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La persona correcta por Chaque-chan

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Notas del capitulo:

'Revelaciones.'

A pesar de que en su instituto no se dictaban clases ese día, de igual forma se encontraba viajando junto a su equipo de básquet.

No es como si no estuviera acostumbrado a madrugar cuando no debía —después de todo, solía tener entrenamientos cada sábado por medio.

Lo que realmente lo sacaba de sus casillas ese viernes a la seis de la mañana era el insoportable ser humano que tenía sentado a su lado en aquel pequeño autobús.

Desde que el vehículo había comenzado a moverse, Takao no había dejado de quejarse del tremendo sueño que tenía por haberse levantado tan temprano un día que, se suponía, el instituto Shutoku no tenía clases.

Y a pesar de que el entrenador le dijo que podía dormir hasta que llegaran a su destino, el halcón pareció haberlo ignorado por el simple hecho de que amaba irritar al as de su equipo.

O, al menos, así lo veía el peliverde. Puesto que, a pesar de bostezar de tanto en tanto, el base no había dejado de molestarlo de todas las formas que el mínimo espacio que compartían se lo permitía.

— ¡Maldición, Shin-chan! —se quejó el pelinegro por casi vigésima vez en el lapso de una hora. Una vena palpitante apareció en el lado derecho de la frente del seis. — ¿Por qué debemos ir hasta allá un día que no tenemos clases? ¿Qué no pueden venir ellos a nuestra zona?

Si no le fallaba la Matemática, esa era como la quinta vez que el diez hacía esa pregunta y Midorima pensó que, tal vez, solo lo estaba haciendo para molestarlo. Ya que su respuesta fue la misma que las otras cuatro veces.

—Sabes que Akashi puede ser muy persuasivo cuando quiere. —le dijo el escolta arreglándose las gafas. Y la verdad que muy equivocado no estaba.

La tarde anterior, luego de que el entrenamiento habitual terminara, Nakatani había entrado a los vestidores de los titulares con un rostro bastante aterrado que sorprendió hasta al capitán del equipo.

Al parecer, el muy serio y tranquilo entrenador de uno de los reyes de Tokio había tenido una pequeña conversación con el capitán de Rakuzan y, aunque intentara disimularlo, parecía que aquella conversación lo había perturbado un poco.

Por unos minutos, todos esperaron lo peor —con excepción de Takao que no podía dejar de reír por lo bajo por la expresión en el rostro de su entrenador. Sin embargo, luego comprendieron que el estado del mayor era normal en las personas que conversaban con el pequeño pelirrojo.

La realidad era que el capitán de aquel formidable equipo les había preguntado si aceptaban tener un partido amistoso con ellos al día siguiente. Y a pesar de que Akashi había sido muy amable a la hora de hablar con Nakatani, éste aún no estaba recompuesto del último encuentro.

No obstante, el menor había puesto una simple condición.

Al partido solo debían asistir los titulares que habían jugado en la Winter Cup —eso quería decir que, realmente, lo que Akashi quería era ver a Midorima y, por qué no también, a Takao.

Obviamente que el peliverde no opuso resistencia alguna ante aquello y, por lo tanto, Takao tampoco. Pero de todas formas a todos los carcomía la curiosidad ya que no entendían por qué el pelirrojo quería ver al escolta. Y por más que se lo preguntaran, Midorima tampoco sabía la respuesta.

Asi que, todos dejaron pasar por alto todas sus dudas y sin el más mínimo reproche, aceptaron la invitación.

Bueno. Casi todos.

El peliverde creía —por más descabellado que sonara— que Takao era algo así como el hermano perdido de Kise. Puesto que, desde que el partido fue arreglado, éste no dejaba de preguntarle si sabía por qué Akashi lo quería presente sí o sí. Y a pesar de que Midorima siempre le contestaba lo mismo —que no tenía idea—, el halcón seguía firme en su insistencia.

Todos alegaron que el base se comportaba de esa manera porque era lo más parecido a una vieja chismosa. Pero la realidad era otra totalmente diferente

Nadie en Shutoku sabía que el seis y el diez de su equipo compartían algo más que una simple relación de compañeros o amigos. Y aunque Takao nunca sabía cuándo cerrar la boca, si sabía qué tipo de cosas decir al aire y cuáles guardarse para sí mismo, según le conviniera.

Y eso era algo que, sabía bien, debía mantener sellado bajo nueve llaves.

La razón por la que el halcón insistía tanto en saber por qué el de Rakuzan quería ver sí o sí al peliverde no eran nada más que simples celos.

Porque a Takao le gustaba Midorima. Y se le había confesado hacía no más de un par de semanas atrás. Pero no había recibido respuesta alguna y se sentía algo ansioso.

No tenía forma de confirmarlo, pero estaba casi seguro de que había unas muy claras segundas intenciones detrás de la invitación de Akashi. Y que aquello, de una forma u otra, iba a atentar contra sus planes para lograr que el peliverde le correspondiera.

No es como si Midorima lo hubiera rechazado lisa y llanamente —teniendo en cuenta que no le había dado una respuesta inmediata y que en dos ocasiones el peliverde lo besó en los labios “accidentalmente”. Pero tenía el pequeño presentimiento de que si aún no estaban completamente juntos era porque la mente del más alto estaba llena de dudas. Y —aunque sonara más que ilógico— creía que aquellas dudas se debían a una mala experiencia pasada. Y, más importante aún, Takao estaba seguro de que esa mala experiencia había sido nadie más que el capitán de Rakuzan.

¿Cómo lo sabía? No tenía ni la más mínima idea. Pero algo en su pecho se lo decía.

De hecho, lo había confirmado el mismo día anterior, cuando el entrenador Nakatani anunció que la presencia del escolta era parte de la condición del pelirrojo y los verdosos ojos de Midorima brillaron entusiasmados por unos cortos segundos que nadie notó.

Nadie excepto los ojos de halcón de Takao.

—Es solo un chiquillo. No puede dar tanto miedo. —espetó el pelinegro con tono burlón. A su lado, el escolta lo observó severamente.

— ¿Tengo que recordarte el último partido que tuvimos contra él? —preguntó con voz molesta. El diez detectó aquel enojo en su voz y decidió guardar silencio desde ese momento y durante todo el resto de viaje.

Miyaji y Ōtsubo festejaron mentalmente por aquello mientras que Kimura suspiró aliviado.

Verdaderamente, Takao estaba más insoportable que nunca.

 

 

 

 

Llegaron al instituto Rakuzan alrededor de las tres de la tarde: el horario en el que las prácticas de todos los equipos comenzaba.

Mientras los cinco titulares se estiraban luego de semejante viaje, Nakatani se hallaba con el celular pegado a su oreja, hablando con alguien. Al cabo de un par de minutos, cerró el aparato y lo guardó en el bolsillo de su pantalón para avanzar hacia su equipo.

—Pronto vendrán a buscarnos. —comentó el entrenador con tono monocorde. No había terminado de pronunciar aquella frase que la figura —pequeña pero imponente— de Akashi apareció por la entrada de aquel amplio estacionamiento.

Inmediatamente todos se tensaron, pero el más nervioso era Takao. Miyaji estaba más que seguro de que el base de su equipo estaba más que listo para saltarle a la yugular al más bajo en cuanto tuviera la oportunidad. Y si no lo hacía era porque, a su lado, Midorima se encontraba en total calma.

—Buenas tarde. —saludó Akashi cortésmente. Nakatani casi que se olvidó de respirar al oír la voz del menor. — ¿Tuvieron muchos problemas para venir hasta aquí?

A pesar de que el pelirrojo se dirigía en todo momento al entrenador, fue el capitán el que contestó.

—Pues, digamos que no somos exactamente vecinos. —comentó Ōtsubo estrechando la mano del base. Akashi rió levemente.

—Prometo que la próxima vez nosotros iremos a Tokio. —dijo sonriendo el cuatro de Rakuzan.

—Gracias por invitarnos. —Ōtsubo le devolvió la sonrisa. El más bajo negó.

—Yo debería agradecerles por haber venido. —dijo con cierto tono cálido que le crispó los nervios al resto del equipo. —Por aquí, por favor. —indicó con su mano la salida del estacionamiento y comenzó a caminar.

Con sus bolsos en mano, el equipo de Shutoku siguió al pelirrojo por el enorme establecimiento, asombrados por el espacio tan amplio que conllevaba las distintas zonas de entrenamiento de cada equipo de aquel instituto. Miyaji y Kimura casi que pierden la mandíbula al ver la enorme pileta de natación sin techo y la larga y ancha pista de atletismo que la rodeaba. Nakatani se quedó embobado con la cancha de básquet al aire libre para el equipo femenino y Ōtsubo se babeó con la capitana de dicho equipo.

Por su lado, Midorima, ajeno a todo lo que distraía a sus compañeros, caminaba con calma pero clavando su mirada inquisitoria en la nuca de Akashi. Como queriendo averiguar a simple vista por qué había tenido el lujo de ser invitado directamente por él y por qué tenía que estar él presente sí o sí. A su lado, con cara de pocos amigos, Takao movía sus ojos desde la figura del de Rakuzan hacia el rostro del seis con curiosidad. Haciendo uso de su ojo de halcón para detectar si había o no un significado más profundo dentro de aquella calma tan extraña que rodeaba a ambos prodigios.

Cuando ingresaron al gimnasio, fueron recibidos por el entrenador Shirogane y el resto de los titulares, incluyendo a Mayuzumi que, a pesar de haberse retirado del equipo, aceptó la invitación del mismo para participar de aquel partido amistoso.

Rápidamente, Miyaji fue atacado por la efusividad de Hayama —mientras Kimura intentaba calmarlo— y Ōtsubo fue casi raptado por Nebuya que insistía en que, esta vez, harían una competencia de fuerza en el transcurso del partido. Mibuchi, por su parte, solo se limitó a quedarse al lado de Akashi mientras ambos entrenadores conversaban sobre el pronto encuentro.

—Me alegra verte bien, Shintarou. —habló el cuatro de Rakuzan con una sonrisa sutil. Takao lo fulminó con la mirada.

—Lo mismo digo, Akashi. —fue todo lo que contestó el de gafas antes de tomar su bolso de nuevo e irse a los vestuarios. —Vamos, Takao.

— ¡Si, Shin-chan! —dijo el base con una sonrisa siguiéndolo. No sin antes dedicarle una mirada llena de odio al pelirrojo. Mibuchi rió por lo bajo.

—Si las miradas mataran, tú ya serías comida de lombrices, Sei-chan. —comentó el rey sin corona con tono juguetón una vez la pareja de Shutoku desapareció por los vestuarios.

—Tú lo marcaras hoy, ¿verdad, Reo? —dijo el emperador con una sonrisa. El seis de Rakuzan asintió.

— ¿Quieres que lo destroce? —preguntó divertido el escolta. El pelirrojo negó.

—Solo no lo dejes divertirse mucho.

 

 

 

 

La tensión en el aire era tan palpable que hasta parecía como si el vestuario se hubiera llenado de espeso humo de cigarrillo.

Nadie decía nada y el entrenador Nakatani se hallaba con los ojos cerrados, pensando mientras se apoyaba contra la puerta. Sin embargo —y para sorpresa de todos—, Takao parecía a punto de explotar como una granada.

No solo tuvo que soportar que Mibuchi entorpeciera todas sus jugadas —además de soportar todas sus burlas. Sino que, también, tuvo que tolerar la forma casi descarada con la que Akashi le sonreía a su querido Shin-chan. Hasta podía jurar que el pequeño demonio le había susurrado varias cosas mientras lo marcaba —teniendo en cuenta lo nervioso que el peliverde se encontraba en la cancha.

— ¡Maldición! —exclamó el halcón con frustración mientras cerraba de forma brusca la puerta del casillero que le había tocado. A su lado, Midorima —como el resto del equipo— se sobresaltó sorprendido.

Tal vez en otras circunstancias, los mayores hubieran reprendido a Takao por tratar de esa manera la propiedad de otra escuela. Pero dado que nuevamente habían perdido ante el emperador —aunque no por tanto como la última vez—, dejaron pasar por alto aquella actitud. Aunque en realidad no supieran la verdadera razón de su enojo.

Nakatani estaba a punto de decir unas pocas palabras de aliento a los jóvenes cuando la puerta detrás de él repiqueteó con fuerza. El mayor se sobresaltó un poco y giró sobre sí mismo para abrirla.

— ¿Shintarou aún está aquí? —dijo la calmada voz de Akashi acompañada por una sonrisa. El entrenador tragó en seco y nuevamente fue el capitán quien contestó.

—Sí, aquí está. —dijo Ōtsubo mirando inquisitoriamente al peliverde.

Midorima —que estaba con la remera a medio poner y aún en bóxer— levantó la mirada del suelo y sus ojos hicieron contacto con los rojizos del cuatro. No lo dijo en voz alta pero se sentía más que desnudo de lo que ya estaba al ser observado de esa manera. Detrás de él, Takao rechinaba los dientes furioso.

— ¿Qué se te ofrece, Akashi? —preguntó el escolta terminando de cubrir su torso y buscando rápidamente sus pantalones dentro del casillero para dejar de sentirse tan vulnerable. El emperador sonrió.

— ¿Podemos hablar a solas? —indagó aun sonriendo el más bajo. Detrás de la puerta —y fuera de su rango visual— Nakatani y los senpais escuchaban la conversación de ambos prodigios en absoluto silencio y con extrema concentración.

Midorima frunció el ceño al recibir una contra pregunta como respuesta pero suspiró derrotado. Que la heterocromía del más bajo hubiera desaparecido no quería decir que su actitud cambiara: es decir, lo arrogante y egocéntrico no se le iba a ir así como así.

Con aire cansado terminó de vestirse y ordenó sus pertenencias —entre ellas un peluche en forma de lobo que era su amuleto de ese día— dentro de su bolso. Cerrándolo y dejándolo sobre uno de los bancos.

—Takao, llévalo al autobús por mí y espérame allí. —fue todo lo que el seis dijo antes de desaparecer por la puerta detrás de Akashi. El halcón no le contestó, ni siquiera asintió ante sus palabras.

Si Midorima pensaba que iba a obedecerlo sin rechistar, estaba muy equivocado.

 

 

 

 

El viento soplaba levemente haciendo bailar el césped que rodeaba el enorme gimnasio. Los gritos de los demás equipos inundaban el ambiente con cierto toque de efusividad que llenaban de alegría a cualquiera que estuviera cerca.

Justo al lado de la pequeña y gastada puerta verde del depósito de limpieza, el tirador y el emperador se miraban fijamente. Manteniendo una relativa distancia que bastaba para oírse cuando se hablaban sin la necesidad de elevar la voz ni una octava.

Sin embargo, no habían intercambiado palabra alguna hasta el momento.

Midorima estaba muy concentrado en intentar responder las miles de preguntas que cruzaban en su cabeza en ese instante. Como, por ejemplo, ¿qué pretendía Akashi con esa conversación a solas? ¿Acaso se había enterado lo de Takao? ¿Iba a burlarse de él por ello?

Aunque, realmente, aquello último no le parecía muy lógico. El emperador podía ser todo lo arrogante y egocéntrico que él quisiera pero jamás se había interesado en otra persona como para tomarse la molestia de burlarse.

—Shintarou. —habló el cuatro con calma y con una leve sonrisa en su rostro. El peliverde lo observó con detenimiento, rompiendo la línea de sus pensamientos de forma brusca. —Lo siento.

Aquella última frase lo había descolocado por completo. Si bien no era común que el más bajo se disculpara con nadie, que lo hiciera de la mismísima nada era toda una novedad. Pero lo que más le carcomía la cabeza era la razón por la que lo estaba haciendo en ese momento.

—Si es por el partido de hace una rato, no es necesario. Era solo una práctica. —contestó el escolta arreglándose las gafas con vergüenza. Se maldijo internamente por haber titubeado al comenzar a hablar.

—Es por el partido de hoy y el de la Winter Cup. —dijo el pelirrojo con extrema seguridad. Una que molestó bastante al más alto. —Pero también es por el pasado.

Midorima alzó las cejas confundido por aquel comentario.

—El pasado. —repitió. — ¿Qué pasado?

Akashi suspiró como si aquella situación le pareciera aburrida.

—No me sorprende que lo hayas olvidado, considerando lo traumático que fue para ti. —le dijo el más bajo. El seis parpadeó varias veces aun sin comprender a qué se estaba refiriendo el otro. —Quiero que me perdones por haberte rechazado de esa manera cuando me confesaste que te sentías atraído hacia mí.

Por un instante, Midorima sintió que iba a desmayarse y lo hubiera hecho si no se hubiera apoyado en su pie al retroceder con la intención de mantener el equilibrio.

Por supuesto que lo había olvidado. Y por supuesto que había sido traumático —justamente por eso su inconsciente lo reprimió con fuerza durante tres largos años. Si Akashi sabía aquello, ¿por qué lo había sacado a la luz nuevamente?

— ¿Acaso pretendes que vuelva a pedirte que estés conmigo? —dijo con cierto tono molesto. Como no había pensado antes de hablar, la pregunta salió como si nada de sus labios. Se sentía tan idiota.

— ¿Me crees así de cruel, Shintarou? —le preguntó con una sonrisa.

—Te creo capaz de muchas cosas, Akashi. —le dijo el seis con tono despectivo. Akashi rió por lo bajo.

—Solo estoy tratando de deshacerme de la culpa que aún queda en mí. ¿Acaso es eso algo malo?

Midorima no le contestó y se lo quedó mirando con molestia. Tal vez en su voz no se notaba, pero estaba casi seguro de que Akashi se estaba burlado de él.

No obstante, detrás de la esquina del gimnasio, a la vuelta del lugar donde ambos prodigios estaban conversando “tranquilamente”, el cuerpo de Takao Kazunari se encontraba hecho un pequeño ovillo junto a la pared.

Estaba temblando pero no porque tuviera frío. Estaba intentando contener sus sollozos para no ser descubierto.

 

 

 

 

Se sentía tan estúpido por lo que estaba por hacer. Jamás pensó que llegaría tan bajo como persona. ¡Y encima por un chico!

Su dedo titubeaba sobre el timbre de aquella casa mientras gordas gotas de sudor bajaban desde su sien hasta la base de su mandíbula. Tragó en seco y parpadeó varias veces para concentrarse aún con el miedo a flor de piel.

Hacía más de media hora que estaba allí parado y le preocupaba llamar la atención de los vecinos, asi que mejor se apuraba.

¡Ding Dong!

Tal vez se encontraba muy ansioso, tal vez realmente había pasado mucho tiempo desde que apretó el botón. Quizá estaba muy concentrado en sus pensamientos como para escuchar las pisadas del otro lado de la puerta. Pero no parecía haber nadie en aquel hogar.

— ¿Senpai? —dijo una voz desde la puerta ya abierta. Kasamatsu dio un salto en su lugar por el susto. — ¿Qué haces aquí a esta hora?

Kise abrió la puerta de su casa por completo y dejó a la vista el simple pijama que usaba para dormir: una remera manga corta negra con un pantalón holgado de lino color gris que pendía un poco más debajo de sus marcadas caderas, dejando a la vista el borde de un bóxer blanco. El cuatro tuvo que reacomodarse la mandíbula cuando el rubio bostezó y se rascó el abdomen con pereza, cerrando uno de sus dorados ojos en el proceso.

— ¿Senpai? —volvió a hablar el rubio al ver que el base no contestaba. Hasta chasqueó sus dedos frente al rostro del ojiazulado para despertarlo del aparente sueño en el que estaba inmerso. Kasamatsu se sobresaltó y parpadeó un par de veces antes de hablar:

— ¿Qué?

Kise bufó arrugando el ceño.

—Senpai, se supone que yo acabo de despertarme. No te quedes dormido de la nada. —se quejó el alero cruzándose de brazos, apoyado contra el marco de la puerta y golpeteando el piso de su entrada con su pie. El base se sonrojó levemente al haber mostrado semejante imagen.

Kise negó con resignación y se hizo a un lado indicándole al mayor que podía pasar. El ojiazul tardó unos segundos en reaccionar pero sin siquiera notarlo ya se encontraba escuchando como su kouhai cerraba la puerta detrás de sí.

No era la primera vez que entraba en aquel lugar —tal vez era la tercera o la cuarta— pero aún no se sentía totalmente familiarizado con él. Asi que se sentía aun un poco nervioso y aquel nerviosismo entorpecía la mayoría de sus movimientos.

El siete no lo notó de todas formas, aun se encontraba algo entre dormido y bostezando camino a la espaciosa cocina.

— ¿Desayunaste? —preguntó el alero abriendo la heladera con pereza. El base se hallaba tan nervioso —tanto por la imagen de su kouhai en pijama como por la razón para estar allí— que por un segundo creyó que el más alto le estaba hablando en ruso.

—N-No. —logró articular cuando sus neuronas recuperaron la capacidad de hacer sinapsis.

—Bueno, mi madre no está y yo no soy muy diestro en esto, asi que… —se estiró hasta la alacena sobre su cabeza y sacó una caja de cereales. —Espero te guste la leche descremada.

 

 

 

 

No. Ni en un millón de años la leche descremada le iba a parecer rica.

Ya de por sí, la leche común y corriente le desagradaba. Ahora que era más insulsa que antes sentía que iba a vomitar hasta el alma.

Pero era su culpa por haberse quedado hipnotizado con la sonrisa chueca del rubio mientras le hablaba. Si no se hubiera quedado pensando en lo hermoso que Kise se veía aun cuando acababa de despertar, no estaría sufriendo aquellos retortijones desagradables que lo atacaban en ese momento.

Sin embargo, aquello debía quedar en segundo plano por unos minutos.

Una vez decidió que la cantidad de agua ingerida era suficiente como para opacar el espantoso gusto de la leche con bajo contenido calórico —y aprovechando que Kise se había retirado para ducharse—, Kasamatsu se aventuró al piso de arriba para invadir la habitación de su as.

La misión era simple. Solo debía tomar el celular del más bajo, buscar el número de contacto del chico fantasma y copiarlo en su propio teléfono.

Si bien lo más simple hubiera sido pedírselo al rubio directamente, no iba a correr el riesgo de dejarse al descubierto.

Kasamatsu era alguien inteligente y, para ser honesto, se sentía muy orgulloso de eso. Pero a causa de los nervios —y porque sabía que aquello que estaba haciendo era algo casi ilegal—, no estaba seguro de si podría pensar una buena excusa si el rubio le preguntaba por qué le pedía el número del once de Seirin.

Después de todo, él jamás había tenido ningún tipo de relación con el peliceleste. Y no había que ser muy inteligente como para sospechar de la extraña actitud del cuatro.

Por lo que, sin tener intenciones de ser interrogado cual criminal, tomó la resolución de hacer todo a escondidas de Kise mientras éste se duchaba en el piso de abajo.

Como siempre, la habitación del siete se encontraba casi perfectamente ordenada. Y ese casi se debía a que el piso de aquel cuarto se encontraba por completo cubierto de diferentes prendas de ropa tanto interior como formal y casual. Kasamatsu se preguntaba cómo un hombre podía ser tan indeciso a la hora de vestirse pero luego recordó que no se trataba de cualquier hombre: estaba hablando de Kise.

Luego de lanzar un suspiro totalmente lleno de resignación, comenzó a avanzar levantando una prenda por cada paso que daba. No por querer ayudar al rubio a ordenar su habitación sino porque sospechaba que el celular del mismo se encontraba escondido debajo de toda esa ropa.

Para su suerte, luego del séptimo paso —y la séptima prenda de ropa levantada— el amarillo aparato apareció entre sus pies, destellando por la luz solar que entraba por la ventana como festejando su hallazgo. La ropa recogida volvió de un solo golpe a su lugar de origen y el ojiazulado se agachó para recoger el celular ajeno, sentándose al borde de la cama que se encontraba justamente a su lado.

Allí estaba. Lo había logrado. Podía oír como la lluvia de la ducha del baño del piso de abajo aún sonaba y tenía la plena seguridad de que aún tenía como quince minutos más a solas hasta que el rubio saliera.

El trámite era fácil y simple. Pero por alguna extraña razón su cuerpo —sobre todo sus manos— no se movían a su voluntad.

Nuevamente, una voz bastante similar a la de Kobori, proveniente de la parte posterior de su cabeza, le decía que aquello, lo mirara por dónde lo mirara, estaba mal.

¿Por qué no podía dejar ser feliz a Kise con la persona que realmente amaba? ¿Tan superficial era su amor? O, mejor dicho, ¿tan egoísta era su amor?

Si de verdad lo amaba tanto como decía, lo mejor sería dejarlo ser feliz aunque no fuera a su lado.

Pero el cuatro sentía que Aomine no se merecía a una persona tan maravillosa como lo era Kise. Aun no olvidaba la forma despectiva con la que el moreno había mirado al rubio en su partido en la Winter Cup y la manera en que lo había observado desde arriba a sabiendas de lo destrozado que el siete se encontraba tanto física como emocionalmente.

Eso jamás podría perdonárselo.

‘A la mierda la condescendencia.’, se dijo el pelinegro a sí mismo antes de sacar su propio celular para abrirlo y busca con su otra mano el contacto del peliceleste en el celular ajeno.

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¡Clap!

Un suspiro aliviado se escapó de sus labios. Todo había salido bien y sin contratiempos —a pesar de que en todo momento se había sentido como si se encontrara desactivando una bomba a contra reloj.

Volvió a dejar el celular donde lo había encontrado y nuevamente regó la ropa sobre el mismo para simular que nadie había entrado allí. Bajó las escaleras de forma tranquila y se dejó caer sobre el sofá, cerrando los ojos y tapándoselos con el antebrazo.

Oyó cuando el rubio salió de la ducha y subió a su cuarto pero no se molestó en confirmarlo. No sabía por qué pero el dolor de cabeza lo estaba matando.

 

 

 

 

No es que estuviera llegando tarde; la verdad que a ese paso llegaría con cuarenta y cinco minutos de adelanto. Pero, por alguna extraña razón, cuando supo que solo le quedaban alrededor de tres calles para llegar a la cancha de básquet, su corazón comenzó a latir como loco, llenando su cuerpo de ansiedad y haciendo acelerar su paso hasta que terminó corriendo con una sonrisa torcida en su rostro.

La pequeña cancha estaba siendo ocupada por un grupo de aparentes estudiantes de secundaria baja —aunque no podía asegurarlo con certeza ya que no llevaban uniformes puestos dado que ese día las escuelas de la zona no tenía clases. Sin embargo, aquello no le importaba.

Él no había ido allí para jugar al básquet. La razón de su presencia era algo mucho más importante. Y tenía nombre, apellido y hasta tipo de sangre y fecha de nacimiento.

¿Qué le diría Aomine cuando lo viera? ¿Lo invitaría a tomar algo? ¿Tal vez le pediría jugar un uno-a-uno? ¿Quizá se sentaría a su lado en las gradas y le diría que lo quería para luego besarlo?

Sabía que sonaría como una chica si decía todo aquello en voz alta pero sinceramente no sonaba tan mal dentro de su cabeza. De tan solo pensar que Aomine le había dicho vía mensaje que quería verlo y que necesitaba hablar con él bastaba para que el alma se le escapara del cuerpo y el pecho de le llenara de ilusiones.

Había soñado tantas veces con aquella situación que fuera cual fuera de todas las opciones, se sentiría feliz si solo terminaba como él lo esperaba.

El viento soplaba de forma leve, revolviéndole los cabellos y los gritos de los chicos que jugaban frente a él en la cancha llenaban el ambiente con cierto aire de felicidad que hasta le generó nostalgia, haciéndole recordar aquellos lejanos días, allá por Teiko.

—Les hace falta un sexto hombre para cambiar el ritmo del juego. —dijo una voz a su lado. Kise dio un pequeño salto en su lugar y giró su rostro para ver a su acompañante.

Quizás había estado mucho tiempo rumiando en sus propios pensamientos y recuerdos que hasta logró olvidarse del paso del tiempo. Tanto que ni siquiera notó cuando el cinco de Tōō llegó al lugar del encuentro y se sentó a su lado.

El de Kaijo se quedó unos buenos minutos observado el perfil de Aomine hasta que su cerebro pudo reaccionar otra vez. Pestañeó un par de veces y luego dejó que sus labios dibujaran una sonrisa de verdadera felicidad.

— ¡Aominecchi! —exclamó contentó el rubio. No dudó ni un segundo en abalanzarse sobre el más alto como siempre solía hacerlo. A su lado, el ala pivót chasqueó la lengua.

—Por Dios, Kise. ¡Qué pesado! —habló Aomine con molestia, más no apartó al alero como era costumbre. — ¿Esperaste mucho?

Kise lo miró incrédulo por unos segundos y aunque por dentro se moría de la felicidad de saber que el moreno intentaba quedar bien con él, no pudo evitar mofarse para disimular sus verdaderos sentimientos.

—Aominecchi, ¿acaso estás siendo amable conmigo? ¿Te sientes bien? —le dijo Kise entre leves risas y tocándole la frente. Aomine deshizo el contacto de un manotazo y frunció el ceño.

—Luego no te quejes. —fue la advertencia que le dijo al rubio antes de volver a mirar con atención el partido que se llevaba a cabo frente a él. Kise rió por lo bajo de nuevo y lo imitó.

Los minutos pasaban y el moreno no parecía volver a iniciar otra conversación: sus azules ojos estaban clavados en el precario pero interesante partido de aquellos jóvenes, totalmente concentrado.

No obstante, Kise parecía a punto de romperse por los nervios. Estaba sentado casi al borde de la grada, con las rodillas temblando y sus dedos moviéndose ansiosos entre ellas.

La curiosidad lo estaba matando. Necesitaba saber qué era aquello sobre lo que el cinco quería hablar con él. Y a pesar de que parecía bastante concentrado en el pequeño partido, Kise estaba seguro de que Aomine estaba pensando cómo abordar el tema de conversación que, se suponía, era la razón por la que estaban reunidos allí.

Al parecer, muy equivocado no estaba. Dado que, luego de una muy potente donqueada por parte de uno de aquellos chicos, el moreno suspiró y giró el rostro para mirar al rubio directo a los ojos.

— ¿Estás en algo con Kagami? —preguntó con tono serio el de Tōō. El siete tragó con fuerza.

Sinceramente no había escuchado ni la primera silaba de aquel interrogante. Los oscuros ojos azules del cinco lo habían dejado hipnotizado, en un profundo trance a decir verdad. Eran tan hermosos y masculinos que casi no notó como brillaban ansiosos a la espera de su respuesta.

— ¿Q-Qué? —dijo Kise aun atontado. Aomine bufó molesto.

—El otro día te ví en el Maji Burger con Kagami. —comentó el peliazulado con tono cansado. La verdad es que paciencia no tenía, nunca la había tenido. Asi que, más le valía a Kise, por su propio bien, no hacerlo enojar.

Nuevamente el rubio lo miró incrédulo, aun prendido del azul de los ojos del más alto. Hasta que la ficha de la comprensión cayó en su cabeza y una juguetona sonrisa se dibujó en sus labios.

— ¿Por qué quieres saber eso, Aominecchi? —le cuestionó Kise con tono desinteresado. Como si realmente aquello no le importara. Aomine se rascó abochornado la cabeza y el rubio sonrió internamente.

¡Allí estaba!

Después de tres años observándolo detenidamente, Kise estaba cien por ciento seguro de que la pregunta anterior del de Tōō escondía algo más que una simple curiosidad.

Y no pararía hasta que Aomine lo exteriorizara con sus propias palabras.

—Solo dime si o no, idiota. —le contestó el cinco aun rascándose apenado la nuca.

De acuerdo. Si Aomine lo quería difícil, así sería.

—No te lo diré si no me dices tú razón. —dijo Kise cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado. Aomine deshizo su postura de penosidad y frunció el ceño.

—Kise, sabes que no tengo paciencia. —comentó el cinco entornando los hombros.

—Esa no es una buena razón, Aominecchi. —espetó el rubio sin romper su postura.

—Kise… —siseó el más alto casi al borde de la cólera.

—Solo dime tu razón y te lo diré…

— ¡No lo haré!

— ¿Por qué no?

— ¡Es vergonzoso!

—Soy tu amigo, no me reiré.

— ¡Kise!

—Solo dilo.

— ¡NO!

— ¡Ay, Aominecchi! No seas tonto. Sabes que—

— ¡Quiero saber si estás con el Bakagami porque, si es asi, yo podré estar con Tetsu!

Tal vez a alguien se le había caído algo de vidrio en la vereda mientras caminaba. Tal vez se le había caído el celular del bolsillo.

Quizá, aquel estruendo que oyó en su mente fue el ruido de su corazón al hacerse añicos.

Notas finales:

Konbawa Minna-san! Perdón, perdón, perdón! Sé que tendría que haber actualizado ayer en la noche pero, les paso a explicar: hace una semana me inyecté la vacuna antigripal de todos los años ya que a causa de la universidad viajo mucho y estoy más expuesta a pescarme cualquier cosa. El caso es que, a veces, las vacunas te enferman casi de la misma forma que si fuera el virus en sí y eso fue lo que me pasó a mi el día de ayer!

Estuve hasta hoy en la tarde con muchisima tos y fiebre muy alta y por eso no pude tocar ni siquiera mi celular! Pero bueno, ya me siento algo mejor y ya actualicé y lo importante es que no los deje sin su capitulo semanal!

Como siempre, son bienvenidos para comentar lo que quieran sobre esta historia! No tengo más nada para decir por ahora, así que nos leemos la semana que viene! Tengan un bello fin de semana! Matta ne!


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