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Alojamiento para cuatro por BCB

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Notas del fanfic:

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Lenguaje soez , relaciones homoeróticas y escenas violentas en ocasiones.

Las ideas y los personajes de esta historia son propiedad intelectual mía (BCB o Black Crimson Butterfly). Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

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Notas del capitulo:

Este es el prólogo. Está narrado desde una perspectiva global. A contar del siguiente, se focalizará cada capítulo en uno de los protagonistas.

Besos!!

I. PRÓLOGO: LA LLEGADA DE MÁS PROBLEMAS

 

Se encontraba sentado, en la terraza, aparentando leer un libro mientras lo que en realidad hacía era observar detalladamente el actuar de un adolescente que atendía las mesas. Se veía muy joven, de seguro tendría la edad mínima permitida para trabajar de mesero en un lugar así, unos dieciocho años aproximadamente, aunque bien sabía él que el chico tenía 19.

El muchacho parecía estar distraído con una pareja de jóvenes que disfrutaban de una cita, tomando un helado. No le quitaba los ojos de encima a esos dos y aquello, no pasó inadvertido para el hombre que fingía intelectualidad desde una mesa más alejada.

—Este chico… nunca aprende.

La joven pareja se retiró del lugar y el mesero, siguiéndolos con la mirada, se quedó inmóvil en la mesa que dejaron los consumidores. Ya no quedaban clientes, sólo el hombre que lo observaba desde la mesa alejada que, sin esperar más, se le acercó al joven garzón.

— ¿Quién podría creerte que lees a esta hora? ¡Eres tan malo para la lectura como para las relaciones a largo plazo, vejete! —enfrentándolo.

—Hjá, primera cosa, “niñito”, no soy un vejete.

— ¡Sí, “seguro”!

—Y segundo… te estuve observando, Rian.

— ¿Y? ¿Hice algo mal, acaso?

— ¡Rian, faltó sólo que les regalaras la cuenta! ¡Estabas embobado con ellos!

—Mentira… soy un excelente trabajador. ¡Soy tu mejor mesero!

—Rian, eres mi único mesero…

— ¿Qué insinúas, vejete?

—No insinúo nada, te lo digo directamente. Sé que te gustó…

—… la chica, sí, sí… es que… era linda.

—Yo no iba a decir que te gustó la muchacha. Era guapa, sí, pero bien sabes que a quien mirabas de reojo no era a la chica… sino al varón.

— ¡Dilan, sabes que no me gustan los hombres como a ti!

—Sshht, habla más bajo que podrías espantar a mis clientes.

— ¿Qué clientes, Dilan? ¡Si casi nadie viene acá! Admítelo… si la cosa sigue así, vas a tener que despedir al cocinero y sólo tú y yo nos quedaremos atendiendo a las moscas.

—Lo se, lo sé… los ingresos este mes no han sido de lo mejor. Sólo espero algún golpe de suerte…

—Sí, de lo contrario, nos terminarán por echar del apartamento también.

Ambos se sentaron en una de las mesas exteriores, abrumados con su situación financiera en picada.

Dilan era el mayor de los dos. Un eterno soltero de 33 años, codiciado en las noches de parranda pero, que de tanto gastar en juergas, se quedaba sin dinero para el mes. Era el dueño de una pequeña fuente de soda, donde a parte de servir refrescos y helados, se vendían sándwiches y cosas de pastelería. A penas sí tenía trabajando a un tipo en la cocina, encargado de las órdenes y la caja y al muchacho que estaba a su lado, que era el mesero. No es que necesitara a más gente, con eso bastaba. Sin embargo, el invierno que se hacía llegar era un potente repelente para su negocio y tal vez tendría que reducir su ya ajustado personal.

Suspiró agotado. Debía dos meses de renta y, si seguía saliendo y bebiéndoselo todo por las noches, terminaría en la calle. Y no sólo él, de paso su acompañante en ese departamento, Rian.

Con Rian la relación era extraña; como prácticamente amigos, el joven le confiaba todo pero, la diferencia de edad impedía que fuese una relación de amistad en todo su esplendor. Siempre era él quien terminaba reprochándole algo al menor o dándole algún consejo, como su “maestro” que se decía. Vivían desde hacía muchos años juntos, tantos que Rian no recordaba cuándo se había separado de sus padres —ni los recordaba a ellos tampoco— cuando en su memoria aparecía este castaño hombre como su salvador. Para él, su hermano mayor.

Lo que sí le causaba gracia al más joven era que, pese a no tener ningún lazo consanguíneo, se parecían. Sus rasgos eran muy similares, su altura también —aunque a su metro setenta y nueve le faltaban al menos dos centímetros más para alcanzar al otro—, su piel tostada, trigueña, como recién salida de una sesión de solarium pero, completamente natural y sus ojos, de un azul oscuro y opaco que a veces, pasaba por negro. La diferencia más notoria —a parte de la edad y sus contexturas—, se hallaba en sus cabezas: él con un castaño claro, liso y algo largo cabello mientras el mayor lo usaba más corto, con algunas ondas entrevistas y su tan peculiar y corriente castaño oscuro coloreándolo. Aquello contentaba mucho al más esbelto ya que, a falta de una familia, podía presumir de Dilan como si fuera la suya.

—Maldición… necesito un trago…

— ¡Dilan, para con eso! Sabes que te hace mal. Además, no hay dinero así que, ni pienses que te dejaré salir mientras no consigamos lo suficiente para pagar las deudas.

—Lo que necesito esta noche, a parte del trago, para des-estresarme es un buen revolcón con alguien. Creo que… una chica me vendría bien hoy. Necesito de “calor maternal”, jaja. O tal vez un buen chico… para darle duro y así descargarme de una vez.

— ¡Sabes que no me gusta escucharte cuando te refieres a hombres!

—Porque sabes que a ti también te están gustando, ¿no?

— ¿Qué clase de ejemplo eres para mí, eh?

—El peor… Pero eso es bueno. Así sabes disfrutar la vida, ¿no? ¡Jajaja!

— ¿Cómo te puedes reír con todos los problemas que tenemos?

— ¡Qué voy a hacer! Los problemas ya están, no tengo una solución, ¡no me puedo echar a morir! Además, como dice el dicho… ¡”al mal tiempo, buena cara”! ¿Y dime si hay un rostro mejor y más atractivo que el mío en todo este planeta? ¡Para nada! ¡Jajaja!

—Dilan… —suspirando—, tú no maduras.

—No seas amargado, peque… mejor dile al cocinero que nos prepare algo para comer… tengo hambre…

—Bien, como diga, “jefe”.

Siempre era lo mismo entre ellos; pese a que Dilan ya estaba en la tercera década, su carácter ligero y aventurero nunca cambiaba, dispuesto a toda hora a festejar por algo y a no amargarse por nada. Por suerte estaba Rian que le hacía de conciencia, ya que el joven lo volvía a tierra cuando era necesario. Pese a que el de cabello más claro era un idealista y soñador empedernido, con intenciones de ayudar a todos y la convicción de que, algún día, salvaría al mundo, no se dejaba engañar y sabía afrontar la dura realidad, no sin antes haber pensado en diversas y utópicas posibilidades para la resolución de algún conflicto, a diferencia del de más oscuro cabello que simplemente no pensaba en nada que le atormentara la existencia.

Ya pasaban de las doce de la noche y Rian seguía despierto, ya que debía entregar un boceto al día siguiente en su facultad y aún no lo terminaba. Eso de trabajar medio tiempo en la fuente de soda lo agotaba, pero le permitía contar con dinero en su bolsillo para malgastar como quisiera y como su mayor amigo no le exigía dinero ni para el alquiler ni para comida ni nada, era como su mesada. Aunque debía reconocer que la paga que le daba el libertino era mínima, pero no podía recriminarle —al menos, no de verdad— porque le daba de todo sin exigirle nada a cambio.

Desde su habitación escuchó el sonido del timbre, lo que le produjo cierta duda. Dilan no le había mencionado que recibirían visitas a esas horas, por lo que se encaminó a la habitación del más experimentado castaño, entrando fugazmente y comprobando con sus propios ojos lo que ya pensaba: el fiestero e inmaduro de su amigo había salido de todas formas y, de seguro, había olvidado las llaves y ahora volvía borracho.

Suspiró entre resignado y molesto. Era el colmo que, siendo él el menor tuviera que velar por la integridad y dignidad moral de los dos.

Se dirigió a la puerta para abrirla bastante molesto, no sin regañarle unas cuantas cosas al que, supuestamente, sería su amigo.

— ¡Te dije que no quería que salieras hoy! ¿Cómo hiciste para escabu… llirte?

Se guardó el rosario que tenía para dedicarle a su “conviviente” cuando reparó en que, quien tenía enfrente no era su conocido sino un hombre más alto aún. Lo observó con detenimiento, tratando de identificar ese rostro algo demacrado que le resultaba vagamente conocido, pero sin recordar nada concreto al final. El hombre pese a verse mayor, conservaba bien un atractivo vivo y vestía ropa holgada con colores desteñidos. Lucía su cabello anaranjado que llevaba corto pero despeinado y su expresión rondaba lo que era angustia y sorpresa a la vez.

El extraño contempló al joven de pies a cabeza, sin poder reconocer familiaridad alguna en él. Llegó aferrándose a la última y única esperanza que tenía pero, al ver a ese joven parado allí, toda su ilusión se había esfumado.

—No sabía que Dilan invitaría a un amigo —terminó por decir el muchacho.

— ¿Dilan? ¡¿Dijiste Dilan?! ¿Lo conoces?

—Sí… vivo con él.

— ¡Vaya! —Expresándose con malicia—. Y yo no sabía que Dilan gustaba de convivir con bebés.

Rian no esperó un segundo más y le cerró la puerta en la nariz al hombre que recién parecía haberse despabilado.

— ¡Hey! ¡Esto no se le hace a una visita! ¡Esto no es digno de alguien como tú! —Gritando desde afuera.

— ¡Dilan no me avisó de nadie así que, si quieres, te esperas a que llegue y hablas personalmente con él!

No tenía otra opción. El hombre de cabello anaranjado se apoyó contra la puerta, tendría que esperar a Dilan para hablarle de su problema. Sólo esperaba que el moreno no siguiera con su actuar de siempre porque, de ser así, él se pasaría la noche y la madrugada completa allí, afuera de ese departamento, completamente entumecido.

—Dejarme afuera… ¡Típico de Dilan!

 

 

El sol aún no salía, sin embargo su reloj de pulsera marcaba las 7 a.m en punto y él recién abría la puerta, haciendo ingreso luego con evidente alcohol a cuestas.

— ¿Sabes qué hora es, Dilan? —Atando su corbata del uniforme escolar.

— ¡Mocoso! —Caminando hasta él, dejando la puerta abierta—. Llegué temprano, ¿viste?

—Te dije que no salieras… mira cómo vienes. ¿Cuánto dinero te quedó?

— ¡Nah! Si unos amigos me invitaron…

—No te creo… además, esperaba que llegaras un poco antes porque pasé mala noche.

—Hubieras salido conmigo, pequeño…

—Un hombre extraño vino a verte… se quedó toda la noche junto a la puerta. Pensé que todavía estaría allí pero, debió aburrirse.

— ¿Un hombre? Jaja.

—No te rías, es verdad. Le cerré la puerta. Como no me avisaste de nadie, no lo dejé pasar.

—Despreocúpate, seguramente es un chulito que no se ha podido olvidar de mí y venía por más.

— ¡Yo no lo creo, viejo zorro!

Al escuchar la última frase, los dos morenos se giraron hacia el umbral de la puerta, donde la figura del extraño hombre de la noche pasada se sostenía.

— ¡Es él, Dilan! ¿Lo conoces?

—Ah… no es la gran cosa —dándose la vuelta—. Rian, cierra la puerta.

— ¡Dilan, ni pienses que me vas a dejar… afuera! —con la puerta delante de su cara, una vez más—. ¡Dilan! ¡Abre la puerta! ¡Soy yo! ¡Tu gran amigo!

— Lo siento… —acercándose a la puerta para hablarle a través—, no recibo a ingratos en mi apartamento.

— ¡Dilan… por favor! ¡Necesito tu ayuda!

— ¿Sólo para eso vienes, no? —Abriendo la puerta y enfrentándolo.

—Dilan… los demás muchachos… ¡todos se han cambiado! Por suerte tú sigues viviendo aquí.

—Si hubieses seguido en contacto con nosotros, sabrías también donde viven los otros.

—Ya, amigo… sin resentimientos, ¿sí?

Tras meditarlo unos segundos, Dilan se encogió de hombros y el peli-naranjo lo abrazó fuertemente. El menor de los morenos miraba la escena sin entender nada mientras el mayor respondía al gesto del extraño. Todo iba bien hasta que, en medio del abrazo, el dueño de casa notó una maleta en el suelo, tras el ingrato de su amigo.

—Un minuto… —separándose de golpe y mirándolo con incredulidad—. ¿Y esa maleta?

—Bueno, es que… Dilan, yo…

El portazo en el rostro no se hizo esperar más. Dilan se dio la vuelta y tras dejar a su amigo afuera, se encaminó soñoliento a la cocina en busca de café.

— ¡Dilan, por favor! ¡Te necesito! ¡Es de vida o muerte! —Golpeando la puerta.

—Rian… no le hagas caso. Haz de cuenta que no hay nadie.

—Si tú lo dices… aunque no entiendo nada de lo que pasa.

—No hay nada que entender. Descuida… —bostezando.

— ¡Dilan! ¡Por favor! ¡Madura de una vez! ¡No puedes dejar afuera a quien viene por tu ayuda!

—AAayyy… —yendo hacia la puerta y abriéndola con desgano—. Eres taaan insistente. ¿Qué quieres? Porque te advierto que, si te vienes a vivir con nosotros, estás frito. No he pagado…

—Dilan, Dilan… es sólo por… unos días, ¡no sé! Lo que sea, amigo… ¡por favor! ¡Estoy en aprietos!

— ¿Y? ¿Tu esposa sabe que te quedarás acá?

—Eehh… ese es el punto. Ahora… soy viudo.

— ¡¿Qué?! —Atragantándose con el café.

—Bueno… sí. Mi santa-señora-esposa falleció hace unos… cuantos días. Por eso vengo a pedirte una mano.

— ¿No tienes donde quedarte, es eso?

—Exacto.

— ¿Y por la muerte de tu mujer no te darán algo de plata? Ya sabes… alguna herencia, un seguro…

—Ss-se supone… que ss-sí pero… primero… tengo que salir del lío con… la policía.

Ante ese comentario, el moreno enarcó una ceja y miró al blanco hombre demandando una respuesta más específica.

—Ee-es que… estoy implicado en el… asesinato de mi mujer, bueno, ex mujer y… soy un posible sospechoso y…

Sin esperar a que continuara, Dilan volvió a cerrarle la puerta en la cara.

— ¡Pero Dilan! ¡Tú me conoces! ¡Sabes que no sería capaz de matar una mosca! ¡Dilan!

—No quiero problemas con la policía. Si te recibo, después podrían averiguar sobre mí… y mi local, ¡maldición! ¡Podría ir a la cárcel por evasión de impuestos!

— ¡Pero Dilan!

— ¡No, Raphael! No puedo arriesgarme…

— ¡No te causaré problemas! ¡Serán tan sólo dos días, o tres! ¡Luego me voy y cualquier cosa, tú ni me viste!

— ¡Ya te dije que no! ¡No pienso abrirle la puerta a un fugitivo!

— ¡No soy un fugitivo, sólo un sospechoso!

— ¡Si te arrancas de esta forma serás el principal sospechoso, idiota! ¿No lo pensaste? —abriendo la puerta, nuevamente.

—Sí pero… necesito una coartada creíble… ¡ayúdame!

— ¿Tú la mataste?

— ¿Cómo crees que sería capaz de matar a mi proveedora? Sabes que no le trabajo un peso a nadie y ella… me mantenía bien.

— ¿Entonces?

—Me descubrió en la cama con… alguien más.

—Bueno, era obvio que la engañarías.

—Con el chofer. Ella nos vio y… se fue y… tuvo un accidente extraño. La cosa es que nosotros fuimos los últimos en verla y… ¡estoy hasta el cuello! Si digo la verdad, me quedo sin la plata que me dejó pero si miento y descubren lo que pasó, ¡podría ir a la cárcel!

—Uf… no me gusta meterme en problemas, sabes que los aborrezco pero… está bien, pasa.

— ¿Dejarás que me quede?

—No sé… ahí vemos, Rapha. Ándate despacio, ¿sí? Todavía no olvido que en cuanto te casaste con esa vieja millonaria, te largaste a una mejor vida y nosotros desaparecimos completamente de tu mapa.

— ¡No fue así! ¡Me acordé mucho de ustedes! Además, no pasó tanto tiempo.

— ¡¿Llevabas más de cinco años casado con esa vieja y lo encuentras poco tiempo?!

—Bueno, bueno… no tengo muy buena noción del tiempo…

Ambos se sentaron en uno de los sillones, en tanto el más joven se acercó para ponerse al corriente del enredo que no cabía en su cabeza.

— ¡Ja! Lo que sí me sorprendió fue ver que convivías con este nenito, Dilan. Pensé que te gustaban los chicos con cara más madura.

—Eres muy idiota… ¿Acaso no lo reconoces? Este “nenito” que tú dices, es Rian.

— ¡Rinan! ¡No! ¡¿Cómo ha crecido tanto?! Cuando yo me fui tenía… ¿once, doce años? ¡Guaaau!

— ¿Te das cuenta que sí fue mucho tiempo?

— ¡Rinan! ¡Estás hecho todo un hombre!

—Me trataste de nenito... y me llamo Rian, no Rinan.

—Sí, sí, es lo de menos. Y mira, lo de bebito lo decía si te comparo con el abuelo Dilan…

—… el único abuelo aquí eres tú, Raphael. Por si no lo sabes, Rian, este tipo haraposo con expresión infantil tiene… a ver, sacando cuentas… ¿39 ya?

— ¡La edad da lo mismo! ¡Lo importante es el espíritu! ¿Verdad amigo?

—Bien, en eso estoy de acuerdo contigo, Rapha… ¡Viva la juventud!

—Seee… ¡Ah! ¡Se me acaba de ocurrir una idea! ¡¿Por qué no vamos a celebrar nuestro reencuentro en algún bar de por allí?!

— ¡Qué grandiosa idea, amigo mío! ¡Nos vamos de parranda!

— ¡Un momento! —Interrumpiendo el festivo ambiente de los dos adultos—. Son recién las siete de la mañana… ¿cómo pretenden ir a celebrar?

—Descuida, mocoso… de seguro encontramos algo abierto.

—Sí, gracias por preocuparte por nosotros, Rinan.

—Rian. Y no, no lo decía por eso sino por… bien, olviden eso pero, ¿qué hay del dinero? Dilan, ¿no se supone que estás en crisis y debes ahorrar para pagar el alquiler? Y tú… Raphael o como te llames, ¿no se supone que no tienes donde caerte muerto y estás huyendo de la justicia como para mal gastar lo poco que tengas en alcohol?

—Mocoso, no te metas. ¡Siempre alcanza para algo de entretención!

— ¡Me quiero olvidar de las preocupaciones! Debo aprovechar ahora que soy viudo… Por cierto, ¿Tú sigues soltero, supongo? No me arruinarás el festejo con una mala noticia.

— ¡Soltero por siempre, amigo!

— Perfecto. De ser así, el muchacho también nos puede acompañar.

—No, no, no. Él es más aburrido… no bebe tanto y… olvídalo.

— ¿Tienes novia o novio, chico?

— ¡Qué dices! ¡Está completamente solo! Pero, de eso, ni hablar. Es un romántico… cautivado de la vida más que de la gente. Aunque cada tanto, le llega el flechazo y se ve como todo un enamorado, aunque él lo niegue. Prefiere quedarse solo.

— Jaja. Dilan, este chico se preocupa demasiado por las cosas… ¡me recuerda a Seba! Jajaja.

—A ese no me lo recuerdes… —cambiando su semblante feliz a uno malhumorado.

— ¿Por qué?

—El muy idiota también se casó…

— ¿¡De verdad?!

—Hace un mes… y con una mujer.

—Bien, entonces vamos a algún lugar para que me lo cuentes todo. ¡No puedo creerlo!

—Sí, sí… ¡Rian, hoy no llego! Ve a la fuente y no faltes a la Universidad. ¡Cuida de todo! ¡Adiós!

—Sí… adiós.

El joven resopló con cansancio. El nuevo allegado parecía que no aportaría ni con dinero ni con la madurez que necesitaba el apartamento. Ahora se sentía solo y con una gran responsabilidad: salir adelante con las cuentas y con los dos hombres vividores a su cargo. Y eso, sin duda, no sería tarea fácil. Eso requeriría de ayuda extra.

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BCB

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