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Raikorisu no hata (El campo de las Lycoris) por shanakamiya

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Capitulo XXIX

 

En el Japón feudal, gracias a las influencias del budismo y del sintoísmo. Doctrinas que consideran que la paz, el equilibrio y la armonía con la naturaleza son fundamentales para una vida plena y feliz. Propicio que existiera una cierta promiscuidad y  relajación de costumbres en cuestiones relativas al sexo. Así a diferencia de lo que ocurrió en Occidente, en Japón el sexo no estaba sometido a prejuicios morales, sino se concebía desde un punto de vista más orientado hacia el placer y la responsabilidad social. Por lo que no veían el sexo como algo obsceno o pecaminoso, sino más bien como algo estético y un acercamiento hacia los dioses.

El sintoísmo en sí mismo planteaba que la tierra nipona nació del sexo. Hay una escritura referente a los dioses creadores Izanagi e Izanami, que dice:

 

“Mi cuerpo formado, tiene un lugar que se forma en exceso. Por eso, quisiera tomar ese lugar de mi cuerpo que está excesivamente formado e insertarlo en ese lugar de tu cuerpo que está insuficientemente formado y así dar a luz a la tierra”

Dándonos a entender que para los japoneses, es más que un símbolo o una idea. El sexo era visto como bueno en sí mismo algo que iba más allá de un papel de procreación. Siendo “un don” más de la naturaleza y por tanto lícito de disfrutar de él.

Esto se vio reflejado en varias costumbres, ritos y celebraciones populares en el período Edo, donde se atestigua la presencia de elementos fálicos (harigatas), casi siempre relacionados con ritos de fertilidad y fecundidad. Así sabemos la existencia de ritos donde se arrojaba un falo flotante al mar para que fuese arrastrado por la corriente, o de realizar una plegaria ante un elemento fálico cuando una mujer iba a contraer matrimonio, para asegurar prosperidad y descendencia. Otro ejemplo de esto, es la ancestral tradición del Utagaki, una serie de ceremonias eróticos sintoístas, que se celebraban en primavera y otoño, y conllevaban la práctica grupal de cánticos, bailes, banquetes, sexo ritual y recitales de poesía romántica. De este podía existir una gran cantidad de variantes regionales, donde después de un baile sagrado estilo kagura, se ofrendarían relaciones sexuales a los dioses locales dentro de los mismos templos o en los campos de cultivo, permitiendo en aquellas ocasiones la abolición temporal de las normas referentes al matrimonio y al decoro. Si bien, la fiesta contenía sus propias normas. Las mujeres disponían de libertad para rechazar o acceder al cortejo que se les daba a través de poemas. En algunas ocasiones, existía la única condición de tener sexo con al menos tres hombres en el transcurso de la noche. El Utagaki suponía a los solteros una oportunidad para encontrar pretendientes fuera de la población inmediata, y a los enamorados una excusa para tener encuentros sexuales. Concebir hijos en estos festivales no era considerado deshonroso. De esta manera, con la bendición de las divinidades, tanto la virilidad de los hombres como la fertilidad de las mujeres se verían potenciadas, trayendo prosperidad a las poblaciones y a sus gentes.

Otro gran ejemplo de la libertad sexual en las comunidades rurales es el Yobai (gatear por la noche).

La casa del campesino era menos patriarcal que la del samurái. La sexualidad estaba regulada espacialmente, estando designados los lugares en la que los encuentros sexuales debían darse. Todas las casas contaban de una sola planta divididas en cuatro partes. Así la cabeza de familia y su esposa dormían en la habitación principal. En seguida estaba el cuarto donde dormían los hijos. Con lo que para acceder a esos dormitorios se tenía que pasar forzosamente por el dormitorio principal de los padres. Con esto eran los mismos padres quienes regulaban y estaban consientes en todo momento de la sexualidad de sus hijas a través del Yobai.

Así, esta costumbre que se solía practicar entre hombre y mujeres, jóvenes y solteros. Consistía en que por las noches, los varones se introducían silenciosamente en casas con mujeres solteras. El hombre se arrastraba gateando discretamente cubierto con una máscara o con un paño, hasta la puerta de la habitación de una joven. Tras un tosido o pequeño ruido, la mujer debería de abrir la puerta y dejarlo pasar a su habitación, donde él daba a entender sus intenciones. Si la mujer consentía, podían desde recostarse juntos y conversar hasta mantener relaciones sexuales. Antes de que saliera el sol, el chico tenía que salir sigiloso de la casa y dejar un pequeño presente a su pretendiente. Una chica podía tener varios de estos tipos de pretendientes. Disfrutando ampliamente del sexo prematrimonial antes de elegir a un prometido, el cual era decidido, al tener más visitas constantes a la casa, considerándose un compromiso. Por supuesto los padres eran completamente conscientes de lo que estaba pasando en sus casas, pero la tradición dictaba fingir ignorancia. Al igual que el pueblo que era conocedor de quien pretendía a quien en todo momento. Manteniendo así, los lazos en la comunidad y asegurándose de vigilar a los jóvenes hasta el matrimonio. En algunas zonas rurales, el Yobai sólo estaba permitido para los residentes de un pueblo, no para los visitantes, pero también existían zonas en las que cualquier persona podía ir a “probar suerte” y conocer a alguien. Mientras que en otras pocas, las mujeres solteras no tenían permitido recibir visitas, pero las mujeres casadas sí, siempre y cuando sus esposos estuvieran lejos de ellas durante mucho tiempo debido a viajes o trabajo. Dejándolas desahogar sus tentaciones para no afectaran gravemente el vínculo entre la familia. De la misma forma, los hombres casados podían ir con otra mujer sin poner en riesgo su vínculo nupcial.

La sexualidad en las comunidades rurales era libre y sin demasiadas ataduras morales. Pese a que se exigía fidelidad por parte de las mujeres después del matrimonio, como símbolo de propiedad, estas estaban envueltas en diversos asuntos amorosos y la virginidad femenina no era una virtud buscada, ni deseada.

Esto fue gracias a que los códigos opresivos hacia las mujeres que imperaban en las ciudades no llegaban a la población rural, gracias a la autonomía que el régimen de Tokugawa dejaba a los pueblos a través del Daimyo, quienes escogían que reglas querían que se obedecieran en sus tierras a su conveniencia. Así el divorcio era algo común, la fidelidad importaba poco y la virginidad seguía siendo un valor sin significada.

Sin embargo, como muchos otras cuestiones de la vida durante el periodo Edo. Todo estaba influenciado por el estatus social y la división de las castas. Incluyendo la vida íntima.

Ya que a comparación de la población general campesina (Nou) que seguía aquellas costumbres libertinas. En la casta samurái (Shi) las cosas eran completamente opuestas. Ya que eran dominados por el puritanismo extendido por el confucionismo, que consideraba el amor romántico como una debilidad y el sexo simplemente como un mecanismo para mantener la continuidad familiar. Adquiriendo la mujer un rol, ya no tanto como compañera del hombre, ni como objeto de placer, sino que quedó relegada a una labor fecundadora y de madre. Así esta casta esta cimentada sobre los conceptos de "obligación" (gimu), "responsabilidad" (sekinin), "honor" (meiyo), "shimbo" (paciencia) y "gaman" (perseverancia en lo difícil). De esta manera los jóvenes de clase alta tenían que seguir reglas estrictas sobre con quién podía verse, casarse, o incluso tener relaciones sexuales. Ya que el matrimonio solo era para formar alianzas entre familias, liberar a la familia de sus dependientes femeninas y perpetuar la línea familiar. Así la virginidad solo “aseguraba” la paternidad de una línea sanguínea. De esta manera a los hombres se les enseñaba que existía dos categorías de mujer, la Jionna (mujer de tierra, madre, esposa)  y Yuujo (Mujer de placer, prostituta). Separando la idea de matrimonio y sexualidad. Esto suponía que la sexualidad de las mujeres estaba alienada, ya que la Yuujo no podía tener hijos o aspirara al matrimonia, ni la Jionna podía negar a tenerlos mientras que su compañero no vería su sexualidad como algo deseable, ni apto para el placer sexual.

El hombre era libre de conseguir ese placer sexual en mujeres que no fueran sus esposas permitiendo ampliamente el adulterio como parte de la vida diaria.

Aunque también se tiene algunos registros de mujeres de la aristocracia samurái que se les permitió tener sus propios amoríos siempre y cuando fueran discretas, no afectara a la familia y fuera con aquellos que no eran considerados socialmente hombres como los wakashu y los onnagata.

Por último, las clases Kou y Shou que habían crecido en los poblados rurales rodeados de aquellas libertades. No tardaron en encontrarse ahogados por el estricto control social de la aristocracia militar en las ciudades. Siendo rechazados por ellos, al superarlos en riqueza e influencia. Por lo que artesanos y comerciantes se refugiaron pronto en la vida hedonista que los barrios de placer les ofrecían, convirtiéndose en la única válvula de escape ante sus anhelos de mayor libertad.

Dentro de los barrios rojos. Las asistentes de las Oiran se les llamaban Kamuro. Estas habían sido niñas campesinas que en su mayoría habrían sido alquiladas por sus padres para obtener dinero o como un pago debido a una deuda, ya sea con el burdel o con los dueños de los mismos. Las niñas eran principalmente vendidas entre los ocho o nueve años edad, aunque existen registros de niñas de cinco años o menores. En otras ocasiones estas niñas habían sido las hijas de las mismas prostitutitas. Estas niñas comenzaron a ser muy apreciadas. No por su pureza, si no por su potencial. Ya que los clientes comenzaron a idealizar, que la prostituta perfecta era la que había crecido en el distrito de placer y sabían cómo funcionaban las cosas. Aquellas que habían sido instruidas en las cuarenta y ocho posiciones sexuales de manera tan natural como se le enseñaba a escribir a cualquier otro niño; las que sabían que la raíz de loto era un poderoso afrodisiaco al mismo tiempo de que no deberían de comer ni un solo bocado de comida frente a los clientes; las que conocían las practicas exóticas del juego previo y la seducción pero nunca se enamoraban. Las que habían crecido aspirando a ser como sus hermanas mayores, llenas de lujos, atención y siendo consentidas por todos, sabiendo lo que debían dar a cambio. Las que crecieron en una burbuja donde desconocían el significado de las castas sociales.

La ceremonia del Mizuage que puede ser traducida como “asenso del agua” o “inauguración” consistía en la graduación de una Kamuro en Shinzo, Yuujo u Oiran. A través ceremonias rituales pero sobre todo de la subasta de su virginidad al mejor postor.

El Mizuage se llevaba a cabo después de que la Kamuro tuviera su primera menstruación, aproximadamente entre los  trece y catorce años de edad, que era la consideración a tomar para decir que había llegado a la maduración sexual. Estas fechas coincidirían con el término de su primer contrato de alquiler con el burel en la que habían crecido siendo instruidas. Después de algunas negociaciones con los padres de la niña, serian compradas en su totalidad formando otro contrato, estaba vez para trabajo sexual.

El Mizuage consistía en un espectáculo glamoroso y costoso, lleno de ritualismos. De esta manera, diez días antes del gran día, la joven se ennegrecía los dientes con ohaguro de siete amigas cercanas de su hermana mayor como muestra de su inicio al camino de la adultez, dejarían atrás sus kimonos de manga larga y peinados infantiles por kimonos de seda de colores vistos y peinados recargados llenos de adornos. Pasearía por el barrio rojo acompañada por última vez de su hermana mayor. Haciendo consientes a los demás que ya era una adulta que próximamente sería entregada a un cliente.

El día en que se llevaría a cabo la ceremonia de entrega. Se le eran servidos grandes platos de fideos soba a los residentes del burdel. Al mismo tiempo la casa enviaba obsedidos de arroz hervido, soba o Azuki (frijoles rojos) a todos los negocios  dentro del barrio con los que se tiene una amistad. Llevando en la noche a cabo una gran fiesta donde a los invitados del comprador se les obsequiaba abanicos, pañuelos o una pequeña toalla.

Después de esto la joven y el hombre que había ganado su subasta días antes, se retirarían a un dormitorio donde tomaría su virginidad. Entendiendo esto como llevar a cabo el acto de coito o penetración.

La realidad es que no era extraño que algunas Kamuro ya hubieran tenido “jugueteos” con algunos criados de los burdeles antes de ser entregadas. O que en ocasiones, las chicas que llegaban al Yukaku ya no tenían una edad infantil, pero aún se podían ver lo suficientemente jóvenes para venderse como Kamuro falsas, por supuesto muchas ya no eran vírgenes en ese momento. Así mismo, otros burdeles llegaban a vender más de una vez la virginidad de sus niñas a diferentes hombres. Convirtiendo el Mizuage en otro espejismo más dentro del mundo flotante.

Después de la desfloración la nueva prostituta, pasearían por el barrio vestida en finos kimonos, esparciendo su nombre para atraer clientes. Así mismo, tanto sus superiores como amigos cercanos le regalarían obsequios pequeños que podían usar o incluso dinero para mantenerse los primeros días en la profesión.

El Mizuage podía variar dependiendo el tipo de casa a la que pertenecía la chica. Por lo mismo en algunas ocasiones, en lo relativo a lo sexual, era el mismo patrón o dueño del burdel el que iniciaba a la niña en la profesión o por otra parte, aquel privilegio era guardado para un cliente en especial, alguien muy asiduo a la casa o algún patrocinador consentido de quien se buscaba un favor.

Kiyoha creció desde niña en el Yukaku, desde los tiempos en que este se encontraba en Nihonbashi. En una casa Yujoya, un prostíbulo de rango bajo. El día de su Mizuage todos comieron soba frio. No hubo una gran fiesta, ni invitados. En la tarde antes de que abrieran la casa en la vivía. El patrón de la misma que había visto pocas veces en su vida. Un hombre que le triplicaba la edad y que sabía podía tener mal carácter. La llevo a una de las habitaciones de arriba. No recuerda si hubo una conversación previa. Pero si como, él la recostó en el futon sin molestarse en quitarle el kimono o el suyo, se colocó sobre ella y le abrió las piernas. El escalofrió nervioso que sufrió al sentir los dedos tocando su umbral y después el dolor agudo que se expandió por todas sus entrañas al sentir como la penetraba.

Uno… dos… tres veces…

Aguantándose el llanto, apretando los labios. Le habían enseñado que no debía pelear o negarse. Solo quedarse quieta hasta que el patrón terminara.

Al finalizar, él se levantó, se acomodó la ropa y se sentó cerca de la venta abierta mientras fumaba su pipa.

“Felicidades. Ya eres una adulta”

Escucho su voz indiferente.

Ella miro por la ventana abierta como el atardecer se volvía rojo. Todo a su alrededor se volvió rojo.    

Tan solo tenía trece años cuando había aprendido que no debía resistirse. No podía ni sentirse enfadada, ni arrepentida. Eso iba a ser lo que le deparaba el resto de su vida…

―Okaa-san...

Himawari llama a su madre con voz queda. Esta parecía perdida en sus pensamientos. De repente cuando ella había regresado de su baño se quedó quieta, mirando el kimono rojo que él usaría. El niño pensó al principio que su madre terminaría gritando por algún error mínimo en la ropa pero en su lugar se quedó en silencio. Vestida con su juban blanco y su cabello negro suelto con una mirada perdida que admite el niño le asusta un poco.

―Es tarde. Ve a tomar tu baño ―ella le responde fría―. Debes de estar bien limpio y no tardes. Aun hay que arreglarte.

―S-si.

Himawari responde nervioso tomando su cesta con las cosas de baño del suelo. Salió corriendo de la habitación.

La mujer pensó en gritarle que fuera menos escandaloso pero en su lugar se sentó en el suelo e indico a las dos sirvientas que preparaban la ropa de su señora que se acercaran.

―Comiencen.

Las dos mujeres corrieron al lado de Kiyoha llevando una caja lacada cada una. Dentro de una estaba el maquillaje de la mujer que comenzó a ser preparado por una de las ancianas, mientras la otra sacaba de la otra caja una peineta y comenzó a cepillar el largo cabello de su señora que le llegaba a la acintura. Okaa-san tomo el espejo que estaba en la caja de maquillaje. Se miró.

Llevaba una década manejando la casa, siendo dueña y Okaa-san al mismo tiempo. Un privilegio que no todos pueden darse. Ella ya no tiene un patrón a quien responderle o a cuál someterse. Ella maneja la casa y a sus niños como mejor le parece. Desde el momento en que decidió abrir sus puertas supo que quería que su prostíbulo fuera de alta clase, no solo por el dinero o la fama. Por una parte, porque ella misma había sufrido en carne propia las desventuras de pertenecer a un Yujoya. Por la otra, por la terquedad de llevarle la contra a la mujer que la metió en este mundo desde que nació. De esa maldita vieja roba ideas que siempre la subestimo.

Ella que siempre fue acusada de no tener un carácter lo suficientemente complaciente para dejar de ser una simple Yuujo sin nombre del montón. Ahora como Okaa-san era respetada por los hombres que alguna vez la miraron con desprecio.

Había abierto la casa tomado el modelo de un Hikitejaya (una casa de té de lujo, más prestigioso que una chaya) de allí que con el tiempo la gente comenzara a llamarla Kagemajaya. Kagema, el nombre que les fue dado a los hombres que trabajaban como prostitutas. Hasta el nombre que se les dio parece querer esconder sus figuras al denominarlos como “los cuartos de las sombras”. Viviendo como una niña en el barrio del placer parecía una blasfemia hablar de los hombres de esa manera y no como clientes. Cuando a alguien se le salía aquella palabra de su boca, parecía querer ser ejecutada por las mayores o por las Okaa-san. No por el hecho de faltarle el respeto a alguien o por ser algo prohibido. Sino por el odio y la rivalidad que se tenían ambos bandos. Escuchaba de las más viejas decir cómo es que los hombres también les habían robado el trabajo o como las casas de kabuki les habían copiado sus tradiciones. De lo injusto que era que a los kagemachaya de allá afuera no se les cobrara los mismo impuestos caros que a ellas. De cómo su figura era falsificada al grado de ser comparadas con ellos, diciendo que no eran tan buenas o no llenaban sus necesidades o expectativas.

En un lugar como el Yukaku donde el dominado lo tenían las mujeres y los hombres eran solo vistos como perros a los que deberían de tenérseles contentos para que las protegieran. La existencia de los Kagema era repudiada como su más vil enemigo. Ladrones, usurpadores y tramposos que les quitaban el falso poder que ellas creían tener. Por eso, cuando ella decidió abrir la primera casa de este estilo en el barrio se ganó a más enemigos de los que pensó que ya tenía. Es escoria, una traidora. Alguien que trajo al peor de los enemigos al interior del hogar.

Pero ella no se ve así. Solo aprovecho una oportunidad cuando se le presento. Porque ella quiso admitir, lo que todas parecen renegar tanto. Además, trabajar con los varones resulto más fácil. Le gusta que ellos entiendan que el trabajo es el trabajo. Que cosas como las envidas y las habladurías no les calen tanto. Que entienden que son ellos contra los enemigos, los clientes. Que los enemigos no están entre ellos mismos. Son más independientes y pueden cuidar de ellos mismo como de los demás. Si hay una pelea por alguna tontería la logran convertir en un juego entre ellos y si las cosas pasan a mayores sabe que se detraen entre ellos por el bienestar de los demás. Porque ellos tiene algo que ella envidia en secreto, algo que nunca pudieron darle sus compañeras o hermanas mayores…

Aparte de tener otras ventajas evidentes. Al menos sabe que jamás debe de preocuparse por que alguno de sus niños salga embarazado o en su defecto alguna de sus viejas sirvientas…

A Kiyoha le gusta seguir las tradiciones que conoce desde la infancia con gran pompa y lujo. Algunas que envidio de pequeña no tener por no pertenecer a una buena casa. Por eso, ella respetaba el proceso de Mizuage al pie de la letra y no era mentirosa. Si ella aseguraba la castidad de uno de su niños era cierta (al menos la que le interesaba al cliente) es porque esto era así.

Cosas como su gran apego a la tradición es lo que llama la atención de la clientela. Una clientela que buscaba algo más. Que buscaba sentirse especial y sin rechazos a sus paciones.

―Kiyoha-sama…

Una sirvienta la llama mientras ella termina de pintar sus labios rojos sobre su rostro blanco, de grandes ojos delineados. Mirando sus reflejo y a las sirvientas terminar el elaborado peinado alto, lleno de kanzashi, flores de oro y gemas rojas que caían como cascadas a cada lado.

Ella se pone de pie y las sirvientas traen su kimono purpura  comenzando a vestirla.

―En cuanto terminen ―les ordena―. Bajen y ayuden a las demás con la cena. Yo misma vestiré a Himawari para esta noche.

―Como ordene.

Mientras tanto en la ofuro.

Los cinco niños protagonista de la noche tenían el lujo de tener el baño y la tina para ellos solos.  Un privilegio obtenido por ser una noche especial y que no tendrían de nuevo hasta la noche de su entrega.

―Recuerden tallarse bien, así. Ta-ta-ta-ta.

Himawari indica entusiasmado tallándose frenéticamente la cabeza  llenándose de espuma que se desbordaba por todas partes.

―Nachiko Nii-san me dijo que debía hacerlo despacio.

Yuri comenta sentadito en un banquillo de madera mientras terminaba de tallarse los brazos y entre las axilas.

―Creo que solo Himawari es capaz de hacerlo a esa velocidad sin quedarse calvo―. Se ríe Tsubaki enjuagándose el cuerpo. Toma el jabón, comienza a lavar el cabello de Yuri con suavidad―. Tu cabello siempre es muy suave, Yuri. Me gusta.

―Me lo voy a dejar crecer.

― ¿Te lo vas a dejar tan largo como el de Nadeshiko Nii-san? ―Himawari pregunta mientras se enjuaga la cabeza. A él, el cabello suelto le llega a los hombros.   

―Si. Si. Me gustaría tenerlo así…

―Se te vera muy bien. Y tu Tsubaki ¿te dejaras el cabello más largo? ―Himawari se acerca al nombrado clocándose a sus espaldas―. En este tiempo te creció algo. Se te ve bien. Pero tal vez un estilo como el de Kiku te vendría mejor.

― ¿He? No había pensado en esas cosas.

Contesto Tsubaki tocando un mechón de su cabello. Este llegaba hasta la mitad del cuello. Tiene más volumen, se nota suave. Su cabello ya no parece el de un niño campesino.

―Tu que dices yuki-onna ¿Cómo se vería mejor Tsubaki? ―pregunta Himawari jugando con el cabello del nombrado. Lo estira hacia abajo y lo levanta como si quisiera hacerle un chongo―. Suelto… recogido… largo… corto…

―Deja eso. Acabo de lavarlo… ―Tsubaki se avergüenza un poco―. Yuri vamos a meternos al agua caliente… ¿heee? ¿Qué haces?

Yuri se abalanza sobre él. Abrazándolo por la cintura. Tratando de apartarlo un poco de Himawari. No le gusta que juegos ellos dos solo sin él.

―A mí me gusta como Baki se ve ―afirma sin soltarlo.

―Si. Así se ve bien.

Himawari abraza al niño por la espalda jalándolo hacia él. Solo está jugando. Apenando a Tsubaki que luce ruborizado por el contacto de ambos que tiran de él.

― ¡Déjenme ya! ¡Ambos me van a tirar!

―No tiene nada de malo ―Himawari se ríe pícaro―. La próxima vez te debería tocara a ti estar en medio de ambos. ¿Verdad yuki-onna? Los dos aremos sentir bien a Tsubaki, como nosotros te hicimos sentir bien a ti. Eso es lo justo.

―Si. Si. Así es.

―¡¡¡Ahhh!!!

De repente los tres sienten un baldazo de agua fría bañarlos.

― ¡No están solos! ―Ran le grita molesto con un balde de madera en mano―. ¿Por qué todo debe de ser tan raro con ustedes tres?  ¡No tienen vergüenza!

― ¿Qué te pasa? ¡Estás loco! está muy fría.

Himawari le grita temblando abrazándose así mismo. Mientras Tsubaki se lleva corriendo de puntitas  a Yuri tomados la mano, hacia la tina para deshacerse del frio.

Ran frunce el ceño:

― ¡Se están manoseando!

― ¡No es cierto! Lo que pasa es que tienes envidia porque no te llevas así con Suikazura.

 ― ¡Tonterías! ―Ran ruboriza avergonzado. Eso tiene un poco de verdad―. Solo… ¡No hagan eso!

― ¡Amargado! ―Himawari le sigue gritando temblando de frio―  ¡achuu!

― ¡Déjalo ya! Te vas a enfermar ―Tsubaki lo llama al verlo estornudar―. Ven con nosotros. No le hagas caso.

El mayor hace una mueca. Se mete a la tina de un chapuzón que hace que el agua de la tina se derrame por los bordes. Se queda allí hundido hasta la mitad de la cara sacando burbujitas por la boca, molesto. Mientras mira a Ran ir al lado de Suika. Ve al mayor sonreír discreto mientras continuo tallando el cuerpo de Suikazura con cuidado como si fuera su fiel sirviente.

 “Par de hipócritas”  Piensa Himawari. Se hunde por completo en la tina, haciéndose bolita, cerrando los ojos fuerte mente. Tratando de no gritar.

―Himawari…

Tsubaki lo llama preocupado.

El nombrado sale se saltó del agua tomando una gran bocanada de aire:

―Estoy bien ―el niño se recoge el cabello con las manos, exprime y lo en reda en un chongo mal hecho. ―No pasa nada ―hace una mueca mirando a Suika y Ran―. No me voy a pelear con Ran esta noche. No te preocupes ―mira a sus amigos y se acerca a ellos rodeándolos de los hombros con sus brazos. Sonríe ―. Me portare bien. No vale la pena ¿verdad? ¿Ustedes están bien? ― pregunta mirando a uno y después al otro. Yuri y Tsubaki asientan con la cabeza. Himawari continúa hablando―. Es una noche importante. No lo echare a perder. Quiero que Okaa-san se ponga orgullosa de mí. Hay que relajarnos antes de subir al escenario ¿no creen?

Comienza a tararear moviendo su cabeza de un lado al otro. Canta:

“La canción es Chakkiri Bushi

El hombre es Jirocho

La flor es el azahar.

El verano es el azahar.

El olor del té.

Chakkiri, Chakkiri, Chakkiri  ¡Así es!

Hoy no lloverá, porque el Cuco está llorando”

Himawari sigue tarareando, suelta a sus amigos de los hombros, para tomarlos  de las manos como si bailara dentro de la tina. Sonríen divertidos. Himawari sigue cantando:

“Lo que se escucha en las montañas es el ruiseñor

La suavidad de tus ojos en un día soleado.

Es perfecto para preparar el té.

Chakkiri, Chakkiri, Chakkiri  ¡Así es!

Hoy no lloverá, porque el Cuco está llorando.

El obi esta hecho de hojas de té. Teñido como ruiseñores.

La belleza de una faja roja

De calidad esplendida.

Chakkiri, Chakkiri, Chakkiri  ¡Así es!

Hoy no lloverá, porque el Cuco está llorando”

El mayor termina de cantar y se tira de espaldas sobre el agua flotando. Salpicando a los otros dos que solo se cubren sonrientes.

―Heee…  ―Tsubaki exclama―. Himawari canta muy bonito ¿verdad, Yuri?

―Si. Si. Me gusto… mucho. Aunque no sé… como llora un Cuco.

―Ummhh… la canción dice llorar pero creo que se refiera a que el pajarito está cantando. El dicho dice “Cuando el cuco canta, al cielo espanta” Esos pajaritos hacen un ruidito como de cucú-cucú…  cucú-cucú.

―Hee…

Yuri curioso se imagina aquello. Tiene el recuerdo vago de a ver escucha alguna vez ese sonido.

―Espero que tengas razón ―Tsubaki se recarga en una de las orillas de la tina―. Antes de meternos a bañar me asome por una de las ventanas. El cielo se ve muy nublado. Espero no llueva. Si llueve ¿creen que suspendan la presentación? Es decir, el escenario que mando Okaa-san hacer, está en medio del patio. Me sorprende que lo hayan construido en tan poco tiempo.

―Creo que solo retrasarían las actuaciones ―Himawari se sienta en la tina despacio―. Pero la cena y la presentación formal la haríamos de todos modos. El escenario de esta ocasión es muy grande. Se dieron prisa y hasta construyeron escenografía.

―Es porque Yuri va a bailar ―afirma Tsubaki sentando al pequeño entre sus piernas, abrazando al por la espalda―. Ha estado practicando muy duro ¿verdad?

El albino asienta con la cabeza.

―Me muero por verte bailar ―afirma Himawari emocionado―. Me entere que incluso practicaste sobre el escenario hoy, antes de que amaneciera.

―Si. Si. Aunque los músicos y… los Kuroku se molestaron…

Yuri baja la mirada apenado.

―Que no te importe, Yuki-onna ―Himawari se acerca a él y alborota su cabello―.Para eso les pagan. Tu solo piensa en tu baile.

―Yo también quiero verlo.  Estoy seguro que lo aras bien.

Tsubaki abrazo a Yuri más fuerte, consintiéndolo.

En seguida, Suikazura se mete a la tina con cuidado quedándose en la esquina opuesta a la de los otros tres niños. Le pregunto a Himawari:

―Durante la presentación de hoy ¿vas a cantar como hace un momento? Eso me pareció hermoso. Esa canción es típica de esta región ¿verdad?

―Sí, lo es ―Himawari hace un puchero caprichoso―. Si te gusto así. Debes de escucharme como me oigo en compañía del shamisen.

Himawari presume.

― ¿Sabes tocar el shamisen?

―Claro, Okaa-san me enseño. Se me muchas canciones ―exagera.

― ¡¿Qué?! ¡¿Enserio?! ― Exclama Ran sorprendido. Esta de espaldas a los demás ya que se encuentra tallándose el cabello―. No puedo creer que esa vieja sepa tocar o cantar.

― ¡Claro que sabe! Es el talento especial de Okaa-san. Así atraía a sus clientes cuando aún trabajaba. Sakamichi-sensei me dijo que cuando ella cantaba, era como escuchar a Bente-sama.    

― ¿Bente-sama? ―se ríe Ran burlón, ante la comparación con la afamada diosa―. Que ridículo.

― ¡Ridícula tu cara! ―le contesta el otro molesto―. Quiero ver que vergüenzas vas a hacer pasar a Deiji Nii-san. Me imagino la desilusión de los clientes cuando vean a un niño feo como tú ―sale de tina disgustado. Mirando a sus amigos les dice―. Me voy adelantando.

―Espera, Himawari ―Tsubaki se levanta―. Nosotros vamos contigo.

―Yo también ―Yuri igual.

Los tres salieron del baño apresurados.

Estando solos Ran y Suikazura. El segundo le dice al primero muy serio:

―No debiste burlarte de Okaa-san.

― ¿Por qué no? ―Ran se enjuaga el jabón―. Si esa vieja nos a obligar a trabajar en algo horrible es lo menos que nos debe.

Se mete a la tina de agua.

―Aun así… sigue siendo su madre.

― ¿Y qué? La mía nunca me trajo nada bueno ―aparta la mirada.

―La mía… la mía fue quien me enseñó a tocar el Koto. Así que me pondría muy molesto si alguien le faltara al respeto diciendo que no sabe tocar. Yo no lo perdonaría jamás.

―Yo no… ummmhhh…

Ran se incomoda. Entiende el punto pero no piensa disculparse con Himawari.

―Solo no lo hagas de nuevo. Al menos no frente a mi ―Suika regaña severamente―. Si quieres que la gente deje de tratarte como un vulgar, entonces deja de actuar como uno. Himawari tiene razón. Si te comportas así frente a los adultos, solo pasaras vergüenzas. Y se la aras pasar a Deiji Nii-san y a los demás.

Ran se queda callado. A veces Suika puede ser muy rígido con él.

Mientras sus hermanos mayores tomaban su baño. Los Autobureiku tuvieron un momento a solas en sus respectivas habitaciones. Momento que tomaron para meditar cada uno. Esta era la noche en que sus vidas serian decidas por los próximos dos años. Donde mostrarían su valía.

―Escúchame bien ―Okaa-san aprieta fuertemente el obi negro de Himawari. Para él había escogido un kimono rojo fuego de algodón fino con bordados de peonias amarillas y mariposas de varios colores―. No seas imprudente y digas algo inconveniente. Compórtate correctamente y siéntate derecho.

―Si. Lo sé.

Himawari lucia más serio de lo normal. Para él esta noche era la cumbre de todo lo que su madre le había enseñado. Tenía que hacer que ella estuviera orgullosa de él. Como heredero de la casa tenía la obligación de sacar la puja más alta. Sin embargo quería hacerlo demostrando lo que él pensaba era su verdadero talento.

―Tengo algo especial para esta noche ―su madre le dice de repente con algo que parece una leve sonrisa mientras camina a su tocador. Abre un cajón sacando una caja lacada de madera―. Ven. Te peinare ahora. Abrió la caja mostrando una hermosa peineta con un gran girasol hecho de listos de raso de diferentes tonos amarillos―. Mande a hacer esto para ti cuando los nuevos llegaron.

Himawari está feliz. No había recibido un regalo de su madre en mucho tiempo. Ve por el espejo como ella le recoge el cabello en su típica coleta de samurái con la diferencia de que deja  parte de la cuerda blanca con la que hace el amarre, caer a los costados, colocando en la parte superior el adorno amarillo que combina perfecto con su kimono. A cada lado del girasol, coloca kanzashi bira-bira color plateadas.

―Eres hermoso ―Kiyoha lo abraza por la espalda. Varios de sus recuerdos se desatan como tormenta en su cabeza, sentimientos encontrados de una época de enorme tristeza en su vida y de alguien que la mantuvo cuerda cuando pensó que nunca saldría de tanta oscuridad―. Demuestra tu valor y deja a todos esos perros  con la boca abierta.

―Sí, Okaa-san.

Para Himawari es la primera vez que ve a su madre comportándose de esta manera. Siendo tan cariñoso con él y al mismo tiempo mostrándole algo que aún no sabe que es melancolía.

Mientras tanto Yuri. Practica por última vez vestido con su juban blanco.  Tentado por su curiosidad, toma la sombrilla roja que le había regalado Tsubaki y Himawari. A pesar de que durante su baile hay una sección con una sombrilla, su hermano mayor le había prohibido practicar con el obsedió que sus amigos le habían dado.

Tararea la melodía de la obra que había aprendido de memoria. Dio un par de movimientos en los que juega con el instrumento girándolo. Sin embargo, siente la diferencia de peso, el cómo le cuesta trabajo moverse de un lado al otro con el wagasa. Al hacer un movimiento en especificado donde cambia de mano la sombrilla el peso lo vence y lo deja caer al piso.

La toma de inmediato del piso cerrando el parasol, abrazándolo contra su pecho.

Este baile es la prueba del cariño que le tiene su hermano. De cuanto lo aprecia. Piensa en todas las prácticas que tuvieron. En como el mayor le mostro cada paso y acción con paciencia; oyéndolo cantar cada estofa, mientras se desliaba suavemente que parecía no tocara el piso. En la sonrisa amable de Nadeshiko cuando lograba una secuencia sin equivocarse y como al mismo tiempo lo incitaba a seguir sus corazonadas durante su interpretación.

Ya no es solo un youkai sin nombre. Es un onnagata. Es un actor, un bailarín. Su deber es transmitir los sentimientos de aquellas que interpreta sin palabras. Eso lo estremecerse, lo emociona. Como si hubiera encontrado algo que no sabía estaba buscando.

Tiene mucho que agradecerle a Nadeshiko. Desde que lo conoció ya no ha vuelto a pasar hambre o frio. Ya no a dormido con temor imaginando que lo quemaran con el sol. Desde que conoció a su hermano, ya no ha vuelto a salir lastimado. Por el contrario siente que ha ganado mucho y conocido tanto gracias a él. Por eso quiere hacerlo sentir orgulloso.

― ¿Estás listo? ―escucha la voz de Nadeshiko. El mayor entra a la habitación mientras Yuri corre a poner el wagasa en su lugar. El mayor pregunta mientras seca su rostro con una toalla―. ¿Qué ocurre?

―Nada… practicaba una última vez.

―Entiendo ―cierra la puerta de tras de él―. Recuerda marcara el paso fuertemente en los cambios.

―Si. Si.

―Bueno, es momento de arreglarse. Saca la caja de mi maquillaje de aquel mueble y siéntate frente al espejo.

El niño corre obediente. Saca las cosas, coloca el espejo sobre el mueble, ansioso. Nadeshiko se sienta a un lado suyo. Algo que llamaba mucho la atención de Yuri era cuando el mayor se colocaba el maquillaje. Ya se había percatado que era diferente al que usaban los otros chicos de la casa o de las pocas mujeres que había visto en la realidad o en ilustraciones de libros. Pero esta vez fue diferente. Cuando Nadeshiko abrió un recipiente de madera con polvo blanco de arroz en lugar de ir a su rostro fue al suyo.

―Quédate quieto ―indico Nadeshiko mientras lo maquillaba―. No necesitas mucho, tu piel ya es muy blanca por naturaleza, aunque la verdad, este polvo lo único que hace es quitar el brillo de la cara, casi no se nota. También delineare tus ojos, tus parpados y tus labios. Pon atención. La próxima vez lo aras solo. Tendrás que usarlo todos los días a partir de hoy… Me hubiera gustado comprarte tu propia caja de maquillaje, pero… ah, por el momento podemos compartir la mía.

No puede decirle al pequeño que ya ha gastado mucho y no tuvo el dinero para costearle algo tan importante.

Yuri sin embargo no es consciente de estos detalles o de algunos otros. Aún es muy pequeño para percatarse de las carencias que a veces sufren ambos.

Pregunta curioso:

― ¿Todos los días?

―Así es ―le explica el mayor delineando con un pincel los ojos del niño―. No es solo para hacernos ver mejor. Es para hacernos lucir como mujeres. Es parte de nuestro disfraz, de nuestra interpretación. Pero eso no es todo. Mírate en el espejo Yuri ―indica. El niño volta a verse dándose cuenta de lo delicada que parecen ahora sus facciones. Sus ojos lucen más grandes y el color rosa de sus parpados lo hacen verse con ternura, inocencia. Nadeshiko continua―. Maquillarte es un ritual. El espejo nos muestra quienes somos y en quienes nos transformamos―su voz se llena de abatimiento―. Yo… yo siempre he odiado el rostro que se refleja en el espejo al pintarme, porque sé que ese no soy yo… al contrario de Tsutsuji Nii-san, que solo trataba de ocultar su cara llena de deudas. Salir al escenario luciendo patético iba en contra de todas sus creencias. Se pintaba la cara, las cejas, los labios, los ojos. Así pasaba de ser aquel chiquillo que lo perdía todo a ser Tsutsuji-Hana. Incluso en el final… Que estoy diciendo ―Nadeshiko agacha su rostro. Dijo más de lo debido. Suspira―. No es el momento para esto. Olvida lo último que te dije. Toma esto. Es un regalo. Es lo único que pude comprarte ―toma una concha cerrada de almeja de la caja, entregándola a Yuri entre sus manos.

― ¿Qué es?

―Ábrela.

El niño lo hace. Descubriendo dentro pintura rojo brillante.

―Bonito.

―Es pintura para labios. Es tuya. Debes de ser tu quien ponga los toques finales a su maquillaje. Toma un poco con tu dedo meñique y úntalo en tus labios ―hace un gesto indicándole como. Yuri lo imita con cuidado, tratando de no mancharse. Al terminar, se observa como si fuera una persona completamente diferente. Escucha la voz temblorosa de Nadeshiko―. Ya eres todo un onnagata.

― ¡No lo aprietes tan fuerte! ¡Se me van a salir las tripas! 

Las quejas de Ran se escuchan ahogadas mientras Deiji ajusta fuertemente el obi amarillo del kimono rojo carmín con bordados de múltiples flores y pelotas temari de mil colores por la falda y la parte inferior de las mangas.

Ran grita exagerado. No pensó que el afeminado tuviera tanta fuerza.

―No se te saldrá nada ―Deiji aclara terminando de amarrara el obi―. Si no lo hago de esta manera te encorvaras cuando te sientes.

― ¿Porque por la espalda? ¿No se supone que teníamos que usar el obi por en frete?

― Si. Pero este kimono rojo. Es tu kimono oficial de aprendiz así que por etiqueta debes de llevarlo amarrarlo por detrás. Hasta el día de tu entrega. De día puedes usar tu kimono amarillo de siempre con el obi por enfrente, cuando estés estudiando o vallas afuera hacer algo que no sea un encargo mío. Bien ahora lo que sigue. Te pondré un poco de maquillaje.

Ran no dice nada más. Ni se queja. Las palabras tan duras que Suika le había dicho durante el baño lo tenían intranquilo. Así como las de Himawari molesto. Solo hace muecas mientras su hermano mayor va por su caja de maquillaje. Se mira por el espejo que esta sobre uno de los muebles. Observa su reflejo a las luces de las lámparas y solo logra sentirse peor. Su cabello aún no ha crecido mucho desde que llego a la casa. Luce como pasto quemado pegado a su cabeza. Y sus facciones son más rudas que las de los demás. Con maquillaje solo se verá ridículo y dejara en vergüenza a Deiji y Suika. Aunque practicara hasta el cansancio, aun que logre una presentación limpia y perfecta, eso no le va a importar a los clientes que siempre lo miran como un despojo. Como si no fuera lo suficientemente bueno para estar con los demás.

―A ver. A ver. Solo pondré un poco.

La vocecilla animada de Deiji mientras le pone polvo de arroz en la cara le fastidia. Le fastidia el hecho de que siente que el mayor le miente cuando le dice que es talentosos o atractivo. Que lograra hacerlo ver espectacular. Antes de que el mayor comience a delinear sus ojos parece quedar viéndolo. Ran sabe que es porque Deiji no sabe que puede hacer con un niño como el que no es nada agraciado.

― ¡Hey, Deiji! ―Hinageshi siempre oportuno aparece por la puerta cargando a Suika bajo sus brazo―. Ayúdame quieres. Este niño no quiere peinarse.

El moreno dejo a Suika cerca de Ran. El menor luce un kimono muy sobrio de color rojo bermellón con bordados planeados y negros que asemejan humo de incienso ascendiendo por el largo de su cuerpo. Hasta llegara al ceñido obi gris y negro alrededor de su pecho y cintura.

Hinageshi comenzó a quejarse:

―Este niño es un caprichoso. Ya le dije que tiene que recogerse el cabello y mostrar sus ojos. ¿Cómo se supone que va a lucirse con ese flequillo largo? Para que le puse maquillaje, entonces  ¿he?

―Ya. Ya. ―Deiji trata d calmarlo. Seguramente Hinageshi está más nervioso que Suikazura por la presentación―. Ven un momento.

Se lleva al moreno a la habitación contigua a platicara a solas un momento.

―Tu kimono se ve muy bien.

Ran comenta esperando que Suika dejara de estar molesto con él.   

El de flequillo largo voltea a verlo:

―También te queda bien el tuyo.

― ¿Bromeas? Tiene demasiados colores para mi gusto. Estas cosas se te ven mejor a ti. Tienes la figura adecuada para estas cosas. Quiero decir, yo… me veo ridículo.

―Si piensas eso harás que los demás lo piensen igual. Yo no creo que te veas ridículo. El amarillo y los demás colores combinan muy bien contigo. Son como tu personalidad. Es igual al sonido de tu corazón cuando tocas.

Ran se sintió alagado con eso. Dibujo una pequeña sonrisa.

―Gracias.

―No quiero que miren mis ojos ―confiesa Suika quedamente―. Hace mucho que no toco frente a los adultos. Si me equivoco o me pongo nervioso. Se darán cuanta fácilmente.

―Eso no pasara ―Ran se acerca a Suika. Tomándolo de la mano discretamente. Le dice confiado―. Tú eres el mejor de todos. Y si te pones nervioso. Solo mírame a mí e ignora a todos los demás.

―Ran…

―Todo estará bien. Tu escogiste al final algo que de verdad deseas tocar. Es imposible que te llegues a equivocar. ―el mayor acaricia el rostro del otro, apartando levente el flequillo largo por una de los costados revelando unos dulces ojos caoba que lo miran intranquilos. El maquillaje que trae Suika están tenue que apenas se ve el rosado sobre el discreto delineado negro. Se veía muy elegante y tentador. Ran agacha la mirada confesando avergonzado―. Tus ojos me gustan mucho. Son lo más hermoso que yo haya visto. ―confiesa Ran.

Suika no logra comprender porque Ran es tan bueno con él después de que le gritara en baño. Ni porque puede tener tanta con fianza en él. Están egoísta. Están fácil ser un egoísta con Ran…

―Bien. Terminemos esto ―Hinageshi entra en la habitación interrumpiendo el momento―. Yo me are cargo de Ran. Deiji de Suikazura.

― ¿Qué? ¿Pero qué?

Pregunta Ran al sentir que el moreno lo tomara del brazo y lo arrastrara lejos de Suika. Si los mayores no hubieran entrado en ese momento se hubiera animado a besar a Suika.

―Yo te pintare. No querrás que Deiji se ponga imaginativo con ello. Te pondré algo discreto. Como el mío. Apenas y sentirás que traes algo en la cara. Se te vera bien.

―Y yo te peinare a ti ―Deiji se sienta frente a Suika con peineta en mano―. Bueno, solo voy a acomodar un poco tu flequillo. No sé porque Hinageshi trata de cambiarte el peinado. El mejor que nadie entiende que el misterio es más atrayente.

― ¿Misterio?

Pregunta el moreno burlándose.

―No te hagas el que no sabe. Por eso usas esas vendas ―Deiji regaña a su compañero mientras acicala el cabello de Suika partiéndolo a la mitad, acariciando mucho con su mano los mechones de sus flequillo amoldando el cabello.

Hinageshi por su parte, marca los atributos en el rostro de Ran con un pincel negro. Dibuja sus cejas de manera sencilla haciéndolas lucir pobladas pero difuminadas ayudado de un poco de polvo rojizo para hacer un contorno limpio.

Le contesta a Deiji molesto:

―No es que yo quiera usarlas ¿sabes? Quieto ―indica a Ran que no puede evitar poner sus manos entre su cara y el pincel―. Solo faltan tus parpados.

― ¡Ya! ¡Es mucho!     

―Créeme es muy discreto. ¿Te parece que yo uso mucho maquillaje?

―Creo que no… ¿Quién se fija en esas cosas? ―Ran solo quiere que el otro se detenga cuando siente como con el pulgar le ponen un piquito de maquillaje rosado en la comisura de sus ojos y embadurnara algo en sus labios con el meñique.

―Ya está. ¡Hey Deiji! A este niño le pondrás una peluca o algo así. Su cabello todavía es muy corto.

―No ―contesta el chico de mechones largo―. Me niego a usar alguna de esas falsedades. Ran no necesita nada de eso.

―Yo pensé que tu…

Hinageshi se queda sin palabras. Conociendo al delicadito de Deiji no imagino escucharlo decir algo así.

―Además tengo algo especial para Ran y Suikazura. Déjenme traerlo.

Se levanta y corre al cuarto contiguo.

―No me pregunten que es. No tengo ni idea ―aclaro Hinageshi cuando noto la mirada de los más pequeños. Con tanta desconfianza.

Cuando Deiji Regresa lo hace con una caja de madera en mano envuelta en un pañuelo de seda rojo. Se sienta en el suelo coloca la caja en medio de todos para que puedan ver.

―Guarde esto para un momento así.

Dijo animosos mientras desenvolvía la caja. Miente un poco, había guardado aquello como un recuerdo nostálgico. Pero piensa que puede darle uso a algo que solo tiene guardando polvo. Quita la tapa de la caja revelando un par de peinetas en forma de abanicos pequeños. Uno blanco y uno negro, con tres flores cada una con los colores invertidos y cuatro cadenas doradas con pequeños cascabeles en las puntas.

―No puedo creer que aun tengas esas baratijas―Hinageshi fuerza una sonrisa―. Pensé que me había desecho de eso después que Sakura Nii-san se marchara.

―Nada de baratijas. Son costosos aunque no lo parezcan. No le hagan caso a Hinageshi, niños. Verán estas peinetas las usábamos Hinageshi y yo cuando teníamos más o menos su edad. Es muy normal que los hermanos menores de un mismo hermano mayor compartan ropa muy similar, adornos e inclusive nombres. Estas peinetas era el lazo de hermandad entre Hinageshi y yo. Y ahora serán suyas como nuestros hermanos menores ― Entrega el abanico blanco a Ran ―esta era la que me pertenecía y esta era la que le pertenecía a Hinageshi ―entrega la de color negro a Suika ―. Déjenme ponérselas.

Deiji se muestra muy entusiasmado. Hinageshi sin embargo, rueda los ojos cruzando los brazos amargado. No imagino que Deiji iba a ser capaz de sacar el prendedor del fondo del estanque que estaba en el patio, donde está seguro que lo tiro. Esa sucia cosa fue lo único que Sakura le había dado de buena gana.

―Listo.

Anuncio el chico de mechones largos.

Suika llevaba la pequeña peineta del lado derecho de su cabello. Habían recogido un par de mechones del fleco largo, revelando su ojo derecho un poco mientras el izquierdo continuaba cubierto, en un aire mezclado entre timidez, ternura y misterio. Ran por su parte, avergonzado, mostraba su prendedor simplemente sujeto en su cabello del lado izquierdo cerca de su oreja. El adorno favorecía su carita redonda pero no su visión de sí mismo.

­― ¿Ese par no te recuerda a alguien más?

Deiji le pregunta a Hinageshi mirando como su hermano menores se observan entre si sorprendidos por la apariencia del otro. El moreno suspiro rindiéndose como siempre a los caprichos del otro.

―Nosotros no lucíamos así de inocentes.

Por ultimo. Tsubaki se asomó por la ventana de la habitación secundaria de su hermano. No mira hacia el patio. Sabe que si lo hace comenzara a sentirse nervioso. En su lugar fija su vista hacia el cielo. Las nubes eran grises y lo acompañaba un viento gélido. Se pregunta si eso es una mala señal. Junta sus manos sobre su pecho, cierra sus ojos y se repite en su mente todo su acto mientras murmura.

―Cierra la ventana está comenzando a hacer frio.

Escucha la voz de Kiku que entra desde la habitación principal.

El niño cierra la ventana. Mira a su hermano ataviado con su kimono negro lleno de crisantemos bordados. No tardó mucho en arreglarse después de tomar su baño. Lo sorprende.

― ¿Estas nervioso? ―pregunta el de prendedor de crisantemo. Lleva el kimono rojo que usara. Enseguida sin siquiera comentarle algo. Ayuda a colocar la prenda sobre el cuerpo del niño.

Tsubaki contesta acomodándose el kimono:

―No lo sé.

― ¡Oh! ¿Cómo es eso? ―sonrió el mayor  rodeándolo con el obi color jade.

―Pensé que lo estaría. Pero no es así.

― Eso es lo que llaman estar lleno de confianza ¿verdad? ¿O acaso estas aprendiendo a mentir mejor? No, no estas temblando y tus ojos no parecen evitarme.

―En realidad no sé qué siento en este momento.

Contesta Tsubaki honestamente. Está demasiado tranquilo para lo que él pensó seria ese día. La canción de Himawari le había ayudado a relajarlo, así como los mimos que le hizo a Yuri en la tina. ¿Será que haya algo mal con él? ¿O quizás lo invadirá el pánico al ver a los invitados? No. No le parece que eso le vaya a ocurrir. Es solo que, desde que sabe el secreto de su hermano se ha estado volviendo hiper-consiente, dándose cuenta de las acciones de los demás y de lo que pasa. Volviéndose silencioso y flexible. Para no meterse en problemas o traerle consecuencias graves a él u otros. Ocupando su mente en otras cosas para darse el tiempo de sentirse nervioso.

El mayor puede darse cuenta de esto. Miente:

― ¡Vaya, así que estas sosegado! ―Kiku sonríe. Cambia el tema para enseñarle otra lección al niño―. Qué curioso ver cómo la gente que tiene emociones no sabe nombrarlas. ¿No piensas lo mismo, Tsubaki? ¿No es curioso que alguien como yo que no tiene emociones pueda nombrarlas con mayor facilidad? ―aprieta fuertemente el obi.

―Si. Lo es ―contesta el niño cayendo en la mentira de su hermano. Por lo cual pegunta indiscreto―. ¿Cómo lo haces? ¿Cómo sabes que es lo que sienten las personas? Cuando hablas con ellos ¿lo sabes o lo supones? Me refiero a cómo es que ves debajo de las máscaras de los adultos.

―Cuando comienzas a hablar con las personas te das cuenta de ciertas cosas, o mejor dicho cuando escuchas y observas ―responde el mayor tranquilamente mientras termina el moño del obi―. Lo primero que debes de entender sobre los demás, es que eres invisible para ellos, lo que te acurra no les interesa, así como tus problemas. Ya que la mayoría ve lo que sus emociones e inseguridades les permiten ver de ti. Esto es en ambos sentidos, quiero decir que a tú ves  y te ocurre lo mismo con los demás. Por ello, no deberías porque sentirte triste o culpable. Las cosas son así, no lo sobre pienses, porque lo único que conseguirás será frustración y odio hacia todo.

Las personas no son tan únicas como probablemente piensas que lo son. Muchos tienden a seguir los mismos patrones, comportamientos y por ende obtienen las mismas consecuencias que otros. En nuestro caso, la gran mayoría de los clientes están atrapados en matrimonios arreglados que jamás desearon. Convenciéndose en que ese era su deber, que las cosas deben ser de esa forma. No tiene otra opción. Porque eso es lo que les enseñaron. Por lo mismo, ni siquiera se dan cuenta de lo hambrientos que están de afecto, de interés, de afirmación de amor y de compañía.  Es… ¿divertido? Ver cómo son sus mecanismos de afrontamiento.

― ¿Mecanismos?

―Así es. Ven, siéntate ahora. Voy a ponerte el maquillaje ―indica el mayor. Mientras prepara el maquillaje en un pequeño plato dorado. Continua―. Esos mecanismos no son algo que puedas identificar de inmediato. Las personas son realmente vulnerable. Si no lo parecen es porque lo están compensando o por el contrario aceptan aquello que los hace vulnerables. Los notaras poco a poco.  

Tsubaki suspira. Admite que esas conversaciones extrañas con su hermano son interesantes y atemorizantes al mismo tiempo. Pero si aprende a leer a los demás de esa manera. Sabe que podría emplearlo para ayudar a otros. Pregunta mientras su hermano delinea sus ojos con tinta negra.

―Cuando este allá abajo ¿Qué es lo que debo de hacer?

―Sonreír y hacer contacto visual es un buen inicio.

― ¿Y si no funciona?

―Claro que funciona. La ironía es que, aunque las personas no tienen interés en los otros. Creen que son el centro de atención. Piensan que son más inteligentes que los demás, que son especiales y que sus opiniones son las únicas que cuanta. Pero la mayoría son tan distraídos que son muy inmaduros.

―  ¿Como?

―Por ejemplo. Las personas que saben que están equivocadas, quieren hablar sobre el marco de como se les permite hablar sobre un tema. Si alguien piensa que dos más dos son cuatro, hablara de porque dos más dos son cuatro. Pero, si alguien piensa que dos más dos es igual a una patata. Hablará sobre su derecho a pensar lo que quiera. Algo así como: “está bien, pero no me estás diciendo que estoy equivocado de la manera correcta”. La parte de una discusión que discute sobre la discusión, en lugar de discutir el tema de la discusión que sabe que está equivocada.

―Eso parece muy confuso.

―No. No lo es ―afirma Kiku―. La gente tiende a seguir las expectativas. Muchas veces las palabras que la gente dice es lo que quieres que veas, lo que quieren ser. Así que debes de estar atento también a todo lo que hacen. Las acciones son quienes son realmente.

―Mirarlos… ―susurra el pequeño analizando―… puedo hacer eso. Observarlos es algo que estoy seguro que puedo hacerlo… pero… cuando los clientes quieran hablar conmigo… eso…

― ¡Oh! Para eso aún falta mucho tiempo― Kiku lo interrumpe―. Cierra la boca y junta los labios. Voy a ponerte color ―el niño lo obedece sin oposiciones. El mayor aclara―. Cuando llegues a hablar con los clientes será más fácil de lo que crees. Si tienes que hablar, al principio utiliza las preguntas para captar la atención de quien deseas. Y después solo debes de permanecer en silencio. La gente suele contar todo tipo de cosas si se los permites. Solo déjalos hablar y mantente en silencio. La mayoría sienten que hay que llenar ese silencio. Cuando se les acaban las cosas vánales, comienzan a soltar lo realmente importante. Le tiene tanto miedo al silencio. Que lo llenan con sus pensamientos más íntimos y ocultos, solo para que desaparezca. Te sorprenderá la manera tan natural con la que sucede. No te estoy contando algo que sea secreto. Solo son cosas que las personas no pueden ver. Porque son idiotas egoístas.

―Egoístas…

―Así es. Muy seguramente ya has conocido personas así. La  gran mayoría lo son. Eso es porque una parte muy importante de la individualidad humana es que la gente casi siempre intentara proyectar esa individualidad en ti. Poniendo expectativas e impresiones consientes y subconscientes en las interacciones  que tengan con otro. Ya sé que tengan intención o no. Intentaran obligarte a cumplirlas. Lo mejor es ser neutral, inexpresivo y calmado. Funciona muy bien, porque para ellos es como si les estuvieras dando espacio para esa individualidad e identidad sin hacerlos sentir desafiados o confrontados al empujar tu identidad hacia ellos. Haciéndolos pensar que eres una persona  abierta. Convencer a una persona que sean sincero contigo, requiere de tiempo, esfuerzo y confianza. Pero también, es muy importante, no presionar para que lo hagan. En general, la gente desea interés, preocupación y afirmación. Todo eso lo puedes utilizar a tu favor… Termine. ¿Quieres verte en el espejo?

―Si. Por favor.

Tsubaki contesta. Guarda silencio y ser observador son cosas que se ha dado cuenta últimamente, se le dan muy bien. Esa breve plática lo hizo sentirse lleno de confianza.

Kiku le da el espejo. Mirándose por él, aprecia las delgadas líneas rosa sobre sus parpados delineados de negro, sus labios se ven suaves y brillantes. Combina perfecto con su kimono rojo sangre completamente bordado con la imagen de un arbusto color jade lleno de camelias blancas que surgen desde su espalda y florecen sobre sus mangas y falda.

―Por último hay que recoger un poco tu cabello.

Indica Kiku colocándose detrás del niño. Toma el peine, cepillando suavemente. Tsubaki observa como recoge su cabello hacia atrás en una pequeña coleta, dejando caer mechones largos a sus costado y otro en medio de su cara. Termina adorándolo con algo inusual. Una máscara de zorro color negro que coloca en el costado derecho sosteniéndola con un cordel que rodea su cabeza donde tres cuantas azules destacan entre su cabello.

Tsubaki había escogido esa mascara el día que fueron al festival. No pensó que la usaría en ese momento. Solo la había escogido pensando en que era algo que guardaría la apariencia de su hermano mayor cuando este le comento, que todos los demás muy probamente les compararían algún regalo a sus hermanos. Por ello había pedido lo más barato que encontró esa noche.

― ¿Sabías que el dios protector de Yoshiwara es el zorro Inari? Entre muchas cosas es el patrono de los actores y las prostitutas. Dentro de Yoshiwara se cree que el ara realidad tus deseos. Hiciste una buena elección aquella noche. Listo. Vamos con los demás abajo.

―Si. Estoy listo.

Contesto Tsubaki. Mirándose por última vez en el espejo. Preguntándose si acaso su madre siguiera con vida, podría reconocerlo.

 

Continuara...


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