- Oneshot -
Pareja:
HP/SS
Tipos de letra:
- Normal: Narración en 3ª persona y conversación.
- Entre comillas individuales (‘ ’): Pensamientos del personaje en cuestión.
- Cursiva: Énfasis.
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Declaración
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Estando tan cercana la gran batalla final creyó no tener otra oportunidad.
‘Ahora o nunca’, se dijo.
Tantos años guardándose lo que pensaba, lo que sentía. Sabía que si no lo hacía en ése momento, jamás volvería a reunir ése valor para confesar lo que estaba a punto de decir.
Y no le importaban las consecuencias que, estaba seguro, se darían. Es más, esperaba hasta ser expulsado por sus palabras. Pero como ya dije antes, no le importaban.
Necesitaba sacar afuera lo que por años había estado sintiendo su corazón, aquello por lo que su vida se estaba consumiendo poco a poco.
— Señor Potter, qué agradable sorpresa encontrarle vagando por los pasillos pasado el toque de queda y, nada más y nada menos, que por las mazmorras - tras su espalda, la voz del dueño de sus pensamientos.
Harry volteó despacio, gritándose mentalmente que ésa era la oportunidad que estaba buscando. Y ya no pudo aguantarse más.
— Le amo - dijo sin vacilar.
El otro se quedó estático en el sitio, sin poder pronunciar palabra alguna. Estaba sorprendido, tanto que la fría máscara que su rostro siempre llevaba se había caído. Por éste pasaron numerosas expresiones. Sorpresa, incredulidad, entendimiento y, finalmente, enfado.
Pensó ser víctima de un engaño, otro vil truco de estudiante. Pero no estamos hablando de un estudiante normal, sino del gran Harry Potter, el niño-que-vivió, el instrumento que Dumbledore utilizaría en la batalla final a fin de destruir de una vez por todas al mago más oscuro y terrible de todos los tiempos, Voldemort.
Para Severus Snape ya era malo ser engañado. Pero era mucho peor si el engaño provenía del hijo de su mayor rival en el Colegio, James Potter.
Porque, demonios, aunque sabía que no estaba bien, también le amaba. Jamás se había sentido de aquella manera. Tan lleno de vida, tan feliz, con sólo mirar un rostro, ésos bellos ojos verdes.
Pero no era más que un sueño estúpido. E inalcanzable.
Y ahora ése niño... No le permitiría destrozar su única ilusión, lo único por lo que aún se aferraba a la vida.
— 50 puntos menos para Gryffindor - dicho eso, se dio la vuelta con la intención de que el menor no diera cuentas de lo cerca que estaba de echarse a llorar.
Pero Harry no tenía su fortaleza y ésas palabras fueron el detonante para que lágrimas del tamaño de puños salieran de sus ojos y se deslizaran sin control por sus arreboladas mejillas. Le dolía. Mucho. Aquél rechazo había desgarrado su corazón. ¿Por qué cuando más necesitaba que le creyera no lo hacía?
Sin poderlo evitar, cayó de rodillas y ocultó su cara entre sus manos. Su cuerpo temblaba. Los sollozos aumentaron en volumen. Se hubiera puesto a gritar... de no haber sido por la intervención de Snape, quién, arrodillado frente a él, le estaba abrazando con todas sus fuerzas.
— ¿Acaso hablaba en serio cuando dijo que me amaba? - preguntó temeroso éste.
Le sintió asentir contra su hombro y casi creyó morir de felicidad. ‘Me ama. Él me ama. Merlín, ¡no puedo creerlo!’. El abrazo se intensificó y el llanto de Harry cesó.
— Profesor... ¿usted me ama?
El pocionista se apartó lentamente para fijar sus ojos negros en los verdes del león. Éste le miraba anhelante, con sus ojitos brillando de anticipación. Eso le hizo sonreír con sinceridad.
— Si, mocoso, te amo más que a nada en este mundo.
Dicho esto comenzó a acercar su rostro poco a poco al de Harry, quién cerró los ojos y disfrutó plenamente de las sensaciones que ése beso le estaba haciendo experimentar. Tan dulce y suave... Los besos de sus sueños nunca fueron tan reales.
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Poco después y acompañado por Snape, el moreno caminaba hacia su Sala Común. El mayor le seguía de cerca, observando el caminar alegre de Harry, de su Harry. En no menos de diez minutos ya estaban frente al retrato de la Dama Gorda. El ojiverde se giró hacia Snape.
— ¿Puedo pedirle un favor antes, profesor? - se mostró tímido.
— Si está en mi mano... - contestó regio éste.
— Oh, créame que sí - se removió un poco en el sitio antes de añadir -. ¿Podría devolver los 50 puntos que le quitó a Gryffindor?
La sonrisa en el rostro del maestro de Pociones no se hizo esperar. Pero era una malévola sonrisa.
— Me parece que no... Así se lo pensará dos veces antes de volver a pasearse por ahí tras el toque de queda.
De nada serviría contarle que él era el culpable de su paseo y, por supuesto, no iba a dejar de ser el “murciélago grasiento” de la noche a la mañana.
Harry sonrió por ello, mientras daba la contraseña y entraba en la Sala Común.
El único sonido que se escuchó tras esto fue el fru-frú de la capa de Severus Snape, que se alejaba con paso ligero hacia sus queridas mazmorras.
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Con la unión de Harry Potter, el niño-que-vivió y gran héroe del Mundo Mágico, y Severus Snape, el Rey de las Serpientes, la guerra estaba ganada.
Y todo por una declaración a medianoche.
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FiN