Ahí estaba otra vez corriendo por los pasillos intentando llegar al salón.
-Tengo que empezar con el gimnasio de una vez-murmuro jadeante el pelinegro acercándose a su destino.
Con fuerza suficiente abrió la puerta del curso seis para entrar a dar clases. Castiel era profesor de literatura inglesa en un colegio en el centro de Texas. Había conseguido ese estable empleo tras su último divorcio, un cambio rotundo en su vida dio mudándose desde Los Ángeles a Texas para encontrarse a sí mismo, o esa escusa le dio a su ex esposa que prácticamente le había dado igual su decisión.
-Buenos días clase-saludo el pelinegro recuperando el aire.
Todos sonrieron acostumbrados al ver llegar tarde a su profesor favorito. Castiel era de esos profesores compresivos, buena persona, amable que encima deba poca tarea, por no decir casi nada, y es que el pelinegro no creía que llenar a sus estudiantes con trabajos y tareas servía de algo, por el contrario, solo agobiaban a los pobres.
-Buenos días profesor-saludaron. Y así sus ojos azules recorrieron el salón hasta toparse con esa mirada dorada por el sol. Desde su pupitre Dean Wenchester miraba de forma sensual a su querido profesor. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar como comenzó su "suplicio" de seis meses atrás.
Cuando entró a ese colegio jamás pensó que estaría de esa forma, babeando por un estudiante, y es que no era cualquier estudiante, era Dean Wenchester. Uno de los chicos más sexys, fuerte y violable que existe, según las hormonadas colegialas, y en estos momentos se sentía como ellas cuando el rubio le guiño el ojo haciendo que sus piernas se volviesen de gelatina.
-Bueno comencemos ¿quien leyó los cuentos de Canterburi?-preguntó el profesional a la clase. Era de esperarse que tres manos se levantasen, Dean tenía su brazo en alto haciendo lucir sus músculos marcados en la camisa blanca. Obvio seguido de su hermano Sam quien también se veía sensual, pero no despertaba el mismo interés que su hermano y por ultimo y siendo asesinada por la mirada del rubio estaba su mejor estudiante Rocío levantando su mano tímidamente.
-Muy bien-les dedico una sonrisa. Para luego tomar una tiza y empezar a escribir en el pizarrón.
-Dean-le llamo su hermano haciéndolo regresar de ese mundo maravilloso en donde Castiel estaba bajo suyo.
-¿Que quieres?- preguntó con molestia el rubio a su hermano.
-La clase término-recalco lo obvio ya que solo quedaban ellos dos y Rocío hablando con su profesor.
-Vete, ya enseguida te alcanzo-le dijo haciendo un ademán con la mano para levantarse del banco. El menor se fue no del todo convencido, hace bastante que su hermano actuaba extraño. Hacia las tareas pero solo de esa clase, además que andaba muy en su mundo, por más que le insistiera el rubio se negaba a responderle.
-Profesor-le llamo el mayor de los Winchester, la conversación ajena paro para enfocar su atención en el rubio que los interrumpió-¿puedo hablar con usted?
Sólo él llegaba a sacar su lado respetuoso o al menos cuando había gente presente.
-Claro, espérame un momento que hablo con Ro...-
-No, yo ya termine de preguntarle lo que quería-interrumpió la morena para luego irse, sin darse cuenta Castiel, Dean la había intimidado con una mirada logrando que se marchara.
-Eres un celoso-dijo el ojiazul ya solos.
-Solo cuido lo que es mío-contesto con una sonrisa ladina. Con rapidez sorpresiva acorralo contra el escritorio a su querido y deseado profesor.
-D-deberías esperar...hasta que t-termine-nen las clases-le decía con dificultad pues el rubio lo besaba robándole palabras de la boca.
-No quiero-respondió devorando esos labios que tanto le gustan, ¿acaso no se da cuenta lo mucho que lo extrañaba? Sus besos, sus labios son la peor adicción para él, era esa droga que necesitaba probar a toda hora, de hecho hacían dos horas que no los saboreaba.
-¿Porque no me despertaste?-interrogó el pelinegro separándose un poco de su amante.
-Amo verte dormir-respondió atacando ahora su cuello blanquecino.
-P-pero...po-por tu culpa llegue ta-tarde-"reprochaba" con dificultad sintiendo la hábil lengua recorrer su cuello hasta llegar a su oído y donde luego el rubio depositaba suaves besos detrás de su oreja causándole cosquilleo, su parte débil.
Separándose un poco Castiel miro con amor a la persona que había conquistado su corazón para luego acariciar sus mejillas con sus heladas manos.
-Están frías-murmuro mirándolo de la misma manera.
El deseo se había marchado para dejar paso a la ternura del encuentro. Castiel lo admitía, le encantaba que Dean le haga el amor casi todas las noches, pero también le encantaba cuando tenía en poder sobre él, era en estos momentos en que ambos desnudaban sus almas demostrándose lo mucho que se aman.
-Te amo-murmuro el ojiazul a la vez que depositaba un beso.
¿Quién iba a decir de que luego de dos divorcios, encontraría a la persona correcta? Ahora agradecía que sus matrimonios no durarán tanto ya que así podía estar ahora, así con SU Dean, por desgracia no se puede omitir el hecho que eran profesor y alumno por lo tanto su amor seria prohibido. La edad no era factor que pudiera interponerse pues Dean tiene ya 19 años y Castiel unos 28 casi 29.
-Sabes...-él rubio apoyo su cabeza en el hombro del ojiazul a la vez que rodeaba su cintura con sus fuertes brazos-ya quiero y a la vez no, que termine este año.
-¿Cómo?-pregunto sorprendido.
-Quiero que termine para así ya no tener que ocultar que eres mío. Y a la vez no quiero que termine ya que no te veré todos los días.
El pelinegro sintió que su corazón se oprimía ante tal declaración. Nadie le había dicho lo importante que era su presencia, cuando se caso la primera vez ella era así, pero con el tiempo cambio volviéndose una mujer fría, después de eso se juro nunca volver a amar, fue entonces que a pareció su segunda esposa desde un principio ella nunca lo amo, pero él sí la quiso hasta que descubrió tu traición. Y ahora se encontraba aquí, acurrucado en los brazos de un alumno, que bajo había caído ¿no? Pero por el contrario, Dean demostró ser la persona capaz de hacerlo feliz con una simple frase, sus miradas y gestos lascivos y hasta sus celos le demostraban lo mucho que importaba.
Pero como si el destino le tuviese cierto rencor le arrebataba otra vez a su amor.
-Van a ser cinco años de universidad-murmuro Castiel a la vez que acariciaba esas hebras rubias, mientras que al escuchar decir el tiempo en que estarían separados hizo que instintivamente el rubio lo aprisionara aun más no queriendo separarse nunca, si el destino hubiese traído al pelinegro al comienzo del año el jamás hubiese aceptado la propuesta de estudiar en la universidad tan lejos, ahora ellos se separarían por el tiempo que le lleve al ojidorado la carrera.
-¿Me esperaras?-le pregunto susurrando en su oído.
-Aquí estaré-dijo con tristeza.
_*_
Ocho largos años habían pasado de esa promesa, años en los que Castiel lo esperaba paciente. Sí podrían haberse seguido hablando, pero no parecía justo para ninguno de los dos, así que tomaron la decisión de ser libre del otro y que cuando Dean regresara su historia continuaría.
El corazón del pelinegro latió con fuerza al ver el auto de Dean, el rubio estaba de regreso y Castiel no estaba ni enterado. Con lentitud estaciono su auto al otro lado de la acera y mientras tomaba aire para animarse a tocar aquella puerta blanca, la misma que se abría dejando pasó a una pelirroja sonriente seguida de aquel rubio que lo enamoro y ahora le abría sonriente la puerta de su impecable auto
-Dean-murmuro al ver como subía a su propio auto y manejaba sin notarlo siquiera que lo miraba con el corazón hecho pedazos desde el otro lado.
La larga espera había terminado y de la peor manera, así que encendiendo otra vez el motor marcho, esta vez mucho más lejos.