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En un verano por RiSaNa_Ho

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V. Decisiones

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By Risana Ho

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…oooO*Oooo…

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Nunca antes sintió tantos nervios al estar en un hospital, lo cual sonaba irónico porque era parte de su área de trabajo, sin embargo las circunstancias disponían mucho en esos instantes. Justo cuando aceptaba que Sherlock le gustaba más de la cuenta, Mycroft despertaba, como si formaran parte de una especie de comedia romántica barata. Pero él no estaba riéndose, ni le encontraba ninguna gracia a estar a punto de colapsar por tantas ideas revueltas en su cabeza. Podría presentarse y confesar que todo había sido un malentendido, que jamás pasó junto a Mycroft más de cinco minutos y que las únicas veces que lo saludó fue a un par de metros. Sería la opción más lógica y adecuada, aunque no sabía cómo hacerlo sin causarles daño a esas personas que lo trataron como parte de su propia familia.

Continuaba tan preocupado por dichas opciones que ni siquiera le importó encontrarse a Greg ahí. Un segundo… ¿Qué hacía su amigo en el cuarto de su falso prometido? Deseó preguntarle, pero la señora Holmes lo jaló del brazo y lo arrastró con ella hasta el borde de la cama, justo al lado derecho. Lestrade aprovechó la oportunidad y abandonó la habitación.

 —Parece que nos recuerda a todos, menos a ti, John —Violeta miró el desconcierto en los ojos de su hijo y sonrió, dándole ánimos—. Myc, él es tu prometido.

—¿Prometido?

Mycroft observó a John fijamente. Lo recordaba vagamente de alguna parte, pero unas horas antes había salido del coma y no estaba seguro de nada. Y le hubiese gustado estar más despabilado a la hora de conocer a su prometido. Cuando despertó y vio a un hombre dormido ahí, sosteniéndole la mano y sentado incómodamente en la silla con una revista en su pecho, pensó que realmente había muerto y estaba soñando. ¿En qué mundo paralelo él experimentaría la calidez de un hombre tan apuesto? Pues aún con su falta de lucidez logró apreciar al atractivo sujeto. No pudo soltar ni media palabra para cuestionarlo porque su acompañante también despertó y, al notar su mirada fija en él, casi saltó de la silla y salió al pasillo en busca de una enfermera. El doctor entró al instante junto a su asistente y todo se volvió un caos.

Su familia también apareció, haciendo a un lado al apuesto sujeto que lo acompañaba y presentándole a otro individuo que tampoco le decía mucho.

—Míralo bien. ¿Aún no lo recuerdas, tío Mycroft?

Mycroft negó levemente, el médico respondió por él.

—Posiblemente sean efectos secundarios, no se preocupen. Hemos realizado algunas pruebas y ha respondido muy bien, así que será cuestión de esperar. Lo tendremos en observación por más tiempo.

El médico le dio un último chequeo a su paciente y por fin salió, dejándolos solos en un silencio algo incómodo. Las miradas iban de John a Mycroft. Decidió hablar despacio.

—N-no recuerdo nada, pero si te prometí que nos casaríamos entonces así lo haremos, John. Supongo que si una vez me enamoré de ti, puedo volver a hacerlo.

John sintió que su alma le caía a los pies.

—No hay que apresurar las cos-

La señora Holmes no le permitió continuar.

—Sería lo correcto, antes de que vuelva a suceder algo malo adelantemos la fecha de la boda. ¡En una semana!

—Es muy pronto, madre. —Sherrinford intentó hacerla desistir, pero cuando a ella le entraba una idea a la cabeza era muy difícil.

Violeta tomó la mano de Allistor y le sonrió.

—No te preocupes, cariño. Nosotras podemos encargarnos de los detalles. Será una ceremonia sencilla, sólo con algunos amigos y la familia.

John tenía las objeciones en la punta de la lengua, simplemente no podían salir. Su falta de respuesta fue lo único que necesitó Violeta Holmes para completar el acuerdo.

—¡Está decidido! En dos semanas será la ceremonia.

Quedó de piedra. Entonces recordó que había ido con Sherlock y alzó la vista para buscarlo, desde que llegaron él no había dicho ni una palabra, quedó rezagado a un lado de la puerta con los brazos cruzados, inmóvil como una estatua. Los abrazos de felicitación no se hicieron esperar, aunque por más que escuchaba las palabras y sentía los apretones en el cuerpo, su mirada continuaba adherida a Sherlock. Su semblante permanecía indescifrable como de costumbre, pero sus ojos, esos ojos que le impresionaron desde su primer encuentro, le parecieron abatidos. ¿O alucinaba? Su contacto visual terminó cuando Sherlock dejó su lugar dando un par de pasos hacia él, le extendió una mano y tuvo que sujetarla.

—Felicidades, John.

La familia sonrió y John quedó nuevamente mudo. Sherlock lo soltó al instante y dio media vuelta, saliendo de la habitación sin decir nada más.

Mycroft seguiría en el hospital por unos días más, posiblemente hasta la fecha de la boda. Ellos regresaron a la casa que tenían en Londres y le pidieron a John acompañarlos, él entró directo a la habitación que le designaron e intentó dormir. Tenía muchas cosas en qué pensar; sobre todo en la mirada que le mandó Sherlock antes de marcharse. No pudo conciliar el sueño y bajó a la sala, esperando conseguir algo para distraerse. Ocupó lugar en un cómodo sillón individual y encontró un libro en la pequeña mesita de centro. Un libro de cálculo. Un ejemplar que incluía el nombre de Violeta Holmes en la contraportada. Ese detalle le sorprendió un poco, lo hojeó por un rato y estuvo a punto de colocarlo en el mismo lugar cuando el señor Holmes entró a hacerle compañía. William le sonrió, sentándose en el otro sillón frente a él.

—Es una mujer muy inteligente, excéntrica, una genio. Supongo que Sherrinford, Mycroft y Sherlock heredaron eso de ella. —Contempló el libro y luego a John—. Yo soy algo así como un idiota.

El señor Holmes se rió de sus propias palabras. John lo observó, ciertamente el señor William parecía una persona muy tranquila, serena y amable. Nada similar a sus extravagantes hijos. Y por un minuto imaginó ser igual que él, no por Mycroft, sino por Sherlock. Éste era tan inteligente que no dudaba en recordárselo cada vez que tenía la oportunidad.

—No, usted es el cuerdo.

—¿Y no lo eres tú también?

Entendía la comparación, el señor Holmes hacía referencia a su actual compromiso con Mycroft. No debía preocuparle porque, al igual que él y su esposa –a pesar de sus diferencias–, ellos también podrían formar un buen matrimonio. Pero mientras William hablaba de Mycroft, la mente de John no dejaba de pensar en Sherlock.

Después de tres noches sin dormir bien, John decidió que debía hablar con Sherlock y poner las cosas en claro. Habían sido unos días demasiado extraños; por las mañanas iba con la señora Holmes a visitar a Mycroft y pasaban un momento con él platicando de nada en específico, pero éste parecía ausente, mirando a la puerta como esperando a alguien más. Su amigo Greg también andaba algo distraído, desde aquel día que lo encontró en la habitación de Mycroft, Lestrade solo le respondió que fue ahí por cuestiones de trabajo –la investigación en la salud de la víctima–, John no le creyó pero tampoco quiso atosigarlo más. Ninguno de ellos parecía estar en las mejores condiciones para pensar con claridad. Y esa mañana no dejaría que Sherlock lo ignorara por más tiempo. No obstante, apenas bajó de su habitación, encontró a Sherlock en la sala. Holmes no estaba solo, un par de sujetos sospechosos con trajes negros –al estilo MIB– lo acompañaban, guardaban unos documentos en sus portafolios y hablaban de un viaje a Ucrania. Cuando ellos lo notaron terminaron la conversación, abandonaron sus lugares y pasaron a su lado, saliendo de inmediato.

—¿Quiénes eran ellos? ¿Un caso nuevo?

John intentó sonar casual, como si no hubiese ningún inconveniente entre ellos. Sherlock parecía feliz, casi saltaba por los sillones igual que un niño pequeño con su nuevo obsequio de navidad. Supuso que sí debía ser un caso desafiante para que estuviera así de emocionado. Le alegró saber que le apasionaba tanto su trabajo por sentir la adrenalina corriendo en sus venas ante un inesperado enigma. Pero comprendió algo más importante…

—¿Vas a irte, Sherlock?

—¡Por supuesto que sí, John! ¿Cómo podría perderme este caso? No todos los días a los criminales les da por ser inteligentes.

Sintió un hueco en el estómago. ¿Por cuánto tiempo? Era precipitado, pero no deseaba que Sherlock desapareciera, no estando tan consciente de sus sentimientos hacia él.

—Sherlock, si tú me dices algo, yo… —No sabía cómo continuar, dentro de sí comprendía que Sherlock descubriría en un segundo que su relación con Mycroft era una farsa. ¿Por qué no lo hacía entonces? ¿Sería un sentimiento unilateral? Aunque las miradas de Sherlock, sus continuos roces, sus pláticas y los momentos que compartieron, le daban una pequeña esperanza. No era el único en sentirse atraído. ¿Cierto? ¿O Sherlock realmente apreciaba a su hermano y quería que fuese feliz? ¿Y ellos dónde quedaban? Debía arriesgarse por última vez—. Dame una razón para no casarme con Mycroft, Sherlock. Una palabra y esto se acaba.

Sherlock dejó de sonreír, observó a John y lo tomó por los hombros, quedando frente a frente. Muy juntos.

—No, tú tienes una ceremonia a la cual asistir. —Sus rostros estaban bastante cerca, como si estuviesen a centímetros de besarse, pero John sabía que eso no pasaría—. Vas a casarte y yo no podré asistir a la boda.

—Sherlock, yo n-

—Me iré por la tarde, John. Lo siento, pero jamás he sido bueno con los sentimentalismos.

Sherlock lo soltó y lo pasó de largo directo a las escaleras, dejándolo a él con el corazón latiéndole fuertemente. Y cuando la alta figura desapareció por completo, sin siquiera dirigirle una última mirada, John decidió que el día de su boda debía presentarse sin arrepentimientos.

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Continuara…

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…oooO*Oooo…

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