, hogar. Tom caminó hasta la puerta, la abrió y se dispuso a salir – Ah, Tom – Llamó la mujer una vez más, haciéndole voltear su rostro una vez más hacia el interior de la casa – No creas que me alegro de saber que has vuelto a estos lugares… pero es mejor que nada – Le dijo, casi sintiéndose agradecida de verle y saber que está vivo.

 

Tom sonrió y cerró la puerta tras él. Aún con una extraña sensación instalada en el pecho, subió las escaleras deslizando su mano por las barandillas, sintiéndose aliviado y, en cierto modo, emocionado por volver a aquel lugar, a su hogar.

 

Giró la manilla lentamente e ingresó, cerrando silenciosamente la puerta tras él. Dentro del cuarto todo era oscuridad, por lo que caminó a pasos torpes hasta donde él recordaba se encontraban los grandes ventanales de la habitación.

 

Sus dedos lentamente se deslizaron por la familiar tela de los cortinajes. Tom sonrió a ojos cerrados, estaba nuevamente en casa.

 

Sin pensarlo más abrió las cortinas de par en par, permitiendo que le majestuosa luz de la noche entrara e iluminara la habitación hasta brindarle un tanto más de claridad en la visibilidad de esta.

 

Tom se sintió extraño. Todas sus cosas estaban en el mismo lugar en que él las dejó. Todo estaba limpio y ordenado, y con aquel olor hogareño tan característico que él por años dejó de sentir. Su corazón saltaba de “angustiosa alegría”, todo era casi irreal… se sentía como volver el tiempo atrás en un sueño.

 

Por un momento, incluso, volvió a sentirse como un chico de 23 años que se desvivía por un mocosito adorable de tan sólo 15.

 

Tom sonrió nostálgico y caminó por largo rato a través de la habitación, sin terminar de convencerse de que todo aquello realmente estaba sucediendo. Finalmente se decidió por darse una ducha para tranquilizarse un momento, sintiendo el agua fría chocando contra su espalda mientras intentaba mantener su cabello recogido en una coleta para evitar mojarlo.

 

Secó su cuerpo y ató la toalla a sus bien definidos pero no exagerados oblicuos, y desempañó el espejo frente a él, dedicándose a observar su rostro en detalle durante un par de minutos. Los años habían pasado por él y se hacían notar. Sus ojos lucían un tanto más cansado y sin duda la barba le hacía verse y sentirse más mayor de lo que realmente quisiera sentirse en aquel omento de su vida donde todo parecía haber vuelto en el tiempo.

 

Rebuscó una tijera entre sus pertenecías y volvió su atención al espejo, dedicándose a recortar cuidadosamente su barba. No se afeitó por completo, pero si dejó un marco prudente de bello facial para nada excesivo que le hacía sentirse cómodo y libre. Incluso se atrevía a sentir que recortando su barba recortaba los tormentosos momentos que en los últimos meses debió pasar.

 

Había vuelto a casa, y desde aquella precisa noche, su vida debería retomar un nuevo rumbo una vez más. Todo lo que alguna vez tuvo, todo lo que alguna vez fue, ya no está más. Ahora no tenía un peso en los bolsillos ni un lugar dónde trabajar, por lo que todo corría por su cuenta hasta que una orden judicial sobre un nuevo trabajo digiera lo contrario.

 

Tom sabía que volver a aquel lugar no significaba que volvería a los mismos errores de siempre. Rogaba al cielo no volver a involucrarse con drogas jamás, mucho menos con delitos como el comercializarla; pero eso sólo dependía de él y de la fuerza que tuviese para afrontar la realidad de su vida sin sentirse acorralado por el hostil entorno que le acompañaba.

 

El ex convicto caminó fuera del baño y apagó la luz de éste, quedando sumido en completa oscuridad por un par de segundos hasta que sus ojos fueron capaces de adaptarse a la luz de la luna otra vez. Avanzó, entonces, hasta una pequeña cómoda situada a un costado de los grandes ventanales donde acostumbraba a guardar su ropa, y para su sorpresa, aún estaba ahí, limpia y ordenada, y agradeció a la vida por tener a Nhala.

 

Se sintió extraño al encajar en su cuerpo unos pantalones tan holgados como aquellos, recordando que también había dejado de vestirse con ropa tan ancha por el estigma de pandillero que eso le generaba y muchas veces, era por lo cual le discriminaban.

 

Sonrió sintiéndose nuevamente en problemas pues no tenía dinero para conseguir más ropa, por lo que debería ir en busca de la que había dejado en casa de Yassmine.

 

-Dios… - Susurró, meneando su cabeza de lado a lado sin dejar de sonreír - ¿Cómo puede ser posible que los problemas simplemente jamás quieran dejarme en paz?

 

Sacó una camiseta al azar desde el interior del cajón y le cerró caminando en dirección a la cama, cuando distraídamente alcanzó a percatarse que algo había caído de la cómoda al momento de sacar la última prenda.

 

Retrocedió de vuelta hasta el mueble y recogió lo que se había caído. Tom frunció el ceño mientras ordenaba la prenda entre sus manos, se veía demasiado pequeña para ser suya…

 

Y no lo era.

 

Se sentó al borde de la cama y estiró la pequeña camiseta sobre sus muslos, deslizando sus dedos con delicadeza por sobre ella. Era la preferida de Bill, e incluso podía recordar el día en que entre brinquitos su pequeño niño le había recibido en casa cuando vió las bolsas de regalos que él le traía.

 

Tom sonrió y llevó la pequeña prenda hasta su rostro, aspirando el aroma. La ropa había sido lavada ya varias veces por Nhala, pero aún podía conservar ese pequeño y casi imperceptible toque a Bill que él tanto amaba.

 

 

Notas finales:

Realmente espero que este capítulo haya sido de vuestro agrado. Espero sus comentarios, pues quisiera saber qué les pareció. ¡Nos leemos pronto!


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