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Una Eva y tres patanes por Charly D

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Notas del capitulo:

 

Cerca del final...

 

¡Gracias!

 

 

 

 

Llegué tan rápido como pude, tenía que ir cuanto antes para poder hacer todos los trámites correspondientes. Resistía las enormes ganas de llorar que tenía, debía aguantar, no podía darme el lujo de derrumbarme, no debía, no podía caer. Mi mamacita, lo único que me quedaba, desde niño aprendí a vivir sin papá, por lo mismo toda la vida he tenido a mi mamá, el ser más bueno y dulce del mundo, mi querida madrecita. Se me estaba yendo y no podía evitarlo, aunque quisiera no podía lograr que estuviera tan sana como deseara, cambiaría mi salud por la de ella sin pensarlo, pero es algo que no se puede.

 

Apenas llegué y corrí sin saludar a nadie, me tenía que apresurar, mamá estaba esperándome. Me encontraba frente a su puerta, sé que le molesta que abran sin tocar, pero no me importaba, debía hablar con él sí o sí.

 

– ¡Ashley! – casi grité a lo cual él, que se encontraba sentado en su sillón levantó la cara y me miró con cierta irritabilidad.

– Se supone que debes tocar – iba a decirme algo más pero no tenía tiempo de escucharlo.

– Mi mamá se muere, tengo que ir con ella – le dije con la voz entrecortada.

– ¿Y qué se supone que haces aquí? – con su voz seria me preguntó mientras se levantaba.

– Tenía que…

– ¡Vete! No pierdas más tiempo – se acercó a mí y me dijo con premura.

– Es que… yo… – no sé por qué lo hice, pero me hallaba en el trabajo avisando que me iba a ir, tal vez porque mi mamá me educó para ser responsable, aún en situaciones como esta seguía poniendo en práctica lo que él me enseñó.

– ¿Necesitas algo más? – me preguntó el jefe.

– No, nada – suspiré como si me quitaran un peso de encima.

– Me doy cuenta que sufres y este no es momento para palabrería, solo déjame sugerirte que cuando llegues con tu mamá le des un beso en la frente y le digas cuánto la amas, que hizo un excelente trabajo – lo miré, no quería llorar, no debía hacerlo, pero mis ojos me traicionaron, una gruesa lagrima se escurrió por mi mejilla.

– No quiero que se vaya – mi labio inferior tembló, como de costumbre cuando lloro.

– A veces es lo mejor, cuando una persona ya cumplió su tarea debe irse, no tengas miedo y ayúdale a ver que te deja fuerte y entero – se acercó y me abrazó fuertemente – Es momento que le dejes claro que tiene un hijo aguerrido y que lucha – asentí al momento que me reconfortaba.

– Gracias Ashley, perdón por todo, por dejar el trabajo inconcluso.

– Fer se hará cargo, vete ya, que te están esperando – me palmeó el hombro y me señaló la puerta.

– En verdad gracias – limpié mis ojos y solo moviendo la mano me despedí de mi compañera, era momento de ir con mamá y estar a su lado.

 

 

 

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Caminaba sonriente, silbaba, hoy era mi día de suerte, ese abogadito torcido me las iba a pagar, cuando su novia hizo que mi vieja se fuera de mi lado con todo y mis hijos juré venganza, maté a esa mujercita, esa maldita que me quitó todo, pero el muy méndigo del licenciado luego de mandarme al hoyo rehízo su cochina vida y se consiguió a ese poca cosa de Evan, aunque el chavo ni un lazo le echa, era momento de dar el primer golpe, ir contra Evan, lo que más quiere el abogadito.

 

Como de costumbre me puse la gorra para que no me reconocieran, llegué a ese lugar donde trabaja el penco ese, sonreí como pocas veces, luego de tanto planear, de tanto trabajarlo iba a caer, iba a ser mi momento final. De solo pensar en el abogadito chillando mis ojos brillan de placer, deseo tanto verlo derrotado, verlo acabado… verlo muerto. Caminé con más ganas hacia la compañera de ese menso, se me hizo raro no verlo, de seguro fue al baño o a comprar el café para el jefe ese que tiene nombre de vieja.

 

– Buenas tengan todos – dije como de costumbre, la chava esa me miró y sonrió.

– Buenos días señor – ya casi, casi…

– Hola muchacha, vengo a traerles las galletitas de la mañana.

– ¡Ay qué rico! ¿De qué trae hoy? – se acercó la vieja y comenzó a rebuscar en mi canasta, yo desde antes saqué el paquete ‘especial’

– Escoge el que quieras, muchacha, pero estas son del Evan, me dijo que le trajera unas de estas cuando las tuviera – mostré la bolsita de mi triunfo.

– Se ven muy buenas, de seguro le gustarán.

– Sí, ¿verdad? Se las quiero dar en su manita, pa’ que vea que yo si cumplo – sonreía feliz, muy feliz.

– Si quiere yo se las entrego – me estiró la mano para que se las diera, ¡ni loco! Yo iba a ser quien lo matara, por mi puño él iba a caer.

– No muchacha, yo quedé en entregárselas – comencé a mirar de un lado al otro de la oficina para hallarlo, pero ni rastro de él – ¿Se va a tardar? – pregunté sonriendo.

– Ay señor, pues Evan se fue y no sé cuando regrese – me dijo mientras seguía revolviendo mi canasta, la cual le quité con fuerza mientras mi felicidad se iba por el caño.

– ¿Qué dices? – la miré con furia.

– ¿Le pasa algo? – me vio asustada la babosa.

– ¿Dónde está? – estaba furioso, ¿Dónde carajo se había metido ese imbécil?

– Discúlpeme, pero no le puedo decir eso – se hizo para atrás, más le valía decirme la verdad.

– ¿Dónde se metió? – me acerqué y ella se arrinconaba.

– Señor, me está asustando.

– Más te vas a asustar si no me dices donde se metió tu compañero – apretaba el puño que tenía libre, no se me iba a caer todo el plan, no trabajé todo este tiempo para nada.

– ¡Ashley! – la vieja gritó como loca, ahí entendí que había regado todo – ¡Ashley! – volvió a gritar y el tipo salió.

– ¿Qué pasa? – el penco me vio y de inmediato se acercó.

– Buenos días – saludé pero ya de nada servía, todo se había arruinado.

– Salga inmediatamente de aquí si no quiere que lo saque o que la policía lo haga – esa maldita palabra me hizo retroceder, la policía.

– No se moleste caballero, no es pa’ tanto, solo preguntaba unas cosas – me aclaré.

– Quería saber dónde está Evan pero le comentaba que esa información no se la puedo dar – la vieja se oía asustada.

– Es verdad, váyase ya si no quiere problemas – el hombre ese me podía fregar, lo mejor era cortar por lo sano.

– Ustedes disculpen, me retiro – di media vuelta tratando de apaciguarme, ¡maldita sea mi suerte! ¡Maldito Evan! Acabas de hacer tu final más horrible de lo que iba a ser, apreté los dientes por la rabia que sentía, pero juro que me las pagará…

 

 

 

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Luego de poco más de un par de angustiosas horas, llegué a mi pueblo, ese lugar que tantas y tantas veces había querido visitar, aquel sitio donde más seguro me sentía ahora era el espacio donde menos deseaba poner los pies. Desde pequeño me acostumbré a que mi papá nos hubiera dejado solos, pero quedarme sin ella sería devastador. Mamá me hablaba de lo bueno que había sido él, que la había amado desde el día que la conoció y que yo era su orgullo, recuerdo perfectamente cuando mi mamacita me contaba que papá me había puesto el apodo de ‘mi pulguita valiente’ pues nunca le tenía miedo a nada, empecé a caminar antes del año porque según ellos ya me urgía andar yo solo. Cuando papá me subió por primera vez a un caballo, siendo yo aún muy pequeño, mamá me cuenta que ella estaba muerta de miedo pero que yo sonreía feliz de la vida como si no le temiera a ese animal tan grande, para mi papacito yo era un niño muy aventurero, yo era su ‘pulguita valiente’.

 

 

Detengo mis pasos antes de llegar al sendero que me llevaría a casa, mi mamá esperaba por mí, pero no quería llegar, me negaba a estar a su lado porque sabía que sería la última vez que vendría a mi ranchito y que ella estaría esperándome. Suspiré, mi tierra, mi hogar, era lo que me daba fuerza cuando me derrumbaba, mi pueblo me fortalecía, ahora debía serlo, debía ser fuerte. Limpié las lágrimas que tenía en las mejillas y volví a andar.

 

Solo bastaron minutos para llegar a casa, afuera un par de vecinas tendían un par de blusas de mi mamá que seguramente ellas acababan de lavar. Les sonreí como pude y ellas solo asintieron, les daba lástima, sabían perfectamente que el final se aproximaba. Tratando de estar lo más sereno posible me adentré en mi casa, ahí mis amigos Vito y Gabito aguardaban sentados en las sillas del sencillo comedor, mientras la mamá de éstos calentaba agua.

 

– Buenas Trini – saludé a la señora y ella me sonrió tiernamente.

– Buena mijo – dejó lo que hacía y me abrazó – Se fuerte mijo, ella necesita verte entero – asentí mientras yo también la abrazaba.

– El doctor nos dijo que tu mamacita ya no va a resistir mucho – Vito con voz baja me dijo cuando me solté de su mamá.

– Entiendo – dije con esfuerzo y traté de aclarar mis llorosos ojos.

– Estamos contigo, amigo – Gabito puso su mano en mi hombro y le agradecí con la mirada.

– Voy a verla – suspiré y volví a tomar aire, debía mantenerme fuerte.

 

 

Entré a su cuarto, la luz del foco había sido opacada para que no lastimara los ojos de mi mamá, ella estaba acostaba en la cama, se veía muy frágil, más delgadita que antes. Su respiración era muy pausada, se notaba que le costaba hacerlo, es tan difícil ver cómo alguien tan importante se te está yendo y no puedes hacer algo al respecto por retenerlo, por pedirle a la vida cinco minutos más.

 

– Mamita, mamita, ya llegué – le dije lo más suave posible para no asustarla.

– Hijo – con pesadez me respondió – Mi niño – poco a poco abrió sus cansados ojos.

– Si mamá, ya llegué a visitarte ¿Cómo estás? – era la pregunta más torpe que pude haber hecho, pero deseaba escuchar su respuesta, que todo fuera una equivocación y que ella estuviera sana.

– Esperándote mi amor, no quería irme sin poder verte por última vez – sus ojitos llorosos me miraban con esa ternura que siempre me dedicaba.

– Qué cosas dices, al rato ya vas a andar danto vueltas por todo el rancho – me negaba a seguirle el hilo.

– Mi corazón, ante todo siempre siendo valiente – con mucho esfuerzo intentaba levantar su brazo para acariciarme por lo mismo yo me acerqué a ella.

– No te apures mami, aquí estoy, siempre estoy para ti – la miré con mucha tristeza, se estaba cada segundo que pasaba se apagaba más rápido.

– Me voy a ir muy tranquila porque… porque te dejo muy fortalecido, tardaste… tardaste mucho tiempo en salir de tu caparazón para ser realmente valiente.

– Mamá…

– Sé todo por lo que has pasado mi amor, todos tus sufrimientos, tus penas, los esfuerzos para haber mantenido mi vida hasta ahora, pero realmente ya estoy cansada… muy cansada, mi tiempo llegó y le agradezco a Dios el poder haberme dado vida para verte reconstruido, ilusionado y con esa esperanza tatuada en tus ojitos.  

– ¿De qué me hablas? – le pregunté no pudiendo mantener las lágrimas ocultas.

– No te hagas tontito… Lo sabes mejor que nadie… lo sabes muy bien – desvié la mirada, la entendía, ella me conocía mejor que cualquier persona.

– Han pasado muchas cosas – le contesté.

– Solo mantente firme y hallarás la mejor respuesta – me dijo mirándome a los ojos – Desde el día que supe que te tenía en mi vientre yo te amé, tu papá y yo fuimos las personas más felices del mundo, tenía dentro de mí a mi ‘amor chiquito’ y para tu papá su ‘pulguita valiente’ – la escuchaba y lloraba, ya no podía mantenerme fuerte, simplemente ya no podía.

– Mamá

– Cuando tu papá murió y me quedé sola contigo sabía que debía hacer el mejor esfuerzo, porque el día que él y yo nos reencontráramos me pediría cuentas de su ‘pulguita’ y tengo que entregarle los mejores resultados… Si él te viera seguro estaría muy orgulloso del hijo que tuvo, un muchacho bueno, responsable y muy amoroso… medio rebelde, pero ese es tu encanto mi amor.  

– Tú me hiciste así, me educaste bien – le acaricié su cabeza, tratando inútilmente de acomodarle aquellos cabellos que tenía un poco revueltos.

– Gracias por haber sido el mejor hijo de todos, mi Evan – me dijo y comenzó a llorar.

– No mamita, no llores – con mis dedos limpié sus lágrimas.

– No es de tristeza, es de orgullo, de lo feliz que estoy, es llanto de agradecimiento con la vida por haberme concedido un hijo tan maravilloso.

– Tuve la mejor mamá del mundo – la miraba, su respiración se hacía cada vez más lenta.

– Nunca hijo, nunca dejes que la vida te vuelva a dejar en el piso, nunca más lo permitas, lucha siempre, eres un vencedor, el orgullo de mi vida – me veía fijamente.

– Jamás me volveré a dejar vencer mamacita, jamás – la miraba y no podía dejar de llorar.

– Nunca olvides que te amamos, y desde donde estemos, tu papá y yo te bendeciremos – me dijo y mis sollozos aumentaron.

– Tranquila mamita, lo sé, dile a papá que estoy bien… Y no te preocupes por nada, yo me encargo, descansa mamacita hermosa, gracias por esta vida contigo, a tu lado…

– Ismael…– giró su cabeza al frente, dejaba de mirarme para ver a otra dirección mientras decía el nombre de mi padre.

– Adiós mamacita – luego de decirlo me tapé la boca con las manos, se estaba yendo, la miré atentamente, ella sonreía mientras un par de lágrimas se le escurrían de los ojos, pronto los cerró y aquella sonrisa se fue borrando lentamente – Te amo mamacita hermosa – me incliné hacia su rostro y le besé su tibia frente.

 

 

Me levanté y caminé hacia afuera, para ese instante, ya los vecinos se hallaban en mi sala, entre ellos estaban Joseph y el señor abogado.

 

– Se acaba de ir – dije a todos y apreté los labios, mi amigo comenzó a llorar. De repente, Adán Gregorio caminó hacia mí.

– No estás solo, Evan, no lo estás – me abrazó y me aferré a él, necesitaba sentirme acompañado porque el ángel que tenía en la tierra acababa de volar al cielo, donde seguramente se estaba reuniendo con su gran amor, otro ángel… mi padre…

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

¡Últimos capítulos!

 

¡Gracias por tu lectura!

 

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