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Kaleidoscope por CrawlingFiction

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Kaleidoscope

 

Capítulo 3: Beso de Judas

 

 

 

Cuatro semanas habían transcurrido. O eso decía su agenda, porque en algún punto del camino el tiempo se le había detenido. Su agenda, antes con nimias anotaciones sobre pago de facturas, entrega de informes y un par de cumpleaños ahora estaba más llena. No tenía explicación, pero ahí estaba su nombre.

 

“Paseo con TaekWoon”

 

“Informe de TaekWoon”

 

“Llevarle los libros a TaekWoon”

 

“Cumpleaños de TaekWoon”

 

Su nombre y presencia le era importante.

 

Sus avances, lentos y accidentados, también. No era un paciente común, no era un proyecto. Era TaekWoon.

 

En el reverso de su agenda, en la sección de números telefónicos tenía garabateado sus gustos; que le gustaba el latte vainilla de la cafetería sur, que le gustaba arrancar flores amarillas, que tenía reacciones positivas cuando le decía sobre dar un paseo y que su sonrisa era hermosa. Entre líneas estaba anotado que, extrañamente, le quería.

 

Al costado estaban enlistados sus medicamentos: antidepresivos —el prozac de toda la vida—, uno para la hiperactividad, uno para un mal, otros para el otro. Nueve pastillas al día.

 

No sabía por qué tantas.

 

No sabía tampoco porque entre ellas había un fármaco sin récipe. Se lo entregaba HakYeon todas las semanas. No tenía nombre, códigos de barra o registro en el Seguro Social.

 

No atrevió a objetar, pero cuando se la daba a él podía sentir su alma quebrarse.

 

¿Por qué debían doparlo tanto? ¿Por qué sentía una presión aplastante al pecho cuando miraba aquella grajea roja en el vaso?

 

No sabía la razón de esa droga estar allí.

 

Ni tampoco supo cómo la había tachado de su agenda y escondido en el último cajón de su escritorio.

 

Más debajo de la lista, casi ilegible:

 

"Dos semanas sin la pastilla"

 

En otras páginas anotaba sus avances sin ella. Más ágil, menos somnoliento, más vivaz. A veces sonreía, a veces parecía realmente feliz de ver las flores.

 

Volvió a pintar, se volvió un ser humano.

 

<<—¿Cómo te sientes? —preguntó sentado en el césped como casi todos los días. Él estaba abstraído en picar los botones amarillos con el dedo. Desde las coronas de flores se había obsesionado con ellas— ¿Ya no hay mareos? ¿Letargo? —él no le hacía y eso en su lenguaje era un sí. Sonriente garabateó detrás de su agenda. No era médico, pero se sentía invencible. Quería creer que estaba sanándole la mente y el alma mejor que cualquiera. Se había vuelto una meta, no un proyecto.

 

Reparó en su cabello negro, estaba algo crecido cubriéndole los ojos. Por instinto se estiró y le recogió el flequillo. Hurgó en su bolsillo hasta dar con una horquilla y se lo peinó en un gracioso moño. Intrigado miró sobre su cabeza haciéndole carcajear.

 

— Hay que llevarte al barbero, galán —enredó los dedos entre sus cabellos en una caricia. Día con día su trató se hacía más íntimo. Día con día esperó a por reacciones violentas, de desprecio o erráticas, pero sólo le miraba unos segundos y bajaba la cabeza. En los días buenos sonreía y en los malos le ignoraba como un niño pequeño más atento a la tierra con la que jugaba— Se siente bien… —TaekWoon asintió. HongBin miró a los lados y sacó su celular preparando la cámara. El hombre se tensó y sus mejillas enrojecieron— Te tomaré una foto con... ¡esto! —tomó el puñado de flores arrancadas y adornó con unas tras su oreja— Son tus amigas, ¿verdad? —le entregó el sobrante en la mano, indicándole que posara con ellas. Dudoso clavó su mirada al césped— ¡Vamos! ¡Una sonrisa!

 

Cabizbajo apretó el ramillete a su pecho.

 

—T-Tu… tú también eres mi amigo... —balbuceó. HongBin parpadeó asombrado.

 

Sus ojos se inundaron de lágrimas. Lágrimas de dicha.

 

No estaba loco.

 

Acarició su mejilla con el pulgar y asintió.

 

Sonriente se dejó fotografiar con sus amigas las flores.

 

Utilizó la foto como fondo de pantalla; verla todos los días al coger el móvil le hacía sentir en paz. Le hacía sentir feliz.>>

 

Acarició la pantalla de su celular con el pulgar. Ahí estaba: esa tímida sonrisa de ojos al cristal y florecillas amarillas en las manos, pegadas al pecho como deseando protegerlas de la brisa que despeinaba sus cabellos.

 

No era peligroso.

 

No era extraño.

 

No estaba loco.

 

Una persona cuerda aislada de la sociedad que le había parido. Abandonado a su suerte. Alguien que no había nacido no había muerto. No existía ni nadie le echaría de menos.

 

Cerró de golpe el cajón lleno de esos frascos sin etiqueta.

 

Iba a dimitirlo del hospital.

 

Él no estaba loco. Sus acciones erráticas, sus ojos perdidos, su alma enjaulada eran drogas y encierro. Querían destruir su voluntad con medicamentos y soledad. Querían enloquecerlo adrede.

 

Querían hacerlo su experimento.

 

Tiró del cajón hasta sacarlo del escritorio y volcó su contenido dentro una bolsa plástica. La anudó y metió dentro su mochila. Tomó el grueso expediente y lo guardó también. Necesitaba pruebas de que TaekWoon estaba siendo utilizado, ¡todo era una mentira! ¿Todos en el Hospital sabían?

 

Sin tiempo que perder comenzó a redactar en la computadora. Redactaría una carta de dimisión y una denuncia por negligencia. Buscaría a cualquier psiquiatra de planta que se la firmara y después un abogado para demandar. Lo sacaría de allí.

 

Lo anotó en su agenda: era una promesa.

 

••••••

 

Le tocó hacer guardia en el comedor durante la hora de almuerzo. Pese al escándalo no evitaba sonreír de alegría. Era un suceso que los enfermeros del ala de pacientes especiales asomaran fuera de su guarida de inframundo. Ese momentáneo cambio de aires le sentaba bien. Suplicó a HakYeon que dejaran a TaekWoon almorzar al menos una vez a la semana con los demás en el comedor del ala común. El primer ingresado del ala especial con semejante privilegio. Le hacía ilusión imaginarle relacionándose con alguien más aparte de él. Ayudaría con su tratamiento: uno sin pastillas ni inyecciones extrañas. Un tratamiento que realmente velara por él y no en sólo enclaustrarlo como ratón de laboratorio.

 

Miró de reojo su celular. Esperaba el mensaje de su abogado sobre si finalmente aceptaría el caso. Le dijo que a más tardar en la tarde prepararía la demanda formal al Hospital Psiquiátrico.

 

Sonrió de sólo soñarlo.

 

Podría llevárselo consigo como tutor legal mientras se demostraba sino estaba mentalmente incapacitado. A Hyuk seguro le caería bien.

 

Estar con él, juntos en una nueva vida… Tenía que ser como una aventura llena de café y flores amarillas. Lo quería vivir.

 

—HongBinnie —susurró una vocecita debajo del escándalo de los comensales. Se dio vuelta. Verle agitarle la mano con esa pequeña sonrisa le conmovió. Estaba solo en la mesa, pero podía sentirlo en sus ojos: estaba feliz. Miró a los lados con discreción y se acercó. El ruido de los demás pacientes gritando, cantando y hablando incoherencias era ensordecedor.

 

—¿Está rico? —le preguntó acariciando su mejilla rellena de arroz. Con las yemas palpó la cicatriz que tenía allí. Le miró y negó lentamente con la cabeza haciéndole reír. Su sentido del humor cada día le gustaba más. Todo de él. TaekWoon partió en dos la hogaza de pan y se la ofreció— ¡Oh, no, no! Es tu comida. Yo ya comí —el pedacito de pan golpeó insistente su pecho sin aceptar un no como respuesta. Suspiró, tomó el pan y lo mordió.

 

Estaba tieso y amargo, pero él mirándole atentamente con una minúscula pero dulce sonrisa hizo que supiera delicioso.

 

—¿Te gusta aquí? —el hombre asintió. Los ojos de HongBin brillaban de alegría. Hacía dos meses era un cadáver en vida. No comía, no bebía, no hablaba y apenas respiraba. Todas sus emociones eran inhibidas. Era incorrecto sentir. Lo tenía prohibido. Ahora su sonrisa se volvía más valerosa a cada semana. Ahora había más del verdadero TaekWoon que alguna vez fue— Pórtate bien para que vengamos más veces, ¿sí? —el pequeño vaso vacío picó su vientre— ¿Quieres más jugo? —preguntó a lo que él asintió. Entornó los ojos a son de broma— Te traeré más. ¿Fruta también?, ¿quieres? —volvió a asentir, esta vez más enérgico— ¡Te gusta comer, eh! —pellizcó su moflete y fue a la barra a buscarle más jugo y manzanas.

 

Un codazo le hizo trastabillar. Un paciente se había levantado de un salto de la mesa.

 

—L-Lo siento —excusó rápidamente evitando mirarle.

 

—¡Me tocaste! —chilló el hombre agitando los brazos— ¿Tu…? Tú, tu, ¡eres tú! ¡Eres tú el del sueño! —comenzó a gritar aterrado— ¡Eres tú, lo eres, lo eres!

 

HongBin miró a todas partes. Se congeló;

 

No había más enfermeros o guardias vigilando los cincuenta dementes en el comedor.

 

Le habían dejado solo.

 

—Tranquilo, tranquilo... —un fuerte empujón lo tumbó al piso. Risotadas y golpes a las mesas aplaudieron la hazaña.

 

—¡Eres tú! ¡Tus ojos me siguen! ¡Deja de seguirme!

 

Leyó la plaquita bordada sobre su uniforme:

 

“Lee JaeHwan. Ala B: psicosis paranoide”

 

De repente el rubio comenzó a reír con un estruendo sobrecogedor. HongBin retrocedió a rastras con los codos por el suelo. Alguien volcó la bandeja de comida y estalló el desastre. Los pacientes comenzaron a arrojarse comida, subirse a las mesas y pelear entre ellos con salvajismo. Se levantó para presionar la alarma y un puñetazo le regresó al piso, encogiéndose de dolor— Si los arranco… Si-sí, ¡si te los arranco! —gimoteaba tirándose del cabello y sacudiendo la cabeza en su debate por el Bien o el Mal— ¡¿Si los arranco dejarán de seguirme!? —blandía un tenedor de plástico dentro su puño— T-Tan grandes… tan bonitos… —lagrimeaba ensanchando su sonrisa de ilusión. Retrocedió y el hombre se le abalanzó encima. Aterrado le empujó y buscó la jeringa de emergencia. Sus yemas tocaron nada. No estaba en su bolsillo, ¡maldita sea!

 

Un par le jalaron de los pies arrastrándole por el piso sucio de comida. Un grupo de lunáticos le atacaron. Rasguñaban, golpeaban y gritaban queriendo eliminar a su demonio materializado. JaeHwan le tomó de la garganta ahorcándolo. HongBin pateaba y arañaba desesperado por escapar haciéndoles reír de alegría genuina.

 

Los cocineros cerraron con llave la cocina para resguardarse. La estridente alarma resonaba en medio del escándalo. Golpes, lamentos y gritos contra las rejas que encerraban el comedor estallaban a sus oídos. Personas escondidas bajo las mesas, otras atacándose hasta con los dientes. Era el infierno.

 

JaeHwan agarró un pesado cucharón de metal del suelo.  Fue alzado en lo alto. Le desfigurarían la cara con él. HongBin gritó y trató de cubrirse con los brazos.

 

El cucharón se detuvo a medio camino.

 

Abrió los ojos aterrado y ante estos el grueso metal se enrolló como serpentina hasta volverse un amasijo irreconocible. JaeHwan lo soltó y cayó estrepitosamente. Como si el aire tuviera brazos las mesas de acero se volcaron y los platos volaron por todas partes. EL pánico se apoderó de la prisión convirtiéndose en una vorágine destructiva.

 

En medio de ese huracán le vio.

 

De pie apretaba el pedazo de pan en la mano. Hilos espesos de sangre corrían fuera sus oídos y nariz. Lágrimas estáticas sobre sus mejillas y los ojos de un profundo negro abismal. JaeHwan corrió hacia él y sin mover ni un dedo le empujó contra la pared. Azotó fuertemente su cabeza, manchando el marfil de su sangre.

 

Los barrotes de las rejas estallaron y los pacientes se atropellaron por escapar hacia la libertad o alejados de ese fenómeno.

 

Los platos en el aire cayeron estrellando en pedazos.

 

El secretismo, las pastillas, las emociones bloqueadas por ellas, el aislacionismo absoluto, el frasco sin etiqueta…

 

Los ladridos de los perros se escucharon a la lejanía.

 

Tenía que salvarlo.

 

Rápidamente se levantó y tomó de su muñeca. Escaparon del comedor entre la multitud. Los guardias soltaron a los perros sobre los enfermos que gritaban de dolor y súplica. Corrieron por un atajo de los jardines hasta fallarles las piernas.

 

—¡T-tengo las llaves!¡No hay cámaras por aquí! —de un empujón se metieron en el almacén de pintura cerrando la puerta tras sus espaldas. Las rodillas de TaekWoon flaquearon cayendo en el piso polvoriento— ¡TaekWoon! —tomó de sus mejillas, examinando su rostro pese a la oscuridad del abandonado lugar— ¿E-Estás bien? ¿Me… me reconoces? —el pelinegro abrió los ojos de golpe y le apartó de un manotazo. Temblando de miedo se encogió detrás de sus rodillas. Gateó hacia él y frotó sus piernas con cautela— Soy yo… Soy yo, HongBin, ¿sí? No te haré daño… —se rehusaba a abandonarle— Soy tu amigo, j-jamás te haría daño…

 

El pesado silencio se desarmó por un débil sollozo.

 

—¿C-Crees que esté... muerto? —esa voz quebrada atrevió a preguntar. Con delicadeza deshizo su escudo y le tomó de las mejillas. Se sentían húmedas a las yemas— ¿S-Soy un asesino?

 

Tragó grueso.

 

—Estará bien —le mintió en un susurro— S-Sólo fue un golpecito —deslizó los pulgares rompiendo las lágrimas que brotaban sin parar— ¡Sólo le diste su merecido a ese bravucón! ¡Ahora se la pensara dos veces antes de molestar al súper héroe TaekWoon! —entonó con voz de locutor queriéndole animar. Una débil risita fue la respuesta. Asustado cubrió sus labios con los pulgares. Los perros ladraban y se escuchaban pasos. En esos largos minutos de tensión esperaron a que se fueran. Al escuchar las cadenas y sus voces lejos TaekWoon soltó una risita cómplice debajo sus dedos— ¿Qué se siente romper las reglas? —le cuchicheó travieso.

 

—D-Divertido… —murmuró contra sus pulgares. No obstante, su rostro ensombreció de nuevo— ¿Q-qué… qué fue eso? —el enfermero le miró desconcertado— Eso... —reparó en la sangre de su nariz que había llegado a sus dedos. Él tampoco lo sabía. Tomó un extremo de su bata y limpió la sangre coagulada de su nariz y oídos sin atrever a responder— ¿No te doy miedo…?

 

Volvió a tomar su rostro. Deslizó el pulgar sobre la pequeña cicatriz sobre su mejilla. Esa marca imperceptible del concreto contra su cara. El ínfimo recordatorio de la causa de su encierro. O eso había creído antes.

 

TaekWoon no estaba loco;

 

Sufría algo mucho peor que la locura.

 

—No... —murmuró— Porque no eres malo —confió acariciando la tersa piel con los pulgares— Me salvaste la vida. No puedo tenerle miedo a mi amigo… —le sonrió.

 

La distancia y la oscuridad no fueron barreras para sus ojos atentos de mirarse y nada más. Los labios de TaekWoon tiritaron antes de lograr formar una sonrisa. Una sonrisa de verdad. Tanto tiempo con el organismo enfermo. Apresado en una carcasa errónea.

 

HongBin inclinó y entrecerró los ojos. Su suave respiración tan de cerca le hacía sentir seguro. No había nada seguro ahora. Todas sus creencias se derrumbaron como castillos de naipes. Sólo quedaba creer en él, y eso bastaría para estar a salvo.

 

A ciegas encontró su boca, fundiéndose contra ella en un beso dulce y cauteloso. TaekWoon respondió tímidamente a su llamado y le llenó el alma de aquellas flores amarillas que tanto le gustaban.

 

Se abalanzó hacia sus brazos y le estrechó con necesidad. HongBin cerró los ojos con fuerza;

 

No, no era un monstruo.

 

••••••

 

Con una amplia sonrisa miró el cajón abierto del escritorio. Estaba vacío, tal como el archivador.

 

Tan inocentes e ingenuos nos vuelve el amor.

 

—Los estudios neurológicos son determinantes, es a quien buscan —le dijo una voz masculina a sus espaldas.

 

—Excelente, damos luz verde para la eliminación del registro médico. La notaría ya se encargó del resto —dijo HakYeon cerrando el cajón— A partir de este momento Jung TaekWoon no existió.


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