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Indicio de Amistad por yuhakira

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XVIII




Juan había buscado un millón de razones que pudieran justificar su ausencia, se sentía listo para la avalancha de preguntas que suponía Alex estaría ansioso por hacerle, pero estas nunca llegaron. En el camino de regreso al apartamento, Alex solo mencionó el incidente con Andrea en el transcurso del juego, no más, sin cuestionamientos ni reproches. Una vez dentro del apartamento se separaron, Alex se encerró en su habitación, y Juan hizo lo mismo en la suya. Minutos después el celular de Juan sonó, el abogado de nuevo se comunicaba con él, informando que luego de su partida Marleny había cerrado el caso en la comisaría de familia, y de ese modo en cualquier otro lugar al que hubiera acudido. Juan respiró tranquilo, aún después de la ferviente amenaza, de la encrucijada donde él mismo se había atrevido a ponerse en una posición desfavorable, donde hubiera podido salir muy mal parado, si el destino o cualquier otra fuerza superior lo hubiera querido; pudo sentirse a salvo.

 

Alex tenía hambre. No había comido nada desde el pequeño almuerzo que Jeyko le preparó en la tarde, por eso cuando Juan tocó a su puerta preguntándole si quería comer algo, no se negó. Aprovechando la ausencia de su compañero en el apartamento se escabulló en su habitación, para así tratar de averiguar por sí mismo en donde había estado y que era lo que había hecho, consciente de que si le preguntaba de su boca solo saldrían mentiras. Tomó entre sus manos una a una las prendas que llevaba puestas el día anterior, y que ya se encontraban en el canasto de la ropa sucia. No encontró en ellas más que un par de recibos de cafeterías y supermercados, que solo le mostraban que había estado con alguien y que lejos de su costumbre había fumado más de lo habitual. A continuación revisó la papelera a un lado de la cama. En ella encontró la cuenta de un hotel que no encontró en internet y no pudo ubicar en el mapa. Resignado de no encontrar nada que le diera una pista de donde había estado se tiró en la cama. Entonces lo encontró; sobre el armario, en una bolsa de supermercado estaba el pequeño conejo de orejas largas que cabía perfectamente en su mano. No supo cuánto tiempo estuvo viéndolo, pero para cuando lo notó Juan ya estaba de pie en la puerta esperando que le dijera algo. Pero no podía decir nada, el pequeño peluche le transmitía tanta inocencia, tanta paz, que no encontraba motivos con los que poder enfrentarlo.

 

—Es para mí, ¿verdad?

 

—Así es.

 

—¿Puedo preguntar quién lo envió?

 

—No.

 

—Necesito saber, en verdad necesito saber, ¿donde estuviste, que hacías, cuál fue esa razón por la que decidiste no llevarme contigo?

 

—La verdad es algo con lo que pocas personas pueden lidiar.

 

—Sé bien cómo lidiar con eso, lo sabes. Si mañana no recuerdo nada, podrás estar tranquilo, y si no me has dicho nada hasta ahora eso solo me hace pensar que ya lo he olvidado antes, así que por favor no temas y cuéntamelo.

 

Juan podría haberse negado, haberle dicho cualquiera de las excusas que había ensayado en su cabeza, pero no había una verdadera razón para ocultarle nada. La única razón por la que no lo había llevado, fue para evitarse el suplicio de verlo enfrentado a las personas que alguna vez quiso, y que ahora buscaban de la misma forma que él lo hizo, borrarlo de sus memorias para siempre. Ahora que ya estaba ahí frente a él, que había solucionado temporalmente las cosas, ¿para qué ocultarle la verdad? Si como él mismo afirmaba, no lo recordaría al día siguiente.

 

Le contó toda la historia, desde el momento en que la vio por primera vez. Le contó cómo se enamoró de ella, una tarde cualquiera en alguna calle de la ciudad. De cómo se dejó llevar por su encanto y su inocencia. Le hablo del amor que sintieron el uno por el otro, como quisieron tener una vida juntos, alejarse de todo y todos, incluso de él. Le contó cómo todo cambió un día en el que se encontró con ella. La forma inocente en la que ella, feliz, se abalanzó en sus brazos para luego mostrarle emocionada lo que para ella era el fruto de su amor. Ahí fue cuando todo cambió, en el momento justo donde él descubrió que podía ser padre, que estaba a punto de convertirse en uno.

 

Marleny era la mejor mujer que había conocido. El tiempo que hasta entonces había disfrutado con ella, había sido uno, donde se mantuvo bajo control, donde su enfermedad no había hecho mayor influencia en su vida, había sido una época de paz. Alex imaginó que podría vivir así por el resto de su vida, pero jamás imaginó que para que eso pudiera pasar en algún momento tendría que traer un hijo al mundo. Le aterraba no solo la idea de que su primogénito naciera con su misma incapacidad, si no el hecho de que el karma, ese monstruo invisible en el que su madre le había enseñado a creer se encarnizará con sus hijos. Temía que todos sus errores, todo el daño causado se viera reflejado en ellos. Que ellos al final tuvieran que cargar con sus culpas. Él no quería eso, pero no dijo nada.

 

Cuando ella feliz le mostró el examen de sangre realizado solo un par de horas antes, no pudo más que fingir una felicidad igual a la de ella, una felicidad que no sentía, pero que no encontraba las fuerzas para hacérselo saber. Pero el destino es sucio, y no faltó mucho para que ella se diera cuenta de su infelicidad. Bastó con poner un poco de atención, ver como empezaba a olvidar los momentos vividos juntos, como olvidaba que debía verla en algún lugar, más si tenía que ver con el control del embarazo. Él se fue alejando, su relación se hizo cada vez más tosca, más cruel. No era culpa de ninguno de los dos, Alex simplemente no pudo evitarlo. Poco a poco fue olvidando la importancia que ella había tomado en su vida. Se acercó de nuevo a Juan que aun en contra de sus propios intereses trato de mantener su recuerdo vivo, esperando que para cuando naciera la criatura, él pudiera de nuevo estar en paz consigo mismo. Pero Marleny, aburrida de su trato ingrato, abandonó la ciudad. Se fue lejos, a un lugar donde supuso que él no la encontraría, donde ni su propia familia volvería a saber de ella. Él no intentó buscarla, después de todo su recuerdo se hacía cada vez más difuso en la telaraña de su mente. 

 

Cuando Juan se dio cuenta, Alex no recordaba que iba a ser padre. Sus vidas volvieron entonces a la monotonía de los días en que no la conocían.

 

Ella al final del término de su embarazo se vio obligada a volver a la ciudad. Su estado se había tornado complicado, y el único lugar donde podían darle la ayuda necesaria era en la ciudad. Por eso volvió, no por más, no quiso buscarlo tampoco. Era ignorante hasta entonces de la constante vigilancia de Juan, de su interés por mantenerse al tanto. Del hospital lo llamaron. Una tarde cualquiera repicó el sonido crudo de una canción de Sepultura en el bolsillo delantero del pantalón de Alex. Al principio su nombre le fue irreconocible, pero poco a poco, mientras el médico le comentaba que la bebé había nacido y que necesitaba una serie de medicamentos él volvió a recordarla. La sangre de su sangre, tal cual él había temido empezaba a sufrir las consecuencias de sus actos, a pagar los pecados de su padre. Siete generaciones dice la Biblia. Se levantó lo más rápido que pudo y despertó a Juan de su siesta. Se lo llevó a rastras al hospital. La vieron por primera vez desde una ventana enorme de una sala llena de incubadoras, el doctor con un dedo les señaló quien era. Era una niña enorme y robusta, con un leve problema es su respiración, nada que pudiera pasar a mayores, nada que la obligará a permanecer ahí por mucho tiempo. Ese mismo día fueron a casa de Jeyko, tuvieron intenciones de decirles lo que pasaba, pero ninguno de los dos fue capaz de hacerlo. Más tarde se fueron, después de que el abogado le avisó a Juan por teléfono que Marleny había despertado y que se había enterado del regreso de Alex.

 

Se fueron con ella. En realidad, detrás de ella. En cuanto la bebé estuvo fuera de peligro ella intentó huir, pero al ver que ellos estaban tras ella dejó de hacerlo. Resignada volvió con Alex. Se dejó seducir por sus palabras de reconciliación, por la belleza que proyectaba la imagen de su bebé en los brazos de él. Quería en lo más profundo de su corazón que todo funcionara, que Alex volviera a vivir en aquella paz de los días en los que se conocieron. 

 

Pero Alex era un niño encerrado en el cuerpo de un adulto. Sus temores eran más fuertes que sus deseos, sus demonios eran más fuertes que su amor. Tomaba la pequeña criatura entre sus manos, sus enormes ojos le miraban llenos de inocencia, y él no podía dejar de llorar, impotente, sintiéndose incapaz de protegerla. No duró mucho, tan solo seis meses. Con cada día Alex se volvía más inestable, más impredecible, más violento, el mismo Juan temía perder el control sobre él, que su fuerza de voluntad los venciera y terminará hiriendo irremediablemente a alguien. Por eso se marcharon dejándola solo a ella con la niña. El aliento frío del destino había logrado su cometido. Lo habían alejado de los dos únicos seres que podrían amarle de verdad. Una fatídica noche, en la que Alex finalmente perdió el control, en la que la confusión de su mente, la vividez de sus peores recuerdos se entremezclaron con la realidad. En la que los seres de la oscuridad, de sus demonios, se posaron sobre los cuerpos de sus amados, confundiéndolo, arrebatándole cualquier vestigio de cordura. Él la hirió, física y mentalmente. Sin darse cuenta destruyó todo, sus sueños, su amor, todo. Cuando volvió a la realidad, no encontró más que el rostro de Juan frente a él, manchado en sangre, asustado, jalándole del brazo para llevarlo lejos. Marleny terminó en un hospital esa noche. El abogado cuidó de la niña mientras ella se recuperó. Luego de que Alex se quedara dormido durante dos días en una habitación de hotel en medio de la nada, despertó sin recordar nada, ni siquiera su nombre, mientras Juan sumaba una piedra más al bulto que cargaba en su espalda.

 

—¿Cuántas veces me has contado esto? —preguntó Alex.

 

—Dos veces.

 

—En verdad no puedo recordar nada, ni siquiera puedo imaginar su rostro, pero algo dentro duele, algo aquí —dijo señalando el corazón— duele mucho, todo el tiempo, aun sin saber que está ahí latente, imagino que es por ella, dime como es.

 

—Es hermosa, una hermosa niña de rizos negros.

 

A la mañana siguiente Alex despertó tranquilo. Había olvidado la historia que Juan le contó la noche anterior, había olvidado que Juan se había ido dejándolo solo en casa de Jeyko, todo. Cuando Juan cruzó frente a su habitación vio el pequeño conejo blanco de orejas largas ubicado en el centro de la cabecera de la cama, en medio de las almohadas.

 

—¿Y eso?   

 

—Lo encontré… ¿no es lindo?

 

—Sí, lo es.

 

XIX




Los padres de Ángel entraron en la alcoba. Su hijo llevaba ya tres días sin ir a casa luego de que Alex lo hubiera golpeado en su habitación. Ellos sabían dónde estaba, donde había estado siempre. Claudia quería hablar del tema, ver si su esposo tenía alguna conjetura que le ayudará a resolver el enigma. Pero cada vez que intentaba abrir la boca para hablar, se encontraba con sus ojos vacíos y atónitos mirando a la nada, como si en su cabeza hubiera tantas cosas que no dejaban espacio para la realidad. 

 

Pero ese día estaba decidida. Ya llevaba puesto su pijama favorito, él estaba debajo de las cobijas esperándola mientras veía un programa de deportes. Apagó la luz, y la habitación quedó apenas iluminada por el reflejo del televisor. Ya era tarde. Había cerrado con llave la puerta principal de la casa consciente de que Ángel tampoco volvería esa noche. Se sentó frente a su esposo y lo miró fijamente, hasta que él, nervioso, se giró a verla, su rostro lucía algo confundido y triste.

 

—¿Viste acaso lo que pasó, no piensas decir nada? —la miró atónito sin comprender lo que ella decía, así que continuó— Jeyko se quedó a su lado toda la noche, completamente despierto, lo limpió aquí y allá, donde fuera que tuviera la más mínima mota. Parecía como si lo consintiera —calló por un momento esperando que él dijera algo, pero su rostro solo se tornó triste y la mirada perdida que había visto en los últimos días regresó tempestivamente—. Aun no entiendo qué le pasa a ese muchacho, lo desconozco por completo, y al parecer no somos los únicos, ¿qué razón podría tener Alex para golpearlo de esa forma? Con tanta rabia contenida.

 

—A veces hay preguntas de las que no queremos saber la respuesta amor… acuéstate por favor.

 

—Jeyko ha sido la única persona constante en la vida de mi hijo —él guardó silencio, pero no era necesario que dijera nada, bastó con la lágrima que resbaló de sus ojos para que ella supiera que habían estado pensando en lo mismo—. No creerás que Ángel sea... —rápidamente los dedos de su marido se posaron en sus labios y en un susurro le pidió que no lo dijera. Decirlo sería como admitirlo, y no quería, por nada del mundo lo admitiría.

 

Ella obediente acudió al llamado de su esposo que con los brazos abiertos la recibió en su pecho. No dijo nada más. Dejó que él la abrazara con fuerza y lloró en silencio, mientras él intentaba a toda costa mantener la compostura y no derrumbarse a su lado. La luz titilante del televisor también se apagó y la habitación quedó en silencio. Él se abrazó a ella y respiró hondo. Acarició y besó los cabellos de su mujer. Se sentía desesperado y no sabía si sus miedos tenían mérito, si debía o no hacerle saber sus dudas a su esposa y crear en ella esa incertidumbre que ahora lo desconcertaba.  No quería hablar del asunto, no deseaba escudriñar en sus recuerdos y ver todas las señales que había ignorado durante tanto tiempo.

 

Era cierto que nunca podrían llamarse a sí mismos unos buenos padres, pero tampoco sentían que el trabajo hecho hubiera estado mal. Desde jóvenes se habían prometido a sí mismos ser fieles a sus sueños, a sus vidas. El embarazo llegó imprevisto, sin aviso alguno. Sabían que tenían que hacerse cargo, tomar la responsabilidad de sus actos. Jamás imaginaron que el trabajo de criar un hijo fuera tan difícil. Y cuando él mostró que podía defenderse solo le dejaron a sus anchas. Si no hubieran sido tan jóvenes, si lo hubieran pensado mejor, no le habrían dejado solo durante tanto tiempo. Pero lo hecho, hecho estaba, y ahora no valía de nada llorar sobre la leche derramada.

 

Al día siguiente volvió de nuevo buscando ropa. Claudia intentó enfrentarlo, enredarse en su cabeza para ver si lograba sacarle la verdad. Él siempre había tenido un muro delante de ella, uno que hasta ahora no había encontrado la forma de romper. Sin embargo, eso no significaba que no conociera a su hijo, que nunca hubiera intentado ser partícipe de su vida, o al menos estar enterada de lo que pasaba con él. Había intentado todas las veces ser amable con sus amigos, así ellos no fueran de su total agrado, pero lo había hecho por él. Reconocía con pesadez que no fue hasta que estuvo de nuevo en casa que descubrió lo ausente que había estado. El vacío que había dejado en su hijo por su ausencia. La inmensidad de esa casa sin él. Intentó arreglar el daño hecho, unirse de nuevo a él, pero entonces él ya no estaba ahí. Pasaba casi todo su tiempo con Jeyko, por no decir que todo su tiempo se lo dedicaba a él. En los pocos espacios en los que lo encontraba en casa lo bombardeaba con preguntas. Nunca funcionaba pero era la única forma en la que creía podía acercarse a él, la única forma que tenía de entablar algo parecido a una conversación, sin imaginar que lograba lo contrario, alejarlo más de ella. 

 

Ese día que volvió lo intentó de nuevo. Había estado ahí en todo su proceso de autoconocimiento, y veía con amargura cómo él descubría algo que ella ya venía sospechando desde mucho antes. Lo acompañó en sus días de depresión en los que no quería salir de la habitación. Entraba con cuidado y recogía las colillas de cigarrillo desperdigadas por el suelo, las latas de cerveza vacías,. Recogía la ropa sucia y la lavaba. Dejaba un plato de comida sobre la mesa de noche y volvía por él un par de horas después. Acariciaba sus cabellos cuando lo encontraba dormido y besaba su frente. Limpiaba su rostro con un paño húmedo, sin entender nada, sin saber cómo ayudarlo. Después cuando pensó que las cosas habían mejorado vino Alex y lo golpeó. Por primera vez en su vida se sintió desesperada, incapaz de ayudar a su hijo, viéndolo tan indefenso, tan débil, no supo cómo ayudarle, tan solo pudo limpiar la sangre que salía a borbotones de su nariz. Entonces el protagonista de las pesadillas de su hijo entró en la habitación como si llevara una capa de héroe en su espalda. Vio como los ojos de Ángel se iluminaron mientras Jeyko arremetía contra Alex por haberlo golpeado. Recordó la escena en el comedor, cuando vio con sus ojos como el corazón de su hijo se partía frente a ella. Luego él se quedó a su lado; se acercó varias veces a la habitación en el transcurso de la noche, en silencio, no quería que él la viera. Ángel dormía, y él a su lado lo observaba mientras acariciaba sus cabellos. Entonces lo vio, vio cuando Jeyko se acercó a su hijo y lo besó en los labios. Su garganta se secó, y sintió como todo el cuerpo le temblaba. Volvió en silencio a su habitación, se metió entre las sábanas y fingió dormir cuando su esposo le preguntó cómo estaban los chicos.

 

El traje negro que su hijo había comprado era lo más horrible que había visto, se había dicho a sí misma que no iba a permitir que él asistiera de ese modo a la boda de su mejor amigo. Hasta entonces había hecho todo por olvidar lo que había visto, para olvidar la imagen de Jeyko besando a su hijo dormido. Pero Ángel no iba a cambiar de opinión. No le interesaba verse bien ante nadie, y empujado por sus preguntas prácticamente confirmó sus sospechas. Estaba enamorado de Jeyko. Por eso todas sus lágrimas, por eso todo su dolor. Porque no había sido capaz de darse cuenta antes, sino hasta que Jeyko había decidido casarse.

 

De nuevo se había ido trás de él. De nuevo busco hablar con su esposo, pero esta vez no se conformó con un abrazo de su parte. Su hijo estaba pidiendo a gritos ayuda. Estaba bien que fuera gay, que gustara de un hombre no era problema si eso iba a hacer que sentara cabeza. Pero lo que no iba a permitir era que estuviera detrás de un hombre casado, que echará su vida por la borda por un hombre como él, al que no le importaba todo el daño que estaba recibiendo su hijo. No se iba a quedar ahí y simplemente verlo morir sin hacer nada. Tal vez fuera su única acción como madre, una que estaba segura su hijo odiaría, pero por nada del mundo se iba a quedar de brazos cruzados.

Notas finales:

Nos acercamos al final de esta historia, o bueno al menos la rimera parte de ella, espero este par de capitulos de descanso los preparen para la recta final. 

Una brazo, no olviden dejarme sus lindos comentarios. 

 

Gracias!!


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