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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capitulo 26

Los granos de arena caían por el cuello del reloj más rápido de lo que yo podía percibir y cuando quise darme cuenta había transcurrido casi medio año. Vivía cosas a cada segundo, fuera por las personas o por las circunstancias, como cuando observe por primera vez como se nublaba el cielo, acogiendo todo un tono gris. Y la lluvia, quedé tanto tiempo debajo de ella que eso me llevó a tener mi primer resfriado.

Asistí a los Días Azules, aquella semana en que el sol está más elevado y el cielo se volvía celeste. Evidentemente, nada tenía que ver con el cielo artificial de palacio sin esas sensaciones de amplitud y libertad. Las respectivas fiestas también me impresionaron mucho. Largos desfiles, variedades de música, bailes y grandes hogueras de mas de quince metros. Mi antigua vida siempre me había parecido aburrida, pero en esa semana me di cuenta hasta que punto.

Además, durante esos seis meses, vi reiteradas veces a ese niño maleducado y pelirrojo y a sus dos amigos. Me visitaban muy a menudo para curarse heridas de las que nunca me explicaban su procedencia y de las que me rogaban por favor que no dijera nada a sus padres. Ni Bonney ni Killer me suponían un problema, Eustass era otro cantar. Me odiaba, o al menos esa era mi sensación puesto que cada vez que le tocaba a él el rasguño de turno era arrastrado por sus dos amigos como si mi consulta fuese un patíbulo; aparte de su malhumor, su manía de hablar gritando, etc... Creo que no le gustaba el echo de que si una persona le cae mal a él, él le resulte completamente indiferente a la susodicha persona.

–¡Me estás haciendo daño! ¡Eres un médico de mierda!

–Vaya, que pena. Anda, se bueno y tómate estas pastillas.

–¡Pues ni soy bueno ni me las voy a tomar! ¡Ja! ¿Qué te parece?

–... Son para reducir el dolor y que duermas bien así que lo que me parece es que eres un poco imbécil.

Y así siempre. Agotaba mi paciencia y mis fuerzas.

–Por lo que me cuentas –me dijo Shakky divertida una vez que visité su posada–, parece ese chico te admira.

–¿Qué dices?

–Piénsalo, es como si siempre quisiera captar tu atención, mostrarte que es fuerte y tiene valía. Seguro que te ve como un hermano mayor o un padre incluso.

–Absurdo, para eso ya tendrá a su familia.

Ella se alzó de hombros.

–¿Quién sabe?

Y yo no sabía nada, absolutamente nada, no obstante eso cambió en una sola tarde.

–¡Doctor, doctor! –oí la voz de Bonney a la vez que aporreaban mi puerta.

Cuando abrí vi que estaba manchada de tierra de pies a cabeza, el pelo revuelto y la cara de angustia.

–¡Tiene que venir conmigo, doctor! Es... –bajó la voz– es Eustass. Estábamos jugando, hubo un...– estaba punto de echarse a llorar– Quedó atrapado y...

Intenté que se tranquilizara y me explicara mejor, pero ella se negaba en rotundo a calmarse; lo único que quería era que la siguiera e insistía en que sólo debería ir yo. En ningún momento le quitó gravedad a la situación.

Reuní mi equipo médico en una bolsa de cuero y me dejé guiar por la niña.

En los los más estrechos y hacinados callejones casi laberínticos de unas zonas claramente poco, por no decir nada, transitadas y mucho menos cuidadas. Bonney me hizo meterme en la boca de una alcantarilla. Desde allí caminamos por los pasillos del subsuelo. El agua me llegaba por debajo de las rodillas, a veces un poco más, y olía tan mal que de vez en cuando me vuelve el olor a mis fosas nasales. Estaba oscuro y solo la lámpara de aceite que portaba ella nos cubría de no ver más que negro. Todo esto, debo decir, que no lo hice en silencio, sino con las pertinentes cuestiones y quejas que surgían en los momentos propicios.

Cada vez me sentía más perdido y claustrofóbico, sin embargo la niña iba con naturalidad y a sabiendas de donde pisaba, como si esas alcantarillas hubiesen sido su segunda casa. Por fin, tras recorrer aquel laberinto, pude ver la luz anaranjada del eterno amanecer de Dawn. Era una abertura en la pared hacia el exterior, ambos nos acercarnos, la atravesamos, y bajo mis ojos se extendió toda una selva virgen.

Los bosques del planeta estaban siendo explotados, fuese para cazar o conseguir madera entre otras. Por ello, al ver desde de varios metros de altura ese mar de hojas me extrañé, hasta que di con la clave. Había oído cosas, tendría que informarme mejor pero deduje que estábamos en la zona que la gente del planeta consideraba maldita.

–¡Rápido Doctor!– me metió prisa bajando por la pared de piedra mediante unas escaleras hechas a base de barras de hierro incrustadas en la piedra.

–Bonney, espera. ¿Alguien más sabe de este sitio?

–No, Eustass encontró este sitio hace unos años. Además, nadie se mete por las alcantarillas.

Una vez más la seguí, pensando en cuanto conocimiento habían perdido los trividentes y cortadores para olvidar lo que tenían bajo sus pies.

La bajada fue larga, y yo por primera vez supe lo que era la sensación de vértigo. Esa vez si extrañé, y de verdad, el no poder usar mis habilidades de perlado. Habría bajado en nada y sin peligro de romperme la crisma. Tras esto la niña echó a correr por el bosque.

–¡Espera!

–¡Vamos! –me gritaba.

Recorrimos un largo camino a la vez que esquivábamos los tropicales árboles, lo sufrí. Acostumbrarme a andar de manera rutinaria no había sido fácil, así que podía decir de sobra que aun no estaba preparado para correr. Tuve que parar, completamente exhausto. Eché una mirada a todos lados, había perdido de vista a Bonney.

–Maldita sea –mascullé–, ni siquiera sé donde estoy.

Me incorporé como pude y avancé. Mi búsqueda se centraba en la niña, en algún camino que me guiara. No apareció esa suerte, pero si lo hizo algo mucho más impresionante.

Aun no sabía porque esa parte del bosque era tachada de maldita, pero algo podía deducir al ver el enorme cráter que se extendía a lo largo del paisaje. En su centro había algo, parecía... No, definitivamente lo era. Una nave.

Me imaginé su caída contra el planeta como si de un meteorito se tratase y las gentes de aquí, ignorantes de este tipo de cosas lo vio como una señal de los dioses y no quisieron acercarse más. Mientras tanto, los de mi raza, probablemente, no le dieron mayor importancia, de seguro se habían olvidado ya de ella.

–¡Doctor! –resurgió la pelirroja de entre los matorrales–. ¡Venga, es por aquí!

Con unos pasos más pude ver el problema. Los niños habían estado jugando alrededor de una pequeña colina rocosa. Había ocurrido un desprendimiento. La pierna de Eustass había quedado atrapada, el rubio estaba con él como compañía de apoyo.

–¡Bonney! –gritó enfadada la víctima–. ¡Te dije que no trajeras a nadie! ¡Encima a él! ¡Ahora nuestro refugio ha quedado al descubierto! ¡Nos lo quitaran!

–¡Cállate ya, idiota! Doctor...

Me acerqué y observe la situación. Nada pintaba bien. La roca era enorme. Ni con la ayuda de los niños hubiese podido levantarla. Miré la bolsa con mi material médico. Parecía que la única situación sería amputar la pierna atrapada.

–¿Nos puede ayudar, doctor? –me preguntó el niño rubio.

Observé a Eustass. Me miraba con odio, pero eso era solo una fachada. Estaba muerto de miedo y de dolor. No podía leer su mente, pero de alguna manera me llegaban sus palabras de ruego. No sé si fue eso, mezclado con el hecho de que se enfrentara a la situación con valor, lo que me hizo intentar lo que no debería haber intentado.

–Bien, lo primero que hay que hacer es sacarle la pierna. Niños, agarradle por debajo de las axilas. Yo intentare mover esta roca. Cuando sea suficiente tirad de él.

–¿¡Estas enfermo!? Es imposible que consigas levantarla.

–Ya, tú mejor que cierres la boca y empieces a rezar –coloqué mis manos sobre la roca–. Quizás los dioses te escuchen.

En un principio use toda mi fuerza física, efectivamente la roca ni se inmutó. Lo intenté y lo intenté, pero era inútil, sin mis poderes era inútil. Le eché una mirada de reojo a Eustass, no me quedaban más opciones. Poco a poco, con mis habilidades mentales, levanté la roca.

–¡Ahora!

Los niños tiraron y el crio pelirrojo quedó libre. Solté la piedra, casi caigo desplomado, me sudaba la frente. Arrastrándome, fui a inspeccionar la pierna del chico. No fue una imagen de las agradables. Le entablillé la pierna y lo llevé en brazos hasta la consulta. En el camino noté todo lo que intentaba aguantarse los quejidos.

–Si te duele grita como haces siempre –le dije–. Si te he soportado hasta ahora creo que lo podré hacer un poco más.

–¡No me duele, imbécil! ¡Estoy bien y no me hace falta gritar! –me gritó al oído.

Los otros dos niños me ayudaron a cargarlo por el acantilado y me acompañaron hasta mi casa.

–Has tenido mucha suerte –dije una vez en la consulta–, pero tendrás que permanecer con la escayola y en reposo durante un mes.

–¿¡Un mes!? ¡Eso son tres semanas!

–Cuatro en realidad. ¿Donde viven tus padres? Tendré que llevarte a tu casa.

Él se me quedó mirando con una expresión que no supe descifrar. ¿Sorpresa? ¿Tristeza? ¿Vergüenza? Killer y Bonney también se miraron.

–Acabamos de venir de su casa –me explicó el rubio–. Él vive allí –hizo un énfasis en el "allí".

Algo impactado volví a mirar al chico pelirrojo. Este, avergonzado, no dejó que sus ojos fueran en mi dirección, prefirió bajar cabeza. Suspiré.

–Está bien. Volved a casa, es tarde.

–¿Pero... Eustass?

–De momento es mi paciente, así que se puede quedar aquí.

Más tranquilos y optimistas con eso, los dos se marcharon. Yo fui para la cocina, quedaba algo de sopa de esta mañana, preparada por la chica que contraté, así que serví un poco en un cuenco y fui otra vez a la pequeña habitación que hacía de hospital. Eustass seguía en la camilla, sentado a la orilla. Le puse el cuenco al lado.

–Come. Te sentará bien.

Le sentaría más que bien. Pensé que su constitución era aquella de flacucho que tenía. No estuve demasiado despierto con eso. El ritmo alimenticio que suponía ahora que llevaba no le haría vivir para ser adulto.

–No tengo hambre.

Resoplé agotado.

–Esté bien. Lo dejaré ahí por si cambias de opinión –me dirigí a la ventana para cerrarla y encendí una lampara de aceite–. Estaré arriba, si me necesitas no se te ocurra subir, llámame o...

Me quedé callado al mirarle de nuevo.

Los perlados rara vez tenemos profundas emociones, cosas de nuestra vida, y expresábamos más con nuestro pensamientos que con cualquier gesto físico. Por eso, cuando por primera vez vi llorar a alguien me desconcerté mucho. Derramar agua por los ojos, nunca esperé ver algo así. Shakky me explicó como a veces se saltaba por el dolor físico o como a veces por grandes sentimientos, fueran malos o buenos. Por ello, en el momento en que me giré y vi llorar a Eustass no hice la pregunta adecuada.

–¿Te duele la pierna?

Aturrullado, intentó limpiarse las lágrimas. Sin mucho éxito.

–Joder...– no lo conseguía–. ¡Joder!

Entendí que no era dolor físico. Aún así no sabía que hacer, no tenía ni idea de como curar aquello.

–¡Deja de mirarme así! –me reprochó–. ¡Solo haces que me sienta peor!

Aparté la mirada, pero lo seguía oyendo.

–¿Por qué soy tan débil? –su voz se quebró.

Volví a poner mis ojos en el. Había inclinado su espalda y lloraba sobre su propias rodillas. Aún con mis dudas a cuestas, me senté junto a él. Le puse la mano en la espalda.

–Yo no creo que seas débil.

–Deja de mentirme –me enfrentó–. Tú eres el primero que lo piensa. Cada vez que vengo se te nota en la cara. "Otra vez este niño mugriento que no hace más que hacerse heridas o ponerse enfermo". Me odias, pero incluso así tienes que cuidarme siempre –volvió a bajar la cabeza, sin parar de sollozar.

–Salvaste a Bonney hoy –hablé al cabo de un rato.

Los ojos del niño se posaron en mi con incertidumbre.

–Si la roca – proseguí– se hubiese caído de improvisto no te hubiese dado tiempo a moverte. Estarías muerto. Sin embargo, estabas ahí tirado como si hubiese tomado carrerilla para pasar por debajo. Bonney, por su parte, estaba llena de tierra y barro, pero por un lado más que por otro. Podría ser que simplemente se hubiese caído de lado, pero caer de lado no es lo habitual –hice una pausa–. Lo que has hecho hoy no creo que sea para nada la actitud que tiene una persona débil.

Se quedó mirándome, sin parar de llorar y temblando. Entonces, como un arrebato, me abrazó. Hundió la cara en mi pecho y se aferró a mi cuerpo. Ya no reprimía su llanto.

Me di cuenta de esa manera de lo dura que había sido su corta vida, de lo sólo que se sentía y de que ni siquiera era un adulto. Coloqué mi mano se su cabeza y nos quedamos así durante horas, hasta que el se calmó y se durmió. Así empezó el primer día del mes que pasamos juntos.

Respecto al resto tampoco tengo mucho que decir. Nos peleábamos bastante, fuera para que el comiera decentemente o para que se bañara. Aparte de eso también venían sus amigos a verle.

–El bosque no está maldito, doctor –me explicó Killer–. Nosotros llevamos yendo ahí mucho años y estamos bien.

–Ya, pero no quita que sea peligroso. Será mejor que tengáis cuidado. Por cierto –miré al pelirrojo– Me dijisteis que era tu casa ¿Duermes a la intemperie?

–No. Lo hago en... en... es que no se lo que es. En el agujero. Es como una casa de metal. Por dentro lo parece más que por fuera. La debía de hacer un herrero loco que quería vivir solo y ya murió.

–Ah, entiendo.

No obstante, gracias a esos días pude aprender algo, algo que en su momento no me di cuenta, pero iba a crear una idea revolucionaria en mi cabeza.

–¡Eustass! –gritaba Bonney en una de sus visitas–. ¿Quieres escucharme? Te estoy hablando.

–No.

–¿"No" qué?

–Que no te escucho. No me interesa nada lo que estás diciendo.

–¡Eustass! –y empezó a tirarle de los pelos.

En apariencia, esta pequeña conversación no tenía nada de especial pero para alguien de mi raza, alguien como yo, era más complicado. Los trividentes y los cortadores podían taparse los oídos para no escuchar. Entre los perlados por mucho que te taparas los oídos seguían oyendo pensamientos en tu cabeza. Esto ya creó interés en mi. ¿Podría yo cerrar mis "oídos" mentales para no escuchar a mis congéneres? Esta idea no hubiese tenido mucho futuro si no me hubiese dado cuenta de que los cortadores y los trividentes, en muchas ocasiones, no les hacía falta taparse los oídos para no escuchar, o escuchar lo que les diera la gana. Tenían esa capacidad a la que llamaban "perder la atención" o"quedarse atontado", entre otros nombres. Una barrera mental. Estuve pensando en ello durante todo el mes que Eustass estuvo conmigo.

–Bueno –dije revisando su pierna tras quitarle la escayola–, parece que tu pierna no puede estar más sana.

–Por fin –resopló entre cansado y aliviado.

Debo de admitirlo. Nunca sentí la casa tan vacía y solitaria como cuando el me dio la espalda para marcharse a la nave que llamaba "hogar", pero tampoco tuve mucho cuartel para darle rienda suelta a esas emociones, al día siguiente debía marchar a la ciudad palacio otra vez.

Cada día hueles peor Law.

Mejor que no oler a nada como tú Monet –chicas menos atractivas y agraciadas me excitaban más que ella solo por llevar una simple y sutil fragancia de flores.

¿Y esa respuesta? Vienes muy rebelde hoy.

Vengo como siempre –con ganas de irme.

Pero ella tenía razón, venía con animo de rebeldía, con ganas de probar hasta donde podía llegar. A la hora de comer, todos los perlados nos dirigimos al salón comedor. En ese momento los pensamientos iban y venían, como un huracán. Ya se me ha olvidado como podíamos entendernos en toda esa marabunta. El silencio sólo rodeaba a una persona, al Maluka, el único que se manifestaba si le apetecía mientras violaba nuestras mentes. El único... hasta aquel momento.

Cerrando los ojos, me concentré. Tenía todas las voces en mi cabeza como si esta se tratase de una plaza concurrida, me lo imaginé así, y como ésta se iba despejando, a la vez que veía como Eustass se cerraba los oído o se quedaba en babia. Fue complicado y simple a la vez, pero de repente mi cabeza se vio vacía de intrusos.

No abrí los ojos, analicé por unos momentos el silencio físico que nos rodeaba en el palacio. Era absoluto, profundo y siniestro. Sonreí con el orgullo de haberlo logrado y pensé "vaya, es más horrible que antes". Abrí los ojos. A mi alrededor todo eran caras sin mucha claridad expresiva; aún así se notaba a la legua que se habían dado cuenta de que faltaba una "voz", y se pasaban pensamientos unos o los otros, que sin yo oírlos, la verdad, los de mi raza se hacían un poco ridículos.

Decidí que era mejor no seguir con la barrera y un tsunami de pensamientos me golpeó. Algunos eran cabreados, otros muy cabreados. La indignación era clara, pero también, de manera más disimulada, me llegaron pensamientos de admiración y sorpresa.

–¡Es una falta de respeto hacia el Maluka! –ese fue Caesar, un montón de coros le siguieron y discutieron a la vez que me echaban la bronca– ¡Quien le cierra una puerta al Maluka se la a si mismo como perlado!

Aún me sentía orgulloso, entretenido, y seguí sintiéndome así hasta que le vi la cara a Doflamingo. Su mente seguía en el silencio de siempre, su sonrisa seguía fría como de costumbre, pero la sensación que me dio no era la de antaño. Creí que de un momento a otro me fueran a partir el cuello.

Calmaos –el tono de su mente era tranquilo, sin alteraciones, y bastó para cortar de un tajo todos los envíos predeterminados de pensamientos. Se dirigió a mi–. Mi felicitaciones Law.

¡Pero alteza! ¡Sólo el Maluka debe cerrar su mente ante los demás!

No, sólo el Maluka puede cerrar su mente, no hay ninguna ley que prohíba a los demás perlados hacerlo si es que pueden. Mi único problema es que tendré que acostumbrarme al silencio que ha creado mi querido hermano pequeño.

No se dijo más al respecto. Es fue lo que más me turbó.

Law –me llamó, ya en el patio después del almuerzo, aquel anciano perlado que me inspiró a ir al otro lado del muro– ¿Qué tal? ¿Cómo te van las cosas por allá?

La verdad... muy bien. No es ningún secreto que me guste más estar allí que aquí.

Bueno, ahora si podrá ser un secreto. Me has sorprendido bastante en la comida. Creo que aunque se me hubiese ocurrido lo que a ti jamás lo hubiese conseguido.

Vaya, usted debe ser uno de los pocos pensamientos a favor.

Si. También debo decir que esto no me sorprende de alguien que casi fue Maluka.

¿Qué?

Claro Law. Según nuestras tradiciones el Maluka será el primero que nazca tras la muerte de su sucesor –ya que el legado de sus poderes no quedaban en la misma perla sino que se trapasaban a aquella que desprendiera más energías de vida–. Doflamingo fue antes que tú, pero por muy poco.

Ya, oí una vez que eramos como hermanos. Y él me lo ha repetido en ciertas ocasiones. Todo por eso de que casi nacimos a la par –casi a la par, para nosotros significa un tiempo más largo que el que se puede significar en humano, bastante más largo–. Pero el nació antes y no hay vuelta de hoja.

Muchos creímos que tu nacerías primero. Deberías haber visto tu perla Law, brillaba como nunca he visto a ninguna otra.

Mentiría si dijera que durante los próximos días que debía permanecer en palacio no me esperé las represalias de mi superior absoluto. La sensación de ser amenazado era más fuerte cuando me llamaba a intimar con él. No obstante, nada ocurrió y yo volví sano y salvo a mi humilde hogar.

Cuando el carruaje me dejó a las puertas de mi casa era ya una hora tardía, en que con suerte te encontrabas una ventana abierta que dejara entra la luz del sol. Sin embargo, Eustass estaba allí. Sentado bajo mi ventana. No pude hacer otra cosa que invitarle a entrar.

–¿Donde has estado?– me preguntó una vez tomó un sorbo del té de hierbas que le puse por delante.

–Visitando a unos parientes. ¿Y tú? ¿Qué hacías ahí tirado como un cachorrillo perdido?

–¡No soy ningún cachorrillo perdido!

–¿Te has pasado ahí los días que yo no estado? –sonreí–. Me has reconocido como tu dueño y señor.

–¡Ni hablar! ¡En todo caso yo sería el dueño y señor que viene a recoger a su cachorro perdido!

Ambos nos quedamos en blanco, él por lo que acaba de soltar sin darse cuenta y yo por asimilarlo.

–Ah –sonriente bebí un poco de té–, así que estabas preocupado porque no regresaba. Eres bastante... ¿cómo se dice? ¿lindo?

Su cara se puso como su pelo.

–¡Vete a la mierda! ¡Yo no estaba preocupado! ¡Me apetecía sentarme ahí! ¿¡Vale!? ¡Y eres un coñazo! ¡Me voy!–se dirigió a zancadas a la puerta.

–¿Vas debajo de la ventana otra vez?

–¡NO!

Dio un portazo. Yo suspiré y fui a la calle.

–Eustass –el pelirrojo se volvió– Vuelve. Es muy tarde. Será mejor que te quedes hoy dormir.

Repentinamente, todo su cabreo desapareció.

–¿Puedo?

–Mas bien debes –anduve otra vez al interior.

Con el pelirrojo acostado en la camilla, me fui a mi habitación y me dormí profundamente, sin embargo, en un momento de la madrugada, desperté, encontrándome al niño durmiendo conmigo. Días más tarde sabría que no había pasado unos buenos días y que buscó consuelo y cobijo en mi, pero eso era otra historia y yo, esa noche, simplemente dejé que durmiera conmigo.

Los años pasaron como si se tratasen de horas. Casi no me daba cuenta y, al prestar atención, aquellos que conocí siendo niños se había convertido en adolescentes.

–¿Doctor? ¿Le queda mucho?

–Ya voy, Bonney. No encontraba mi abrigo.

Era invierno. El frio que hacía te obligaba a llevar capas de espeso pelo sobre los hombros, con ello, la chica y yo caminamos por la calle en la misma dirección del gentío. Ella ya me llegaba por debajo del hombro, se había dejado crecer su rosado pelo hasta la cintura y empezaba a desarrollar curvas de mujer. Costaba hacerse a la idea pero, para ellos, cinco años era mucho tiempo, para mi solo un suspiro y los cambios que iban dando me resultaban tan rápidos que hasta podría llegar a embestirme.

–¿Y tus padres?– le pregunté mientras ella atracaba el quinto puesto de comida.

–Se adelantaron. No se preocuparon mucho cuando les dije que iba con usted –puso cara de molesta y devoró sin ningún decoro un muslo de ave–. Dicen que tardo mucho. ¡Si he sido la primer en terminar de arreglarme!

Seguramente tenía que ver con el hecho de que no avanzábamos nada del camino por su glotonería.

–¿Cuantos años tiene, Doctor? –me preguntó de repente.

–Veinticinco.

–Pues está igual que el primer día.

–...Gracias –me preocupé, no sabía si era un cumplido o una teoría conspiratoria. Ese tipo de comentarios no aparecían mucho, después de todo los adultos no cambian demasiado en cinco años y más o menos creía que podía aguantar dos o tres años más sin hacerme ninguna cirugía. Por el momento, me limitaba a dejarme perilla.

–¡Doctor! ¡Bonney! –apareció Killer ante el gentío.

Ese joven era otro que asustaba su crecimiento. Yo era más alto que él nada más que por media cabeza, claro estaba que muy pronto tendría que alzar la vista para hablarle a la cara.

–Oh, mira quien vino –saludó Bonney con un sarcasmo emponzoñado y una exagerada reverencia– Su altura me agrada con su presencia.

–Se dice "su alteza".

–¡No me corrijas trividente de poca monta! ¡Abandonamigos!

–¿¡Que culpa tengo yo de tener que estudiar!?

Nunca pensé que el rubio fuera trividente, debido a su flequillo. Cuando son niños las clases no se diferencian pero al llegar a la adolescencia los cortadores comienzan a aprender oficio y los trividentes a estudiar. Este hecho había dejado menos tiempo para que los tres niños, ahora jóvenes, estuvieran juntos. No obstante, su amistad seguía intacta, aunque los estudios de Killer estresaban un poco, bastante, a la chica de pelo rosa.

–Mejor que nos vayamos poniendo en marcha –les dije–. Podéis seguir peleando pero si nos quedamos aquí nos perderemos la inauguración.

Esa era mi quinta vez que vivía los Días de Estrella. Ansiaba esas fiestas todo el año, más que los Días Azules. El cielo estrellado me maravillaba, ni el frio me quitaba de quedarme viéndolo durante horas.

El cielo se iba oscureciendo con forma nos acercábamos a la plaza y la gente empezaba a encender sus antorchas, velas o lámparas de aceite. Evidentemente, nuestro distrito no era el único sitio donde se iba inaugurar esos días. Decían que a las puertas del palacio era mucho más impresionante, pero yo no cambiaba la que iba a ver por nada del mundo.

En la plaza estaba la gran hoguera esperada para ser encendida, a su alrededor se disponían altos torreones de madera, sosteniendo cada uno grandes tambores.

–¡Mirad! Allí está Eustass –señaló uno de los torreones la joven.

Miré. Ahí estaba. Su pelo seguía igual que siempre, alborotado y rojizo, no era muy difícil reconocerlo. En ese tiempo se le habían ensanchado los hombros y no era tan alto como Killer pero analizando un poco su crecimiento se podía predecir que para la adultez eso cambiaría de manera drástica. Ya no era aquel niño de las calles, había madurado, se había puesto a trabajar como carguero y hacía más de tres años que no iba a aquella nave abandonada porque había conseguido con su propio esfuerzo y alguna ayuda mía una casa propia en el interior de la ciudad. Se había reformado en todos los sentidos; incluso como cortador podía verse en el un futuro brillante. Y eso lo iba a demostrar en ese momento. Todos lo que habían sido escogidos para tocar los tambores eran cortadores, pero no unos cualquiera sino aquellos que habían demostrado tener tanta valía como un trividente, aquellos que adornanban la quema de la hoguera para agraciar a los dioses.

Prendieron fuego a la gigantesca pira. Las llamas consumían lentamente. En cada torreón, los hombres hacían sonar rítmicamente los tambores mientra bailarinas se paseaban con gracia alrededor del fuego. El sol se iba, el cielo se oscureció por completo y las estrellas aparecieron en toda su gloria a la vez que las llamas alcanzaban su culminación. Los golpes de tambores se aceleraron hasta llegar a un explosivo culmen. Todo el mundo aplaudió, vitoreó y se abrazó dándose suerte.

–¡Que los dioses le den buena suerte, Doctor!– me abrazó la chica.

–A ti.

–Que los dioses le vean con buen ojo –siguió el ejemplo Killer, aunque de una manera más masculina para los dos, con una palmada en la espalda.

–Y a ti.

Puse la vista en el torreón, donde Eustass había decidido sentarse a mirar al gentío. Sonreía. Guardé ese instante en mi memoria, con toda la felicidad que llenaba mi pecho, sin saber que, en poco, la desgracia se cerniría sobre nosotros dos.

Continuará...


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