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Una Eva y tres patanes por Charly D

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Juro que lo menos que tenía ganas hoy era levantarme para ir a trabajar, muchas menos ganas tenía porque debía darle explicaciones a mi poco considerada jefa respecto a que no llevaría firmado el contrato de ese tipo tan desagradable y lleno de bolas. Mientras iba en el autobús podía recordar lo mal que me sentí mientras ese tipo me quería comprar, ¿Por qué será que hay personas tan mezquinas como ese sujeto? No es que yo sea la madre Teresa, pero tampoco soy así, anoche saliendo de ese muladar de hombres desnudos me solté a llorar, fue inevitable para mí recordar aquella noche de mi juventud, jamás olvidaré la humillación pública que viví frente toda esa gente, no olvidaré que me vendí una vez y me costó la autoestima durante muchos años. En fin, ahora solo queda trabajar, hacer lo que se hacer y aceptar la regañada que Sylvia me pondrá, seguramente Joseph ser reirá de mí…

 

-- ¡Joseph! – exclamo recordando a mi amigo, por todo lo que me pasó se me olvidó mi amigo por completo, me remuevo en mi asiento por la tensión del momento.

-- ¡Oye! No me toques, degenerado – volteo y la regordeta mujer que va sentada a mi lado me dice con cierta molestia – Hombres, solo porque la ven a una sola creen que somos fáciles – la miro y me quedo pensando, ¿Yo la estoy acosando? Ella lleva un vestido color rosa mexicano, le ajusta mucho y por lo mismo se le notan los voluminosos rollitos que se le salen, no quiero ser grosero pero parece oruga rosa, sus sombras plateadas contrastan demasiado con su piel morena y ese color de cabello amarillo color de Piolín no ayudan demasiado – Pelado este – se indigna y mira a otro lado, creo que ya empecé mal el día y prefiero no volverme a mover, no vaya a ser que termine mi jornada en la cárcel por acosar a una mujer que se cree el vivo retrato de una diva de los sesenta.

 

 

Llego barriéndome, casi no alcanzo a checar a tiempo, por fortuna pude bajar del bus aun cuando la señora oruga no se quiso mover ni un centímetro para dejarme salir. Respiro agotado por la carrera que tuve que hacer desde la parada hasta la oficina. Luego de ello empiezo a mirar por todos lados, ¿Dónde diablos está? ¿Será que anoche un grupo de pandilleros lo asesinó a la salida del muladar ese? ¿Estará dentro de una bañera con hielos sin su riñón? ¡Ay no!

 

-- Es mi culpa, es mi culpa – decía en voz baja, si algo le pasaba a Joseph iba a ser mi responsabilidad, habíamos salido juntos y yo lo abandoné.

-- ¿Qué es tu culpa? – por la espalda alguien me pregunta mientras yo sigo escudriñando la oficina en busca del pelicobrizo.

-- Que hayan matado a Joseph y que por eso hoy esté desmembrado en un baldío – digo bastante compungido.

-- ¡Ay! Ese sería un terrible final para alguien como yo, que mala suerte la mía – me dice con voz depresiva, me volteo y le respondo.

-- Sí, siento bien feo que Joseph esté muer…to – y entonces lo miro, ese cretino está comiéndose un plátano y mirándome divertido.

-- No te asustes es mi fantasma que viene del más allá para decirte que te perdono por haber permitido que me asesinaran – luego de decirme esas palabras vuelve a morder su plátano, que por cierto ahora me queda claro aquello que dicen que no hay forma heterosexual para comer una banana.

-- ¿Estás vivo? ¿Con riñón y completo? – le cuestiono al momento de revisarlo.

-- Pues creo que sí – se mira de arriba para abajo y sonríe – Algo cansado pero sí, estoy bien y sí, mi riñón está en su lugar.

-- Lo siento, siento haberte dejado solo – abre los ojos grandes, mira de un lado para otro y deja de masticar.

-- ¿Me dejaste solo? ¿Es decir que te fuiste sin mí? – Asiento muy apenado - ¿Cómo a qué hora te fuiste?

-- No lo sé, pero me olvidé de ti, lo siento mucho amigo.

-- Este… ehm, pues… sí, eres un pésimo amigo – me contesta pero sigue mirando de un lado para otro, algo está raro aquí – Menos mal, ya decía yo que resultaba extraño que no estuvieras enojado, de la que me salvé.

-- ¿Qué dijiste? – ahora noto que algo sucede por acá.

-- ¡Nada! nada de nada, pero ven, vamos a sentarnos que hoy estoy medio cansadito, ando envarado de mi caderita, así que ven, cuéntame, ¿Pudiste firmar el contrato? – caminamos a nuestros lugares y le iba a contar la fatídica noche.

-- Pues lo que pasó fue que – y como si pudiera tener un sentido arácnido presentí el peligro cerca.

-- ¡Evan! ¡Ven inmediatamente a mi oficina! ¡Deja a esa pasiva y ven ya! – unos gritos se escucharon por todo el lugar, cerré los ojos pesadamente, ya sabía de qué se trataba.

-- ¡Óyeme! ¡Yo no soy pasiva! – ahora mi amigo le gritó.

-- ¡Tú cállate! Que la cosa no es contigo pasiva de closet – vi como Joseph abría la boca para decirle una maldición pero lo callé.

-- ¡No le digas nada o aumentarás su odio! Si me aprecias ya cállate que me irá peor – le tapaba la boca y éste no tuvo más remedio que cerrar el pico.

-- De acuerdo, pero que conste que no soy pasiva y lo hago solo por ti… Tranquilo, no debe ser nada grave.

-- No firmé el contrato anoche, es más, me peleé con el sujeto ese que iba a firmarlo.

-- Estás muerto Evan, estás pero si bien muerto, por fa, déjame en herencia tu silla, es más cómoda que la mía ¿Sí?

-- Espera siquiera que se enfríe mi cadáver, amigo – negué con la cabeza y caminé rumbo a la cueva, respiré, imagino a Sylvia azotándome con el cable de su cargador de teléfono y diciéndome que jamás podría trabajar en otro lado con las pésimas referencias que iba a dar de mí.

 

-- Pasa y cierra – ella estaba sentada en su cómodo sillón de piel - ¿Me puedes explicar esto? – me pregunta con mucho enojo, me muestra la pantalla de su celular y puedo ver una foto de ella.

-- Es usted comiéndose un elote – tiene como fondo de pantalla una imagen de ella comiéndose un elote, ¿Quién diablos pone una foto así? Quita su celular de mi vista, lo mira y me lo vuelve a enseñar.

– Eso no idiota, la hora… ¡La hora! – me grita toda histérica.

-- Las nueve y media – le digo con cierto temor.

-- Así es – me dice con un tono meloso que me da desconfianza – Y se puede saber entonces ¿Por qué diablos sigues aquí parado si tienes que firmar un contrato con el abogado de ayer? – Me arroja una carpeta, es cierto, hoy debía ver al abogado y al tipo de la tienda de los deportes.

-- Ya es tarde – digo preocupado.

-- ¡Claro que es tarde! Largo de aquí, y no regreses sin buenas noticias, ¡Largo! – luego de ese grito me dispongo a desaparecer, no debo contrariarla y menos si todavía falta soltar la bomba de lo del boludo, que no firmó y que no firmará.

-- ¡Sí señora! Ya me voy – como rayo salgo de la cueva, voy a mi escritorio tomo mis cosas y sin siquiera cruzar palabra con Joseph salgo de la agencia, hoy sería un día complicado, volver a ver a esos dos patanes será todo un reto. Corro a la calle y de pronto detengo mis pasos – ¡Pero la cita era a las once y media! – esto no es bueno, no es bueno, solo deseo que hoy no se ponga tan feo mi día, solo eso espero, señora abogado, no vaya a ser tan patán como ayer. Suspiro y comienzo a caminar, total, tengo dos horas para llegar.

 

 

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Estoy en mi oficina, sentado en mi sillón, como pocas veces me dedico a mirar al exterior a través de mi ventanal, miro a todo y nada, esta profesión me ha dejado muchos logros, mucha experiencia y prestigio, este carácter me ha servido para ganar los casos que muchas veces se creen perdidos, no por nada me llaman el abogado de las causas perdidas, un mote bastante vulgar, pero muy cercano a la realidad. Han pasado ya varios años desde que todo empezó, es increíble darse cuenta como una persona es capaz de cambiar por completo la vida de alguien, aún la recuerdo, su rostro sigue grabado en mi memoria, mi querida Mónica…

 

 

Faltaba poco para nuestra boda, ella y yo estábamos en los últimos detalles de la ceremonia.

 

-- Amor, creo que el color lavanda le sentará de maravilla a las chicas, están encantadas con el vestido, serán todas unas diosas como damas de honor – ella hablaba muy feliz.

-- Se verán bien, al final de cuentas, si tú estás detrás de todo es seguro que se verán radiantes, aunque jamás te opacarán – le decía y se acercó a mí para que la abrazara, su estrecha cintura fue atrapada por mis dedos.

-- Me parece un cuento esto, luego de tantas postergaciones al fin seremos marido y mujer, quién diría que el abogado Adán Gregorio sería tan escurridizo – dijo y me besó en los labios.

-- Ni lo digas que tú tampoco me la dejaste fácil, tuve que pasar por varios desplantes y bofetadas antes de que me dejaras tan solo acercarme a saludarte – era verdad, poseía un carácter bastante fuerte y apegado siempre a la dignidad.

-- Pues te los merecías, querías tratarme como un objeto y eso jamás, tienes que aprender que las personas somos valiosas y no un número más en la vida de los otros, merecemos respeto y sobre todo ser valorados como seres con  integridad y dignidad. Así que te lo merecías – sonrió para luego darme otro beso.

-- Me cambiaste en muchos aspectos, Mónica, eres asombrosa.

-- Solo vi en ti que eres un buen hombre, algo desubicado a veces pero bueno, y lo noto ahora, has cambiado pero por ti, ahora tratas bien a la gente, los escuchas, los respetas y los tratas con la dignidad que merecen, eso me alegra.

-- Nada hubiera sido posible si no te conociera, tú me haces un mejor hombre.

 

El día anterior a la boda me encontraba muy nervioso, faltaban unas horas para que Mónica y yo estuviéramos frente al altar jurándonos amor eterno. Ese día, como marca la costumbre ya no la podía ver, la volvería a mirar hasta que ella llegara a la iglesia con ese vestido blanco del que tanto me había hablado pero no permitido ver. Y siendo de esa forma, solo podía comunicarme con ella por teléfono.

 

-- Sí, las chicas y yo iremos al centro comercial para comprar unos zapatos, al final no les convencieron los que eligieron y desean otros.

-- Me parece bien, quiero que todo sea perfecto para ti, te amo – le dije y ella me respondió con su dulce y aterciopelada voz.

-- Yo también te amo Adán – cada que me decía aquellas palabras me volvía loco de la felicidad, conquistarla había resultado muy difícil, y saber que estábamos a nada de iniciar nuestro futuro como esposos me ponía inflamado de alegría, sus ojos verde, esa piel tan suave y clara, su cabello castaño siempre con olor a jazmín por acción del shampoo que ocupaba, todo era perfecto en ella, mi mujer.

 

Me disponía a observar mi traje, el smoking negro que llevaría puesto al día siguiente, todo estaba listo, la ceremonia, el banquete, la fiesta, la luna de miel, mi vida era perfecta, la mujer ideal, el bufete que pronto iniciaría, ella a mi lado como en los últimos años, siempre siendo mi mejor consejera y plantándome los pies sobre la tierra, como debía ser.

 

Pronto, mi teléfono sonó, era del número de una de sus amigas, con ella me había contactado para que me ayudara a darle el anillo de compromiso el día que le pedí que se casara conmigo.

 

-- Hola, dime – contesté feliz, pronto se borró la sonrisa de mi rostro, colgué apenas pude, tomé las llaves de mi auto y salí a toda prisa, debía llegar pronto. Maldije a todo aquel que se travesara en mi camino, pues me retrasaban a donde debía llegar, era imperioso que llegara lo antes posible, apretaba con fuerza el volante, la histeria me tenía en un punto crítico. Llegué a donde me habían dicho, no tardé más de diez minutos en llegar, me pareció el lugar más horrible cuando lo vi, no me importó dejar mal estacionado el auto, lo único que deseaba era constatar que todo era una mentira. Hubiera deseado que se tratara de una broma de mal gusto como por unos segundos pensé que lo era, pero no fue así, ahí estaba ese hombre, del que me habían hablado, apreté los puños, pero no tenía tiempo para él en ese momento, ella, ella era quien me importaba, no tardé en hallarla, a su alrededor mucha gente miraba, ese desgraciado le había disparado.

 

-- ¡Mónica! – grité su nombre, ella estaba acostada en el suelo forrado con azulejo de aquella tienda departamental, debajo de sí había un charco de sangre.

-- Adán – las lágrimas se escapaban de sus hermosos ojos, mi chica yacía llorando.

-- Tranquila mi vida, todo va a estar bien – miraba a mi lado, no entendía cómo era posible que en todo ese tiempo una maldita ambulancia no se apareciera, esos paramédicos del centro comercial eran unos ineptos.

-- Me duele mucho – lloraba, odiaba verla llorar, quería matar a ese tipo, lo recordaba, era el esposo de una chica que Mónica defendió y que gracias a ella se pudieron librar tanto ese mujer como sus hijos de esa bestia, pero el muy cobarde había tomado venganza, la cazó y sin piedad le disparó.

-- Tranquila preciosa, aquí estoy – no sabía qué más hacer, no deseaba que se desmayara, solo quería recuperarla, mi mujer, la mitad de mi alma.

-- Adán… nunca dejes que la amargura vuelva a envenenar tu corazón – lloró, la tomé con cuidado, la sangre seguía emanando de su frágil cuerpo.

-- Mónica, mi amor, no por favor, no me hagas esto, no te despidas, no uses ese tono, te lo pido por favor – comenzaba a llorar.

-- Eres el mejor hombre de este mundo, te amo tanto, gracias por darme tu amor – sentí su aliento chocar contra mi rostro, no hubo más palabras, no hubo más miradas, no hubo mas calidez, la mitad de mi alma me la habían arrancado de un tajo.

-- Mónica, no te duermas preciosa, mi amor – con cuidado la mecía, quería que abriera los ojos – Mi vida, no me hagas esto, no me dejes, ¡Mónica! ¡Mónica! – grité desesperado pero ella no volvió a abrir sus ojos color esmeralda, esos bellos orbes que tenían un brillo tan especial que solo algunas  personas tienen.

 

Nunca olvidaré aquella tarde, el día que nos casaríamos era su funeral, un dolor más grande no pude experimentar, vi su ataúd descender, quería morir con ella, con la mujer de mi vida, con el gran amor de mi vida, me la arrebataron de la manera más cruel, y mi sufrimiento aumentó luego de que el forense me indicara que tenía tres semanas de gestación, ella esperaba al que hubiera sido mi primer hijo, nuestro hijo, juré frente a su sepulcro no volver a creer en el amor a nadie más, y que lo mejor de la humanidad se fue con ella y con mi hijo, la familia que me quitaron y que jamás iba a recuperar…

 

 

 

Me amargué por completo, volqué mi frustración y mi resentimiento en el trabajo, lo primero que hice fue hundir a ese tipo, cosa que logré. Luego fui creciendo y reconocido por mi dureza e inclemencia en los juzgados, hoy día soy temido y respetado, nadie habla de mi pasado, pues Mónica y mi hijo son intocables para todos. Seguí con mi rutina de soledad y trabajo, tan cómodo estaba en ella hasta que Eva Noriega, o mejor dicho, Evan llegó a interrumpir mi calma.

 

Ese brillo en sus ojos, la manera de defender a esa secretaria, sus duras palabras, nadie se había atrevido a faltarme al respeto de esa manera, y aun cuando su futuro estaba en juego, demostró ser bastante valiente como para enfrentarme, en su valor y en ese brillo de sus ojos vi un esbozo de ella, es de dementes creer ver el reflejo de una mujer en un hombre como ese, pobre, sin demasiada clase pero con un espíritu único, defendiendo con fervor la dignidad de los demás, tal como ella lo hacía.

 

-- Su integridad y su dignidad no están en venta – sonreí al recordar sus palabras, no porque me dieran gracia, sino por su alto sentido de valor, porque sin conocerlo podía entender que era algo que él defendía con tal vehemencia que algo hay detrás de ello.

 

Seguía mirando hacia afuera y desde mi sitio pude verlo llegar, limpiaba su frente con el brazo, ese chico es sumamente extraño y creo que tiene bastante mala suerte, porque puedo ver que en ese instante se pelea con un perro por una chaqueta que el animal muerde. No escucho lo que dice, pero es increíble ver como el animal le ganó la pelea, le quitó la prenda y se fue corriendo, o tal vez él se la dio, no lo sé. Vuelvo a mi escritorio y tomo el teléfono.

 

-- Cuando llegue Eva Nor… perdón, Evan Noriega, puedes hacerlo pasar, Clara – volví a contratar a mi secretaria, y por primera vez la llamo por su nombre, no como un objeto o un número más, su nombre es Clara, una lección que hace años me habían enseñado y que me tuvieron que repetir para aprenderla de nueva cuenta… Evan Noriega, el chico de los ojos brillantes…

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

 

¡Gracias por tu lectura!

 

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