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Amigo Cebolla por Discord Di Vongola Arcobaleno

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Notas del fanfic:

Steven Universe no es de mi propiedad pero si de Rebecca Sugar.

Notas del capitulo:

Quiero aclarar (por alguna razón) que no se como o donde salió esto. Simplemente ví e capítulo mientras estaba castigada. Mi amor por el yaoi tiene problemas cuando no le alimento(?) 

Ojala disfruten.

Era de madrugada cuando mis ojos por fin lograron abrirse. A pesar de estar en un lugar a oscuras lo sabía más bien por una corazonada. Miré mi alrededor llenó de cajas de comida y algunas bolsas, recordando los hechos de la noche anterior.

Había salido de mi casa algo tarde pero no era algo realmente relevante pues mamá había accedido a que durmiera en casa de un amigo así que antes de que la marea subiera pero con la luna ya brillando a todo su esplendor corrí hacía la casa de aquel niño regordete y las tres chicas con las que vivía. Una vez que subí las largas escaleras, me adentré escurridizamente a la casa… por la puerta delantera.

La cerré sigilosamente para encaminarme de puntillas a las escaleras a un lado por donde escalé veloz por ellas con el sonido de voces desconocidas de fondo. Una vez que llego hasta lo más alto que daban los escalones me quedó quieto en aquel lugar, observando la figura de aquel chico de cabellos rizados en un tono tan profundo como el negro de una noche de tinieblas y el cómo reía y comentaba graciosamente a las escenas ocurridas en aquella serie la cual no le prestó verdadera atención.

Pasó el tiempo, los segundos, los minutos, tal vez las horas también, pero solo dejé de admirar a Steven un tiempo después de que cayera dormido sobre el pelaje del león rosado. Fue cuando, luego de bostezar silenciosamente me escabullí a la repisa de la cocina por lo que desperté aquí.

Tallé mis ojos mientras sonreía levemente ante el sonido de tu voz aunque opacada por las puertas cerradas seguía escuchándose agradable y dulce. Luego de aquello escuché como múltiples aparatos empezaban a prenderse impidiéndome seguir escuchándote. Intenté acercarme un poco para al menos oír tu tono pero cuando parecía que estos al fin cesaron otro ruido también se me interpuso, no era nada más que mi estómago gruñendo por un bocado. Giré a mí alrededor hasta que vi una bolsa que desde donde estaba parecía papas fritas por lo que me acerqué y la tomé… y la puerta se abrió.

-Un poco de…

Dijo antes de verme tomando la misma bolsa que había agarrado.

-¡Cebolla!

Con rapidez di un gran salto sobre su cabeza mientras Steven la soltaba sorprendido.

-¿¡Pero qué-!?

Corrí sin miramientos hacía la puerta principal pero el joven Universe fue más rápido que yo por lo que antes de que pudiera realizar mi escape él extendió sus brazos mientras cubría la única salida con un ceño enojado.

-*Cómo si me fuera a dar un abrazo* - pensé inconscientemente.

-¡No! – exclamó. – ¡No lo permitiré!

Aun así, sin detenerme busqué una ruta de escapé para inmediatamente saltar por la ventana, rompiendo su mosquitero y escapando por fin.

-¡CEBOLLAAAAAAAA! –gritó.

Sonreí.

Cuando estaba enojado se veía más lindo.

Seguí corriendo sin soltar la bolsa a pesar de no saber completamente que era lo que fuera y bajé corriendo las escaleras mientras escuchaba como Steven me perseguía detrás.

-¡Tú y yo teníamos un acuerdo! – me recordó.

Lo sabía, pero ver tu expresión inconforme o los adorables pucheros que hacías hacían que, raramente, algo en mí se emocionara, creo que en la parte donde estaba mi corazón.

-¡Regresa aquí con esas papitas! – exclamó una vez que llegamos a tierra. – ¡Iban a completar mi merienda perfecta!

Por mucho que me gustaba ver su rostro con aquella tierna mueca preferiría correr antes de que le atrapara.

-¡Tienen un sabor especial que solo se encuentra por tiempo limitado!

Escuché a una gran distancia por lo que me tomé el lujo de girar un poco el rostro para poder apreciarlo un poco.

-¡Se lo que haces con la comida! ¡Ni siquiera te la comes! – siguió gritando cuando noté que ya estábamos por las casas. – ¡Devuélvela aunque sea una vez!

Apreté la bolsa en mi pecho mientras seguía corriendo pues ya había logrado divisar mi casa por lo que entré en la parte trasera pasando por las cortinas y pasé por una última puerta.

Exhalé, cansado y sudoroso mientras me recargaba en la pared y deslizaba mi pequeña espalda, comenzando a regularizar mi respiración.

-...¿Amatista? – escuché que decía Steven.

Asomé mi rostro mientras veía como se daba la vuelta y salía corriendo.

-¡Esto es muy extraño! – exclamó por último.

Suspiré.

Me enderecé en mi posición y observé la bolsa de papas en mis brazos. Imaginando que era Steven la apreté contra mi cuerpo ignorando su crujir y bese el plástico de este. Me gustaba pensar en Steven. Hacía que mi estómago se sintiera burbujeante y un agradable calor recorriera mi pecho.

Me levanté de allí luego de unos segundos pues sabía que con mi propia fuerza no conseguiría abrir la bolsa por lo que fui por las tijeras pensando diversas maneras de tirarlas al suelo y romperlas. Se me había espantado el apetito.

Encontré unas en la mochila de Crema Agría por lo que planeé volver sobre mis pasos cuando unas voces resonando en las delgadas paredes me interrumpieron. Era la indiscutible voz de mi madre y otra voz. Caminé por la dirección ya conocida hacía la parte trasera de la casa donde en lugar de abrir la puerta observé por el hueco de la perilla para, sorprendentemente encontrarme a mi madre con la chica morada, Amatista, y a Steven.

-Solíamos meternos en muchos problemas. – dijo mamá entregándole a Steven lo que parecía una foto. – Ahora, dime, Steven. ¿No somos la viva imagen del desenfreno?

Sonreí.

Siempre me alegraban los comentarios de mamá.

-No lo creo. – aseguró la morada. – Llevas puestas unas pantuflas.

-Ni te imaginas lo que he hecho con ellas. – contestó.

Tomó entre sus manos la foto que tenía Steven para volver a colocarla en su lugar.

-Me alegra verte de nuevo. – dijo, volviendo a acercárseles. – Ha pasado tanto tiempo. Debimos haber estado muy ocupadas.

-Oh, sí, entiendo. – dijo Amatista cuando me atreví a abrir la puerta para pasar, abrazando los hombro de Steven. – Niños.

-¿Qué sucede con sus hijos? – preguntó Steven mientras yo aparecía de detrás de mi madre.

-Ahí viene uno. – dijo una vez que me abracé al pantalón de su overol para mirar a Steven tras este.

Pero, Steven se me quedó mirando raro.

-¿¡Tú eres la mamá de Cebolla!? – evidenció, señalándome.

-Si. Este es mi pequeño diablillo. – contestó risueña mientras me tomaba en brazos, agarraba las tijeras que tenía en mano y las arrojaba a otro lado. – Por cierto, Steven. Cebolla no para de hablar de ti.

Levanté mi corto brazo para recargarlo en su cabello y acerqué mi rostro a su oreja con mi mano contraria.

-¿Podrías preguntarle a Steven y a Amatista si se podrían quedar para la cena? – pregunté con aquella chillona voz que luego me avergonzaba a pesar de no demostrarlo.

-Es una estupenda idea. – dijo ella para platicarles a ambos lo que anteriormente había dicho.

Steven empezó a sudar, parecía nervioso.

-¡Nos encantaría! – exclamó inmediatamente la del pelo blanco.

Mamá nos condujo adentro mientras yo me quedé observando a Steven y Amatista quien empezó a reír sospechosa y nerviosamente.

-¿Cierto, Steven? – habló ella. – Cebolla es tu mejor amigo.

Dijo eso último comenzando a seguirnos a mi madre y a mí…

Y mientras mi mano se colocaba en la parte de mi pecho, apretándolo.

Aunque no habían sido pronunciadas directamente por Steven, me habían causado… ¿daño?

Logramos llegar a la mesa de la cocina donde mamá con la cena lista acomodó los platos frente a las mesas. Me senté en una silla alejada a la única que había de cabecera esperando a que Steven se sentara a mi lado, sin embargo, cuando estos iban por lugar apareció Crema Agría sentándose a mi lado derecho ignorando a todos con los audífono puestos y los ojos cerrados por lo que Steven se sentó al lado de Amatista y frente a mí. Suspiré internamente, otro detalle era que me disgustaba que mi hermano se llevara más con Steven a pesar de ser mayor que nosotros, era algo de envidia podría decirse pero de eso se trata ser hermano menor ¿no? De superar al mayor a pesar de que parezca imposible, como un héroe.

-*El héroe de Steven* - fue un pensamiento fugaz que cruzó mi mente.

Cuando madre nos sirvió una clase de pasta blanca en los platos y se sentó todos a mí alrededor empezaron a comer. Yo solo junté con mis manos aquella cosa grumosa que llamamos en esta casa “comida”, quería darle la forma de algo hermoso, y tenía al modelo perfecto sentado y comiendo frente a mí.

Esperaba que le gustara.

-No podría comerme otro pedazo de… sea lo que haya sido eso. – dijo Amatista, empujando el plato frente a ella.

-Oh, solo es un plato que llamo: “Fideos con mantequilla”. – contestó mamá.

Con que eso era…

Con razón mis dedos se sentían resbalosos.

-No puedo creer cuanto tiempo ha pasado. Es decir. ¡Observa a este chico! – comentó ella, señalando a mi hermano. – ¡Yo solía ser más grande que él!

Hubiera sido gracioso ver eso.

-¿Has sabido algo por el tonto de Martin?

Mamá solo se carcajeó.

-No sé dónde se encuentra ese tonto. Tampoco me importa. – respondió a su amiga. – Yellowtail y yo hemos estado saliendo por un tiempo.

-¿¡Yellowtail!?

-Sí, solo sucedió. – dijo mamá, con una sonrisa en el rostro y con el pulgar en alto a las fotografías en el refrigerador donde aparecía papá de más joven y otras dos conmigo de más chico. – De un momento a otro estaba viviendo con este pescador.

Steven levantó su mirada mientras masticaba pues aún no había acabado la cena de mamá.

-Hola Crema Agría. – saludó sonriendo amigablemente.

Él solo hizo el signo de paz levantando el dedo de en medio y el índice a la vez que abría perezosamente los ojos para luego volver a cerrarlos más rápido y volver a moverse según la música sonando en su mundo.

Aun así, solo reaccioné cuando sentí su mirada en mí aunque no mostraba aquella linda sonrisa que le enseño mi hermano.

Gire el plato para que la figura de su cabeza quedara frente a él ganándome como recompensa una alegre sonrisa de su parte.

-Oye, soy yo. – reconoció animado.

Y, por alguna razón me acerqué a mi Steven de comida y lamí en línea vertical su parte trasera. Me habían dado ganas de hacerlo.

 Pero, más bien, con el real.

Aun así, su rostro había cambiado a una expresión más seria.

Al ver mi “error”, intenté repararlo. Me alejé de mi escultura y abrí la boca para dejar caer la pasta.

Pero Steven parecía igual de frustrado.

-¿Por qué odias la comida?

Le di una leve sonrisa pero él no pareció notarlo, solo se levantó con una combinación de incomodidad y ánimo.

-¡Muy bien, gracias por la cena, hora de irnos! – habló apurado, atropellado palabras con otras. – ¿Verdad, Amatista?

-¿Cuál es la prisa? No tenemos nada que hacer. – declaró la morada con tono receloso. – Además, una fiesta de Amatista y Vidalia no acaba hasta que sale el Sol.

Me había tensado pues existía la posibilidad que aunque Amatista quisiera quedarse Steven se fuera. Teniendo que aguantar la vergüenza le hablé a mamá con mi chillona y aguda voz del cual, me hacía recordar que mi madre es la mejor de todas, sino, ¿cómo más entendería lo que estoy diciendo?

-Sabes, Steven. Cebolla quiere mostrarte la casa. ¿Qué dices? – preguntó mi madre.

Steven volteó a verme, no parecía seguro y lucía igualmente algo nervioso y aunque las luces comenzaron a parpadear yo le seguí observando, impaciente por su respuesta.

-¿Qué está pasando? – preguntó exaltado.

-*Se ve muy lindo cuando está en pánico.* – pensé fugazmente sin darme cuenta.

-Oh, cuando Crema Agría comienza a hacer mezclas usa casi toda la electricidad de la casa. – aclaró mamá. – Por suerte Yellowtail no está aquí, se vuelve loco cuando hace eso.

-Chica, tu casa es increíble. – comentó la morada.

Miré a Steven, aún no contestaba ni dejaba de sudar. ¿Estaría disgustado por la figura que hice?

-¿Qué puedo hacer? Los chicos tienen que expresarse.

Levanté mis brazos y aplasté la cabeza falsa de Steven para que dejara de molestar al verdadero.

-Tú también, Cebolla. Exprésate. – dijo mamá. – Parece que está listo para ti, Steven.

Levanté la mirada con una sonrisa leve pero solo note a Steven más tenso que antes.

Salimos de la cocina y subí las escaleras consiente de Steven siguiéndome. Caminamos por el pasillo superior hasta llegar a la segunda puerta y abrirla. Entramos y cuando el pasó empezó a observar el lugar a la vez que yo cerraba la puerta.

-Lindo carito de compras. – alagó.

No contesté.

En lugar de eso corrí hacia mi cama donde salté en un trampolín para impulsarme mejor una vez que caí a la cama y brincar más alto.

-¿Por qué no mejor saltas y rebotas en ese trampolín? – preguntó, sin darse cuenta que de la sorpresa se encimo un poco a unos cajones. – Digo… esta justo enfrente de ti…

Hacía un tiempo había visto a Crema Agría saltar en su cama, el resultado fue que chocó contra el techo.

Existen trampolines para todas las edades, pero no camas para que todas las edades salten. Quería aprovechar lo que podía de mi cama saltarina, además, quería que Steven saltara conmigo y en ese pequeño trampolín que me regalo mi padre no entrabamos los dos.

-Pero, bueno... – dijo. – Es tu habitación y puedes hacer lo que quieras.

Levanté mi mirada al escucharle soltar un suspiro de sorpresa.

Sobre los dedos de sus pies se había posado un ratón blanco.

Qué raro, creí que ya lo había dado de comer a mi serpiente.

De seguro logró escapar.

Steven sonrió.

-Tienes un pequeño compañero de habitación. – dijo con un tono que me recordó a las ancianas dulces viendo a unos adorables niños.

Pero a Steven le hacía sonar dulce a diferencia de aquellas mujeres arrugadas.

El ratón salió corriendo y bajé de la cama para atraparlo antes de que escapara y se hiciera más difícil atraparlo.

-¿Es tú mascota? – preguntó.

De nuevo, no contesté.

En lugar de eso caminé hacia la pecera a oscuras donde se encontraba mi mascota.

-¡Allí es donde vive! ¿No? – habló retóricamente.

Sin saber lo equivocado que estaba.

-Déjame ayudarte a meterlo en su casa. – dijo, acercándose más confiado hacia nosotros.

Observé como colocó sus brazos alrededor de su rostro sobre el vidrio.

-Es una jaula muy grande para una pequeña...

Prendí la luz de la jaula.

-¡Serpiente! – gritó, alejando su rostro del vidrio.

Mi mascota se encontraba enroscada en sí misma.

-Cebolla... – habló nervioso, mientras yo levanté mis brazos para que de mis manos tomaras con total libertad al ratón blanco. – …Quieres dar de comer a este pequeño amigo a esta serpiente, ¿no?

Asentí.

Rio como alguien que no quiere la cosa.

-Awwww… – salió de sus labios, con un tono desanimado.

Me dio la espalda y vi sobre su hombro como miraba al pequeño animal en sus manos.

Se veía lindo preocupado.

-Lo siento, pero… – disculpó al ratón. – …Todos comemos…

Desde mi lugar escuché como el ratón dio un chillido.

Los hombros de Steven se tensaron.

-N-no… – levantó con rapidez su brazo a la altura de sus ojos, los cuales cubrió con el antebrazo. – ¡Puedo!

Quejó mientras  se volvía a dar la vuelta con prisa, logrando notar las lágrimas que luchaban por no caer de sus ojos cerrados con fuerza.

Extendió su brazo donde estaba el ratón que tomé de su mano.

Salió corriendo, dándome la espalda una vez que se detuvo a temblar.

Miré el ratón y lo acerqué al suelo donde lo dejé ir para luego apagar la luz de la jaula.

Caminé hasta Steven y coloqué mi mano en su espalda alta.

Me volteó a ver con los ojos vidriosos y sudando frío.

Se veía lindo cuando estaba triste.

Pero de todas formas no me gustaba del todo verlo así.

Me alejé de él en dirección a la televisión que había al lado derecho de la jaula.

-No tendrás más mascotas extrañas que mostrarme, ¿o sí? – preguntó.

Como tener un león rosado era lo más normal del mundo.

Prendí la tele después de meter un cassette en ella.

-¿Pondrás una película? – preguntó retóricamente, volviendo a su actitud animada mientras se acercaba un poco. – Eso sería grandioso y no muy escalofriante.

Puse Play para dejar ver la imagen de mi madre en una cama blanca, sudorosa y con el rostro contraído en una mueca de concentración y dolor.

-Es un buen montaje de un hospital. – comentó Steven.

-Oh… sí… Aquí viene…

-Oye, es tu mamá. – notó.

-¡Aquí viene!

-Espera ¿Quién viene? – preguntó confundido.

-Ah... ah… – jadeaba mi madre. – Yellowtail… creo que ¡ah! ¡Ya viene!

-¡ESPERA! – gritó alarmado el Universe, tapándose los ojos con la palma de sus manos. – ¿¡Qué sucede!?

Le mostré la caja del cassette que leyó en voz alta, intentando no concentrarse en el video.

-¿¡”Feliz cumpleaños, Cebolla”!? – gritó para mirar con los ojos abiertos como platos la pantalla nuevamente. – Eres tú… ¿¡NACIENDO!? ¡AH!

Gritó aquello último, cubriendo su mirada con la caja rosada.

Apagué el televisor.

-No puedo soportarlo más… – mencionó, bajando la caja del cassette pero aun con los ojos cerrados.

Subí a mi cama para caminar sobre el colchón y dirigirme a la pared donde tomé dos extremos de un poster y lo moví a un lado para dejar ver un hueco de la figura de un cuadrado y casi de nuestro tamaño aunque Steven sea más alto que yo por unos centímetros.

Levanté mi mano y moví mi muñeca de adelante hacia atrás en su dirección.

-Muy bien, fuera del juego. – dijo con el ceño fruncido mientras caminaba con firmeza en dirección a la puerta la cual abrió una vez frente a esta y, sin perder tiempo salió por esta. – No puedo seguir haciendo esto. Me voy a casa.

Dijo, antes de que perdiera su voz al final del pasillo, bajando las escaleras.

Miré la puerta entre abierta de mi cuarto sin moverme de mi posición, exhalé. De alguna manera aquella exclamación por parte del pelinegro me hizo sentir cansado puse era la única razón que encontraba porque sintiera mi cuerpo temblar con ganas de desmoronarse sobre las sábanas.

¿Acaso había hecho sentir incomodo a Steven? Bueno, le mostré el video de mi nacimiento y tal vez eso debió incomodarlo un poco… bueno, lo miró con cara de traumado. También puede que no le haya agradado la idea de lamer su cabeza hecha de pasta ¡Pero salvó a la que iba a ser la comida de su serpiente! Aunque eso Steven no lo sabía… Realmente… yo… realmente quería caerle bien a Steven… En serio me gust-

Me sacó de mis pensamientos el sonido de la puerta siendo azotada con fuerza.

-Muy bien, Cebolla. – dijo Steven con paso firme en mi dirección y con el ceño fruncido. – Este es el plan. Cualquier cosa extraña o espantosa que me hayas preparado…

Se detuvo frente al colchón.

 -Lo voy a aceptar. – declaró.

Se subió a la cama y mientras me metía por el hueco en la pared el me siguió caminando sobre las sábanas hasta meterse de igual manera por el cuadrado.

-Oye, despacio. – pidió con un tono de orden.

Gateé por los conductos con rapidez pues este era mi lugar secreto. Mi escondite en el que disfrutaba pasar mi tiempo, el lugar que no le he mostrado a nadie más. Ni siquiera a mi madre.

Escuché sus jadeos y movimientos pesados tras de mi mientras mis ojos se empezaban a acostumbrar a la oscuridad.

-Cebolla… – quejó pero sin dejar de arrastrarse por sobre el metal. – Esto saldrá mal.

Seguimos avanzando hasta el punto que una persona normal no podría visualizar ni la palma de su mano si la levantara a milímetros frente a su rostro.

-Ah… ¿Cebolla?

Y parecía que Steven no era la excepción.

Pensé eso bajándome del conducto para caminar por la pequeña habitación y tomar la cuerda que se aferraba al techo.

-¿Dónde estás?

La jalé y los múltiples focos conectados con a la pared se prendieron, iluminando el cuarto.

Steven miró el lugar.

Que es esta habitación.

No contesté.

Le di la espalda mientras caminaba en dirección al centro del cuarto.

Steven me siguió una vez que se levantó al caer de bruces del conducto algo justo para su tamaño. Observó la imagen colgada en la pared de mí cuando era más chico y avanzó hasta toparse con mi espalda, viendo el cofre cerrado sobre una alfombra pequeña de color azul con adornos amarillos.

-¿Qué hay allí? – preguntó con un tono calmado.

Me arrodillé.

Levanté mis manos y las coloqué sobre la tapa, acariciándolo.

-¿Algo horrible? – insistió.

Sin querer hacerlo esperar más abrí cuidadosamente el cofre azul.

Me giré sonriendo mientras escuchaba su jadeo de sorpresa. Su rostro de pánico contenido a excepción por las gotas de sudor que se deslizaban nerviosamente por su frente fue remplazado por una mueca de emoción a la vez que sus ojos brillaron un poco.

-Cebolla... – me llamó mientras veía mi tesoro. – ¡Los hombrecillos!

Se acercó sin percatarse de la confianza que había vuelto a depositar en mi presencia para tomar una de las cápsulas que contenía un ninja de rojo.

-Nunca antes había visto esta versión roja del hombre ninja. – dijo, mirando el cofre. – ¿¡También tienes mujercillas!?

Preguntó retóricamente.

-Señorita constructora. – dijo, tomando la cápsula con la mujer de cabello castaño y un sombrero amarillo que usualmente llevaban los obreros.

Dejó ambas para tomar otra.

-Señorita triangular. – anunció, tomando la cápsula con el triángulo de labios gruesos y largas pestañas.

Tomó otra tras otras.

-Señorita crítica. – siguió hablando para mirar con asombro la de una mujer con una banda roja en el cuello y unos pantalones de mezclilla junto con su pelo castaño corto. – ¡Karen! ¿Karen? ¿Cómo las conseguiste?

Miro al frente inmediatamente.

-No, mejor no quiero saberlo.

Y compartimos opinión.

No quería asustarlo de nuevo.

Levanté mis manos las cuales ambas sostenían una cápsula con una mujer rubia de cabello corto con una banda roja alrededor del cuello, un abrigo celeste, unas botas negras, pantalones blancos y sobrero café claro.

-No es posible. – murmuró en su asombro. – ¡La chica exploradora!

La tomó entre sus manos gorditas mientras su rostro brillaba.

-¡Luce increíble! – dijo fascinado.

Y yo lo miré, ni demostrar lo fascinado que estaba por la alegre expresión en su rostro.

-Gracias por mostrármelas. – agradeció, volviendo a colocar frente a mí a la exploradora.

Coloqué las palmas de mis manos frente a él para evitar que me la regresara.

-Bueno, será mejor que te la devuelva ¿no?

Esta vez sí respondí, negando con la cabeza.

-Me la estas… – soltó impresionado. – ¿…regalando?

Asentí.

-¡No lo puedo creer! – exclamó. Sonriendo de felicidad. – ¡Te lo agradezco mucho, Cebolla!

Se sentó a mi lado, dándole cara a mi cofre y a mí.

-Oh, amigo. – dijo. – ¿Podrías mostrarme el resto de las figuras?

Agarré la primera que mi mano encontró para mostrar una de las cápsulas que daba la impresión de estar vacía.

-Genial, el hombre invisible.

Así paso el tiempo. No estaba seguro si fueron horas o minutos pero en ese tiempo algo me dejó en claro la compañía de Steven.

Me gustaban las expresiones de Steven.

Cuando estaba enojado, que su ceño se fruncía y sus cachetes se inflaban conteniendo su rabia, le hacía ver adorable.

O cuando estaba aterrado, su rostro en pánico se volvía tan pálido como mi piel y sus hermosos ojos se abrían más.

También cuando algo le disgustaba algo, su ceño se fruncía y sus mejillas se inflaban pero una línea recta tomaba el lugar de su boca mientras su nariz s arrugaba ligeramente.

Incluso cuando estaba triste, sus lágrimas hacían que sus ojos brillaran y sus mejillas se volvían de un hermoso rojo.

Le gustaban. Adoraba la expresiones de Steven, quizás hasta un poco más que su adorada colección de hombrecillos y mujercillas.

Pero, definitivamente, la expresión que más adoraba de Steven Universe era su rostro alegre, son las mejillas sonrosadas y mostrando dulcemente a través de sus labios rosados sus blancos dientes con los ojos cerrados.

Le encantaba ver esa expresión.

Especialmente cuando él la provocaba.

Le hacía sentir un aleteó en el corazón.

Después de que el tiempo siguiera con su camino, nosotros tuvimos que regresar a la realidad de nuestras vidas, salimos por el conducto y mientras nos dirigíamos a la puerta noté como algo se movía por mi almohada.

-Vamos, Cebolla. – me habló Steven ya en la puerta al notar que no le estaba siguiendo.

Le sonreí y para mi fortuna, el me devolvió la sonrisa.

Salimos a la puerta principal con Amatista y mamá, dándonos cuenta del cielo nocturno que cubría Ciudad Playa.

-Y… no vuelvas jamás. – dijo en broma mi madre, riéndose de su propio chiste.

-Ahm… gracias por la cena… y por escuchar... – agradeció avergonzada la chica morada.

-Oh, gracias a ti por irrumpir en mi casa. – agradeció. – Y no te preocupes por lo demás. Recuerda lo que te dije. Eres una roca… Eso es lo que eres, ¿cierto?

Preguntó apurada.

-Ehm… Algo así.

-Muy bien, pueden regresar cuando quieran. No sean tímidos.

-Seguro. – dijo alargando la palabra la de cabello blanco. – Siempre estaré para ti si necesitas… inspiración.

Mamá rio.

-O… si quieres, también podrías venir a nuestra casa si quieres. – dijo Amatista con las mejillas en un tono un poco más oscuro. – Puedes traer a Cebolla para que juegue con Steven.

El mencionado respingó.

-¡Oh! ¡Suena increíble! ¿Verdad, Cebolla? – dijo alegre mamá, sin esperar en vano por una respuesta. – ¿Tú qué opinas, Steven? ¿Listo por más diversión?

Steven me miró. Yo lo estuve haciendo desde que nos pusimos frente a la puerta.

Me sonrió ligeramente.

Abrí mi boca para que por esta escapara el pequeño ratón blanco para que viera que aún estaba vivo.

Se tensó mientras el sudor volvía a caer de su rostro y la sonrisa incomoda se posaba en sus tiesos labios.

-¡Ja! Bueno, ya veremos. – dijo nervioso.

Sonreí.

Realmente me gustaba Steven.

 

Fin <3

Notas finales:

Sugerencias, opiniones, groserías, helados, pueden dejarme de todo en los rviews! Lo contestaré y tomaré en cuenta cada uno de ellos. No se preocupen, pueden decirme loca, Ya me lo dijo aquel nicornio rosado con la gorra de Dipper, por que no también unos perfectos desconocidos? Jajajaja ok, ya paro :(

Ojala hayan disfrutado.


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