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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capitulo 33

 

Cuando Law Trafalgar llamó a la puerta esa noche, tanto el capitán como el joven yokai intuyeron que la situación general del barco se iba a tornar seria. De ahí, a que sus sospechas se hicieran tan reales que les golpearan la cara, había un trecho. Pese a todo, lo primero que hicieron los tres hombres en aquella habitación fue preservar la calma.

–Un motín –repitió el capitán en una risa sarcástica. Afiló la mirada–. Trataré de creerme que no es una broma de mal gusto. ¿Quiénes forman parte?

–Disculpe, mi capitán, pero seguro que usted no es tan inocente como para pensar que le voy a dar la información sin nada a cambio.

–Serás... –Zoro adelantó los pasos, Mihawk interpuso su brazo para detenerle.

–Diga lo que quiere, Trafalgar.

–Una amnistía. Para Eustass Kid y para mi.

Mihawk volvió a a reír entre dientes.

–De acuerdo, si todo termina como es debido yo mismo me encargaré de redactarla.

Law entrecerró los ojos, molesto, desde luego la promesa de un oficial de la marina valía menos que un papel mojado, por muy honorable que le gustara ir de cara al público. Sin embargo, sabía que era lo mejor que podía conseguir dadas las tesituras. Bajó los pies al suelo y se apoyó de codos sobre la mesa.

–Los amotinados son toda la tripulación, mi capitán. Exceptuando al profesor, los D. Monkey, vosotros los yokais y yo desde ahora mismo.

Al halcón no se le pasó por alto en el grupo que lo había puesto. Lo ignoró por el momento.

–¿Y quién es el cabeza? –preguntó, aunque sabía que sólo había una persona apta para ese puesto.

–Shanks Akagami –confirmó Law.

–¿Qué? –se desconcertó Zoro–. Es el más veterano y más sensato de todos. ¿Por qué iba a provocar un levantamiento?

–Porque es un pirata. Igual que todos los que están bajo su mando –explicó a las claras para que el peliverde lo asumiera y pensara directamente en lo que ello significaba, especialmente para Luffy. Se volvió a Mihawk–. Como se olerá usted, están esperando a que caiga en sus manos algo muy concreto. Le sugiero que lo tenga a buen recaudo y que no vaya a por un cara a cara, incluso si saliera ileso no todos podríamos correr esa suerte en ese transcurso que se dan caza el uno al otro.

No hacía falta que se lo dijera. En el ataque de las ondinas Mihawk vio el potencial de ese falso cocinero. Estaba claro que no era de jugar limpio.

–Los soplones arden en el infierno, Law –intervino el peliverde–. No te quito el mérito, pero tal y como lo cuentas, tu confesión ha reducido las posibilidades de sobrevivir que teníais Eustass y tú. ¿Qué te ha dado para que te expongas así?

Law frunció el ceño. La verdad había sacado de cuajo la confianza que le había tomado el joven yokai. No le culpaba, pero tampoco se iba a achantar. Arrastró las palabras con cierta amenaza:

–Preocúpate menos por mi y más por cómo vamos a salir de esta, Roronoa. ¿A caso te queda otro salvavidas que no sea buena voluntad?

Zoro afiló aún más su mirada, cargada de rabia y recelo. Law sonrió, se levantó y se acercó a ellos con las manos en los bolsillos.

–Como sea, capitán. Lo mejor es que, en cuanto pueda, dé un aviso a las autoridades del próximo planeta donde atraquemos y los encarcele a todos en puerto.

Mihawk resopló por la nariz

–Eso sería, sin duda alguna, lo más recomendable. Sin embargo, está fuera de nuestras actuales posibilidades: Solo nos queda un planeta en este viaje.

Law entendió al momento lo que significaba aquella premisa. Una cuenta atrás. Su semblante se ensombreció.

–¿Y qué más da que solo quede un planeta? –espetó el peliverde–. Damos la vuelta y punto.

Ambos miraron a Zoro. Se habían olvidado de que Vivi y él se enrolaron más tarde y, por tanto, no sabían nada, ni por un bando ni por otro. El pecho del oficial fue atacado por los remordimientos; había sido demasiado soberbio para pensar que al peliverde no le haría falta esa información.

–Roronoa, la meta que tenemos es mucho más crucial de lo que te puedas imaginar. Como piratas que son, jamás tolerarán retroceder ni un paso en el camino.

El híbrido estuvo a punto de replicar, pero se percató de que Mihawk hablaba muy en serio.

–¿De qué se trata?

–Del Planeta del Tesoro. –contestó Law.

Zoro abrió los ojos de sorpresa, alternó su mirada entre uno y otro como si se hubiesen vuelto locos.

–Pero si nadie sabe donde está –fue capaz de decir.

–El mapa que marca su paradero cayó en manos de los D. Monkey –explicó el capitán–, eso impulsó al profesor ha hacer este viaje. Y eso es tras lo que van estos falsos marineros.

–Nosotros llevábamos tras ese mapa mucho más tiempo –puntualizó Law–, si a ellos se les hubiese ocurrido dejarlo donde estaba ahora mismo no tendríamos esta conversación.

–Le recomiendo, señor Trafalgar, que, si se considera de este bando, no use ese "nosotros" para referirse a usted y los piratas en un mismo grupo. En cualquier caso, espero que tenga un plan B.

–No contaba conque estuviéramos tan cerca del planeta –reconoció–. Pero como le he dicho, lo principal es tener el mapa a buen recaudo. Se lo pensarán dos veces antes de hacer nada.

–Tenemos que avisar a los demás –apuntó el peliverde, sobrecogido por aquella nueva realidad a la que debía hacer frente. Sí, había vivido eternidades, pero el terror del pirata Roger, la gloria de su botín, era más grande que eso. Si no andaban con pies de plomo, acabarían colgados al palo de mesana por el cuello, en el mejor de los casos–. Debemos planear un estrategia.

–Estoy de acuerdo –secundó el capitán–. Despertemos al profesor, hay que explicarle la situación; a la mañana veremos como avisar a tu hermana y los dos D. Monkey más mayores. Nos reuniremos en la biblioteca durante los turnos de dormir.

–¿Qué pasa con Luffy? –le preocupaba, la situación del chico era la más complicada de todas.

–Es impulsivo y no creo que tenga actitudes para fingir. No es conveniente que sepa. Por todos nosotros, él debe seguir siendo grumete de Shanks.

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Esa noche, el turno de vigilancia en la cofa le tocó Ace. Hacía frío allá arriba, sobre las velas, pero la manta que tenía por encima hacía un buen trabajo contrarrestando. Eso y el cuerpo de Marco. El piloxiano le abrazaba por la espalda, tapaba con su mano los gemidos del pecoso provocado por sus estocadas; gesto que a otro le hubiese molestado, pero al pecoso no, cada vez que Marco lo hacía sentía como si su única intención fuese protegerle.

Un golpe de placer les recorrió a ambos. Entre sudores, recobraron el aliento; se tumbaron en el suelo, se repartieron besos entre los labios y el resto del rostro. Hacía media semana que Marco y él se habían unido en ese pequeño lugar. Ace se sentía culpable, por él, por Smoker, por si mismo. Pero también sentía calidez. Cada vez que estaba con el piloxiano le era imposible encontrarse mal. Y eso venía desde antes de que el teniente los dejara para siempre.

–Ace... –le susurró con la boca pegada a su oreja–. ¿Hay algo que quiero decirte?

–Entonces no esperes a decirmelo.

Marco rió entre dientes, separó los labios para hablar, pero se detuvo de golpe.

–Vístete, alguien esta subiendo por la escala.

–¿Qué? Mierda –masculló.

Entre risas y tonteos se recolocaron la ropa para quien quiera que fuera y. en una actitud de mal disimulo, se incorporaron en actitud formal. Sin parar de sonreír, Ace giró la cabeza, a ver quién aparecía por el aparejo.

–¿Sabo? –se extrañó al hacer su hermano acto de presencia–. ¿Qué haces aquí?

Su hermano guardó silencio un par de segundos. Fijó sus ojos en Marco.

–Te importa dejarnos un momento a solas –le pidió.

–Claro, el que haga falta –contestó amable–. Además, necesito dormir un poco –se estiró cansado. Con un movimiento de barbilla se despidió de los dos hermanos, sobre todo de Ace y se fue por el otro lado de la cofa.

Una vez solos, el pecoso miró al rubio con reproche. No obstante, el semblante de Sabo se endureció de preocupación.

–Cuando termines tu turno, pásate por la biblioteca.

–¿Qué? –se alteró al ver que se iba, le tomó del brazo–. ¿Eso era todo?

–Es mejor que te lo explique allí.

–Venga ya, Sabo, ¿de verdad no tenías otro momento para decirme eso?

Su hermano le miró con tristeza. Inspiró y expiró profundamente. Ace se dio cuenta de que no venía por que sí, mucho menos que sus razones eran agradables de contar. Su hermano vigiló que no hubiese nadie cerca, tomó fuerzas y le susurró al oído.

–Van a amotinarse contra nosotros.

Ace estuvo a punto de reírse; no obstante, Sabo estaba tan serio como pocas veces lo había visto en la vida. Un aire frío, que nada tenía que ver con la baja temperatura que allí se palpaba, le llenó.

–¿Quiénes?

–La tripulación entera, bajo el mando de Shanks Akagami; salvo por el capitán, el profesor, los Roronoa y Law,

–¿Law?

–Él ha sido el que les ha traicionado a cambio de una admistía. Nos ha dado una oportunidad a nuestras vida. Ace, son piratas, van a por el mapa y no van a dudar.

Con inquietud, Ace notó como los bombeos en su pecho se hacía más lentos, más dolorosos. Toda la tripulación, se repitió, toda la tripulación salvo Law. Su mirada fue directa por donde el piloxiano se había ido. Salvo Law, únicamente Law.

–¿Y Marco?

Sabo pudo ver que había más aflicción en él de la que quería mostrar, como la verdad le estaba dando una paliza a su hermano, quiso detenerse, darle la información justa. Pero eso no podía ser, Ace debía ser consciente de con quien estaba tratando.

–Marco es el segundo de a bordo.

Fue un milagro que no se quebrara en mil pedazos. Le devolvió la mirada a su hermano, el rubio se mostraba temeroso por él. No supo como lo hizo, pero el pecoso logró sonreirle; colocó una mano en su hombro para tranquilizarle.

–No te preocupes, estoy un poco chocado, nada más. Sabes que nos llevábamos bastante bien –se le hizo un nudo en la garganta–. ¿Puedes irte? Necesito estar solo.

Sabo asintió, se marchó y Ace, consciente de que nadie más podía verle, colapsó. Cayó de rodillas, se aferró a la manta, al olor de Marco que persistía. No. No podía ser, no podía ser que se hubiese entregado de esa manera a un pirata que esperaba matarle desde el momento en que se conocieron. No podía ser que Marco...

Quiso mentirse, creerse que todo había sido cosa de su alter ego, pero no venía al caso. El Marco que conocía era el Marco segundo de a bordo. El que se había aprovechado de su debilidad, el que incluso se lo había soltado a la cara y al que Ace había aceptado complaciente. Se le escapó una risa emponzoñada, quebrada. Seguro que el piloxiano se carcajeaba a gusto por como le había salido todo. Y la culpa era suya. Era él el que se había dejado y no otra persona, era él el que había querido utilizar a uno para olvidar a otro. Se lo tenía bien merecido.

Ace hizo lo que ni tan siquiera hizo cuando murió su madre, lo que siempre había reprimido, incluso tras la perdida de Smoker, para no presentar debilidad ante sus hermanos. Lloró.

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Era la hora de comer, todo seguía igual que siempre. Al menos, en apariencia.

–¡Ace! –le saludó Shanks cuando llegó hasta donde él servía la comida–. ¿Qué tal muchacho? Anda, hoy ración doble, que estás un poco pálido –le echó por lo menos ración triple.

–Gracias. –contestó lo menos desganado que pudo.

–Ni que darlas. Es la ración de tu hermano.

–¡Qué! –se quejó el chico– ¿¡Porqué le das mi parte!?

Se pusieron a discutir. Ace suspiró y se fue para una mesa. Les echó una mirada de reojo. Viendo a Shanks costaba creer lo que ocultaba bajo esa máscara, un capitán pirata y rastrero, pero viendo a Luffy, lo feliz que era a su lado, de verdad que quería no creerlo.

Tomó asiento sin mirar con quien le iba tocar compartir su hora del almuerzo. Con la mala suerte de sentarse al lado de Marco. Se contuvo un resoplo. Era con quien menos tenía ganas de fingir que era todo perfecto. Frente a él estaba Kid, pero no por mucho, Law llegó y el pelirrojo apuró la comida para levantarse cuanto antes.

–¿Os vais a pasar todo el viaje así? –le preguntó Jesús Burgues.

–Pregúntaselo a él. Yo ya no sé que más decirle.

–Antes te iba bien con utilizar la cama –le recordó Laffite.

–¡Mas bien la despensa! –rió Teach e hizo que se rieran varios.

–Da igual si cama o despensa –les cortó–. No quiere nada conmigo.

–No te amedrentes por ello –le dijo Marco–. Esta travesía se está haciendo bastante larga y Eustass es de temperamento difícil. Es normal que sus cabreos duren más de lo normal.

Ace no entendía como Law podía aparentar tan tranquilo. Sus compañeros hablaban con él de sus problemas, incluso le aconsejaban, y él dispuesto a traicionarlos. Pero tampoco entendía a los demás. ¿Cómo han podido mantener aquella falsedad tanto tiempo y encima reír como si tal cosa? Tal vez fuesen un simple falta des escrúpulos.

–¿Te encuentras bien, Ace? –le preguntó Marco con suavidad, sin saber cuanto hacía que su interior se retorciera–. Tienes mala cara.

–Estoy bien. Sólo que después de mi turno no conseguí conciliar el sueño.

–¡Ja!– rió alguien– ¡Y yo que creía sus problemas de insomnio eran de ir al camarote oficial!

Otros más rieron, rieron mientras él se quedaba parado y la mano que sujetaba la cuchara temblando de ira.

–Ace –Marco puso su mano en su hombro.

–Déjame –apartó esa mano de un guantazo y se levantó para irse.

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Le encontró en popa, tal y como la otra vez.

–Ace. –le llamó, pero el joven no quiso verle–. No dejes que te afecte. Sabes que esta tripulación no se caracteriza por su tacto.

El joven suspiró, pero no dijo nada, siguió sin ofrecerle mirada alguna. Marco se acercó y se arrodilló a su lado. Ace notó la mano de Marco sobre sus cabellos azabache.

–No estás así solo por eso. Llevas raro toda la mañana ¿Que te ocurre?

–Nada. Ya te he dicho que no he dormido bien y estoy de mal humor –quería que apartara esa mano, quería que dejara de tocarle y de hablarle en ese tono tan amable y tan falso.

–¿Tu cuerpo esta bien?

Se le revolvió el estómago con esa pregunta.

–¿Porqué me preguntas eso?

–Pensé que estabas dolorido y por eso...

–Estoy perfectamente –agarró su muñeca para apartar definitivamente esa mano–. Gracias.

Marco se quedó sorprendido. Desvió la mirada. Se levantó.

–Si quieres hablar puedes venir a buscarme –caminó, dispuesto a marcharse, pero se detuvo en el último instante. Se volvió hacia el pecoso–. Ace, sé que te sientes culpable, pero yo no me arrepiento de estar contigo. Mis sentimientos por ti no han cambiado. Quería que lo supieras.

Lo dijo sin rodeos, sin ninguna duda de que eso fuera verdad. Ace siguió sin decir nada, sin mirarle. Marco le dejó solo.

Mentira, pensó, es todo una pura mentira.

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A pesar de lo que se estaba cociendo entre los viajantes del barco, la travesía avanzaba de la misma manera que lo había hecho desde que salieron del Puerto Espacial. Codo con codo, lo piratas y los no piratas sorteaban los obstáculos que se les presentaban por delante. El último fue de ellos fue un enorme bicho de estos que rondaban por los lugares más apartados del espacio. Parecía una iguana sin patas, según habían dicho los yokais, aunque nadie supiera que era una iguana, con patas o sin ellas. Se declaró inofensivo, no obstante, emanaba un hedor nauseabundo; así como una lluvia verde y pegajosa, que se asemejaba a la gelatina verde y a las mucosidades por igual. Sus gotas, hediondas también, se pegaron muy bien a la madera de la cubierta barco, obstruyendo la vida normal de los tripulantes; por suerte, disponían de un grumete apañado.

–¡Porqué tengo que limpiarlo todo yo! –se quejaba Luffy dándole a la fregona– ¡La cubierta la pisamos todos!

–Menos quejas y más animo –le azuzó Shanks–. No comerás hasta que la cubierta brille.

–¡Las cubiertas no brillan!

–Vamos Luffy, tú puedes –se cachondeó Zoro, cosa que provocó que el chico le arreara con la fregona a la cabeza–. ¿¡Quieres que te dé una paliza!?

–Ah, perdona, como tu cabeza tiene el mismo color que la caca verde esta os he confundido.

–¡Te voy a matar!

–Niños, niños... ya basta de peleas, podéis limpiar los dos.

–¡Yo no pienso limpiar! ¡Ya no soy tu grumete!

–Es verdad, señor Roronoa, es verdad. ¡Capitán! ¿¡No sería recomendable que el señor Roronoa ayude al grumete D. Monkey con esa ardua tarea de limpiar cubierta!?

–Lo es –asintió convencido y molesto–, a ver si se entretiene un rato y deja de incordiar.

Lo mato, pensó el peliverde antes de que Luffy le diera otra fregona con una sonrisa de victoria y burla, de verdad que lo mato.

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La cubierta, tras doce horas de trabajo, se podía considerar limpia, Zoro y Luffy se habían esmerado para que así fuera y, tras esa dura jornada, más que agotados y apenas sin apenas poder mover un músculo, se desplomaron por el suelo.

–Ah, me muero de hambre –las tripas de Luffy rugían monstruosamente–. Zoro, tráeme comida.

Zoro estaba frito, sus prominente ronquidos lo confirmaban. Luffy puso la mirada perdida hacia las estrellas.

–Así que así es es como termina todo...

Shanks, que acaba de llegar, le miraba con los ojos entrecerrados intentado entender como alguien podía exagerar con tanto dramatismo por un simple ataque de hambre. Suspiró.

–Grumete. Levanta. Tu cena está listas.

Luffy fijó en él el brillo ilusionado de sus ojos, pero al segundo se deprimió.

–Estoy tan cansado que no puedo levantarme –su tripas rugieron con lástima–. ¡Voy a morirme de inanición!

El cyborg puso los ojos en blanco, resopló.

–Anda, ven aquí.

Se acercó al chico, pasó un brazo por debajo de sus axilas y le ayudó a caminar hasta el comedor vacío. Allí, Luffy devoró como una bestia bajo la mirada de Shanks que se sorprendía al ver como, sin parar de comer, el chico se dormía y se despertaba de manera consecutiva una y otra vez. Se tuvo que reír.

–Desde luego, he vivido y navegado mucho pero jamás se había topado con una persona como tú.

–¿Eso es bueno o malo? –preguntó con la boca llena.

–Ni que me pasara el día diciéndote cosas malas –se hizo el ofendido.

Luffy le puso un mohín de disgusto y siguió engullendo, Shanks rió más. Le revolvió el pelo, de una manera más cariñosa que de costumbre. El chico bajó la mirada enrojecido.

–Oye, Shanks. ¿Tú crees que soy diferente a cuando empezó este viaje?

–¿Diferente? Esperas que te salga un tercer brazo en la frente, o algo así.

Luffy abrió la boca a su mayor capacidad, de manera que se le desprendió un buen fardo de comida. Claramente, la idea de que le saliera un brazo en la frente le parecía increíble. Pero en breve, entendió que Shanks no lo decía como algo que fuese a pasar en serio. Se decepcionó, aunque no sólo por eso.

–A este paso mis hermanos nunca me trataran como un adulto.

–Aunque maduraras no creo que la cosa cambiara. Te lo digo yo –sonrió con un tono nostálgico–, que no he tenido hermanos de sangre, pero sí gente que la que he podido considerar así. De todas formas, no deberías preocuparte por eso, mírame si no –se encogió de hombros–, más de cuarenta y todavía no se me puede considerar adulto hecho y derecho.

–¡Pero si tú molas! Cuando tenga tu edad me gustaría parecerme a ti –sonrió con las encías–. Ah, pero que no te se te suba a la cabeza. He dicho parecer, no ser, y solo un poco.

Avergonzado de lo que había dicho, Luffy se centró en alimentarse. No pudo darse cuenta de que había ruborizado a su interlocutor, que había prendido su pecho con una pequeña calidez. No por mucho. Una punzada acertó en el pecho del cocinero. Incómodo, le apartó la mirada del chico. Su mano humana temblaba ligeramente. Se concentró en que se le pasara y, una vez calmado, se incorporó para recoger los platos sucios de la cena de Luffy.

–¿Te encuentras bien, Shanks? Te has puesto muy serio.

–Sí –le sonrió amable–. Vete a la cama. Yo ya recojo esto.

Luffy tragó el último bocado que le quedaba, sin másticar.

–¿No quieres que te ayude?

–Has trabajado bastante por hoy, te mereces un descanso.

Con la columna de platos fue al fregadero y se metió en faena. Tenía que dejar de pensar en las cosas que estaba pensando. Hacía más de un mes que no pasaban cerca de un planeta en el que desembarcar. Estaban en una zona completamente deshabitada del universo. El tesoro de Roger podría aparece en cualquier momento, entonces dudar estaría fuera de su alcance.

Sin que se diera cuenta, Luffy le siguió, le abrazó por detrás con ternura. No lo esperaba, se quedó quieto, notando como un escalofrío le recorría la espalda, la piel se le quedaba de gallina, los vellos de punta y los pulmones se le llenaban de un aire amplio.

–Gracias por cuidar de mi este viaje, Shanks. No sé que hubiese hecho sin ti.

No respondió, no fue capaz. Cuando recobró la consciencia el chico se había ido. Su calidez se había quedado en su cuerpo, le hacía querer morirse.

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La cena que le sirvió Shanks podía haber sido suficiente, pero debido al jornada de limpieza se había saltado otras cuatro comidas. Por muy casado que estuviera, su estómago pedía que lo llenaran con urgencia; de manera que, a rastras y cual zombi, salió del camarote tripulación y se desplazó hasta cocina.

La despensa estaba cerrada, pero alguien había dejado uno de los enormes barriles de limonzanas fuera de ella. Fue hasta él y apartó la tapa. No alcanzó ninguna pieza de fruta en el primer intento, ni al segundo, aún estaba medio dormido. Como no desistió, acabó de cabeza en el interior del barril, con la tapa cerrada de nuevo. Devoró entonces todas las limonzanas que pudo y se ovilló para envolverse de nuevo en dulces sueños de platos de carne.

Poco más tarde, un número de personas entró. Ignorantes de su presencia, empezaron a hablar; al principio no muy alto, sin embargo, conforme avanzaba la conversación los tonos se elevaron, se enervaron, se alteraron. Despertaron al chico.

–¡Debemos tomar ya la iniciativa!

Le sonó esa primera voz, pero no la reconoció; la segunda sí supo que era la se Shanks.

–Nadie tomará la iniciativa hasta que tengamos ese mapa.

–Sugiero –arrastró las palabras Eustass Kidd– que lo tomemos por la fuerza, ahora.

¿Mapa? Repitió Luffy en su cabeza sin saber si seguía soñando. ¿Por la fuerza?

–Me alegro mucho de que participe, señor Kid –la voz de Shanks sonaba con cordial contención–. Pero sus ocurrencias, como la de mandar al teniente Smoker a un agujero negro, de poco no acaban con todos nuestro planes de una sola tacada. Así que, si quiere que no lo lance por la borda en ese mismo instante, le sugiero que cierre el pico.

Luffy despertó del todo con esa declaración, estuvo a punto de salir, preguntar qué era todo eso. Un golpe en la tapa del barril le detuvo, la empujó con cautela. Alguien se había apoyado sobre ella y, por lo cerca que oyó la voz del cortador, dedujo que era él.

–¿Sabes, Akagami? Tus amenazas son horribles. Pero me he dado cuenta de que tú solo haces eso. Tú solo amenazas. ¿Me pregunto si de verdad tienes lo que hay que tener? ¿Si de verdad seras capaz de deshacerte de tu "encantador" grumete?

Luffy se percató como los silencios y las tensiones se propagaban por el comedor. Encontró un resquicio por el que mirar, el comedor estaba lleno. Se estremeció al encontrar la expresión de Shanks, fría, amenazante, la misma que le mostró después de que se estrellaran en Aladrum y se toparan de frente con ese kelpie. El cyborg carraspeó, recuperó su actitud amable.

–¿Insinúa, algo señor Kid?

–Que a usted ya no le interesa nada más que ese crío.

Shanks se rió.

–A mi solo me interesa una cosa, la misma que desde que empezó esta historia, y ese es el tesoro de Roger, nada más –alzó la voz para todos–. ¿Creéis que sería capaz de echarlo todo a perder, todos los años, todos los sacrificios por un crío que a penas conozco?

Los pulmones y la respiración de Luffy se paró del golpe.

–¿Un crío que a penas conoces? –se burló Eustass con marcada sorna–. Creía que pensabas que era alguien de la madera de los que nunca se rinde. De los que merecen la pena en este universo.

–Ya –se encogió de hombros–. Creo recordar que dije que me encargaría del chico para que no husmeara. Mimarlo un poco es parte de ello. Muchos habéis visto que pasa cuando está desatendido.

El cuerpo de Luffy empezó a temblar. No, no era verdad lo que oía. Sus ojos se humedecieron. Mentira, tenía que ser mentira. Le dolió el pecho. Shanks estaba fingiendo. Se le hizo un nudo en la garganta; cerró sus puños con fuerza, hasta clavar las uñas en sus palmas.

–No le creo.

Shanks y Eustass se miraban a los ojos, preparados para atacarse, y no con palabras, las manos del cortador se estaban transformando. Eustass iba dispuesto a enfrentar al cyborg. Luffy, de una manera inesperada, se cargó de ira; sus puños, todavía apretados, se alzaron a la altura de su pecho con determinación. Él también estaba dispuesto a atacar y acabar con todo.

–¡PANETA A LA VISTA! –se propagó la voz de Law desde la torre de vigía–. ¡HEMOS LLEGADO!

Hubo un corte en la linea de pensamiento de los presentes; no muy prolongado, puesto que, al segundo, se arrumbaron entre empujones para llegar los primeros a cubierta, taponaron la puerta y salieron en manada.

El comedor se fue apagando de cualquier sonido. Luffy, tras unos segundos en los que sintió que todo se había parado y despertaba de una pesadilla, recuperó el aliento con una bocanada angustiada, se dejó caer de culo sobre el resto de las limonzanas. Con la respiración alterada, apretó los ojos y la boca, se llevó las manos a la cabeza, tiró de sus cabellos con rabia e impotencia. Se golpeó así mismo. Negó con la cabeza una y otra vez entre cortos sollozos. No entendía nada, no quería entender nada.

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Los tripulantes se arrimaron babor y a estribor para ver el anhelo de sus sueños. Hay estaba, un gran planeta verde, cruzado por dos anillos en X. Cuando se reflejó en el ojo humano de Shanks, este se humedeció de emoción. Por fin, casi lo había logrado. Ahí estaba su capitán.

Quiso ver mejor, buscó un catalejo que tenía en el bolsillo. No lo encontró. Recordó que se lo había dejado en la cocina.

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Luffy había conseguido salir del barril. No lograba pensar con claridad. Estaba tan mareado que se tuvo que apoyar en una de las mesas, con tanta brusquedad que casi tira un catalejo que había encima. Lo atrapó antes de que se desprendiera por el borde. Lo reconoció con angustia. Era el que usaba Shanks.

–¿Por qué usas ese catalejo destartalado? –le había preguntado la primera vez que le vio usarlo–. ¿No te vale con tu ojo de robot?

–Qué poco piensas, chico. Este catalejo tiene más alcance –le explicó–. Además, dentro de lo que pueda quiero observar las cosas con el ojo con el que nací, no con un implante mecánico.

–Pero si el catalejo también es mecánico.

–Y tú un muchacho que no sabe lo que significa la palabra "romanticismo".

Tenía ganas de llorar, de morirse. Pero entonces pensó en sus compañeros. Sus hermanos, el profesor, el capitán, Vivi, Zoro. Ellos no sabían nada. Estaban en peligro. Soltó el catalejo, se separó de la mesa, tomó fuerzas y salió corriendo.

Ni tan siquiera llegó a pisar el primer escalón hacia la cubierta, porque, a la vez que él pretendía salir, Shanks pretendió volver. Ambos se encontraron en las escaleras.

 

Continuará...

Notas finales:

No sé que os habrá parecido este capítulo. Pero en su momento lo escribí tan deprisa que, aun pudiendo añadir cosas nuevas, apenas me limité a transcribir lo que era el guión original de la pelicula. Redacté poco sentimiento y pensé poco en los personajes que tenía. Por eso, en esta segunda versión he querido dedicarle mi concentración y mi tiempo. (Aunque el personaje de Shanks es lo más dificil que uno se pueda echar a la cara, y eso que he recuperado bastante de su personalidad original -.-).


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