Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Indicio de Amistad por yuhakira

[Reviews - 25]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

XXII




El club al que Andrea había ido era uno de los más importantes de la ciudad. Hizo lo posible por convencer a sus amigas de que no la llevaran a algún lugar de mala muerte donde tuviera que ver hombres desnudos y sudorosos bailando con sus penes erectos en su cara, la imagen en sí se le antojaba bastante grotesca. Así que sus amigas aburridas y sin muchas opciones la llevaron a ese lugar. Un club restaurante que ofrece cócteles y comida de buena calidad acompañada de buena música. Andrea lucía espléndida en su vestido rojo, y así se lo hicieron saber los hombres que se acercaron a ella en el transcurso de la noche. Revisaba su celular cada tanto buscando saber si Jeyko le había contestado. Le había enviado el mensaje antes de salir de casa, su mamá le había tomado la foto, ella se esforzó por lucir lo más radiante y hermosa que pudo para él, pero era más de media noche y él ni siquiera había visto los mensajes. No pudo evitar sentirse triste. Quiso llamarlo, pero lo imaginó durmiendo en su cama, al lado de Ángel, pues sabía la horrorosa costumbre que tenían de dormir juntos. Aun cuando había hecho lo posible de sacarlo de la cama de Jeyko sabía que aún había ocasiones en las que Ángel se colaba en sus cobijas con cualquier excusa. Se apartó del grupo cuando los vio distraídos e inmersos en la música. Se acercó al balcón más cercano y respiró hondo dejando que el frío viento revolviera su ya desordenado peinado.

 

Mateo la vio alejarse desde la pista de baile. Sabía que estaba triste, hablaba mucho con ella. Le había contado todo lo sucedido en su relación con Jeyko desde que lo conoció. Se sorprendió mucho la primera vez que le mostró una foto suya, solo meses después de que empezaran a salir. Ahora descubría que ese era el momento para hablar. Se decía a sí mismo que debió haber sido sincero, pero no supo cómo decirle, que él ya lo conocía, que ya había estado con él, que era un buen muchacho pero que difícilmente alguien podría hacerse un hueco en su vida. Cuando Andrea los presentó formalmente no pudo más que seguir en silencio, luego de que Jeyko por sí mismo le pidiera que no dijera nada. No pudo negarse, no sólo porque ya había decidido no hacerlo, sino porque le era imposible negarse a cualquier petición que él le hiciera. Jeyko era la clase de persona que cualquiera buscaría atesorar. Enamorarse de él era muy fácil, era cariñoso y atento, su mirada era sincera, mostraba una sincera preocupación por la persona que estuviera con él. Si, era muy fácil enamorarse de Jeyko. Mateo no iba a negar que olvidarlo y sacarlo de su cabeza había sido una tarea tremendamente difícil, y más aún después de ver a su mejor amiga completamente enamorada de él, tal cual él lo había estado. Pero Jeyko, no era Jeyko si Ángel no entraba en la ecuación. Lo había sufrido en carne propia. La única mancha negra en Jeyko, era ese ser egoísta y sin futuro que llamaba su mejor amigo. Andrea le habló innumerables veces de él, y a medida que la escuchaba le parecía oírse a sí mismo, los mismos problemas, las mismas quejas. La única diferencia era que Mateo no había tenido la horrible necesidad de enfrentarse a él directamente. Primero porque Jeyko lo había mantenido oculto, no solo de él, sino de todo el mundo, en ese closet amargo y oscuro del que él se había liberado antes. Y segundo porque sabía que seguramente de haberlo hecho hubiese sido una batalla perdida. Lo que confirmó al conocerlo finalmente, al descubrir en el cuerpo de Jeyko los rastros de su infidelidad, pues era perfecto conocedor de que llevaba varias semanas sin acercarse a Andrea.

 

Viéndola en el balcón se preguntó si era el momento de abrir la boca, de dejar de ser un hipócrita y contarle todo, de comportarse como el amigo que decía ser y decirle toda la verdad. Mas no pudo hacerlo, no pudo moverse de la pista de baile e ir tras ella, no pudo sacar de su pecho las palabras atiborradas en su garganta, no pudo abrazarla y consolarla en su tristeza. Sabía que sería otra deshonra en su familia. Que iban a odiarla y culparla por arruinar todo otra vez. Que aun si se lo decía ella al final podría tomar la decisión de casarse y podría deshacer su amistad por no haber hablado antes. Así que guardó silencio. Siguió bailando mientras otra de las muchachas iba y se acercaba a ella para consolarla y convencerla que quizás estaba durmiendo y por eso no le había contestado. Sin saber que a esa hora Jeyko desnudaba el cuerpo húmedo de Ángel para poder meterse a la cama con él. 

 

Al día siguiente, luego de dormir solo un par de horas, fue hasta el apartamento de su mamá, desde allí realizó todas las llamadas pertinentes que tenía que hacer. Siguió revisando su teléfono hasta que finalmente el mensaje fue marcado como leído. Esperó un par de minutos, pero no recibió respuesta. Respiró hondo. No pudo quitarse esa tristeza de encima, se sentía así desde el regreso de Ángel. Alex ya no contestaba sus llamadas. Juan solo le daba evasivas. Quería ir hasta su apartamento y ver que ese miedo interiorizado no era verdad, que su sueño se haría realidad. Pero sabía que no podía hacerlo, Jeyko seguro se iba a enojar, y terminarían discutiendo por razones que no merecían la pena. Su mamá la ayudaba a confirmar la asistencia de los invitados mientras ella llamaba a los organizadores de la boda; al restaurante; a la floristería; a la recepción; luego de unos minutos logró tener su mente completamente ocupada y alejar de sus pensamientos a Jeyko, pero sobre todo a Ángel.

 

XXIII




Volvieron a la ciudad luego de que terminaron el almuerzo, sobre las cuatro de la tarde. Alex insistió en quedarse un poco más de tiempo, se sentía en su onda rodeado del aire festivo del pueblo, quería seguir bebiendo, estar en calor, coquetearle a las mujeres en los caballos. Pero Jeyko estaba malhumorado. Sabía que no más llegar a la ciudad tendrían que salir de nuevo. En el Gran Conejo los esperaban alrededor de las nueve de la noche. Sabía que el dueño, Don Miguel, tendría todo el lugar adecuado para la ocasión. Él también era un invitado de la boda, era gran amigo del grupo de amigos, y Andrea no había dudado en invitarlo a la boda. Por eso no dejó que Juan se dejara convencer de Alex. Aún le esperaba una noche muy larga, y quería llegar a casa y descansar algo antes de salir. Ángel no chisto nada. En el camino de regreso le pidió que lo dejara en casa de sus padres para cambiarse. Jeyko pareció asustado por unos minutos, pero luego de que se acercó a darle un beso en la mejilla mientras los otros dos dormían en la parte trasera del auto, sus miedos se disiparon. Era su última noche juntos y Ángel no la iba a desperdiciar. Por eso al llegar al primero que dejó fue a Ángel, luego a los otros dos, por último fue a cargar el auto con gasolina para poder entregarlo a su respectivo dueño. Pero en vez de ir al apartamento terminó por ir al otro lado de la ciudad. La había llamado estando en la gasolinera, le preguntó dónde estaba, qué hacía; se excusó por su lejanía, le hizo saber lo hermosa que le había parecido en el vestido rojo, le pidió que lo empacara en su bolsa de viaje para la luna de miel, prometía llevarla a cenar con él. Fue hasta el apartamento de su suegra pasadas las siete de la noche. Ella lo invitó a seguir, le dio de comer. Andrea estaba fascinada de verlo, lo estrechó entre sus brazos una vez su mamá y las vecinas que la acompañaban la dejaron sola con él en la sala.

 

—Te extraño, no veo la hora que el cura nos case. 

 

—Yo también, todo será diferente entonces, ¿tienes listo el pasaporte?

 

—Sí, esperó no hayas gastado mucho dinero en el viaje, sabes que cualquier lugar estará bien.

 

—Lo sé, solo quiero darte lo mejor.

 

—¿Estuviste en el sol hoy?

 

—Sí, salimos en la tarde, y no use protector, te amo. 

 

—También te amo.

 

Se quedó observándola por un rato. Un impulso lo había llevado hasta ella, quería probarse a sí mismo si sería capaz de decirle la verdad, quería enfrentarla y terminar con todo, pero lo único que salía de su boca eran mentiras, mentiras llenas de dulzura y de amor, de palabras tiernas y cálidas que derretía el corazón de Andrea. ¿En qué momento se había convertido en un experto en mentir? La vio con tristeza, sin saber que decirle, ella lo besó con ternura.

 

—¿De verdad quieres casarte?

 

Andrea lo miró sorprendida, se alejó de él, por unos instantes pensó en que responder. Jeyko bajo el rostro sin mirarla. Acarició con cuidado el anillo que llevaba en su mano, luego lo acercó hasta sus labios y lo besó. 

 

—¿No crees que es un poco tarde para preguntar eso? Ya te dije que sí una vez, pensé que todo esto era porque queríamos casarnos, ¿tienes dudas? Cuéntame, ¿qué pasó?

 

Jeyko permaneció en silencio, ella le repitió que lo amaba mientras acercaba su cuerpo al suyo y volvía a abrazarlo. Estaba a solo un par de frases de vivir su peor pesadilla, solo faltaba que Jeyko le dijera que no quería casarse para que su mundo se derrumbara a su alrededor. 

 

—¿Jeyko? Háblame. 

 

—Estoy muy nervioso, no pasa nada, perdona si te asusté, son los nervios.

 

Su último intento se había ido por el caño al verla a ella a punto de llorar. Había tomado la decisión de casarse con ella con tanto amor en su corazón, que no creía posible verse a sí mismo en la posición en la que estaba. Los odiaba a todos, a todo el mundo, pero se odiaba más a sí mismo por convertirse en la basura de hombre en la que se había convertido. 

 

—Mañana será un gran día, estaré feliz de verte, me muero por estar en el altar contigo. 

 

—Bueno ya, los tortolitos deben esperar hasta mañana para darse todo el amor que tienen.

 

La mamá de Andrea entró en la sala justo a tiempo, antes de que Andrea rompiera a llorar. Ella la abrazó con ternura al ver a su hija conmovida. Jeyko se fue, después de conversar con las señoras que habían hecho un círculo a su alrededor recomendándole el cuidado de la niña de la familia. Cuando finalmente logró huir ya eran casi las nueve de la noche. Recibió una llamada de Carlos, el dueño del auto estando cerca del apartamento. Le dijo que dejara el carro en su lugar, que no se preocupara que igual esa noche beberían —hasta que se nos paren los pelos— dijo. Cuando llegó al apartamento eran pasadas las nueve de la noche. El primero en llamar fue Juan, Jeyko escuchó de fondo el estruendo de la música.

 

—¿Ángel ya llegó?

 

—SÍ, ya llegó, está en la mesa junto a Alex, ¿dónde estás?

 

—En el apartamento, ya salgo para allá.

 

—¿Pasó algo?

 

—Fui a ver a Andrea, intente decírselo, no pude, intente cancelar esto y no pude Juan no sé qué hacer.

 

—Tranquilízate, siempre quisiste casarte, haces lo correcto.

 

—¿Y qué hay con Ángel? Voy a perderlo. 

 

—Ya te habías resignado una vez a perderlo, ¿quieres que cancele todo acá? Puedo decirle a Ángel que vaya contigo.  

 

—No mientas, sé que no harías eso, además Alex se esforzó preparando todo, dame media hora.

 

—Ok, no tardes.

 

Jeyko se metió en la ducha con todo y lo que llevaba puesto. Necesitaba enfriar su cerebro. Había intentado enfrentar a Andrea con un funesto resultado, solo había logrado ponerla a ella en alerta. Luego de que se fue del apartamento le había enviado un mensaje repitiendo lo mucho que lo quería y el fuerte deseo que tenía de casarse con él. Le repitió el esfuerzo que haría por aceptar a Ángel de la mejor manera, por mejorar su relación con él, sin saber que probablemente Ángel no volvería nunca. Era justo ese pensamiento el que lo volvía loco. Si él tuviera la certeza de que luego de casarse Ángel continuaría yendo a su casa, a las tardes de fútbol, a compartir con él una cerveza, a dormir en su cuarto de invitados, él podría seguir con su vida. Pero aun cuando Ángel le decía que sí, que seguirán viéndose. Todos los años de conocerlo le decían justo lo contrario, que Ángel se iría para nunca volver. 

 

Casi a las diez de la noche salió del apartamento, recibió un par de llamadas de Ángel y Alex, no contestó ninguna. Sin afán de llegar caminó a paso lento hasta el bar del Gran Conejo. Vistió con desgano la ropa que Andrea le había comprado para la ocasión, un pantalón ajustado negro, un camibuso blanco manga larga y un saco gris en lino ajustado. Peinó su cabello con el gel, rasuró la barba inminente, usó su colonia favorita. Ángel sonrió al verlo cruzar la puerta. Se escuchó un grito de júbilo por parte de la jauría de hombres y las pocas mujeres del lugar. La fiesta empezó. Le sirvieron tragos de todo tipo. Alex se abrazó a él en cánticos de canciones sobre solteros, todo un playlist que había preparado con anticipación, que incluía desde música popular, bailable, hasta hip hop, y que los invitados cantaban a coro. Una de las stripper bailaba eróticamente sobre la barra, otra se movía seductoramente alrededor de la mesa del grupo principal. Mientras los otros invitados disfrutaban del show, Ángel, trataba lo máximo de divertirse, pero más que prestar atención al baile erótico, o a los chistes verdes de Alex, su atención estaba toda enfocada en el rostro excitado de Jeyko que lo buscaba entre la gente, que lo seducía con la mirada, que prácticamente lo desnudaba mientras observaba su anatomía. Pasada la medianoche. El alcohol empezaba a hacer su efecto sobre los invitados, el ambiente se calentaba, los coros de las canciones se hacían más fuerte, y cada uno buscaba la forma de compartir con el soltero unas pocas palabras de pésame y felicidad, todo entremezclado. Era la muerte de un hombre soltero y el nacimiento de un hombre casado. Se perdió entre los abrazos y las copas en el aire, en el trago que se deslizaba por su garganta suave y ardiente, entre los senos pronunciados de la bailarina que se dedicó solo a él durante un largo periodo de quince minutos en los que Jeyko quiso correr. 

 

La fiesta por fin terminó cuando la lengua de Alex se entrometió en la boca de la stripper principal a la salida del local, mientras tanto el dueño del Gran Conejo brindó con una copa en alto, para que su cliente preferencial tuviera una vida próspera y feliz al lado de la mujer que había elegido. El resonar de las copas de vidrio y un sonoro «Salud» se escuchó antes de que la música se apagará y las puertas del establecimiento se cerrarán. Juan pagó con desagrado a las mujeres y las montó en un taxi antes de que Alex pusiera queja alguna. Por lo general no tenía problema con que se llevara mujeres a casa, pero no podía evitar tener cierto recelo hacía las chicas de la profesión. Un descuido con Alex podría resultar costoso, pero sobre todo doloroso.

 

—Nosotros nos vamos, debemos estar a las diez en la iglesia —Comentó Juan estrechando la mano de Jeyko y Ángel respectivamente— No lleguen tarde. 

 

—Ahí estaremos. 

 

Luego de dicho eso se subieron a un taxi. Ángel encendió un cigarrillo mientras Jeyko terminaba de despedirse de los demás invitados. Les repetía a todos y cada uno que los vería en unas horas, con un rostro cansado y una fingida sonrisa. Finalmente todo el mundo se fue y ellos quedaron a solas en la calle vacía y oscura. Jeyko se sentó al lado de Ángel en el frío andén. De nuevo recibió entre sus dedos el veneno mortal del cigarrillo. Lo encendió con cuidado, disfrutando el calor que brotaba de la llama cerca a sus gélidos dedos. Dio la primera bocanada y respiró hondo, no había nadie en la calle, las ventanas de los edificios aledaños no tenían ninguna luz visible, podía sentir el olor de la tierra húmeda en sus fosas nasales. Estaba tremendamente agotado, solo faltaban unas horas para que tuviera que ponerse de pie frente a el cura, frente a ella, muy lejos de Ángel. 

 

Cuando Ángel boto la colilla lejos supo que era momento de volver, volver a la privacidad del apartamento, de su cuarto, de su cama. Ángel lo ayudó a levantarse del suelo, entrelazaron sus manos y así caminaron a paso lento entre las calles hasta llegar a la portería donde volvieron a separarse. No dijeron nada. Habían hablado mucho antes como para seguir haciéndolo, no tenían más palabras que decir. Entraron al apartamento en silencio. Jeyko lo sujetó fuerte y lo llevó hasta la habitación. Lo sentó en la cama, y se sentó a horcajadas sobre él. Lo besó lento pero con pasión. Ángel lo tocó suavemente, retiró el camibuso blanco sin alejarlo de su cuerpo. Absorbió su aroma para guardarlo para siempre en su memoria. Delineó con su boca cada centímetro de piel teniendo cuidado de no volver a marcar su cuerpo, desde la línea de su quijada, su clavícula, hasta sus tetillas, dibujando una línea desordenada y húmeda que aumentaba la temperatura entre los dos. Ángel grabó en su memoria los rincones más claros en la piel de Jeyko. El sonido profundo de su voz, el grito suave y agudo que tarareaba su nombre en una canción frágil y conocida de antaño, pero que por primera vez escuchaba. Un te amo que se escapaba entre gemidos, mientras sus bocas se encontraban en el éxtasis de sus cuerpos entremezclados. Jeyko terminó acostado con sus piernas en lo alto. Mientras trataba de encontrar entre sus piernas el rostro de Ángel que se escondía entre sus cabellos desorganizados y sudorosos. Cuando finalmente lo encontró le sonrió con amor, mientras Ángel embestía una última vez en su interior antes de caer rendido sobre su pecho. Jeyko finalmente se durmió, durmió profundo mientras con cuidado Ángel lo limpiaba. Secó con una toalla limpia el sudor de su cuerpo, su intimidad. Lo vistió con un pantalón de pijama suave. Luego se recostó a su lado, lo acercó lo más que pudo para acogerlo entre sus brazos y besarlo en la frente. Miró por última vez el reloj antes de cerrar los ojos. Eran las cuatro y treinta de la mañana, Jeyko tendría que estar en la iglesia a las diez de la mañana, el tiempo por fin se acababa, lento y doloroso.

Notas finales:

El próximo sera un capitulo extra, algo caliente para suavizar las cosas, espero les guste, y luego capítulo especial con el final de la primera parte de esta historia. espero estén tan emocionados como yo. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).