Hogwarts estaba sufriendo un nuevo episodio digno de estudio.
Todas las parejas habían roto y un clima de desánimo inundaba las aulas, pasillos y dormitorios en otros momentos llenos de risas, confidencias y palabras de amor.
Pero a Harry no podía importarle menos, la culpa era de Draco y sus mentiras; de Draco y sus encantos veelas; de Draco y de haberle roto el corazón en pedazos.
Le daban igual las palabras de Dumbledore, mucho menos las de Snape, no le importaba lo que dijera Hermione y los silencios de Ron.
Le daba igual que Draco pensara que perdería a su familia, que les esperaba la más atroz de las muertes.
Le daba igual porque como ya había dicho a todo el que le tocó los cojones con el tema. Él, si Draco hubiera confiado en él, se hubiera entregado voluntario. Así de idiota era, así de loco estaba por él.
Pero que le engañara, que le traicionara como a un pelele, eso no se lo perdonaba.
Draco nunca le había dicho que le quisiera o mínimamente lo que sentía por él, solo reía, le besaba, batía pestañas y alas de un modo encantador.
No le embaucó con sus encantos veelas, por el simple hecho de que Harry era inmune a un montón de mierdas, joder, sobrevivió a un avada.
Pero Draco lo había tratado de manipular todo el tiempo. Y había tenido ayuda, ahora lo veía claramente. Snape le había allanado el camino, le había ofrecido a Harry en bandeja. Como un cochinillo con su manzana y todo en la boca. Y él se había enamorado como un imbécil.
Harry se negó a volver a sus detenciones para mezclar caca de dragón con otras asquerosidades varias. Snape no tuvo huevos de obligarle.
Ron y Hermione estaban peleándose y Harry estaba harto, incluso le habían acusado de provocar ese clima rechazando a un veela.
Bien, bien, ahora resultaba que sí creían que Draco les influía y no cuando andaba absorbiéndose el cerebro a besos.
Las escenas eran muy similares, broncas, grescas, llantos y traiciones. Oh, ya no parecían estar en celo. La parte retorcida que habitaba en el corazón de Harry se frotó las manos.
Eso les pasaba por haber sido tan tontos como él y fiarse de otras personas.
El problema, porque siempre había un problema, es que no podía dejar de pensar en Draco. Normalmente para maldecirle mentalmente, pero otra parte de él, la que le quería, la que le lloraba pidiéndole que le perdonara. Esa cosita arrastrada a la que se negaba a escuchar, solo pensaba en él. Y en como hacía días que no le veía, y en lo gris que estaba la última vez.
Pero eso ya no era asunto suyo, había hecho un esfuerzo horrible por no mirar el mapa, por no investigar/acosar al rubio.
No era asunto suyo, su madre ya estaba a salvo en una casa que le pertenecía a Harry. ¿Qué más quería?
Y sin embargo, su cosita penosa decía que el veela estaba mal, y su cosita penosa era muuy pesada.
Sin rumbo fijo acabó en las puertas de la enfermería, no le hubiera venido mal una pomadita para su corazón roto. Pero no era tan tonto, bastante sí, pero no tanto como para no darse cuenta de por qué había ido allí.
Entró sin hacer ruido para ver a Draco junto a dos de sus slytherin, Zabini y Parkinson, ya no de un tono gris, sino blanco, completamente blanco.
Ellos le miraron de un modo acusador, mandaba huevos, ¡a él!
Pero les ignoró y se fijó como aún con los ojos medio entornados, Draco le estaba mirando. Sus ojos por lo normal de un bonito color gris plata, también estaban blancos, y Harry se asustó, realmente se asustó.
—Draco—le llamó Harry, pero este solo se encogió de dolor.