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He reencarnado siendo carne de cañón por fuyumi chan

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Notas del capitulo:

Gracias por leer y gradaseria sus comentarios para mejorar.


¿Alguna vez has leído esas novelas cliché de transmigración a un mundo de fantasía? En estas historias, los personajes reencarnan en mundos ficticios después de su muerte. Aunque son comunes, también son adoradas. En la mayoría de estas narrativas, los transmigrados asumen el papel del héroe o del villano, buscando redimirse y evitar su destino fatal. Algunos incluso se encuentran en la piel de personajes secundarios que, con el tiempo, se convierten en protagonistas.

Siempre critiqué este tipo de trama por su repetitividad, pero, irónicamente, terminé enamorándome de una novela con esa misma premisa. Su título era “Lágrimas de Dragón”. Me cautivó especialmente cuando se presentó el principal interés amoroso de la protagonista. Al final, me encontré leyendo la novela una y otra vez, obsesionada con el “husbando” algo que nunca creí posible.

El protagonista masculino era un auténtico espectáculo, un “husbando” de primera que lograba derretir mi corazón a pesar de la trama un tanto absurda y la heroína que, en mi opinión, merecía morir en más de una ocasión por su estupidez. Pero, ¿quién puede resistirse a un hombre oscuro, dominante, obsesivo, frío y dispuesto a mover cielo y tierra por la mujer que ama? Sí, suena a un montón de red flags y, sí, quizás era un poco, o bastante, TÓXICO. Pero, ¿quién se preocupa por eso cuando tiene el carisma de una estrella de rock y el atractivo de un modelo de pasarela? Me convertí en su fan número uno desde el momento en que apareció en escena. Y sé lo que estás pensando, que soy un virgen sin remedio por apreciar ese tipo de personajes. Y sí, tienes toda la razón. Pero, amigo mío, es solo ficción. Puedo disfrutar de lo que quiera o al menos eso pensaba, antes de morir.

Permíteme presentarte una de las ironías más hilarantes de la vida, una que me llevó a morir de la manera más estúpida que puedas imaginar. No, no fue un camión-chan ni nada por el estilo. Eso habría sido demasiado digno para mi destino. En cambio, me autodestruí por accidente. Sé lo que estás pensando: ¿cómo alguien puede suicidarse por accidente? ¿Cómo se puede lograr tal proeza y hazaña inimaginable? Permíteme contarte cómo todo esto fue culpa de una astuta rata a la que intenté matar con un bocadillo envenenado.

He aquí el giro de tuerca del destino macabro: en un acto perverso, por alguna razón, terminé comiendo ese bocadillo después de llegar a casa en un estado de embriaguez. Sí, la maldita rata resultó ser demasiado inteligente para caer en la trampa, y yo, bueno, resulté ser el tonto que cayó en su propia trampa. Así que, en el marcador final, quedó Rata 1, Erin 0. A veces, la vida nos juega las peores bromas.

Después de aquel incidente, todo se volvió más oscuro que un thriller de misterio o una serie de asesinos seriales. Aparentemente, morí, pero luego descubrí que no fue así. Me encontré con un ángel bastante imbécil en todo el sentido de la palabra, y este decidió castigarme por mi “suicidio”. Según su lógica celestial, el suicidio es un gran no-no, así que me vi condenado a una especie de castigo divino. Sí, yo, un ser insignificante sin ningún aporte a la humanidad, fui castigado por quién sabe qué motivo.


Al reencarnar, me encontré en el universo de mi novela favorita, “Lágrimas de Dragón”. Pero, ¡oh sorpresa! No me convertí en la heroína principal, ni en un villano, ni siquiera en un personaje secundario o un extra. ¡Nada de eso! Me convertí en el desafortunado personaje de fondo que siempre muere primero en las “épicas” batallas. En resumen, soy la carne de cañón. Y, por si eso no fuera suficiente, fui “bendecido” con la inmortalidad, lo que significa que revivo cada vez que muero y me veo constantemente forzado a unirme al ejército.


¿Por qué no pude simplemente enamorarme de una novela romántica convencional y vivir una vida tranquila?

 
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Capítulo 1: El Comienzo de la Obsesión


“Muerte número 220, ¿cuándo terminará esta absurda y maldita guerra?” murmuré con un gorgoteo, emergiendo de las profundidades del infierno como un espectro, después de que mi cabeza completara su lenta regeneración. Estaba cansado de todo, pero al menos en esta ocasión, los idiotas habían sido lo suficientemente perezosos como para no enterrarme ni amontonar piedras sobre mí. Agradecía ese trato indigno hacia los caídos, porque nadie debería experimentar la sensación de revivir bajo tierra. La primera vez que sucedió, me ahogué tres veces antes de poder salir. Ahora, con práctica, evitaba la muerte, pero innegablemente, seguía siendo una molestia constante. Sin embargo, ser sepultado bajo una montaña de rocas siempre resultaba en al menos una muerte antes de lograr escapar.


Con furia, levanté la mirada hacia el cielo mientras maldiciones brotaban de mis labios en dirección a los dioses. “Si tanto ansiabas morir despreciando la vida que te otorgó nuestro creador, entonces estarás condenado a revivirla eternamente”, fueron las palabras de aquel maldito ángel antes de maldecirme con este poder infernal y dotarme de una apariencia andrógina y frágil. Ha pasado un año desde mi ridículo castigo, y lo único bueno de esta reencarnación sin duda era él.


Dean, Dean, Dean, el objeto de mi obsesión. Superaba con creces las descripciones e ilustraciones oficiales. Era la encarnación de lo que debería ser un hombre en toda su gloria: su piel bronceada, su melena oscura, sus músculos esculpidos y esos ojos dorados capaces de hacer perder la cordura a cualquiera. Era la masculinidad personificada. A pesar de sus habilidades como guerrero excepcional, algo inalcanzable para mi débil cuerpo, su personalidad era muy diferente de la imagen fría y estoica que la novela siempre retrataba.


Era increíblemente amable, siempre me regalaba una sonrisa cálida en cada breve encuentro. Sus gestos de bondad eran como rayos de luz en medio de la dura realidad de mi destino. ¿Cómo alguien tan encantador pudo alguna vez ser descrito como un psicópata desquiciado? Era un misterio para mí. Sin duda, sería mi esposo si no fuera heterosexual. Lamentablemente, olvidaba mi existencia cada vez que moría, reviviendo solo para desempeñar el papel de carne de cañón. Sin embargo, el único consuelo de mi maldición radicaba en la oportunidad de pasar más tiempo a su lado, convirtiéndome en su amigo. Un privilegio que no tendría si optara por escapar como un cobarde. Él era la única razón por la que no huía de mi inevitable destino. Aunque ya lo había intentado un par de veces, siempre terminaba muriendo. Aquí, en cambio, aunque moría, podía estar al lado de mi amado Dean todo el tiempo que quisiera, y eso, sin duda, compensaba la maldición que aquellos malvados ángeles habían lanzado sobre mí.


Con un gruñido, me levanté una vez más, sintiendo las secuelas de mi muerte número 220. Pero esta vez, a diferencia de las anteriores, mi final llegó al salvar a Dean de perder un ojo, como estaba predestinado en la trama. Sabía que los chicos con parche eran realmente atractivos, pero no estaba dispuesto a permitir que mi hombre sufriera por ello. Así que decidí interponerme cuando una lanza se abalanzó hacia él. Como era de esperar, morí decapitado por la brutal fuerza del monstruo, pero no lamentaba mis acciones; si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría sin dudarlo, todo por Dean.


Con paso cansado, me sacudí la tierra adherida a mi cuerpo y emprendí el lento camino hacia la taberna de la ciudad, sintiendo una sed que amenazaba con consumirme. Después de horas de caminar entre los restos de la batalla y dos días de viaje agotador, finalmente llegué a mi destino. Como era de esperar, mi presencia pasó desapercibida; todos habían olvidado mi existencia debido a mi maldición. Sin duda, sería forzado a enlistarme nuevamente en el ejército, pero antes de eso, quería disfrutar un poco. Morir constantemente era agotador, y lo peor era que no podía mejorar como guerrero debido al débil cuerpo que los ángeles me habían otorgado. Mi antiguo cuerpo, aunque no era perfecto, estaba en forma y no era una frágil ramita que se rompería al mínimo contacto.

En la penumbra de la taberna, me acomodé en uno de los taburetes y pedí una cerveza que bebí con avidez hasta dejar el vaso vacío. Mi intención era embriagarme y olvidar todas mis preocupaciones. Fue entonces cuando lo vi: Dean, en una esquina, su rostro ensombrecido por una expresión de tristeza. Animado por el alcohol, me acerqué a él y lo saludé.


—Hola, Comandante Dean Ravenshaw. Soy un gran fan tuyo, y es un honor conocerte. ¿Te parece si te invito a una cerveza? —dije, un poco ebrio, con una sonrisa. Dean me miró con incredulidad, lo que me desconcertó. Sin embargo, con el alcohol corriendo por mis venas, no le di mucha importancia. —Sé que puede parecer atrevido, pero realmente quiero hacerlo… te admiro mucho —continué, intentando establecer algún tipo de conexión con

Dean, el objeto de mi obsesión, él me miró fijamente sin decir una palabra. Antes de que pudiera responder, un caballero irrumpió en la taberna, haciendo resonar la puerta al cerrarse.

—Se informa a todos los presentes que mañana deberán alistarse obligatoriamente para continuar nuestra lucha contra los caídos —anunció el caballero, provocando un murmullo de indignación entre los presentes. Me llevé la mano a la frente, frustrado.

— ¡Acabo de morir, por los dioses! Solo buscaba un poco de diversión… ¡necesito unas malditas vacaciones! —murmuré, harto de esta interminable guerra. Sin embargo, no podía hacer nada, pues aún debía soportar dos años de guerra hasta que Dean derrotara al siniestro rey de los caídos y retornara a la capital, donde por fin podría reunirse con su amada Elena, la imbécil.


Elena, era chica carente de perspicacia y la protagonista principal de esta historia. Aquella mujer lograba hacerme parecer un sabio consumado. Una afirmación audaz, considerando que mi muerte la causo una rata inmunda. Su imprudencia era digna de mención e investigación sobre la estupidez humana, pero no era la verdadera razón de mi aversión hacia ella.

Elena, era en toda la extensión de la palabra, una mosquita muerta. Manipuladora y desleal a Dean, había sido infiel innumerables veces debido a su "estupidez". Cuando se encontraba en problemas, recurría a seducir a hombres malintencionados con su cuerpo. Y lo peor: lo hacía conscientemente. Pero si crees que era “forzada”, ahí radica mi odio. Ella era una hábil manipuladora que le era infiel a Dean cada vez que tenía la oportunidad. Curiosamente, este fenómeno ocurría con “frecuencia” cuando ella era secuestrada. Sin vacilar, recurría a la seducción, incluso cuando los villanos no parecían interesados en su cuerpo. Lo más inquietante era que este comportamiento no era accidental; lo hacía conscientemente, anhelando la atención que otros hombres le brindaban debido a su apariencia.

En el mundo del fandom de “Lágrimas de Dragón”, las opiniones estaban divididas. Algunos encontraban refrescante que la protagonista fuera una “zorra”. Otros pensaban que Elena era “forzada” en sus acciones. Sin embargo, la mayoría, incluyéndome, la odiábamos porque parecía actuar de manera calculada para ser infiel. Su falta de remordimiento al disfrutar de las atenciones de los villanos, incluso llegando al extremo de molestarse cuando no cumplían sus expectativas en la cama o la rechazaban, fortalecía esta teoría. El ciclo destructivo se repetía una y otra vez: Elena era secuestrada, “forzada” a hacer cosas sucias, y Dean la rescataba, matando a cualquiera que se atreviera a tocar a su mujer. Para mí, Dean merecía algo mejor que esa mujer tóxica e infiel



—Solo quiero dormir y nunca despertar —sollocé, bebiéndome la cerveza que originalmente pensé en compartir con Dean. Al notar mi error, dejé la bebida a medias. —Lo siento… —expresé, para luego levantarme apresuradamente y abandonar la taberna.


En los caminos oscuros, apenas iluminados por las lámparas mágicas, finalmente encontré un establo donde me tumbé entre el heno y me sumí en el sueño. El olor a paja y estiércol se mezclaba con la humedad de la noche. El silencio era roto solo por el lejano ulular de un búho y el susurro del viento entre las hojas de los árboles cercanos. Mi mente, agotada y confundida, se aferro a la oscuridad.


Hasta que los susurros cautivadores de un hombre rompieron el silencio. Sin embargo, estaba demasiado cansado como para prestar atención a sus palabras. La bruma del sueño y la realidad se mezclaron, dejándome prácticamente inconsciente. No podía discernir si aquello era real o producto de mi fatiga. —¿Eres realmente tú? Esto no puede ser real… —musitó en la penumbra, como si sus propias palabras fueran un cuestionamiento a su percepción. Pero decidí no responder; me sentía demasiado agotado. Seguí en el limbo de la inconsciencia. Llevaba dos días caminando sin descanso, solo anhelando un poco de tranquilidad antes de morir nuevamente en el campo de batalla.


Al amanecer del día siguiente, me desperté de golpe cuando un aldeano irritado me empapó con un cubo de agua fría por haberme refugiado en su granero. Tras el incidente, hui a toda velocidad hasta que fui arrastrado por los soldados, por enésima vez, a los campos de entrenamiento. Esto solo sirvió para intensificar mi mal humor. Tenía un dolor de garganta insoportable y una resaca terrible, pero todo ese malestar se desvaneció cuando volví a encontrarme con Dean. Una sonrisa enamorada se dibujó en mi rostro cuando lo vi refrescándose con una toalla en el pozo de las barranquillas de los soldados.


—Hola, Comandante Dean Ravenshaw. Parece que nuestros caminos se cruzan de nuevo —dije, un poco ebrio, con una sonrisa juguetona. Dean me miró enigmático y respondió con un tono de voz suave.


—Vaya, parece que tienes un talento especial para aparecer cuando menos lo espero. ¿Cómo has estado, amigo mío?


Su respuesta me tomó por sorpresa, pero decidí seguirle la corriente. —He estado bien, gracias por preguntar. ¿Y tú, cómo has estado?


Dean se encogió de hombros y respondió con un tono de voz suave—He tenido días mejores, pero estoy bien. Gracias por preguntar. Y, por cierto, aprecio lo que hiciste por mí ayer… —expresó, dejándome desconcertado.


—¿Qué hice? —murmuré, confundido.


—Me invitaste una cerveza, aunque al final tú terminaste bebiéndola, así que me la debes. Creo que la cobraré con tu cuerpo —expresó él con una gran sonrisa, dejándome totalmente sonrojado.


—¡¿Qué?! —exclamé con sorpresa.


—Es una broma, Erin—expresó él, sosteniendo mi barbilla con una sonrisa. —Nos veremos en el entrenamiento —susurró de un modo tan seductor que prácticamente me derretí de amor.


— Está bien — respondí secamente, quedándome plantado frente a los dormitorios, sintiéndome un completo idiota, como si estuviera en trance. Al salir de mi aturdimiento, me percaté de un detalle crucial — ¿Cuándo le dije mi nombre? — murmuré en el silencio del lugar.


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