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Raikorisu no hata (El campo de las Lycoris) por shanakamiya

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Notas del capitulo:

Despues de mucho vengo con un nuevo capitulo. Espero que les guste.

Si gustan pueden dejar un comentario. siempre me alegran el dia leerlo aun que sean unas un par de lineas. Me interesa su opinion. 

Sin  mas por el momento los dejo con el capitulo. 

Capitulo XIV

 

Los lirios blancos son flores  tímidas y frágiles que siempre miran hacia abajo. La tierra donde crecen son lugares donde el sol no alumbra… lugares estériles donde incluso las vacas se alejan. Los lirios son hermosos pero también son venosos. Porque todo aquel, que los mira queda fascinado.

Hisui sabía mejor que nadie esa verdad.

Él había crecido en el valle de una montaña cuyo nombre ya no logra recordar. Su casa era una choza pequeña y humilde en donde vivía con su padre y su madre que eran buenas personas marcadas por la desgracia de nacer en lo más bajo de las castas sociales. Había nacido como un Eta los «extremadamente impuros».

Durante el periodo Edo la sociedad japonesa empezó a desarrollar un sistema de clases sociales rígido y poco permisivo reforzado por las creencias del respeto, el orden, el auto sacrificio, la dominación masculina y el mantenimiento del statu quo

La casta más alta Shi eran el shogun y los guerreros burócratas encargados del gobierno, seguidos de la elite militar los samurái y la alta aristocracia. En el siguiente peldaño se encontraban los Nou o campesinos  quienes, a pesar de ser el grupo más pobre y explotado, eran tenidos en gran consideración debido a su responsabilidad de alimentar al resto de la población. Su capacidad productiva les mantenía en una posición social aceptable. Por debajo teníamos el escalón Kou, formado por los artesanos y en último lugar el escalón Shou, formado por los comerciantes; un grupo con mayor nivel adquisitivo que los campesinos, pero despreciados por su baja contribución al resto de la sociedad ya que sus actividades laborales no eran productivas, además el trabajar con tal de generar dinero era visto como algo deshonroso. Estos dos últimos escalones cada vez irían despuntando más y adquiriendo más riqueza y poder, desde luego mucho más que los campesinos e inclusive que algunos samurái.

Sin embargo existía una clase aún más baja la cual no surge del orden de las clases, sino de una perspectiva moral e ideológica. Y es que la influencia del sintoísmo y el budismo se hizo notar en este sentido, ya que se tendía a evitar personas y cosas relacionadas con la sangre y la muerte, que eran vistas como cosas «sucias». Esa «suciedad» percibida tenía que ver con el sexo de las personas, con las relaciones sexuales o, como en otras sociedades, con los nacimientos y muertes, además de con ciertos trabajos considerados impuros. Es decir, sus funciones en la sociedad eran imprescindibles en el momento, pero la actividad que llevaban a cabo era considerada impura. Estos eran los Eta conformados por: carniceros, sepultureros, curtidores, dedicados a teñir tejidos, trabajadores del bambú, cartoneros, verdugos, carceleros, etc. Ocupación que eran forzosamente hereditarias, muchas veces sin ser pagadas y sin esperanza de aspirar a algo más en sus vidas.

Hisui nació como hijo de un carnicero y de una curtidora de pieles. Ambos eran buenas personas y sin duda alguna amaba a su pequeño hijo. A pesar del odio de la gente de su pueblo que los había obligado a retirarse a vivir como ermitaños en aquel valle solitario. Ellos vivían tan felices como podían serlo. Se mantenían gracias a la carne de los animales como liebres, zorros, jabalís, a las aves y la recolección de plantas en la montaña.

Hisui había crecido alejado de todo y del conocimiento de lo que significaba haber nacido Eta.

Los recuerdos de sus padres ya son pocos.

―Sostenlo fuerte hijo ―recuerda la voz gruesa y áspera de su padre, así como que tenía barba escasa y rasposa más ya no recuerda su cara. También recuerda como este solía sostener a los animales con mucha fuerza mientras él lo ayudaba a mantenerlos quietos con todas sus fuerzas mientras su padre sacaba su cuchillo y degollaba a los animales salpicando toda la sangre de los mismos por todo el lugar y la ropa de ambos. Él era un niño gentil y débil, los chillidos de los animales solían ponerlo muy nervioso y por lo tanto terminaba aguantándose el llanto mientras temblaba sin control. Cuando pasaba esto su padre frotaba su cabello y le decía amable―. Este es el trabajo que nos tocó en la vida. Lo más que puedes hacer por ellos es hacerlo rápido para que el animal no sufra y aprovechar todo lo que puedas para agradecerle por su sacrificio. Algún día tendrás que hacerlo por ti mismo. Hoy me ayudaras como siempre a cortar la carne y prepararla y después a tu madre  con la piel.

Caminaban por todo el lugar, entre árboles, arbustos y paramos revisando las trampas que habían puesto previamente. Si había caído una presa se asesinaba y se los llevaban reuniéndolos en una red vieja que su padre cargaba sobre su hombro derecho, mientras dejaban a su paso un goteo carmesí mientras a paso lento se dirigían a casa.

Tampoco recuerda la cara de su madre. Por el otro lado, si el hecho de que ella usaba el cabello largo hasta la cintura y que era del mismo color del suyo. Ella  siempre lo traía suelto y enmarañado al igual que él. Los tres siempre estaban sucios, usaban kimonos viejos y rasgadas de colores oscuros y por el trabajo que ejercían tenia manchas oxidadas de la sangra de los animales. Siempre estaban descalzos con los pies llenos de tierra y lodo.

Su madre los esperaba cada tarde en la puerta de su choza con una sonrisa.

 Su casa pese a que era humilde tenía una imagen agradable de esta, al estar rodeada de los lirios silvestres que había en abundancia por todo el lugar. Pequeños ocultos tímidamente entre las hojas verdes altas creciendo entre los pedruscos mirando hacia bajo de tan hermoso color blanco. Donde ellos tenían su casa no había otras plantas o animales, un lugar desértico pero que sin embargo lleno de calor de hogar.

―Papá ¿porque hay tantos lirios en el valle? ¿Por qué no crecen otras plantas como en la parte baja del valle? Si las hubiera no tendríamos que cazar allá bajo y no nos alejaríamos de mamá todo el día.

―Jeje ―su padre se ríe confianzudo―. Para la mayoría de los animales son muy venenosos si se las comen por eso nunca llegan hasta acá arriba.

― ¿Porque son venenosos?

―Los lirios son muy hermosos ¿no crees?

―Si.

―Es por eso. Lo que es hermoso debe de protegerse así mismo. Cuando algo es hermoso es mejor que este alejado de todos de lo contrario no podrían estar en paz.

Su padre siempre respondía todas sus dudas. No había nada que su padre no supiera y lo admiraba por ello. 

 

 

Cuando llegaban a casa su padre baja a los animales que habían cazado a unos pasos de la choza en un espacio marchito pintado de rojo oxido por la sangre en donde ya no crecía ni la hierva. Lo veía sacar su cuchillo mientras le decía que se acercara para ayudarlo a limpiarlos.

Consideraba que su padre era muy valiente y hábil con el cuchillo, podía hacer su trabajo sin dudar ni un poco. Cortaba el vientre del animal y comenzaba a brotar la sangre. El aun siendo un niño su trabajo ya consistía en ir y venir con canastas llenas de viseras, pieles recién desolladas y carne de un lado al otro las cuales serían preparadas para conservarse o para la cena de esa misma noche aprendiendo el oficio que le depararía desde que nació. Ambos siempre terminaban manchados de sangre al igual que los campos blancos llenos flores.

Cuando terminaban no podía evitar observar los lirios bañados en sangre. Le provocaban un sentimiento extraño. Un sentimiento de inquietud de dos cosas que no deberían de combinarse. Algo impreciso e indefinido que le impedía apartar la mirada.

Los lirios son hermosos pero también muy venenosos. No le cabe duda de eso porque cuando los mira queda muy fascinado.

Hasta ese entonces pensaba que la manera en la que vivía era la normal. Que todos pasaban sus días igual. Que si había otras familias están vivían en lugares lejanos vistiendo igual que ello, comiendo como ellos… felices como ellos.

Un día sin embargo,  su padre decidió que era tiempo de que bajara al pueblo con él.

Esto fue durante la primavera del noveno año de su vida.

A veces su padre bajaba al pueblo con carne o con las pieles que hacia su madre. Cuando eso pasaba tardaba en volver hasta el día siguiente. Cuando le preguntaba a su madre, esta solo le contestaba que ese era su deber, esa era la forma en que podían vivir tranquilamente en ese lugar. Por eso el día en que su padre le dijo que ya era un hombre y tenía que acompañarlo al pueblo, se entusiasmó con la idea de poder ayudarlo, además de que vería a otras personas diferentes a sus padres.

Ese día se levantaron muy temprano, apenas el sol salía en el horizonte. Su padre se cargó en la espalda una gran cantidad de pieles mientras en canastas que colgaban de un tronco de bambú apoyado a cada lado de sus hombros llenos de carne seca. Él también se preparó con un canasto a sus espaldas lleno de carne y partieron a pesar de la mirada triste de su madre que le rogo a su padre que esperaran un año más.

Hisui no lo entendió en ese momento. La angustia que esta sufría porque él se enteraría de la realidad.

El camino valle abajo fue largo. Hisui comenzó a notar cosas extras, como el hecho de que si se cruzaban con alguien no los miraban, que no iban sucios y con los kimonos rasgados. Quiso preguntar pero no encontraba el mejor momento para esto, veía a su padre incómodo y nervioso. Eso era extraño y lo descolocaba de su naturaleza curiosa de niño ingenuo. Percibió entonces un aroma en el aire, era delicioso, algo que no conocía y que le hizo gruñir el estómago. Se adelantó un poco tratando de seguirlo para ver de qué se trataba. Escucho a su padre gritar su nombre pero no le hizo caso.

Corrió hacia el delicioso aroma hasta que se encontró con punto de descanso. El pequeño se impresiono de ver a los otros adultos reunirse cerca de un pequeño establecimiento donde mujeres en bonitos kimonos sencillos con el cabello recogidos servían comida que jamás había visto a los invitados que se veían muy pulcros con sus ropas limpias y cabellos bien peinados.

Impulsivamente se acerca a  un par de hombres que están sentados afuera en un banco de madera y se queda mirando los pequeños dangos y postres que estaban comiendo. En verdad se veían sabrosos y no podía evitar babear de solo querer probarlos.

― ¿Que es esa peste? ―su ensoñación se rompe de repente por la voz de uno de aquellos hombres con desagrado. El pequeño alza su mirada y ve la expresión de repulsión que le está dedicando junto a unas venenosas palabras―. ¡Qué asco! Aléjate de aquí. Sucio animal.

― ¿Qué hace ese niño aquí? Pensé que este era un lugar respetable.

El otro hombre enseguida aparta la comida como si la ocultara. Una de las sirvientas del lugar al notarlo toma su escoba golpeándolo en la cabeza ahuyentándolo:

― ¡Largo! ¡Largo! ¡Vete! No hay comida para ti aquí ¡Largo! ¡Largo!

El niño se cubre con sus brazos mientras trata de irse de aquel lugar sin embargo tropieza y cae al suelo, abriéndose la canasta que traía en su espalda revelando la carga de carne seca que traía consigo.

Uno de los hombres detiene a la mujer con una sonrisa ladina sabe que tiene una oportunidad de impresionarla. Después de todo sabe que a nadie le importara si mata a un Eta. Se acerca al niño desenfundando su afilada katana:

―Pero miren que tenemos a aquí. ¿Un pequeño ladrón? ¿Acaso te escabulliste en la cocina y le robaste a esta hermosa dama?

―No. Yo no he hecho nada. Estas carne es mía ―responde el  niño descolgándose la canasta de la espalda, recogiendo lo que se había caído al piso y metiéndolo dentro asustado.

― ¿Un animal como tú se atreve a responderle a alguien de clase superior? ¡¿No te enseñaron que debes de guardar silencio ante alguien mejor que tú?!

El niño no sabe que contestar. Ahogado en el pánico al sentir la hoja de la espada cerca de su garganta con toda la intención de matarlo

Es cuando aparece su padre corriendo. Había abandonado sus cosas atrás en el camino para ir a rescatarlo. Sin embargo a comparación de lo que pensó Hisui. Su padre se limitó a jalarlo detrás de él,  tirarse en el suelo, rogando, inclinando su cabeza hasta pegar su frente en el suelo. El niño no lo entiende. Sabe que su padre es un hombre fuerte, lo ha visto pelear contra animales feroces ¿porque está bajando la cabeza ante ese hombre tan malo? Su padre mantiene la vista abajo, sus ojos parecen apagados perdiendo algo.

― ¿Ese niño es tuyo? ―pregunta el hombre apuntando ahora su katana al hombre en el piso―. Asquerosos Eta no deberían permitir que se sigan multiplicando. ―coloca su pie sobre la cabeza del padre y muele con fuertemente con las sandalias de paja tratando de lastimarlo―. Su sola presencia arruina mi comida. ¿Vienen a mendigar un plato? ¿Por qué no mejor se mueren?

Da un golpe especialmente fuerte que dejar al padre en el suelo con una herida sagrado en la frente.

―Deberías de enseñarle a tu bastardo que debe de guardar silencio y bajar la cabeza ante alguien superior.

Le dice el segundo hombre quien se había quedado al lado de la mujer que aun con la escoba en la mano se tapaba la nariz con el kimono.

Enseguida su padre lo tomo del brazo jalándolo para ponerlo de rodillas e inmediatamente poner su mano sobre su cabeza para hacer que la inclinara hasta el suelo a la par que él lo hacía. Hisui estaba tan sorprendido por todo que no podía decir nada.

― ¡Hey! ¿Cómo vamos a arreglar esto? Incluso tuviste la osadía de manchar mi sandalia con tu sucia sangre impura. Ni siquiera tu vida tiene algo de valor si la tomo. Así que dame todo lo que tiene  esa canasta que tiene el pequeño animalejo.

Señala la canasta detrás de ellos.

Su padre no lo dudo. Tomo la canasta poniéndola enfrente de aquellos hombres. Regreso a su posición sumisa y espero a que digieran algo.

―Se nota que es carne de alta calidad ―uno de los hombres tomo, abrió la canasta y comió un trozo seco.

―Este será un buen pago por tus osadías. ¡Vamos, vete de aquí! Y se agradecido por mi benevolencia.

Dijo el otro a la vez que arroja una capa de tierra con su pie sobre el carnicero que no se muestra asustado por el contario inclina una vez más la cabeza pareciendo verdaderamente agradecido. Toma a su hijo y se marchan corriendo por donde habían venido.

Salen del camino, escondiéndose cerca de unos arbustos en donde el padre había ocultado las pieles y la carne que el cargaba para llevar al pueblo. Su padre aun agitado lo revise buscando que no tuviera una herida.

― ¿No te hicieron nada?―pero no contesta. Su padre sigue hablando―. No vuelvas a alejarte así de mí. Es muy peligroso.

El pequeño no lo entiende. Siempre había visto a su padre como alguien grande y fuerte que sabe defenderse. Lo había visto desde pequeño con su cuchillo protegerse de los animales grandes. Por eso verlo de rodillas obedeciendo sin cuestionar nada es muy desconcertante.

― ¿Porque? ―pregunta confundido― ¿Porque no te defendiste de esos hombre?―nota la mirada de su padre que oscurece mientras baja la cabeza sin querer responderle. Continúa cuestionando. Le están ocultando algo y no le agrada― ¿Porque? ¿Porque? ¿Por qué los dejaste llevarse la carne que nos costó tanto trabajo hacer? ¿Por qué dejaste que ese hombre te echara tierra? ¿Por qué no sacaste tu cuchillo cuando te apunto con la katana? ¿Por qué no dijiste nada?

Su padre pone su enorme mano en su hombro con una voz que trata de parecer convincente y aun  así llena de seriedad y arrepentimiento:

―Eso es porque llevamos la muerte con nosotros ―luce devastado por revelarle la verdad oculta. Por querer protegerlo de lo que significaba pertenecer a esta casta maldita―. Escucha ―sigue hablando―. Nosotros no tenemos el derecho de responderles a los otros. Ni siquiera de mirarlos a la cara. No somos como ello. Nosotros solo existimos para matar a otras criaturas y por lo tanto ese es el peso que debemos cargar. Así son las cosas y no las puedes cambiar.

―P-pero.

―No. Tienes que aceptarlo. Guarda silencio, nunca hables y solo obedece lo que te digan tus superiores.

El niño se quedó callado sin poder asimilar las palabras del  hombre al que más admiraba y cuya imagen se derrumbaba. Aquel hombre que siempre había visto sagaz y fuerte ahora se veía delgaducho y demacrado. Después de eso jamás lo volvió a ver igual.

Durante el resto del camino no hablaron de nada más. Caminaron cabizbajos hasta llegar al pueblo cercano. El niño pudo comprobar la manera tan diferente en la que lucían a los demás y la forma tan distinta en la que eran tratados obligados a bajar la cabeza y ceder el paso ante los demás. A pesar de que fueran esquivados, pisados y mirados con desdeño mientras los escuchaba decir:

“Apestan a muerte. No deberían de estar aquí”

“Tengo pena por los pobres animales que traen a cuestas. Perecer a manos de un Eta es más horrible que ser asesinado por un Oni”

“Un Eta solo vale una séptima parte de una persona común”

¿Porque? ¿Por qué? No lo entiende. ¿Ellos en verdad son tan malos? ¿Si ellos no hicieran su trabajo acaso esas personas que los criticaban no tendrían frio y hambre?

Llegaron a una mansión enorme rodeada de altos muros y puertas custodiadas por guardias. Ellos no entraron por la puerta principal. En su lugar fue por puerta trasera designada a la servidumbre. Los dejaron esperando un largo tiempo que a el pequeño se le hacía eterno, entre el cansancio de la caminata, el profundo silencio que se había formado entre él y su padre. Un extraño sentimiento de desánimo se había apoderado de él, había algo que cambio, su visión se había vuelto tan pesimista en ese momento que había llegado a una conclusión que nadie le iba negar. Que incluso si le comunicaba sus angustias a su padre en ese momento este no se la iba a refutar, al igual que su madre ya que ambos habían sido criados bajo esa misma idea desde niños.

Su existencia no valía nada.

Absolutamente nada. Solo era un despojo que servía para lo que es y no había nada más. Matar y bañarse en sangre eso era todo de lo que tendría derecho en la vida. La cual si así alguien más lo decidiera le arrebataría.

No derramo lagrima alguna, ni un chillido o una queja. Solo una parte de él se apagó en su interior.

―Ya pueden entrar ―una sirvienta mayor salió por la puerta y les indico sórdidamente mientras los escudillaba con la mirada ―Los están esperando en el patio.

Su padre que en ningún momento había bajado las pesadas canastas de sus hombros asentó con la cabeza. Su rostro luce verdaderamente cansado.

Entran a la casa despacio. El niño siente la mirada fría y llena de odio que parece seguirlo como si ellos fueran a robar algo en cualquier momento si se descuidaba.

En el patio trasero un hombre delgaducho, cara larga y boca pequeña los esperaba acompañado de dos guardias. Este les dijo con prepotencia:

―Así que vino a dejar el trabajo y el tributo mensual a nuestro señor de la casa.

Su padre baja las canastas y se pone de rodillas de inmediatamente bajando la cabeza.

― ¡Heee! ―el otro expresa al ver que el niño no imita al adulto―. Ese niño…

Su padre no pierde el tiempo y lo jala de la mano bruscamente obligándolo a que se pusiera de rodillas y bajara la cabeza como si se disculpara de una enorme ofensa.

―Ese niño… ―continuo el hombre― ¿Es tuyo? ―hay un silencio ―. Puedes contestar.

― ¡Si! ―su padre alza la cabeza y habla tan claro como puede pero luce nervioso. No desea equivocarse―. Su señoría nos permitió hace unos años tener un hijo a mí a mi esposa para que continuara con la labor de curtir pieles para sus armas y vestido y cortar carne para los banquetes.

―Pujj  jaja… Esposa… ―se burla el otro hombre soltando una risita que ni siquiera oculta. Después de todo algo como matrimonio no era algo que estuviera disponible para los Eta―. Ya veo. Se necesita de mano de obra después de todo. Aunque he escuchado que los niños que vienen de dos Eta nacen deformes y retrasados. Me sorprende que ese niño se mantenga de pie solo, pero se nota lo estúpido que es si no sabe el lugar que le corresponde.

Su padre no lo defiende ni al él ni a su madre de tan ofensivas palabras en su lugar lo observa apretar los labios y una gota gruesa de sudor rodar por su frente.

―Recojan la carne y llévenla a la cocina y las pieles dénselas a las sirvientas. Ellas saben que hacer ―le indica a sus lacayos los cuales responde fuerte y claro afirmando, tomando las canastas con las materias primas. El hombre les da la espalda y les dice―. El próximo mes el gran señor quiere lo doble.

―P-pero…

Se escapa de la boca de su padre haciendo que el otro hombre arquee la ceja y le diga:

― ¿Estas desafiando las ordenes de nuestro señor?

El carnicero niega quedamente con la cabeza.

―Responde ¿Osas desafiar las ordenes de nuestro señor? Te recuerdo que él fue tan generoso de dejarte vivir a ti, a esa mujer y tu bastardo en aquel pedazo de tierra en la montaña en lugar del gueto en el que pertenecen. A cambio de que siempre le llevaras las mejores pieles y la carne más sabrosa. Vamos responde. Te doy la oportunidad de hacerlo.

El carnicero por su lado parece dudar. Mira por un breve momento a su hijo notando la mirada apagada de este como si ya nada le importara. Traga saliva y no sabe si debe de responder. Después de todo, si aquel hombre lo predispone así podría matarlo. Sabe del carácter soberbio de este y de la manera en la que siempre trata de complacer al señor de la casa.

Aun así tiene una objeción muy grande que puede perjudicar a más de uno si se queda callado. Trago saliva, temblando y con voz apagada dice despacio:

―Los animales de la montaña han estado actuando raro estas últimas fechas…

― ¿Raro? Ja jaja ―se mofa―. Ahora resulta que los Eta pueden hablar con los animales. ¡Oh! ¿Y qué fue lo que te dijeron? ¿Suplicaron por su vida?

―No. Mi señor. Ellos no me hablan pero mis años de experiencia me dicen que algo está por ocurrir en la montaña.

― ¿Algo como qué?

―No estoy seguro pero lo que usted me pide puede agravar la situación que esta por presentarse.

―Ahora resulta que un Eta va a venir a decirme como debemos de actuar ante los recursos de una montaña que ni le pertenece. No. No es eso. Tratas de escaparte de tus obligaciones y holgazanear.

― ¡No! Le aseguro que no es eso. Solo que…

― ¡Te atreves a responder! ¡Cállate y obedece lo que se te dice si no quieres que ese bastardo que tres contigo se quede aquí para que sirva como la diversión de los guardias!

― ¡Perdóneme por favor! ―ruega el carnicero―. Are lo que me pide. El próximo mes traeré lo doble.

― ¡Márchate ahora mismo! ―grita autoritario y le da la espalda retirándose del lugar.

Hisui y su padre son guiados a la salida por la misma sirvienta que azota la puerta tras ellos. La noche cayó y caminaron por las calles con un enorme peso de cansancio sobre ellos.

―Ven. No podremos regresar a casa hoy. Tendremos que buscar un lugar donde dormir esta noche.

Su padre le dijo preocupado. Se metieron a un callejón vacío donde no transitaba la gente. En ningún hostal iban a permitir que un para Eta sin dinero se quedara a dormir, bajo la estigma de ser ladrones. Su padre se sentó en el piso rendido y saco del interior de su kimono un pedazo pequeño de carne seca que le ofreció. El niño lo rechaza estaba enojado, contrariado, decepcionado de todo, de su padre y de su sola existencia.

―Siéntate aquí. No seas caprichoso. No comeremos nada hasta llegar a casa mañana.

Con disgusto el pequeño se sentó a lado de su padre, tomo el trozo de carne que mordió y se encogió en sí mismo alejándose del adulto mientras arrugaba el ceño. Ahora que lo piensa bien. Su padre no comió nada ese día y le dio todo a él. Así como el hecho de que quizás su padre no durmió nada esa noche para protegerlo.

Cuando despertó al otro día estaba recostado en la espalda de su padre e iban de regreso a la montaña.

―Una vez que regresemos a nuestra montaña estaremos bien. Todo será como siempre. Ya no tendrás que soportar a todas esas personas. Ni sus maltratos, ni sus gritos.

Escucho aun adormilado las esperanzas de su padre y quiso creer brevemente en ellas.

 Sin embargo este se equivocó.

A mitad de mes, campesinos comenzaron a mudarse a las faldas  de su montaña tras la expansión de las tierras de cultivo por parte del Daimyo. El primer problema vino del deterioro de las mismas tierras que ni siquiera eran aptas para el cultivo que se estaba pidiendo. Los animales del valle comenzaron a escapar a tierras más elevadas donde los alimentos escaseaban. Cumplir las cuentas que se les pedía en carne y pieles comenzó a complicarse. El segundo problema vino de los campesinos que no aceptaban vivir donde un puñado de Eta estaban. Fue más de una vez que estos fueron a amedrentarlo con palabras o con acciones.

A Hisui no le iba mejor con los nuevos niños que se habían mudado y que tendían a subir a la montaña a jugar. Tiene recuerdos muy desagradables de ellos.

Para ese entonces ya era el termino del verano se escuchaban las ultimas cigarras llorar.

Ese día su trabajo era ir y tirara las vísceras de los animales que había a acabado de limpiar su padre al rio cercano como siempre lo había hecho. Pero esta vez en su camino de ida se topó con un grupo de cuatro niños. Lo acorralaron aun estando aun distancia considerable. Sus padres ya habían hablado con él al respecto sobre guardar silencio y alejarse de los demás por su seguridad. Trato de esquivarlo a un lado, después al otro lado con la mirada agachada no queriendo mirarlos para no asustarse.

―Ese es el niño Eta que vive en lo alto de la montaña. Mi padre dice que los niños Eta son idiotas y que ni siquiera saben hablar.

―Yo escuche del mío que los Eta son bruscos y unos salvajes que tiene pies iguales a los de los animales. Que no son como los humanos.

―Apesta a sangre desde aquí.

―Apuesto que si le quitamos la ropa le encontraremos cola y pelo.

―Déjenme… en paz

Apenas se escucha la voz de Hisui tratando de defenderse. Abraza la canasta entre sus brazos y da la espalda temblorosa.

― ¡¿Adónde crees que vas?!

Uno de ellos enojado toma una piedra del suelo y se la avienta directo a la cabeza. Hisui aprieta los labios

―Nos queremos divertir contigo un rato.

Los demás comienzan a imitar al otro tirándole más piedras. Hisui solo  se queda quieto de pie tratando de aguantar los golpes esperando que los otros se aburran pero…

―A ver qué es lo que tienes en esa canasta.

Uno de ellos, el mayor corrió hacia Hisui y comienza a jalarlo de un brazo para obligar a voltearse.

― ¡Déjenme! ¡Suéltenme! ―el pequeño Eta grita tratando de resistirse― ¡Déjenme en paz! ¡¿Por qué no se mueren todos y nos dejan en paz?!

Hisui es jalado con mucha más fuerza y al voltearlo, pierde el equilibrio cayéndosele la canasta con las vísceras y sangre sobre la ropa y los pies del brabucón.

Hubo un silencio breve en lo que los malvados niños tardaban en identificar el contenido de la canasta. Los tres niños más lejanos comenzaron a gritar a comparación del niño frente a Hisui que se había quedado en shock mirando las vísceras a sus pies, no dice nada y completamente paralizado suelta al pequeño niño Eta el cual solo recoge la canasta y sale corriendo de regreso a su casa tan rápido como puede mientras escucha a los demás hablar.

― ¡Hey, hey! 

― ¡¿Qué te pasa?!

― ¡Di algo, hermano! ¡Reacciona!

Pero este no reacciono.

Hisui llego a su casa y guardo silencio. Había adoptado la costumbre de quedarse dentro de la choza, sentarse en una esquina y no hacer ninguna clase de ruido. Sus padres por su parte no había hecho nada para corregir este hecho, quizás solo era por la impotencia o quizás la culpa que sentían por haber escondido la verdad de como los demás los despreciaban. Pero habían decidido no hacer nada. Es decir ahora su hijo solo se limitaba a hacer en silencio sus tareas diarias pero había dejado de ser el niño alegre y curioso que era antes de bajar de la montaña.

Cuando anocheció se prepararon para dormir. Hisui solía dormir  en el piso a la orilla de la habitación inversa a la de sus padres. Se tapó con una piel de jabalí que su madre había hecho especialmente para él. Sus padres dormían juntos se cubrían con varias pieles. Dejaban la luz de la fogata que usaban como estufa encendida levente. Hisui juraba que a veces entre sombras, observaba a sus padres abrazarse con amor, juntar sus bocas y moverse uno sobre el otro luciendo felices entre suspiros. Él no sabe porque en momentos como esos se quedaba callado y se sentía feliz de una manera extraña. Se cubría hasta la nariz con la piel a manera de cobija y se cerraba sus ojos para dormir.

Esa noche no obstante. El ambiente estaba lleno de intranquilidad de su parte. Se había quedado callado y no había dicho nada respecto al incidente que había sufrido con los otros niños. No podía dormir. Se giraba y giraba sobre el suelo solo pensando que mañana le iría peor. Pero descubrió para su lamentación que no tendría que esperar tanto para averiguar las consecuencias injustas de actos que ni siquiera había propiciado él.

De repente se escuchó voces furiosas acompañados de antorchas.  

Sus padres enseguida se levantaron. Su madre se dirigió hacia él  yéndose a una esquina de la choza donde lo abrazo fuertemente, mientras observaba a su padre esconder su cuchillo en sus espalda antes que una turba de hombres entraran por la fuerza con tablas y antorchas en sus manos.

Se escuchan sus reclamos:

― ¡Queremos que se larguen de aquí!

― ¡Esta es nuestra montaña! ¡Nosotros estamos aquí desde antes de que ustedes llegaran! ―su padre habla.

― ¡Su bastardo le hiso algo a uno de nuestros niños! ¡Llego a casa cubierto de sangre y no reacciona!

―Eso es imposible mi hijo nunca le haría daño a nadie ―defiende el carnicero que se ve rodeado de hombres.

― ¿Está diciendo que nuestros niños son mentirosos? ¡Largo!

― ¡Hay que castigar a ese niño!

― ¡Hay que matarlo!

― ¡Si, hay que matarlo! ¡Hay  que matarlo!

Lo que ocurrió después fue demasiado rápido y horroroso que Hisui nunca pudo olvidarlo.

Cuatro hombres rodearon  a su padre y comenzaron a golpearlo. Su padre trataba de defenderse de los ataques de los tablones en mano de sus agresores. De repente Hisui sintió como era arrancado de los brazos de su madre, un hombre más lo jalo del cabello con fuerza arrastrándolo afuera de la choza mientras gritaba con todas sus fuerzas, su madre trata de sujetarlo para protegerlo. Pero es en vano otros dos hombres más llegaron por su espalda y la agarraron, ella trata de zafarse, ante esto un  tercer hombres la abofetea para enseguida golpearla con un tabla de madera en el estómago, se escucha algo tronar y ella escupe y toce fuertemente hasta quedar de rodillas donde es golpeada una vez más con la tabla en la parte baja de la espalda.

― ¡Mamá! ¡Mamá!

Hisui grita entre llanto.

Es entonces que su padre no se contiene más. Sin pensarlo mucho saca su cuchillo y lo clava en la pierna de uno de sus agresores. El hombre grita, de repente todos se quedan quietos ante las palabras del carnicero:

―Dejen a mi esposa y a mi hijo o le corto la garganta a este tipo y después a todos ustedes.

Sujeto al hombre que había herido por la espalda y puesto el cuchillo en su garganta. Deslizo el arma para que escurriera un poco de sangre. Los demás comprobaron que hablaba en serio.

―Hagan lo que dice…

Suplico el hombre capturado.

― ¡Vámonos!

― ¡Vámonos! ¡Vámonos!

Los hombres gritan cobardemente. Dejan a la mujer en el suelo y avientan a Hisui dentro de la casa. Su padre suelta al hombre quien sujeta su pierna herida, uno de sus compañeros lo sujeta y lo arrastra fuera de la cabaña.

―Se arrepentirán de esto.

Amenazo antes de tomar su antorcha prendiendo fuego a la choza y marchase.

El niño pensó muchas cosas en ese breve instante en el que vio a su padre desesperado correr donde guardaban el agua en grandes ollas de barro fuera de la casa y apagar el fuego que se extendió por la casa.

Sentía que todo esto había sido su culpa. Si hubiera dicho algo quizás las cosas serían diferente. Si hubiera hablado, la mitad de la choza no se hubiera quemado; si hubiera hablado quizás su madre no estaría tan mal herida que después de ese día ya no pudo levantarse más del suelo donde dormía o comer algo sin vomitarlo.

….

Otoño llego. Ellos no podían detener sus actividades si querían sobrevivir. Siguieron con la caza y la preparación de la carne para el tributo de finales de otoño antes de que llegara el invierno y con ello las nevadas, lo que significaría que ya no podrían bajar de la montaña hasta la primavera. El tributo de ese otoño sin embargo sería el más difícil de recolectar.

Su padre parecía no tener el tiempo de cazar y hacer su trabajo de carnicero mientras trataba de reconstruir la parte quemada de su choza con lo que encontraba en el valle. El frio otoñal no era nada conveniente para la madre quien ahora imposibilitada se quedaba en casa si poder hacer nada atendida por su pequeño hijo que intentaba alimentarla en vano. El dolor era tanto para ella que no podía comer, no podía dormir.  Su padre le había advertido que ya no bajara más al valle, que no necesitaba que le ayudara más en su trabajo de recolectar los animales. Su padre solo pensaba en trata de resguardar lo único que le importaba realmente en la vida y eso solo significaba aislarse cada vez más en la montaña. Mas él ya lo había advertido antes, algo estaba por ocurrir en la montaña. Algo verdaderamente malo cuando comenzó a encontrar los animales muertos sin razón alguna alrededor de la misma.

Un día mientras buscaba en uno de sus lugares habituales donde ponía las trampas. Vio a un grupo de campesinos. Se había dado cuenta de igual manera que algunas de sus trampas había sido saqueadas, seguramente a manera de venganza buscando el ponerlo en problemas si no completaba su tributo.

Los campesinos al percatarse de la presencia del carnicero solo se burlaron. Sabían que tenían la ventaja sobre este ya que podían amenazarlo con hablado con el Daimyo sobre aquel incidente.

El carnicero también sabía eso. Y no quería más problemas en ese momento. Decidiendo marcharse sin decir nada pero…

―Esa liebre…

Menciono a medias al percatarse de que el animal estaba muerto y tenía un color extraño.

―No te importara si nos llevamos a este animal ¿Verdad? ―interrumpió uno de los hombres mientras quitaba la libre de la trampa y la mostraba colgándola de cabeza.

El carnicero solo los miro con desprecio.

Otro hombre hablo:

―Todos en el pueblo saben que intentaste matar a aquel hombre. Si le decimos al señor Daimyo mandara a matarte junto a ese bastardo y a esa mujer.

―Si nos haces algo, no tardaran en llamar a alguien para que pagues como el sucio Eta que eres.

El carnicero apretó los labios tratando de tragarse todo el odio.

― ¡Hey! Porque no aprovechamos que estas aquí y preparas esta carne. Sería una buena retribución para aquella familia cuyo niño enfermo por culpa de tu bastardo.

―Nuestro pueblo es pequeño. Alcanzara perfecto con esta liebre para darnos un festín.

El carnicero frunció el ceño. Lleno de cólera se acercó a aquellos hombres que temblaron por un instante al verlo con el cuchillo en la mano. Sin embargo solo tomo a la liebre y la degolló frente a todos. Al abrir al animal lo supo al ver los órganos negros y desechos lo que estaba ocurriendo en su montaña.

―Hay tienen ―dijo dejando todo la carne cortada sobre una piedra. Se dio la vuelta y dispuso a marcharse sin antes advertirles―. Pero yo no comería esa carne.

Por supuesto que su advertencia fue ignorada. Aquellos hombres tomaron la carne y se la llevaron al pueblo.

Su padre regreso esa tarde a casa y le pidió que esperara afuera mientras hablaba con su madre. Después de unas horas, al entrar su padre le dijo que no tocara a ningún animal y que solo comerían lo que tenían en sus reservas. El tributo de otoño no sería entregado ese año.

Comenzaron las nevadas y la cuenta regresiva. El carnicero sabía perfectamente que el no entregar el tributo de ese otoño significaría un grave castigo por parte de su Daimyo. Quería pensar que si le explicaba que una plaga había azotado a los animales de la montaña seria indulgente y solo recibiría un par de azotes como castigo. Ellos tampoco tenían la comida suficiente para el invierno. Los adultos decidieron ceder una parte de sus alimentos para dárselas al pequeño Hisui que ignoraba la gravedad de todo. Al igual que el padre que no tenía idea que mientras ellos estaban resguardados en la montaña la gente del pueblo comenzaba a morir por una epidemia causada por la carne de aquella liebre que en venganza cedió a los campesinos en aquella ocasión.

Apenas comenzar el deshílelo su padre decidió bajar a la montaña, les quedaba poca comida y no podrían sobrevivir con ella hasta la llegada de la primavera. Sin embargo no encontró nada que pudiera servirle. Tendría que ir al pueblo e implorar por algo, pero al llegar solo encontró un paisaje desolador lleno de cadáveres. Y entonces supo que era el fin de todo.

Regreso a su choza al caer el anochecer y le pidió Hisui que saliera un momento mientras hablaba con su madre.

La mujer lucia demacrada, enferma. Ya no había podido comer nada y ahora una tos espantosa parecía acabar con las últimas de sus fuerzas. El carnicero se incoó frente a ella y comenzó a hablar:

―La plaga que ataco a los animales de la montaña llego al pueblo. Ya no queda nadie. Lo más probable es que ellos tampoco hayan entregado  el tributo de final de otoño así que no sería raro que el Daimyo enviara a alguien en cuanto sea posible a verificar que fue lo que paso.

―Nos culparan de esto ¿verdad? Cof cof…

El esposo baja la cabeza y se queda callado. Sabe que los condenaran a muerte por haber envenenado a los campesinos. No, incluso si él no les hubiera dado esa carne infectada lo acabarían culpando de todo.

―Lo siento mucho. En verdad lo siento mucho.

No puede más que tomar la mano de su mujer entre las suyas y llorar arrepentido de todo.

―Hisui… llévate a Hisui lejos de aquí ―ella aprieta débilmente la mano de su marido y suplica―. Antes de que la gente del Daimyo llegue a la montaña cof… cof…

― ¿Que dices?

―Cuando era niña una mujer vino a nuestra casa en el gueto en el que vivía con mis padres y hermanos. Ella escogió a mi hermana mayor y se la llevo… cof…cofff… dijo que era muy bonita y se la llevó al Yukaku de Yoshiwara para que trabajara como sirvienta… dijo que en ese lugar no les importaría recibir a un Eta… que le enseñarían a leer y a escribir… que ganaría más de lo que mis padres ganarían el resto de sus vidas… cof… cof… cofff…cofff

―Tranquilízate. No te esfuerces.

―Cof... cof... Llévate a Hisui a ese lugar… salva… a nuestro… hijo…

Ella murió. El comenzó a sollozar sin control. Todo se acabó. Todo.

―Papá…

La voz de su pequeño hijo lo llama desde atrás débil y asustado.

El carnicero se limpia sus lágrimas y coloca la mano de su esposa inerte sobre su cuerpo. Respondió con voz temblorosa:

―Mamá se quedó dormida. Ella necesita descansar así que no la molestemos. Mañana en la mañana apenas amanezca saldremos. Así que preparemos algunas cosas.

― ¿Adónde iremos? ¿Qué pasara con mamá?

―Ella se quedara aquí ―aprieta los puños fuertemente no tiene el valor para decirle que su madre acaba de morir―. Necesita descansar. Así que la dejaremos dormir. Y ya no preguntes mas ¿entiendes? Te he dicho que te quedes callado. Hay que preparar todo.

Al día siguiente Hisui dejaría su hogar.

Tardaron poco menos de una semana en llegar a Yoshiwara. Su padre evito lo más que pudo pasar por la aldea a faldas de la montaña sin embargo Hisui pudo detectar en el aire aquel extraño aroma a muerte parecido al que despedian los animales.

“Llevamos la muerte con nosotros”

Pensó en aquellas palabras que su padre le dijo, preguntándose si aquellas palabras que había pronunciado se habían hecho realidad. ¿Y si en verdad todo eso había pasado por su culpa? Él lo único que quería era tener una vida tranquila en la montaña en compañía de sus padres. No pensó que pasaría algo así.

Durante el camino su padre apenas hablo con él. Solamente le indicaba cuando debía de comer. Se habían llevado lo último que quedaban de sus reservas y las habían racionado en pequeñas cantidades. Sin saber en realidad si alcanzaría hasta que llegaran a su objetivo. Durmieron en las calles de algunos pueblos o a la orilla del camino. Miraba a su padre tratar de conseguir información sobre el lugar al que irían. Pocas respuestas mucha humillación.

Cuando por fin llegaron entraron por la puerta de Omon al este del barrio. La puerta más concurrida y la más conocida de las dos que existían en Yoshiwara. Era medio día así que no había casi nada de gente más que unos guardias al lado de la puerta revisando quien entraba o salía.

Uno de estos guardias se acercó a ellos.

― ¿Qué es lo que desea? ―pregunto serio mas no había desprecio en sus palabras. ―. Estas un poco lejos del gueto de Sanya.

 ―No. Nosotros…

―Vamos, dilo de una vez.

―Trabajo…

El guarda lo miro un segundo y después su mirada se desvió al niño sucio de cabello largo que llevaba a su lado.

―Ya ―dijo pensando que traía una niña consigo―. Pasen. No hay problema. Siempre están buscando caras nuevas en este lugar.

Hisui solo sintió cuando su padre lo tomo de la mano y entraron al distrito mientras sus ojos se perdían en el gran sauce llorón que estaba junto a la puerta.

Las calles son amplias y las casa eran grandes, caras y mejor construidas que jamás allá visto incluso en la cuidad. La gran mayoría tienen muchos adornos, con grandes pilares, balcones y grandes porches.

El carnicero comenzó a tocar puerta por puerta. Intranquilo al ver a las mujeres bien vestidas exhibidas a cada lugar al que iba. Más de una se ríe y le extendía la mano entre las rejas llamándolo mientras le decían

“¿Eres  nuevo por aquí?”

 “Te are una buena rebaja” 

Al ser un hombre pobre solo había escuchado rumores de lo que se practicaba en ese lugar asombrado de todo el glamour que parecía dispersar el llamado “mundo flotante” no esperaba que incluso a un Eta como él se le ofreciera un servicio que parecía exclusivo para los ricos.

― ¿No necesita servidumbre? Mi hijo le puede servir bien para ello ―ofrecía al hombre a la encargada que lo recibía en la recepción―. No come mucho y es bueno asiendo cualquier trabajo que le encargue. Aprende muy rápido. No le causara ningún problema.

Pero las puertas eran cerradas en sus narices en cuanto miraban a Hisui.

―No  queremos varones en este lugar.

―Los varones no sirven aquí. ¡Retírese!

―No tenemos trabajo para varones en este lugar.

Se repetía una y otra vez entre más se adentraban en el lugar. Y no fue sino hasta ese instante que el padre de Hisui le dijo:

―Solo te quedaras aquí durante un tiempo. Hasta que tu madre se recupere. Tienes que trabajar muy duro. Entonces regresare por ti.

Hisui solo sentía inquietud por estas palabras. Porque no podía creerlas mientras su padre temblaba de su mano.

―Se lo pido. Debe de aceptarlo. No le causara problemas. Hará todo lo que diga. Necesita el trabajo. Por favor.

Pide una vez más a una mujer de mirada inflexible que no tarda en cerrarle la puerta. Cuando estaba siendo consumido de nuevo por la desesperación de no saber qué hacer ya sin comida, y sin ninguna otra opción. Una anciana se acercó a él.

―Disculpe. No pude evitar escuchar que busca trabajo para su niño ―le dijo despacio―. ¿Puedo verlo?

― ¿He?

El carnicero se queda preguntando. La anciana se acerca a Hisui lame su dedo pulgar y limpia un poco la mugre de la cara de este y le levanta el flequillo largo y enredado.

―Eres muy lindo debajo de toda esa tierra ―sonríe. Se dirige entonces al padre―. Mi señora está interesada en este tipo de niños. Ella podría darle trabajo. Pero tendría que verlo primero.

― ¿En verdad?

―Sígame por favor. Tenemos que ir al otro lado del barrio.

Siguieron a la anciana sin cuestionar.

Cuando llegaron al Raikorisu no hata el carnicero miro a su costado la reja de exhibición. Se sorprendió de ver lo que él creía eran “niñas” tan pequeñas sentadas en ese lugar esperando. Pero no dijo nada. No iba a cuestionar el gusto excéntrico de los hombres ricos y mucho menos desaprovechar lo que parecía una buena oportunidad. Entraron a la casa guiados por la sirvienta que los condujo a la segunda ala principal  la cual estaba vacía a esa hora.

―Llamare a mi señora. Esperen aquí un momento.

Dijo ella y se retiró cerrando la puerta de la habitación.

Hisui y su padre se quedaron de pie esperando.

―Este lugar en verdad parece muy costoso.

Murmuro el hombre. Imaginando que su hijo serviría de servidumbre a aquellas niñas. Que necesitaba a alguien de esa edad que pudiera congeniar bien con ellas o que quizás la dueña consideraba que un muchacho joven le daría menos problemas con sus chicas. Pero no le había pasado por la mente la razón verdadera por lo que aquella anciana le ofreció trabajo.

No tardó en llegar la dueña acompañada de dos sirvientas personales y la otra que había encontrado al carnicero.

―Mi señora. Los encontré vagando por las calles. El señor está buscando trabajo para su hijo. Créame que debajo de toda esa tierra puede ver a un niño muy encantador.

Okaa-san fuma su larga pipa toma una bocanada de humo. Entrega su pipa a un de sus sirvientas y dice mirando al niño mugroso:

―Acércate. Quiero verte de cerca.

Indico asiendo señas con sus mano.

Hisui se acercó despacio a la mujer después de ser empujado levemente por su padre hacia ella. Jamás había visto a una mujer tan imponente, hermosa y elegante. En cuanto estuvo lo suficientemente cercas, la mujer lo tomo fuerte del brazo. Así mientras que con la mano derecha le abría la boca para mirarle los dientes con la izquierda comenzó a desamarrarle el jirón de tela que sujetaba su andrajoso kimono.

― ¡Espe…!

El hombre quiso objetar las acciones de Okaa-san. Sin embargo esta lo fulmino con la mirada:

― ¡Manténgase quieto!

El carnicero se quedó en su lugar pasmado mientras la mujer tocaba cada rincón del cuerpo desnudo de su pequeño hijo minuciosamente. Mas no dijo nada, condicionado por su condición de Eta a no contrariar los actos de aquellos que lucían de un rango superior al suyo.

― ¿Cuánto quiere por él?

Dijo ella soltando al infante que inmediatamente recoge su ropa del piso vistiéndose apresuradamente asustado por las acciones de la mujer.

― ¿Qué?

Pregunta el padre.

― ¿No vino aquí a eso? Desde que los Eta del gueto del Sanya se enteraron de que no somos solo un rumor. Vienen seguido a ofrecernos a sus hijos varones por dinero.

― ¿Qué? ¿Qué está diciendo? ¿Qué… que es este lugar?

Okaa-san toma su pipa de nuevo fuma una bocana, suelta y responde taciturna:

―La gente del barrio comenzó a llamar a nuestro tipo de casa Kagemajaya.  Claro está, solo somos dos el Raikorisu no hata y el Yami no Tasogare. Somos las primeras casas de este tipo dentro de uno de los tres grandes Yukaku de la nación. Tenemos permiso del gobierno de ejercer. Lo que hacemos es totalmente legal. No crea que es tan raro. Los hombres ricos, en especial los samuráis están llenos de nostalgia por una época más libre donde tener una relación con un adorable wakashu eran cosa de todos los días. Aun que puede señalarnos como culpables de comercializar con un lazo como el Nanshoku.

― ¿De… de que está hablando?

El hombre sorprendido lo único que entiende era que ese lugar era igual que los demás que tenían mujeres laborando.

La mujer se ríe:

―Lo olvido a veces. Es lógico que alguien tan pobre como usted no entienda de qué estoy hablando. Pero no es tan horroroso como se imagina. Hasta nuestros grandes unificadores tenían esta clase de relaciones. Como olvidar la íntima relación que tenía el gran Oda Nobunaga con su joven sirviente Mori Ranmaru. O aquel escándalo de nuestro Shogun Tokugawa quien ascendió al cargo de Daimyo a unos cuantos jóvenes solo por su atractivo y compañía. En esta casa solo ofrecemos una experiencia de ese estilo a cambio de una retribución equiparable.

―P-pero… yo no…

―Le estoy ofreciendo una gran oportunidad a su hijo ―interrumpe la mujer soltando una bocanada de humo―. Si lo deja aquí conmigo. Le daré un trajo bien pagado, comida y techo que jamás le podría dar alguien de su casta. Una educación de alto nivel digno de alguien de la aristocracia. Además, se puede hacer de una gran riqueza rápidamente y pagar su deuda si es un niño obediente. Por supuesto. Nosotros entendemos que un sacrificio así merece una retribución. Puede verlo si quiere como un préstamo. Puedo darle una cantidad generosa de dinero a cambio de que su hijo trabaje para mí. Incluso si tiene dudas podemos elaborar un contrato de diez años  para que tenga la certeza de que su hijo regresará a su lado.

El hombre solo ve los labios rojos de la mujer curvándose en una malévola sonrisa. Sabe que hay una trampa en todas esas adornadas palabras. Lo sabe bien, porque nadie nunca te da algo así de bueno sin pagar un precio alto. Sin embargo…

―La gente… ―habla el hombre en voz alta con la mirada agachada―. ¿La gente no dirá algo de que tenga a un niño de clase Eta trabajando para usted?   

  Lo que en realidad él quiere averiguar es si Hisui seguiría sufriendo por su casta.

Okaa-san toma otra inalada riendo divertida pero sin dejar de ser fina:

―En este lugar cosas como las castas no son importantes. Y no solo me refiero a esta casa sin no a todo el barrio. Este es el lugar donde las líneas se desvanecen y conviven los ricos con los pobres. Es el mundo flotante. Si lo  que le preocupa es que su  hijo siga sufriendo por la herencia de su nacimiento, no tiene que temer, en este lugar nadie lo tratara mal por algo tan superficial como eso.

―Entiendo…

Fue todo lo que dijo el hombre sintiendo un enorme peso encima y un nudo en la garganta antes de aceptar el trato de la dueña de la casa.

Hisui por su lado no dijo nada. Se quedó en absoluto silencio inundado de una profunda tristeza que se acentuaba al ver como su padre colocaba la hulla de su dedo entintado sobre una hoja que Okaa-san llamo contrato y le entregaba un pequeño saco lleno de monedas de oro a su padre.

Padre e hijo se miraron por última vez a los ojos. El hombre luce más que derrotado, sin tener otra opción de aceptar el trato de aquella mujer para mantener a su hijo con vida. Lleno de arrepentimiento y cobardía de no poder decirle la verdad a su hijo. Sin siquiera poder tener el valor de decirle adiós como último acto de amor, abrazo fuertemente al  niño, tiembla, se aguanta el llanto y le dedica unas últimas palabras con voz quebrada:

―Vuélvete como los lirios.

Okaa-san tomo a Hisui del brazo y se lo llevo consigo.

Cuando la dueña de la casa se marchó. El carnicero pidió salir de la casa. La sirvienta que lo había llevado en un inicio a ese lugar le indico que lo guiaría, ella abrió la puerta y se adelantó un paso. El carnicero solo dejo el dinero que le habían entregado en suelo y se marchó del lugar.

Al salir del Yukaku el carnicero se quedó un momento parado frente aquel enorme sauce llorón que ha sido testigo de aquella escena ciento de veces. El padre mira atrás, despidiéndose de aquel ser amado que acababa de vender en un último momento de tristeza y dolor. A este árbol con el pasar de los años se le llamaría “Mikaeri Yanagi” el sauce de mirar atrás. El cual aun en nuestros días continúa de pie.

Aquel carnicero lograría llegar a su amada montaña, muerto de hambre, cansado y los pies descarnados. Solo para ser asesinado por los hombres del Daimyo de su región acusado de el crimen de envenenar al pequeño pueblo a faldas de la montaña. Cayó al suelo feliz de saber que su hijo estaría a salvo.

Durante el periodo Edo la sociedad japonesa empezó a desarrollar un sistema de clases sociales rígido y poco permisivo. 

En lo más alto estaba los Shi, seguidos por los Nou. Por debajo teníamos a los Kou y en último lugar estaban los Shou.

Sin embargo existía una clase aún más baja los Eta

Y junto a ellos también existían los Hinin (los no humanos) integrados por actores ambulantes, adivinos, curanderos, mendigos, ladrones, adúlteros, prostitutas...

Los descendientes de estas dos últimas castas aún siguen siendo marginados en la actualidad. Sufriendo de rechazo social y una fuerte discriminación bajo el nombre de Burakumin.

.

.

Okaa-san llevo a Hisui a las habitaciones de arriba mientras ella declamaba el mismo discurso que le daba a todos los recién llegados a la casa:

― Desde este momento olvídate de todo. Olvídate de tus padres, de tu pueblo, de tu nombre y de lo que fuiste antes. Desde este momento este es tu hogar. Comenzaras una nueva vida. Ahora eres un Autobureiku. Como indica tu nombre solo eres un brote sin gracia, inmaduro. De ahora en adelante estarás al cuidado de un Hana que se convertirá en tu hermano mayor. Pero sobre todo te entrenara los próximos dos años. Te convertirá en una hermosa flor digna de ser admiradas y comprada por nuestra exclusiva clientela.

Pararon frente aun de las habitaciones superiores. La sirvienta que iba con ellos se incoó en el suelo y llamo:

―Tsutsuji-Hana, Okaa-san viene a buscarlo.

―Hazla pasar.

Se escucha la voz de un muchacho detrás de la puerta la cual la sirvienta abre rápidamente y les cede el paso a la señora de la casa y al pequeño niño.

Sentado detrás de una mesa llena de pergaminos se encontraba un chico de quince años. Esta vestido con un hermoso kimono rosado y capas y capas sobrepuestas doradas y platinadas con un enorme Obi del mismo color con hermosos bordados de flores. Su cabello de un perfecto negro lacado atado en una coleta alta largo hasta la cintura de donde cae una cinta de seda rosa. Sus ojos son de un color chocolate y su piel blanca y fresca como primavera.

―Tsutsuji ―Okaa-san habla mientras pone frente a ella al niño―. Este será el nuevo Autobureiku. Cuidadoras de él de ahora en adelante. Necesitaras darle un buen baño y que se le branques la piel con leche de arroz. Edúcalo bien. Espero mucho de ti como uno de mis mejores Hana.

El chico mayor le sonrió amable y pacíficamente.

Lo primero que hicieron fue ir Inmediatamente al baño. Su nuevo hermano lo tallaba insistentemente una y otra vez tratando de quitar las costras de mugre que tenía sobre piel, ni que decir de su cabello que ahora mojado parecía nido de pájaro de lo enredado que estaba.

―No te preocupes. Estarás muy bien en este lugar ―Tsutsuji habla gentil enjuagándolo con agua fría. Hace una mueca y vuelve a tallarlo de nuevo para quitar otra capa más de mugre―. No seas tímido. No te juzgare. Yo también vengo de una casta maldita.

― ¿De verdad?

El menor pregunta poco convencido. Su mirada agachada llena de tristeza.

―Si. Ya verás. Te enseñare a leer a escribir. Nadie se dará cuenta una vez que empecemos tus estudios ―Tsutsuji parece querer animarlo―.  Tenemos que comportarnos como si fuéramos jóvenes de alta clase después de todo. Cierto, cierto. ¿Qué nombre te gustaría tener? Ya no puedes seguir usando el viejo. Ese guárdalo para ti mismo. El trabajo será más sencillo de esa manera. Es tradición que todos los chicos en la casa tengamos nombres de flores. ¿Tienes una que te guste mucho?

Hisui solo puede ver en su mente los campos llenos de lirios en su cabeza. Abre los labios para decir el nombre de las pequeñas florecillas blancas pero repentinamente la imagen de su cabeza cambia  por la de las flores bañadas en sangre. Se traga sus palabras, encogiéndose en sí mismo.

El mayor por su lado al verlo así. Toma su rostro con ambas manos y ase que levante la mirada.

―Debajo de toda esa tierra eres muy lindo. Así que tenemos que darte un nombre que valla acorde con eso. Uno muy bueno que haga que los clientes que vengan a ti queden fascinados de mirarte… de ahora en adelante tu nombre será Nadeshiko.

Despierta de repente y lo primero que mira es el rostro de Yuri durmiendo a su lado apaciblemente. Ayer en la noche ellos dos tuvieron su primer acercamiento verdadero como hermanos.

Enseguida Nadeshiko sube su mira encontrando con la cara de asombro de Himawari quien se había quedado de pie aun lado del futon cuando se dio cuenta que el mayor había despertado.

―Este…

Dijo el de coleta de samurái y sin querer señala su cara. A lo que Nadeshiko se toca la suya al percatarse de algo mojado recorrer su mejilla. Había dejado escapar una lágrima entre sueños. En seguida, avergonzado frunce el ceño y dice bastante molesto.

― ¿Qué quieres aquí?

―Vine por la yuki-onna para los aseos de la mañana ―dije forzando una sonrisa esperando que el mayor no le lance una almohada o algo a la cara.

Pero en su lugar, Nadeshiko baja su mirada agita el cuerpo de Yuri mientras lo llama:

―Oye despierta. Vinieron por ti para hacer los aseos ―el niño despierta lentamente bostezando. Le sonríe a su hermano mayor quien le dice―. No te quedes acostado. Vete anda. Quiero dormir un poco más y estas molestándome.

Yuri enseguida se levanta revelando su desnudes provocando que Himawari suelte un pequeño chillido.

Nadeshiko alza una ceja y se le queda mirando al de coleta de samurái. Pensando si en verdad era tan sorprendente que cumpliera con una de sus obligaciones de hermano mayor. Himawari al notar la mirada del otro desvía el rostro y sonríe forzado. El menor no sabía que le asombraba más de esa situación. Tiene mucha curiosidad de peguntarle a Yuri como fue la noche anterior.

Por su parte el albino recoge su ropa del suelo y se pone frente a Nadeshiko:

―Poner… enseñar…

Dice sin nada de timidez y extiende la ropa. Nadeshiko se rasca la parte de atrás de la cabeza dejando caer el brazo cansado y luego de un suspiro largo. Se inca frente al albino tratando de enseñarle a vestirse solo.

Himawari se queda allí cruza los brazos tras la cabeza disimulando que no mira el cuerpo blanco de Yuri. Mientras el otro lo viste.

―No, así no. Ese nudo está mal ―el mayor indica a su hermanito dándole un manotazo en las manos, deshaciendo el nudo mal hecho que le hizo al fondo para cerrarlo―. Otra vez. De nuevo. No te vas a mover de aquí hasta que lo hagas bien ―y de nuevo le da otro manotazo y desase el trabajo que hizo el pequeño.

Yuri no llora solo vuelve a iniciar desde el comienzo. Quiere que su hermano mayor lo deje dormir de nuevo con él y para eso tiene que portarse bien.

Himawari rueda los ojos a la tercera vez que se escucha el manotazo y hace un ruidito de inconformidad. No le agrada que el mayor golpe al albino.

― ¿Que te quedas allí parado? ―le llama la atención Nadeshiko malhumorado―. Haz algo útil y tráeme una cortina de bambú para mi habitación. La quiero puesta para antes del mediodía. Para que la luz no entre directo por la ventana de allá arriba ―señala con la cabeza la ventana que estaba casi a la altura del techo, es pequeña y poco ancha. Parece más una ventila. Pero esa había sido la mayor ventaja para Yuri para estar en la habitación de su hermano sin ningún problema

―Si… claro… voy a decirle eso a una sirvienta…

Himawari duda y parece darle al mayor por su lado. No quiere irse de allí sin Yuri.

― ¡Vete! ¡De prisa! Yuri te alcanzara abajo después…

Indica el mayor comenzando a desesperarse.

El niño de coleta de samurái se va del lugar lentamente como si protestara. Aun alcanza a ver cuando Nadeshiko le da otro manotazo a Yuri para corregirlo.

Tardaron unos minutos y a pesar de que el obi del kimono de Yuri lucia medio torcido y de lado. El pequeño estaba orgulloso de haberlo hecho solo por primera vez en su vida. Nadeshiko por su parte había decidido no hacer más de lo que debería para no desesperarse con facilidad.

― ¡Anda vete allá abajo y haz bien los aseos! No quiero que me llamen  la atención porque no los estás haciendo correctamente.

Dijo el mayor y se hecho sobre su futon. Escucha a Yuri salir del cuarto despacio. Se queda mirando al techo profundo y perdido.

“vuélvete como los lirios”

Escucha la voz de su padre en sus pensamientos.

 

Continuara...

Notas finales:

Nadeshiko (clavel rosa / clavel silvestre): Escrito con los kanji  de cariacia y niño.

literlamente “caricia de niño”

Asi  mismo en Japón representa a una mujer con los atributos que se consideran tradicionalmente deseables desde el punto de vista de los hombres y de la sociedad. En sentido general, se atribuye a personas con una educación tradicional.

Las virtudes de una mujer perfecta vendrían siendo:  elegante,de buen porte, leal, de carácter noble y dispuesto, con sabiduría y humildad.

Valientes en la adversidad, dulces y sensibles con los más débiles, y cuya conducta no debería provocar la vergüenza a la comunidad y de la familia, mostrando sumisión y obediencia a figuras de autoridad masculina.

 

"Tan bonita que no se puede resistir la tentación de acariciarla"


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