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Kaleidoscope por CrawlingFiction

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Kaleidoscope


Capítulo 2: Flores amarillas.


 


La primavera apenas y se hacía notar. El frío, las lluvias y lo grisáceo del ambiente prevalecían. HongBin estaba más que acostumbrado a ese panorama monocromático e indiferente, cada día se hacía inmune al blanco, al cemento y al enfermizo verde pálido que fracasaba en darle algo de viveza a los pabellones. Algunas paredes estaban desconchadas, con rayones, heces, vómito y sangre. Paredes que por su cordura evitaba detallar de más. Sin embargo, las paredes de TaekWoon eran blancas. Tan blancas que daban miedo. Más miedo que aquellas evidentemente arruinadas.


—¿Qué significa eso? —murmuró sentado en el suelo recargando el mentón a sus rodillas. Él no era tonto, sabía que tenía mínimo interés en aquellos gráficos.


—En el Hospital… todos estamos sorprendidos por tu manera de sobrellevar los traumas, eres alguien muy fuerte —le dedicó una sonrisa confortable. Señalaba entre hojeadas los apuntes y resultados. Los cuales eran una mentira, como todo allí.


—¿Está eso bien? —parpadeó.


—Pues, parece que sí —su sonrisa se hizo vacilante por un segundo— ¿No crees que la vida sería más sencilla si nada nos afectara? —TaekWoon ladeó su cabeza y subió sus ojos vacíos a observarle fijamente— Si nadie nos hiciera llorar, si nada nos produjera miedo o dolor… —musitó reflexionando ello para sí mismo también.


—Es triste —HongBin le miró extrañado.


—¿Sabes lo que es estar triste? —preguntó.


—No realmente, pero ha de ser algo así —sus ojos se clavaron como una daga, haciéndole incomodar. ¿Sospechaba? Nervioso el enfermero se puso de pie y le ofreció la mano.


—Vayamos al jardín sur, allí hay una cafetería.


Estiró la mano y tomó de la suya.


No permitió que la llovizna primaveral estropeara sus planes de un café. Con un paraguas en una mano y la de TaekWoon con la suya le guio sobre los caminos verdes encharcados. Miró de reojo como esos ojos lánguidos y negros parecen centellar ante lo novedoso de caminar bajo la lluvia. Tantos años encerrado, sin siquiera una ventana. Sin siquiera un amigo.


—¿Y tu familia? —preguntó tras el primer sorbo de café. Había poquísimos pacientes dentro la cafetería. En efecto, era un lugar inaccesible para ellos. Pocos tenían tal oportunidad. TaekWoon miraba atentamente a la taza de latte vainilla frente de él. Lo olisqueaba interesado cuan cachorro conociendo el mundo.


Al menos algo parecía llamarle la atención. Lo anotó mentalmente.


—Fallecieron —respondió acercando de más la nariz a la orilla de la taza, manchándose la punta con espuma caliente.


—Sólo tus padres —TaekWoon asintió aletargado y sorbió su café— ¿No tienes a nadie más cerca? ¿tíos, abuelos, hermanos? —insistió.


—Me enviaron acá —HongBin frunció el ceño.


—Y, ¿qué piensas de ello? —apretó los puños.


—Debía morir ese día —HongBin inclinó y deslizó el pulgar a su nariz mojada.


—Y, ¿qué piensas tú? —el pelinegro se encogió en su silla.


—No lo sé —se limitó a responder.


—¿Los extrañas? —interrogó.


—No lo sé… —y así, así era la manera en que volvía a cerrarse. El hombre contuvo un bufido y asintió, mirando de soslayo a su carpeta de apuntes en la silla de al lado.


¿Por qué tenían a este chico retenido aquí?, ¿por qué no podía salir ni a ver el sol?, ¿por qué le hacían esto a un inocente?


Bebió su café de un trago y apretó el asa de la taza.


No entendía nada.


Por más que lo intentara…


No entendía nada.


El sol asomó débil de entre las espesas nubes. Sus rayos blanquecinos no brindaban mucho calor. Ya el frío estaba insertado entre las paredes y pasillos del Hospital.


—¡Mira! —exclamó señalándole las florecillas que ribeteaban los caminos verdes. Dar una vuelta extra les había llevado con ellas. El rocío era diamante y perla— Qué raro que hayan florecido antes de tiempo, el frío las tendría que haber matado —reconoció


—Son amarillas —murmuró.


—Son hermosas, resaltan bien, ¿eh? —le insistió. TaekWoon asintió apenas.


—Sí, lo son —HongBin miró a los lados y jaló de su mano, haciéndole sentar en el césped mojado.


—Hagamos coronas —ofreció con una sonrisa amplia y entusiasta— ¡Hay decenas! —arbustos de florecillas estaban a sus espaldas, haciéndole cosquillas su pijama gris.


—Está bien —cabizbajo cogió un puñado de flores, entrelazando sus largos y flexibles tallos con tranquilidad. Dudoso se sentó sobre el mojado, frío e incómodo césped, había estimado otra reacción. Su plan de sacarle poco a poco de su zona de confort para evaluarle no era efectivo.


—¿A qué no es divertido? —rio haciendo un pésimo intento de tejer una delgada corona de flores.


—Sí… —se mantuvo cabizbajo, pero logro verlo. No, no estaba loco. ¿Le había sonreído? Un gesto tan minúsculo pero reconfortante. Para él sería una sonrisa. Una hermosa sonrisa.


—Sonreíste ¿te burlas de mí? —le codeó suavemente, fingiendo enojo y saliendo de su papel de enfermero diligente— Soy de ciudad, no sé muy bien estas cosas, ¡pero hago mi esfuerzo! —TaekWoon asintió, como dándole razón a los locos. Tenía sentido del humor, uno muy sutil, pero lo tenía. Su corazón latía emocionado, ¡estaba reaccionando!


—No, son bonitas, te quedarán bien… —musitó terminando con una lazada. Sacudió el exceso de agua y se la puso sobre la cabeza. El agua fría escurría entre sus cabellos. Era una sensación rara pero refrescante, como ese atisbo de sonrisa de niño.


—No, no, esa es tu corona, debes usarla tú —rechazó amablemente con una risita avergonzada. El pelinegro se rehusó y se la volvió a colocar.


—Nadie podría verlas si las tuviera yo —el enfermero asintió cabizbajo. Un nudo en su garganta se formó. Miró a la carpeta cerrada en su regazo y suspiró— Son bonitas. Úsala.


—¡Y bien!, ¿cómo me veo? —estiró los brazos y posó tontamente para hacerle reír. No logró eso, pero se esforzaría en obtenerlo pronto.


—Lindo.


Otra de esas sonrisas minúsculas floreció de sus labios.


Pequeña y endeble como esos botones amarillos, hermosa como ellos.


¿Podría forzar ese caparazón hasta romperlo y conocer al verdadero TaekWoon?


De momento, se le hizo un sueño.


••••••


Presionó los dígitos y destrabó la puerta. Dejó los zapatos y el paraguas en el pasillo y caminó hasta la cocina. Tiró la mochila por ahí y se sirvió un vaso de agua. Los pasos perezosos de su compañero de piso fueron la bienvenida.


—¿Cómo te fue? —preguntó a modo de saludo SangHyuk entrando a la cocina para tomar una lata de refresco. La abrió y recargado de la puerta del refrigerador le dedicó una mirada perspicaz— Supondré que bien porque tienes flores marchitas en la cabeza —comentó encogiendo de hombros y dándole un sorbo. HongBin miró sobre su cabeza y se quitó el adorno de un manotazo.


—¡Oh! Olvidé quitármelas al cambiarme —excusó rápidamente. Pétalos cayeron al suelo de la cocina, dándole un poco del color que aún exudaban. SangHyuk contuvo una risita extrañada y la tomó de su mano, detallándola minucioso.


Su compañero de piso era una extraña mezcla del típico compañero tranquilo y un arma letal de bromas pesadas. El joven policía era como una bomba sin reloj.


—¿La hiciste tú? Digo, para dejar de creerte cuando huyas de las tareas con eso de que no sabes ni freír un huevo —entornó los ojos para después aguzar la mirada— No que muy manazas, ¿eh?  —brusco se la quitó de las manos.


—Me la regalaron —justificó para zanjar el tema. Bajó a detallar la corona. Ciertamente, pese a la modestia de sus flores era preciosa. Era especial— Me la regaló un paciente…


—¿Un paciente? —interrumpió con un deje de incredulidad. HongBin acarició los pétalos, haciéndolos deshacer entre sus yemas.


—Era pintor… —relató con cierta solemnidad— Llegué a ver sus obras; fotos de ellas en el reporte. Eran hermosas… muy coloridas. Muy amarillas —liberó los hombros tensos y suspiró, llevándose la mano a la cara— Hasta ese horrible accidente. Sólo él quedó y el resto de su familia se deshizo de él. No entiendo… ¿por qué? —Hyuk bebía en silencio de su refresco, atento a sus palabras. No eran estoicas y ajenas al dolor que debían evocar esos recuerdos— Los paramédicos dijeron que miraba a la nada, cubierto de sangre. En medio de la autopista, entre los restos de su papá que voló fuera del parabrisas…


—¿Un shock, tal vez? —murmuró. No sabía nada de estas cosas, pero de lo poco que le exprimía durante el día a día a HongBin le era interesante. El enfermero negó vacilante.


—Al parecer, no —sacudió la cabeza y salió de la cocina, deteniéndose en el pasillo— Lo enviaron por depresión crónica, pero sus evaluaciones tienen tantas contradicciones, Hyuk. Parece no sentir nada, físico, emocional, nada —enumeró frustrado— El que estaba antes de mí no aguantó. Le daba miedo.


—¿Qué miedo puede dar? Te hizo una corona de flores —intentó aligerar el ambiente con una risita— Parece más bien un niño pequeño y perdido —apretó la lata hasta deformarla y la tiró al cesto. HongBin asintió quedo, esbozando lentamente una pequeña sonrisa.


—Me sonrió… Fue una sonrisa tan pura que se me hizo un nudo en la garganta —Hyuk asintió comprensivo. El castaño suspiró— ¿Por qué? —dejó escapar, necesitado de una respuesta. Alguna respuesta a ese tormento que se reproducía una y otra vez entre sus pensamientos.


—¿Por qué qué?


Sacudió la cabeza y sonrió olvidando el tema.


La seguridad de SangHyuk correría peligro si abría la boca.


Era una cruz que debía cargar a solas;


La de ser el Judas de Jung TaekWoon.


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