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Una Eva y tres patanes por Charly D

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Estaba sentado frente a mi escritorio, aguardaba mientras miraba atentamente la puerta, era cuestión de segundos para que ésta se abriera y diera paso a aquella indeseable persona, en lo que aguardaba me dedicaba a repasar aquel episodio de mi pasado, aquel momento exacto en el que me jodieron la vida, aquel instante en el que mi existencia tomó un rumbo completamente opuesto al que yo tenía previsto, cerraba los ojos para recordar cada mirada, cada palabra, cada carcajada; inspiraba y a mis fosas nasales llegaba el olor del aromatizante manzana-canela que se esparcía automáticamente por acción aquel aparato en la esquina de la habitación. Pronto escuché el sonido del picaporte, por fin había llegado, sonreí de lado, ya lo esperaba.

 

– Buenas tardes – saludó aquel sujeto con mirada apesadumbrada y vestido con ropa vieja y barata, por fin se presentaba ante mí.

– Bienvenido, Gustavo – acentué mi sonrisa, iba a disfrutar este momento.

– Aquí me tienes – mencionó con voz deprimida, iba a sentarse cuando yo hablé.

– No te he dado permiso para que te sientes en mi silla – le hablé secamente, con su semblante confundido me observó estando a punto de tomar asiento.

– Disculpa – resignado y cerrando los ojos pesadamente se incorporó para quedarse de pie.

– Te hice venir porque has estado muy insistente, anda, dime ¿Qué deseas? – me acomodé en el respaldo de mi fino sillón ejecutivo, ansiaba escucharlo.

– Por favor, te lo ruego, ya no tengo palabras para pedírtelo, libérame de todo esto, te lo suplico – con su voz masculina entrecortada me hablaba.

– ¿Liberarte? ¿De qué? – le cuestionaba con sobrado tono de ironía.

– No me hagas esto, ya me has hecho demasiado daño – atribulado y con ojos llorosos me veía, así lo quería ver, derrotado, desesperanzado.

– ¿Cuál daño? Yo no te he hecho ningún daño, solo me encargué de cobrar una deuda pendiente – con tono amistoso le comencé a hablar.

– Alan, te lo ruego, mi familia la está pasando muy mal, ellos no tienen la culpa de nada – me hablaba esperando lograr algo.

– Tu familia cargará con las culpas de un ser tan despreciable como tú, nunca imaginaste que este resentimiento llegara hasta ellos ¿cierto? Bueno, pues es un poco de lo mucho que te falta.

– ¡Déjanos en paz! – arrastrado por la desesperación se atrevió a gritar.

– ¡¿Y de cuando acá una basura como tú me dice lo que debo o no hacer?! – sumamente ofuscado me levanté del sillón, caminé a largos pasos y estando frente a ese tipo lo empujé con ambas manos – ¿De cuándo acá la escoria tiene voz? – su mirada se notaba cansada, se arrepentía del valor que acababa de tener – ¡Habla! – le miraba atentamente, él en cambio me desviaba el rostro – Lo suponía – me giré y lentamente regresaba a mi lugar.

– Por favor Alan, fue una estúpida broma de juventud, algo que ya pasó, ten un poco de consideración, mi esposa, mis hijos, ellos no tienen la culpa de mi mala acción – me miraba con ese gesto tan conocido por mí, rogaba clemencia.

– ¿Eso lo consideras? ¿Una estúpida broma? – Comencé a reírme ante sus palabras – Una broma no es capaz de reventar a una persona por dentro y por fuera, una estúpida broma, como tú le llamas no destroza la vida de las personas, una broma no es capaz de convertir a un ser humano en un monstruo, te asustas de lo que hago, ¿De qué te quejas? Si tú ya estás en el infierno, y te juro por lo que más quieras que no me voy a detener hasta que pagues cada lagrima derramada, cada amargo recuerdo, cada posible final feliz que no tuve, me vas a pagar con sangre esa estúpida broma – encolerizado lo miraba, era tanto mi rencor que no me iba a detener con ninguno de esos cuatro, los cuatro por igual me pagarían muy caro lo que hicieron, estos años han sido un verdadero calvario para ellos y lo iba a seguir siendo.

– ¿Qué más quieres de mí? – derramando unas lágrimas me miraba – He perdido todo cuanto he podido lograr, me tienes viviendo al día, cada empleo, cada oportunidad, cada esperanza que tengo te encargas de arrebatármela, me has cerrado todas las puertas, me has perseguido, no tengo dinero ni un hogar estable qué ofrecerle a mi familia, por favor, termina con esta venganza, sé que lo que hice estuvo mal, pero ya pasó, seguramente Evan ya…

– ¡No te atrevas! ¡Nunca! ¡Jamás en tu vida te atrevas a mencionar su nombre con tu asquerosa boca! ¡No se te vuelva a ocurrir ensuciarlo con tu horrible voz si no quieres que te muela a golpes aquí mismo! – ninguno de esas escorias lo volvería a tocar ni siquiera con la voz, aunque hace mucho tiempo le perdí la pista, no voy a permitir que se atrevan a seguir mancillando su recuerdo.

– Perdona, no ha sido mi intención, solo por favor, déjanos en paz.

 

Disfrutaba verlo así, destruido, eso y más se merece, nunca en estos años he olvidado aquella noche, aquellas escenas llenas de tristeza y rabia, aquel pobre muchacho hecho pedazos, llorando incontrolablemente frente a mí y yo sin poder hacer algo. Me iba a acercar cuando la puerta de mi oficina se volvió a abrir.

 

– No sabía que estabas ocupado, pero quiero hablar contigo, señor ¿sería tan amable? – mi esposa con el brazo le indicaba a esa basura que se retirara.

– Mi amigo y yo no hemos terminado – dije con burla.

– Continúa tu plática otro día, por favor – volvió a mirar a Gustavo.

– Gracias señora – limpiándose los lagrimones salió del lugar y tras de sí ella cerró la puerta.

 

Cuando nos quedamos solos en la habitación ella se dedicó a mirarme fijamente, más de una vez su mano salvó a esos cretinos, sé perfectamente que ella los ha ayudado en ciertas ocasiones, no soy imbécil como para no darme cuenta de ello, lo que acaba de ocurrir es un ejemplo claro, ella sabía quién era el sujeto al que despachó, por supuesto que lo sabe, continua observándome escrutadoramente, sonriente le sostengo la mirada, ella comienza a negar con la cabeza.

 

– ¿Hasta cuándo seguirás sumido en esa absurda venganza de juventud? – con su tono conciliador me pregunta.

– ¿Eres tú quien me cuestiona algo así? – me rio de su desfachatez.

– Por supuesto, tengo toda la autoridad moral para hacerlo.

– Supongo que sí, santa Bárbara de Bernardi tiene todo el derecho moral de cuestionarme – le digo burlescamente.

– No, no soy una santa, pero al menos yo no le hago daño a nadie – me dice con autosuficiencia.

– ¿A nadie? ¿Y qué hay de mi hijo? A Josué le haces daño.

– Claro que no, yo le he hablado con la verdad solamente.

– Es mi hijo.

– Tu sabes la verdad sobre eso, no te quieras hacer el loco – me mira con hastío.

– No creo que le haga nada de gracia que le hables de ese muerto de hambre.

– Es justo que lo haga, debe saber su origen.

– Es mi hijo.

– Y mío también, por lo mismo no estoy dispuesta a mentirle jamás, y justo de eso te vengo a hablar.

– ¿De qué?

– Deja de intentar prohibirle hablar sobre el tema, es natural que deseé saber más sobre su pasado.

– No voy a dejar que ensucies su mente con los relatos de ese pobretón.

– No hables así  de él – me miró con molestia, mi mujer lo defendía de nueva cuenta.

– ¡Vaya! La santa Bárbara de Bernardi no puede olvidar a su estúpido amor de juventud – no pude evitar soltar la carcajada. Lentamente se acercó a mi escritorio, y recargándose sobre él me miró fijamente.

– El estúpido que no ha podido olvidar al suyo es otro, porque yo reconozco que no olvido a Adán, pero tú ¿puedes reconocer abiertamente que no olvidas a ese intocable Evan? – lanzó su pregunta para luego incorporarse, sin esperar una respuesta caminó a la salida y se marchó, no sé cómo, pero ella sabe demasiado, más de lo que yo quisiera…

 

 

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La lluvia había arreciado su ritmo, era un aguacero torrencial, las copas de los árboles se movían sin cesar, grandes charcos se formaban en medio del pasto, aquella lamina de zinc crugia como si quisiera romperse, en medio de aquel prado solitario y verde, dentro de aquella casucha, él y yo, Adán abrazándome con fuerza mientras me besaba en los labios, a pesar de lo viejo que soy y la experiencia que se supone debo tener ninguna persona me había besado en la boca, hasta ahora. Podía sentir cierta calidez y mi corazón latiendo fuertemente, tan fuerte que tal vez podía percibirse desde el pecho contrario, abrí los ojos, no podía, no debía, separé mi cara de él e intenté alejarme.

 

– ¿Qué haces? – tratando de encogerme para distanciarme lo más posible, le lancé aquella pregunta.

– Te acabo de besar, eso hice – con esa autosuficiencia que caracteriza a este rufián, me contestó.

– ¿Por qué? – me removía para soltarme, di un par de codazos al aire y me zafé de su agarre, aguardaba una respuesta.

– ¿Es que no es obvio? ¿En verdad no lo notas? – su gesto de burla cambió a uno de seriedad.

– ¿De qué hablas? – seguía temblando, no solo por el frío que sentía sino por el frenetismo de lo que acababa de ocurrir.

– Me gustas, Evan – dijo mientras me miraba fijamente, quería ver en qué instante dejaba al descubierto su broma y soltaba esa horrible risotada, pero no lo hizo.

 

Tres palabas, una frase bastó para descolocarme, para dejarme alterado y sin saber exactamente qué decir, lo miraba, me sentía extraño, deseaba salir corriendo y escapar, pese a no saber dónde estaba lo hubiera hecho de no ser por la lluvia y los rayos. Mi mandíbula se movía víctima de la falta de calor que experimentaba.

 

– ¿Por qué dices eso? – dije al momento de estar temblando.

– Ven, te va a hacer daño sentir tanto frío – me extendió su mano, pero no me iba a acercar.

– No, no sé qué me vayas a hacer – comenté receloso, estamos solos y ahora no sé frente a quién estoy.

– No te haré daño, te lo prometo – seguía acercándome su brazo.

– No, no sé qué buscas, pero no te va a salir, no me vas a engañar – la vida misma se ha encargado de hacerme ver la realidad, personas como Adán son muy similares a Alan, él fue capaz de destruir parte de mi vida, de ninguna forma permitiré que me destruyan lo poco que he levantado en mí, no lo permitiré.

– ¿De qué hablas? – su ceño se frunció.

– No te permitiré que me destruyas como ya lo hicieron, un te quiero, un me gustas, son tan iguales, tan falsos, tan peligrosos que son capaces de matar, de desmoronar una vida que solo quería ser feliz – mis ojos comenzaron a arder, no era lluvia lo que resbalaba por mis mejillas.

– Evan – dio un paso pero de inmediato retrocedí.

– ¡No te acerques! – Levanté mis brazos a modo de defensa – Ahora falta que yo caiga y en cuando me descuide tus amigos y tú vengan hacia mí para hacerme pasar el peor momento de mi vida, ¿eso quieres? ¿Tan mal te caigo que me besas para engañarme y que puedas hacerme daño a tu gusto? ¡Pues no! ¡Ya caí una vez y no pienso volver a hacerlo! El amor es la más dulce trampa para matar gente, no pienso volver a ser atrapado por ella, esta vez no me van a engañar – dije sumamente irritado, esas manos, esas risas, esos harapos, aquella noche volvía a mí, podía percibir el aroma de sus perfumes, sus manos intentando arrancar mi ropa, estaba a su merced, me iban a hacer pedazos, eran como chacales frente a un pedazo de carne, me iban a devorar – No, no por favor ¡No! – me perdí en esos recuerdos, en aquella fatídica noche.

 

 

 

 

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Lo miraba, algo malo estaba ocurriéndole, se arrinconaba cada vez más, ni siquiera me miraba, resultaba claro que se trataba de una lucha interna, Evan peleaba consigo mismo, y vaya que me preocupaba, estaba tomando una actitud muy parecida a la que tuvo en el club aquella ocasión en la que se peleó con los bailarines. Ahora sí lo tenía claro, a Evan algo terrible le ocurrió, algo tan malo, tan espantoso que lo traumatizó al grado de perderse en él cuando lo recuerda a este nivel, y me siento la mierda más grande del planeta al saberme responsable de que ese sórdido episodio de su vida haya regresado.

 

– Evan, escúchame – intenté hablarle con calma, pero él se dejó caer y se abrazó mientras lloraba – Evan, estás a salvo, mírame, no tengas miedo – era como un animalito asustado, seguía protegiendo su cuerpo con sus brazos y piernas, era su modo de defensa.

– No, no. Déjenme por favor, déjenme – ¿Déjenme? Esto me está preocupando más, esto quiere decir que no fue solo una persona, una partida de malditos le hizo daño. Siento mi sangre hervir como pocas veces, quiénes habrán sido los malditos desgraciados que pudieron hacerle daño a una persona tan noble como Evan – Hey, pequeño, estás a salvo, tranquilo – le hablaba, no creía pertinente tocarlo, pero no podía dejarlo así – Evan, mi amor, tranquilo, estás a salvo pequeño, no temas – comenzaba a sollozar, continuaba temblando, seguía escondido entre sus brazos y sus piernas, pero la tensión de sus extremidades iba cediendo poco a poco – Eso, tranquilo, nadie te hará daño, no lo permitiré, ven – levantó su cara bañada en llanto, su boca hacía un puchero, realmente parecía un niño aterrado, le extendí mi mano, me vio durante unos segundos y me entregó la suya, con cuidado lo levanté y abracé a mí, en ese momento, Evan volvió a llorar, lo hacía escondido en mi pecho, me doy cuenta que a veces las personas más buenas son las que más sufren, y si pudiera me las pagarían esos animales que le hicieron daño a este chico tan bueno.

 

 

 

 

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Estoy bajo en dintel de la entrada principal, la señora María ha sido muy amable conmigo y con ese muchacho, Alejandro, él platica con la mamá de Evan, yo mientras miro hacia afuera mientras jugueteo en mi mano con un maíz, llueve con mucha fuerza, seguramente donde están aquellos dos el aguacero es igual, ojalá esté bien, no deseo que ese bruto le haga daño a la persona que me tiene de esta forma, enamorado.

 

 

– Regresa pronto, porque soy capaz de ir a buscarte – dije mientras arrojaba el grano de maíz al charco que se había formado frente la casa, me había resignado a que se lo robara, pero no lo voy a perder sin intentarlo, de ninguna forma, a Evan lo quiero a mi lado, sé que seríamos muy felices, al menos intentaría hacerlo así, miré de nueva cuenta al ennegrecido cielo, seguiría esperando…

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

Notas finales:

 

¡Gracias por tu lectura!

 

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