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La persona correcta por Chaque-chan

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Notas del capitulo:

'Tristeza.'

Algo no andaba bien.

Había chequeado su bolso escolar, por lo menos, unas cuatro veces y había inspeccionado su imagen en el espejo del baño unas cinco veces más. Y, aun así, Midorima sentía que le faltaba algo.

¿Era su amuleto de la suerte?

No. Eso no podía ser. Él siempre escuchaba atentamente las palabras de Oha-Asa y estaba seguro de que no se había equivocado cuando oyó que su amuleto de ese día —una muñequera de color verde— era el que tenía puesto en ese instante.

¿Tal vez sus anteojos estaban sucios?

Imposible. Él siempre los limpiaba tanto antes de dormir como cuando apenas se levantaba. Además, si así fuera, no vería como estaba viendo en ese momento: con total claridad.

Era otra cosa. Algo tan cotidiano que casi se había convertido en hábito y que, ahora que faltaba, lo hacía sentir extraño.

Suspiró resignado y meneó la cabeza para deshacerse de aquellos pensamientos que, desde su punto de vista, le parecían innecesarios, y salió de su casa con el morral colgándole del hombro.

Entonces, fue allí que lo notó.

En la calle, frente a su casa, no se encontraba la rústica carreta que siempre lo llevaba del colegio a su casa y viceversa. Y al no estar la carreta, tampoco se encontraba su conductor, Takao Kazunari.

El hecho de no oír el típico ‘Buenos días, Shin-chan’ de la voz chillona del halcón lo había golpeado fuertemente al salir de su casa —sobre todo porque ya tenía mentalizada la respuesta, como solía suceder cada mañana. Y ahora que lo meditaba mejor, tampoco había recibido el mensaje matutino de su compañero dónde le preguntaba si el amuleto de ese día era uno repetido o tendría que ir él mismo a buscarlo antes de llevarlo a la escuela.

Pero Midorima era orgulloso —además de tonto— y decidió ignorar las rarezas de ese día con un encogimiento de hombros antes de encaminarse hacia el instituto Shutoku.

‘Caminar un par de calles no me matará’, fue el pensamiento que tuvo mientras avanzaba por las pintorescas calles de su barrio.

Sin embargo, se había olvidado de algo muy importante.

La velocidad de sus pies no se comparaba a la velocidad de la carreta. Y si salía a esa hora de su casa era porque entre ir a pie y sobre ruedas había una obvia diferencia de tiempos en el recorrido.

 

 

 

 

El primer periodo ya había pasado y varios estudiantes se preparaban para la próxima clase. Historia había sido bastante pesada pero la mayoría se sentía con algo de esperanza ya que Literatura era la asignatura que seguía y el profesor había avisado la clase anterior que ese día verían una película sobre la cual tendrían que hacer un trabajo para el final del semestre.

Takao seguía sentado en su lugar, con el pecho y la mejilla apoyados completamente sobre el pupitre. Suspirando de vez en cuando y mirando sin mirar por la enorme ventana.

Había estado de esa forma desde que había llegado y varios de sus compañeros se extrañaron. Puesto que el pelinegro no era una persona del todo tranquila.

Si bien había saludado a su grupo de amigos de siempre, los mismos notaron que faltaba algo tanto en la voz como en los ojos de su extrovertido compañero. Y a pesar de que a todos les carcomía la cabeza la razón de aquella extraña actitud, nadie se acercó al halcón a preguntarle qué era lo que le estaba pasando.

Takao, por su parte, tenía la cabeza en cualquier lado. No había tomado nota de nada de lo que dijo el profesor y ni siquiera se había tomado la molestia de mirar al pizarrón. Ni siquiera sabía que se encontraba en el segundo periodo.

Una voz desconocida le hablaba desde la parte posterior de su cabeza y le recordaba una y otra vez que estaba en grandes problemas.

Sin embargo, no le importaba.

Sabía que estaba mal lo que estaba haciendo y que su justificación no era la gran cosa. No obstante, no podía evitarlo.

Él también era un ser humano. Y uno muy sano. Pero, por sobre todas las cosas, era un ser humano enamorado.

Y con el corazón roto.

La conversación que había oído el viernes entre Midorima y Akashi no lo había dejado en paz durante todo el fin de semana. La idea de que su adorado Shin-chan volviera con aquel maldito enano le generaba nauseas hasta el punto de vomitar realmente —cosa que ocurrió el domingo por la noche luego de despertarse de un sueño que se parecía bastante a una pesadilla.

Él había estado tratando tan duro de obtener, aunque sea, un mínimo lugar en el corazón de aquel tsundere y justo ahora, que estaba esperando la respuesta de su confesión, el diablillo de Rakuzan se dignaba a dar la cara y jugar al arrepentido con Midorima.

Y para empeorar las cosas, el seis no había ignorado la disculpa del pelirrojo. Sino que la había aceptado.

Eso solo quería decir una cosa: Midorima aun sentía cosas por Akashi y no tenía ni tiempo ni espacio en su vida para Takao.

El grito de una compañera lo sacó de sus cavilaciones y lo hizo erguirse por la mera curiosidad.

Ojalá y no lo hubiera hecho.

Del otro lado de la puerta, parado en el pasillo y con un aura negra y asesina rodeándolo, estaba el ex tirador de la Generación de Milagros, Midorima Shintarou.

Su uniforme —normalmente negro— estaba todo lleno de pequeñas hojas y ramitas, además de estar totalmente desarreglado. Su cabello —siempre lacio y peinado correctamente— ahora estaba con los mechones de cabello en cualquier dirección y hasta podía notársele cierta mancha blanca sobre ellos que todo el mundo decidió ignorar.

—Takao… —siseó el peliverde con un tono por demás mortífero mientras ingresaba al aula y caminaba en dirección al halcón. A medida que avanzaba, sus compañeros se hacían a un lado con temor de que el escolta decidiera tomarlos como punto de descarga de su ira.

En su lugar, el halcón se sobresaltó un poco pero luego suspiró y volvió a su posición anterior, ignorando la cólera del escolta.

Aquello sacó de sus casillas al más alto y luego de arrojar de forma brusca el morral en su asiento —que coincidentemente estaba detrás del de Takao—, tomó al halcón del cuello de la camisa y lo obligó a mirarlo a la cara.

—Takao. —volvió a hablar Midorima, más enojado que antes. Frente a él, el pelinegro lo observó con una mirada aburrida. —Dame una buena razón por la que hayas faltado a tus obligaciones esta mañana.

—Tal vez… ¿porque no tenía ganas? —fue la simple respuesta del base. Sus palabras habían salido como arrastradas y en su voz se notaba cierto tono irónico. Una de sus compañeras ahogó un jadeo de espanto entre sus manos.

Todo el mundo sabía que el escolta no tenía un carácter fácil. Si bien era bastante pacífico, la paciencia era algo que escaseaba en su corazón. Por lo que era muy fácil —y peligroso— hacerlo enojar.

Que Takao le contestara de esa forma tan arrogante era una casi un suicidio.

Una vena palpitante sobresalió en la frente de Midorima pero el halcón no se mutó. El más alto se arregló las gafas y cerró los ojos al tiempo que se aclaraba la garganta.

Abrió los ojos y miró fijamente a Takao —que seguía sin mutarse—, separó los labios preparándolos para dejar salir varios improperios y…

— ¡Muy bien! ¡Todos a sus asientos! —exclamó el sensei que acababa de entrar al aula. Midorima soltó la ropa de Takao de forma inmediata y caminó a su pupitre, no sin antes dedicarle una mirada fulminante.

Varios de los alumnos —por no decir todos— volvieron a respirar y suspiraron aliviados. Por un instante pudieron ver el penoso fin de la vida de Takao en manos del de gafas.

Pero al parecer, el diez tenía un Dios aparte. Uno muy bueno.

 

 

 

 

Leves ronquidos se oían desde el fondo del aula y el profesor de Literatura daba cabezazos de vez en cuando. La parejita del curso se reía tontamente cada vez que se susurraban algo al oído y solo los estudiantes del frente prestaban real atención a aquel documental de Gabriel García Márquez.

En la fila de pupitres que estaba al lado de las ventanas, en uno de los asientos del fondo, Takao seguía recostado sobre su escritorio, mirando a la nada y dándole la espalda a Midorima que —usando la excusa de que por más que usara lentes no podía ver bien desde el último lugar— se encontraba sentado justo a su lado. De brazos cruzados y con la mirada firmemente pegada en el pizarrón donde se proyectaba la película.

De vez en cuando, los orbes verdes del más alto viajaban a la figura de su compañero y lo miraban curioso.

Takao nunca lo había tratado así.

Era verdad que siempre lo había molestado de todas las formas posibles hasta el punto de que en su pecho nacieran unas incontenibles ganas de matarlo y enterrarlo en el patio del instituto. Pero jamás se había dirigido a él con ese tono, como si fuera una molestia.

Sabía que no le tenía miedo ya que, a pesar de hacerlo enojar a niveles impensables, él nunca le había levantado la mano ni hecho algo terrible. Pero estaba seguro de que, mínimo, lo respetaba.

Sin embargo, ese día parecía que al base no le importaba realmente nada.

En los pocos segundos que lo sostuvo de la camisa y lo tuvo cara a cara, Midorima pudo observar que los grises ojos de Takao no eran como los de siempre.

Parecían cansados, aburridos. Les faltaba aquel brillo pícaro que siempre le había molestado aunque el más bajo no le estuviera gastando ninguna broma.

La pregunta era, ¿por qué?

¿Qué había generado aquel cambio tan rotundo en la personalidad del base?

¿Tal vez una pelea con sus padres? ¿Con algún compañero? ¿El entrenador lo había regañado? ¿No había dormido bien?

Midorima suspiró cansado. No iba a llegar a ningún lado cuestionándose todo aquello él mismo cuando la única persona que sabía las respuestas estaba a su lado.

—Takao. —murmuró por lo bajo comprobando que el profesor no lo había visto ni oído y que aún seguía cabeceando. A su lado, el diez no hizo ademán de haberlo escuchado y no se giró.

El escolta frunció el ceño. Sabía que no estaba durmiendo porque podía ver su reflejo en el vidrio claramente y se notaba que los ojos del halcón estaban completamente abiertos.

—Takao. —volvió a decir, esta vez picando el brazo del más bajo con su dedo índice. El diez se giró.

— ¿Qué? —fue todo lo que el pelinegro dijo en un susurro. Su ceño estaba fruncido y sus ojos aun apagados.

Midorima acercó más su silla a la Takao —más para poder oírlo que por querer estar cerca de él.

— ¿Por qué no fuiste a buscarme hoy? —indagó el de gafas molesto sin despegar sus ojos de la película. El base bufó.

—Te dije que no tenía ganas. —contestó el pelinegro con obviedad. Midorima giró su cabeza y lo fulminó con la mirada.

— ¿Y eso por qué? –preguntó entre enojado y confundido.

Entendía que no era divertido pedalear llevando todo su peso en una carreta, pero había sido Takao el que se había ofrecido desde un principio: que se negara ahora le parecía totalmente absurdo.

—Porque no quería verte. —dio Takao con simpleza y volvió a su posición anterior.

El seis se quedó atónito ante aquella respuesta. Esperaba cualquier tipo de excusa —hasta un ‘me quedé dormido’ le hubiera parecido aceptable— pero aquello realmente lo había tomado por sorpresa.

Se quedó mirando la nuca de su compañero y parpadeando varias veces, aún sin poder decodificar lo que había escuchado.

¿Qué le había hecho a Takao para que no quisiera verlo?

 

 

 

 

—Algo no está bien. —dijo una voz algo efusiva.

—Tienes razón. Es raro que falte a clases. —dijo otra un poco más seria.

—Y él está muy tranquilo para mi gusto. —dijo otra voz con algo de preocupación. El último de los cuatro jóvenes que se encontraban en aquel patio interno asintió en acuerdo.

Era la hora del almuerzo en el instituto Kaijo y cuatro de los seis titulares del equipo de básquet —Nakamura, Moriyama, Hayakawa y Kobori— se encontraban sentados en el pasto con las piernas entrecruzadas, formando una pequeña ronda que contenía el almuerzo de todos en el centro.

A pesar de que el último de ellos —el mayor de todos— casi no comentaba nada, se lo notaba casi o más preocupado que los otros tres. Porque ese día, su as y ex copiador de la Generación de Milagros, no había asistido a clases. Ni siquiera había avisado a nadie por mensaje.

Y lo más preocupante de todo: Kasamatsu Yukio se encontraba en total calma a pesar de la situación.

No era la primera vez que Kise faltaba a clases. Pero casi siempre, el capitán del equipo —en este caso el ex capitán— se había encargado de ir a buscarlo y traerlo a patadas e insultos desde su casa.

Sin embargo, ese día, eso no estaba pasando. Y eso los preocupaba mucho.

Por eso, los cuatro habían decidido reunirse en el almuerzo y sopesar la idea de si debían intervenir o no.

Desde un principio descartaron la idea de ir a hablar del tema con el ex capitán. Si bien estaba calmado, en sus ojos podía verse el brillo de la furia refulgir con energías. Y ninguno —ni siquiera Kobori, que era el que más o menos sabía manejar al ojiazul— quería correr el riesgo de perder una porción de su cuerpo o, peor aún, su vida.

Pero, por otra parte, ninguno era lo suficientemente valiente como para mandarle un mensaje al rubio y preguntarle por qué no había ido a la escuela ese día.

No era como si Kise tuviera el mismo temperamento que Kasamatsu. Era solo que no sabrían cómo reaccionar si el rubio les decía que todo aquello era producto de un mal de amores.

Porque ninguno de los presentes había olvidado el fugaz encuentro que el siete había tenido con el diez de Seirin y la vaga posibilidad de que entre ambos hubiera una especie de amorío.

¿Qué se le decía a una persona en esa situación?

Es decir, cuando el problema era con una chica, el consuelo era fácil: muchachas había miles, ya iba a encontrar otra en cualquier momento —y más con lo atractivo que era el rubio.

Pero ahora que el asunto giraba en torno a un muchacho, ¿qué le iban a decir?

No es como si el mundo estuviera repleto de homosexuales y con lo sensible y caprichoso que era Kise, de seguro que no querría a otro chico que no fuera Kagami.

Entre contener a Kise con su depresión y dejarlo pasar, era obvio cuál opción era la más fácil.

Pero más allá de todo, lo que realmente los tenía preocupados era la actitud casi desinteresada que Kasamatsu adoptó desde el comienzo del día escolar.

Dejando de lado que se notaba a leguas que no estaba conforme con la situación —dada la mirada casi asesina que decoraba sus ojos—, los titulares pensaron que había otra cosa que molestaba más al base que la irresponsabilidad de su kouhai.

Y cuánta razón tenían —aunque no tuvieran idea de ello.

Desde que Kasamatsu tomó el número de Kuroko desde el celular de Kise sin que éste supiera nada, una enorme culpa le asaltó el corazón. Y antes de que pudiera pensar en algo, la paranoia ya lo había acorralado.

Si bien había copiado el contacto para decirle al once de Seirin que Kagami lo estaba engañando con el rubio, la verdad era que aún no había hecho nada.

Siempre que estaba a punto de mandar por mensaje aquella mentira, el rostro lloroso y decepcionado de Kise aparecía en su mente y se veía imposibilitado de poder llevar a cabo su estrategia.

No quería que Kise lo odiara. Al contrario, quería ser todo para él. De tan solo imaginar la mirada decepcionada del menor le rompía el corazón.

Quería que el rubio fuera feliz, por supuesto que sí. Pero su egoísmo le decía que no lo sería al lado del idiota de Aomine Daiki.

Él era mejor opción. Nunca lo había dejado solo y siempre lo había ayudado. El cinco de Tōō, por su parte… Bueno, ni siquiera valía la pena recordarlo.

Pero la culpa lo invadía en todo momento cada vez que pensaba —aunque fuera de forma indirecta— en mandar ese mensaje. Y con ello, la paranoia no dejaba de crecer.

La razón por la que Kasamatsu ignoraba la inasistencia de su as al colegio era porque pensaba que éste ya se había enterado que le había “robado” el contacto de la sombra de Seirin. Y peor aún, la razón por la que lo había hecho.

Sabía muy bien que había borrado todo tipo de evidencia del celular de Kise —repasó la situación en su cabeza casi un millón de veces. Pero se sentía tan culpable por lo que tenía planeado hacer que no podía dejar de pensar que era su culpa que Kise faltara al instituto.

Si Kise se había enterado de que Kasamatsu le había “robado” el contacto de Kuroko —según la retorcida mente del base—, lo más seguro es que estuviera enojado con él, decepcionado de él como amigo y senpai. Y por eso habría entrado en una especie de depresión que no lo dejaba ir a la escuela.

—Soy una persona terrible. —murmuró Kasamatsu mientras se cambiaba para la práctica de ese día.

Detrás de él, los otros titulares lo miraban extrañados, sin comprender su actitud.

 

 

 

 

Miró su celular por quinta vez.

Nada.

Ni un solo mensaje.

¿Acaso le había pasado algo?

Ese día, Riko anunció que no habría práctica porque debía acompañar a su padre al médico. Por supuesto que los chicos festejaron mentalmente al saber que esa noche no dormirían adoloridos.

Pero el más feliz de todos era Kagami.

Si no había práctica eso quería decir que se irían antes y eso le daba la oportunidad de estar a solas con su novio por un par de horas hasta que tuviera que ir a ver a Kise, como habían acordado días atrás.

Sin embargo, aquello no sucedió.

En contra de sus pronósticos, Kuroko le dijo que avisara a Kise que podían verse antes ya que tenía que volver temprano a casa.

Esa sugerencia dejó algo descolocado al pelirrojo. Pensaba que su novio sufría igual que él el hecho de no poder estar solos tan seguido como antes. Pero al parecer no era así.

Con miles de dudas en la cabeza, Kagami le obedeció. Pero algo no lo dejaba tranquilo.

Si bien no había insistido porque sabía que a Kuroko no le gustaba que hiciera aquello, había notado la preocupación en sus orbes y ahora no podía dejar de pensar que aquella excusa de que debía volver a casa temprano no era más que una mentira.

No quería pensar así de su pareja —además de que era la primera vez que se comportaba así. No obstante, era la única opción que se le ocurría.

‘Aunque, tal vez, su abuela o su madre tuvieron algún problema.’, pensó el diez con culpabilidad.

Sabía que Kuroko era hijo único y que solo vivía con su madre y abuela paterna en esa enorme casa. Así que, que tuviera que irse antes porque algo le hubiera ocurrido a cualquiera de las dos, no le parecía tan descabellado.

Sin embargo, aún tenía sus dudas.

Volvió a mirar su celular y chasqueó la lengua con molestia. Había pasado casi una hora y media desde que le había avisado a Kise que podían verse antes, pero éste no le contestaba a pesar de que ya era casi la hora en que normalmente se veían.

Estaba decidido a irse a su casa cuando un pensamiento cruzó su mente: ¿Y si algo le había pasado a Kise camino al Maji Burger?

Sabía que no era una chica indefensa, pero también que no era tan fuerte como él o Aomine a la hora de pelear. Además, las calles de Tokio por la noche eran bastante peligrosas y el rubio casi siempre llegaba cuando todavía era de día.

Algo en su pecho se estrujó.

Tal vez a Kise lo habían asaltado y estaba por ahí herido y él enojado porque lo había dejado plantado.

De forma rápida tomó sus cosas y salió del local encaminándose por las calles que el rubio solía transitar para llegar al lugar del encuentro.

Caminó por todos lados, hasta volvió a Seirin y luego caminó de allí a la estación de trenes.

Nada.

Ni una pista.

‘Tal vez no pudo salir a tiempo de las prácticas.’, sopesó aun parado frente a la estación.

Bueno, ya se había tomado la molestia de buscarlo por casi todo Tokio. Ir hasta Kaijo le parecía un juego de niños.

 

 

 

 

La práctica se había extendido más de la cuenta porque al parecer Hayakawa estaba de mal humor y necesitaba descargarse con alguien —según Nakamura, una chica de su curso lo había rechazado por Moriyama. Por supuesto que éste último casi que saltaba en una pierna de la felicidad.

Pero aquello no les importaba a los pobres jóvenes que se iban caminando a sus casas entre quejidos de dolor y gemidos de agonía.

— ¿Creen que ya esté normal? —preguntó Moriyama mientras intentaba esquivar los mochilazos que Hayakawa le propinaba. Kobori y Nakamura observaban la figura de Kasamatsu mientras caminaba a la salida.

—Hoy en la práctica estuvo más efusivo que de costumbre. —comentó el actual capitán. Kobori asintió.

Entonces, Kasamatsu se detuvo de golpe a pocos metros de la salida del instituto y, por ende, los demás hicieron lo mismo. Solo Nakamura ladeó la cabeza para saber el motivo de tan abrupto detenimiento.

— ¿Qué está haciendo él aquí? —habló el de gafas. A su lado, los demás imitaron su acción.

A un lado de las negras y altas rejas, apoyado contra las columnas de la entrada, y con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, se encontraba Kagami Taiga, la estrella de Seirin.

Si bien ninguno de los titulares entendía la razón de la presencia del diez en su instituto, Kasamatsu parecía el más shockeado de todos.

Durante la práctica había logrado olvidar aunque sea un poco de aquella paranoia que lo había acongojado toda la tarde. Pero ahora que había visto a Kagami, volvía a sentirla por cada célula de su cuerpo.

Lo primero —y único— que pensó fue que Kise le había contado al pelirrojo lo que había hecho —aunque aún no había hecho nada— y ahora Kagami venía a romperle la cara como venganza.

Sonaba como un disparate —realmente lo era— pero así de retorcida era su mente.

Y porque así de retorcida se encontraba su mente en ese momento, fue que volvió a avanzar y afrontar las cosas. Pero tampoco se la iba a poner fácil: si quería pegarle primero tendría que esquivar sus golpes.

Kagami levantó la cabeza cuando oyó y vio salir a los primeros muchachos del instituto. Se separó de la columna donde estaba apoyado y comenzó a mover sus ojos sobre los que venían más atrás, en busca de una cabellera rubia.

De nuevo nada.

Dejó salir un suspiro resinado y se dio media vuelta para volverse por donde vino cuando algo lo detuvo.

— ¡Oi! —gritó una voz. Una que Kagami pudo identificar como la del ex capitán de Kaijo.

Lentamente se dio vuelta y enfrentó a Kasamatsu que venía acompañado por los demás titulares detrás de él. Tensó sus hombros solo por si acaso y avanzó hasta quedar frente a frente con el pelinegro que lo miraba desde abajo.

—Yo. —saludó con un movimiento de cabeza. No estaba enojado pero de todas formas su ceño estaba fruncido y sus ojos algo oscuros.

— ¿Qué haces aquí? —habló Kasamatsu con cierto tono despectivo. Detrás de él, el resto del equipo observaba a Kagami con cierto desdén, no muy contentos de verlo.

Kagami se encogió de hombros.

— ¿Y Kise? —indagó como si nada.

Si bien Kasamatsu era el que más molesto estaba por la visita de Kagami, el resto no estaba muy lejos de estar igual.

Pero cuando preguntó por el rubio, el diez pudo ver cierto brillo en los ojos de los titulares.

— ¿Por qué quieres verlo? —espetó Kasamatsu como escupiendo las palabras. La paranoia ya se había ido y ahora los celos le hacían hervir la sangre.

—No es asunto tuyo. —le contestó el diez con sorna. Pero la verdad era que ni él mismo Kagami sabía muy bien por qué quería ver al rubio.

Kasamatsu iba a dejar salir todo su enojo con una montaña de improperios hacia el pelirrojo pero la mano de Kobori sobre su hombro lo detuvo.

—Kise no vino hoy a la escuela. —habló Hayakawa que, por primera vez, sonaba como un capitán.

Kagami asintió.

— ¿Saben por qué? —preguntó sin saber por qué lo había hecho. ¿Desde cuándo se preocupaba por Kise?

Los titulares de Kaijo negaron.

Kagami los observó una vez más para cerciorarse que no le estuvieran mintiendo y cuando lo confirmó relajó su postura.

—Ya veo. Entonces me iré. —dijo alzando la mano a modo de saludo.

— ¡Espera! —dijo otra voz. Kagami se detuvo y se giró de nuevo para ver que el que le hablaba ahora era el escolta de Kaijo. ¿Moriyama era su nombre?

— ¿Qué? —indagó aun intentando recordar su nombre.

—Sería genial si tú pudieras averiguar por qué no vino Kise hoy. —le dijo el cinco con una sonrisa. Kagami frunció el ceño.

— ¿Y por qué tengo que ir yo? —preguntó molesto. — ¿No son ustedes sus compañeros de equipo? Vayan ustedes.

—Pero tú te tomaste la molestia de venir hasta aquí por él, ¿o no? —comentó Moriyama con tono burlón. Kagami apretó las manos en puños.

Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no romperle la cara a ese intento de Don Juan, solo porque tenía puesto su uniforme de Seirin y no quería causarle problemas a la entrenadora —además de que quería evitar ser golpeado por ella.

Pero es que le molestaba en gran medida admitir que aquel escolta tenía razón.

No sabía por qué —y prefería que se quedara así— pero estaba preocupado por Kise. Y no quería terminar su día sin verlo como venía pasando hacía una semana.

Adjudicaba todo aquello a la costumbre, pero de todas formas, le molestaba comportarse así con otra persona que no fuera Kuroko.

Fulminó con la mirada al cinco de Kaijo —que lo miraba con sorna— y luego suspiró resignado.

— ¿Qué tengo que hacer? —dijo con voz desgastada. Frente a él Moriyama sonrió satisfecho.

 

 

 

 

—Aomine-kun… —decía Kuroko con voz agitada. —Ya… Ya no puedo más…

—Ah, vamos. ¿Acaso con el Bakagami también te cansas así? —habló Aomine con una sonrisa pagada de sí misma.

—Kagami-kun no es tan intenso como tú. —espetó el más bajo. —Y es más cuidadoso con mi cuerpo.

Aomine chasqueó la lengua con molestia.

Ignorando completamente las palabras de su antigua sombra, volvió a adoptar su postura de ataque mientras picaba el balón de forma rápida sobre el cemento de aquella cancha.

Gotas gordas de sudor se deslizaban por las sienes y mejillas de ambos —aunque el más cansado era el peliceleste. El cielo estaba algo anaranjado a causa de que el sol se estaba poniendo en el horizonte y los pocos rayos que aun llegaban a ellos hacían brillar los morenos brazos y piernas de Aomine.

Sin poder preverlo —como siempre— el once de Seirin presenció como el cinco de Tōō se convertía en un borrón azul, fundiéndose con el aire. Y Kuroko supo que ya no había caso.

El sonido de la red moviéndose de un lado a otro fue todo lo que se oyó mientras el ala pivót colgaba del aro. Cuando sus pies tocaron el asfalto, Kuroko sintió como la tierra temblaba bajo sus pies.

Kagami era su luz, la auténtica. Pero Aomine siempre sería imponente ante cualquiera y eso nadie podía cambiarlo.

Se quedó mirando al peliazulado mientras éste corría a buscar el balón que había encestado y se dejó caer al piso hasta quedar completamente acostado.

Jugar entre ambos era una total pérdida de tiempo y energía para los dos, pero no se le había ocurrido una mejor excusa para que el moreno quisiera reunirse con él.

No dudaba de la efectividad de la táctica de Kise, realmente mantenía las esperanzas en alto para que todo aquello funcionara. Pero así como sabía cómo funcionaba la mente del rubio, también sabía cómo funcionaba la del moreno.

Y, para ser sincero, Aomine era bastante tonto.

Por eso se le ocurrió ayudar un poco más al rubio en intervenir en el asunto, puesto que nunca supo qué era lo que pensaba su antigua luz del copiador de la Generación de Milagros.

Tal vez no tendría que haberle mentido a su pareja con eso de que debía volver temprano a casa. Pero sabía lo celoso que Kagami podía llegar a ser, así que prefirió mantenerlo aislado del asunto por el momento.

—No puedes ser tan débil, Tetsu. —dijo Aomine desde arriba mientras lo miraba fijamente. Kuroko sonrió.

—Sí que puedo y lo sabes. —le contestó el más bajo, extendiendo la mano para que lo ayude a pararse. El moreno comprendió y en un segundo el once se encontró de pie frente a su ex compañero.

Se quedaron mirándose el uno al otro por unos instantes —por su parte Kuroko pensaba en cómo abordar el tema de Kise. Hasta que la mano de Aomine viajó a su nuca.

Automáticamente reaccionó e intentó alejarlo —en vano— mientras lo miraba confundido. Vio aquel brillo amenazador en aquellos orbes azules y quiso preguntar qué era lo que estaba pasando. Pero, como era costumbre, Aomine fue más rápido, y antes de que pudiera siquiera despegar sus labios para hablar, el moreno estampó los suyo propios contra los de él.

Por unos minutos, el tiempo dejó de correr para ambos. Aomine se sentía satisfecho por estar haciendo algo que anhelaba desde hacía años. Y Kuroko aún se encontraba sin saber cómo habían hecho para terminar así.

Él había ido a preguntarle al cinco qué pensaba sobre Kise y si no le molestaba que ahora fuera tan cercano a Kagami. Creía que Aomine quería besar al rubio y no a él.

Lentamente, Aomine se alejó y abrió sus ojos con cautela. Frente a él, un estático pero inmutable Kuroko lo miraba con atención.

A pesar de haber pasado tres años juntos, compartiendo la misma aula, el mismo uniforme y la misma cancha, el moreno aún no era capaz de saber qué era lo que su antigua sombra pensaba. Y aquello solo lograba ponerlo más nervioso.

Kise no le había confirmado si Kuroko y Kagami habían terminado el día que lo citó para hablar —el siete simplemente se había marchado sin despedirse. Así que no sabía si lo que había hecho estaba bien.

Pero no le importaba una mierda.

‘El que no arriesga, no gana.’, había pensado el moreno.

—A-Aomine-kun… —logró articular Kuroko cuando se compuso de la sorpresa inicial. — ¿Qué…?

—Me gustas, Tetsu. —dijo el peliazulado lisa y llanamente. —Desde Teiko que estoy enamorado de ti.

 

 

 

 

Su estómago rugía cual tigre enjaulado, amenazándolo con devorarse a sí mismo sino lo alimentaba. Pero la verdad es que no quería probar bocado. Sabía que si lo hacía, lo vomitaría al instante.

Había estado solo todo el día, así que su madre no podía reprenderlo si no había comido ya que no lo había visto estar en ayunas. Por lo que se sentía aliviado de no ser interrumpido mientras sufría en silencio en su habitación.

Las palabras del moreno no dejaban de sonar en su cabeza una y otra y otra vez. Taladrándolo y rompiéndole el alma con más fuerza a medida que se repetía en su memoria.

Siempre envidió la relación que Kuroko y Aomine tenían. Pero supo controlar sus celos y decirse que tan solo estaba alucinando.

Ojalá hubiera tenido razón.

No quería menospreciar a su amigo pero, ¿por qué? ¿Por qué Kuroko y no él?

Él era efusivo, simpático y atractivo. Mientras que Kuroko era callado, inexpresivo e insulso.

¿Qué tenía de interesante estar con un chico así?

Las lágrimas recorrieron su rostro una vez más mientras recordaba las veces que Aomine lo había tratado como una molestia.

Tal vez en aquel momento tendría que haberse dado cuenta de que, hiciera lo que hiciera, sería en vano.

—Ryou-chan. —lo llamó su madre de forma dulce mientras abría la puerta de su habitación. —Alguien vino a verte.

Kise dio un respingo, aun dándole la espalda, y disimuladamente se secó los restos de lágrimas que adornaban sus mejillas. Si era su senpai, no permitiría que lo viera de esa manera.

La puerta se cerró y el rubio oyó unas pisadas que avanzaban a su cama.

Lentamente se sentó y terminó de secarse las lágrimas, aun dándole la espalda a su visitante. Se giró y lo observó.

— ¿Ka-Kagamicchi? —la voz le salió entre quebrada y confundida. Kagami levantó la mano.

— ¿Qué hay? —dijo el diez algo abochornado, apretando con fuerza la correa de su moral entre los dedos de su otra mano.

— ¿Q-Qué haces aquí? —inquirió Kise sin poder evitar sorber su nariz.

Kagami se tomó un momento para responder y en su lugar se dedicó a observar el rostro del modelo.

Sus ojos estaban brillosos, hinchados y rojos. Su nariz también estaba roja y sonaba congestionada. Y podía ver como sus finos labios temblaban levemente a cada segundo.

—Es obvio, ¿no? —dijo con sarcasmo. —Vine a tener nuestra cita diaria.

Kise lo observó obnubilado mientras el ala pivót arrojaba su bolso al azar sobre el piso y se sentaba en la silla de su escritorio —la cual arrastró frente a la cama del rubio—, utilizando el respaldo como apoyabrazos.

El siete parpadeó un par de veces mientras intentaba asimilar la situación, pero simplemente todo iba más allá de su pobre comprensión.

¿Cómo había conseguido su dirección? ¿Cómo sabía que estaba en su casa? ¿Por qué esa preocupación tan inusual en sus ojos? ¿Y por qué ponía como excusa lo de su arreglo?

Esas y otras miles de dudas llenaban la cabeza del pobre modelo que observaba como el pelirrojo lo miraba con muchísima atención desde su lugar en aquella silla negra y acolchonada.

— ¿Q-Qué? —logró articular Kise aún en shock. Kagami era la última persona que esperaba tener en su casa en un momento así.

—Lo que oíste. —le dijo el pelirrojo encogiéndose de hombros. —Tenemos un arreglo, ¿o no?

—Pe-Pero… Aominecchi no puede vernos aquí. —habló el rubio confundido aunque el pronunciamiento de aquel apellido casi le desgarra el pecho. Kagami suspiró resignado.

—Solo sígueme la corriente, idiota. —espetó el diez con molestia. A lo que Kise solo asintió. — ¿Cómo estuvo tu día?

Kise volvió a parpadear confuso.

Kagami nunca le buscaba conversación. Casi siempre era él el que se la pasaba hablando de cosas al azar para no sentir la incomodidad del silencio entre ambos.

—B-Bien. —dijo el rubio en un susurro. Kagami asintió.

— ¿Por qué faltaste a instituto? —indagó el diez. Y el rostro de Kise se entristeció.

—N-No tenía ganas de ir. —dijo agachando la cabeza y jugueteando con sus dedos de forma nerviosa.

—Mmm, ya veo…

Un silencio sepulcral se instaló en la habitación y por primera vez —y para sorpresa de Kagami— Kise no rompió con él de forma inmediata.

No era un adivino ni un experto en problemas sentimentales, pero estaba seguro de que la razón por la que Kise se encontraba en ese estado era por culpa del estúpido del Ahomine.

Ahora, la duda radicaba en qué era lo que había hecho el moreno para causar tal desequilibrio en una persona como Kise, al punto de no dejarle ni ganas de ir al instituto.

Mientras Kagami se devanaba los sesos buscando alguna pista que lo ayudara con la situación de ese momento, Kise apretaba los labios con fuerza mientras escondía su rostro bajo su cabello y controlaba la ansiedad que lo carcomía poco a poco.

Había notado la forma en que el diez lo había mirado cuando vio su rostro y estaba casi seguro de que sabía que la culpa era del cinco de Tōō. Por lo que también sabía que de un momento a otro tendría que contarle qué era lo que había hecho Aomine para dejarlo así.

Y ese era un problema de magnitudes inimaginables.

Kise sabía que no podía contarle exactamente lo que Aomine le había dicho. Si lo hacía, aquello crearía un pandemónium muy difícil de manejar y él ya no quería afrontar más problemas.

Pero, por otro lado, no quería mentirle a Kagami. Luego de todas las molestias que se había tomado para ayudarlo no le parecía una buena forma de agradecérselo.

‘Pero, ¿cómo se lo digo?’, se preguntaba Kise con miedo.

No conocía muy bien a Kagami pero, por lo poco que había llegado a observar, el pelirrojo no parecía una persona muy pacifica cuando se enojaba.

Algo en su mente le decía que si le contaba lo que sabía se desataría el caos y solo Dios sabría qué pasaría después.

—Estabas llorando. —comentó Kagami. Kise se sobresaltó en su lugar y tragó con fuerza.

El alero levantó la mirada y se encontró con los flameantes ojos del de Seirin que brillaban curiosos y expectantes por su respuesta.

—S-Sí… —contestó dudoso. Frente a él, Kagami frunció el ceño.

— ¿Es por Aomine? —la voz de Kagami sonó áspera. El corazón de Kise se saltó un latido.

¿Qué debía decirle? ¿Qué sí? ¿Qué no? ¿Qué pasaría después? ¿Y si, simplemente, se hacía el desentendido y fingía estar bien, como siempre?

Los segundos corrían y el diez parecía ponerse más y más ansioso por su respuesta, mientras que la cabeza del rubio parecía a punto de estallar.

—Sí. —soltó el siete sin pensar y pronto se arrepintió de aquello.

Sin que ninguno de los dos supiera por qué —aunque tuvieran sus propias hipótesis— las manos de Kagami se cerraron en dos fuertes puños y su boca dibujó una línea recta con sus finos labios.

Estaba enfadado.

Y vaya a saber Dios por qué.

—Que estúpido. —acotó el diez por lo bajo. Kise alzó las cejas. ¿Lo decía por Aomine o por él? — ¿Qué hizo? —volvió a hablar.

Kagami lo miraba tan fijamente que Kise se sintió desnudo por un instante. Si mentía, ¿se daría cuenta?

—E-Él… —comenzó el rubio mientras observaba la atención con la que el pelirrojo lo observaba. —Él me dijo que le gustaba… alguien más.

Aquello dejó atónito a Kagami.

Esperaba cualquier cosa por parte de Aomine, pero no eso.

Por un momento lo consideró: a Aomine siempre le habían llamado la atención las chicas de pecho grandes. Y si había una chica así en su colegio, era obvio que el moreno iba a andar detrás de ella hasta el fin de los tiempos.

Pero luego recordó los gestos que el cinco hacía cuando hablaba de esas cosas y llegó a la conclusión de que su objetivo era simplemente follárselas para luego desecharlas en vez de tener alguna relación amorosa y estable con ellas.

Además, conociéndolo, no parecía del tipo de chico que va por algo serio con una señorita. Por lo que estaba seguro de que aquello de que le gustaba alguien más era una vil mentira.

— ¿Te dijo quién? —volvió a preguntar Kagami de forma seria. Y el corazón de Kise se detuvo.

‘Kurokocchi.’, le dijo una voz en su mente. Pero rápidamente descartó ese nombre.

No podía. Simplemente no podía decirle la verdad.

No quería delatar a la persona que amaba ni tampoco quería meterse en la vida de su amigo y su pareja.

Si algo malo sucedía, no sería por su culpa.

—M-Me fui antes de que me lo dijera. —contestó el rubio en voz baja y conteniendo el llanto.

Entonces Kagami supo que había sido suficiente.

—Ya veo. —contestó el pelirrojo desviando la mirada.

Quisiera admitirlo o no, no quería volver a ver esa mirada perdida y desolada en el rostro de Kise. Por alguna extraña razón, en su pecho nacía la urgente necesidad de que el siete sonriera ampliamente como lo había visto otros días. Y también las asesinas ganas de hacer desaparecer a Aomine de la faz de la tierra.

Pero lo dejó pasar. Lo ignoró. Como venía haciéndolo cada vez que el alero se le atravesaba entre los pensamientos.

El tema no lo volvieron a tocar y Kise se sintió muy agradecido por aquello. Aunque no lo hubiera expresado en palabras.

A pesar de estar en su habitación, la conversación y el ambiente entre ellos fue similar a cuando se reunían en el Maji Burger y eso fue de gran ayuda para el rubio que pronto olvidó por qué había llorado casi todo el día.

Kagami, por su parte, se esmeró un poco más por hablar con Kise y hasta le prestó más atención que antes.

No sabía por qué había hecho todo aquello ese día y tampoco quería averiguarlo. Pero en su fuero interno se dijo que valía la pena si, al final, Kise le sonreía como siempre.

Las horas pasaron y ninguno lo notó. Y cuando Kagami reaccionó sobre la hora que era, ya se había hecho la hora de cenar.

—Puedes quedarte a cenar aquí y luego a dormir. —le sugirió Kise con una sonrisa amable. —Mañana te despertaré temprano para que no llegues tarde a Seirin.

Kagami lo sopesó.

No había mucha confianza entre ellos y no consideraba al rubio un amigo tan cercano como para invadirle la casa de ese modo. Sin embargo, la idea de llegar tarde a su casa y aún tener que hacer la cena no lo ponía muy contento que digamos. Por lo que terminó aceptando haciéndose el desinteresado y luego de soportar los estrepitosos festejos del modelo, bajaron a avisarle a la madre del mismo.

Pasada la media noche, ambos se encontraban acostados —Kise en su cama y Kagami en un futón—, mirando el techo, casi a oscuras gracias a la luz de la luna llena de esa noche que se filtraba entre las cortinas de la ventana.

—Gracias por venir hoy, Kagamicchi. —habló Kise con voz dulce. Kagami chasqueó la lengua.

—Solo para que sepas que no puedes dejarme plantado así como así. —se excusó el pelirrojo con voz molesta. Pero Kise sabía que no le molestaba de verdad la situación en la que se encontraban ambos.

Y Kagami también lo sabía.

El por qué era un misterio —o, mejor dicho, preferían ignorarlo por completo. Pero ninguno de los quería saberlo de todos modos.

Notas finales:

Konbawa, Minna-san! Cómo ha estado su semana? Espero que bien! Y espero que también tengan un bello fin de semana!

No tengo mucho que decir sobre este cap, sinceramente. Solo que, quizá, de a poco, se va dando a conocer el camino que tomaran las diferentes parejas.

Solo quiero que sepan que, así como ustedes son libres de leer lo que quieran, las autoras somos libres de escribir lo que querramos y de la forma en que querramos. No me gusta la violencia que se despierta en el pecho de algunos lectores cuando la historia no trata sobre su pareja favorita o cuando su pareja u OTP no terminan de la forma que quieren. Así que, sepan esto: yo no voy a cambiar mi historia porque a mi me gusta tal cual como está y si ustedes no están de acuerdo con ello, son libres de dejar de leer este fic en el momento que gusten porque nadie los esta amenzando con un arma para que lo sigan y comenten, me explico?

Espero no haber sonado muy ruda, pero me gusta que las cosas esten claras desde un principio porque no quiero soportar personas buscando pleito más adelante. Esto es algo que no solo hago para satisfacer a las fans sino también para satisfacerme a mi misma ya que me gusta mucho escribir como hobbie para distraerme de mi vida diaria.

Espero nos leamos la semana que viene con una nueva actualización! Matta ne!


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