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Flashes por WinterNightmare

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Notas del capitulo:

¡He vuelto! Y ahora, sólo quiero decir, que no pueden perderse el próximo capítulo :| (lo subiré dentro de dos días, espero).
Muchas gracias a todas por leer ésta historia, me alegran la vida. <3

 

 

La casa estaba oscura en su totalidad, al menos así se veía por la parte frontal de ésta. Tom bajó de su motocicleta y la estacionó a un costado de la casa, cruzando por el pequeño ante jardín.

 

Abrió la puerta intentando no hacer ruido. No quería despertar a Yass si es que ella estuviese dormida. Avanzó unos cuántos metros y pudo notar la tenue luz de la cocina encendida. Tom suspiró por lo bajo y se tomó su tiempo antes de aparecer en la instancia al encuentro con su chica; ésta era un situación por la que realmente no tenía ganas de pasar.

 

-Hey, hola – Saludó dudoso, rascando su cuello un tanto nervioso mientras caminaba hasta ella - ¿Qué haces despierta a éstas horas, eh?

 

Yass dejó su taza de café a un lado y abrazó a Tom con delicadeza, enrollando sus delgados brazos alrededor de su cuello – Estaba preocupada por ti, no podía dormir – Suspiró contra su mandíbula, cerrando sus ojos.

 

-¿Preocupada por mi? – Preguntó, soltando una risa leve y retrocediendo unos cuántos pasos para alcanzar un vaso y llenarlo con agua.

 

-Llegaste muy tarde hoy… - Soltó, temerosa como siempre. Atormentándose con sus propias dudas e inseguridades - ¿Pasó algo? – Tom ya sabía hacia dónde iba la conversación, por lo que se apresuró en inventar una buena excusa.

 

-No – Respondió casi al instante – Sólo tardamos un poco más en dejar todo en orden – Dijo elevándose de hombros, despreocupado.

 

Yassmine le observó curiosa durante un par de segundos que para Tom fueron eternos antes de sonreír débilmente y avanzar hasta su novio para besarlo.

 

-Lo mejor será dormir, ¿no crees? – Preguntó una vez finalizado el corto beso que le brindó, con los labios aún temblantes y rogando por todos los cielos que Yass no hubiese notado nada “extraño” en él.

 

La rubia chica asintió sonriente y le tomó de las manos, guiándole hasta la habitación que ambos compartían. Tom reía suavemente, nervioso, incómodo, con un sentimiento de opresión en su pecho.

 

Una vez dentro Tom se apresuró en desvestirse y encajar un pijama hecho de ropa vieja reciclada, para posteriormente meterse dentro de la cama. Yass se tomó su tiempo, como siempre, se desnudó en frente de su novio en medio de risitas nerviosas y torpes, y Tom ésta noche sólo podía fingir una sonrisa de medio lado.

 

Él sólo podía sentirse preocupado, agobiado, encarcelado nuevamente. Bill había vuelto, no del todo, pero Tom sabía que no le sería tan fácil el aceptar que él ya no existía en su vida. Jamás había podido hacerlo realmente. Aquel pelinegro siempre estaba rondando por su cabeza.

 

Bill trabajaba como nuevo modelo en Vogue, y ahora que le había visto, no tenía dudas de que él era de quien Carl hablaba durante toda la maldita jornada laboral.

 

Y ese era precisamente el problema. Carl embobado con Bill, y Bill, trabajando bajo el mismo techo.

 

Le tendría difícil y lo sabía. Debería luchar todos los días y sin descanso en olvidar esas impulsivas ganas por volver a verle. Tocarle, sentirle. Sentía unas terribles ganas de llorar con sólo imaginar cómo se sentiría volver a tener a Bill entre sus brazos. Qué tan distinto sería tocarle… averiguar qué tanto, o qué tan poco había cambiado su pequeño niño.

 

Pero Bill ya no estaba más. No había estado desde hace cinco años atrás, y no volvería a estarlo ahora. Él simplemente ya tenía su vida, al igual que Bill ya tenía la suya.

 

Él tenía a Yass, quien, quizás inconscientemente, era el perfecto recuerdo que Tom podía mantener de su preciado niño.

 

 

+++++

 

 

-Y bien, ¿quién irá con los almuerzos el día de hoy? – Preguntó como siempre Carl, quien era el principal encargado de repartirlos, pero que al ser consciente de lo horrible que era estar encerrado en aquella cocina todo el día, hacía cambio de turnos con sus demás compañeros.

 

Todos dentro de la cocina rieron, excepto Tom, quien no podía quitarse la idea de ir a husmear a la oficina de Bill un momento. Pero, no quería que le viera. No quería que él siquiera se enterase de su existencia, aún menos el saber que se encontraban bajo el mismo techo todos los días.

 

Se pateaba mentalmente por todo aquello. Habían pasado cerca de cuatro días desde que casi atropella a Bill a las afueras de la compañía, y simplemente todo en su vida había empeorado. A cada día que pasaba se sentía más curioso y casi obsesivo con saber y ver más a Bill. Estaba mal, jodidamente mal.

 

Él no podía hacerle aquello a Yass. No debía seguir pensando en Bill,  no debía incomodarle tocar a su novia por no poder sacarse a aquel pelinegro de su cabeza. Todo su mundo estaba de cabeza ahora, y Tom sabía que no debía volver atrás.

 

El pasado quedaba ya en el olvido, todo estaba superado en su vida excepto Bill. Aquel pequeño detalle, que la vida, siempre tan desgraciada con él, se había encargado de no dejarle olvidar y volver a poner en su camino.

 

Cómo le hubiese gustado no volverlo a ver… qué tan fácil hubiese sido todo, qué tan bien hubiese seguido su vida… quizás.

 

Pero Bill estaba ahí, tan cerca y presente como no lo había estado desde que lo alejaron de él aquel horrible día en la cárcel.

 

Bill estaba de vuelta, y por más que él quisiera, no podía dejarlo pasar así como así.

 

Se había estaba convenciendo a sí mismo, que todo aquello de no poder dejar de pensarle, era simplemente mera curiosidad, pues creía que si sólo se acercaba un poco más… si sólo lograba saciar las dudas que le aquejaban, si sólo lograba volver a ver a su niño una vez más…

 

-¿Qué dices Tom, vas tú? – Le distrajo Ángela, y sintió el fuerte impulso de decir que sí y coger el carrito con los almuerzo, pero no lo hizo. No podía arriesgarse de tal forma.

 

Si bien se veía diferente, sabía que la retina de Bill no fallaría en cuánto volviera a verle. Y él no quería perder aquella oportunidad de acercarse al pelinegro una vez más… aunque sólo fuese por un corto tiempo.

 

-No, paso – Sonrió, viendo como Carl se elevaba de hombros resignado y salía de la cocina en medio de la risas divertidas de sus compañeros de trabajo.

 

Tom vió a Carl tomar el ascensor que le llevaría a los pisos de más arriba, el ascensor que le llevaría a Bill, y fue entonces cuando aquella oscura y tan característica chispa en sus ojos volvió a encenderse; y durante un par de segundos, parecía que el viejo Tom había vuelto.

 

 

-Realmente agradable – Comentó una vez más y casi como de costumbre. Todos se miraron entre ellos y soltaron risitas cómplices mientras terminaban de cenar algo ligero que ellos mismos prepararon.

 

Tom vaciló unos momentos antes de decidirse a continuar, pero lo hizo de todos modos, pues era la única forma de saber un poco más de Bill – No pensé que caminaras por esos lados… - Bromeó entre sonoras carcajadas de sus compañeros.

 

Carl se ruborizó hasta las orejas – No es eso, precisamente… es… vaya, Tom, si vieras como es éste chico. Cómo luce… simplemente logra confundir a cualquiera, creo – Se excusó, y Tom contuvo sus furiosas ganas de querer estrangularlo en ese mismo instante.

 

Algo se removió dentro de él, y le paralizó el corazón por un instante. No recordaba la última vez que se sintió así de cabreado porque alguien elogiaba a quien era de su interés. Y lo peor de todo aquel descubrimiento, y lo que le instalaba un profundo sentimiento de tristeza y culpabilidad, era que, precisamente, con Yassmine jamás se sintió así.

 

Supuso que jamás había sentido la necesidad de sentirse obsesivo con ella pues sabía que Yass jamás le dejaría, porque ella le amaba… pero, con Bill… no había justificación lógica para sentir todo aquello por él.

 

-Ya debo irme – Se levantó Tom de la pequeña mesa y todos le vieron confundidos.

 

-Salúdame a Yass – Se despidió Ángela, viendo a su compañero caminar apresurado hasta la salida.

 

Tom asintió e hizo una seña de despedida con su mano antes de cerrar la puerta y encender un cigarrillo, observando el reloj que siempre llevaba consigo. Había memorizado el horario de salida de Bill, al menos de las últimas noches.

 

No se acercaba demasiado, y sólo se limitaba a observarle oculto en aquel callejón hacia donde colindaba la salida trasera de Vogue.

 

Se estaba volviendo loco, quizás, pero con sólo verlo lograba sentirse calmo y tranquilo otra vez. Era como si todo el estrés, las preocupaciones, el trabajo extra, los problemas de pareja, y por sobre todo, su alocada e incontenible curiosidad se esfumaban con tan sólo verle caminar hasta su auto en medio de la noche.

 

Pero ésta vez no ocurrió tal y como las noches anteriores. Bill salió de la compañía a la misma hora que de costumbre, sin embargo, no cruzó la calle en busca de su auto, sino, se quedó ahí parado, congelándose de frío, esperando a quién sabe qué.

 

Tom caminó a paso rápido en busca de su motocicleta. Soltó un último suspiro antes de acomodar el casco de seguridad en su cabeza, y emprendió la marcha con el corazón latiéndole en un hilo.

 

No era el momento de ser descubierto, jamás lo sería pues no quería que Bill volviese a saber de él porque tenía miedo de su reacción, así como también temía en qué consistía la vida de su pequeño niño ahora. Temía de la realidad, pues no se creía capaz de enfrentar un golpe tan duro como lo que debió vivir hace algunos años atrás.

 

Detuvo su motocicleta a unos cuántos metros de Bill, quien esperaba de pie en la fría acera. Su corazón se sentía retumbar con fuerzas contra su garganta. Qué demonios estaba haciendo, esto estaba jodidamente mal.

 

El pelinegro apartó su móvil desde su oído y levantó la mirada con una expresión de asombro pintada en el rostro - ¿Tú otra vez? ¿No fue suficiente con casi arrollarme el otro día? – Bufó, cruzándose de brazos.

 

Tom no sabía qué hacer ni qué decir. Todo había pasado muy rápido y su mente simplemente le abandonó hasta ese momento, hasta estar justo frente a un Bill aún enojado y resentido que exigía respuestas en relación con el incidente anterior.

 

No podía contestarle. Debía irse ya. No podía simplemente quedarse ahí frente a él, observándole casi embobado, oculto tras los oscuros cristales de su casco.

 

Pero es que no podía dejar de mirarlo. El moreno crío con el que alguna vez compartió su vida lucía tan diferente ahora. Tan hermoso, tan puro e inalcanzable. Como un anhelo en la vida de cualquier simple mortal como él lo era.

 

Su mirada seguía siendo la misma, sus ojos seguían teniendo esa expresión de atemorizados en ellos aún con ese marcado maquillaje negro sobre ellos. Su cabello estaba notoriamente más largo y mejor cuidado, y sus ropas ya no lucían viejas y de segunda mano.

 

Bill era como un maniquí de alguna boutique fina. Un muñeco de porcelana cuidadosamente diseñado. Con un rostro de los mil demonios que te aprisiona con sólo observarlo… pues Tom sentía que podía dar lo vida en ese mismo instante tan sólo por poder rozarle con el revés de su mano.

 

-L-Lo siento – Murmuró con la voz temblorosa, fingiendo un tono de voz un tanto más diferente al suyo. Rogaba por todos los cielos no levantar sospechas en Bill.

 

El moreno le miró a cejo fruncido por un par de segundos, mordisqueando nerviosamente su labio inferior antes de asentir soltando un suspiro – Está bien… ¿sin remordimientos? – Preguntó, estirando una de su mano hacia Tom para sellar las disculpas.

 

Todo su cuerpo comenzó a temblar ante ese gesto. Observó la delgada y fina mano dispuesta hacia él, y las uñas coloreadas de un negro tan oscuro como la noche. Su cerebro comenzó a pulsar fuertemente dentro de su cabeza en un intento desesperado por hacerle volver a la realidad y estrecharle la mano a su acompañante de una vez por todas.

 

Tom se quitó uno de los guantes, y acercó su temblorosa mano hasta la de Bill. La rozó por un milisegundo con la yema de sus dedos y entonces el mundo podía irse al carajo en ese preciso momento. Algo se oprimió en su pecho y Tom sólo sintió ganas de llorar inconteniblemente.

 

Era Bill. Estaba tocando a Bill nuevamente. Aquella suave y pequeña mano de sentía como la primera vez en que le tomó de la mano para llevarle a casa.

 

Cómo deseaba poder hacer lo mismo exactamente ahora.

 

La calle se iluminó por las luces de algún auto que se acercaba hasta ellos y Bill soltó su mano rápidamente, mirándole algo avergonzado dado el tono rojizo de sus mejillas y con una expresión en sus ojos que Tom no supo descifrar. El pelinegro tragó saliva nervioso y recogió su bolso de mano que había dejado sobre el suelo, para caminar en dirección al auto que había parado justo frente a ellos.

 

No sabía cuánto tiempo había pasado sosteniendo la mano de aquel muchacho, pero sentía que había sido eterno. Bajo su mano lentamente hasta posarla otra vez sobre el manubrio de su motocicleta y giró el rostro para observar dentro del auto con disimulo mientras volvía a acomodarse el guante.

 

-Hola, precioso – Saludó alguien desde el interior, y aquella voz grave se le hacía familiar.

 

Bill entró al auto y se inclinó para saludar a quien pasaba a recogerle aquella noche – Hola, Gustav – Cerró a puerta del auto y éste arrancó, mientras el pelinegro miraba con disimulo a quien le había acompañado minutos antes.

 

Gustav…

 

Muchos sentimientos afloraron en su pecho en aquel momento, y no había nada que Tom pudiese hacer para controlarlos.

 

¿Acaso Bill estaba con ese…?

 

<> pensó Tom, pues el rubito amigo de Bill al fin había logrado su cometido. De seguro con él fuera del camino, de seguro impidiéndole el ir a visitarle cuando él estuvo en la cárcel.

 

De seguro Bill tuvo que irse a vivir junto a él cuando quedó solo contra el mundo y él sin poder hacer nada para impedirlo.

 

No culpaba al pelinegro, aunque sentía cierta molestia contra él por todo esto. Quería confiar que entre Bill y el rubio no sucedió jamás nada mientras él estaba a su lado. Pero el que ellos dos ahora estuviesen juntos, simplemente le hervía la sangre y le llenaba de dudas que no sabía como aclarar.

 

Por otro lado, todo lo que él creyó durante todos aquellos largos años en prisión… se desmoronaba.

 

¿Qué tal si Bill realmente quería verlo pero no se lo permitían? ¿Qué tal si su niño… jamás quiso abandonarle?

 

Su mente era un completo desastre, y Tom se encontraba convencido en que la locura no tardaría en poseerle.

 

 

Notas finales:

¿Qué tal? :o


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