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Raikorisu no hata (El campo de las Lycoris) por shanakamiya

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Espero que esten bien. 

Lamento la larga tardanza. Los que ya conocen mis historias saben que no suelo tardarme mas de un mes en actualizar. Pero el fin de año fue terrible para mi en esta ocacion. Muchos problemas personales. cosas que se supone ya no me deberian de afectar porque me aleje de de esas personas por mi propio bienestar. Pero aveces, no puedo evitar estar en el lugar y momento equibocado. Y terminar mal parada en todo...

Sin embargo. Ya me encuentro un poco mejor. Aun que ese problebla aun no sea resuelto. decidi ya no decir nada. Ellos no me quieren escuchar entonces no voy a hablar. 

¡Ah! Lo siento. No deberia de mencionar estas cosas. Pero, no sé, solo quieria desahogarme... 

Como sea. Les dejo el capitulo. aun que este quedo un poco corto. Espero que el siguiente sea mas largo. Para poder poner muchas cosas que quiero. Y que se que estan esperando. Como siempre, solo tenganme pasiencia.

Capitulo IV

Desconoce de dónde es o quienes fueron sus padres. Todo lo que sabe de ellos es que un día, cuando aún era un bebé lo dejaron en un canasto a orillas del camino, bien cubierto con un manta. Quizás si aquella caravana errante no lo hubiera recogido ya estaría muerto.

No sabe su edad y claro jamás había tenido un nombre. Siempre había sido “Hey” “eso” o “esa cosas”. Desde que tiene memoria había permanecido dentro de aquella jaula de madera cubierta con una manta gruesa, arrastrada por la carreta de un lado para el otro. Y también desde que tiene uso de razón sabe que es diferente, se dio cuenta que el sol lo lastima. Desde un sarpullido molesto hasta ampollas, que cuando se revientan, sangran y son extremadamente dolorosas.

Las personas que lo recogieron le dijeron que se debía a una maldición. Seguramente sus padres ofendieron a algún dios del templo o que quizás la que fuera su madre había sido infiel con un yukai, maldiciéndola con un niño que nunca podría salir a la luz del sol.

Era un niño maldito que nunca debió de haber nacido.

Debía ser así. Porque todos lo trataban así.

La gente de la caravana que lo acogió lo trataba como un animal. Solían darle las sobras de lo que comían, bañarlo de vez en cuando con agua fría a cubetazos, aprovechando de paso de limpiar su jaula, donde el pequeño también tenía que atender sus necesidades. Lo único que traía puesto era, desde los pies hasta la cabeza, vendas sucias y manchadas de sangre ya que rara vez eran cambiadas por unas nuevas.

Otras veces, le decían que si no se portaba bien, lo dejarían en la mitad del camino o aun peor cuando estuviera dormido quitarían la manta de día para que el sol lo tocara. Cuando eso pasaba, solía quedarse despierto todo lo que podía lleno de inseguridad. Aun así para el líder de la caravana él era valioso. Tenía que serlo porque más de una vez se lo dijo:

“Tú eres lo mejor. Mira cuánto dinero ganamos hoy”

El acto principal de su caravana consistía en montar una pequeña obra teatral sobre como un campesino había entrado a un bosque de bambús a trabajar un día, y tener la mala fortuna de encontrarse con un monstruo y pelear por su vida; encontrando al final en una cueva el tesoro que ese protegía. Acompañado de música y algo de baile. El líder al final anunciaba que la obra había sido completamente real y que ellos poseían la cría del temible monstro que fue encontrado en la morada de aquel yukai junto a su tesoro.  Era entonces cuando traían la jaula y descubrían solo uno de sus lados sin retirar la manta. Entonces el niño hacia su aparición, arrastrándose, con su mirada carmín fija en el público. La gente se quedaba estupefacta o morbosa, mirándolo igual. Entonces el líder  lo jalaba fuertemente del brazo hasta hacerlo chocar contra las rejas y retiraba las vendas exponiéndolo  al sol. De inmediato se cubría de ampollas e inevitablemente lloraba y se quejaba. Escuchaba gritos de horror y llantos de otros niños al verlo.

“Es una cosa horrible”

“Una bestia así debe de ser peligrosa”

“Es abominable”

“Mamá tengo miedo”

Después cubrían su jaula rápidamente. Escuchando un tintineo en el piso y como el líder agradecía su cooperación

Para nada era un niño tonto, al contrario era muy listo. Había aprendido a hablar  escuchando a la gente de su alrededor y comprendía prácticamente la mayor parte de las palabras. Pero eso no evitaba que el líder de su caraba se lo prohibiera. Se acostumbró a no hablar, no tenía caso hacerlo, si nadie quería oírlo. Tenía que fingir que era una bestia, un demonio sin alma. Un ser despreciable que no necesitaba de amor o generosidad. Ser temido por todos.

Decir que él quería algo mas es erróneo en una parte. Porque todo lo que el niño albino conocía de la misma era su jaula. Pero a veces, solo a veces. Cuando sus presentaciones terminaban y se atrevía a echar una mirada entre las rendijas que se hacían entre la manta que lo ocultaba; observaba a los otros niños irse de la mano de su madre sonrientes y se preguntaba porque ellos tiene esa expresión en su  rostro. ¿Acaso él no podría tener esa expresión porque es diferente?

Pero eso no importaba. Eran cosas que solo él pensaba. Cosas que se supone él no debería de preocuparse. Su jaula era todo y ya no había nada más que eso.

Hasta esa noche que cambiaría su destino.

Después de cada presentación la caravana  se iba a las afueras de los pueblos que visitaban y en una vereda efectuaba una pequeña fiesta particular para celebrar las buenas ganancias del día, comían y bebían hasta cansarse alrededor de una fogata. Por lo cual la celda del niño albino era puesta a unos metros de ellos, lo suficiente para que no molestara a los demás. El comenzaba a quedarse dormido por el hambre cuando escucho unos pasos acercarse a su celda, pensó en un principio que se trataba de alguno de los miembros de la caravana que venía a dejarle las sobras de esa noche, pero en su lugar escucho la voz de una mujer que no conocía.

Esta le dijo en voz baja:

—¿Esta dormido ya? — Descubrió la  jaula jalando en su totalidad la manta— ¡Ah! Mira, aun estás  despierto. Al parecer tus acompañantes están muy candados—mira a lo lejos a los otros dormidos—. Sabes. Vi la actuación que hicieron esta tarde. Jamás había visto a algo como tú.

Intento meter la mano dentro de la jaula y tal como le había indicado el líder en esa situación. El niño albino se alejó hasta la orilla, gruño y se mostró agresivo para hacer correr a la mujer lejos de él. Pero no funciono, en su lugar la mujer rio y le dijo con gracia:

—¿Tratas de asustarme? No te molestes, yo no te tengo miedo. He visto toda clase de niños en mi oficio. Unos a los que les faltan los ojos, sin brazos o piernas, o incluso a algunos que tenían uno de más escondido en su cuerpo o que tienen otras cosas en donde no deberían. Ya nada me asusta y mucho menos me perturba. De hecho puedo apostar que en realidad eres muy manso, muchos lo son. —lo repaso de arriba abajo con una sonrisa curiosa—.Jamás había visto a alguien como tú. ¿En realidad eres el hijo de un yukai? Debe de serlo. Simplemente fue sublime ver cómo te cubrías de ampollas de un momento a otro. Pero mira que bonitos ojos tienes. Rojos como la sangre. Dime, no te gustaría ser amado y lleno de lujos.  Conozco a alguien que le gustaría algo tan hermoso como tú a su lado. Si vienes conmigo, tendrás comida deliciosa todos los días, ropa de seda fina, muchos sirvientes y no tendrás que hacer nada más que un par de complacencias de vez en cuando—una vez más se ríe para si misma—. ¿Pero qué cosas digo? A lo mejor no entiendes el dialecto humano.

Pero al contrario el niño albino se acercó a ella rápidamente y la sujeto de kimono. Esa otra parte de él que deseaba saber que era estar del otro lado de la reja surgió.

—¿Qué hace? —La voz de un hombre trata de ahuyentarla—  ¡Aléjese de él! ¡Fuera!

—No. No, espere —la mujer trata de hablar con aquel hombre delgaducho y desaliñado que era el líder de la caravana—. Me gustaría hablar con usted.

—¿Qué? ¿Qué quiere?

—Me gustaría hablarle de negocios. ¿No estaría dispuesto a venderme a esta excepcional criatura por el precio justo?

Fue difícil. Las negociaciones de la caravana con aquella mujer duro horas. El líder no quería dejar ir tan fácil a su fuete de dinero. Sin embargo la mujer que era más inteligente se dio cuenta que su táctica de siempre de apelar al “bienestar” de su mercancía no funcionaría con esa gente. Así que da a entender lo desfavorable que sería seguir cuidando él con los años y que pagaría muy bien, tanto que podría camparse una porción de tierra en algún lugar y no tendría que preocuparse por trabajar en un largo tiempo. Así se dio el acuerdo y el pago se dio.

Por primera vez en su vida consiente el niño  albino fue testigo de cómo  la puerta de su celta era abierta.

—¿Segura que no quiere la jaula también?

—No, no. Con la criatura es más que suficiente —la mujer  extendió su mano frente a él—. Vámonos.

Con temor tomo la mano de la mujer  mientras pisaba por primera vez la tierra del campo. Se balanceo torpemente sin poder sostener su peso, cayendo en los brazos de la mujer que prosiguió enseguida a cubrirlo con una manta y cargarlo para llevárselo.

Estuvo despierto todo el camino a la ciudad, no dijo nada, no pataleo. Solo escucho todo los ruidos a su alrededor y miro, miro todo lo que pudo. Las luces de las farolas, la gente ir y venir en la calle, las casas. Todo es rápido, todo se mueve y puede tocarlo.

Llegaron a una pensión y la mujer enseguida lo llevo a su habitación. En cuanto llegaron lo sentó en el piso y le quito la manta.

—Bien ―la mirada de la mujer se llenó de un brillo perverso y sus mejillas se tornaron de un rojo escarlata―. Vamos a ver qué es lo que se oculta debajo de esas vendas ―comenzó a retirarlas lentamente de su cabeza y su cara. El niño albino solo escuchaba a la mujer decir con una emoción enferma―. ¿Qué será? ¿Qué será? ¿Qué es lo que tendrás? Tiene que ser un par de cuernos pequeños o un tercer ojo ¡Escamas! ¡Escamas, eso debe de ser!  

Pero la sonrisa se le borro en cuanto las quito. Se quedó muda y retiro todas las vendas tan rápido como pudo, inspeccionando cada milímetro del cuerpo con desesperación.

Nada. No había nada. Ninguna deformidad, cicatriz o mancha. Si, su color de piel, ojos y cabello son extraños pero no lo suficiente para que alguno de sus clientes tengo interés en él.

—Que asqueroso —dijo ella cubriéndose la boca. Acababa de ser estafada—. Solo eres un niño.

La mujer se sintió frustrada se había dejado llevar por su ambición y no comprobó antes que era lo que estaba comprando. El dinero que le había dado aquel Daimyo por su encargo se lo había gastado casi en su totalidad. Si ella no regresaba en unos meses con el encargo la mandaran a matar. Se llenó de enojo y miro al niño albino con intenciones de hacerle daño para convertirlo en lo que necesitaba.

—Yukai…

El niño albino apenas habla agachando la cabeza.

—Con que puedes hablar ¿He?

—Poco…

Contesto el menor apretándose uno de sus brazos mientras comenzaba a sentir frio al estar completamente desnudo. El de verdad cree eso. Está convencido que su condición se debía aun a descendencia sobrenatural.

La mujer comenzó a reírse:

—Así que puedes entenderme —el niño asienta con la cabeza—¿De verdad crees que eres un yukai? —el niño asienta con la cabeza una vez más. La mujer duda por un momento al ver al menor tan convencido de su procedencia. Pero eso es imposible. Ella sabe cómo se ven los yukai y ese niño no luce como uno. Pregunta sería—. ¿Cómo hicieron aquel truco?

—<<¿Tuco?>>

—Me refiero a las ampollas de tu brazo cuando te toco el sol.

—No <<tuco>>…duele.

El niño niega con la cabeza.

La mujer sigue aséptica de la naturaleza del niño de ojos rojos. Bien podría dejar a ese niño al sol y volverlo hermoso. Pero si alguien se enterase de eso, que lo hizo obtener esa belleza artificial. Solo conseguiría arruinar su reputación de buscona.

El pequeño niño albino gatea hasta ella y la sujeta de la manga del kimono.

—No volver…. No volver allá… por favor… —pide el menor con una mirada penosa.

 

 

La mujer lo observo de arriba hacia abajo con desagrado. Si lo mira con los ojos de cualquier espectador promedio. Ese niño es hermoso, una verdadera belleza clásica.  Su cuerpo pequeño, sus hombros caídos, su piel suave, su lindo  y pequeño trasero, su perfil ligeramente femenino.

—Como estas ahora no me sirves para nada —ella no oculta sus desdén—. Para cualquiera de mis clientes eres un ser repugnante. Pero quizás pueda hacer algo contigo. ¿Recuerdas lo que te dije sobre hacer ciertas complacencias? —el niño pestañea un par de veces, no sabe  qué significa la palabra “complacencias”. Ella continuo—. Se dé lugares que buscan niños como tú. Tendrás todo lo que te prometí antes, incluso conocerás a otros niños. Pero si quieres todo eso, tendrás que hacer todo lo que te diga sin quejarte.

Ella jala su brazo para que la suelte.

El menor solo observa a la buscona con expectación. Ella arruga la frente y tuerce la boca. Ha visto esa expresión muchas veces. Sabe que no lo quiere. Aun así, más que todo aquello que le prometió la mujer, lo que él quiere es estar afuera de su celda. Quiere comer una buena comida, quiere saber que es caminar por su propio pie, quiere saber que es estar con otras personas, quiere conocer todo lo que pueda.  Quiere vivir.

El siguiente mes fue duro para el pequeño niño albino. Aprendió a caminar lo más rápido que pudo. Una verdadera sorpresa para la buscona que lo vio levantarse, caer,  y volver a levantarse sin importarle los moretones. La mujer se aseguró de engordarlo un poco, cortarle un poco el cabello que tenía largo en ese entonces y vestirlo con propiedad. Lo más doloroso de ese tiempo fue medir su resistencia. Es decir, averiguaron cuál era su límite al estar en el sol. Siendo las horas más complicadas entre las doce y las cinco de la tarde. También descubrieron que principalmente la piel se enrojece y aparecen ronchas dispersas que causan comenzó, picor o dolor dependiendo de la intensidad de la luz, estas desaparecen normalmente, tras unas horas al cesar la exposición al sol. No empeoraban en sucesivas exposiciones, pero se repite habitualmente en los mismos lugares, siempre que el niño se expone al sol con la misma intensidad. Ni una hora podía pasar expuesto sin que le producir mareos y asfixia hasta la pérdida del conocimiento.

Iniciaron su viaje de un mes hacia Yoshiwara durante la noche para evitar cualquier inconveniente, ahora, la buscona se aseguró de no dejar ni una cicatriz o roncha en el cuerpo de niño que pudiera afectar la decisión de la Okaa-san a la que se lo ofrecería. Mientras caminaban de noche ella aprovecho para enseñarle a hablar mejor y sobre todo lo que debería de hacer en cuanto se encontrara frente a la mujer que lo compraría. Incluso las palabras que debería de utilizar para conocerla. Las practicaron una y otra vez hasta que el niño las pudo decir claramente sin entorpecerse.

Durante el día dormían. Y en las noches caminaban y caminaban. El niño aun no acostumbrado a usar sus piernas se cansaba con facilidad mas no se quejó. Sabía que en ese momento se encontraba más vulnerable que ninguna otra vez. Se esforzó todo lo que pudo para complacer las expectativas de aquella mujer. Que al mismo tiempo conseguía información para hacer una nueva compra en cuanto lo dejara en Yoshiwara. Una semana antes de llegar a su destino el niño albino fue testigo de aquello que la buscona añoraba en una de sus mercancías. En esa ocasión el sol ya se había ocultado en la aldea donde se quedaron desde el día anterior. Después de la cena la mujer se lo llevo a las afueras, donde se encontraban las chozas más viejas. Se pararon frente a una de estas. Era de madera podrida y tenía agujeros en las paredes. El papel de las puertas corredizas estaba rasgado o perforado. La mujer llamo a la puerta, esperaron hasta que un hombre de mediana edad la abrió cauteloso. Apenas una abertura donde se asomaba su cara.

—¿Qué es lo que desea?

Dijo el hombre desviando la mirada de un lado al otro claramente nervioso.

La mujer sonrió:

—Quisiera hablar con usted. Escuche algo muy curioso en el pueblo. Respecto a su hijo.  

—No. No se equivoca aquí no hay ningún niño. Vallase. Este no es lugar para una mujer como usted.

Trata de cerrar la puerta pero es detenido por la mujer que pone su geta entre el marco y la puerta:

—No sea tan esquivo. Yo no vengo a juzgar a nadie. Por el contrario yo sé de la pena que lo embarga y he venido a ofrecerle una solución.

El niño albino fue testigo de cómo aquella mujer asiéndose de palabras logro entrar a la casa sin esfuerzo. Le indico que esperara afuera y que no se moviera de ese lugar. Así él lo hizo. Sin embargo, él fue capaz de escuchar y ver lo que pasaba dentro de la casa por los agujeros de las roídas paredes.

Dentro una mujer llorando era consolada por su marido que aseguraba que la mujer recién llegada había venido en su ayuda. Ellos relataron como: desde que había nacido su hijo la desgracia había caído sobre su familia, culpando a un incidente extraño durante el embarazo de la madre que conllevo al nacimiento de una extraña criatura. Le contaron sobre el aborrecimiento del pueblo sobre ellos y como cada día penaban por la existencia de aquel niño maldito. La mujer sin mucho esfuerzo les prometió que los liberaría de su sufrimiento y que no tendrían por qué temer, que su hijo seria bien atendido y no padecería más. Así. Entre engaños, pidió ver a la criatura.

El niño albino por su parte, afuera. Se movió lentamente a la par de la mujer que se condujo discreta a la habitación contigua donde se aseguraría del valor de su mercancía. Y fue cuando lo vio, sentado en el piso vestido con un kimono gastado. El niño albino se dio la vuelta asustado, agitado por la impresión, tan rápido que no está seguro de lo que diviso. El niño dentro de la habitación, tenía un extraño color de piel amarillento, en su cara había una bulto violáceo y grotesco que ocultaba su ojo izquierdo; en sus manos se deslumbraban solo tres enormes y rechonchos dedos carentes de uñas y en su espalda un enorme giba que lo obligaba a estar sentado.

Inevitablemente El niño albino se tocó la cara y miro sus manos horrorizado, sin dejar de temblar en su lugar ¿acaso él se ve igual? No, debe de ser aún más espantoso, porque escucha a la buscona gritar con singular emoción.

—¡Ahh! Eres lo más hermoso que he visto en mi vida! ¡Eres perfecto! ¡Mira tu cara y esas manos! —ella toma las ultimas entre las suyas y les dedica unos pronunciados besos.

El deformado niño se retraer en sí mismo soltando un chillido, resistiéndose a los extraños toques de la mujer.  Ella lo abraza y le dice dulcemente:

—Tranquilo. No debes de temer. He venido a salvarte de todo ese sufrimiento que te embarga.

No tardo en ofrecerle todo lo que le dijo al niño albino y manipular a los desdichados padres, asegurando una mejor vida para todos. En cuanto volviera de dejar al niño albino a Yoshiwara, vendría por él, dándoles a cambio una increíble cantidad de dinero para arreglar “cualquier molestia que hubiera causado durante su ausencia”.  

El niño vio salir de la casa a la mujer con una sonrisa y un rubor en las mejillas mientras los padres le agradecían su generosidad. Lo tomo de la mano muy contenta y se despidió de los señores de la casa. Cuando noto que el niño albino la miraba. La mujer le dijo encantada.

—Vez, eso es una verdadera belleza —suspira ensoñada—. Mi señor estará tan complacido cuando le lleve a esa hermosura. A comparación de ti —su sonrisa se borra y le jala de la mano para que camine más rápido—. Eres el más grande error del que he sido testigo. Debí dejarte en esa caravana. Pero ya. Cuando lleguemos a Yoshiwara no olvides lo que te dije que tenías que hacer. Tengo que venderte a como dé lugar. ¡Ah! Me hubiera gustado besarle la cara.

El niño albino no dejó de tocarse el rostro durante el resto del camino. Temeroso de que su aspecto fuera a un más grotesco, al de aquel dentro de la choza. Él jamás ha visto su reflejo pero eso explicaría porque todos lo miran con desprecio.

Para llegar al Yukaku el último día la buscona opto por viajar dentro de un palanquín para protegerlo del sol. Llegaron casi al anochecer e inmediatamente pidieron ver a la dueña de la casa. Sin embargo las sirvientas se lo impidieron, alegando que llegaba tarde y no tenía derecho a pasar. Agitada la buscona consiguió que entraran a la fuerza.  Así como le indico lo primero que hizo fue abrirse el kimono ante los boquiabiertos presentes y la dueña de la casa.

“Una Yuki-onna”

Escucho de un niño que alcanzo a ver con el rabillo del ojo que vestía kimono verde. 

¿Acaso eso es lo que es? Sabe que es un Yukai pero no sabe qué tipo de yukai es. Ese niño le llamo la atención.

Como se lo había pronosticado la buscona. La dueña de la casa pidió una audiencia en solitario con ellos. Y como le había enseñado le rogo por quedarse en ese lugar. Fue tan perfecto que la dueña no fue capaz de darse cuenta que en realidad él no podía hablar correctamente. Consiguiendo quedarse.

Su buscona ni siquiera se despidió de él después de que le pagaron.

A continuación fue llevado a otra habitación en donde había otros niños. A aquel niño de kimono verde lo regañaron de nuevo pero aun así está sonriendo. Quiere saber porque sonríe tanto. Pero quizás solo lo moleste si le habla.

El segundo chico en llamar su atención en su nuevo hogar fue aquel que fue escogido primero por el chico con prendedor de crisantemo en el cabello. Lleva un kimono azul y parece muy serio,  es solo un poquito más alto que él, pero la sensación que tiene al verlo, es más agradable que con los demás en la habitación.

El niño albino fue el último en ser escogido por alguno de los mayores. Quizás, si era un niño feo porque su nuevo hermano lo miro disgustado, lo tomo fuertemente del brazos e hizo que lo siguiera mientras hablaba.

—Ya escuchaste de ahora en adelante seré tu… hermano. Soy Nadeshiko. Trata de no darme muchos problemas. Y has todo lo que te diga. Ahora es muy tarde. Mira ya los demás están bajando para comenzar la noche y yo tengo que hacerme cargo de ti. A comparación de ellos yo no puedo perder mi tiempo.

Subieron a la habitación del mayor. Prácticamente lo aventó sobre un montón de cojines de colores y le dijo:

—Tengo que ir a trabajar. Cuando vuelva solo quédate callado y quieto. No quiero que me arruines nada —el niño no hizo nada, no dijo nada—. ¡Contéstame! ¡¿Entendiste?! —El niño asienta con la cabeza—. Sí que eres raro. Nada más hay que verte. Jamás había visto a alguien como tú. Con ese color de ojos y cabello… Es cierto. Supongo que debo de ponerte nombre. El que sea estará bien. No creo que dures mucho aquí —le mira de arriba hacia abajo—. Yuri.

—¿Yu… ri?

—Si. De ahora en adelante ese será tu nombre. Acostúmbrate.  

Nadeshiko cerró la puerta y se marchó.

El menor se quedó a oscuras, esperando, acostado entre los cojines. La sensación familiar de estar encerrado en su celda lo embargo. Sin embargo al estira sus brazos y piernas se da cuenta del espacio, lo cómodo de los cojines, el aroma agradable a incienso. Desliza sus manos a lo largo de su cuerpo tentando el suave algodón de su kimono rojo. Ya no era un simple yukai sin nombre. Ya es algo más, no está seguro de que, pero sabe que las cosas ya no serán como antes. Lo supo cuando Okaa-san le hablo como si fuera un ser humano. Cundo aquel chico que ahora es su hermano le dio algo que jamás le había dado otro.

—Yuri

Pronuncio su nombre. El suyo y de nadie más. Sonrió ligero, apenas una curva pequeña en su boca.

Los lirios blancos son flores  tímidas y frágiles que siempre miran hacia abajo. La tierra donde crecen son lugares donde el sol no alumbra… lugares estériles donde incluso las vacas se alejan. Los lirios son hermosos pero también son venosos. Porque todo aquel, los mira queda fascinado.

Notas finales:

Yuri (el lirio) en el antiguo lenguaje de las flores: Pureza, inocencia, ingenuidad, corazon tierno.

"Alegras mis dias" "Amarte me hace feliz"


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