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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Sherlock pasó por una etapa de incredulidad y después de negación, porque la respuesta más lógica no siempre es la más fácil de asimilar.

 

Las semanas sucesivas a su unión fueron extrañamente difíciles para Holmes. Él jamás había estado enamorado antes y mucho menos había tenido algo similar a una pareja y de pronto encontraba que todas aquellas cosas de la vida cotidiana que ya estaba acostumbrado a hacer junto a Watson le daban una extraña vergüenza y la convivencia se hizo incómoda. Sherlock no sabía qué hacer ni cómo reaccionar y ver que John era capaz de manejar la situación con soltura, algo que él, la fría y perfecto máquina calculadora, era incapaz de hacer hería enormemente su orgullo. La realidad detrás de todo aquello era que su corazón latía desbordado cada vez que veía a su compañero y controlar sus propias reacciones era cada vez una tarea más complicada.

 

Besar sus labios era como beber agua después de atravesar un desierto y no tenía nada que ver con el celo. Era su voz, su personalidad fuerte y explosiva, su baja estatura, sus expresiones de rabia y su bondad, era su humanidad, que no se parecía a ninguna otra que hubiera conocido. Amaba lo humano que era Watson de un modo que solo hubiera odiado en otra persona que no fuese él.

 

Cada vez que lo besaba, sacaba una sonrisa de los labios de John y aquella sonrisa era tan dulce que lo hacía enloquecer y despertaba sus deseos más oscuros. Pero Sherlock se negaba a caer, tenía miedo a caer y por eso no había vuelto a hacer nada más allá de besarlo en privado, donde nadie podía verlos y cuchichear, y donde pudiera serenarse tras aquel huracán de sensaciones que le producía. Le inquietaba pensar que eso no fuese suficiente para Watson, porque en realidad ni siquiera era suficiente para él.

 

Se odiaba por ser tan cobarde y lo expresaba solo del modo infantil que sabía hacer, enfrascado en sus casos, reprendiendo ácidamente a John cada vez que se equivocaba o lo evitaba, y reclamando su atención a gritos.

 

A pesar de que se trataba de un primer comienzo tosco y a trompicones, Holmes estaba feliz y veía avanzar poco a poco la relación de una forma casi imperceptible, pero que se traducía en pequeños gestos como que ya podía ver a Watson al despertarse sin sentirse avergonzado por tener todo su cabello rizado alborotado o que podía pasearse de nuevo desnudo, envuelto únicamente con una manta, como hacía a veces cuando su traje favorito se había manchado y estaba esperando a que se secase.

 

Todo iba bien a su modo hasta que comenzaron los primeros indicios. Watson, que siempre se despertaba antes que él, comenzó a dormir profundamente durante más tiempo y cuando Holmes intentaba despertarlo John se enfurecía y a veces le pegaba una manotada para apartarle, y cuando despertaba por su propio pie no parecía recordar nada de aquello.

 

Sus pezones se marcaban grandes y turgentes a través del camisón y aunque Sherlock pensó al principio que tan solo era su lujuriosa imaginación lo cierto era que era innegable que parecían estar hinchados y a veces, cuando salían a resolver algún caso, notaba como Watson se recolocaba la ropa, incómodo cada vez que le rozaba esa zona.

 

Sin embargo, todas sus señales de alarma no saltaron hasta una mañana en la que John extrañamente se había levantado de buen humor. Estaba espléndido y radiante como una flor mojada por el rocío. Se había acercado a Sherlock, que estaba en su sillón tomando el té del desayuno y le había besado, tan dulcemente que las mejillas de él había enrojecido al instante, y tuvo que tragar saliva después de aquello para recobrar la compostura.

 

- Buenos días, Holmes. ¿Has hecho té? - dijo mientras se servía una taza y antes de que Sherlock pudiera contestar John dio un sorbo y puso cara de asco mientras bajaba la taza y miraba el contenido con cara de desconfiada. -¿Qué demonios le has echado? ¿Es otro de tus experimentos? ¡Sabe a rayos!

 

Sherlock intentó hablar de nuevo, pero Watson no le dio una oportunidad para hacerlo. Dejó la taza en la mesa mientras se marchaba diciendo:

 

- Necesito lavarme la boca. Oye, en serio, la próxima vez solo deja que la señora Hudson suba su maravilloso té. Antes de unirme contigo ya sabía que por muy inteligente que fueras no sabes ni hacer una simple taza de té.

 

Y así dejó al pobre Holmes totalmente estupefacto, sin haber sido capaz de decirle que aquel no era sino el té que como acostumbraba casi todas las mañanas les había subido la señora Hudson, del cual adoraba su fuerte sabor y tomaba siempre solo y sin azúcar.

 

Aquello sí que era ineludiblemente raro e incluso hasta un zoquete no le habría pasado desapercibido. Ya era imposible negar, y más para el gran Sherlock Holmes, que a John Hamish Watson le pasaba algo y serio.

 

La idea de repente inundó su mente y le impidió pensar en otra cosa durante los días sucesivos. Cuando estaban juntos no podía dejar de observarlo y cuando estaban separados no dejaba de repasar mentalmente todo aquello extraño que veía en Watson, y no sabía qué era peor de las dos cosas.

 

Estaba distraído, aquello le desconcentraba en demasía y cuando el inspector Lestrade le llamó aquel domingo para ir al depósito a observar el cadáver de la última víctima que había llegado él solo tenía ojos para John, que lo acompañó hasta allí. Ambos observaron el cuerpo juntos, aunque lo correcto era decir que Watson lo examinó mientras Sherlock observaba cada uno de sus gestos y registraba mentalmente lo que hacía.

 

- Parece que murió ahogado. No veo signos de heridas ni de forcejeo. ¿Un suicidio?

 

Preguntó Watson a Holmes mientras se giraba para mirarlo y este apartó la mirada y carraspeó, disimulando que había estado todo aquel tiempo con el ojo puesto en él, y aunque ni siquiera había observado con detenimiento el cadáver dijo simplemente:

 

- O un desafortunado accidente. Deberíamos volver.

 

Durante el camino de vuelta Sherlock sintió que alguien los observaba, no sabía por qué. Era un pálpito. Oía pisadas tras de él y se giraba intranquilo, pero nada extraño parecía haber. La calle estaba concurrida, era de día y domingo, nada fuera de lo normal, y sin embargo ahí estaba esa sensación. En los días sucesivos solo aumentó, por si no estaba ya suficientemente nervioso con lo que le estaba ocurriendo a John.

 

No quiso decir nada a Watson, porque no quería que se preocupase y tampoco quería que se pusiese nervioso por la perspectiva de estar siendo observado, más aún sabiendo que le preguntaría quién era el supuesto acosador y la verdad era que Holmes aún no podía dar la respuesta. Sin embargo, instó a John al día siguiente a que llegase a Baker Street como muy tarde a las cinco, alegando que debían encargarse de un caso, cuando la realidad era que estaba preocupado de que volviese una vez hubiese anochecido.

 

Aquel día lo pasó en soledad en casa. No había ningún caso que atender y eso le permitía encargarse de su propio misterio particular. Tenía unas ocho horas para resolverlo antes de que Watson volviera a casa y por su propia vida y su reputación que no iba a pasar un solo día más sin saber qué era lo que le estaba ocurriendo a John.

 

Se encendió una pipa y comenzó relajadamente, fumando mientras pensaba, sentado en su sillón. Repasó todas las enfermedades que conocía y sus síntomas, intentando ver cuál podía encajar, hasta que el tabaco se consumió y nada. Dejó la pipa y cogió su Stradivarius para empezar a tocar al lado de la ventana, dando forma a sus pensamientos mientras acariciaba y a veces desgarraba las cuerdas con el arco. Al cabo de tres horas se había autoconvencido de que ya había repasado todas las enfermedades posibles, habidas y por haber, y ninguna encajaba.

 

- ¡No, no, no! - se reprendió a sí mismo, lanzando con violencia el violín al sofá y se agarró las sienes, enfadado. - ¡Piensa! ¿Un rebrote del tifus? ¡Imposible! ¿La escalatina? ¡Si hubiese sido algo tan grave ya te habrías dado cuenta!

 

De pronto se quedó callado, mudo y estupefacto, tanteó con la mano a tientas hasta encontrar el sillón y se dejó caer en él como un fardo pesado e inerte. Y así llegó a la última fase después de la incredulidad y la negación, la aceptación. Y es que se mirase por donde se mirase era claro e inequívoco que John Hamish Watson estaba embarazado de ocho semanas de Sherlock Holmes. Había logrado resolver el misterio cinco horas antes de la hora supuesta a la que tenía que venir Watson.

 

Fue tal el shock producido que esas cinco horas se las pasó Holmes sin moverse del sillón, sin comer o beber, ni se levantó y apenas pestañeó.

 

Al dar el reloj las cinco y cuarto, Sherlock despertó de su ensoñación, aun sin ser capaz de enfrentarse al hecho de que iba a ser padre, pero ignorando todo aquello de pronto por la inquietud de que Watson no hubiera llegado, y su espera se alargó hasta casi la una de la noche. Para ese entonces, Holmes ya estaba más que nervioso y se había encendido otra pipa, que fumó sentado en su sillón de espaldas a la puerta.

 

Cuando oyó los primeros pasos en la escalera, firmes y rítmicos aunque rotos por la cojera del pie izquierdo sintió que su corazón daba un vuelco de alegría que dio paso rápidamente a un enfado creciente. En el momento en el que abrió la puerta con delicadeza con el objetivo claro de pasar inadvertido Sherlock no pudo aguantarlo más.

 

- Ese ha sido sin duda uno de los intentos más patéticos por tu parte de pasar sin hacer ruido. Llegas muy tarde. ¿Cuánto tiempo crees que llevo esperando, Watson? - se quejó profundamente ofendido Holmes mientras veía como John se sentaba frente a él. Lo vio cansado y pálido, macilento a la tenue luz de los quinqués y eso solo le hizo recordar que estaba preñado y se enfadó todavía más al pensar que se había puesto en peligro en su estado.

 

- Te dije que tenía trabajo, Sherlock. No tenías por qué haberme esperado para ir a dormir.

 

- ¡Como si pudiera quedarme tranquilo sin haber resuelto ese caso! ¡Es tu culpa, John! ¡Te dije que vinieras a las cinco! - alzó la voz Holmes, levantándose del sillón. Estaba nervioso. No, la verdad era que estaba histérico y Watson solo le hablaba con voz apagada y pesada, como si aquello fuese una especie de broma aburrida.

 

- ¡No me necesitabas para resolver ese maldito caso! ¡Tú mismo me dijiste su respuesta en el desayuno! ¡Había sido claramente una desafortunada aunque extraña muerte accidental! - Sherlock puso una mueca de incredulidad, antes de caer en la cuenta de que había estado tan absorto con lo que le pasaba a Watson que se había desembarazado del caso que Lestrade le había presentado sin siquiera prestarle atención y hasta había dictaminado un juicio precipitado solo para poder volver a reflexionar sobre lo que en ese momento le preocupaba. Pero no podía admitir que había cometido tan magna negligencia ni estaba dispuesto a que John, después de su lamentable comportamiento llegando tarde y provocándole preocupación, se saliera con la suya.

 

- ¡Esperaba que tu inteligencia diera para sobreentender que me refería a otro caso nuevo, pero John Watson parece estar demasiado ocupado perdiendo el tiempo con moribundos como para tratar de cosas verdaderamente interesantes!

 

Sus palabras claramente hirientes consiguieron remover a Watson, pero no del modo en el que él deseaba. Esperaba una disculpa por su desafortunado comportamiento y en cambio John se había levantado enfurecido, flaqueando durante un instante, pero después alzándose con más violencia si cabe.

 

- ¡Es un niño, Sherlock! ¡¿Qué esperabas, que lo abandonase solo porque tú me lo pides?!

 

Sus palabras, sin saberlo, golpearon como piedras a Holmes que respondió instintivamente, intentando defenderse. Fue cruel y no midió sus palabras. Ni siquiera era consciente de lo que estaba diciendo. Solo vomitaba una frase tras otra corriendo una cortina para tapar su corazón, para no dejar lugar a los sentimientos que le sobrecogían cuando veía a John hablar tan apasionadamente de un niño, un niño que su mente se esforzaba por concentrarse en identificar como un extraño, uno de esos aburridos mortales comunes, solo que de menor edad.

 

- ¡¿Y si hubiese sido tu hijo?!

 

El último acorde de la trágica sinfonía estalló con el grito desgarrador de Watson y todo Sherlock enmudeció, cuerpo y mente. Y así fue abandonado por John, solo en la penumbra del salón, oyendo como un rumor lejano el portazo que había dado John al ir a su habitación y el sonido que había hecho el pestillo al ser cerrado.

 

Las dos semanas sucesivas, Sherlock se vio totalmente abandonado por John. Holmes había esperado muy impacientemente que le diese la noticia de su embarazo, pero Watson no daba síntomas en ningún momento de querer decírselo y cuando comenzó a dormir de nuevo en su habitación a solas, Sherlock se sintió tremendamente confundido y ya no sabía si era a causa de su estado o si seguía enfadado, pero lo único que tenía claro es que no iba a disculparse. Aquello estaba siendo muy duro y sin embargo John no se había compadecido de él en absoluto.

 

Cuando Watson le dijo que iba a irse a un congreso de doctores en Inverness no se sorprendió, pero sí se sintió muy dolido. Había querido pasar la última noche juntos antes de que partiera de viaje, pero John no había acudido a su cama, como él esperaba. Había sido él quien había ido a su puerta y se había quedado allí, a los pies, sin atreverse a tocar, esperando que su súplica silenciosa fuese escuchada, pero no fue así.

 

Ya en la mañana, lleno de malestar, Holmes intentó un último movimiento besándole los labios para atraerlo a su lado. Era su modo de decirle que se quedase, pero Watson apartó sin piedad el rostro y Sherlock quedó destrozado. Su rostro se endureció, resentido.

 

- Ya veo. John Watson siempre hace lo que quiere. ¡Vete ya!

 

Y con esa frase se despidió de él, rezando en su fuero interno para que John no notara el dolor que le había causado su rechazo.

 

Durante un tiempo se desquitó con la pared, como si con cada disparo consiguiese acallar una idea absurda que se le venía a la cabeza. La señora Hudson acabó interrumpiéndolo, subiendo con una bandeja de pastel de carne.

 

- Oh, cielos, Holmes. Mis pobres paredes. Ten un poco de compasión. Ni siquiera te has vestido y ya es pasado el mediodía. Ven, siéntate a comer conmigo.

 

Sherlock se miró a sí mismo y chascó la lengua al ver su camisón arrugado y su bata de tafetán. Dejó la pistola encima de la mesa y la miró intensamente, sin llegar a sentarse, aunque ella golpeaba el sofá, pidiéndoselo.

 

- Señora Hudson, usted es una mujer, ¿no es así?

 

- ¡Claro que lo soy! ¿Qué clase de pregunta es esa?

 

- Obviamente una retórica. Gracias, señora Hudson, por reiterar lo que es más que obvio.

 

Nada más decir aquello, volvió a chascar la lengua al darse cuenta de que estaba terriblemente nervioso y lo estaba pagando con su pobre casera, a la que quería como una madre.

 

- Lo que quiero decir es aunque usted no haya tenido hijos debe de haber tenido amigas que sí los hayan tenido. Las mujeres habláis de estas cosas, ¿no?

 

- ¿No me digas que estás pensando en formar una familia con el doctor Watson? - La señora Hudson se llevó la mano a la boca, reprimiendo una sonrisa feliz e irguió la espalda con máximo interés y expectación.

 

- ¡No es eso! ¡Es para un caso, señora Hudson, concéntrese! ¿Cuáles son los indicios para detectar un embarazo?

 

La señora Hudson cortó una trozo de pastel y lo colocó en un plato mientras hablaba con tranquilidad.

 

- Cuando mi amiga, la señora Evans, se quedó embarazada de su primer hijo estaba muy cansada, su piel tenía un tono algo enfermizo, aunque sus mejillas se encendían con facilidad. Empezó a aborrecer la mermelada de arándanos que siempre tomábamos con los bizcochos del té, aunque siempre le había encantado, pero sin duda el rasgo inequívoco de que estaba embarazada fue que el periodo dejó de venirle. - y diciendo esto le puso en las manos el plato a Holmes, con una sonrisa de oreja a oreja. Entonces fue cuando Sherlock se dio cuenta de que daba igual cuánto le jurase a la señora Hudson que no se lo preguntaba por su caso personal, ella ya lo había asumido.

 

Él comenzó a comer aún de pie y lanzó una mirada cómplice a la señora Hudson, confiando en que esta no diría nada y ella le guiñó el ojo, confirmando que lo había entendido y se marchó de la habitación dejando escapar una pequeña risa socarrona.

 

Los días sucesivos le sirvieron para asentar la idea de que cuando volviese Watson debían hablar sobre el futuro y sobre su hijo. El solo pensamiento en aquel minúsculo ser seguía causándole auténtico terror. Jamás había pensado en tener un hijo, él, que no entendía a la gente corriente con sus vidas mundanas y nada sabía de paciencia o comprensión. ¿Qué iba a hacer con un pequeño irracional?

 

Lo principal, si lo pensaba, era que John estuviese bien y sobre todo era muy importante que ambos mantuviesen en secreto su embarazo para evitar molestias o que personas indeseadas pudiesen aprovechar la ocasión para sus propios fines. A Sherlock se le encogía el corazón solo de pensarlo. El mundo en el que se movía era oscuro, cruel y sin piedad.

 

El inspector Lestrade lo volvió llamar después de unos días y cuando Sherlock se presentó ante él. Notó que estaba pálido y nervioso, la prensa no dejaba de acosarlo y un nuevo cadáver esperaba en la morgue.

 

- ¡Señor Holmes! ¡Llevo esperando dos horas casi a su llegada! ¡Tengo a todos que a punto de echárseme encima como lobos!

 

- ¡Cálmese, Lestrade! ¿Qué es esta vez?

 

- ¡Júzguelo por usted mismo! - Lestrade hizo un gesto a Hooper, qué destapó el cadáver. Era el cadáver de una joven de clase pudiente, no solo su vestimenta lo delataba, Sherlock pudo detectar unas manos perfectamente cuidadas que denotaban la ausencia de esfuerzo físico con ellas a lo largo de su vida, y un cutis terso sin rastro de manchas por el sol. El cuerpo estaba aún húmedo e hinchado y tenía una gran brecha en la sien derecha.

 

- ¿Dónde encontraron el cuerpo?

 

- En el río a solo cuatro millas al este de Londres. ¿No la reconoces? Es Margaret O'Brien, la hija del ministro O'Brien. Tengo a un padre influyente absolutamente fuera de sí por esta muerte y a la prensa pisándome los talones. Así que, por favor, señor Holmes, ¿puede decirme quién la ha matado?

 

- ¿Quién? ¿Cómo está tan seguro de que ha sido un asesinato?

 

- ¡Lleva un escandaloso golpe en la cabeza! ¡Maldita sea, Holmes!

 

- Puede que muriese por el golpe en la cabeza, pero eso no significa que nadie se lo haya dado. ¡No me haga perder el tiempo con suposiciones paranoides y banas!

 

Sherlock estaba dispuesto abandonar la sala mientras se recolocaba el abrigo cuando de repente, antes de llegar a la puerta, detuvo súbitamente su firme marcha.

 

- Decía que el cadáver había sido hallado a cuatro millas al este de Londres. ¿Acaso no es la misma zona donde se encontró al individuo que examiné hace solo unos días?

 

El inspector Lestrade asintió y Holmes se maldijo a si mismo una y mil veces. Si hubiera observado mejor aquel otro cadáver, ¿no se habría dado cuenta que había algo sospechoso en su muerte? Demasiada casualidad era que aquella joven hubiese elegido un lugar similar que el otro hombre para suicidarse, ¿y si ambos casos estaban conectados?

 

Despertó entonces en Sherlock el interés por el caso, pero también su inquietud. Volviendo sobre sus pasos pidió permiso para examinar a fondo el cuerpo. Con ayuda de Hooper, lo desnudó y revisó cada parte buscando pistas. Presentaba magulladuras por parte de su cuerpo, además del golpe en la cabeza y todas ellas parecían haberse producido poco antes de morir de ahogamiento. A simple vista no pudo sacar más que aquello y tomó una muestra de su boca para hacerle unas pruebas. Tal vez a través de su saliva pudiera detectar algo que a sus ojos escapaba.

 

Regresó a casa de inmediato para realizar dichas pruebas, buscando drogas o veneno, pero ninguna dio resultado. La muchacha no parecía haber ingerido ninguna de las dos cosas, o si lo había hecho no había dejado ningún rastro en la muestra, cosa que a Sherlock le parecía altamente improbable pero no descartable.

 

Lo cierto era que no tenía ni idea de cuál debía ser su siguiente paso. Necesitaba tiempo para pensar, recordar y organizar sus pensamientos.

 

Esa noche no durmió y a la mañana siguiente fue sorprendido por la señora Hudson, que entró pletórica de alegría en su piso sin llamar, trayendo una bandeja de té con pastas y el periódico. Su buen humor era tan exacerbado que Sherlock la miró extrañado durante un instante para después perder el interés. Ella dejó la bandeja en la mesa y al pasar a su lado le tocó el hombro izquierdo y se lo apretó levemente, antes de salir de la casa con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Holmes tomó la taza de té, levantando las cejas en señal de asombro, para después tomar el periódico. Nada más posar sus ojos en el titular, escupió todo el té que tenía en la boca y se levantó de un salto, histérico, enfadado y avergonzado.

 

- ¡SEÑORA HUDSON!

 

Gritó corriendo escaleras abajo en el momento en el que se abría la puerta de la portería.

 

Notas finales:

Gracias por leer este nuevo capítulo.

 

Publicaré el próximo lo antes posible (como muy tarde la semana que viene) y pondré además la imagen de la portada de esta historia.


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