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Indicio de Amistad por yuhakira

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Una vez terminado su turno Jeyko corrió al apartamento. Pero al momento de llegar a la portería se encontró con alguien que no esperaba ver, Andrea. Desde la portería lo vió llegar, y vió también con tristeza la forma en que su sonrisa se borraba. Cada pedazo de su corazón se rompía con el pasar del tiempo. Temía que a tan pocos días de la boda no le quedarán más deseos de continuar y terminara casándose únicamente por el puro compromiso, por no quedar mal otra vez frente a toda su familia y amigos, a los que había ilusionado con la boda del año, con el mejor hombre del mundo, con una vida feliz. Jeyko la saludo con un beso casto en la boca, y sin poderlo evitar comparó mentalmente la diferencia entre sus labios y los de Ángel, sin llegar a ninguna conclusión. La invitó a subir pero ella se negó. El vigilante le había hecho saber que Ángel había llegado solo minutos antes que ella. Jeyko ingenuo sonrió en cuanto ella se lo dejó saber, feliz de saber que él ya estaba en su apartamento. Sin embargo la mirada que le dio Andrea le borró la sonrisa de inmediato y ella de nuevo se negó a subir. En cambio le propuso que fueran a tomar un café. Jeyko tardó en contestar, miraba persistentemente el edificio en el que estaba su apartamento, temiendo que si se demoraba mucho, Ángel tomara la decisión de irse nuevamente. Andrea suspiro hondo y empezó a caminar. Jeyko adivinó su enojo y la siguió. Confiando en que Ángel esperaría su regreso, corrió el riesgo, tampoco podía dejar ir a Andrea de ese modo. Caminó detrás de ella hasta llegar a una cafetería en la zona comercial del barrio. Andrea entró, tomó asiento y pidió un café. Jeyko la siguió y pidió una gaseosa. Andrea le miraba triste y él no entendía el por qué. El mesero pronto se acercó con la orden y luego de que se fuera, Jeyko decidió hablar.

 

—Siento si te he dejado sola estos días… —Andrea lo interrumpió rápidamente.

 

—Estamos a cinco días y ni siquiera llamaste para preguntar cómo me había ido en la última prueba del vestido —le dijo evitando que las lágrimas salieran de sus ojos— me fue muy bien sabes, quedó perfecto.

 

—Me alegró —trataba de hacerle creer que no era para tanto—. Para el domingo estaremos casados, y luego que volvamos de la luna de miel traeremos todas tus cosas al apartamento y ya verás cómo me entero de todo.

 

—¿Todavía quieres casarte?

 

—¡Por supuesto! Por qué no iba a querer hacerlo, te amo —tomó las manos de Andrea entre las suyas y las besó— te amo más que a nadie.

 

Ángel había llegado al apartamento solo minutos antes de que Andrea lo hiciera. El vigilante lo dejó seguir como era su costumbre, ignorante de los sucesos de los últimos meses. Tan solo le dejó seguir valiéndose del conocimiento que tenía de la pareja de amigos, en la que Ángel gozaba de ciertos privilegios, privilegios de los que incluso para ese momento Andrea no gozaba. Por eso él había pasado sin detenerse y ella había permanecido en la puerta. Se sentó frente al reloj impaciente, pendiente de que diera la hora en la que él llegaría, pero los minutos pasaron y él no apareció. Se levantó y caminó hasta la ventana de la sala desde donde tenía vista a la portería. Allí lo vio, caminando detrás de Andrea que enojada caminaba frente a él. Lo vio mirar de reojo al apartamento, pero estaba seguro que no le había visto. Caminó de nuevo hasta el sofá y se recostó en él. Jeyko tardaría en volver. Andrea no había subido, así que lo posible era que el vigilante les hubiese hecho saber que él estaba ahí, y por eso los pasos cortos de Jeyko y su mirada insistente al apartamento. No podría irse porque volvería a buscarlo. Lo único que podía hacer era esperar, y rogar para que no volviera con ella. Lo que menos necesitaba en ese momento era sentirse asediado y repudiado por ella, la mujer que le había vencido, en una batalla en la que si hubiera podido elegir no habría participado nunca.

 

Ya habían terminado con el café. El ánimo de Andrea había mejorado. Reía con las ocurrencias de su novio, y él también lo hacía. Tenía unas de sus manos cruzadas con las de él sobre la mesa y él le acariciaba el rostro. Entonces ella recordaba porque era que se casaba con él, porque la hacía feliz de ese modo, porque luego de dos años aún la hacía suspirar, porque su corazón latía con fuerza cada vez que escuchaba su voz por teléfono, cada vez que la tocaba, o le dijera que la quería. Porque a pesar de que su historia no fuera un cuento de hadas, que ella no fuera una princesa ni él un príncipe millonario, estaba segura de que tendría su final feliz. Porque estaba segura, a pesar de sus miedos, que al final vencería a la bruja de su cuento. Una bruja disfrazada en el cuerpo de un hombre, bajo la capa del mejor amigo.

 

—¿Vas a quedarte esta noche? —Jeyko la miró directo a los ojos, y a pesar de que deseaba que le dijera que sí, rogaba también que se negara, consciente de que a Ángel no le gustaría verla, no después de lo que había pasado.

 

—En realidad no quieres que vaya.

 

—¿Por qué dices eso? Cómo no iba a querer que fueras.

 

—Ángel está ahí, y la verdad prefiero evitar cualquier encuentro con él.

 

—Te aseguro que no pasará nada, será solo por hoy.

 

—¿Cuándo se irá?

 

—Aún es muy pronto —Andrea retiró las manos e hizo un gesto de negación— no puedo dejarlo ir.

 

—¿Qué es lo que le debes para que seas tan obstinado y no le dejes ir?

 

—No se trata de eso. Está confundido. Necesitamos aclarar muchas cosas. Se ha estado comportando muy extraño, como si no fuera él, necesito saber qué le pasa. Si no quieres ir está bien, pero no me culpes a mí ni lo ataques a él, ya es suficiente con lo que hizo Alex anoche. Por cierto, veo que te has acercado mucho a él. ¿Qué fue lo que le dijiste para que actuara así?

 

—¿Yo? Él simplemente está empezando a darse cuenta como son las cosas.

 

—¿De qué hablas, cuales cosas? nada justifica lo que él hizo, hubieras visto como lo dejó, ni siquiera preguntas si está bien.

 

—No me interesa saber que le hizo o que le pase, por mí se puede ir a la Patagonia. Solo así estaré feliz, además seguramente lo merecía.

 

—Sabes que, olvídalo, quieres seguir imaginando cosas, está bien hazlo. Yo me voy. Cuando te calmes y pienses bien las cosas llámame, ¿de acuerdo?

 

Andrea intentó detenerlo, pero Jeyko se había enojado demasiado pronto, demasiado rápido. Ella admitía que tampoco había actuado bien. Ya sabía por boca del propio Alex lo que había pasado. No se había sentido mejor, pero tampoco le preocupaba, no iba a fingir ante él una especie de preocupación o culpa que en realidad no sentía. Jeyko se había ido luego de pagar la cuenta, no la vio seguirlo ni tampoco intentó devolverse. Sabía que ella tenía que haberle dicho algo a Alex para que él reaccionara así, y por eso le enojaba tanto que a pesar de eso no hiciera siquiera el intento de verle y mejorar su relación. Desde que Andrea lo conociera había buscado la forma de alejarlo. Al principio lo había atribuido al hecho de que Ángel llevara tantas mujeres desconocidas a su lecho, pero ahora estaba seguro que había algo más. Sus constantes peleas a causa de su pura presencia, básicamente lo celaba con él, le reclamaba su falta de atención, y su preocupación constante por él. Pero es que ella no sabía nada acerca de él, no lo conocía de la misma forma en que Jeyko lo conociera. No lo había visto siendo apenas un niño llorando solo en un columpio de su patio trasero porque sus padres no estaban. Ni cómo había caído en el uso de sustancias alucinógenas en la adolescencia sin que sus padres ni los maestros se percataran. Ni lo mucho que había hecho para alejarlo de eso antes de que quedara para siempre ahí. No sabía cómo le hacía creer a Ángel que era él quien lo protegía, cuando de ese modo él podía cuidarlo. No tenía ni idea de nada, y a pesar que le hubiera contado muchas cosas, ella no era capaz de ver la realidad de su situación, ni de ver lo importante que Ángel era para él. Por eso le molestaba tanto que lo juzgará a la ligera, y aún más que se atreviera a cambiar la percepción de sus amigos frente a Ángel y frente a su relación.

 

Abrió la puerta del apartamento y cerrándola tras de sí respiró hondo. Luego tiró las llaves sobre la mesa del recibidor. Ángel se incorporó sentándose en el sofá, Jeyko se recostó en sus piernas. Ángel le acarició la frente y Jeyko se limitó a cerrar los ojos. No era difícil reconocer que el tacto de Ángel siempre había sido alentador, que sus manos lo tranquilizaba.

 

—¿Se pelearon?

 

—Ha estado llamando a Alex y diciendo cosas malas sobre ti. Prácticamente le lavo el cerebro, o eso es lo que intuyo luego de lo que Juan me dijera y de la misma actitud que ella tiene.

 

—Si te estoy causando problemas dímelo, puedo hablar con ella y aclararle las cosas —Jeyko sonrió y se incorporó—. Es enserio.

 

—Cómo vas a explicárselo a ella si ni siquiera has podido explicármelo a mí —se acercó y le besó la mejilla y luego se levantó caminó a la cocina— ¿Cómo sigue tu labio?

 

—Bien.

 

Jeyko no le ayudaba en lo más mínimo, parecía burlarse de él. Aunque tenía razón, no podía decirle nada a Andrea, ella sola se había formado ideas en la cabeza que no tenían fundamento, pues él nunca a pesar de su desagrado hacia ella, había interferido en su relación, ni había intentado que la imagen que Jeyko tenía de ella cambiará. Es más, si lo pensaba detenidamente, si lo hubiera hecho, si hubiera intentado separarlos, Jeyko sería únicamente para él, o podría odiarlo y su amistad haberse roto definitivamente mucho antes, y él aun así estar con ella. Ese era uno de esos pensamientos que lo confunden. No podía cambiar el pasado, y solo pensar en lo que podría haber sido le ponía contra la pared. Porque seguramente, si se hubiera dado cuenta mucho antes de sus propios sentimientos hacía Jeyko, mucho antes de que él conociera a Andrea, hubiera tenido una oportunidad. Porque habría sido un paso mínimo el que tendrían que haber dado. Ya era tarde y no había nada, absolutamente nada, que pudiera cambiar aquello que no hizo, aquello que pudo haber hecho para cambiar su situación. 

 

A medida que pasaban las horas, que pasaba el tiempo, lo pensaba con más y más detenimiento. Ángel era capaz de aceptar cuál sería el resultado de todo esa situación. Lo que podía y no podía hacer. Estaba consciente de que si Jeyko le daba la oportunidad de amarle, como quería hacerlo, lo haría sin miramientos. Pero que en definitiva el final sería el mismo, porque ni él ni nadie permitiría que terminará con un compromiso. Desde el principio, ese compromiso lo único que había hecho era darle la oportunidad a dos personas de ser felices.

 

Jeyko desde la cocina le llamó pidiéndole que se acercara. Ángel no le hizo esperar y pronto estuvo a su lado. Jeyko preparaba un par de sándwiches cuando él entró. Se acercó a él por la espalda y fingiendo abrazarlo le arrebató una tajada de queso de entre las manos y la comió con apuro, a lo que Jeyko respondió con una mirada fulminante sin detenerse en su tarea. Luego de haber terminado le estiró uno de los sándwiches y procedió a comerse el otro. Jeyko se sentó en el mesón de la cocina mientras comía su refrigerio y miró de soslayo a Ángel que recostado contra la pared hacía lo mismo. Seguía sin entender del todo como ese mismo mujeriego que no tenía un número exacto de las mujeres que pasaron por su vida, le había besado de tal forma solo dos noches atrás, y ahora estar a su lado tan tranquilo. No podía parar de pensar en qué haría si se acercaba con intenciones de hacerlo de nuevo. Con un consciente deseo de hacerlo él mismo, porque a pesar de todo no podía negar que Ángel fuera atractivo. Porque le había gustado ser besado por él. Después de eso, mientras lo cuidaba, mientras limpiaba con delicada calma sus labios de las heridas hechas por Alex, había deseado besarlo. Tal cual había sido el impulso de hacerlo toda la noche, impulso al que finalmente no pudo ceder, o por lo menos no de la forma en que había querido. Sabía que no debía darle pie a su confusión, ni alentarlo, ni mucho menos hacerle pensar que él también estuviese interesado, aun cuando lo estaba. Aunque puede que en ese momento fuera más por la curiosidad de la situación en sí, que por que se atreviera a admitir que Ángel le gustaba de ese modo, o por lo menos en ese momento no.

 

—¿Hace cuánto no vas a trabajar? —la pregunta tomó por sorpresa a Ángel que estaba pronto a terminar de comer—. No he visto que vayas, ¿Qué pasó?

 

—Me suspendieron durante quince días —respondió Ángel con el tono más neutral de todos.

 

—¡Quince días!, ¿Qué diablos fue lo que hiciste? —Ángel le miró pícaro consciente de que tendría que confesárselo todo si se atrevía a contestar con la verdad a esa única pregunta.

 

—Tú eres el único culpable.

 

Jeyko le miró atónito, incapaz de comprender lo que le decía y de controlar la forma en que su cuerpo reaccionaba ante la mirada contenida de Ángel que le sonreía de medio lado. El corazón le latía más rápido de lo normal y casi sintió atragantarse con el trozo de sándwich que alcanzó a morder. Ángel por su parte se sintió nervioso, sabía que era ahora o nunca. Jeyko no retiró en ningún momento el rostro que se encontraba con él suyo. Decirle eso tal vez sería un error, pero si quería hacer las cosas bien debía decirle todo, aun si eso significaba perder un poco de su dignidad y orgullo haciéndole saber por lo que había pasado desde el momento en que empezó a descubrir sus sentimientos por él.

 

—¿A qué te refieres con eso?

 

—Falté dos días al trabajo y al jefe no le gusto, y pues sin quererme despedir, que es lo que cualquiera hubiera hecho, él me suspendió durante quince días —Jeyko le siguió mirando desconcertado, sin entender que tenía que ver él con eso—. Fuiste un poco duro conmigo cuando fuiste a mi casa, me deje afectar mucho por tu visita.

 

—Pero yo no quise…

 

—No digo que sea tu culpa. Solo que eres la causa de que me sienta así, después de todo no fuiste tú quien me obligó a no ir. Solo no supe llevar la situación, no te das cuenta, pero es así, estos últimos meses ha sido así.

 

—Explícate.

 

—¿Realmente necesitas que sea tan explícito contigo? Quieres que me desnude ante ti después de todo ¿no? —Jeyko no pudo evitar sonrojarse y reír ante el comentario—. Eres un pervertido y yo que te creí incapaz de eso.

 

—¡Ey! No digas lo primero que se te viene a la cabeza.

 

—Eres tú el que se sonroja.

 

—Sí, pero es por lo que dices, me siento un poco perdido ¿sabes?, no entiendo nada, y por eso espero me puedas decir que es lo que pasa.

 

—¿Todo?

 

—Si es posible, sí.

 

—Hace mucho te conozco y a pesar de todo, me enamore de tí —lo dijo sin pensarlo dos veces. Si le ponía demasiadas trabas al asunto terminaría por confundirse más y la idea era dejarlo todo claro. Agachó el rostro un poco contrariado por sus propias palabras. Jeyko no paraba de mirarlo fijamente—. No pude evitarlo, fue muy fácil hacerlo.

 

—¿Por eso me besaste?

 

—Qué otra razón podría tener para hacer algo así —Jeyko se relamió los labios y respiró hondo acostándose por completo contra la gélida pared. Cada movimiento de Jeyko era erótico ante los ojos de Ángel. La forma en la que movía los labios, como caía el diminuto y último rayo de sol desde la ventana sobre su cuello, y la forma maquinal en la que sobaba sus manos ya vacías una sobre la otra, tratando de calmar sus propios nervios—. Pero debes entender que no hago nada por molestarte, me deje llevar y me disculpo, pero no tengo intenciones de hacerlo de nuevo Jey —su nombre, dicho de una forma tan suave y tierna le erizo la piel.

 

—¿Por qué? —Ángel lo miró sin entender—. ¿Por qué no hacerlo de nuevo? —Jeyko impulsado por su propio instinto se bajó del mesón y se puso frente a él sin mirarle, jugando con uno de los botones de su camisa sobre el abdomen—. No te detendría.

 

La boca de Ángel se secó. Jeyko no lo miraba pero le era fácil descubrir su confusión. Sus manos tenían un leve temblor, pero Ángel no podía apartar de su mente la idea de que se burlaba de él. Le tomó el rostro y con un suave movimiento lo obligó a mirarle. Antes de que pudiera acercarse demasiado Jeyko lo abrazó por completo y respiro hondo. Ángel podía sentir su respiración agitada chocando contra su cuello y la propia revelándose sobre su pecho. Estaba exaltado. Jeyko le presionaba pero no le dejaba espacio para avanzar, más tampoco lo dejaba apartarse.

 

—Prometo no volver a hacerlo —le susurró al oído, Jeyko volvió a alejarse, pero de nuevo evitó mirarle—. Lo siento.

 

Ángel lo apartó un poco, hasta obtener el espacio suficiente para poder retirarse. Había prometido que no se iría, y en cuanto salió de la cocina Jeyko estuvo tras él para percatarse de que no lo haría. No estaba dispuesto a dejarlo ir tan pronto y menos con tantas dudas en la cabeza. Necesitaba aclarar sus propios pensamientos, explicarse el porqué de cada una de sus reacciones frente a él, y por qué después de anhelar tanto que lo besara se había arrepentido justo antes de que él pudiera hacerlo. Ángel se sentó sobre el sillón individual de la sala y prendió el televisor. Jeyko se tiró sobre el sofá boca abajo mirando la televisión.

 

—¿Por qué ahora que decido casarme?

 

—No te voy a negar que eso me afectó, que eso empeoró todo, pero lo sabía desde antes, no mucho, pero si fue antes de que nos dieran la noticia —Jeyko le miró sorprendido—. O no lo sabía, lo intuía. Pero como podrás adivinar no es muy fácil de aceptar. Soy un hombre, aceptar algo así sería como perder mi masculinidad ¿sabes? Eso es lo que la sociedad te está diciendo todo el tiempo, como si perdiera algo de lo que había sido dueño siempre, no es algo que se pueda aceptar de la noche a la mañana.

 

—¿Entonces te diste cuenta antes? —Ángel aceptó con un movimiento suave de la cabeza— ¿cuándo?

 

—Es difícil decir cuándo. Cómo te dije paso sin que me diera cuenta. Y perdóname por lo que voy a decir, tal vez te moleste que la involucre a ella, pero si Andrea no hubiera hecho tanto esfuerzo por alejarme de ti, probablemente no me habría dado cuenta nunca.

 

—Estás confundido.

 

—No lo estoy.

 

—Entonces cómo explicas que la culpes a ella.

 

—No la culpo, lo que intentó decir es que la dinámica entre los dos cambió mucho con ella en el medio. Y además… dime tú cómo le explico a mi cuerpo porque se éxito tanto luego de verte desnudo —Jeyko se sorprendió aún más, e intentó decir algo, pero las palabras se quedaron en su garganta—. Estaba con esta morena hermosa, ido de la borrachera, pero con todos mis sentidos puestos, tenía sexo con ella contra tu puerta y —su garganta se secó y recostando la cabeza contra el espaldar de la silla continuo entre palabras— la puerta finalmente cedió. Caí de lleno en el suelo de tu cuarto. Andrea me golpeó con todas sus fuerzas, pero yo no podía retirar mi vista de tí, completamente desnudo, completamente erecto —Jeyko se sonrojó de sobremanera pero Ángel no lo vió. Recordaba muy vagamente ese episodio, ni siquiera se había percatado de que él lo hubiera visto, y justamente eso ocurrió semanas antes de que le propusiera matrimonio a Andrea—. No lo planeé, ni siquiera me di cuenta cuando pasó. Me sentía enfermo, confundido, no entendía qué me pasaba —volvió a mirarlo y descubrió que Jeyko le miraba atento. El ruido del televisor se había acallado y solo estaban los dos y el sonido tembloroso de su voz amenazaba con traicionarlo mientras perdía el control de su respiración—. Pero ya qué quieres saberlo te lo diré. No entendía por qué te veía en mis sueños cada noche, por qué despertaba con tremenda erección cada mañana, ni porque luego de que dijeras que te casarías no podía conciliar el sueño. Por qué me dolía todo, porque tu solo tacto se convirtió en un martirio… No lo entendía. Me perdí en ese efímero instante en el que te ví, jamás me sentí así. Ni siquiera la mona, persona de la cual no recuerdo ni el nombre me hizo sentir de ese modo, y tú sabes que ella me dejó mal —Jeyko agachó el rostro un poco arrepentido de haberlo dejado hablar tanto, de haberlo presionado. Furioso consigo mismo por ni siquiera haberse dado cuenta mientras todo pasaba frente a sus ojos—. No tienes idea de lo que es que la imagen que tienes de ti mismo se desmoroné en segundos. Lo que es sentir que lo pierdes todo y no entenderlo. De pronto me vi enfrentado a un millón de tabú, de moralidades, de tradiciones que iban en contra de todo lo que siento por tí, y me negaba  a aceptarlo. Lloraba pero el dolor no se iba. Trataba de convencerme de que te odiaba, pero cada vez que el teléfono sonaba y eras tú el que llamaba lo único que quería era tener los pantalones para poder contestarte. Pero el escucharte era peor. Me comportaba como una adolescente. Y por más que intentaba recuperar un poco de lo que había perdido, alejarme de ti lo suficiente para sacar esas absurdas ideas de mi cabeza. Tú estabas ahí buscándome y luego de la compra de trajes de que fueras a mi casa, de que toque tus manos de que tu presencia se quedará impregnada en mi cuarto, me di cuenta que no había nada que recuperar, que ya había perdido lo que era, que ya te había perdido. Que lo único que tenía era esa verdad que se me estrellaba en la cara, y de la que seguramente huí toda mi vida, porque estoy seguro que desde que te conocí siendo solo niños te necesite, te quise, te amé, pero solo ahora que te sentí tan lejos pude darme cuenta.

 

Su discurso terminó y descubrió con ternura como del rostro de Jeyko rodaba una lágrima, una igual a la que él detenía en sus ojos, mientras trataba de que el nudo en su garganta no terminará por asfixiarlo. Al mismo tiempo sentía que su cuerpo se relajaba. Había tratado de decirle algo de todo eso a alguien, pero al único que podía hablarle era al único que no debía decirle nada. A pocos días de su boda no pudo más que desahogarse y susurrar por lo bajo un lo siento repetitivo al que Jeyko sonreía con ternura mientras sus lágrimas no se detenían. 

 

Jeyko se levantó del sofá y caminó hasta donde Ángel que le pidió con un gesto de la cabeza que no lo hiciera. Se sentó sobre sus piernas, acostándose por completo sobre su pecho. El cuerpo de Ángel era cálido, acogedor, siempre lo había sido, y atribuía a eso el que terminará siempre entre sus brazos. Consciente por primera vez de que esa sensación que sus brazos le causaban le gustaba, se acercó a él, buscando lo abrazara, buscando calmar su propia confusión. Ángel a pesar de negarse le recibió sin problemas entre sus brazos. Jeyko se acurrucó sobre su cuerpo como si de un niño se tratase, y él lo recibió, lo abrazó y sin evitarlo lo besó en la frente. Embriagándose con su aroma, con su presencia. Le había costado admitir lo mucho que lo amaba, lo mucho que lo necesitaba y contrario a lo que había creído, Jeyko se acogía a él en vez de hacerlo a un lado, de apartarlo y odiarlo por lo que sus palabras se atrevían a confesar. Pensó muchas veces que si se atrevía a decirle todo lo perdería, perdería esa intimidad que les había unido en un principio. Pero Jeyko se sentaba en sus piernas de la forma más tierna y sana que podría imaginar. Colocándolo contra la pared sin embargo, negándole a su vez aquello que sentía. 

 

Sus cuerpos estaban demasiado cerca, demasiado juntos. La cercanía de Jeyko le ponía nervioso, le había confesado todo, y temía que Jeyko en su propia confusión le dejase llevar por sus instintos. Que le permitiera herirlo y dañar para siempre aquello que estaba pronto a formar. Sus rostros están muy cerca el uno del otro. Su tez cálida tocándolo tan imprudentemente. Sus ojos cerrándose ante la mínima cercanía. Dos labios que se juntan, que sin querer ceden ante el tacto cálido, ante la necesidad del cuerpo que se niega a contrariar un corazón latente que amenaza con perder el control. Una mano que se desliza con suave tacto bajo la camisa de alguien para sentir por primera vez una piel cálida bajo su mano quemante. Un beso que se detiene para darle paso al conocimiento del otro, para descubrir en los ojos del otro el permiso y la aceptación para continuar. Dos bocas que se chocan impacientes, respiración acelerada que solo perpetúa las sensaciones.

 

Jeyko se dejó llevar, se dejó tocar, se dejó besar. Descubrió con alegría lo mucho que disfrutaba de los labios de Ángel, de su experiencia, de su forma de moverse. No podía abrir los ojos, no había tiempo para hacerlo. Se sentía embriagado cada que Ángel le apretaba los labios, cada que buscaba entre su boca su lengua para unirse a ella, y luego morderle los labios. Incluso cuando se apartó para  devorarle el cuello, mientras sin detenerse le despojó de la camisa, desabotonando uno a uno los botones. Mientras le tocaba, mientras exploraba su cuerpo, mientras le obligaba a incorporarse para que se sentara a horcajadas sobre él. Dejando su pecho desnudo, permitiéndole besarlo, tocarlo, sentía su piel arder bajo sus manos que le presionaban sobre las caderas. Era divertido. No podía evitar sonreír cada que le mordía en el cuerpo, que le succionaba las tetillas, no podía evitar que su boca expresara lo que su cuerpo sentía, dejando que esos ruiditos agudos se escaparan de sus labios cada que su estómago se contrae, que se le erizaba la piel. Ángel no se detenía, miraba atento a cada reacción de Jeyko, consciente de que debía guardar todo en su memoria. Pero eso no cambió nada de lo que hacían. Ángel consciente de que empezaba a perder el control culpa del cuerpo de Jeyko que reaccionaba tan bien ante su tacto, moviéndose sobre su cadera, gimiendo mientras le dejaba besarlo, tomando su mano para guiarlo y mostrarle lo que era capaz de hacer con él. Antes de que pudiera siquiera acercarse a ese lugar que anhelaba entre su boca, entre sus manos, se detuvo. Lo besó por última vez en la boca y se echó hacia atrás. Jeyko sonrojado lo miró sin entender por qué se detenía. Ángel le susurro que no. Jeyko alcanzó a enojarse pero no se levantó. Ángel se relamió los labios y respiró hondo. No le sorprendió la facilidad con la que su cuerpo reaccionaba ante el puro tacto de Jeyko, y él lo percibía sin la mayor dificultad. Jeyko movió de nuevo su cadera contra la suya haciéndole saber que estaba bien que continuará. Ángel no pudo más que ahogar un gemido entre sus labios y apretar con sus manos los brazos del sillón. Jeyko le incitaba demasiado. Le estaba permitiendo hacer todo y no entendía por qué. Jeyko impaciente volvió a repetir el movimiento mientras fruncía el ceño impaciente de que Ángel no continuará. Con la respiración agitada no pudo más que volver a decir que no, sin pronunciarlo de verdad. Jeyko le miró sin dejar de fruncir el ceño, y se acercó a su cuello.

 

—Te necesito —le susurró al oído luego de besarlo.

 

De los ojos de Ángel, después de haberlo evitado tanto, una lágrima resbaló, seguida por otra y otra. Jeyko le acaricio, pero su llanto no se detuvo. Humillado, le acarició las piernas y se permitió tocarlo. Jeyko inmediatamente reaccionó y volvió a juntar su boca a la de él, más eso no evitó que Ángel se detuviera de súbito de nuevo.

 

—Te casas el domingo —Jeyko le miró desconcertado, pero no dijo nada— nunca la has engañado.

 

—Pero…

 

—No lo harás conmigo —Jeyko negó con la cabeza e intentó besarlo de nuevo, pero Ángel se lo impidió levantándose y dejándolo sobre el sofá—. No necesito que me hagas un favor —luego se metió en el baño y se desnudó para darse un baño de agua fría y así calmarse para recuperar algo de la cordura perdida.

 

—No es un favor —susurro Jeyko solo para él en la soledad de la sala.

 

Consciente de que Ángel tardaría, porque no le fue difícil descubrir que se encontraban en el mismo estado, desabrocho su pantalón, e imaginando que Ángel hacía lo mismo en el baño se masturbó, haciéndolo por segunda vez desde que Ángel volviera a su casa. 

 

Cuando Ángel finalmente salió del baño fue directo a la habitación de invitados. Jeyko lo vio pasar de un lugar a otro, sin que lo volteara a mirar. Sintió deseos de gritarle que se comportaba como un idiota, pero por lo complicado de todo no sabía realmente si era él quien en realidad se comportaba así. Ángel lo envolvía, estando sin él sentía que estaría bien, que podría acostumbrarse a vivir sin su presencia, a verlo de vez en cuando, cuando la ocasión lo amerite. Pero en cuanto le veía sabía que no era así. Era su mejor amigo y no podía, ni quería dejarlo ir. Las cosas ahora habían cambiado. Ángel ya había dejado de ser su amigo con todo lo que había pasado, habían llegado aún punto de no retorno. Todo por permitirle hacer, habían corrompido aquello que habían construido, lo que tenían ya no podía llamarse amistad. Ángel le había dado a probar la fruta prohibida y le ardía en los labios su ausencia. Se estaban causando tanto daño que no eran capaces de verlo. Lo había presionado y esas eran las consecuencias. 

 

Ángel encerrado en la habitación dejó que las lágrimas que había contenido durante días se escaparan de nuevo entre sus ojos. Lo amaba lo suficiente para no poder odiarlo, pero si en sus facultades estuviera poder hacerlo lo haría. Porque Jeyko le permitía mucho y sabía que al final luego de dárselo todo, se lo negaría de nuevo, y él se encontraría de nuevo en el mismo estado.

 

Jeyko permaneció sentado en el sofá. Ya había entrado la noche y agradeció que al día siguiente no tuviera que volver a trabajar. Tenía entre sus manos una lata de cerveza que había traído antes de la cocina, junto a otras dos, para no tener que volver a dejar la sala y darle a él la oportunidad de irse. Eso no significaba que lo detendría, por el contrario solo quería estar presente cuando lo hiciera. Quería verlo antes de que cruzara la puerta, desearlo por última vez, porque lo deseaba, le costaba mucho admitirlo, le dolía en la garganta pero era la verdad. Se dejó la camisa como él la había dejado y descubrió en su pecho una pequeña marca que él dejó con su boca. Una sola entre todos esos besos que le dio, pero una que resaltaba fuertemente sobre el tono pálido de su piel. Respiró hondo. Aquello no podía estar pasando. Rememoraba en su mente todos los momentos que había vivido con él, todos, desde que lo conociera en el parque y él le besara en la mano creyendo que de una niña se trataba. Tal vez desde que lo conocía le había gustado. Pero Ángel no había vuelto a hacerlo luego de que los otros niños se burlaran de él. Sin embargo, cuando se quedaba en su casa despertaban abrazados. Jeyko se sonrojaba mientras intentaba burlarse de la situación. Ángel le golpeaba suave en los hombros intentando también encontrarle el chiste al asunto. Esa situación se había repetido desde niños, y aunque la solución siempre había estado en dormir separados, no lo habían hecho hasta que Ángel pasó a ocupar su habitación de invitados. Habían estado juntos desde niños. Jeyko le pedía permiso a sus padres para que Ángel pudiera quedarse con él los días en los que sus padres se ausentaban. Y luego, cuando se convirtieron en adolescentes, lo hacían sin pedir permiso. Incluso después de que Claudia dejará definitivamente de trabajar, Ángel vivía más en casa de Jeyko que en la suya propia. Recordaba como en los descansos del colegio Ángel se acurrucaba detrás de él y le susurraba al oído todo lo que le haría a la maestra de matemáticas si esta lo encontrara masturbándose en el baño. Jeyko lo escuchaba atento mientras lo imaginaba y reía por lo bajo, sin poder mirar después directamente a la cara a la maestra que le reclamaba por su desconcentración. Ángel siempre había estado cerca. Y ahora que examinaba todo en su memoria podía verlo. Lo de las mujeres había sido así desde que estaba en el colegio, ellas iban detrás de él, pero él nunca le había hecho a un lado por ninguna de ellas. Lo había abrazado a él, antes que a ellas, lo llamaba, lo consentía. Porque lo que él hacía era eso; le compraba las onces, cargaba con su maleta, anteponía las necesidades de Jeyko a las suyas. Jeyko jamás vio nada de malo en eso, aunque no faltaban los comentarios los veía como innecesarios y fuera de lugar. No conocía otra forma de ser de Ángel, no encontraba nada extraño en lo que hacía pues desde niños habían actuado como tal. 

 

Jeyko estaba encerrado en sus vacilaciones cuando Ángel salió de la habitación. Era ya de madrugada, el sol empezaba a asomarse en el horizonte, y la noche a dispersarse en el aire. Ángel se detuvo en el umbral y observó a Jeyko que terminaba la tercera cerveza de la segunda ronda que buscara en la cocina, es decir la última de seis latas, que sin mucha demora se unió a las otras latas vacías sobre la mesa. Se veía más pálido que nunca, pero en cuanto lo vio le sonrió, feliz de que por fin saliera de su madriguera. Jeyko lo invitó a sentarse en el sofá, y se ofreció a buscarle un trago a lo que Ángel se negó, consciente de que su estado de embriaguez podría aumentar si le permitía beber algo más. Se sentó en el sofá sin decir nada, a su lado. Jeyko permaneció sin decir nada durante unos minutos y Ángel sólo lo observó. A pesar de su palidez —causada más que todo por el frío de la madrugada— su rostro se mostraba sonrojado. Jeyko se relamía los labios y mordía una de sus uñas en muestra de sincero nerviosismo. Pensaba en decirle algo. Mientras bebía había imaginado que podría decirle. Incluso había ensayado un par de frases que pudieran enfriar la situación entre los dos, y darle un espacio de tiempo en el que pudiera aclarar su mente y sus ideas. Pero Ángel le miraba fijamente, lo observaba. A pesar de la situación él tenía la habilidad de mostrarse sereno y frío, lo que terminaba por enervar sus nervios. Ángel finalmente sonrió, trataba de mantenerse tranquilo pero sin poder conciliar el sueño se había convencido de que lo mejor era enfrentar la situación. Lo último que había dicho antes de encerrarse había terminado por confundirlo más, atribuyéndole a Jeyko una intención de la cual no estaba seguro si era dueño. En primer lugar debía aclarar esa situación, luego dejarle claro que, aún si él se lo permitía, no estaba dispuesto a ir más allá de donde ya había llegado. No quería que personas ajenas resultaran heridas, sin admitir que él mismo sentía el temor de ser herido irremediablemente.

 

—Respecto a lo que pasó —Ángel empezó—. No quiero que vuelva a suceder…

 

—No tengo intención de hacerte ningún favor —Jeyko lo interrumpió—. No sé por qué lo hice, no lo entiendo, pero creo que desde siempre he esperado que lo hagas.

 

—¿De qué estás hablando?

 

—No me interrumpas. Te deje hablar antes y ahora quiero que me escuches —dijo rascándose la frente sin saber cómo continuar—. Te entiendo cuando dices que tal vez haz sentido lo que dices que sientes desde siempre, lo entiendo. Si repaso todo lo que hemos vivido, la forma que tenías para comportarte conmigo, todo tiene sentido. Muchas veces incluso llegaron a mis oídos los comentarios de personas que creían que tú y yo teníamos ese tipo de relación. Lo que es totalmente comprensible. Seguramente si yo hubiera tenido otro tipo de educación... no sé, si no hubiera estado acostumbrado a tu trato, porque estoy seguro que yo actuaba de la misma forma contigo. Si estuviera del otro lado seguramente hubiera encontrado algo raro en todo eso y hubiera llegado a las mismas conjeturas a las que otros llegaban.

 

—¿Y entonces qué?

 

—¿Qué? —Inquirió Jeyko, inseguro de la pregunta.

 

—¿Si hubieras pensado que mi comportamiento era extraño, o indebido? ¿Si yo te hubiera dicho todo esto antes, confiando claro en que me hubiera dado cuenta antes? por qué te recuerdo que hace poco me di cuenta, que al igual que tú veía como normal todo este comportamiento, ¡que nunca me sobrepase contigo! —La pregunta dejó frío a Jeyko que no había pensado realmente en eso, y solo atinó a negar con la cabeza, preso de la indecisión— ¿qué hubieras hecho?

 

—No lo había pensado, además no quería decir eso, mal entiendes mis palabras. Digo que si se analiza de fondo es normal que alguno de los dos llegara a pensar eso. 

 

—No, Jeyko no es normal —agachó el rostro un tanto exasperado por la conversación que sin querer habían subido de tono—. Lo que haya pasado, o la forma en que nos hayamos comportado no tenía por qué significar que alguno de los dos terminaría por enamorarse del otro. Si fuera así, ¿por qué no lo hacías tú?, ¿porque tenía que ser yo ese sujeto?

 

—¿Que te hace pensar que yo no siento algo también? —Ángel le miró desconcertado por lo que acababa de decir.

 

—Pero, ¿qué estás diciendo? te casas el domingo, como puedes ahora venir y decir algo así.

 

Jeyko se recostó por completo en el sofá y pasó ambos pies por encima de las piernas de Ángel, este no le impidió hacer nada. Pasaron varios minutos antes de que volvieran a decir algo. Jeyko empezaba a admitir que quizás Andrea no estaba tan errada al reclamarle por su comportamiento estando con Ángel. Hasta ese momento en toda la noche, no había pensado en ella un solo minuto, ni siquiera recordaba que el motivo por el que no fuera a trabajar era un obsequio de sus jefes para darle tiempo de preparar el pastel. No había dormido nada la noche anterior en la que Alex había golpeado sin consideración a Ángel, no había dormido esa misma noche y ya de mañana no podría hacerlo, menos, teniendo en cuenta la tarea que acababa de recordar, la preparación de la torta. Entonces la imagen de Andrea retumbó en su mente, realmente terminaría haciéndole mucho daño si llegaba a enterarse de algo de todo eso. Ella tenía razón. Ángel era más importante que ella, Ángel robaba por completo su atención, Ángel le sacaba de la realidad. Cómo continuar con la idea de casarse ahora que tenía en la mente tantas ideas confundiendolo. Cómo iba a pararse en el altar el domingo, con ella, sabiendo que le había sido infiel con Ángel. Que incluso antes de conocerla le era infiel con él, que en sus pensamientos siempre había estado presente. Pero y si todo aquello no era así, si solo se había dejado llevar por las insinuaciones de Ángel, por su confesión, por el deseo incalculable que le dejaron sus labios en la piel. Más estaba seguro que no era solo eso, no era simplemente el haberse dejado llevar por las emociones del momento. Era todo lo que había pasado desde que Ángel se negó a ser su padrino. El hecho de no haberla podido satisfacer como era debido, el sentirse tan desdichado y buscar a toda costa hacerles creer al resto que estaba bien, y que la decisión de Ángel no lo afectaba en lo más mínimo. Aun cuando insistía en buscarlo. Necesitaba a Ángel y no entendía como él pretendía que no fuera así, que luego de todo tuvieran que alejarse.

 

—¿Y si no lo hago? —Jeyko por fin rompió el silencio.

 

—Le darías la razón a todo el mundo. Sería yo el villano. Andrea no lo perdonaría, y aunque no me guste, no creo que lo merezca tampoco. Por eso me hice a un lado. No pretendo que cambies de opinión, ya habías decidido que era la mujer de tu vida, no puedes ahora cambiar de opinión. 

 

—Pero…

 

—No te engañes. Aunque digas lo contrario estoy seguro que no quieres dejarla, no eres el tipo de persona que rompe un compromiso de esa magnitud solo por sentirse confundido. Ya veraz que estando con ella en el altar, te darás cuenta que yo tenía razón, que tu futuro y tu felicidad están a su lado.

 

Ángel respiró hondo y se levantó del sofá camino a la cocina. El cuerpo en ocasiones parece ignorar lo importante de una conversación, o lo fuerte de las emociones, y solo cumple con su ciclo. Y Ángel tenía hambre. Se había encerrado en la habitación con nada más en el estómago que un sándwich. Buscó entre las alacenas unos huevos y sacó de la nevera un litro de leche que colocó sobre el fogón con dos pastas de chocolate. Jeyko pronto estuvo tras él. Cuando intentó romper uno de los huevos Jeyko se lo arrebató de las manos alejando también el tazón frente a él, y procedió a prepararle el desayuno. Ángel jamás había movido un solo dedo en el apartamento de Jeyko. Jeyko le preparaba todo, incluso arreglaba su habitación, su ropa, todo. Habían estado viviendo juntos por mucho tiempo. Aun cuando el total de sus cosas no estuvieran en el apartamento, Ángel vivía prácticamente ahí. En su casa se le consideraba más una visita que un inquilino.

 

Habían estado tan acostumbrados el uno al otro, que no imaginaron que algo o alguien pudiera interferir entre los dos. Pero ese alguien llegó, y poco a poco había roto con su rutina, con sus espacios, con su intimidad, y aquello que les hacía falta empezó a ser cada vez más obvio y cada uno lo buscó de la forma en que creyó correcta. En el cuerpo de una dama, de una mujer, en el amor que el ser femenino es tan bueno en profesar.

 

Jeyko preparó los huevos y los sirvió. Buscó entre las alacenas panes y algo de mantequilla mientras Ángel servía el chocolate. Jeyko tomó los dos platos entre las manos y le señaló que fueran hasta la sala. Más Ángel lo detuvo. Lo había estado observando todo el tiempo. Desde que entró en la cocina no lo había mirado directo a la cara. Aprovecho para  fijarse en la forma en que sus manos se movían, sus rasgos, lo delicado de su piel. No entendía como por tantos años no había sido consciente de él, aun estando a su lado todo el tiempo. Le quitó los platos de las manos y volvió a dejarlos sobre el mesón. Por primera vez desde que entró en la cocina Jeyko lo miró. La mirada de Ángel le quemaba en la piel. Ángel pudo por fin deleitarse con el color aguamarina de sus ojos, esos ojos que entre sueños buscaba, esos ojos de los que necesitaba pronta aprobación, a pesar de todo lo dicho y lo hecho. Se podía sentir en el aire la necesidad que Ángel tenía de tocarlo. Jeyko acercó una de sus manos hasta su camiseta y lo jaló hacia sí. Ángel lo besó, Jeyko lo tomó por los hombros y se amarró a su cuello, mientras él lo besaba. Ángel tenía hambre, pero hambre de Jeyko, quería sentir sus labios, su lengua, su piel. La última conversación se había acalorado demasiado. Jeyko había propuesto algo que endulzaba y perturbaba a la vez la mente de Ángel. Le pintaba sin decirlo en realidad, la opción de quedarse con él, de vivir con él tal como vinieran haciéndolo, pero con el sacrificio ajeno, haciéndole daño a una mujer que no lo merece. 

 

Los labios de Jeyko era algo que jamás había probado. Experimentaba con él algo que jamás había sentido, se sentía atado a ellos y Jeyko en vez de detenerlo, de ayudarle, se aferraba a su cuello, lo empujaba para que continuara, acentuaba el beso haciéndolo más pasional e intenso. Sus lenguas se entremezclaban, sus labios de nuevo se juntaban, sin que ninguno de los dos pudiera controlarse, más el beso se detuvo. Ángel estiró las manos para tomar los platos que había dejado sobre el mesón y se alejó de Jeyko, que aturdido no pudo más que respirar hondo y tomar de nuevo entre sus manos el completo del desayuno y seguir a Ángel que ya iba camino a la sala.

 

Una vez en la sala. Sentados en la pequeña mesa, que hacía las veces de comedor, con dos únicas sillas. Se sentaron el uno frente al otro. Comieron en silencio. Solo podía escucharse el murmurar de los cubiertos sobre los platos. No tenían nada que decir, por lo menos no hasta que encontraran la forma de hacerlo. Las preocupaciones de ambos se acrecentaban pasadas las horas.

 

Cuando Jeyko terminó fue hasta la habitación, tomó el celular dejado en una de las mesas de noche y regresó a la sala. En el aparato había tres mensajes de Andrea, en los que se vislumbraba lo problemático de su situación y los estados emocionales por los que había estado atravesando desde que se vieron el día anterior. Sin embargo, el último de los mensajes fue el más duro de todos. La ira de Andrea estaba completamente expresada en una única frase. —Deja que sea yo quien haga de madrina cuando te cases con él— los ojos de Jeyko alcanzaron a aguarse por la tristeza contenida. Aquello era algo por lo que nunca imaginó pasar, se sentía en medio de una encrucijada, porque esos dos seres que ahora tenía en frente y que reclamaban con ahínco un poco de su atención, eran los dos seres que más amaba, de forma completamente distintas, pero con sentimientos que ahora lograban entre-mezclarse uno sobre otro. Respiró hondo antes de ignorar el mensaje. Sabía que lo correcto sería haberla llamado y tratar de llegar con ella a un acuerdo que le permitiera un poco de tiempo . Pero no sabía cómo. No tenía cómo explicarle lo que estaba pasando, ni como pedirle tiempo. Andrea era un torrente de emociones, podía llegar a ser una de las personas más tercas que conociera, y Jeyko sabía que, en ese momento, sería poco lo que podría decir para cambiar su opinión.

 

Ángel le miraba desde la silla del comedor donde aún se encontraba sentado luego de haber terminado el desayuno. Pudo adivinar que había visto algo muy malo en el teléfono luego del gesto casi taciturno en el rostro de Jeyko. No dijo nada. Imaginaba de qué se trataba, y lo que menos quería era ahondar en la herida. Sin embargo, cuando lo vio buscar en su lista de contactos y marcar un número imaginó que algo estaba tramando y se acercó a él. Se sentó a su costado en el sofá,  mirándolo de frente. Jeyko marcó el número grabado en la memoria de su teléfono desde muchos años atrás y esperó el repicar de la llamada saliente hasta que el otro contestó.

 

—Mateo, habla Jeyko ¿cómo estás?

 

Del otro lado de la línea el hombre al que había llamado contestó. Ángel no supo nada más de la conversación que ambos entablaron, pues una vez él contestó Jeyko se puso de pie y se marchó a la cocina. Ángel no comprendía del todo porque lo llamaba a él. Sabía que se trataba de uno de los amigos de Jeyko, al que había conocido muchos años atrás cuando entró en la academia de pastelería. Uno de los mejores según él, siempre llegaba hablando de lo especial que eran sus preparaciones, y del increíble conocimiento que tenía de ingredientes y combinaciones. Era su ídolo. Ángel se había encargado de burlarse a su costa, haciéndole comentarios burlescos sobre la forma en que se refería a él, siempre con gesto de enamorado, a lo que Jeyko respondía con pucheros infantiles y lanzándole uno que otro objeto que encontraba cerca. Pero Ángel no podía evitar que todo eso tuviera algo de cierto. En realidad siempre le molestó de sobremanera la forma en la que Jeyko hablaba con él por el teléfono, o la forma en que se refería a él cuando contaba alguna anécdota ocurrida en la academia. No entendía cuál era el motivo por el que pudiera llamarlo, sabía perfectamente que Jeyko sólo era capaz de hacer el pastel de su boda, y como no había ido a trabajar suponía tenía el permiso de sus jefes para tomarse los días faltantes a la boda. Irritado por que Jeyko se hubiera ido y lo dejara en la sala, solo para poder hablar con él, se fue tras él hasta la cocina. Cuando finalmente se decidió a entrar Jeyko ya había cortado la comunicación y ponía sobre la mesa todo lo que había comprado el domingo anterior para la preparación del pastel. Ángel se quedó de pie en el umbral de la puerta observando detenidamente. Jeyko pronto se percató de su presencia mas no dijo nada y continuó con lo que estaba haciendo, sabía que Ángel tenía curiosidad, pero no le diría nada a menos que él preguntara. Pasados varios minutos la curiosidad de Ángel llegó a su límite.

 

—¿Que tenías que hablar con él?

 

—¿Con Mateo? —Jeyko se giró a verlo, y Ángel le miraba de forma irónica, a lo que solo pudo reír—. Recuerdas que antes de mi retiro de la academia el instructor me había recomendado en Gama Pie.

 

—Sí, que tiene eso que ver con él.

 

—Lo arruine por completo —Ángel continuó sin entender—. Estaba tan confuso sobre lo que quería, que al final todo salió mal —Ángel le pidió que se explicara—. El trabajar allá significaba que mi tiempo libre se reduciría, era un trabajo de tiempo completo, si me necesitaban un domingo allá tendría que estar, un sábado, cualquier día, sin importar la hora que fuera, o si tenía algún otro compromiso. Si aceptaba ese empleo mi vida social habría desaparecido en poco tiempo, pero si lograba el trabajo habría ahorrado en la mitad del tiempo el dinero necesario para abrir mi propio lugar, hasta podría tener mi propio apartamento. No sabía qué era lo que quería realmente.

 

—¿Cuál es tu punto?

 

—Mi punto es que, mi estado de confusión era tal que el postre que preparé el día de la prueba fue tan horrible, que ni siquiera era comestible —Ángel río por lo bajo. Recordaba aquel suceso y lo decepcionado que llegó a casa ese día. Había perdido la mejor oportunidad de su vida, pero hasta ese momento Ángel no sabía los verdaderos detalles de la situación—. Si realmente voy a casarme, ese pastel tiene que quedar perfecto, y ahora mismo no me siento en facultades de hacerlo. No quiero causarle una indigestión a nadie así que le pedí el favor a Mateo que lo hiciera. Gracias a Dios no se negó y prometió ayudarme, ahora solo debo llevar todo hasta su casa y mandar por él el domingo en la mañana.

 

El rostro de Jeyko estaba más acongojado que tranquilo. Aquella decisión seguramente había sido algo difícil para él. Estaba seguro que nada deseaba más que ser el artífice de su propio pastel, pero si las cosas eran realmente como él las narraba no había más que pudiera hacer. Era la oportunidad de Mateo de probar que tan bueno era y por qué había recibido en el pasado tantos elogios de Jeyko. Lo cierto era que el que Jeyko no pudiera hacer lo que quería, no era culpa de nadie más si no de él por haberle confundido tanto.

 

—Lo siento. Sé que es mi culpa.

 

—Sí —La honestidad en la respuesta de Jeyko le hizo sentir peor—. Ahora tendrás que buscar la forma de recompensarme —Jeyko no pudo evitar mirarle de forma pícara a lo que Ángel no supo cómo responder—. ¿Qué vas a hacer? ¿Te irás?

 

—Si tú quieres eso, lo haré —Jeyko le hizo un gesto de enojo—. Pero preferiría quedarme un poco más. El problema es que ya me llevé todo y no tengo con que cambiarme.

 

—Debe haber algo en el patio de ropas, busca ahí. Voy a darme un baño.

 

Jeyko buscó retirarse de la cocina pero Ángel no le dio espacio para salir. Su rostro a pesar de los comentarios que había hecho demostraba todo lo contrario. Parecía como si en realidad no quisiera que Ángel estuviera ahí. Desde que había visto el mensaje de Andrea en el celular no había cambiado su expresión. Aún se veía triste, y eso enfadaba a Ángel que reconocía que aun cuando le dejaba hacer, cuando le dejaba estar cerca, el dilema moral de Jeyko era muy grande y que su confusión lo era aún más. No hallaba realmente cómo ayudarle. Al menos sabía que debía empezar por detener lo que pasaba entre los dos, debía dejar de sentir esa necesidad de tocarlo, de besarlo y por el contrario empezar a ser el amigo que debía, darle los consejos adecuados para que su boda finalmente llegará a buen término. Jeyko pidió permiso para salir de la cocina, pero Ángel continuó sin moverse.

 

—Llámala, cuéntale lo del pastel, tal vez eso te haga sentir mejor.

 

—Se pondrá peor de lo que ya está —Ángel finalmente lo tomó entre sus brazos y lo abrazó. Jeyko recostó la cabeza sobre su hombro y le rodeó la cintura—. No sé cómo lidiar con toda esta situación. Para decirle que no haré el pastel tengo que explicarle el por qué, ¿qué voy a decirle? ¿que tengo sentimientos encontrados por ti y por ella? 

 

—Decirle eso tal vez arruine todo, pero si no piensas decírselo al menos deberías llamarla, saber cómo está. 

 

Jeyko le abrazo más fuerte, no quería decir nada más. Hablar con ella sería muy difícil. Temía que al escuchar su voz no sintiera nada, que el cosquilleo que había estado presente durante los dos años que llevaba de conocerla se esfumara y su voz finalmente no le produjera ningún sentimiento. Temía que sus sentimientos por Ángel fueran ahora más fuertes que los que había tenido por Andrea. Esa sensación que se apoderaba de su cuerpo era inexplicable. No recordaba haber sentido con Andrea algo así. Los brazos de Ángel alrededor de su cuerpo se sentían completamente distintos, el calor de su cuerpo le quemaba, y quería que aquellas sensaciones que había tenido hasta ahora, se repitieran una a una, y extasiarse en él. No quería llamar a Andrea. Quería tomar un baño frío y despejar sus pensamientos. Quería dejar de abrazar a Ángel y encerrarse en sus vacilaciones, pero sus brazos no lo soltaban. Le ordenaba a su mente que se alejara, pero el pecho de Ángel era tan cálido, que su cuerpo no se alejaba de él, aun cuando lo pidiera a gritos su cuerpo reaccionaba y actuaba solo. Sus manos se movieron solas hasta colarse por debajo de la camiseta de Ángel, que sorprendido le separó un poco. Los ojos de Jeyko estaban tristes aún, sin embargo, podía ver como poco a poco esa tristeza se iba diluyendo para convertirse en algo más. Ángel sonrió, pero consciente de que su deber era ayudarlo, sacó el teléfono del bolsillo trasero del pantalón de Jeyko y rápidamente le marcó a Andrea antes de que Jeyko pudiera evitarlo. La voz de Andrea se escuchó del otro lado de la línea y Jeyko con ambas manos atrapadas, y con el teléfono al oído no pudo más que hablar. Sus miedos cobraban vida uno a uno. La voz de Andrea no había causado el efecto que esperara, por el contrario, el que Ángel lo soltara e intentara alejarse lo sobreexaltó, y en un auto reflejó le aprisionó contra la pared evitando así que se escapara. 

 

Intentó entablar una conversación con ella. Burlarse del último mensaje que le había enviado tratando de restarle importancia, diciéndole de modo tierno que era “tontilla”. Ángel podía escuchar la voz de Andrea desde donde Jeyko lo retenía, y adivinaba por su tono de voz que realmente estaba enojada, aunque a medida que Jeyko hablaba ese enojo menguaba y su voz empezaba a hacerse más cálida. Jeyko le miraba directo a los ojos mientras hablaba con ella, dándole explicaciones sin sentido que inventaba sobre la marcha, y que ella en la confianza que guardaba por él empezaba a creer. Los ojos de Jeyko ya no expresaban tristeza. Una risilla se escuchó del otro lado de la línea, luego de que Jeyko le hiciera saber a ambos el estado en el que se encontraba. —Estoy excitado— fue lo que dijo, luego de que ella preguntara qué hacía. Con su propio cuerpo Jeyko empujó más a Ángel contra la pared. Jeyko podía escuchar del otro lado como Andrea parecía no estar más enojada, mas ya no la escuchaba, sus ojos estaban clavados en los de Ángel, en sus labios que relamió sensualmente. Era imposible no ceder ante sus impulsos. Aun cuando su mente intentaba concentrarse en las palabras de Andrea del otro lado de la línea, se acercó cómodamente hasta sus labios y los rozó. Ángel no hizo el intento de besarlo, más en su pecho descubrió el palpitar acelerado de su corazón.

—¿Estás solo? —preguntó Andrea del otro lado.

—No —contestó Jeyko sin alejarse de Ángel—. Ángel sigue aquí —el tono de voz de Andrea volvió a cambiar—. Pero ya arreglé las cosas con él, me va a ayudar con la preparación de la torta y sabes que eso es una sorpresa así que no nos veremos hasta que estemos en el altar. Puedes estar tranquila, sacaré todo el provecho que pueda en estos últimos días.

 

—No hagas nada de lo que te puedas arrepentir.

 

—No lo haré, te lo prometo, adiós.

 

Colgó el teléfono y atrapó los labios de Ángel con los suyos. No alcanzó a escuchar el "te amo" que le daba Andrea una vez se despidiera. Arreglar con ella las cosas era más fácil de lo que pensaba. Sabía que si le hubiera dicho la verdad; que no prepararía la torta; que estaba en brazos de Ángel; que ya no estaba seguro de lo que sentía por ella. Las cosas serían totalmente distintas. Su enojo hubiera sobrepasado los límites de la distancia y habría llegado hasta donde ellos para separarlos, y no quería por nada del mundo separarse de él. Mandaría todo al carajo si era necesario, para poder pasar con él sus últimos días de soltería.

 

Jeyko era un ser extraño que lograba sorprenderlo con cada acto. No era más el hombre que había conocido, calculador y predecible. Al contrario, desde que las cosas entre ellos cambiaron de ese modo, Jeyko le había sorprendido tomando extrañas decisiones, y justo la última era la que más lo confundía. Alegraba y alentaba el corazón de Andrea, pero al tiempo rozaba sus labios mientras profesaba hacia ella bellas palabras de conciliación. Era un ser extraño, que se apoderaba por completo de sus sentidos. Desde que cortó la comunicación y se apoderó por completo de sus labios sin darle más opción que responderle, Ángel se había dejado llevar, confuso de si aún las cervezas que había tomado en la madrugada hacían efecto en su cabeza. Ángel había logrado detener su empuje y lo había alzado por las piernas hasta dejarlo sobre el mesón de la cocina. Sus besos no se detuvieron, por el contrario, la intensidad de ellos se acrecentó uno a uno, y prontamente sus manos pasaron a ser parte del momento, entrelazándose una entre la otra, perdiéndose en cada centímetro de piel tocada.

 

Entre beso y beso habían logrado llegar al cuarto principal. Jeyko desnudaba con cariño el cuerpo de Ángel que no dejaba de acariciarle. Ángel un poco nervioso no dejó que le quitara el pantalón, lo detuvo. No estaba seguro de las razones por las que Jeyko hacía todo aquello, pero descubría en sus ojos el nivel de excitación en el que se encontraba, por eso se encargó de ser él quien controlara la situación. No quería que Jeyko se sorprendiera, que se asustara y escapara. Lo recostó en la cama suavemente, besos sus labios, su cuello, su pecho, le besó el abdomen de lado a lado sobre la línea del pantalón. Vio a Jeyko estremecerse, lo oyó gemir. Sintió sus dedos mezclarse en su cabello. Le encantaba oírlo. Bajó el cierre del pantalón y lo abrió un poco. Desde su posición podía ver la entrepierna de Jeyko levantarse bajo los pantaloncillos, podía apreciar el vello púbico que se escapaba del borde. Volvió a besarlo, le rozó el pene con la boca sobre la ropa interior y Jeyko gimió más fuerte. Su rostro estaba sonrojado.

 

Ángel estaba ensimismado en su rostro, en los gestos que hacía cada vez que le tocaba las piernas mientras deslizaba el pantalón sobre ellas. Lo acarició, lo tocó, le besó el interior de los muslos y Jeyko no pudo más que mirarlo suplicante. Tomó con ambas manos el caucho de los pantaloncillos y procedió a quitarlo. Una vez la erección de Jeyko se vio liberada Ángel quedó en éxtasis. Era la segunda vez que le veía. El cuerpo le temblaba pero no podía dejar de besarlo. Se acercó de nuevo a su rostro y lo besó en los labios como gesto de agradecimiento por permitirle todo aquello. Mientras lo hacía tomó el miembro de Jeyko entre las manos y este le mordió suave los labios, luego respiro hondo. Ángel continuó con un movimiento constante de su mano alrededor del miembro de Jeyko. Él no dejaba de mirarle mientras volvía a descender sobre su pecho, mordiéndole las tetillas, el ombligo, la base de su cintura, en los muslos, hasta finalmente tocarlo con su boca. Jeyko se sonrojo aún más, apretó con fuerza las cobijas de la cama, y Ángel continuó. Al principio con pequeños besos alrededor, hasta que finalmente lo introdujo en su boca nervioso y un tanto inseguro de lo que hacía, iniciando un vaivén al que Jeyko respondió con sus caderas. Aquello era mejor que cualquier cosa que había probado antes. Jeyko había practicado el sexo oral con sus parejas anteriores, incluso lo había hecho con Andrea. Pero aquello era irreal. La boca de Ángel se movía perfectamente sobre su pene erecto. No podía parar de gemir, de expresar con su voz las sensaciones que Ángel dejaba en su cuerpo. Le dolían las manos que apretaban con fuerza las cobijas. Jeyko se había recostado por completo en la cama. Su cadera se movía sola contra la boca de Ángel. La sensación era intensa, mientras Ángel seguía acariciándole con ambas manos cuanto centímetro de piel se encontraba.

 

—¡Detente! —balbuceó Jeyko, inseguro si debía decírselo— por... favor, detente.

 

Ángel se detuvo ante su súplica pero sin alejarse continúo masturbándolo con su mano. El cuerpo de Jeyko se estremeció y un sonoro gemido salió por fin de su boca. Se había corrido en la mano de Ángel, que extasiado, le besó con más fuerza que antes. 

 

Jeyko buscó colar sus manos entre los pantalones de Ángel, pero él volvió a detenerlo. No había dejado de besarlo y rápidamente el sabor salado del miembro de Jeyko se perdió entre sus bocas. No hubo más que calor y humedad entre los dos. Jeyko quería tocarlo más, pero Ángel no lo dejaba avanzar más allá de la línea de su pantalón.

 

—¡Déjame! —le exigió Jeyko.

 

—¡No! —contestó de la misma forma Ángel—. Tus manos tiemblan, no quiero que me lastimes— se mofó de Jeyko.

 

Ambos rieron sin dejar de mirarse. Ángel lo amaba, lo veía en sus ojos, en lo cálido de su sonrisa. Comprendía el sentimiento de temor de Ángel, no porque en realidad pudiera lastimarlo, porque sabía con certeza lo bien que lo haría sentir. Lo único que quería era que Ángel al igual que él, tuviera ese momento de paz y tranquilidad que ofrece el orgasmo, un momento en el que las ideas se pierden y todo se borra por segundos que parecen infinitos. Pero sabía a qué se debía su miedo. De cualquier forma, es diferente el hacerlo a que te lo hagan, y Ángel temía que la boca o las manos de Jeyko no se compararan con nada que le hubieran hecho antes y no poder volver a encontrar tranquilidad a su cuerpo. Quedarse enganchado para siempre en la sensación que su boca podía proporcionarle era un pensamiento horrible, ya era suficiente con que los labios le dolieran por su lejanía, como para tener que sufrir allí en ese lugar por lo mismo. El problema estaba en que ya dolía, la boca de Jeyko besaba con delicadeza su cuerpo, lo tocaba, lo acariciaba, y le suplicaba con la mirada que lo dejara proseguir. Lo rozó con las piernas, acercó su miembro que no tardó en erguirse de nuevo a su pantalón. Ángel estaba cediendo. Lo dejó desabrocharle el pantalón, luego le permitió quitárselo, lo rozó con las manos sobre el bóxer y Ángel gimió por primera vez. La boca de Jeyko se entreabrió, y mordió con ganas sus tetillas, mientras retiraba el bóxer que ajustaba dolorosamente el miembro de Ángel. Una vez quedó por completo descubierto Jeyko permaneció estático por unos segundos contemplando la escena. Ángel temía que saliera corriendo de la habitación y llamó su atención hacía su rostro y volvió a besarlo. Jeyko lo había seguido. Ángel se recostó contra el espaldar de la cama y Jeyko abriendo las piernas a su alrededor se había sentado sobre él.

 

—¿Lo disfrutas? —preguntó Ángel entre jadeos.

 

Jeyko no respondió nada. Se amarró a su cuello, mientras Ángel tomaba entre una de sus manos las dos erecciones juntas, y con la otra guiaba la de su compañero al mismo lugar. Sus miradas se quedaron una sobre la otra. Los ojos aguamarinos de Jeyko estaban abiertos de par en par. Su boca entreabierta ahogaba gemidos causados por su mano y la de Ángel que se movían juntas en un ritmo provocador. Sus rostros pronto se juntaron y entre torpes movimientos volvieron a besarse, dándole espacios esporádicos a los gemidos y a los mordiscos que acrecentaban la excitación entre los dos. El clímax llegaba pronto gracias al ritmo acelerado de las manos. Ambos llegaron a tiempo, entre gemidos y besos. Jeyko recostó por completo su cuerpo contra el de Ángel, el sudor y los rastros de semen se entremezclaban. El calor entre los dos era casi palpable.

 

—Lo disfruté, mucho más de lo que imaginé —confirmó Jeyko sin alejarse de los labios de Ángel, que le abrazó aún más fuerte.  

 

La calma pronto volvió a sentirse entre los dos. Jeyko se quedó dormido sobre el pecho de Ángel, luego de dos noches enteras sin dormir lo suficiente. No se separaron. Los brazos de Ángel rodearon con delicadeza el cuerpo de Jeyko, le acarició la espalda de arriba a abajo, observó y acarició las marcas dejadas en su cuerpo. Sabía que para la noche de bodas todas desaparecerían y Andrea no se daría por enterada, más eso no lo tranquilizó. Jeyko dormía profundamente. Ángel continuó despierto sin dejar de acariciarlo. No sabía qué iba a hacer ahora. Se había prometido así mismo una y otra vez hacerse a un lado, detener todo aquello y darle tiempo a Jeyko para retomar su vida y su felicidad. Por el contrario, cedía cada que él se lo permitía, iba en contra de sus propias decisiones y se dejaba llevar por ese deseo físico que se volvía cada vez más incalculable. Lo peor era la imagen de Andrea que lo atormentaba en su cabeza, esa mirada que le había molestado siempre parecía verlo desde una esquina de la habitación, y ese estado de felicidad absoluta se entremezclaban con uno de completa perturbación. Ángel lloró en silencio, sin perturbar a Jeyko. Su felicidad jamás sería completa. Los momentos increíbles como el que acababa de vivir se esfumaban tan rápido que apenas lograba percatarse, y la realidad no tardaba en estrellarse contra su lecho y recordarle por qué no debían estar juntos, porque no pueden, aún cuando ambos fueran hombres libres.

 

Trato de ignorar el timbre de la puerta. Apretó con más fuerza entre sus brazos el cuerpo de Jeyko. No tenía idea de quién podía ser. Temía en lo más profundo que fuera Andrea, que descubriera con disgusto las marcas dejadas en su cuerpo y lo separará para siempre de él. Jeyko lo odiaría por ser el culpable de todo.

 

—¿Quién puede ser? —preguntó Jeyko mientras trataba de despertarse.

 

—No lo sé.

 

—Voy a bañarme ¿puedes mirar quién es? 

 

Jeyko se levantó de la cama luego de besarlo y sonreírle con franqueza. Aun cuando sus ojos aún estaban adormilados, descubrió en ellos una tranquilidad que no le veía desde que empezara todo el asunto con la boda. Lo vio feliz y eso rompió el corazón de Ángel, que sintiéndose igual dejó que todos los miedos que tenía se apoderarán de él. Jeyko salió de la habitación mientras Ángel se cambiaba. Se vistió rápidamente luego de limpiar los restos que el acto había dejado en su cuerpo y fue hasta la puerta. El timbre había empezado a sonar más rápido que las primeras veces y el molesto tintineo había empezado a enojarlo, sobre todo porque no habían recibido la llamada desde la portería para autorizar el ingreso de nadie. Respiró hondo antes de girar el picaporte. Para su sorpresa nadie que conociera estaba del otro lado. Un hombre de tez morena, de más o menos su estatura y de penetrantes ojos negros estaba parado frente a él. El hombre, a pesar de ser casi igual de alto que Ángel se veía mucho más grueso, seguramente asistía al gimnasio con regularidad. Llevaba puesto unos Jean azules y una simple camiseta blanca con una boina que tapaba su cabeza aparentemente rapada.

 

—¿Jeyko está? —preguntó el extraño sonriéndole.

 

—Sí —respondió Ángel inseguro de dar algún tipo de información— ¿quién eres?

 

—Oh, lo siento —volvió a sonreír y se acercó a la puerta recostándose en el borde y dando un vistazo hacia adentro— Jeyko me llamó esta mañana dijo que iría hasta mi casa y como no apareció decidí venir…

 

—¿Mateo?

 

—Wow, eso es una sorpresa, así que sabes quién soy, y —dedicó una mirada a Ángel observándolo de arriba a abajo— ¿Quién eres tú?

 

—Ángel —muchos adjetivos de cómo podía presentarse se le atravesaron en la cabeza, pero no sabía cuál de ellos sería correcto, solo atinó a decir lo que hubiera dicho en cualquier otra situación—, amigo de Jeyko, siga, está tomando un baño y no tarda.

 

El individuo entró en el apartamento y se sentó en uno de los sofás de la sala, y como si fuera su costumbre estar en aquel apartamento, tomó entre sus manos el mando del televisor y lo puso en el canal de deportes, donde transmitían un partido de la copa sudamericana, entre dos equipos extranjeros. Ángel se sentó a su lado y vio atento la transmisión. El hombre no había dicho nada más, sin embargo, Ángel concentrado en el partido que se ponía interesante no pudo dejar de fijarse en él. Jeyko le había hablado innumerable cantidad de veces de Mateo, incluso estaba seguro de haber discutido con él por su insistencia al querer hablar de él. Ahora que le conocía veía con desagrado el carisma del que Jeyko tanto hacía énfasis. El joven le dedicaba de vez en cuando una que otra mirada con una sonrisa entrelazada que logrando perturbar el genio de Ángel que no veía la hora en que Jeyko saliera del baño.

 

—Jeyko me ha hablado mucho de ti —comentó Ángel una vez que el primer tiempo del partido terminó. Sabía que debía ofrecerle algo, Jeyko seguro se enojara si no lo hacía, pero no quería irse de la sala y que en ese momento Jeyko saliera con no más que una toalla en la cintura. Quería que si eso pasaba poder ver el rostro de Mateo cuando lo viera, y el de Jeyko obviamente. Quería saber si tendría en su rostro la misma mirada mimada que tenía cuando hablaba de él—. Sé que obtuviste el puesto en Gama Pie, ¿cómo es que ese puesto te deja tiempo de preparar un pastel de bodas para una persona que ni siquiera te invito a su boda?

 

—Esa sería una buena pregunta si Jeyko en realidad hubiera hecho eso —el rostro de Ángel se mostró dudoso—. Estoy invitado a la boda, Andrea se encargó de llamarme, incluso fueron hasta mi casa a llevarme la invitación personalmente. Pero no te preocupes le prometí a Jeyko guardar el secreto de que seré yo quien haga el pastel. No sabía que darles así que ese sería un buen regalo.

 

En ese momento Jeyko salió del baño. Ángel no alcanzó a expresar lo desconcertado que lo había dejado la noticia. No tenía idea de quiénes eran los invitados, pero Jeyko se había retirado mucho tiempo atrás de la academia y no había vuelto a hablar de él, así que había supuesto que no tenían contacto desde entonces. Tampoco tenía idea de que Andrea lo conociera, y por la forma en que se había expresado de ella, se llevaran bien. Estaba seguro que, por el tamaño de su sonrisa, Andrea le hubiera preferido a él como su padrino o en todo caso, hubiera deseado desde un principio que él fuera él mejor amigo de Jeyko. 

 

Jeyko que sostenía con una de sus manos la toalla amarrada a su cintura, se acercó a Mateo y estrechó su mano. Mateo se levantó y respondió el saludo. La cortesía entre los dos chocaba de sobremanera con la forma tan deliberada con la que había tomado el mando del televisor. Pero la situación cambió en un momento. Con la mano de Jeyko aun estrechando la suya, Mateo lo jaló hacia sí y le abrazó casi por completo, y luego alejándose contó con especial dedicación cada una de las marcas visibles sobre el cuerpo de Jeyko, dejadas anteriormente por la boca de Ángel. No eran muchas en realidad, pero por la ubicación de las mismas llamaban mucho la atención. El rostro de Jeyko se sonrojó mientras Mateo presionaba curioso una última marca justo debajo de su clavícula.

 

—Esa mujer te va a dejar hecho polvo —comento, a lo que Jeyko solo pudo sonreír nerviosamente y alejarse un poco—. Me quede esperándote hombre, hasta te prepare desayuno y todo. Pero mira que ya es mediodía y no apareciste. Así que me dije que tenía que venir a buscarte, no vaya a ser que tu mujer te pille y te metas en un gran lío. Claro que tan buena compañía podría salvarte seguramente.

 

—No soy de su agrado, no podría hacer nada en ese caso —comentó Ángel enojado.

 

—Ella no vendrá, no te preocupes. Espera, ya tengo todo listo, deja me visto y te atiendo, ¿bien? —respondió Jeyko antes de que Mateo pudiera comentar algo respecto al comentario de Ángel.

 

—Como gustes no tengo afán, el partido de la sudamericana está que arde. Le aposté a los brasileños, y tengo muchas posibilidades de ganar, así que no te afanes. Los de Gama Pie me prestaran los hornos, así que todo estará listo antes de tiempo.

 

—Esperó no meterte en problemas.

 

—No, no, para nada, todo está bien, por el contrario, me has quitado de encima el trabajo de tener que darte un regalo, eso ya me tenía los pelos de punta.

 

Jeyko continuó riendo y se alejó hasta la alcoba. Mateo tenía una personalidad arrolladora. Entre su grupo nunca se había visto alguien así, Alex solía ser recochero y tomador de pelo, pero no tenía ese don de la conversación, ni esa fluidez en las palabras, y de los cuatro era el que más habilidades de comunicación tenía, más cuando se trataba de entablar conversación con otras personas. Ángel ganaba más de apariencia y físico que de buen conversador y Juan solo tenía ojos para Alex así que hablar con alguien que no fuera ellos era algo que no estaba entre sus preocupaciones. Jeyko solía ser el más amigable pero siempre terminaba pasando por el niño lindo de los cuatro y las damas se habían encargado de convertirlo en un consejero que escucha mucho y habla poco. 

 

Ángel se molestó con esa familiaridad con la que Mateo procedía. Le molestó la forma en la que luego de que Jeyko entró en su alcoba esté fuera hasta la cocina a buscar una bebida o algo. Estaba desconcertado, se movía como si estuviera allí todos los días. Enojado, entró en la alcoba mientras Jeyko se cambiaba. Jeyko le miró atónito por la forma brusca en la que había entrado y la forma en que lo miraba.

 

—Ese tipo está en tu cocina, llega y te abraza como si fuera la cosa más normal del mundo y enciende el televisor a ver fútbol. Te tocó..., no tenía por qué tocarte. Solo le falta caminar en calzoncillos por todo el apartamento.

 

—No tienes por qué estar celoso —trató de acercarse y abrazarlo, pero Ángel no le dejó hacerlo— ¿qué pasa?

 

—Lo invitaste a la boda —Jeyko asintió confundido— y por lo que veo tiene muy buena relación con Andrea —Jeyko respiró hondo y lo dejó hablar—. Pensé que habías perdido por completo el contacto con él luego de que abandonaste la academia, y ahora se mueve por tu apartamento como si fuera el suyo.

 

—¿En serio estás así de celoso? —comentó Jeyko completamente serio—. No te gustaba que hablara de él así que no lo volví a hacer. Por supuesto que conoce a Andrea es más amigo de ella que mío, se conocían de antes, el mundo es muy pequeño que puedo hacer. ¿Por qué estás tan enojado?

 

—No sé —Ángel se sentó sobre la cama y Jeyko lo hizo a su lado—. Simplemente me molesta. Pero está bien, no sé qué pasó, no son celos, no es como si fuera algo tuyo para tener el derecho de tener celos o algo parecido —Ángel respiró hondo tratando de calmarse, pero Jeyko no le ayudaba burlándose de él. Intentó abrazarlo pero Ángel se tumbó en la cama, entonces simplemente se acercó y le dio un beso en la mejilla—. Ve y atiende tu visita, yo me quedaré acá.

 

No supo nada más de lo ocurrido fuera de la alcoba. Jeyko se había quedado con Mateo. Lo había escuchado reírse un par de veces, y escuchaba con desagrado los comentarios que hacía Mateo sobre cualquier cosa que se le viniera a la mente, más las voces se acallaron en algún momento, supuso que se habrían ido a la cocina. Estaba celoso, siempre lo había estado. Pero lo que en realidad le molestaba era que le hubiera ocultado durante tanto tiempo el que mantuviera contacto con él y la amarga casualidad de que se conociera con Andrea. Le molestaba que se hubiera dejado examinar, que se hubiera dejado tocar, sin oponerse, sin decir nada y lo que más le molestaba era encontrarse a sí mismo en ese estado, con el ceño fruncido y respirando hondo para tratar de recuperar el aliento. Le preocupó verse así, y temía ante todo descuidarse el día de la boda y hacer una escena que pudiera arruinarlo todo. No sabía cómo ahora, después de haberlo confrontado y haberle hecho saber lo que sentía, su enojo, sus celos, después de haberle dicho que lo amaba, podría recuperar un poco de su dignidad y su cordura. Porque estaba enloqueciendo, lo enloquecía no saber por qué tardaba tanto en la cocina con aquel hombre que lo había obligado a ocultarle. Jeyko se había burlado de él. Ángel no había podido contenerse y se lo había dejado saber todo, había cedido ante su enojo, y lo chocante que le había resultado la situación.

 

Pasados varios minutos de no escuchar la voz de Jeyko en la sala y asumir que estos estaban en la cocina, salió de la alcoba y se asomó al lugar. Efectivamente no había nadie en la sala, el televisor aún estaba prendido y aún transmitía el partido, más el resultado parecía ir en contra del deseo de Mateo, por lo que por eso tal vez habría desistido de ver el partido por completo. Ángel se fue acercando a la cocina y a medida que sus pasos avanzaban la voz de Jeyko se fue haciendo más audible, reía por lo bajo, y la voz de Mateo también se escuchaba suave, como si susurrara para no ser escuchado. Ángel se escondió a un lado de la puerta desde donde podía verlos y escucharlos. Mateo hablaba sobre que él tenía un comportamiento muy extraño, que le recordaba a un amigo que tuviera en el pasado y con el que había experimentado ciertas cosas que luego siguiera haciendo, Jeyko no lució sorprendido así que probablemente lo sabía de antes. Mateo es gay. Jeyko soltó una sonora carcajada cuando Mateo le hizo saber sus sospechas de que Ángel por la forma en que se comportaba fuera gay también, a pesar de que nunca había hablado con él.

 

La conversación pronto cambió de rumbo luego de que Jeyko hiciera algunos comentarios que trataban de desmentir la suposición de Mateo. Comentarios que en realidad Ángel no sabía cómo debía tomar, pues Jeyko defendía con ahínco el hecho de que no era gay. Podría simplemente no haber dicho nada y Ángel hubiera permanecido tranquilo pero se había preocupado tanto por hacerle creer lo contrario que eso solo logró molestar más a Ángel. Enojado se decidió a entrar en la cocina bajo la sorpresa mirada de Jeyko que temía que le hubiese escuchado. Volvió a presentarse ante Mateo. Estrechó su mano con firmeza y le sonrió un par de veces, se disculpó por su comportamiento, por no haberle ofrecido nada y haberlo dejado solo en la sala. Se excusó diciendo que había estado somnoliento y al no reconocerlo rápidamente había adoptado una posición defensiva que estaba seguro había dejado una mala impresión. Mateo respondió sorprendido la disculpa ofrecida por Ángel y solo atinó a sonreír, haciéndole saber que no había problema.

 

Luego del encuentro en la cocina Mateo y Ángel habían mantenido una entretenida conversación. Ángel había estado atento a todo lo dicho por él sin dejar de sonreírle, consciente de que eso le molestaba a Jeyko que no dejaba de inmiscuirse en la conversación, a lo que Mateo le abrazaba y le molestaba las mejillas, sin separar por completo su atención de Ángel que lo había seducido de la mejor manera. Ángel se sorprendió de lo fácil que había sido llamar su atención. Había actuado tal y como lo hacía con las chicas que quería conquistar y para su sorpresa funcionó igual. Cuando Mateo estaba dispuesto a partir, se acercó a Ángel y mirándolo de una forma seductora solicitó le diera su número de celular o algún otro donde poder comunicarse con él en caso de que tuviera algo que pudiera interesarle o para simplemente salir. La proposición había sonado inocente al salir de su boca más la intención fue visible en sus ojos. Ángel satisfecho le dictó uno a uno el número de su celular. Mateo contento se marchó con las bolsas que contenían los ingredientes del pastel.

 

Una vez la puerta se cerró, los ojos de Jeyko se posaron enojados sobre los de Ángel que satisfecho solo sonrió.

 

—¡Lo escuchaste todo!

 

—Tenías mucho interés en negar que soy gay.

 

—Ni siquiera estás seguro de eso, podría decir lo mismo de mí, y yo al igual que tu no lo soy —las palabras salieron de su boca, sabía que era una simple etiqueta para un comportamiento, que eso en realidad no definía lo que eran como personas, pero negarlo era como negar que algo entre los dos hubiera pasado hasta ese momento—. Es amigo de Andrea e irá a decirle todo, que mostraste mucho interés en él, que hasta le diste tu número y todo.

 

—No va a decirle nada, porque se supone que nunca estuvo acá, o no lo recuerdas, que prometió esconder tu secreto, pues tu secreto soy yo, tu secreto es que aun cuando lo niegues algo de ti es gay porque algo de ti por muy pequeño que sea, se interesa en mí. Y si eso te molesta está bien, el único homosexual acá soy yo y está loca se va.

 

—¡Espera! —Jeyko se enojó—. Porque todo tienes que tomarlo tan personal, uno no va diciéndole a las personas ¡si tienes razón mi amigo es gay y quiere follarme! o eso esperabas que le dijera, solo hice lo que me parecía correcto.

 

—No quiero follarte.

 

—Yo no he dicho que seas una loca —los dos rieron sin dejar de sentirse enojados— ¿para qué le dabas tu número?

 

—Te vas a casar, mientras yo sigo soltero quien sabe de pronto y me guste esta nueva vida. 

 

—Eres un idiota —por fin lo había dich., Ángel era un idiota que lo exasperaba, pero que no iba a dejar ir. Ángel solo río ante su comentario. No era que realmente lo hubiera pensado, pero en caso de que llegara a llamarlo lo pensaría dos veces antes de decirle que no, después de todo no podría volver acercarse a Jeyko—. Arréglate quiero que vayamos a ver una película o algo, el encierro me está sofocando.

Notas finales:

Espero lo disfruten!!

Un saludo a Pepi, siempre me hace feliz recibir tus comentarios, gracias!!


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