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Mil Mundos por Rising Sloth

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Epilogo:

Muchas eternidades después...

 

Una joven mujer de cabellos celestes permanecía sentada en una de las mesas del café parisino. Hacía rato que su taza estaba vacía, aun así, se demoraba en levantarse, quería dedicar un poco más de su tiempo a las palabras del libro que sostenía con cariño.

–Buenos días –la saludaron en un susurro cálido a la vez que unas manos se colocaban con suavidad sobre sus hombros. Sintió un beso en su mejilla muy cerca de la comisura de su labio.

–Buenos días, Pellu –le sonrió.

Se besaron. El hombre se sentó frente a ella y, sin perder un minuto, el camarero de rimbombante bigote y boina le tomó nota. Pidió un cortado. Volvió a mirar a la mujer.

–Veo que vuelves a leer esa historia.

–No puedo evitarlo. Me trae muchos recuerdos. Además yo presencié la verdadera aventura, me doy cuenta de lo que el profesor Usopp se inventó y eso me hacer reír. Es su toque.

Su conversación tuvo que ser interrumpida. Vieron acercarse a una chica de piel oscura y ropas de estilo hindú montada en un tigre.

–Alika ¿Qué tal va todo?

–Muy bien, jefa Vivi.

–Otra vez con lo de jefa. Llevo milenios diciéndote que no me llames así.

–Lo siento, es mi programación –se disculpó–. Su hijo tendrá una gran fiesta de cumpleaños.

–Muchas gracias, Alika.

–Gracias a usted.

La chica se fue. Pellu empezó a reírse.

–¿Qué te pasa?

–Nada, solo pensaba que aunque no seas reina desde luego te comportas como tal. Lo digo en serio. Fíjate en este parque de atracciones, te llevó tiempo pero con los siglos lo has convertido en todo un reino y un refugio para los yokais de todas las familias. Además de estos robots con alma de humanos –dijo mientras observaba al tipo de de la boina que le sirvió el café–. Son los mejores súbditos del mejor país.

–Eso es mérito de ellos, no mio –reconoció. Hizo un pausa–. ¿Has pensado ya en que regalarle a nuestro hijo?

–¿Para qué pensar? –se alzó de hombros–. Siempre le va a gustar más lo que le traiga Zoro que lo que le de yo.

–Pues esmérate más, imbécil –apareció una tercera voz en la conversación.

–¡Zoro!– se levantó la peliazul para darle una abrazo.

El peliverde le correspondió el abrazó y la miró con sus dos ojos, uno de ellos, el izquierdo, robótico y adornado por una cicatriz vertical.

–¿Acabas de llegar?

–Sí, me dirigía ahora a la posada para dejar las cosas –señaló la mochila que llevaba al hombro– ¿Donde está el niño? Tengo algo para él.

–Está jugando con U2 por ahí. ¿Mihawk no ha venido contigo?

El híbrido le lanzó una de esas miradas que mataban.

–No me digas –bromeó Pellu–. Habéis roto "para siempre".

–¡Esta es la definitiva!

–¿Cuántas veces ha sido la definitiva?

–No te metas con él, Pellu. Ellos son así, necesitan pelearse y no verse por un tiempo para darse cuenta de que no pueden vivir el uno sin el otro.

–¡Yo puedo vivir perfectamente sin él! –se quejó el peliverde.

–¿Pero cuál es vuestro récord estando juntos? –siguió el yokai halcón–. ¿Quinientos años? Por lo menos la próxima vez podríais intentar durar mil.

–¡Te estoy diciendo que no voy a volver con él!

–Ya, ya. Es cuento ya me lo sé.

A Zoro se le estaba marcando una vena en la frente. Inspiró y expiró para calmarse.

–Voy a la posada a dejar mis cosas –empezó a andar.

–Zoro –le llamó la chica– también ha venido Laila. Lo digo para que no vuelva a pasar lo de siempre y acabes con ella por despecho. Mihawk no se merece que vuelvas con él después de eso.

–¡Él hace lo mismo!– y se fue alargado sus paso.

–¿Entonces vais a volver? –preguntó Pellu.

–¡NO!

Se fue mascullando pestes por la boca. Vivi sonreía.

–Que relación más extraña tiene esos dos –comentó el hombre a la vez que se levantaba y dejaba una mano en el hombro de la mujer para atraerla hacía él.

–Creo que simplemente a los dos les cuesta comprometerse –descansó la cabeza en su pecho–. Pero se quieren, que es lo importante.

 

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Zoro atravesó el parque, varias veces porque se perdió, y llegó a la posada. Vivi había hecho todo lo posible para que siguiera intacta durante todos esos milenios, lo había conseguido. Ahora era el monumento histórico del parque.

Cruzó la valla y llegó hasta la puerta. Al pasar se encontró a Brook tras la barra.

–¡Yohohoho! ¡Señor Zoro! ¡Cuánto tiempo!

–Hola Brook. ¿Me das una habitación?

–¡Claro! ¿Vienes con Mihawk?

–No –respondió de manera cortante.

–¿Entonces te doy la habitación al lado de la de Laila?

–¡Me da igual!

Al final consiguió que le diera la llave.

–Ah, Señor Zoro. Busqué eso que me pidió. Lo tengo por aquí –sacó de la barra un viejo, viejísimo, álbum de fotos–. Los años han pasado por él, pero los hologramas siguen intactos.

–Gracias –recogió el álbum con una sonrisa de añoranza.

–¿Quieres un pañuelo? Cuando yo lo revisé lloré tanto que mis ojos se pusieron rojos. Aunque... ¡Yo no tengo ojo! ¡Yohohoho!

 

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Dejó su escaso equipaje en el suelo de cualquier manera y se sentó en la cama, con el albúm en su regazo. Lo abrió.

Las dos primeras paginas tenían las dos primeras fotos holográficas. Por un lado, la de todos cuando se inauguró la nueva posada después de aquella aventura en el Planeta del Tesoro; por el otro, él mismo junto a Luffy, ambos vestidos de cadetes para entrar en la marina. Sonrió. En la foto Luffy le pasaba el abrazo por el cuello con tanta fuerza que casi el ahoga.

Cambió de página. Había muchas en la posada, fueron muy buenos tiempos. De la boda de Sabo y de Koala; del primer cumpleaños de la hija de Usopp y Kaya; de un jubilado Garp llorando a moco tendido por el ascenso de Luffy a capitán. Una le hizo gracia al recordarla, era de Ace y Marco cuando se dieron cuenta de que ambos aparentaba cuarenta años. Y también... Unas cuantas de Mihawk y él que pasó más que deprisa y más que cabreado.

La siguiente eran Luffy y él con alférez Nami, los tres se volvieron inseparables en pocos años; y otra foto en aquel bar de Nut. ¿Quién diría que después de eso Sanji también decidiría unirse a la Marina? Todo por Nami, claro. En la siguiente página estaba aquella pareja de Aladrum, Robin y Franky, los conocieron a través de Ace y Sabo. Cada vez que llegaban a ese planeta pasaban por ahí. También había fotos holográficas de Law y Eustass, aunque realmente eran pocas, no se dejaban ver mucho, y de una para otra se notaba un paso drástico de los años.

Pensar en la pareja le hizo recordar aquella batalla en Dawn. Por aquella época, a Luffy y a Eustass les había aparecido color blanco en partes de su cabellera. Ambos dieron más guerra que nadie. Sin quitar a Marco; fue la primera y última vez que vieron como su "otro yo" tomaba el control después de que casi perdieran a Ace en combate. Aunque el trabajo más duro lo tuvo sin duda Law, no solo por la batalla, él luchó por Dawn día tras día como Maluka. Los cambios que hizo en su propio planeta hicieron que, incluso a partir de entonces, después de pasar miles y miles de años, fuera considerado como un profeta o un guía. Si ellos supieran...

–Estas muy guapo con barba.

Zoro levantó la mirada. En el vano de la puerta se apoyaba una chica, de apariencia de unos veintitantos años. Morena de piel y de pelo, ojeras y varías perlas negras en la piel.

–Desde luego eres la copia femenina exacta de Law.

–Deja de decir eso cada vez que me ves –dijo molesta–. Ya te lo expliqué una vez, los perlados no tenemos nada que ver con el que murió creando nuestra perla. A parte, han pasado milenios desde que existió el Profeta Trafalgar, incluso si de verdad hubiese una especie de herencia genética ya se habría perdido

–Sé lo que me dices. Y lo pensé la primera vez que Law se reencarnó. Su descendiente era rubio, ojos azules y no muy listo. Pero contigo es diferente, Laila, eres igual, sólo que en mujer.

Ella se puso seria. Anduvo hacia él.

–Los yokai creéis mucho en ese "alma de todas las cosas". Tal vez sea eso o tal vez –hizo una pausa – tus ganas de volver a aquellos tiempos –sonrió.

Zoro también sonreía pero no quiso mantenerle la mirada.

–Lo siento. ¿Te he puesto triste?

–No –volvió a mirarla–. No lo has hecho.

Ella se acuclilló frente a él y le cerró el albúm. Se lo apartó de las piernas para arrodillarse y apoyarse en las rodillas del peliverde. Le besó en los labios.

–No tienes vergüenza, Roronoa. Utilizarme por despecho.

–Eres tú la que te dejas utilizar.

–No es algo que yo pueda evitar –se incorporó y se encogió de hombros–. Eres mi tipo –suspiró–. En fin. Si vas a ver al chico, está los coche de choque. Al menos ahora, ese niño loro es un inquieto, al segundo le ves al segundo no lo ves.

Laila le analizó de arriba a abajó. Sonrió con suspicacia.

–¿Sabes? A veces parece más hijo tuyo que de Vivi y Pellu.

Dicho esto, contoneó sus caderas hasta salir de la habitación.

Zoro suspiró por la nariz, miró su mochila. Tomó aire, se levantó. La recogió del suelo y abrió la cremallera. Sacó de dentro algo. Era un sombrero de paja. El peliverde se quedó con la mirada fija, perdida, en él. No tardó mucho en ser arrastrado por los recuerdos, hasta un anciano Luffy que le dedicaba sus últimas palabras desde la camilla de una nave, después de una dura batalla.

–Quiero que te lo quedes tú.

–Pero este sombrero te lo dio él. No sería mejor que...

–No pienso incinerarlo conmigo, Zoro. No soy capaz de hacerle eso a su sombrero. Prefiero que quede en buenas manos. Por favor. Si encuentras a alguien que deba llevarlo... –sucumbió a un ataque de tos, escupió sangre–. Joder ¿Por qué eres tan joven? –bromeó–. Me haces sentirme viejo –a pesar de los años tenía la misma sonrisa, amplia, hasta las encías.

–¿De verdad quieres que me lo quede?

–No hay nadie mejor que tú. Siempre has sido mi mejor amigo.

El híbrido presionó el sobrero contra su pecho. A su mente vino la mañana de funeral, donde esparcieron las cenizas de Luffy en el mismo lugar que las de Shanks Akagami. En un acantilado. Al estilo de los yokais Ave. Aún vivía ese instante con fuerza. Las lágrimas de Vivi caían sobre el hombro de Pellu; Marco, viejo y achacoso, y Law, después de la segunda perdida más importante de su vida, intentaban mantener el tipo; el hijo de Sabo abrazaba a la hija de Usopp; Brook tocaba la melodía más triste que jamás hubiese escuchado nadie; la mano de Mihawk se colocaba sobre su hombro dándole ánimos.

Se le volvió a hinchar una vena en la frente al recordar a ese maldito yokai halcón. Movió la cabeza a un lado y a otro para espabilarse y salió de la habitación. Cuando llegó a la planta baja el esqueleto robot seguía donde estaba.

–¿Has visto a Laila? –le preguntó con malicia.

–Sí, la he visto –contestó con paciencia y desgana.

–Pobre chica inocente.

–¿Inocente? Esa sabe más que cualquiera de nosotros.

Brook se fijó en el sombrero. Zoro se dio cuenta.

–Voy a dárselo.

La cabeza en forma de calavera no tenía rasgos faciales pero el peliverde creyó que sonreía.

–Me parece la mejor de las opciones ¡Yohohoho!

Zoro también sonrió. Salió por la puerta.

La atracción de los coches de choque estaba a dos pasos, no tenía perdida, ni tan siquiera para Zoro. Vio al crio desde lejos, era fácil diferenciarle por su pelo, al haber nacido como yokai loro este era de color rojizo por la parte de arriba y de color azulado por la parte de abajo. El niño también le vio a él, se le iluminó la cara al encontrarle y salió corriendo donde el peliverde.

–¡Tío Zoro, tío Zoro!

–¡Eh! ¿Cómo estas pequeño? –escondió el sombrero a su espalda e hinchó una rodilla en el suelo para recibir su abrazo.

–¡Muy bien! ¿Qué escondes ahí? ¿Es un regalo? ¿Es para mi? ¿Qué es?

–Tranquilo niño hiperactivo –le revolvió el pelo–. Mira.

Le mostró el sombrero. El lorito se quedó mirándolo. Su cara se volvió a iluminar.

–¡Es un sombrero de paja! ¡Cómo el capitán de tus historias!

–Ah, no, pequeño, te equivocas. Para nada es como el del capitán.

–¿Eh? –ladeó la cabeza extrañado–. Pero si...

–Es el verdadero.

–¿¡Qué!? ¿¡El verdadero!? ¿¡No me mientes!? ¿¡Es el de aquel capitán!?

–Y ahora es el tuyo, Luffy –se lo puso en la cabeza– Cuídalo, es muy importante.


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