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—Pésima forma de conocernos

 

Reborn estaba en la habitación ocupada por aquel castaño quien en ese momento miraba por la ventana, ni siquiera sabía por qué había ido ahí. Tal vez -y sólo tal vez-, se sentía culpable por lo sucedido en aquel supermercado y en el hospital mismo

 

—Oh, es usted —aquella mirada se cruzó con la suya de repente, mas, la diferencia era notoria. Los iris achocolatados estaban apagados, inexpresivos, los ojos levemente rojizos debido al llanto que seguramente soltó hasta hace poco—. Perdón, pero no sé su nombre y aun así debo agradecerle la ayuda

—Reborn —contestó con frialdad sin perder detalle de cada expresión del muchachito— y era lo mínimo que podía hacer, no tienes que agradecer

—Gracias de todas formas

 

Reborn en ese día caótico había dictado a esos paramédicos que llevasen al castaño al hospital donde él trabajaba, llamó a sus colegas y les indicó todo lo que debían tener preparado para cuando llegase la ambulancia, se quedó junto al castaño y revisó sus signos vitales, así como el proceso de aborto suscitado. Se quedó esperando a que su colega atendiera la urgencia y al final fue el primero en enterarse que no pudieron detener el sangrado ni el proceso y que el bebé había sido expulsado sin remedio, ni siquiera pudieron colocarlo en una incubadora porque no soportó más de cinco minutos, y aun si lo hubiesen logrado las posibilidades de que un niño de menos de cinco meses sobreviviera eran casi nulas

Y ahí estaba ahora, viendo al castaño quien se mantenía recostado entre las blancas sábanas rodeado por el suero que se administraba por esa aguja que parecía dañar el brazo delgado del chico, máquinas que expulsaban pitidos constantes, y una calefacción que menguaba el frío propio de finales de noviembre.

El mismo paciente -de nombre Tsunayoshi según una pulsera que traía-, que no había siquiera solicitado una llamada para avisar de su estado, quien no fue buscado por alguien o siquiera protestó por lo acontecido como cualquier persona haría, estaba ahí… en silencio, perdido en sus pensamientos, tratando de aparentar que nada pasó y enfrentando la situación

 

—¿Familia? —Reborn se quedó prendado por la actitud taciturna del castaño

—Padres —el castaño respondió con la misma frialdad que el azabache— en el extranjero

—¿Y el padre? —no tenía tacto alguno, se lo habían dicho, pero no le importaba mucho. Estaba acostumbrado a ser el culpable de que los familiares de sus pacientes o el propio paciente estallaran en llanto después de que él les informara los riesgos de las cirugías

—Muy lejos de este mundo —una sonrisa irónica se formó en ese rostro magullado por las penurias de la vida y el azabache sintió una punzada en su pecho—. Así que por eso no he recibido visitas

—Te ayudaré —Reborn suspiró porque se estaba tomando demasiadas molestias por un desconocido; tal vez la edad y los años de salvar vidas le generaron un poquito de esa bondad repentina que sentía

—No hace falta —suspiró con cansancio y soltó un sonido asemejado a un gemido adolorido antes de mirar sus manos—, puedo pagar los gastos de esta hospitalización yo mismo

—¿Quieres ayuda psicológica?

—La conseguiré cuando me den de alta —lejano, apático, tal vez sólo fingía

—¿Por qué actúas así?

—Porque no es la primera vez que tengo que dar la noticia de un fallecimiento infantil —respiró profundamente antes de mirar de nuevo al azabache—. También soy médico

—¿Área?

—Pediatría —un suspiro y un movimiento para acomodarse en la camilla, pero al parecer le dolía

—Así que un médico —ahora entendía esa faceta neutral en el desconocido. Debía aceptar que la profesión requería una personalidad calmada frente a cualquier circunstancia por más dura que fuera

—Sí y por eso supe lo que estaba pasando, además, de alguna forma me preparaba para la noticia

—Me dijiste que habías tenido problemas en la gestación —el azabache miró al castaño escrutadoramente, analizando si de verdad estaba bien pues sabía que después de una pérdida como esa pocas eran las posibilidades de que alguien estuviera “bien”

—Los tuve al inicio —miró al azabache y curvó sus labios en una sutil y fea sonrisa—, luché con eso hasta los tres meses, pero vivo solo así que hacer las compras era necesario

—¿Por qué solo? Me has dicho que tienes padres y… seguramente tu esposo tenía familia —con cada palabra el rostro del chico parecía apagarse más, así que guardó silencio

—No quiero hablar de eso

—Entiendo

—Lamento haberle causado tantos problemas, Reborn —cortante, incluso giró su cabeza hacia la ventana

 

Nada más, no hubo siquiera una mirada extra. Reborn se retiró cuando una enfermera llegó a revisar al castaño, volvió a sus labores, siguió con su vida, o eso intentó.

En su mente -y hasta en algunas pesadillas-, se aparecía aquella sonrisa forzada, esos ojos entrecerrados y brillantes debido a las lágrimas contenidas. No le incumbía la vida de ese chico, pero lo había juzgado mal, intentó salvar la vida de ese bebé y supo de primera mano que toda ayuda fue inútil. Se repetía constantemente que debía hacer como otros pacientes que no tenían salvación, dejarlos ir y seguir… pero no pudo porque varias preguntas llegaron a la par con la desaparición de esa persona de su vida

¿Por qué vivía solo? ¿Qué le pasó al otro progenitor del no nacido? ¿Por qué sonreía a pesar de la ocasión? ¿Por qué esa mirada parecía ser la luz en las tinieblas? ¿Cuán hermoso debió haber sido verlo sonreír con sinceridad? ¿Qué sería de él? ¿Por qué le pasó eso? ¿Qué haría después?

La curiosidad era humana, eso se repetía cada vez que ese castaño recurría a su memoria. Lo hizo durante casi tres, cuatro y hasta cinco meses hasta que por fin pudo olvidar el incidente, o al menos eso se decía a sí mismo, pero cada vez que veía a un doncel gestante recorriendo los pasillos del hospital recordaba a aquel chico

 

—Usted es el hombre que ayudó a ese chico —Reborn había ido al mismo supermercado, no fue como si tuviera opción porque era el sitio que tenía los cafés empacados más decentes y lo frecuentaba a veces

—Sí —miró al cajero de aquella vez, quien detuvo sus movimientos para pasar las cosas por el sensor y lo miró de frente

—¿Sabe algo de él? —el muchacho rápidamente adquirió una faceta patética y melancólica

—Perdió a su hijo —respondió con serenidad mirando sus cosas y elevando una ceja

—Oh dios —pero el chico no siguió con su trabajo, en vez de eso se sujetó los cabellos, lanzó un largo suspiro y ahogó un sollozo—. ¡Oh, por dios!

—Sigue con tu vida —le dijo y sintió la rabia subirle por el pecho

—Pero yo… yo fui el culpable de… —se le quebraba la voz

—Calla —Reborn lo miró con furia—. Eso ya pasó, ahora supéralo —mordaz como siempre que perdía la poca paciencia que tenía

—No podría —las lágrimas surgieron del muchacho y un sollozo poco después. Era obvio que las miradas se colocarían sobre el cajero y el cliente

—Pues vive con la culpa —no toleró ese patético accionar y dejó las cosas ahí—. Cancela mi compra —gruñó por lo bajo, apretó los puños y a paso firme empezó a alejarse

—¡Espere!

—No sé nada de él, tampoco donde ubicarlo —le dijo sin mirarlo y retirándose—, y límpiate esas lágrimas patéticas que ni siquiera disculpándote harás que ese bebé reviva. —sus palabras fueron lo suficientemente fuertes como para que las otras cajeras escucharan, incluso el encargado quien se acercó a revisar el inconveniente se quedó paralizado

 

Escuchó de lejos los sollozos del chico, los susurros, el como el encarado se disculpaba con todos y ayudaba a aquel muchacho a retirarse hasta que se calmara. Reborn se fue de ahí y juró no volver porque no quería soportar el llanto de un estúpido arrepentido. Odiaba a esas personas que no podían con la culpa. Odiaba a los débiles que se dejaban caer por algo tan normal como una muerte. Pero en realidad, él también sentía un poquito de remordimiento porque juzgó a aquel muchacho sin conocerlo.

A la mala había aprendido la lección.   

 

—Buenos días, Reborn —una de sus colegas saludaba como cualquier día y él le respondió con un movimiento de su cabeza—. Hoy tiene programadas dos cirugías

—¿Algo más?

—Los informes de los pacientes están en su escritorio, todo está listo para la primera y se llevará a cabo en una hora. Y por supuesto, yo te acompañaré, galán —bromeaba antes de codearle levemente

—Aja —ignoró a la castaña mientras caminaba por esos pasillos

—Oye, oye, ¿quieres que te cuente algo? —pero la chica era de aquellas que no se ahuyentaban por la falta de tacto de quien sea, persistía sin cansarse

—No quiero escuchar chismes, Haru —cerró los ojos y respiró hondo para no dejar salir su mal humor de ese día

—Sólo escucha —sonreía animada siguiéndole el paso a su colega—. Es sobre el nuevo pediatra. Dicen que es un chico tímido, dulce, pero que fue recomendado y se trasladó aquí bajo la protección del director del hospital

—Oh, ya veo —fingió que se interesaba a pesar de que no escuchó más de la mitad de ese comentario

—Algunos dicen que es amante de director

—De ese viejo —le siguió la corriente, pero sólo quería llegar a su oficina y leer lo que debería leer—. Ya veo

—Reborn —Haru hizo un mohín mientras lo perseguía con apuro hasta posarse a su lado—, debes verlo… así que acompáñame a saludarlo pues es su segundo día de trabajo

—No

—Quiero certificar los rumores, pero no quiero ir sola

—Si vas a seguir así, vete —apretó los dientes mientras veía los veinte metros de pasillo que lo separaban de su destino

—¡Por favor! Sé bueno y acompáñame

—Jamás

 

Reborn no estaba interesado en aquellas cosas, en realidad nada le interesaba si es que no se relacionaba con sus pacientes a los que debía salvarles la vida, así que los nuevos integrantes del hospital poco le llamaban la intención, menos si no eran de su área y por lo tanto no tendría contacto con ellos. Pero su autodenominada amiga, colega, informante y protectora, siguió trayéndole chismes sobre el famoso nuevo pediatra, un tal Sawada, quien al parecer se ganó a todos con sólo sonrisas y pláticas cordiales. Debía ser uno de esos médicos nacidos para trabajar con niños, de esos que provocan dulzura a kilómetros de distancia, de esos que él no toleraba porque, en sí, los niños no le gustaban

 

—Mira Reborn, ¡ahí está! —eran los murmullos de la castaña

—No me interesa

—Sólo míralo antes de que se vaya de la cafetería —insistió y con pesadez el azabache elevó la mirada

—¿Dónde? —dio un rápido vistazo a sus alrededores, pero nada nuevo llamó su atención

—Ahí —señalaba disimuladamente con su dedo índice—, justo está hablando con Kyoko quien también es pediatra

 

Radiante. Esa era la palabra que Reborn usó para definir al chico que volvía a ver después de tantos meses. La ironía de la vida le daba gracia.

El mismo castaño que casi había olvidado estaba parado junto a aquella castaña –a quien todos catalogaban como la más hermosa del hospital–. Sonreía animado, su tez ya no estaba pálida, los cabellos seguían tan desordenados como recordaba, esos ojos brillaban en pro de un alegría legítima y calidez que parecía natural. La bata del muchacho estaba adornada por algunos ositos marrones, en el bolsillo tenía un par de bolígrafos que terminaban en un adorno colorido, incluso tenía un pequeño peluche amarillo chillón adornándole el bolsillo disponible. Reborn al fin pudo ver que la altura del castaño era incluso adorable porque ese cuerpo menudo parecía perfecto con tantas características dignas de un adolescente que no llegaba a la etapa adulta. Un doncel que no aparentaba haber sufrido las pérdidas que Reborn imaginó y supo que sufrió.

Su pecho punzó un poco y en respuesta gruñó insatisfecho porque odiaba los malestares dados por la emoción de ver a alguien nuevamente. Era humano, emocionarse era normal, pero a él no le gustaba porque era extraño. Para su mala suerte el castaño hizo contacto visual con él y le dedicó una de las sonrisas más malditamente brillantes que vio en su vida.

Poco después se veían bebiendo té y café en la misma mesa porque Haru y la tal Kyoko eran amigas cercanas. Bueno, siendo que trabajaban en el mismo hospital el encontrarse sería cuestión de tiempo, así que no pudo evitarlo más

 

—Te ves muy diferente a cuando te conocí en el supermercado —comentó con algo de burla al recordar el mal carácter del muchacho

—Los cambios de humor en esa época me volvieron un… monstruo —la risita que soltaba aquel muchacho era una dulce melodía que incluso resaltaba por sobre las ruidosas palabras de las féminas en la mesa o del bullicio de aquella cafetería—. Eso me dijeron

—Para nada —Reborn bebió su café—, tenías carácter que era diferente —guardó silencio hasta que el castaño a su lado bebió el té y siguió—. ¿No te afecta hablar de nuestro encuentro?

—Un poco —sonrió con tristeza—. Aun duele, pero no puedo dejarme llevar por eso y decaer

—Reconozco que tienes fortaleza

—Y yo reconozco que lo que me han contado de usted, Reborn, es cierto —sonrió divertido—. El más afamado rompecorazones de la sección de cirugías, incluso aquí noto las miradas de la mayoría de personas sobre usted

—Palabras y nada más, Sawada —odiaba la “fama” que le dieron en el hospital, pero nada podía hacer contra los comentarios ajenos

—Por favor, llámeme Tsunayoshi… es de mi gusto, aunque mis amigos suelen llamarme Tsuna para no demorarse tanto

—¿Encontraste la ayuda psicológica que necesitabas? —decidió cambiar de tema

—Sí —con incomodidad se rascó la mejilla— en mi antiguo lugar de trabajo había un buen especialista, así que fue fácil

—Deberías intentar con alguien de aquí pues en este hospital sólo existen excelentes especialista e internos

—Lo sé —Tsunayoshi miró a su alrededor— por eso acepté venir a trabajar aquí

—Pensé que sería por el dinero

—Eso también —el castaño daba muestras de siempre haber sido tímido y sin capacidades de socializar demasiado, por eso dudaba en seguir hablando o a veces soltaba risitas nerviosas

—Los niños deben amarte —comentó Reborn al ver el par de paletitas rosadas que destacaban en el bolsillo de la bata del médico junto con los bolígrafos—. Incluso deben confundirte con uno de ellos con lo pequeño que eres

—Grosero —fue la rápida contestación acompañada de un leve puchero y una especie de mirada amenazante, cosa que desapareció cuando Reborn se le quedó viendo con seriedad—, perdón… ¡No debí decir eso!

—Ahí está de nuevo el carácter del diablo —se burló antes de terminar su café— deberías mantenerlo

—No… no podría

—Te queda bien

—No se burle

 

Casualidades del destino dirían algunos, karma diría otros, pero sucedió.

Reborn solía encontrarse con el castaño a media mañana y a veces a la hora de salida a su turno. Ya fuera porque el par de mujeres que eran sus amigas más cercanas eran inseparables o por encuentros inesperados, las coincidencias seguían, incluso se vieron forzados incluso a trabajar en un caso especial sobre un niño con un problema en su pulmón, y de esa forma todo comenzó.

Largas charlas, risas o sonrisas, compañía mutua, relatos de sus vidas. Cada uno se cautivó por la personalidad tan dispareja del contrario en comparación a la suya.

El castaño parecía ser débil y nada estaba más lejos de la realidad, pues la fortaleza se demostraba cuando las cosas se ponían difíciles. Reborn lo comprobó en muchos casos cuando pacientes menores de diez años entraban en emergencias y Tsunayoshi los atendía sin temor o duda. Tsuna por su parte reconocía a su vez la fortaleza del cirujano que a veces se perdía en operaciones de más de catorce horas y salía como si nada a tomarse un café para después seguir con su trabajo, o cuando tenía que ayudar en otras áreas en una emergencia.

Cada uno de ellos conoció aspectos singulares del contrario y se respetaron por los mismos.  

 

Continuará…

 

 

Notas finales:

 

Krat ha estado muy ocupada, pero tuvo tiempo para pensar en cómo seguir los capítulos que faltan. Serán chiquitos, pero precisos a la vez. Obviamente no serán muchos, pero los haré con cariño.

Me despido de ustedes con una sonrisa~

Muchos besos~

Con amor: Krat~ 


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