Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El bucle de óbito por Ilusion-Gris

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Su cabeza daba vueltas; se encontraba desorientado, aturdido y muy asustado. No lograba procesar lo que estaba ocurriendo, pero un sentimiento que trepó hasta instalarse en su pecho le advirtió que no debía esperar nada bueno por muy ingenuo que fuese.

«Uno, dos, tres, inhala. Uno, dos, tres, exhala. Uno, dos, tres...», se obligó a controlar su respiración antes de que el pánico lo hiciera en su lugar.

No sabía cómo o por qué, pero algo andaba muy mal.

Un fuerte presentimiento —que aplastó sus pensamientos coherentes— le obligó a sospechar que guardaba relación con lo que había al final del puente, y que no debía escapar, ni retroceder hasta el punto donde cambiaba de dirección para dirigirse a casa, que el camino correcto estaba frente a él.

Sin embargo, el miedo paralizaba cada célula de su cuerpo —provocando que las palmas de sus manos estuvieran empapadas en sudor, que su corazón bombeara tan aprisa la sangre que corría por sus venas y que su piel se sintiera extremadamente sensible— ordenándole negarse a escuchar cualquier cosa absurda que iba más allá de su instinto de supervivencia; porque a pesar de que sabía que tal vez las cosas empeorarían, se levantó y corrió con la intención de ir a refugiarse a otro sitio.

Sus piernas, torpes y lentas, ahora se movían con una agilidad asombrosa que en ese momento no se detuvo a admirar, lo único que importaba era salir de allí, cuerdo, preferentemente.

Izuku no era valiente, tal vez algún día lo fue, pero ahora, el Izuku que día a día abría los ojos tenía el único propósito de seguir aferrándose a una existencia vacía, donde su lugar residía entre la esperanza y la resignación, en medio de dos conceptos opuestos que todo el tiempo tiraban de él hasta dejarlo sin nada.

¿Qué podía hacer él? ¿Apretar los puños y lanzarse en un acto de valentía con sus patéticas fuerzas de garantía? No, claro que no. Que un héroe de verdad se encargara de lo que sea que sucedía en ese lugar, él no era nadie. Un simple recepcionista para un par de personas, un empleado tímido para sus jefes, un chico mediocre para la sociedad, un hijo indefenso para su madre, después de eso, no era nada.

Corrió, pero no lograba avanzar, como si de pronto las calles se hubiesen vuelto más angostas y se alargaran infinitamente. Por más que daba largas zancadas, era como si por ello aumentara el triple la distancia que debía alcanzar, pero tampoco podía detenerse, por más que sabía que no estaba logrando nada. No podía hacer más que correr y correr, hasta ponerse a salvo, aunque esa palabra ahora parecía muy lejana e incoherente, tan solo pensarla le hacía sentir fuera de lugar.

En algún momento, cuando sus pulmones se sintieron vacíos, a punto de estallar de dentro hacia afuera, cerró los ojos para infundirse ánimos, para armarse poco a poco de valor y recordarse que no podía durar para siempre, que quizá era un mal sueño, de aquellos que lo atacaban con frecuencia los últimos años. «Todo estará bien, al abrir los ojos, esta pesadilla habrá terminado», se alentó a sí mismo.

Y entonces, lentamente, como cuando pierdes la mirada en algún punto del suelo, fue recobrando sus sentidos —que en realidad siempre estuvieron ahí—, solo para percatarse que seguía tirado en el suelo, a un tercio de aquel maldito puente que no era capaz de abandonar ni de cruzar.

«Dios mío, esto no puede estar pasando».

La calma que reinaba solo era un cruel verdugo que conseguía aumentar la desesperación que ya había invadido hasta el último rincón de su mente y cuerpo.

Bajó la mirada, y descubrió que sus manos estaban temblando; cansado, inútil y perdido. Ya no sabía lo que debía hacer, y aunque una parte de él seguía susurrando que llegara al final del puente, su estado actual se definía casi a la perfección con una sola palabra: catatónico.

¿Y si jamás lograba cruzar el puente? ¿Y si el tiempo se alteró por algún cambio en la gravedad entre planetas? ¿Y si era él el único en el mundo que se vio afectado por esa catástrofe cósmica?

—¿Te encuentras bien? —escuchó una voz suave y sintió un toque débil en su hombro.

Aquella frase, el sonido en sí, fue como un salvavidas que lo alcanzó cuando estuvo a punto de ahogarse.

—Yo... yo... —Levantó la cabeza en un movimiento que parecía perezoso.

Frente a él, de pie, había dos chicos. Lucían normales, sin mayor preocupación que la que ocasionaba verlo tumbado en la acera patéticamente.

«No puede ser».

Algo se quebró dentro de él y permitió que su rostro reflejara su pesimismo, dejándose ahogar por el más primitivo y oscuro sentimiento.

«Dios mío, Dios mío. ¿Qué puedo hacer para detener esta locura?».

Los chicos que se habían detenido para intentar ayudarlo, se miraron entre sí sin comprender qué sucedía. Vestían el uniforme de la academia U.A. Sin saberlo, su presencia solo oprimía más la poca cordura de la que Izuku se aferraba con uñas y dientes.

«Puedo decirle a ellos lo que sucede... ¿pero me creerán? ¿Podrán ayudarme?».

—Oye, ¿te duele algo? ¿Te lastimaron? —Uno de los estudiantes insistió y se agachó para observar de cerca el estado de Midoriya.

No pudo evitar sobresaltarse por la acción y habría retrocedido de estar de pie.

—Quizá lo asaltaron —murmuró el otro que se había quedado a la espalda de su amigo.

Tenía la mochila intacta colgando a su espalda, y no había ningún corte o herida que delatara que había sido atacado por algún villano. Lo único que les daba una pista era el celular que apretaba en su mano.

—¿Quieres que llamemos a alguien por ti? —Ofreció el que estaba junto a él, a la altura de sus ojos, transmitiendo una profunda y auténtica preocupación.

«Son unos niños... No debería involucrarlos».

Como pudo, negó con la cabeza y consiguió frenar sus tormentosos pensamientos. Estiró el borde de sus labios en una incómoda sonrisa y se puso de pie:

—Yo... estoy bien —dijo convencido de lo contrario.

Quería disculparse por asustarlos, pero no tenía ganas de seguir hablando. Sentía su pulso palpitar en sus oídos y decidió entregarse por completo al razonamiento que parecía todo menos sensato.

Caminó dejando atrás al par de confundidos estudiantes, y ni siquiera se fijó en lo que le rodeaba. Solo tenía que llegar al final, ¿cierto?

Podía hacerlo, aunque no sabía lo que debía esperar.

¿Y si no pasaba nada? ¿Si volvía a regresar? ¿Si estaba atrapado? Lo más saludable para su estado mental era dejar de pensar tanto, pero si llegaba a descubrir que hiciese lo que hiciese nada cambiaría, entonces se volvería realmente loco.

Solo debía continuar, pero el tiempo que perdió tirado y lamentándose en el suelo, cobró su peso y se desvaneció de nuevo.

[Crak, crak.]

Sentía su cráneo partirse, como grietas abriéndose camino hasta romperlo.

«Todo está bien, todo está bien, todo está bien...», repitió como un mantra que lo mantenía sosteniendo lo que quedaba de su juicio.

Al abrir los ojos, no le sorprendió regresar al inicio del bucle en el que estaba metido.

Aunque todo parecía reiniciar, sus fuerzas no lo hacían, su energía se drenaba con cada retroceso y el cansancio mental era tal que inconscientemente se levantó y retomó el camino.

Estaba acorralado, no, eso sería tener como mínimo una posibilidad de escapar; Izuku estaba a total merced de un destino caprichoso e incierto, siendo el tiempo su único dueño, el que decidiría cuándo había tenido suficiente diversión de él.

Con cada paso que daba, le llegaban imágenes del rostro dulce de su madre. ¿Ella era consciente de lo que estaba pasando? ¿Ella estaba metida también en un maldito bucle de tiempo? No, Inko no debería sufrir lo que él estaba experimentando. Que lo que sea que tiraba de los hilos solo se conformara con él, porque de otra forma todo se volvía más insoportable.

Para su propio bien, se forzó a pensar fríamente, a concentrarse y a moverse con la corriente, porque estaba en un río, que desembocaba donde una vez dio inicio y eso era una completa locura.

Quizá no podría salir jamás de allí, tal vez moriría por la presión que parecía incrementar en su cabeza, pero más le valía apartar cualquier idea o sentimiento que estorbara. Igual, si algo ocurría con él, el mundo nunca notaría la diferencia.

¿Quién lo extrañaría? Su preciosa madre no merecía a alguien como él, que más parecía una carga que un hijo. Estaría mejor si no existiera, ya no tendría que preocuparse por su futuro poco prometedor, por sus repentinos ataques de depresión y ansiedad, por mantener desgastantes conversaciones donde intentaba demostrarle que había algo más allá de los héroes, ya no tendría que cerciorarse de que tuviera sueños agradables. Sin embargo, tampoco merecía hacerle pasar por su pérdida, dejarla atrás mientras él se abandonaba a la gélida inconsciencia eterna, y a ella le dejaba una cruda realidad que debía enfrentar día tras día.

Sin detenerse, sin distracciones, sin mirar nada más que el asfalto húmedo y gris que se extendía a sus pies, continuó avanzando.

Las voces se apagaron. Ya no pensaba en nada, incluso el dolor de su cabeza era un murmullo lejano, una sombra que existía, pero ignoraba. Y lo demás parecía no importar.

A pesar de que no iba muy rápido, consiguió avanzar más de lo que había logrado las veces anteriores, y cuando ya estaba vislumbrando el final, se detuvo.

¿Era un sueño? ¿Por qué estaba soñando esto?

Estaba siendo engañado por su propia mente, ¿cierto?

Aquella paz, que parecía mezclarse con el viento, hasta el punto que podías respirarla y retenerla en los pulmones por un momento, que ocasionaba que el cielo —cada vez pintándose de un azul más oscuro— se tatuara en la retina para que resultara imposible notar la anormalidad que ensuciaba la realidad; aquella paz era la más grande farsa si lo que veía realmente estaba sucediendo.

¿Por qué lo veía perder el color de su rostro y a sus labios volverse violáceos?

Sin ser consciente, estiró la mano y sus dedos se separaron dolorosamente. Si tuviera una particularidad, si fuese un héroe, si poseyera el valor...

Cierto, hace años que el hilo que los unió se volvió tan delgado hasta romperse.

Al principio era un sólido lazo, atando las muñecas de dos niños que compartían el deseo de convertirse en héroes —para serlo con una sonrisa en el rostro, porque siempre el bien triunfaba—, pero conforme pasaba el tiempo, uno se volvió fuerte y el otro, simplemente, nunca se transformó, seguía siendo el niño que solo aspiraba, solo soñaba. Sin embargo, los días transcurrieron, volviéndose semanas, meses, años y Midoriya se quedó al fondo, en una esquina, observando como todos seguían por caminos brillantes, y él, él solo se quedó allí, con una mano sosteniendo su codo en una postura que denotaba su incomodidad y soledad.

Hace tanto que no lo veía, no volvieron a cruzarse, ni por accidente o casualidad, eso no aplicaba para ellos, ya no existía nada entre ambos, ni un fino hilo que los relacionara, ni siquiera el recuerdo era suficiente para que se girara a mirarlo, después de todo, él no era nadie.

Aunque deseaba con fuerza serlo.

El otro tenía todo lo que quería, un quirk poderoso, un espíritu inquebrantable y una sonrisa victoriosa para exhibir.

Los ojos color carmín, que antes acostumbraba apreciar, ahora perdían brillo y sus párpados cedían para ocultarlos.

No lo sabía, pero daría su vida para impedirlo.

A unos metros, en la acera opuesta, veía a un hombre tocando con los dedos índice y corazón de ambas manos las sienes de un joven terriblemente familiar.

«¡Detente!».

Quiso gritar al hombre que apagaba su vida con aquel delicado toque, decirle que lo dejara en paz. Pero el tiempo se terminó, y no tuvo más alternativa que regresar.

Está vez se encontró con la cara pegada al suelo, más desorientado de lo que alguna vez recordó sentirse. 

Por un instante olvidó qué hacía allí, pero fragmentos de todo lo que había experimentado atrapado en el lapso de tiempo que se repetía una y otra vez le atacaron sin consideración.

Con sus manos y piernas se impulsó para ponerse de pie y correr a ayudar a Katsuki. 

Si de algo servía estar metido en esto, sería que no dejaría morir al chico. Ni siquiera podía llamarlo amigo de infancia, sentía que no tenía el derecho, pero eso no impediría que intentara ayudarlo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).