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Notas del fanfic:

Saint Seiya es obra de Masami Kurumada

Establecido previo a los sucesos de las doce casas.

Afrodita de Piscis vivía como una princesa de cuento de hadas encerrada en su torre. Salvando las diferencias de que él era un joven sin apellido y su «dragón guardián» era un jardín de rosas; además, su encierro era totalmente voluntario y no aguardaba por un príncipe que llegase para «liberarlo».

¿Por qué lo hacía?

Porque Afrodita prefería mil veces que las personas admirasen su belleza, su fuerza, antes que a él mismo. La mayoría del santuario ni siquiera había visto su rostro, sino la silueta de su armadura en la lejanía junto al aroma a sangre dulce que solía desprender de él al regresar a las doce casas tras cumplir con su deber.

Además, no era un joven sociable y su apariencia solo causaba que los demás buscasen acercarse a él inventando hasta las más ridículas excusas que se podrían urdir. Por supuesto que a veces hacía uso de esto a su favor aunque el resto del tiempo resultase un incordio.

Como mínimo, el resto de santos de oro eran demasiado orgullosos como para cometer tales tonterías.

Y de entre sus hermanos de orden, Shaka de Virgo parecía ser el menos interesado en «rebajarse» al nivel de los demás; esto incluía el relacionarse con Afrodita y al santo de Piscis le parecía bien. La belleza de Shaka era divina, no mortal, así que no tenía sentido que buscase ensuciarla con las sangrientas espinas de las rosas.

Cierto era que Afrodita tenía un sitio privilegiado en el santuario, no solo por ser el último bastión de defensa en el tablero, sino porque desde su casa solo debía estar de pie en la entrada y bajar la vista para contemplar el terreno en su totalidad. El descenso de las doce casas, el camposanto, los sectores de entrenamiento para soldados y las arenas de santos, inclusive, si escudriñaba los ojos, podía confirmar el estado del pueblo bajo donde los civiles fieles a Atenea residían.

Cierto era que Afrodita a veces observaba a Shaka meditar en espacios fuera de su templo y, similar a su propia situación, la gente no tardaba demasiado tiempo en reunirse en torno a él. Al inicio el santo de Piscis consideró una lástima que su hermano se exhibiera de manera tan mundana e hiciera a las personas creerse merecedoras de su presencia, mas el tiempo transcurrió y Afrodita notó con agrado que las personas quienes meditaban junto a Shaka se sentaban siempre a la misma distancia respetuosa… En la única ocasión en que se acercó a ellos, regresando de una misión, descubrió con alivio las miradas embelesadas de los pocos que mantenían los ojos abiertos y el silencio sepulcral que solo la voz de Virgo derrotaba.

El último arconte aceptó la situación como «natural» y se limitó a suponer que Shaka gustaba de sentirse como un dios entre los hombres.

El joven hindú se veía hermoso, como un pequeño sol brillando en medio del lago de lotos.

Teniendo todo lo mencionado en cuenta, Afrodita de Piscis se encontró paralizado una tarde en que halló a Shaka de Virgo en su jardín, de cuclillas sobre las rosas diabólicas. Su liso cabello dorado caía como una cascada sobre el manto de sangre. Parecía un muchachito intrigado por unas flores que jamás  había visto antes (pese a tener que pasar entre las rosas cada vez que el patriarca llamaba por él).

Afrodita sintió su rostro enrojecer cuando recordó que Shaka de Virgo, probablemente, jamás había «visto» su jardín y, esto era seguro, sabía que él estaba detrás suyo como una estatua. Aún así, al mayor le tomó algunos segundos recobrar la compostura y encarar a su hermano.

—Virgo. Es extraño que te detengas aquí —no tenía sentido recordar a su hermano que también era peligroso, pues ése era el tipo de cosa que no podía olvidarse.

Shaka se levantó de su sitio y, sin dar media vuelta, alzó su mano derecha; misma que sostenía un pétalo carmesí.

—No tengo intención de importunar, Piscis. Me marcharé en cuanto lo pidas… No sabía que podían marchitarse —expresó el más joven, finalmente volteando para ofrecer el pétalo a Afrodita. Sus ojos, como cabía esperar, estaban sellados.

El mayor tomó el pequeño pétalo con nimio interés, para dejarlo caer sobre los peldaños casi al instante. Sus rosas solo eran fuertes cuando estaban vivas y los pétalos marchitos les restaban belleza. En todo caso, aquello le servía de recordatorio para inspeccionar que no hubiesen llegado plagas junto a la primavera.

—Por supuesto que marchitan, mismo que cualquier otra flor en éste mundo, Shaka.

Quizás fuera porque el joven aguardaba una respuesta más impresionante, o quizás porque era extraño para ellos llamarse por sus nombres de pila. Sin importar la razón, Afrodita sintió pánico cuando los ojos de Shaka lo miraron fijamente, como si fuese capaz de ver a través de su persona.

El nórdico había olvidado, si alguna vez lo supo, que eran tan azules como el cielo.

—¿Incluso estas, cuidadas por las manos de un santo dorado, deben marchitar? —la tristeza en la voz del joven preocupó al mayor más que su expresión irritada al volver a cerrar los ojos.

No tanto por el sentir en sí mismo, sino porque se decía entre los moradores de las doce casas que lo único que lograba ensombrecer el temple de Virgo era la ignorancia.

De alguna manera, llámese premonición o instinto, el arconte de los peces celestes supo que aquella no sería la última vez que el guardián de las horas visitaría su casa.

—Si tanto te molesta, Virgo, te pediré que regreses a tu templo y dejes de insultar mi jardín.

Como había prometido, Shaka se marchó sin renegar, atendiendo su petición.

 

 

 

Del dicho al hecho, dos meses después, Shaka de Virgo estaba en el jardín de rosas una vez más.

Afrodita de Piscis lo observaba cada tanto mientras él mismo cortaba los troncos secos de los arbustos. Shaka no estaba acostumbrado al trabajo manual ni al sol del mediodía en la cima del santuario, aún así, parecía más dispuesto a luchar contra las plagas hasta desfallecer antes que solicitar un descanso.

En verdad, limpiar las hojas y tallos de un jardín tan grande era una tarea tediosa y Afrodita apreciaba la ayuda con sinceridad. Así que el señor de la casa decidió dar por terminado el trabajo del día cuando Shaka se quitó el sombrero para darse aire y resultó imposible no notar lo rojas que estaban sus antebrazos.

—¡Shaka! —llamó su atención guardando las tijeras de poda en su cinturón—. Vamos adentro, es suficiente por hoy.

—Pero aún ha-

—¡No te hagas ilusiones! Mantener un jardín no es trabajo de un solo día, incluso si terminases con la limpieza hoy, mañana volverían a necesitarla —fue lo más directo que pudo para persuadir a su hermano de acompañarlo al interior del templo y, por suerte, funcionó—. Quiero ver tus brazos.

—Están bien —aunque Shaka, de hecho, cubrió las manos tras su espalda al entrar.

—Si no me los muestras, no te permitiré entrar en el jardín de nuevo —lo cierto es que Shaka no debía entrar para empezar, pues el veneno era peligroso aunque llevase puesta la máscara de la armadura de la Virgen para bloquearlo.

Finalmente el joven cedió y el mayor pudo juzgar, con cierto alivio, que el sonrojo en su piel no se debía a cortes superficiales o hinchazón, sino a irritación por la luz solar.

—Tengo ungüentos para evitar que la quemadura se convierta en piel muerta —advirtió tras sentir los brazos secos del menor—. Sígueme.

Shaka, muy similar a como ocurría con el vecino santo de Acuario, siempre fue un niño muy inteligente. Afrodita aprendió que no debía tratar a los sabelotodos con menos firmeza que al resto solo por temer una discusión (que muy probablemente ni llegaría a estallar).

El mayor sentó a su hermano en el comedor y le permitió tratar sus propias heridas mientras él iba a preparar algo de tomar. Había pocas cosas que ofrecer en su templo, principalmente porque Shaka anunció que estaba en mitad del ayuno, pero Afrodita argumentó que seguro no había previsto pasar cuatro horas laburando bajo un cielo sin nubes y al fin logró que accediera a beber té en su casa antes de volver a la propia.

Por lo general, cuando Shaka regresaba de una reunión con el patriarca, se había hecho a la costumbre de charlar un poco con Afrodita sobre las rosas y aquella mañana, al encontrar al mayor en el jardín en lugar del templo, decidió ofrecer una mano.

A Piscis le parecía divertido, que el hombre más cercano a la divinidad se mostrase interesado en unas flores mortales y en su particular concepción de la «belleza».

Shaka a veces se ruborizaba cuando Afrodita le recordaba que, para él, era uno de los hombres más hermosos en la Tierra. Como si no estuviese acostumbrado a los cumplidos o, más bien, no pudiera hacer oídos sordos a los cumplidos de su anfitrión como tendía a hacerlo con los del resto.

Cuando el señor de la casa regresó al comedor con una vaso de té frío en cada mano, se perdió un momento al observar a su invitado descansando en la silla, pues aunque Shaka mantenía la vista oculta, parecía estar observando más allá de la ventana (seguramente atraído por la luz que las finas cortinas no podían bloquear).

—¿Afrodita? —al oír su propio nombre, el santo de Piscis recordó que no estaba alucinando y no podía continuar bajando sus manos si no deseaba tener que limpiar un desastre más tarde, pues el peso que sentía en ellas no era psicológico.

—Disculpa la tardanza —respondió asegurándose de hacer ruido al depositar el vaso frente a Shaka para facilitarle la bebida.

El santo de Virgo asintió en silencio y se dispuso a beber con calma. Piscis lo imitó con la esperanza de que su té favorito lo distrajera de seguir mirando a su hermano como si fuese una pintura a tamaño real, con pocos resultados.

Pasado el tercer sorbo de Shaka, incluso más lento que los anteriores, el guardián de las horas abrió los ojos.

—Piscis, quizás debí preguntar antes, pero, ¿con qué está hecho el té?

Afrodita tardó algunos segundos en comprender la preocupación latente de Shaka al realizar aquella pregunta. Una vez lo logró, ocultó su risa tras su mano derecha.

—¿Crees que me harté de tus comentarios y finalmente decidí envenenarte? —lo cierto era que la idea había pasado por su cabeza en alguna ocasión—. Aunque así fuera, créeme que tengo maneras más sutiles y menos incriminatorias de hacerlo que ofreciendo una bebida en mi propio templo —notó que Shaka se tranquilizó ante esas palabras—... Es una mezcla de hierbas que compro en el pueblo bajo cada vez que regreso, la señorita que las prepara tiene una sonrisa preciosa y un talento nato para preparar infusiones. La de rosas es mi preferida, pero, podrías probar otras si te ha gustado.

Shaka lo observó fijamente mientras explicaba, quizás con recelo a causa del susto, y apartó la mirada hacia la ventana (ahora contemplando el sol con los ojos abiertos) cuando terminó.

—Tal vez lo haga —resolvió el joven hindú, ocupándose con la bebida una vez más.

Afrodita ocultó su sonrisa tras el vidrio pintado de su vaso.

 

 

 

Afrodita se sorprendió a sí mismo cuando cayó en cuenta de que un «príncipe» había derrotado a su dragón e invadido su torre, no tanto por el hecho en sí, sino porque resultaba ser que no le importaba.

Hacía demasiado tiempo que se había acostumbrado a la soledad y al corazón roto que se escondían dentro de su pecho. Pero la insistencia de Shaka por interesarse en él más allá de su apariencia; en sus ideas, en su poder; iluminó los pensamientos más tristes de Piscis y provocó que las rosas florecieran más bonitas que nunca (cosa que Afrodita advirtió con cierta vergüenza).

Cuando Shaka se presentó en su casa una mañana sosteniendo una bolsa de hierbas, Afrodita le dio la bienvenida sabiendo que el joven no buscaba atravesar su templo para llegar hasta la morada del patriarca.

—No he visto su sonrisa —admitió el santo de Virgo mientras Afrodita ponía el agua a hervir—. Pero su voz sonó sincera y sus acciones demostraron amabilidad.

—Es un poco cruel de tu parte dejar que la gente piense que no puedes ver, ¿lo sabías? —Afrodita estaba feliz, de cualquier modo, pues que Shaka bajase al pueblo tan temprano solo por su recomendación era como una muestra de buena fe.

Aunque su charla se detuvo un tiempo considerable en aquél punto.

El santo de Piscis se ocupó buscando los vasos y cucharas para medir el té, apenas dedicando miradas de soslayo a su hermano de orden mientras iba de un lado a otro. Shaka parecía estar pensando en algo y cuando Afrodita se disponía a clarificar que su comentario había sido nada más una broma, el hindú se prestó a hablar.

—¿Te has acostado con ella?

El instinto de Piscis superó a su racionalidad, por lo cual una rosa había surcado el aire justo frente a la nariz de Shaka (porque éste había echado atrás la cabeza a tiempo) antes de que el propio hombre hubiese volteado para encarar a su ofensor.

Shaka parecía más confundido todavía y Afrodita consideró la idea de lanzar la nueva rosa que había aparecido en su mano antes de resolver tan solo apuntar con ella. Shura de Capricornio le había enseñado la belleza de la paciencia (y lo mucho que representaba una virtud sacra cuando Máscara de Muerte de Cáncer estaba involucrado).

—Shaka, explícate.

El joven hindú le devolvió la mirada como si no hubiese dicho nada malo, desprovista de intenciones de un enfrentamiento.

—Tú jamás hablarías bien de alguien a quien no consideres hermoso, Piscis, de alguien a quien no admires aunque sea en lo más mínimo. Creo que es una muchacha dulce y, cuando le pregunté por ti, me dio la impresión de que hablaba como una joven enamorada.

Afrodita ni siquiera gastó demasiado pensar en el hecho de que Shaka preguntó por él a una completa extraña. Eso no lo disculpaba.

—Los niños se enamoran con facilidad, sobretodo cuando se encuentran con alguien que supera sus estándares —eso podía disculparse—. Pero, Shaka, ¿cómo se te ocurre sugerir que me he acostado con una niña de trece años para enamorarla? Explícame.

Para mayor consternación del nórdico, la mirada del hindú se cargó con una vergüenza distinta a cualquiera que hubiese demostrado antes, una que parecía causarle dolor.

—De donde vengo, ya podrías haberla desposado.

Una explicación corta y sencilla que, más allá de disgustar a Afrodita, le recordó que no todo el mundo compartía sus ideales o moral y que la fealdad podía ensuciar incluso la mente más pura. Negó con firmeza una última vez ante la idea de Shaka y devolvió su atención al agua sobre el fuego.

—Lo lamento —era aquella la primera vez que el santo de Virgo se disculpaba por su actuar, aunque no hubiera sido la primera en que éste irritara a Piscis—. Debí pensar más en ti que en mi paranoia.

—... No importa. Dudo que alguno de nosotros haya tenido una infancia libre de preocupaciones. Siento haberte atacado.

Pero Afrodita oyó los pasos de Shaka aproximarse antes de que el joven llegara a pararse a su lado.

—Afrodita, por favor, mírame —el señor de la casa así lo hizo—. No deseo lastimarte, no fue mi intención insultarte, en serio lo lamento —el arrepentimiento de Shaka era tan sincero que sus ojos, poco usados para expresarse, lograron interpretarlo.

El santo de Piscis alzó una mano al rostro ajeno, pues incluso así, deformado por la expresión de congoja, lucía como una obra de arte.

—Lo entiendo, no te preocupes por ello. Tan solo no lo vuelvas a hacer —cuando se disponía a regresar con su tarea, Shaka asió la mano que acababa de ocupar su rostro.

—Aún así, por favor, sé sincero conmigo Afrodita. ¿Estás enamorado?

La pregunta paralizó al santo mayor. La mirada de Shaka era severa. Era tan hermoso que Afrodita no pudo evitar que su corazón latiese más rápido aunque su mente no pudiera seguirle el ritmo.

—Sí, lo estoy —admitió el mayor, librándose del agarre de su hermano—. Nunca hubiese osado adoptar el nombre que llevo si no lo estuviera.

Shaka dio un paso hacia él, dejando sus rostros a solo un palmo de distancia.

—¿De quién estás enamorado, Afrodita de Piscis?

El mayor retrocedió y bajó la mirada. No deseaba que aquél hombre divino descubriera lo pútrido que su corazón era en verdad, pues no habitaba bondad ni nobleza en un hombre dispuesto a olvidar al amor de su vida. La vergüenza lo apenó al punto de la mudez.

Fuera como fuera que Shaka interpretase su silencio, con lástima o con repulsión, acabó abandonando el templo de los peces celestes sin siquiera una despedida.

Afrodita se dio cuenta de que estaba llorando cuando el agua empezó a hervir y notó que la mezcla de hierbas comprada por Shaka había sido olvidada sobre su isla.

 

 

 

Era poco común que el santo de Acuario estuviese en el santuario; no tanto que lo primero que se le encargue fuera redactar los informes de sus hermanos.

—¿Bajas?

—¿Debía contarlos?

—Sería bueno que lo hagas. Contamos los cuerpos durante la limpieza, pero, cuántos han sido obra tuya y cuántos fueron p-

—Me parece que diecisiete.

—Muy bien.

Afrodita rodó los ojos ante el comentario carente de emoción de Camus. Al menos era divertido que se esforzara por llenar los silencios brutos que de más joven plagaban sus conversaciones (que parecían más bien monólogos de quien fuera que hablase con Acuario).

El guardián de la abundancia era guapo, como todos los santos de oro, pero faltaba en él cierta sustancia, cierta luz que hiciera resaltar su belleza.

—¿Algo más? —cuestionó Afrodita cuando notó que Camus no solo guardaba silencio, sino que también había dejado de escribir.

—Sabes que no, tu informen está en orden y su Ilustrísima lo apreciará —Afrodita le devolvió la mirada desinteresada que el menor alzó de los escritos—... ¿Has rechazado a Shaka de Virgo?

La pregunta sacudió por completo el desinterés del rostro de Piscis.

—¿Ha hablado contigo?

—No es eso. Tengo entendido que subía a menudo y no fueron visitas espontáneas las que hizo la última vez que estuve aquí —Afrodita supuso que Milo o Shura debieron ser incapaces de contener su curiosidad por más tiempo—. Pero ya no sube.

—Si viene o no, es decisión suya, ¿no lo crees?

Afrodita se puso de pie y su hermano no tardó en hacer lo mismo, guardando el papeleo bajo un brazo. Tal vez era una reacción un poco infantil, pero, Afrodita simplemente no se encontraba de humor para tener una conversación seria sobre sentimientos con alguien como Camus.

Aunque, opuesto a la rutina, Acuario pareció ver la necesidad de tener la última palabra en aquella despedida.

—Tu jardín últimamente es más sombrío y aterrador que nunca, Piscis. Concuerdo contigo en que es decisión de Virgo el subir o no, pero, he oído que tú jamás has bajado al sexto templo.

Afrodita escudriñó los ojos y dio media vuelta para volver a ingresar en su casa en lugar de responder a las acusaciones de su hermano. La cobardía era un pecado horrible.

 

 

 

Afrodita de Piscis no podía ser un cobarde, aunque tampoco podía permitirse ser un idiota. Su hermano de armas había sido sincero en su querer y él debía responder de igual modo, fuera para aceptarlo o rechazarlo.

—¿A qué has venido? —cuestionó Shaka al ingresar a su propia casa, donde Afrodita aguardaba su llegada.

Había pasado algunos días planeando aquella visita y lo que diría de ser bienvenido a hablar, mas el nórdico se encontró con que solo la verdad luchaba por salir de sus labios.

—Vine por ti —resolvió el mayor, ocultando un mechón de cabello tras su oreja izquierda—. Si no deseas verme, lo entenderé y me marcharé en cuanto lo pidas —repitió viejas palabras que resurgieron en su memoria.

Shaka de Virgo lo miró cuando las puertas del templo se cerraron. El cielo de sus ojos brillaba tanto como la última vez que Afrodita tuviera la fortuna de contemplarlo.

—Te ha tomado tiempo —comentó como si fuese un hecho designado por el destino que ocurriría tarde o temprano.

—Matar un viejo amor lleva tiempo… Mira —como un mago, Afrodita invocó una de sus rosas diabólicas y la sacó por detrás de su espalda—. Durante el otoño la mayoría iba a morir de cualquier modo, así que decidí sacar de una vez las rosas que mi antecesor había cultivado y plantar nuevas.

—El anterior Piscis —Shaka se acercó a observar el brote de rosa.

—El hombre que me enseñó el significado de la belleza, el mismo que me arrebató el corazón y lo plantó en su jardín. Mi primer amor —si la vida fuera un cuento de hadas, su maestro habría sido la bruja que lo condenó a vivir encerrado en la torre.

—¿A tus ojos, soy merecedor de tal sacrificio? —Shaka tomó la flor y la acercó a sus propios labios sin un ápice de temor.

Afrodita sonrió ante el gesto pues fungía como una aceptación de sus sentimientos, por más crueles que éstos pudieran ser. El anterior Piscis llevaba una década muerto y Afrodita cuidó de su jardín con sus propias sangre y lágrimas con la idea de que la mayor belleza en el mundo estaba en el rostro del amor, mismo que su diosa promulgaba.

Le llevó un otoño convencerse de que superar un amor no equivalía a traicionarlo.

Le llevó un otoño de observar a Shaka desde la lejanía entender que el santo de Virgo era demasiado brillante como para que la ponzoña de Afrodita pudiera apagar su luz.

Un otoño para entender que dicha luz era la belleza de un amor que Afrodita añoraba como una princesa en desgracia añora la llegada de su príncipe azul.

Cuando Shaka bajó la rosa, Afrodita se acercó con lentitud, permitiendo el rechazo innecesariamente pues el más joven lo tomó en un abrazo y lo besó como si llevara una vida aguardando por el permiso para hacerlo.

Quizás así había sido.

Afrodita temía imaginar los pensamientos que corrían por la cabeza de Shaka, porque el hombre más cercano a la divinidad no podía pensar como un mortal. Mas no pudo sino sentirse agradecido porque un hombre tan opuesto a él mismo, señor de un jardín cubierto de muerte, estuviera dispuesto a complementarlo.

Los caballeros sonreían al separarse y no pudieron quitarse la mirada de encima el uno al otro durante el resto de aquella velada.

 

 

 

Resultó ser que el mortal jardín de la doceava casa del zodíaco nunca se había visto tan hermoso como durante su florecer en aquella primavera.

 

Notas finales:

Como la historia anterior (caída) es una reintepretación de un escrito más viejo (de hecho, es la segunda de ése).


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