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La Manzana Prohibida (Destiel AU Omegaverse) por Babaau

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Dean miró alrededor pero no reconoció dónde se encontraba. Todo estaba muy oscuro.

Quiso llamar por ayuda pero su grito se perdió en la nada; quiso correr pero temía caer al no ver lo que tenía delante; quiso enojarse... pero algo en ese lugar lo hacía sentir seguro.

Suspiró, resignado a aquella intensa penumbra, cuando de pronto su olfato captó ese aroma, su aroma, y Dean sonrió. Sin previo aviso, un fuerte par de manos le cubrió los ojos desde atrás, y el omega rió.

-No necesitas cegarme, de cualquier forma no veo nada...

Tras él, aquella profunda y hechizante voz le hizo cosquillas en el oído.

-Quizá sólo quería una excusa para tenerte más cerca... -Susurró, provocando que el omega se estremeciese entre sus brazos.

-N--No puedo decir que esté en desacuerdo con eso... -Balbuceó con un hilo de voz, recargándose sobre el alfa hasta sentirlo pegado a él por completo. 

Castiel deslizó sus manos hasta tomar al omega por la cintura y hacerlo voltear. Entonces lo aprisionó entre sus brazos y acercó su boca a la curva del cuello de Dean, donde su fragancia se concentraba, embriagadora.

-Eres... exquisito. -El alfa murmuró, su voz casi convertida en un gruñido. El joven príncipe frente a él falló en contener un gemido al oírlo. -Podría devorarte...

-Nada te detiene... -Dean se oyó a sí mismo soltar semejante invitación y jadeó, sorprendido. ¡Sus hormonas debían estar desbocadas para sugerir algo así! ¡Ni siquiera conocía a ese tipo...!

...Pero por dios que desde que lo había visto no había podido pensar en otra cosa.

Castiel depositó un suave beso en la tersa piel del muchacho, y las rodillas de éste parecieron volverse de gelatina. Luego, elevó su rostro hasta que sus respiraciones se chocaron, y eliminando la escasa distancia restante entre sus cuerpos, por fin lo besó.

Fue un beso ardiente, profundo, casi desesperado. Sus bocas se fundieron tan armoniosamente como si hubiesen estado ensayando para ese momento todas sus vidas; sus manos se aferraron como si no quisieran dejarse ir nunca; sus respiraciones se entremezclaron y sus latidos se acompasaron y, en el interior de cada uno, el alfa y el omega aullaron de placer.

Habían nacido para eso...

Con un intenso gemido nacido de sus entrañas, Dean abrió los ojos y se encontró mirando el oscuro dosel de su cama sobre él. Tardó varios segundos en comprender dónde se encontraba, y en cuanto lo hizo una inmensa decepción se apoderó de él: Todo había sido un sueño.

Frustrado y excitado, cubrió su rostro con sus manos y bufó. ¡Había sido tan real...! Y tan perfecto...

Pasó varios minutos intentando volver a dormirse, rogando por poder continuar la sensual experiencia aunque más no fuese en sueños, pero por más que lo intentó ya estaba demasiado despierto. En particular cierta área de su cuerpo no parecía tener ninguna intención de relajarse (sin ayuda al menos) luego de una visión semejante.

Acalorado y furioso, el omega hizo a un lado sus mantas y tomó en su mano su palpitante erección. Luego cerró sus ojos y dejando volar su imaginación, se dispuso al menos a revivir la fantasía que su mente tan hábilmente había creado...

En cuestión de segundos se estaba deshaciendo en gemidos ahogados, evocando el beso de aquel irresistible alfa, quien con sólo un encuentro lo había alterado como nadie nunca en toda su vida.

-Es realmente peligroso... -Pensó momentos después, en la cumbre de su éxtasis. - ...Necesito volver a verlo.

° ° °

-Buenos días, Alteza. -Una voz familiar sobresaltó a Dean, quien se encontraba husmeando los milagrosamente desiertos establos del castillo a media mañana. Había estado pensando desde temprano la serie de cosas que debía mejorar antes de incursionar en el mundo exterior nuevamente, y se le había ocurrido que una capa de viaje menos llamativa era una buena idea para empezar.

Volteó con su mejor expresión de inocencia y se topó cara a cara con Robert, el viejo jefe de armas del castillo, que lo estaba mirando con una mueca suspicaz en su rostro curtido.

-Buenos días, Bobby. -Repuso con soltura, elevando el mentón y llevándose las manos a los bolsillos de la túnica con aire casual. El viejo alfa murmuró algo ininteligible, inspeccionándolo de pies a cabeza como si le estuviese buscando algo fuera de lugar.

-¿Qué haces aquí, niño? -Soltó sin despegarle los ojos de encima. Dean no pudo evitar tragar saliva, incómodo.

-¿Niño? Creo que ya estoy algo grande para que me llames así, viejo. -Le reprochó frunciendo los labios. Luego esquivó al hombre y enfiló hacia la salida, deseando escapar del cuestionario cuanto antes.

-Siempre serás un niño para mí, lamento decirte. ¿Buscabas algo?

-No, no realmente. -El omega repuso, esquivo- Quise pasar un tiempo con los caballos, eso es todo.

Esa respuesta pareció conformar al alfa, quien asintió con una mueca pesarosa.

-Lo extrañas, ¿cierto? -Le dijo con un tono compasivo. Dean comprendió de inmediato a qué se refería y su estómago se retorció. Hacía mucho no pensaba en ello.

Volteó renuente hacia el mayor de los compartimientos del establo y notó que el animal lo había estado observando en silencio a través de los tablones de madera. Sus ojos café brillaban aún con el mismo amor que le había profesado desde el día en que había nacido, pero su actitud general era mucho más triste, menos briosa que años atrás.

Dean se acercó a él lentamente y de inmediato un nudo se formó en su garganta.

-Hola, bebé. -Le dijo en un cálido murmullo, y el enorme semental negro asintió con su cabeza a modo de respuesta. El príncipe rió con suavidad al verlo y le acarició el hocico. -Yo también te extrañé...

Bobby se acercó a ambos mientras Dean hacía un enorme esfuerzo por contener las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos, y le colocó una mano en el hombro.

-Hace años no pasas tiempo con él, Dean. -Le dijo el viejo alfa, y el príncipe asintió sin palabras. -Pero Impala odia el cautiverio tanto como tú. ¿Por qué no compartir más tiempo juntos para hacerlo menos difícil...?

-¿Cuál es el sentido de conservarlo conmigo si ya no puedo montarlo? -El omega repuso con rabia, mientras le daba la espalda al animal, quien bufó disconforme.

Desde que Dean había sido confinado al interior del castillo, casi diez años atrás, sus paseos a caballo se habían convertido en cosa del pasado. Ahora su padre sólo lo dejaba montar al indomable Impala fuera del castillo si era custodiado de cerca por un considerable número de guardias montados también, y para el joven príncipe eso era inadmisible.

Bobby suspiró e intentó darle ánimos una vez más. Nunca había estado de acuerdo con el Rey en su decisión de castigar al muchacho por lo que había ocurrido; el encierro no había hecho más que resentir a Dean y volverlo ácido y crítico de su condición de omega... pero aquel nefasto episodio no había sido tan grave, ni tampoco su culpa.

-Escucha, Dean... -Le dijo acercándose a él y tomándolo por los hombros. El joven no levantó la vista. -¿Qué te parece si hablo con tu padre y le sugiero que te deje montar a caballo nuevamente? ¿Aunque sea una vez por semana, por ejemplo?

-Padre me deja montar, Bobby. Sólo que debo hacerlo con media docena de guardias olfateándome el trasero constantemente.

-Entonces le diré que yo mismo te cuidaré. ¿Sería tan malo tenerme a mí de guardia en lugar de esa media docena que mencionaste? Créeme, no tengo interés alguno en olfatear tu mugriento trasero.

El príncipe dejó salir una carcajada espontánea y el viejo sonrió complacido. Amaba a ese muchacho como si fuese su propio hijo, y si su padre no fuese la máxima autoridad del reino ya lo habría molido a golpes por reprimir así a tan buen chico.

Dean suspiró tras dejar de reír y se encogió de hombros.

-Dudo que logres convencerlo, pero inténtalo si quieres. No me molestaría volver a dar una vuelta con mi bebé. -Agregó mirando por sobre el hombro al caballo, que sacudía sus crines, aburrido. -Dios sabe que semejante animal no merece pasar sus días confinado.

-No podría estar más de acuerdo -Le dijo el jefe de armas mirándolo con intención. Luego le dio una palmada en la espalda a modo de despedida y mientras caminaba hacia la salida exclamó: -Las capas de repuesto están junto al armario de monturas. Y más te vale que la próxima me convides un poco de ese pie que trajiste de regreso.

Dean se quedó de piedra al oírlo. Por un momento se preocupó por lo que eso implicaba pero de inmediato le dio por reír. El buen Bobby jamás lo delataría.

-¡Viejo bribón! -Exclamó corriendo hacia donde el alfa le había señalado. Éste se detuvo junto al portón de salida del establo y lo miró con una ceja en alto.

-¿Realmente crees que una poción aromática puede engañarme a mi? No necesito olerte, niño, reconocería tus pisadas en una maldita multitud. Ahora más te vale que tengas cuidado allá afuera, no le des más motivos a tu padre para castrarte o ni yo podré defenderte, ¿oíste?

-Eres el mejor, Bobby. -El muchacho sentenció con aprecio, trayendo en sus manos una capa de tosca lana y escondiéndola entre los pliegues de su propia ropa.

-Lo sé. Ahora vamos, tengo que hablar con tu padre sobre tu transporte.

Dean sonrió y lo siguió. Las cosas le estaban saliendo realmente bien.

° ° °

Pasó el resto del día robando con disimulo más prendas sencillas para vestir en su próximo escape. Para ello tuvo que recorrer las cocinas, los depósitos, incluso pasó cerca del cuartel de la Guardia Real, pero por suerte nadie encontraba raro que el príncipe rondase por allí. Lo venía haciendo hace años.

Ya provisto de todo lo que necesitaría, Dean escondió los ropajes sobre el dosel de su cama y se echó a pensar en lo que haría la mañana siguiente. Qué lugares visitaría, qué comería, a quienes vería...

Suspiró. Se había pasado todo el día intentando no pensar en él, sin embargo el recuerdo de Castiel continuaba invadiéndolo, generándole un extraño malestar en el vientre. ¿Por qué lo había afectado tanto ese alfa? ¡No era el primero que veía en su vida...! Aunque quizá sí fuese el más atractivo. ¿Acaso bastaba con eso para desestabilizarlo de tal manera?

-El sueño de anoche me dice que sí. -Una vocecita en su cabeza murmuró con picardía. El príncipe intentó en vano ignorarla, pero una extraña inquietud se apoderó de él a partir de ese momento, y no lo abandonó hasta que se durmió varias horas después.

Quizá no fuese tan buena idea verlo de nuevo, después de todo...

°

-¿Cuánto por dos de éstas? -El joven príncipe inquirió a una tendera en la feria la mañana siguiente, señalando unas ciruelas negras de estupendo aspecto que ella exhibía en un canasto. La mujer le indicó el precio con un gesto de la mano y Dean le pagó con una diminuta moneda, a lo que ella abrió muy grandes los ojos.

-¡Gracias, mi señor! -Le dijo asombrada, guardando de inmediato la moneda en un pequeño saco de cuero.

-No es nada. -Repuso él con un pequeño asentimiento de su cabeza mientras continuaba su camino. Estaba seguro por su reacción que le habría pagado demás, pero no podría importarle menos de ser así. El día era hermoso, la brisa soplaba y el mercado vibraba lleno de vida. Dean tenía motivos de sobra para sentirse feliz, sin necesitar de ningún alfa para ello...

No pasó mucho tiempo, sin embargo, cuando una vocecita familiar le llamó la atención.

-¡Claro que puedo cargarlo solo! -La tupida cabellera rubia de Jack se agitaba en parte por el viento y en parte por la vehemencia con que el pequeño estaba hablando con su interlocutor, indignado. Dean se acercó a escuchar, movido por la curiosidad. Esperaba que no se hubiese metido en problemas.

-Niño, es un maldito costal. Debe pesar más que tú. Mejor ve a buscar ayuda y vuelve más tarde, ¿quieres? -Un beta corpulento le dijo, hastiado, y las orejas del pequeño enrojecieron.

-Tengo que ayudar a mi padre, así que le llevaré lo que encargó. -Sentenció con firmeza. Luego depositó un puñado de monedas en la mano del vendedor e inflando su huesudo pecho agregó: -Tengo suficiente fuerza, soy un alfa.

-Muy bien... como diga señor alfa. Aquí tiene. -El beta bufó con ironía y resignado ante la obstinación del pequeño le puso en brazos un saco de granos lo suficientemente grande como para doblar su espalda al medio. Éste, sin embargo, resistió estoico su peso y tras agradecerle se alejó a paso tambaleante, sin siquiera chistar.

Dean lo siguió de inmediato, sintiéndose responsable por la orgullosa afirmación que el pequeño acababa de formular y decidido a ayudarlo antes de que se hiciese daño.

-Oye, niño. ¡Jack! -Le dijo alcanzándolo al trote. El pequeño volteó con dificultad a verlo y sus ojos celestes se abrieron cómo dos cuentas.

-¡Hola señor! -Le dijo, jadeante. Sus pequeñas manos apenas lograban sostener su pesada carga, pero en su rostro cachetón se dibujó una amplia sonrisa.

-¿Tu padre te mandó a buscar eso? -Dean inquirió, incrédulo. La mirada culpable en los ojos del niño lo delató incluso antes de hablar.

-E--Él me mandó a encargarlo... no a llevarlo.

-Eso creí. ¿Me permites que te ayude? -Le preguntó cordialmente, procurando respetar su voluntad. El niño dudó.

-Pero... soy un alfa...

-Alfa o no, no querrás lastimarte la espalda y no poder ayudarlo en absoluto luego, ¿cierto? -El príncipe insistió, y el pequeño por fin asintió.

-Y--Yo sí quiero poder ayudar.

-Y estoy seguro de que lo haces. Pero aún te falta crecer un poco para este tipo de ayuda. -Dean afirmó tomando sin dificultad el saco de granos y dándole a cambio una ciruela.

-¿Y esto? -Jack inquirió, confundido.

-Eso es lo que como yo para tener fuerzas. ¿Por qué no la pruebas? Te ayudará a crecer más rápido. -Mintió Dean, y el pequeño le dio un mordisco a la fruta.

-¡Vaya, gracias señor! -Exclamó contento. -¡Es deliciosa!

-Buen chico. -El omega rió con un dejo de ternura, e ignorando el repique ansioso de su corazón dejó que el pequeño guiase el camino hacia el negocio de su padre.

°

Castiel terminó de recargar leña en su horno de barro y bostezó. Estaba verdaderamente cansado luego de dos noches de haber dormido mal, y todo era culpa de su lado alfa, el cual lo había despertado gruñendo excitado las dos veces tras un mismo sugerente sueño que había tenido.

-Malditos impulsos... -Murmuró exhausto, intentando no pensar en el dichoso sueño. Había sido demasiado real.

Estaba preparando su mesa de trabajo para ponerse a cocinar un pie cuando un, no, dos aromas conocidos llegaron leves a su nariz, y una vez más el alfa en él se puso alerta.

Pudo ver a través de la vidriera como su hijo se detenía junto a un humildemente vestido Dean y asentía con entusiasmo. El muchacho se inclinó entonces y con cuidado puso en sus brazos algo que sin dudas era el costal que había mandado a Jack a encargar. ¿Qué diablos...?

Dio la espalda a la calle justo a tiempo para oír la puerta del local abrirse, y tuvo que contener un jadeo al sentir tan de cerca el exquisito aroma de Dean.

-Contrólate, Castiel... -Pensó reprochativamente, mientras se acercaba a su pequeño hijo con un falso gesto de sorpresa. -¿Jack? -Dijo -¿Qué es eso que traes ahí?

-¡Te traje lo que me pediste, papá! -El pequeño exclamó orgulloso, y el alfa pudo sentir como su corazón se entibiaba al comprender lo que Dean había hecho por el pequeño. Con una sonrisa cálida se agachó de cuclillas junto a él para responderle.

-¡Vaya! ¿Lo trajiste tú solo? ¡Si eres muy fuerte! -El pequeño pareció inflarse satisfecho al oír eso, y Castiel sonrió -¿Crees que puedas dejarlo en el depósito? ¿O mejor te ayudo?

-¡Yo puedo! -Aseguró con firmeza, y dando pesados pasitos fue caminando despacio hacia el fondo del local.

Castiel se volvió a poner de pie y volteó hacia el joven recién llegado, quien sonreía viendo marcharse a Jack.

-Gracias por ayudarlo -Murmuró. Su voz sonó más ronca que lo que hubiese esperado, por alguna extraña razón. El muchacho volteó al oírlo y clavó sus ojos verdes en él.

-No es nada -Le dijo ensanchando aquella hermosa sonrisa, y Castiel tuvo que contener un jadeo al echar un vistazo a los labios que la esbozaban.

Los mismos labios que, en su perturbador sueño, había devorado a placer en la oscuridad...

 


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