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Indicio de Amistad por yuhakira

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XIII




Cuando finalmente el partido terminó, buscaron la opinión de Ángel acerca del resultado que a últimos instantes se había volteado a favor de los blancos. El resultado los hacía perder una gran suma de dinero. Juan empezó a hablar por el teléfono con su contador que le informaba la suma real de sus pérdidas. Jeyko al no encontrar a Ángel en la mesa de comedor, donde imaginó que estaría, se levantó nervioso del sofá y lo buscó en los diferentes cuartos hasta encontrarlo dormido en su cama. Alex soltó una sonora carcajada luego de observar su comportamiento. Le causaba gracia saber el tipo de relación que ambos tenían, y el miedo constante que uno mantenía de que el otro se alejara. No entendía cómo eran capaces de vivir de ese modo, ni como después de tantos años de una relación tan sólida habían terminado así. Los insultos de Jeyko hacía Alex y que éste contestaba en burla, se detuvieron cuando el cuerpo de Juan cayó pesado sobre el sofá de cuero negro de Jeyko. Sus miradas se cruzaron e instintivamente se acercaron a él. El rostro de Juan se mostró nervioso. Había logrado tranquilizar al contador, pero por más que lo intentó no logró calmarse a sí mismo. 

 

El resultado del partido no había dejado muchas consecuencias, un par de dólares perdidos y nada más. Pero la noticia que lo había estado aguardando, no le había gustado mucho. Meses atrás había recibido una carta de Marleny; la mamá de la hija de Alex. Él se había encargado de pasarle dinero suficiente para que ambas vivieran cómodamente, pero ella había vuelto a reaparecer exigiendo le fuera entregada la custodia completa de la niña para así poder cambiar su primer apellido. Juan se había negado, obviamente. Aunque Alex no tuviera recuerdos de su hija, ella seguía siendo de él y Juan no había cubierto sus gastos durante tanto tiempo para que ella viniera ahora a quitarle el derecho de llevar su apellido. Con un poco más de dinero había logrado convencer a la mujer de que dejara las cosas así. Sin embargo, luego de que el partido terminó, su contador le dió la amarga noticia. Su abogado y los contactos que tiene en la ciudad donde ella reside, le habían informado que ella tenía entre sus planes regresar el domingo siguiente para hablar personalmente con Alex. La noticia lo tomó por sorpresa. Ella sabía todo acerca de la enfermedad de Alex, tenía más conocimiento de ella que cualquier otro en su vida, a excepción de Juan. Sin embargo, ella se atrevía a regresar. Era consciente que su visita lograría desestabilizar por completo a Alex, y Juan podría lidiar con eso en cualquier otra circunstancia, cualquier otro día, pero el domingo aparte de ser la boda de Jeyko en la que Alex tendría que hacer las veces de padrino, era también el día de su aniversario. Día en el que Juan se permitía ser egoísta y herirlo para sentirse mejor consigo mismo. Por eso, el que ella regresara a desestabilizarlo solo le causaría más problemas de lo normal y echaría por la borda todos sus planes.

 

Juan no respondió ninguna de las preguntas de Alex ni Jeyko. Por el alboroto lograron despertar a Ángel que desde la alcoba vio desconcertado el rostro perturbado de Juan. Se acercó a él para preguntarle que sucedía, pero Juan enojado insistió en que lo dejaran salir. Retiró con fuerza su abrigo de la mano de Alex, que se había apresurado a alcanzarlo para irse con él. Sin embargo Juan, luego de tomar el abrigo, había salido solo del apartamento. Ni Ángel logró detenerlo. Los tres corrieron tras él, pero antes de poder tomar el ascensor se detuvo y volteando a verlos les pidió que no lo siguieran, que tenía algo urgente que hacer. Alex intentó ir con él como era su costumbre, sin embargo Juan lo miró enojado.

 

—Esta vez no —Alex lo miró sin entender—. No tiene que ver contigo, es mi problema, ve al apartamento si quieres o quédate acá, haz lo que quieras, pero no vendrás conmigo.

 

Las puertas del ascensor se abrieron y cerraron frente a ellos. Juan ya no estaba y Alex desconcertado se quedó con ellos. El acontecimiento era extraño porque por primera vez, Alex no huía con él, por el contrario, Juan se iba solo y lo dejaba. Era algo que jamás habían visto. Algo que nunca hubieran imaginado que pasaría. Regresaron al apartamento y Alex bebió de un solo sorbo la cerveza que Jeyko le alcanzó para que se tranquilizara. Sin embargo, sus ojos se aguaron luego de haber bebido el trago por completo, sabía que era su culpa que Juan tuviera que irse. 

 

Alex se quedó en el apartamento con ellos. Muy a pesar de Ángel que por más que le insistió que fuera a su propio apartamento con la excusa de que si Juan volvía, seguramente llegaría allá primero. Jeyko se sentó a su lado y lo escuchó en silencio. Decía barbaridad tras barbaridad, siempre de un tema distinto al que lo perturbaba. No habló del por qué Juan se había ido, ignoró cualquier pregunta que Jeyko le hubiera hecho, porque a pesar de que lo pensaba y lo analizaba, no encontraba una razón. Juan no había mostrado ningún comportamiento extraño los últimos días. No habían tenido ningún tipo de disputa que no fuera causada por la situación actual de Jeyko. En pocas palabras todo estaba bien. Sus deudas estaban mayormente saldadas, y la suma que debían no era razón para que su situación se tornara delicada, por el contrario, vivían una etapa de paz en la que ambos empezaban a sentirse bastante cómodos. Tampoco había ninguna mujer lo suficientemente importante para interponerse entre los dos, ni que retirara la atención de Juan hacia Alex. Por eso no entendía la forma en la que había reaccionado, ni el gesto preocupado en su rostro, ni mucho menos, como a pesar de estar todo el tiempo juntos no le había dejado ir con él. Entonces una pequeña luz se iluminó dentro de él. Antes de irse le había insistido en que el problema no tenía nada que ver con él, que era algo que él solo debía solucionar. Todos los problemas de Juan eran los suyos, le molestaba de sobremanera darse cuenta que él mismo no tenía conciencia propia de su vida, que cualquiera lo conocía mejor de lo que él mismo. Tantos huecos en su memoria le molestaban, y sabía que cualquier problema que tuviera Juan, no era en realidad de él, si no suyo. Probablemente estaba buscándole solución a algo que había hecho, pero por más que intentaba recordar no había nada que pudiera justificar su comportamiento.

 

Ángel, molestó por la presencia de Alex y de que éste siguiera actuando como si no estuviera, ignorando su sincera preocupación por Juan, se encerró en la habitación de Jeyko luego de intentar comunicarse con Juan al celular y que este a pesar del repique del timbre no contestó. Entonces entendió lo que debieron sentir ellos cuando él se negaba a contestar. Jeyko no entró en el cuarto hasta que Alex cayera rendido sobre el sofá, horas después de la partida de Juan. Tampoco pudieron dormir. Ángel cada tanto intentaba de nuevo comunicarse con él, le marcaba al celular y al apartamento, pero en ningún lado aparecía. No sabían de nadie más que pudiera darles información de él. Alex no tenía idea de nadie: el contador, el abogado, el arrendatario del apartamento, algún amigo del trabajo, porque Juan trabajaba, de algún lado tenía que salir el dinero que pagará sus apuestas. Nada. Alex no tenía conocimiento de ni uno solo de sus contactos. Nunca le pareció que hubiera necesidad, ni siquiera de conservar el número del abogado, que era con quien tenían mayor contacto. Ellos tres eran su única familia, su único contacto. Por eso les enojaba tanto que los hubiera tratado como si no tuvieran derecho a saber nada, como si no tuvieran derecho a preocuparse por él.

 

No pudieron conciliar el sueño. Permanecieron abrazados, sintiendo el calor del cuerpo del otro. Más no pasó nada de lo que Ángel hubiera querido. Estaban preocupados, demasiado desconcertados para siquiera intentar hacer algo. Era difícil creerlo. Llevaban tantos años compartiendo juntos, confiando el uno el otro, en los otros, que solo imaginar que existieran secretos entre ellos era algo que no cabía en sus mentes. Era perturbador, pero así era. Jeyko tenía sus propios secretos. Juan ocultaba más de lo que pudieran concebir. Alex no tenía ni idea de quién era él mismo y Ángel se había acostumbrado a callar por tanto tiempo sus verdaderos sentimientos, que él en realidad era algo completamente distinto a lo que los demás veían. Sus vidas, sus relaciones, se basaban en fachadas, en muros y máscaras a las que se habían acostumbrado. Tantos años de amistad se basan en la necesidad de una costumbre, de una relación interpersonal duradera, en la necesidad de un contacto humano, de un calor de hogar que creían tener estando juntos los cuatro. Sabían que el enojo de Alex contra Ángel no duraría, que Juan volvería en cualquier momento, incluso que Jeyko se casaría y que Ángel no podría alejarse de él. Más los problemas entre ellos quedarían ahí, ocultos, resguardados en la memoria. Fingirian que nunca existió preocupación por no volver a verse. Cómo la vez en que Alex y Juan habían desaparecido, y como que luego de que volvieron el tema no se volvió a tocar, como si en realidad nunca hubiera pasado. Callaban tantas cosas, tantos miedos y frustraciones, tantos secretos, que ante la adversidad no se conocían. Pasaban a ser desconocidos cargando un rostro familiar. Su amistad, su camaradería no valía nada ante los ojos de cualquiera que supiera la verdad, que conociera lo que en realidad eran. Pero así eran. A eso los sometía su condición de hombre, su crianza desde niños. Ningún hombre educado en esta sociedad está libre, fueron educados para ocultarlo todo, para callar sus sentimientos, para aparentar ser fuertes, para no expresar nunca nada de lo que en realidad sienten, hasta que ya es muy tarde.

 

Eran las ocho de la mañana cuando Jeyko se levantó. Abrió con calma la puerta de la alcoba y se asomó. Alex seguía durmiendo. Había botado al suelo la cobija con la que lo arropó la noche anterior. Dormía acurrucado en el sofá del que podría caer en cualquier momento. El sonido del timbre del celular de Ángel lo despertó, curioso miró dentro de la habitación donde Ángel contestaba. Era Juan del otro lado de la línea. Finalmente se había decidido a responder el insistente llamado de Ángel durante la noche. Ya más tranquilo y con la mente en blanco se disculpó por su comportamiento la noche anterior. Por la forma tan brusca en la que se había ido. Ángel preguntó qué había pasado, le reiteró su confianza y su apoyo. Pero Juan le pidió que no hiciera eso luego de que él mismo no había confiado en ellos. Ángel no tuvo más que decir. En aquel momento cualquier cosa que dijera podía ser interpretada como un insulto. Ángel escuchó a Juan respirar hondo del otro lado de la línea resignado, para luego explicar lo que estaba pasando o por lo menos lo poco que podía decirle. Su preocupación por Alex lo había atormentado toda la noche. Debía hacerle saber que estaba bien, que pronto estaría de vuelta, si confiaba lo suficiente, antes de la boda. No quiso hablar con Alex a pesar de su insistencia, luego de que adivinó que se trataba de él. Le explico a Ángel que había tenido que salir de viaje, no le dijo a donde. Que una cuestión que había estado manejando bien hasta ahora se había complicado. Le dejó saber que se trataba de Alex pero que este no podía saberlo. Le insistió en que lo tranquilizara, que pusiera sus problemas a un lado y le dieran el apoyo necesario. Porque sabía mejor que nadie, que a pesar de que Alex lo negara, la falta de su presencia lo desestabilizaba y su ánimo empeoraba rápidamente. Por eso se había preocupado en llamar a Ángel. Por eso insistía en no hablar con él. Porque su vida giraba en torno a él, todo lo que había hecho, todas sus acciones, sus pensamientos y emociones, iban dirigidos únicamente a protegerlo a él. Y haría lo que fuera necesario para protegerlo, para solucionar las cosas antes de que lo alcanzaran.

 

La llamada finalmente terminó y Alex enojado empujó a Ángel contra la cama, preguntándole porque no le había permitido hablar con él. Ángel consciente de las palabras de Juan se dejó hacer, dejó que Alex se desahogará, que apretara con fuerza sus brazos. Le explicó con la mayor calma, que él no había querido pasar, pero que estaba bien. Entonces Alex lo estrujó más contra la cama y Jeyko asustado se abalanzó sobre él para detenerlo. Alex asustado, como si se hubiera percatado de lo que hacía, se sentó en el suelo con las manos temblorosas. Estaba enojado, preocupado, desconcertado de que Juan se negara a hablar con él. Jeyko le alcanzó un vaso con agua luego de que se calmó. Ángel insistía en recordarle que volvería, que había prometido estar antes de la boda, que su ausencia no sería muy larga.

 

—¿No te dijo dónde está?

 

—No, Ya te lo dije, volverá. —Le preocupaba el tono de voz con el que Juan le había hablado, como si temiera lo peor. Y maquinalmente le repetía a Alex que él volvería como si buscara más convencerse a sí mismo que a él—. Volverá, tenlo por seguro, el muy tonto no puede vivir sin tí —y Alex sonreía como si a pocas horas de su partida ya sintiera la nostalgia de un ser perdido—. Deja esa cara de niño llorón.

 

—No busques que te rompa la cara otra vez —le miró a los ojos y estos volvieron a aguarse—. Lo siento, no volveré a dejar que ella haga influencia en mí —esta vez su disculpa fue tan sincera que Ángel sonrió satisfecho. Su amigo era más frágil de lo que aparentaba.

 

Llovía. Días atrás no lo hacía. El frío se colaba por entre las rendijas de la ventana y se asentaba en la sala, por eso no salieron de la habitación. Comieron en la alcoba. Jeyko había preparado el desayuno. Alex estaba mucho más tranquilo y sentado en la cama en medio de los dos, comió con ánimo lo que Jeyko le había preparado. Mientras veía caricaturas en un canal internacional. Ángel se resignó a su presencia. Sabía que no se iría hasta que Juan volviera. Pasados los minutos, confió en que eso sucedería más pronto de lo imaginado. Sin embargo, tenía frío. Comía su desayuno con calma y observaba de reojo como en el otro lado de la cama Jeyko hacía lo mismo. Quería abrazarlo, que el calor de su cuerpo calentara el suyo. Pero el gran cuerpo de Alex hacía de barrera entre los dos. Cuando Jeyko volvió de la cocina, luego de haber llevado los platos sucios . Se encamó al lado de Alex quien cómodamente se había acostado debajo de las cobijas en su enorme cama doble. Ángel del otro lado había hecho lo mismo, luego de que Alex lo obligara a quedarse a su lado tomándolo de la mano y jalándolo de nuevo para que se acostara a su lado cuando intentó salir detrás de Jeyko. El rostro de Alex estaba completamente sereno. Sin duda estaba mucho más tranquilo y como era su costumbre, buscaría la forma de molestarlos a los dos, y así al mismo tiempo distraer su mente. Decidió que muy a su pesar intentaría despejar dudas que las palabras de Juan le habían dejado en la cabeza.

 

—¿Qué es lo que hay entre ustedes? —preguntó mientras se sentaba de nuevo contra el espaldar de la cama, ambos lo miraron desconcertados, pero ninguno dijo nada —. ¿No van a responder?

 

—¿A qué te refieres, entre quienes? —Alex miró a Jeyko divertido.

 

—Entre ustedes dos, entre tú y el testarudo a este lado —dijo señalando a Ángel—. Par de maricas, creen que no me doy cuenta, no soy tonto.

 

—¿No fuiste tú el que me obligó a venir? —Ángel lo arremedó simulando una de sus posturas más características—. «Jeyko te necesita, ve con él.» Pues aquí estoy —la mímica causó gracia en Alex, mas no fue suficiente.

 

—Se lo que están deseando. Sea lo que sea hay tanta tensión sexual que, si fuera un arma, yo ya estaría muerto.

 

—¿Qué? —preguntó Ángel no muy consciente de haber interpretado bien sus palabras. Jeyko solo se limitó a reír, pues él mismo ya lo había pensado, consciente de la mirada lasciva que Ángel le dirigía.

 

—¿No me digan que se están acostando? —la risa de Jeyko se detuvo para ser reemplazada por un visible sonrojo que terminó obligándolo a meterse de nuevo debajo de las sabanas.

 

—Pues la verdad es tú culpa que no lo hayamos hecho todavía, es más, si me hicieras el favor de irte, en cuanto cruzaras esa puerta empezaría a follar, sin pensarlo dos veces.

 

Entonces los tres soltaron una sonora carcajada, aunque a Jeyko el sonrojo no lo abandonó. Sabía que aunque lo dicho por Ángel podía parecer una broma, era en realidad lo que pensaba, lo que en realidad haría. Alex no continuó con las preguntas luego de que inició una película que no había visto desde mucho tiempo atrás. No era que lograra sentir la tensión sexual entre ambos. Los había molestado de esa forma desde que entraron en la adolescencia y los encontró dormidos abrazados o muy cerca el uno del otro, ignorante totalmente de lo veraces de sus palabras en esta ocasión. Ángel lamentó que lo dicho hubiera pasado por una burla, y que en realidad no se fuera. Pero es que lo dicho, lo había dicho tantas veces, siempre en forma de broma que era raro interpretarlo ahora de otra forma. Ojalá pudiera hacerlo, ojalá pudiera follarlo. Jeyko agradeció que Alex no hubiera preguntado por la torta, ni que tampoco mencionara a Andrea. Podía estar a solas con Ángel en cualquier momento, encontrarse con él en algún lugar del apartamento. Eso no lo preocupaba. Pero en su presencia, Andrea se interponía en sus pensamientos y no lo dejaba tranquilo. Alex con su sola presencia lo jalaba a la realidad.

 

No sabrían nada de Juan hasta que él volviera. Lo había dejado claro cuando llamó, luego de insistirle a Ángel que no intentara comunicarse más con él. 

 

XIV




La flota en la que Juan viajaba pronto llegó a su destino en las horas de la mañana. Era una pequeña ciudad muy retirada de la capital. Era temprano aún y hambriento se detuvo en la cafetería más cercana a comer algo. Entonces la vio. Una niña de unos tres años caminaba empujando una pelota frente a la cafetería donde desayunaba. Tenía el cuerpo redondo, el cabello negro le caía en divertidas hondas sobre los hombros, y sus ojos verdes relucían a la luz de la mañana. Sus cachetes rosados le recordaron tanto los de Alex cuando lo conoció, junto a su cabello, su estatura, más alta que cualquier otro niño de su edad. Nunca se había propuesto volver a verla, más su curiosidad lo había empujado a preguntarse cómo sería, cómo luciría, y que tanto parecido tendría a su padre. Reconoció con nostalgia que era su viva imagen, que se parecía tanto a él, al niño que conociera; a ese niño que escondía en su mirada fuerte tanta inocencia, en su cuerpo fuerte tanta debilidad, a ese niño que lo enamoró en cuanto le sonrió inocente, y que sin saberlo le perdonó tanto daño hecho. Respiró hondo. Necesitaba mantener la compostura, mostrarse relajado. Cómo si su visita fuera casual. No debía asustar a la mujer que caminaba detrás de la niña, tomada de la mano de un hombre unos años mayor que ella. Bebió con calma el último sorbo de su café, y dejando suficiente dinero para pagar la cuenta sobre la mesa se levantó y salió de la cafetería. Unos pasos más adelante Marleny caminaba a paso lento. Estudiaba con cuidado los movimientos de su hija, para que esta no se fuera a caer. Se acercó un poco antes de llamarla por su nombre. La mujer se detuvo en seco reconociendo de inmediato la voz de quien la llamaba. Juan noto de inmediato la forma en que su cuerpo se tensó, y como de un momento a otro soltaba bruscamente el agarre de aquel hombre para estrechar entre sus brazos a la pequeña. Para ella la presencia de Juan solo significaba problemas. Sentía que él venía a arrebatarle el fruto de un amor que sintió por un hombre que nunca pudo amarla igual. Juan se acercó consciente de lo que su presencia le causaba a la mujer, y con total cortesía se presentó al hombre que la acompañaba, haciéndole saber que era el tío de la niña y que venía a hablar con ella cosas muy importantes acerca de su futuro. Le pidió encarecidamente que les permitiera hablar a solas. Cómo era de esperarse el hombre se negó a dejarlos solos, sobre todo después de que Marleny le rogó pidiéndole que no la dejara sola aferrándose a su cuerpo. 

 

Marleny dejó que los siguiera hasta la casa. Caminó tras ellos. Intentó saludar a la niña, más ella no se lo permitió, abrazándola con fuerza contra su pecho. La niña sin embargo lo saludó desde los brazos de su madre, le sonrió y Juan no pudo más que hacer lo mismo. Feliz de no tener ninguna duda sobre ella y su procedencia, feliz de encontrar en el mundo otro ser con la misma inocencia y dulzura que él. Mientras hacía muecas a la niña que reía a carcajadas y peleaba con su madre para que la dejara seguir jugando. Se prometió así mismo protegerla hasta donde fuera necesario, jamás se permitiría hacerle el mismo daño que le hizo a él. 

 

Cuando entraron en la casa Marleny dejó a la niña sobre el suelo y esta corrió a los brazos de Juan, como si estuviera acostumbrada a su presencia, viéndolo todos los días conociéndolo de siempre. Ignorando por completo que luego de cumplir los seis meses no lo había visto más. Corrió hacía él para que la alzara y así poder seguir jugando. El hombre no dijo nada. Marleny intentó oponerse, pero al verlos jugar no pudo más que resignarse. Juan estaba feliz. Se sentía en el cielo cada vez que la niña le miraba con esos enormes ojos e inflaba los cachetes. Sí la abuela pudiera verla estaba seguro sentiría el mismo júbilo que él en ese momento. Pero aquella señora seguía sin saber de su existencia, y tal vez moriría sin saberlo. Marleny finalmente volvió a la sala donde había dejado a Juan, al hombre y a la niña. Llevaba en sus manos unos papeles que acercó rápidamente a Juan. Se trataba de una carta donde Alex renunciaba a sus derechos como padre y así le dejaba el camino libre para poder cambiar su apellido.

 

—Sabes que si él estuviera en condiciones estaría aquí con ella. 

 

—Puedes firmar por él, nadie lo sabrá. Ya lo has hecho antes. No tendrás que volver a darme dinero ni a mandar nada a la niña.

 

—El vestido que tiene puesto. Lo envié hace unos tres meses. No la había visto en mucho tiempo y cuando lo vi imaginé que le quedaría perfecto, aun sin saber su talla encaja perfecto en su cuerpecito —ella desordenó su cabello impaciente de que la situación se prolongara—. Pero la razón por la que termine comprándolo fue porque a él le gusto, dijo: «Si yo tuviera una hija, la vestiría con un vestido como ese y la llevaría al parque a comer helado». Entonces lo compré. 

 

Ella le volvió a estirar los papeles. Él los recibió y luego los rompió sin leerlos. Ella se enojó, alzó el tono de voz y asustó a la niña, mientras reclamaba su presencia y sus acciones. Aquella mujer parecía temerle. Pero ese temor era justificado. Desde que Alex se fue con él, luego de casi matarla, un hombre que conocía como su abogado se acercaba mes a mes a llevarle dinero. La cantidad variaba, pero siempre era suficiente. El abogado entraba en su casa, inspeccionaba todo, se aseguraba de que no le faltaba nada a la niña, ni a ella, de que todo estuviera en las mejores condiciones. Incluso había reemplazado todos los muebles luego de que una inundación arruinara todo. Temía esa constante vigilancia por parte de Juan. Estaba consciente que Alex no se acordaba de ella. Le molestaba que él se preocupara tanto por ellas, pero por más que intentó huir él siempre la encontró. Ni cambiar de ciudad la ayudó. Siempre sabía dónde estaba, lo que la hacía pensar que la tenía vigilada las 24 horas. Sin embargo no tuvo mayor problema cuando intentó iniciar una nueva relación. Ahora que las cosas con él empezaban a ser formales, que él prometía cuidar de la niña como si fuera suya, incluso darle su apellido, quería cortar de raíz cualquier cosa que pudiera unirla a ellos. Había intentado por sus propios medios falsificar la firma de Alex. Había presentado papeles que respaldaban su presunta muerte o desaparición, al final incluso le había contado toda la verdad al notario a la espera de que este cediera en su petición. Más todo fue inútil, tenía que presentar una carta firmada con sello de notaria en la que consté que él renuncia a sus derechos como padre. Sabía que todas las trabas que se había encontrado en el camino, eran culpa del abogado. Juan podría hacerlo, hacerse pasar por él, y liberarla por fin de su atadura. Pero era obvio que no iba a ser así. Estaba segura que esta vez intentaría comprarla con más dinero, pero no estaba dispuesta a vivir así por más tiempo.

 

—Álvaro Medina. Ingeniero de la universidad pública; hijo de padres divorciados; su papá pertenece a alcohólicos anónimos, pero su historial está limpio. —Ambos adultos lo miraron desconcertados, mientras la niña jugaba sobre su espalda—. No tengo ningún inconveniente con su relación, ni de que haga el papel de padre de la niña. Por el contrario, me conforta que un hombre como usted esté cerca de ella. Le pido que le permita a ella saber quién es su padre, conservando lo único que puede darle. Si tiene un poco de conocimiento de lo que pasa alrededor entenderá por qué le pido que interceda ante Marleny para que su apellido no sea cambiado, no mientras ella misma no tenga la facultad para decidirlo por sí sola.

 

—Eso no está en mis manos —respondió el señor luego de meditarlo—. Pero si quiero que sepa, que, si está en mi educarla como una hija, me gustaría que ella lo sienta así desde el principio, que no me vea como un extraño, y si para eso debe llevar mi apellido apoyare lo que mi prometida decida hacer.

 

—Usted no es su padre y eso no va a cambiar dándole el apellido —el hombre se encogió de hombros inseguro de lo que debía hacer—. ¿Que tengo que hacer para que esto no ocurra? —la mirada amenazante de Marleny se posó sobre la suya—. No quiero tener que lastimar a nadie.

 

Se levantó luego de abrazar con fuerza a la niña y de besarle las mejillas. Estrechó sus manos con las del hombre, que dudo por un momento si hacerlo. Luego miró violentamente a Marleny incapaz de controlar su propio enojo.

 

—Volveré en la tarde. Para entonces espero que hayas cambiado de opinión. Sabes que estoy al pendiente así que no cometas una tontería.

Notas finales:

Me disculpo por la tardanza, en compensación dejo dos capítulos de adelanto, aunque son dos capítulos cortos, que conservan el número de palabras que normalmente actualizo. Saludos a Pepi, como siempre adoro tus comentarios...

Gracias


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