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Kaleidoscope por CrawlingFiction

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Kaleidoscope


Capítulo 1: Infierno indiferente


 


Una semana había pasado desde su primer encuentro. O calculaba eso. Cuando sólo ves blanco y más blanco en tus horizontes se pierde la noción del tiempo. También del sueño. Y en esas noches, o días, o tardes, lo que fueran, en esos momentos que no podía dormir le recordaba. Su amabilidad parca y su rostro jovial e inaccesible para él. Inaccesible porque sería incapaz de ver la sinceridad de su sonrisa y cuan hermosa debía ser reflejándose tan espontánea y sublime en su rostro. Si con protocolos y reservas pudo cautivarle su apariencia sin reservas tenía que ser un espectáculo.


Un espectáculo digno para algunos pocos nada más.


Entrecerró los ojos, más agotado de intentar dormir que queriéndolo realmente.


Escuchó la puerta abriéndose apenas. Un hilillo de luz dio algo más de vida a la enfermiza estancia siempre iluminada. Cerró los ojos fingiendo dormir. Sus platos fueron reemplazados por unos nuevos, el vaso de papel con pastillas puesto al lado y renovado el juego de sábanas. Pero, en una extraña interrupción a la rutina, la persona se quedó de pie, observándole fijamente.


Se dio la espalda y se fue. TaekWoon abrió los ojos.


Era HongBin, y lo juró;


Juró que le había sonreído.


Apoyado tras la puerta cerrada HongBin suspiró. Con pesadez masajeó su frente con la mano libre. Apretó los labios y releyó una vez más la carpeta que sostenía a duras penas. Temblaba.


¿Por qué?


¿Por qué de repente se le hacía tan difícil?


“Proyecto Y”


¿Esto era lo correcto?


••••••


El sol matutino se izaba en lo alto del cielo pálido primaveral, aunque pocos tenían el lujo de admirarlo tras las congeladas paredes blancas del hospital psiquiátrico. Un complejo de edificios bajos bordeados de jardines profundos como selva negra lo conformaban, el modulo más alejado de todos, casi engullido por el follaje era el dedicado únicamente al estudio de pacientes particulares. Aquellos que no encajaban o no querían hacer encajar en las demás alas disponibles para depresivos, suicidas, esquizofrénicos… no, el ala este para investigación tenía otros fines que dar medicinas y consuelo. En el segundo piso, con sólo tres habitaciones ocupadas se pretendía ignorar aquellos gritos capaces de empujarte a la más vívida de las pesadillas.


No obstante, esos gritos no eran ni remotamente parecidos a los que cualquier desequilibrado mental haría.


Y, además, uno de los tres pacientes no gritaba.


No sentía nada.


HongBin abrió su puerta, y allí le encontró, sentado mirando a la pared. Le observó en silencio, a sabiendas de que TaekWoon ya había detectado su presencia, aunque le diese la espalda.


—¿Qué miras? —preguntó.


—Nada —respondió.


—Entonces, ¿por qué lo haces? —volvió a preguntar revisando de reojo la tabla bajo su brazo para anotar cautelosamente. Había decenas de hojas con anotaciones al azar de cada uno de sus movimientos, muchas de ellas creación del anterior enfermero que le estuvo estudiando. Aquel enfermero que no soportó la presión y el pánico y simplemente escapó. Sólo sus diligentes anotaciones y resúmenes quedaron de recordatorio de su presencia.


Nadie que trabajara en el ala de investigación salía. Al cruzar la puerta principal para no volver eran engullidos por el tiempo. Nadie les recordaba, nadie se atrevía a hacerlo en voz alta.


El jefe de planta resguardaba celosamente esa norma.


—En las noches se oyen muchos gritos y pasos de personas —dijo— Se los llevan a algún lugar y no les gusta. Gritan. No me dejan dormir bien.


—¿Te da miedo? —vaciló en aproximarse.


—Estaría bien eso —HongBin tragó grueso y caminó un par de pasos adelante.


—¿Adónde vamos? —preguntó mirando a sus pies descalzos— ¿Ya es mi turno? —HongBin le miró extrañado y negó con la cabeza, ofreciéndole la mano.


—A dar un paseo —le sonrió. TaekWoon le miró. Por un segundo sus pupilas negras parecieron brillar.


—¿Puedo volver a tomar paseos? —murmuró dejando su mano en el aire. ¿Tendría miedo? Seguro ni él lo sabría descifrar, ni el más minucioso de los estudios psiquiátricos o neurológicos daban respuestas concretas.


—Convencí al superior de ello —volvió a estirar su mano, que esta vez sí fue aceptada.


TaekWoon le apretó con fuerza, entrelazando los dedos.


Sin soltar de su agarre le siguió como si de viejos amigos saliendo a pasear se tratara. Ignoró por un segundo los lamentos y alaridos de las habitaciones entrecerradas, ignoró el aire enfermizo, e ignoró su misma mente muerta. Se distrajo de su ruido blanco.


Cruzaron pasillos y escaleras, pequeñas veredas bordeadas de florecillas y allí el sol le dio de lleno hasta enceguecer su mirada. La brisa primaveral revitalizó su cuerpo tullido de ser un recluso de sus pensamientos. Flores de mil colores y césped fresco perfumaban su oxígeno novedoso.


—Y bien, ¿qué tal ir por estos jardines? Si quieres dame las pantuflas, el césped se siente bien —le convino HongBin ofreciéndole su otra mano para serle apoyo. TaekWoon reparó en la tabla médica bajo su brazo.


—¿No que esto era un paseo? —objetó mirando fijamente la tabla de anotaciones.


—Lo es —mintió con una sonrisa. TaekWoon cabizbajo se quitó las pantuflas y se las entregó, siguiéndole por el césped hasta la sombra de un árbol de naranjo— Sólo quiero actualizar tu expediente, ¿está bien?


—¿Actualizar? Mi vida se detuvo desde que estoy aquí —encogió de hombros sentado en el suelo pasando los dedos contra el verde limón— No hay nada que actualizar.


—Aunque el tiempo parezca detenerse la mente nunca lo hace —replicó suavemente— Y, además, me gusta tener mis expedientes aparte de los del hospital —confesó a su oído como si se tratase de un secreto. Todo ello eran mentiras, desde su sonrisa hasta los secretos y estaba seguro que se daba cuenta, pero, ni fuerzas tenía de replicar. ¿Estaba aceptando un destino que no conocía?


La mano de TaekWoon le retuvo con fuerza tomando de su quijada acercando sus labios a su oreja. HongBin se tensó, pero mantuvo el control. Palpó suavemente el bolsillo delantero de su bata hasta dar con la jeringa. Apretada dentro su mano esperaba a su ataque.


—Quisiera detenerla, a veces —le susurró. HongBin costosamente giró a verle, estando lo suficientemente cerca para sentir su aliento chocar su nariz.


—¿Qué te dice? —preguntó apretando tanto la jeringuilla que podría estar agrietada. TaekWoon se quedó callado, mirándole a los ojos, aquellos marrones que medían milímetro a milímetro sus acciones para defenderse. El tiempo corría veloz para su alrededor, para los demás pacientes que paseaban con los enfermeros, para las aves que cruzaban el cielo sobre sus cabezas y para el rumor seductor de los árboles contra el viento. Corría imperdonable para todos menos para ellos.


El agarre a su quijada se ajustó haciéndole entrecerrar los ojos adolorido. De inmediato le soltó. HongBin dejó caer la jeringa dentro su bolsillo. TaekWoon cruzó las piernas, prestando su atención al suelo.


—Aún no lo sé —paseó tímidamente los dedos sobre los botones amarillos florecidos entre las gruesas raíces del árbol. Diminutas y cándidas eran protegidas de la lluvia y el sol inclemente bajo el frondoso follaje. Escondidas entre el musgo y las raíces nada malo les podría suceder.


Quisiera ser como ellas.


Apretó los dientes y la arrancó de cuajo, muriendo de inmediato en sus yemas.


••••••


El trabajo en oficina era tedioso. Ya rondaban las ocho de la noche y HongBin aún tenía expedientes que rellenar. Uno de esas carpetas ligeramente separada del resto. Su caso particular. Bostezó agotado. Comenzaban a escucharle el arrullo del viento en la ventana y los sollozos escaleras arriba.


Así era todas las noches.


Un infierno de indiferencia.


La puerta se abrió. Era su supervisor de planta. El único encargado de aquel lugar, que pese a estar alejada del edificio por un camino de hierba parecía un universo alterno. Aquí las lágrimas eran diarias, el silencio incuestionable y la soledad rutinaria. El joven de piel morena y cabello negro clavó sus ojos sagaces sobre él y apoyado del marco de la puerta sorbió de su café ya frío.


—¿Cómo sigue Proyecto Y? ¿Has logrado sacarle algo? —preguntó HakYeon reconociendo esa carpeta amarilla sobre el escritorio. HongBin bufó y cerró una de las carpetas y soltó el bolígrafo.


—Su nombre es TaekWoon… —le recordó cansado. Le incomodaba que se refirieran al puñado de pacientes recluidos con códigos, pero en este caso no era eso siquiera. Era un Proyecto. ¿De qué? No podía preguntar, o no quería atrever a hacerlo— No tiene nada diferente a una depresión como cualquier otra, ¿en serio es necesario esto? —murmuró rascando su nuca con indecisión.


—Deja de torcer la conversación a eso, HongBin —replicó HakYeon con su gélido trato. El enfermero bajó la vista y abrió la carpeta, releyendo una y otra vez esa frase, como queriendo convencerse de que era eso: un proyecto. No un ser humano— Sabes bien cuáles son las órdenes, ¿no? —escuchó apenas más suave, apenas más amable.


—Sí —susurró pasando el índice sobre la fotografía de TaekWoon. Algo le aseguraba que su sonrisa era hermosa. Que había algo más allá que un código y que ojos huidizos.


—Entonces cierra la boca y acátalas —escuchó sobre su cabeza haciéndole apretar los puños. No, no podía— Ya la decisión fue tomada.


—Pero, HakYeon… es una persona… —balbuceó girando en la silla para mirarle, persiguiendo un atisbo de humanidad en el supervisor.


—Una persona que nadie visita y que a nadie le importa —acabó su vaso de café y fue a tirarlo en la papelera. Deslizó los dedos secando sus labios y fue hasta la puerta— Y que nadie reclamara si desaparece.


—HakYeon, una pregunta —llamó antes de que saliera.


—Dime —le miró por sobre el hombro.


—En los registros policiales dicen que en el accidente había tres cadáveres… O bueno, restos de un tercero —sacudió la cabeza, pasando las páginas del grueso expediente, decorado mórbidamente con aquellas imágenes grotescas. Fotografías de dos cadáveres nada más— Un hombre, de veintiséis años —releyó del registro— ¿Quién era?


—Su novio —le respondió. HongBin enarcó la ceja, pero no atrevió a mirarle— Murió en el acto, su cadáver fue un desastre, la policía prefirió no revelar a la luz pública las fotos del cuerpo desmembrado —un escalofrío le erizó la piel, recordando el relato de TaekWoon sentado en medio de la autopista. Salpicado de la sangre de quienes alguna vez amó y recordó, mirando a la nada. Sus dedos ensortijados entre los cabellos apelmazados de sangre de su padre, madre o amante— Una pena, era un gran chico, ¿no crees? Pensaban en viajar a Estados Unidos y casarse. Una luna de miel en Jeju o Hawái, la verdad, nunca lograron ponerse de acuerdo… —suspiró encogiendo de hombros.


—¿Cómo sabes todo eso, HakYeon? —preguntó. El moreno sonrió, viéndose apenas el trazo de sus labios.


—Porque ese hombre de veintiséis años era yo —confesó. HongBin palideció y dejó caer la carpeta al suelo. Sus manos comenzaron a temblar. Su respiración se precipitó y el pulso se detuvo. Con las pupilas erráticas intentaban mirar al hombre que le sonreía como si se tratara de una burla. Pero no, no era aquello— No es desde ahora que tenemos interés en Proyecto Y, HongBin —su voz aterciopelada arañó sus oídos haciéndole estremecer. Clavó sus ojos a las fotos, a los cadáveres, a la carencia de uno, al recuerdo de TaekWoon tomándole de la cara, a sus ojos mismos negros como el purgatorio y la mentira que se ceñía sobre ambos— Y, sí, hemos recurrido a métodos poco ortodoxos para lograrlo. Así que, haz bien tu trabajo o ese expediente tendrá una página nueva —la puerta se cerró.


Se dejó caer en el suelo con las manos saturadas de hojas.


Las apretó débilmente.


Este era el infierno.


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