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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 10

 

Mihawk volvía al barco con un ceño claramente fruncido. El profesor Usopp superaba los treinta años, algo que en humano se consideraba estar en una edad más que adulta, sin embargo, se comportaba como un niño. Tantas veces había reivindicado ser el patrocinador del viaje para que se tomaran en cuenta sus decisiones y, precisamente, cuando se requería de su presencia para hablar del precio de las reparaciones, puesto que su bolsillo era el principal implicado, desaparecía para perderse por Aladrum Ciudad. Smoker y él se habían tenido que encargar de regatear el precio final, mucho más caro de lo que se acordó a priori, con los vendedores nativos, algo para lo que no se les había contratado; por lo menos, debía de reconocer, la restauración del barco no podía haber sido más impecable.

Paró en seco, cubriendo su sorpresa casi a la perfección.

–¿Ocurre algo, mi Capitán? –le preguntó Smoker que caminaba a su lado.

Sus iris amarillos oprimieron sus pupilas. Hacía siglos que no percibía un olor como ese; estaba desgastado, como el suyo, pero aún así se reconocía. Con la precisión de una brújula, raudo, puso la mirada justo en la dirección que lo guiaba el rastro. Sus parpados se abrieron. Habría una posibilidad de que no tuviera nada que ver pero aquel olor le llegaba desde el muelle en que el barco estaba atracado.

 

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Mientras tanto, en el Sunny, los dos jóvenes esperaban frente a la puerta de la enfermería, sentados en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Luffy estaba tranquilo, tarareaba incluso, pero de vez en cuando, su atención iba a su acompañante y veía que éste no lo estaba tanto. El ladrón, de brazos cruzados, no dejaba de mirar la puerta y su dedo indice derecho se movía sin descanso como si estuviese mandando un mensaje en código morse.

–¿No tienes calor?

–¿Eh?

–Con el turbante ese a la cabeza ¿no tienes calor?

–No, estoy bien.

–Ah...

Silencio.

–Ella te importa mucho ¿no?

El otro le miró de reojo, ese niño no era de callarse la boca.

–Sí –volvió a mirar la puerta–. Es como una hermana para mi –y la única familia que le quedaba.

–¡Pues no te preocupes! –rió dándole un fuerte golpe en la espalda– ¡Que seguro que se recupera! –ignoró la mirada afilada que le dedicó el otro–. Te llamas Zoro ¿verdad? Se lo he oído a ella varias veces llamarte así.

El ladrón dudó un momento antes de contestar.

–Sí –respondió a la vez que le apartó la cara, como si le estuviese echando una maldición.

–Yo me llamo Luffy –dijo feliz con una amplia sonrisa que mostraba hasta las encías– ¿Sabes? Me caes muy bien, ademas eres fuerte –puso los brazos en jarra–. Podrías venirte conmigo de aventuras.

–¿Eh? –pronunció de mala gana–. ¿Qué mierda dices?

–¡De aventuras! Aunque ahora no, claro. Ahora sólo soy un grumete –se rascó la cabeza aún sonriendo–. Pero... –alzó el puño decidido–. Algún día tendré mi propio barco, y necesitare gente como tú. Así que acepta – ordenó ofreciéndole la mano y con cierto brillo en los ojos.

Zoro observó esa mano y el rostro feliz del chico sucesivamente. Es crio le parecía cada vez más chalado.

–¿Me lo estas ordenando?

–No, pero si no asientes seguiré insistiendo.

–Ni tan siquiera sabes lo que soy.

–¿Un chico zarrapastroso?

–¡Oye! –rugió sobresaltando al otro–. ¡Para empezar! ¿Te has visto en un espejo?

El chico bajó una mirada extrañada así mismo. Evidentemente, aunque vestía con sus mejores galas; chanclas viejas, pantalones vaqueros que le llegaban por debajo de la rodilla destrozados, una camiseta roja sin mangas y algo estirada del sobre-uso, y encima de esta una cazadora marrón; iba un poco zarrapastroso.

–¡Pos tienes razón! –y carcajeó un vez más.

El ladrón se sentía agotado nada más que de compartir el mismo aire con él. ¿De dónde había salido ese niño? Pero, incluso así, no pudo evitar contagiarse. No es que se riera, pero estar con Luffy había hecho que se relajara. Suspiró y se froto el cuello. Hacía tiempo que no sentía tan destensado. El aura de es chico... era diferente.

–Roronoa.

–¿Eh? –Luffy paró de reír, no entendió esa palabra.

–Mi nombre es Zoro Roronoa.

Luffy sonrió una vez más, más entusiasmado que antes.

–Es gracioso.

–Habló el... –se le cortó la respiración. Su pulmones se había parado en el acto.

–¿Que te pasa? Te has puesto pálido de repente.

Y su cara empezaba a presentarse perlada por un sudor frío.

–E... Ese olor.

–¿Olor? Yo no huelo nada.

Zoro se levantó de golpe, muy nervioso. Miró para un lado, nada, miró para otro, tampoco nada. Fue entonces cuando, a su espalda, apareció un tercero.

–D. Monkey.

Zoro se giró a la vez que Luffy volteaba la cabeza. Había un oficial de la Marina delante de ellos, uno con el uniforme de capitán. El ladrón lo supo, era él, no se estaba equivocando. Ese tipo era el que desprendía el olor típico de los de su raza. Instintivamente, su mano se preparó para alcanzar la daga. Era muy pronto para saber si era amigo o enemigo, pero desde luego no se iba a arriesgar a no tomar precauciones.

Mihawk, por su parte, se acercaba sin un ápice de ser intimidado, sino altanero y seguro. Fingía a la perfección que la cosa no iba con él.

–¿Se puede saber quién es este? –le echó una mirada despectiva de arriba a abajo– Tal vez me esté haciendo mayor, pero no recuerdo haberlo visto por el barco.

–¡Es Zoro Roronoa, mi capitán! ¡Mi nuevo amigo!

–¿Amigo?– se podría decir que preguntó con un pequeño tono de asco, pero sería un eufemismo. Seguido giró la cabeza hacia la puerta de la enfermería.

Los músculos de Zoro se contrajeron aún más, había descubierto a Vivi. No sabía que hacer, ese hombre era de su raza, pero no tenía porque ser de su misma familia. A la vez que el Capitán se acercaba a la puerta para abrirla él tomaba el mango de su daga.

La enfermería fue abierta, pero no por el oficial. Law casi le da en la frente de Mihawk al salir.

–Buenas tardes, mi capitán –saludó con naturalidad propia.

Mihawk se fijó la chica acostada y bien arropada en la cama.

–¿Puede darme una explicación sensata de qué está pasando aquí, señor Trafalgar?

–El grumete, mi capitán. Trajo a estos dos chicos para que el doctor la tratara a ella, que esta bastante enferma. Pero se tuvo que conformar conmigo que no lo hago del todo mal.

El de la mirada ambarina observó a la peliazul, dormida plácidamente en la cama. El detalle de las plumas de su cabeza no pasó desapercibido.

–¿Sabe usted a quien ha estado tratando, señor Trafalgar?– preguntó mirándole.

–Ella es un yokai, mi capitán. Y supongo que el chico también ¿He cometido algún crimen?

–No, supongo que no –y eso era lo que más le sorprendía de todo aquello–. ¿Cómo es su estado?

–Estable, pero necesita reposo.

–¿Cuánto tiempo?

–Con tres días bastará para que recupere su salud. Pero el tratamiento es de una semana, de lo contrario podría recaer.

–Está bien. Que se queden los dos en la enfermería mientras tomo una decisión. Les pediré, por favor, señor Trafalgar y señor D. Monkey, que no hablen de esto con nadie.

–Como usted diga, mi capitán– respondió bastante servidor el de las perlas.

Mihawk miró al joven de los tres hermanos que no entendía nada y se notaba bastante.

–Es una orden, señor D. Monkey. Mantenga la boca cerrada o si no su amigo tendrá que irse ahora mismo por patas. ¿Me he explicado? –el grumete se apresuró a asentir repetidas veces–. Esta bien, ahora váyanse.

Luffy le hizo el saludo militar con la mano que no era y se fue firme al paso, Law le siguió con las manos en los bolsillos.

El capitán puso amenazador sus ojos sobre el del turbante negro, que a duras penas se la mantuvo. Zoro se sentía como una pequeña presa a punto de ser devorada por el rey de los depredadores. Cuando quiso darse cuenta, su espalda había sido estampada contra la pared, el capitán le estaba agarrando por el cuello. A penas le llegaba oxígeno.

–Vete de la lengua y te arrancaré los ojos, asqueroso híbrido –le susurró al oído.

Tras ese aviso le soltó, dejando que se cayera del culo hasta el suelo y recuperara el aliento entre toses y bocanadas. Después, se fue ondeando su larga chaqueta azul oscuro.

Para el joven había tres cosas claras: Uno. Nadie sabía quien era el tal Capitán. Dos. No eran bien recibidos allí. Tres. Al Capitán le sobraba quererlo para que los dos estuviesen muertos.

Tosió y carraspeó una vez más. Miró a su compañera, atenazándole la culpa y la resignación. También había una cuarta: Que no tenían más opción que esa.

 

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La tarde llegó a Aladrum y con ella la hora de zarpar. Del asunto de los invitados sólo una persona más fue informada, y ese era el teniente Smoker, de la mano de su capitán; por lo demás todo seguía igual. El barco estaba listo y la mayoría de los tripulantes iba a bordo.

–¡Marco! –le llamó contento Ace al verlo entrar en la cubierta del barco–. Justo al que quería ver. Mira lo que he aprendido hacer –un poco teatrero por su parte, le mostró la palma de su mano derecha, cubierta por el guantelete, que nada más cerrar los dedos en un puño surgió de esta una bola de fuego–. ¡Ajá! ¡Venga, venga! ¡A ver cual es el color de tu fuego! –le retó en tono de broma.

El rubio sonrió divertido. Ace parecía cachorrito feliz de realizar bien un truco por primera vez. Así que tomó su muñeca y, como si nada, aspiró todo el fuego de la mano dejando al pecoso un poco a cuadros.

–Un poco soso para mi gusto –le acarició el pelo– Pero sigue esforzándote, seguro que así en la otra vida se te recompensa con una existencia piloxiana.

–El orgullo de raza está muy mal visto, ¿sabes? –le dijo con los ojos entrecerrados.

A la espalda de Marco, sin que nadie lo percibiera todavía, llegó otro de los tripulantes destacados de esa travesía. Consciente de que nadie se paraba a saludarle, decidió saludar por su cuenta.

–Buenas tardes, caballeros –Shanks accedió a cubierta dejando caer sus pies en la madera desde la pasarela. Masticaba una caramelo para la garganta, un remedio contra que catarro que, según los médicos nativos de ese planeta, curaría sus síntomas en menos de veinticuatro horas, treinta y seis como mucho–. Y sobre todo a usted, mi queridísimo capitán –se quitó el sombrero e hizo una reverencia–. Me consta lo mucho que me ha echado de menos.

–¿Tiene ganas de volver a hospital, Akagami?– preguntó con una tenacidad abrumadora y rostro temible que no hizo sino prolongar el divertimento del pelirrojo.

–No, gracias, estoy bien aquí –se recolocó el sombrero–. Por cierto, ¿dónde está mi pequeño grumete?

–¡Jum!– apareció y saludó Luffy levantando su mano, estaba alegre y enérgico. Todo era normal en él si no teníamos en cuenta que escondía los labios apretando su boca.

Shanks había pensado en recibirle con un capón tal y como dijo en el hospital, pero la actitud de Luffy le extrañó lo suficiente como para retrasar el castigo.

–¿Te ocurre algo, chico?

El joven grumete dijo una serie de frases entre labios, pero evidentemente no se le entendió nada.

–Lleva todo el día así. Ni sus hermanos saben que le pasa. –comentó el tío de la nariz roja– Antes era medio idiota, supongo que la ventisca lo habrá vuelto idiota al completo.

Law, desde uno de los brazos inferiores del palo mayor, observó como Luffy le dedicaba aspavientos cabreados a Buggy. La boca del perlado curvó en una media sonrisa. El grumete tenía una curiosa manera de guardar un secreto.

En cuestión de minutos, el barco volvió a pasar por los mismos trámites del Puerto Espacial. Aladrum se fue separando de ellos, cada vez más pequeño.

–Chico, ven, tienes que ver esto –le señaló el cyborg con la barbilla el planeta– Seguro que ya te han hablado del Jörmungandr.

El grumete abrió los ojos. Ahora veía mucho mejor aquella cápsula que era Aladrum Ciudad, enterrada hasta la mitad y sobresaliente como un forunculo en aquel cuerpo celeste. Pero eso no era todo. La estrella solar del sistema planetario donde pertenecía Aladrum estaba quedando detrás del dicho, cual bello eclipse. De esta manera, aquella bola de hielo, se transparentó ante sus pupilas atravesada por los rayos de luz. Así, bajo la capa blanca del planeta, se pudo ver como un ser alargado se retorcía en su interior.

Luffy se quedó sin aliento cuando creyó ver el destello de un enorme iris rojo le miraba. Si no hubiese prometido tener la boca cerrara, su mandíbula hubiese se hubiese desencajado hasta sus pies. Peor al no ser el caso, solo se atrevió a exclamar, sin separar los labios, algo que sonó parecido a la palabra "increíble".

–¿Aún sigues sin hablar?

Aladrum siguió menguando hasta perderse en el infinito estrellado. La travesía estaba oficialmente reanudada. Mihawk, al descubrir que les envolvía cierta calma, tomó una determinación, era el momento de hablar.

–Smoker. Trae a nuestros invitados; a la chica también en el caso de que pueda levantarse. Yo iré hablando con la tripulación.

El Teniente asintió y puso sus pies en dirección la enfermería. Por su parte, el capitán, miró desde su posición a todos los tripulantes, en especial a Akagami. Resopló y acogió fuerzas en su pecho. No pensaba verdaderamente que eso fuera por buen camino, pero sólo podía limitarse a esperar a que llegaran al siguiente puerto para librarse esos dos.

–¡Señores! Da igual lo que estén haciendo en este momento. Atiéndame ahora –se hizo el silenció a la vez que sentía todas las miradas puestas en él–. Esta mañana uno de los nuestros ha traído a dos persona no pertenecientes a esta tripulación. Una de ellas necesitaba y sigue necesitando atención médica. Por esto he decidido que hasta el próximo puerto nos acompañaran en nuestra travesía.

Smoker volvió a aparecer en cubierta con los dos nuevos viajantes. La chica, con la mano apoyada en el hombro de Zoro, parecía estar mucho mejor que antes.

–¡Hola Zoro! ¿Qué tal? ¡Mantuve mi boca cerrada hasta ahora! –dijo todo de sopetón con los ojos llenos de estrellas.

–¡Por eso no hablabas! –afirmó su hermano pecoso–. ¡Tú has sido el que los trajo aquí!

–¿Pero a que tanto misterio? –preguntó el profesor ajustando sus gafas. Era cierto que el del turbante negro le intimidaba lo suficiente como para poner pegas, pero la chica, que a la vista estaba que era la convaleciente, no le hubiese cerrado con la puerta en las narices–. Yo soy el que ha financiado esta expedición y por tanto el que manda pero hubiese entendido perfectamente...

–Aún no lo he dicho todo, profesor –le cortó bajando a cubierta. Puso su atención en los dos viajeros–. Debéis descubriros la cabeza.

El de negro abrió lo ojos y le lanzó una mirada de reproche furioso a Mihawk.

–Está bien –respondió la chica casi en un susurro, se volvió a Zoro antes de que este pudiese replicar–. Es un trato justo –se separó de él, adelantó un paso y descubrió su cabeza, gesto con el que más de uno alabó su belleza al instante, mostrando así su corona de plumas. Eso ya dejó bastante estupefacción entre los presentes, pero la chica añadió algo más. Se dio la vuelta y, levantándose la túnica por encima del ombligo, dejó relucir ante todos una pequeño abanico de plumas verdes. Estas crecieron al instante, sobresaltando a algunos, y se dejaron caer como la larga cola de un vestido de gala, adornada con lo que parecían grandes ojos azules. Para los conocidos del tema, no había duda.

–Es una yokai –se atrevió a decir Sabo totalmente descolocado, era como si de repente uno de los tantos libros que devoraba le hubiese estallado en la cara y se hubiese transformado en esa chica y su acompañante.

No era el único así. Más de uno padeció al instante una desrobitación de ojos. Unos pocos nada más, como Ace y Luffy, que tenían poca idea de lo que se le acababa de aparecer delante, se mostraban totalmente inmunes. Law, que también estaba salvado de sorprenderse, miró a Eustass de reojo sin evitar sentirse culpable; el de las pinzas estaba con la boca abierta, sin poder creérselo.

–¡Yo no me entero de nada! –afirmó Luffy serio y a plena voz–. ¿Que pasa si son yokanosequé?

–Los yokais son una evolución de nuestra propia raza, la humana.– empezó ha explicar Sabo, todavía muy nervioso–. Son como nosotros, pero mucho más fuertes, su ADN está cruzado con especies de animales ya extintos, como ella; que si no me equivoco es mitad pavo real, una especie de ave con esa misma cola y corona. Su Era sucedió a la nuestra durante milenios.

–Hasta que provocaron la envidia de todo el universo –intervino Shanks bastante entendido también–. A parte de sus propias guerras internas, cuenta que su imperio acabó destruido en pocos días –hizo una pausa–. ¿No es así?

–Sí –afirmó el rubio–. El Gran Exterminio de hace tres mil años. Por eso se los cree una raza ya extinta.

Zoro notó como Vivi se estremecía al escuchar ese nombre. Para él tampoco era precisamente agradable. Demasiados recuerdos, demasiado dolor.

–Toda esa información es medianamente correcta –habló el capitán–. Ahora, en el universo conocido puede que no llegue ni a una cincuentena de yokais existentes. Son una raza por lo general despreciada, pero bien vendidas a altos precios en las subastas ilegales.

–Claro, ahora entiendo el secretismo –dijo el profesor asimilando toda esa información.

–Y así espero que lo hayáis entendido todos –Mihawk pasó una mirada por encima de todo los hombres–. Nadie, fuera de este barco, debe de saber la naturaleza de nuestros invitados, que dicho sea de paso están bajo mi protección.

Primero se hizo un silencio, pero luego, ante esos autoritarios ojos dorados, se tuvo que acabar asintiendo, aunque fuera a regañadientes.

–Serán dos bocas a las que alimentar –comentó la largarta de malhumor.

–Y una mano de obra. El chico trabajará como cualquiera. Eso es todo, seguid con vuestro trabajo.

–Un momento ¿Y el otro? No se ha descubierto – recordó Teach.

Todo el mundo quedó mirando al joven ladrón. Vivi, que ya había escondido sus plumas, le tomó la mano para darle apoyo. Zoro suspiró cansado y seguido se apartó el turbante de una.

Seguía pareciendo un chico normal, con tres pendientes dorados en su oreja izquierda y un pañuelo oscuro en la cabeza, aunque bajo este último podía verse un cabello verdoso.

Finalmente, se despojó del pañuelo. Sobre su cabeza nacían dos orejas adicionales, verdes como su cabello y puntiagudas como las de un...

–¿Un gato?

 

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–¿Que es un gato?– preguntó Luffy a Shanks mientras servían la cena. Con tanto barullo no había podido preguntarle a Sabo, y el cyborg también parecía saber mucho.

–Si no recuerdo mal es un tipo de felino, de tamaño pequeño, eran mascotas de compañía de grandes reyes en la Era Humana. Pero si me preguntas porque tu hermano Sabo se ha extrañado tanto... creo que es por el color del pelo.

–¿Tan raro es?

–Cuando aun era grumete y mi barco atracó en una viejas ruinas, entre los jeroglíficos que encontramos vi un buen apartado de esos animalillos, pero nada sobre que su cabello era verde –hizo un pausa–. Además está el detalle de que tiene dos pares de orejas. Ese joven yokai será, lo más seguro, un híbrido.

–¿Híbrido?

–Por lo que se sabe, los yokais se dividían en doce familias: Rata, Buey, Tigre, Liebre, Dragón, Serpiente, Caballo, Cordero, Mono, Ave, Perro y Jabalí. Cada una de ellas acogían diferentes tipos de animales que podía ser un yokai. Por ejemplo: La familia Dragón incluía todos aquellos seres que vivían bajo las aguas. Y cada una de estas familias era como un reino independiente con sus propias reglas, aunque todos juntos formaran un gran imperio.

–¿Y lo de híbrido?

–A eso voy. Cada familia, relacionada entre ella, no pasaba nada; daba igual que la madre fuese una golondrina o el padre un cuervo, porque ambos eran de la familia Ave y el hijo nacería como uno de los padres o como otro tipo de pájaro; pero cuando los padres eran de diferentes familias la cosa cambiaba. No se sabe porqué, esos hijos nacía con deformidades; como ese chico. Al ser medio gato algunos de sus padres debió de pertenecer a Tigre, que abarcaba a todos los tipos de felino, pero con color de pelo tan extraño no me extrañaría que también fuera de Serpiente, y tuviera ADN de algún reptil –hizo otra pausa–. Seguramente no lo ha tenido que pasar bien. Tengo entendido que los híbridos eran la deshonra para los yokai.

 

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–¿No quieres un poco Zoro?–le ofreció la chica un poco de su comida desde la cama.

–No, gracias.– contestó sentado a la orilla de la cama con su cuenco de estofado en la mano–. Ya tengo lo mio.

La peliazul tornó su sonrisa un poco triste. Suspiró. Pasó su vista por la cama, encontrando la cola verdosa y peluda la peliverde que salía de su escondite bajo el chaleco largo. Alargó su mano para acariciarla, estaba suave.

–Creo que puedes relajarte, no hay nada que temer y...

–Ese hombre ha dicho bajo mi protección. No que equivoques con él, eso es igual ha estar bajo su sombra.

–Pero nos ha ayudado –recordó.

–¿Durante cuánto tiempo? Ni tan siquiera descifro su familia –volvió a poner los ojos en ella–. Se que piensas que esa idea de razas se perdió hace milenios, pero ese capitán es capaz de creerse nuestro enemigo.

–Zoro, no puedes...

–Lo sé, te entiendo perfectamente. Pero entiéndeme tu a mi, no creo que debamos relajarnos del todo. Estamos solos en este barco.

–¡Zoro!– Luffy entró en la habitación de una pata.– ¡Te he traído estofado! ¡Está muy bueno! ¡Pero si ya has comido no me lo como yo! Hola, Vivi –le dijo amable y, entonces, se fijo en su mano, lo que le llevó a fijarse en la peluda cola felina del peliverde–. ¡Waah! –casi se le salen los ojos de sus órbitas–. ¡Pero si tienes cola! ¡Cómo mola!

A Zoro se le quedó cara de circunstancia y miró a Vivi, ella sonrió al peliverde con ternura.

–No creo que estemos tan solos.

 

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–¡Yo no estoy conforme!

–¿¡De verdad no vamos a hacer nada!?

–Esa pasta nos vendría a todos muy bien.

–Señores –habló Shanks en la pequeña reunión clandestina en el comedor–, nuestro ilustre oficial al mando ha jugado bien sus cartas. Ha dejado claro quienes son, eso les permite que dentro de este barco no tengan que esconderse, y por lo tanto pueden defenderse. Créanme señores, ni diez de vosotros juntos podría vencer siquiera a esa hermosa jovencita. Son demonios, maquinas de matar, aunque a primera vista no lo parezca. Además, están bajo la protección de Mihawk y se nos ha impedido el traspase de información fuera de lo que no sea la tripulación. Un paso en falso y seremos todos descubiertos por esta mimiedad.

–Es mucho dinero lo que dejamos atrás.

–¿Mucho dinero? –preguntó incrédulo–. Pero señores, olvidan que vamos en busca del tesoro de los Mil Mundos. Sin vendiésemos a esos dos yokai no pasaría ni medio año antes de volver a tener que dedicarnos a la piratería –se relajó cruzándose de hombros, sonrió–. Si tenemos paciencia, ese dinero que queréis cobrar ahora mismo os parecerá una auténtica miseria –levantó su dedo–. Razonadlo y veréis, seguro que llegáis a la conclusión de que merece la pena.

 

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–Valiente mierda, valiente puta mierda –se quejaba Eustass andando de una lado para otro en la proa sin para de mascullar.

–Tranquilízate un poco, ¿quieres? –dijo Law, que le daba las espalda con los codos apoyados en la balaustrada. El de las pinzas llevaba ya varias horas con la misma cantinela y no podía evitar inquietarse y molestarse por igual–. Ya no vale la pena.

–Joder, si tan solo uno de nosotros hubiese estado en el barco en ese momento ¡Pero no! ¡Y ahora todo a tomar por culo! ¡Tuvo que ser ese centauro borracho el médico de abordo! Cuando lo coja lo voy a...

Y siguió y siguió. Law se pasó la mano por la boca, se pensó muy bien lo que iba a decir. Después se rió de si mismo. Con su compañero no valía estrategia. Tenía que ser claro.

–Fui yo –dijo el perlado y todo quedó en silencio. Podría haberlo ocultado, pero consciente era de que el pelirrojo lo hubiese sabido más pronto que tarde. Se volvió hacia él, el pelirrojo se había quedado estupefacto–. Fui yo quien atendió a la chica. Así que será mejor que te calmes y pares ya este numerazo. Hace tiempo que dejaste de ser un niño.

Miró de nuevo hacia el espacio.

–Law, dime que no es verdad –le oyó decir. En el sonido de su voz contenida se palpaba como la sangre le iba romper a hervir. El perlado se mordió el labio, no pronunció palabra, eso fue peor–. ¿¡Te das cuenta de lo que has hecho!? ¿¡Tanto quieres volver con él!?

–No quiero volver con él –contestó tajante y harto.

–¿¡Entonces porqué?– no recibió respuesta–. ¡Me cago en la puta! !Mírame cuando te hablo! –con explotada brusquedad, le tomó del hombro para hacer que se girara hacia él, pero eso no hizo que el moreno le mirara. Le agarró la mandíbula, pero Law se apartó la mano de un guantazo con el ceño fruncido.

–¿Qué quieres que te diga, Eustass? –volvió a no querer mirarle–. ¿Qué debo responderte para que te calmes?

–Dime la verdad.

–La verdad... –soltó una débil risa–. La verdad es que quise hacerlo, pero no pude.

–¿Qué me estas diciendo? Explícate.

–Eustass... –le miró por fin, con sus ojeras más marcadas que de costumbre, su tono fue un poco más suave. Tomó con cautela sus dedos, esperando que ese le tranquilizar–. Ella tenía en la cara la amargura del exilio.

No dijeron nada en un par de segundos. El pelirrojo mascullo un resoplido, apartó su mano de la de Law como si le diera asco, se alejó del moreno a su espalda.

–Law –dijo antes de bajar las escaleras–. Hace tiempo que sabíamos que teníamos que ser fuertes. Preocúpate de ti mismo y deja la compasión para cuando no te sea un estorbo.

Los pasos terminaron de esfumarse. Con una mano, Law se apoyó en la balaustrada, con otra se tapaba la cara. Resopló. Casando, se sentían muy cansado de tener que ser fuerte.

 

Continuará...

Notas finales:

bien, hasta aquí el capitulo. Entiendo si os ha resultado un poco aburrido, pero había cosas que explicar y por eso en tendido más al diálogo.

Ahora bien, los yokai. No son invención mía. Hace algunos años me leí un manga llamado Black Bird (no recuerdo la autora), en dicho manga aparecían esos seres que si no recuerdo mal, yokai, significaba algo así como demonio. Hay cosas que mantuve del manga. Otras, como lo de las familias e híbridos son invención mía. Si me preguntáis... simplemente, el manga era demasiado sexy para que no me influyera.


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