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El Pozo por Nayen Lemunantu

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II


 


Su madre había decidido tomar cartas en el asunto, preocupada por sus andanzas. Ahora le vigilaba los horarios, la mesada, las salidas e incluso lo había obligado a irse a clases en el auto familiar; su meta era mantenerlo vigilado, pero Kazunari sentía que lo único que estaba consiguiendo era destruir cada aspecto de su vida social. Si antes la Preparatoria era difícil, ahora sabía que no podría quitarse la mancha de ser llamado un hijito de mamá, ni en la Universidad.


Soltó un suspiro y se perdió en sus pensamientos funestos. El vidrio del asiento trasero del auto le devolvió el reflejo de un joven de piel levemente bronceada, cabello negro que caía desordenado sobre sus sienes, con pequeñas hebras que de vez en cuando le obstaculizaban la visión. Su mirada caoba —con tonos dorados que le daban un extraño aspecto anaranjado—, se veía apática; mostraba un desprecio total por el mundo que lo rodeaba.


—Las clases te van a encantar. —Oyó que decía su madre, lanzándole una sonrisa suave a través del espejo retrovisor.


¡Como si eso pudiera hacerlo sentir más entusiasmado! Ya era suficientemente malo tener que ser dejado en las puertas del colegio por su madre y bajarse del auto con su hermana chica al lado, como para que además tuviera que soportar su ingenuo optimismo. No le respondió, volvió a concentrarse en la ciudad que se dejaba entrever por los cristales del auto; nunca le habían gustado los actos de hipocresía.


—… y no creas que es sólo eso, las clases que imparte esta academia son muy variadas —continuó su madre, haciendo caso omiso de su terco ceño fruncido—. Además los profesores son excelentes, todos venidos del extranjero.


—Ya te dije que no estoy interesado en las estúpidas clases. —Se concentró en un grupito de alumnos que estaba de pie en un semáforo; todos vestían el impecable blazer del uniforme de su colegio. Buscaba a alguien con la mirada, pero su búsqueda fue infructuosa.


—Eso lo dices porque nunca has visitado la academia —replicó ella convencida. Aprovechó la luz roja para girarse en el asiento y mirarlo a la cara—. ¡Estoy segura que cuando vayas, te encantará! El Street Dance es intenso y muy de tu estilo.


—¡¿Qué?! —El grito agudo de Hikari lo hizo girar el cuello abruptamente hacia adelante. La chica iba sentada en el asiento del copiloto, con los audífonos puestos y concentrada en su Smartphone, pero al parecer estaba poniendo más atención en su conversación de lo que aparentaba—. ¡Pero esa es la clase de Himuro-san!  No puedes ponerlo a él ahí. —El desprecio que le tenía su queridísima hermana era evidente; por suerte, eso a él lo tenía sin cuidado.


—Basta, Hikari —dijo su madre con tono firme—. Ya habíamos hablado de esto.


—¡Pero no es justo! —volvió a protestar la chica—. Himuro-san es el mejor profesor de toda la academia. Es un verdadero prodigio y no puedo creer que pongas a Kazu-chan, que no tiene ningún interés en su clase, con él.


Al parecer su hermanita estaba más muy interesada en ese tal Himuro, y si había algo de lo que Kazunari disfrutaba, era de meterse con ella.


—Hikari, cariño, si ese profesor fuera de verdad un prodigio —dijo despacio, preparándose para soltar la bomba—, sería bailarín en algún ballet, no un profesor cualquiera de una academia sin importancia.


—¡Cállate! No sabes nada de Himuro-san. —La chica lo miró hecha una furia. Él no pudo hacer más que sonreír; al menos su hermana le entretendría la mañana—. Él aprendió a bailar en las calles de Los Ángeles, no es un bailarín de escuela, es un bailarín de la calle. Él siempre ha dicho que fue el baile el que lo sacó de los malos pasos y le dio un sentido a su vida.


—Y es por ese motivo, que creo que Himuro-san será el profesor ideal para ti, Kazunari —intervino su madre—. Ya hablé con él y me dijo que te haría una prueba de aptitud hoy mismo.


—¡Hoy! —exclamó sin poder disimular su impresión—. ¡Ni muerto voy a ir a esas clases, vieja! Ya te lo dije. Por mí, que se joda el tal Himuro-san y su Street Dance.


—¡Qué clase de vocabulario es ese! Te lo advierto, jovencito, no me sigas provocando. —El auto se estacionó a las afueras de las puertas del colegio, su madre se giró en el asiento y lo miró directo a los ojos; su mirada reflejaba autoridad—. Hoy, al término de clases pasaré por ti y yo misma te voy a llevar a la academia.


Kazunari no respondió, él era un rebelde, pero aún no tenía tanto valor como para desafiar a su madre cuando estaba así de enojada. Hikari en cambio, soltó un bufido y bajó del auto sin siquiera despedirse; se fue dando un portazo.


«Bien, al menos no tendré que atravesar las puertas del colegio junto a ella —pensó, sonriendo de lado—. Ahora tengo una chance de salvar mi reputación.»


Se bajó con paso desganado y cerró la puerta con suavidad, pero al igual que Hikari, no se tomó la molestia de despedirse de su madre. Oyó el ruido suave del vehículo avanzando a sus espaldas mientras se encaminaba hasta el interior. Se acomodó la mochila en el hombro derecho y buscó con la mirada entre los cientos de chicos que llegaban a esa hora a Nijimura, pero como ya sospechaba, no lo encontró.


El muy malnacido ni siquiera lo había llamado en todo ese fin de semana. ¿Qué significaba eso? El que se suponía que estaba enojado era él, no Nijimura. El muy idiota debería haberlo llamado para disculparse, pero claro, estaba demasiado acostumbrado a que fuera siempre él quien lo buscara, aunque esta vez se iba a quedar esperando, esto no lo iba a olvidar así como así.


—¡Kazunari-nii! —gritó una voz demasiado conocida a sus espaldas. Se dio la vuelta para ver a su mejor amigo, Kotaro Hayama, acercándosele a la carrera—. ¿Qué fue eso? ¿Tu vieja te vin…?


—¡Basta! —lo cortó en seco. No iba a permitir que el idiota de Kotaro se burlara de él en su cara—. No quiero que me menciones ese tema. —Se dio la vuelta y siguió caminando, pero alcanzó a oír la carcajada del chico que caminaba a sus espaldas. ¡Ese desgraciado lo estaba disfrutando demasiado!


—¿Qué hiciste ahora, que tu vieja te vigila más que princesa en una torre? —le preguntó después de alcanzarlo y parar de reír—. ¿Se enteró de Nijimura-san?


—¡Claro que no! Mi vieja me mata el día que se entera de eso, y de paso se muere de un infarto. Para empezar, ni siquiera sabe que soy gay.


—¡Ay! Pero tú has llevado muchas veces a Nijimura-san a tu casa. —Kotaro rodó los ojos—. ¡Apuesto que hasta han tenido sexo en tu pieza con ella en el living! ¿Cómo aún no se ha dado cuenta?


—Supongo que es cierto ese dicho… ¿Cómo era? ¿No hay peor ciego que el que no quiere ver? —Se encogió de hombros—. ¡Oye! Aún nos quedan un par de minutos antes del inicio de las clases. Acompáñame al patio de atrás del gimnasio. Necesito un cigarrillo para empezar mi día.


—¡Fumando tan temprano! Kazunari-nii… —Kotaro soltó un suspiro de resignación, pero lo acompañó.


Su colegio era bastante grande, todo lo que un colegio pagado pudiera llegar a ser. De entre toda la infraestructura, destacaban las numerosas áreas verdes, libres de cámaras de seguridad; todo lo que un adolescente que jugaba a ser rebelde necesitaba. Cuando llegaron a los jardines de la parte posterior del gimnasio, vieron que no eran los únicos con la misma idea: bajo los árboles más grandes se formaban grupitos de chicos que se pasaban un mismo cigarrillo de boca en boca. Tuvieron que buscar un árbol vacío para esconderse, por suerte uno de los viejos cerezos aún estaba libre. Kazunari rebuscó en su mochila hasta dar con la cajetilla y el encendedor, y descansó la espalda en el tronco del árbol mientras encendía su primer cigarro del día.


—¿Y me vas a contar qué hiciste ahora? —preguntó Kotaro mirándolo con el ceño fruncido.


«¿Acaso eso es un reproche?»


—Me fui de fiesta el sábado en la noche y no llegué a mi casa sino hasta el domingo al medio día —respondió indiferente. Exhaló el humo del cigarrillo que se deshizo en el aire.


—¿Y dónde estuviste toda la noche?


—En un motel. —Se encogió de hombros y volvió a darle otra calada a su cigarrillo. Le encantaba la sensación que producía la nicotina en su cuerpo—. Estuve follando toda la noche con un tipo.


—¡¿Qué?!


—¡No te espantes! Usé condón.


—Ese no es el punto, Kazunari-nii —replicó Kotaro con voz seria—. No puedes largarte a tener sexo con cualquiera cada vez que tú y Nijimura-san peleen. —Los ojos grandes de Kotaro lo miraban con preocupación bajo unas cejas fruncidas—. ¿Esto es por lo que oímos sobre ese tal Haizaki?


—¡No me hables de ese cabrón! —Apenas pudo disimular su enojo—. Ya me arruinaste la mañana.


—Son sólo rumores —dijo Kotaro más tranquilo; su voz volvía a adquirir el tono infantil y juguetón que lo caracterizaba—. Antes de andar tomando decisiones precipitadas, debiste haberlo hablado con Nijimura-san.


—Ese es otro cabrón del que no quiero hablar. —Cerró los ojos y dio una calada larga a su cigarrillo; el humo bajó por su garganta, causándole un delicioso escozor—. ¿Podrás creer que el muy maldito ni siquiera me ha llamado? No ha dado ni las señas de querer disculparse.


—¡¿Y cómo podría hacerlo?! Él ni siquiera sabe que estás enojado porque te llegó un mensaje anónimo que decía que tu novio estaba saliendo también con un tal Shogo Haizaki.


Kazunari no dijo nada cuando escuchó que Kotaro hablaba de Nijimura como su novio, sabía que usaba el título por mera cortesía, porque la relación de ambos nunca había alcanzado a ser así de formal. No era que a él le importara en demasía las cuestiones de los títulos. Había conseguido ligarse a uno de los chicos más cotizados de todo el colegio, con eso le bastaba. Pero esto era totalmente diferente; los rumores de que Nijimura salía además con otra persona, lo habían herido directo en el orgullo. Porque si algo no podía hacer Kazunari Takao, era compartir lo que era suyo, menos aún con un prospecto de delincuente como ese tal Haizaki.


—Puede que tengas razón, Ko-chan. —Se separó del tronco del árbol y lo miró de frente—. Pero aun así, pasó todo un fin de semana entero y él ni siquiera se dignó a enviarme un mísero WhatsApp.


—Nijimura-san no es de ese estilo, y lo sabes.


Kazunari rodó los ojos antes de soltar un bufido y volver a darle la última calada a su cigarrillo. Kotaro tenía razón, en los casi cinco meses que llevaban viéndose, Nijimura nunca, ni una sola vez, lo había llamado al celular.


—Oye, Kazunari-nii. —Kotaro lo sacó de sus pensamientos y lo hizo fijar su mirada en él—. ¿No te parece extraño eso del correo anónimo?


—Un colegio, es una de las más antiguas instituciones japonesas para la humillación pública, Ko-chan —respondió con sorna. Dejó caer el filtro del cigarro al césped y lo pisó enseguida—. Si dejas que alguien sepa algo de ti, te arriesgas a que sea usado en tu contra. Además, números telefónicos, correos, redes sociales… todo se puede conseguir si eres lo suficientemente inteligente. Nunca subestimes el poder del internet. —Esbozó una sonrisa de lado, un gesto de autosuficiencia que de tanto usarlo, ya le salía natural—. Yo no me preocupo demasiado por eso. ¡Debe ser alguna perra envidiosa, molesta porque Nijimura está conmigo!


—Supongo que tienes razón… —dijo Kotaro soltando un suspiro.


—¡Será mejor que nos vayamos a clases, Ko-chan! —Se dio la vuelta y ambos regresaron al edificio que albergaba a los estudiantes que cursaban la Preparatoria; ellos no habían sido los únicos en volver, todo un grupo regresaba de los jardines del colegio.


Kazunari y Kotaro se encaminaron hasta el tercer piso, todos los alumnos de tercero de Preparatoria estaban en el mismo nivel del edificio, por eso, aunque él y Nijimura no fueran en el mismo salón, siempre podía verlo en los pasillos; sabía que hoy no sería la excepción. Aunque al menos hoy no pretendía ir a buscarlo, lo iba a ignorar. ¡A ver cuánto tiempo podría aguantar Nijimura sin verlo!


Doblaron a la izquierda y subieron el último tramo de la escalera. Su salón estaba en el pasillo de la derecha, pero antes de virar, Kazunari ladeó el cuello hacia la izquierda —la fuerza de la costumbre que lo hacía buscar a Nijimura con la mirada— y alcanzó a ver con el rabillo del ojo una silueta alta y de cabello negro, entrando al baño de hombres, muy de cerca con otro chico.


Había dicho que no lo buscaría más, pero ahí estaba su cuerpo traidor moviéndose por voluntad propia, o por causa de su impulsividad, más bien. Esquivó lo mejor que pudo a la multitud de estudiantes que caminaba por los pasillos a esa hora, aunque con la mayoría tuvo un par de empujones. Su mirada estaba fija en la puerta gris del baño, era lo único que captaba su visión, incluso la voz de Kotaro llamándolo a sus espaldas le sonaba lejana. Abrió la puerta de una patada, aunque usar tanta fuerza no habría sido necesario; el pestillo no estaba pasado. 


El ruido que hizo al entrar sobresaltó a los otros dos chicos, pero antes de que pudieran despegarse del todo, alcanzó a ver con lujo de detalle cómo Nijimura arrinconaba contra la pared de baldosa blanca a un chico casi tan alto como él, pero de cabello gris, que lo miraba con una mueca burlona en el rostro.


Kazunari lo recorrió con la mirada de arriba abajo, detalló las numerosas perforaciones de sus orejas, el peinado alborotado, la camisa desarreglada y la corbata demasiado suelta alrededor de su cuello; no había dudas, por esa pose de matonero, ese sujeto debía ser Shogo Haizaki.


—¿Qué quieres, Takao? —preguntó Nijimura haciéndolo despegar la mirada del otro chico. Estaba con las manos en los bolsillos, viéndolo con los párpados caídos; parecía aburrido.


—¿Eso es lo que tienes que decirme? ¿Ni siquiera te vas a dignar a darme una explicación? —Kazunari lo miró furioso; la indignación era palpable en su voz.


—Yo a ti no tengo por qué darte explicaciones —respondió Nijimura, impasible—. Es mejor que te vayas a tus clases.


—¡Y una mierda que me voy a ir a clases! —gritó furioso; se había puesto casi tan histérico como su madre—. ¡De verdad eres un cabrón! ¡¿Cómo te atreves a hacerme esto?! A mí…


—Oye, oye… —intervino Haizaki. Tenía una voz grave, algo nasal, pero el tono burlón que usaba hacía encolerizar a Kazunari—. Tú como que no has entendido cuál es tu lugar.


—¿Mi lugar? ¿Y cuál sería mi lugar según tú? —preguntó acercándosele peligrosamente; parecía haber olvidado la fama que precedía a Haizaki. Ese tipo lo estaba desafiando, y no estaba ni tibio si creía que él se quedaría de brazos cruzados.


—No eres más que una puta barata, usada para pasar el rato.


Kazunari sintió que la furia lo cegó; veía rojo y el único pensamiento coherente que había en su mente en ese minuto, era que quería partirle la cara de un puñetazo al imbécil de Haizaki. Cerró la mano en un puño y levantó el brazo derecho, rápido, pero tan pronto como lo hizo, su muñeca fue atrapada por Nijimura. Éste lo sostuvo con firmeza, haciendo que su piel se volviera más blanca en torno a la fuerza de su agarre. Kazunari trató de luchar contra él y liberarse, pero sólo consiguió que Nijimura lo sostuviera del brazo y lo sacara arrastrando del baño.


—¡Suéltame! Eres un bastardo —protestó. Su voz resonó por los pasillos vacíos.


Nijimura lo miraba con seriedad, con unos ojos tan fríos que le causaron un estremecimiento. Lo soltó abruptamente, haciéndolo trastabillar en el suelo pulcro de baldosas, pero alcanzó a recuperar el equilibrio gracias a sus buenos reflejos.


—No quiero que vuelvas a hacerme una escena de este tipo —le dijo con voz completamente átona; inalterable—. No tengo por qué soportar esta clase de pendejadas.


—¿Que no tienes por qué? —preguntó entrecerrando los ojos


—Te lo advierto, Takao. No me provoques ni colmes mi paciencia. Después de esta escenita ya estoy dudando seriamente si quiero volver a verte.


—¡No estás ni tibio si crees que te voy a volver a dirigir la palabra, cabrón!


—Vuelve a tu salón, alguien puede reportarte por inasistencia. Hablaremos luego.


—¡No me salgas con eso! ¿Qué más te da si voy o no a clases?


—La verdad, Takao, no me importa en lo más mínimo, pero ahora me estás molestando. Tengo un asunto que tratar con Shogo. —Kazunari enarcó una ceja. ¿Así que al otro cabrón lo llamaba por su nombre?—. Y es un asunto inaplazable.


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