Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Viento. por nezalxuchitl

[Reviews - 22]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Hola!

Lamento la tardanza pero ora si no fue mi culpa: mi lap se descompuso y tardo casi una semana en reparaciòn. Pero la inspiraciòn dio de si y aqui me tienen, jodida pero contenta dejandoos un nuevo capitulo lleno de erotismo y otras cosas ;)

 

-¿Va a querer que le cuide su caballo el señor?

 

Alfonso se volvió hacia la voz. Procedía de un niño pequeño, aun, descalzo y con los piececitos llenos de lodo. Su ropa de manta estaba sucia y descuidada, como todo él; en un remate de patetismo tenia los ojos llorosos y la nariz le moqueaba. El rural pensó de inmediato que a ese niño le hacia falta una madre. Iba extendiendo la mano para hacerle una caricia cuando Arturito lo corrió de un zape.

 

-¡Lárgate mocoso! ¿No ves que el señor se va a ir conmigo? Porque te vas a venir conmigo, te tienes que venir, Ponchito.

 

Arturito lo cogió del brazo con su efusividad habitual y lo jaló. Alfonso empezó a caminar, pero se volvió a ver al niño pobre, que arañaba la tierra con sus dedos desnudos, mirándola como si no la viera, con sus ojos muy grandes y muy tristes. Ningún niño debería tener los ojos así de tristes, consideró, pero la vida era injusta.

 

El se subió al coche de don Arturito y dejo que los criados del hacendado condujeran detrás a su caballo, corriendo a pie tras el carruaje pues no tenían permiso de montar en los caballos del amo, ni de sus invitados.

 

La luz ya casi se desvanecía, pero en la penumbra llena de tonos ocres Alfonso podía ver los lujosos acabados del interior del carruaje, ese forrado de terciopelo y oro, esas manecillas bruñidas. Escuchó con una cortes indiferencia la alegre cháchara de su viejo amor y no le pareció que estuviera tan triste como declaraba.

 

Pronto llegaron a la mansión de los condes de la Canal y con una indolencia única, heredada de siglos de antepasados cuyo mayor cuidado era andar con elegancia, Arturito se bajó y avanzó por el pasillo iluminado por hachones que atravesaba su jardín principal. El viento le llevó el aroma de las madreselvas y los jazmines, tan olorosos ellos a la caída de la tarde, y Alfonso se llenó los pulmones con satisfacción. Le encantaban los aromas, y los de aquellas flores raramente los olía. Y se dio cuenta de que el aroma de las flores que antaño asociara con su gran amor ya no le hacían sentir mariposas en el estomago.

 

Meditaba Alfonso este misterio cuando la cotidiana escena de familia de Arturito lo saco de sus cavilaciones. En el gran salón, decorado con un lujo decadente y afrancesado, los hijos y los criados esperaban al señor de la casa. Una morrita pequeña y que parecía una muñequita de porcelana se soltó de la mano de su institutriz y corrió a los brazos de su padre. Arturo la recibió, la levantó dándole una vuelta, haciendo volar las crinolinas almidonadas de su vestido y la besó. Luego se la cargó, pues era pequeñita, como de cinco años, y con ella en brazos encaró a Alfonso.

 

-Te presento a mi favorita Poncho, a mi Amarilis.

 

-‘Ta rebonita.- le contestó con sencillez.

 

-¿Eso es todo lo que tienes que decirme?- le preguntó Arturito con una mirada rara, como si esperara que Alfonso añadiera algo obvio.

 

-Pos si. ¿Que mas quieres que te diga? ¿Que se parece a tu difunta?

 

Haciendo un mohín encantador Arturo bajó a la niña y de inmediato la institutriz fue por ella. ¿Que dije mal?, se preguntó Alfonso, que había hablado con la verdad, pues la niña era güerita y de ojos verdes, con el pelo medio rubio, igualita a Isabelita, no blanquita pero trigueña, como Arturo, que tenia el pelo aun muy negro y los ojos igual. Ojos negros tienes, rezaba el dicho. Ojos negros tienes, ojos de luto; mi corazón es gitano, desde que es tuyo.

 

-Pos esperaba que me dijeras que es casi casi tu ahijada. - Arturito lo miraba con reproche desde sus ojos de luto. Al ver la cara de sorpresa del pelicastaño añadió- Amarilis es el nombre que me dijistes le pondrías a tu hija, si la tuvieras.

 

-Ahhh... pos si. Ya recuerdo. - Alfonso sonrió a medias y se rascò la nuca, paseando su mirada por los otros diez hijos de Arturito: todos bien bonitos, unos güeros, otros trigueños, todos bien cuidados, con sus ropitas que parecían monitos de sololoy en un aparador, todos gorditos y de cachetes sonrosados, con ojos felices, y, los mas grandecitos, con ojos que ya tenían un aire de la mirada indolente y aristocrática de su padre.

 

Recordó al niño pobre de la calle de Mesones, y a los hijos que desde joven supo que nunca tendría, y sintió una especie de rabia al compararlos con los rebosantes y mimados niños de la Canal. La vida nunca es justa.

 

-¡Ay, Ponchito, tu nunca cambias! - Arturito meneó la cabeza y le dio de palmaditas en el brazo - Siempre igual. Tan parco en palabras.

 

-Ya sabes que hechar verbos no es lo mío.

 

Arturito rió.

 

-No, deveras que no. - le dirigió una sonrisa encantadora y la mantuvo mientras revisaba a sus hijos y preguntaba que tal se habían portado, castigando a los desobedientes con irse a la cama sin postre. Al llegar al último, aun en brazos de la india que era su nana, le destapo la carita y lanzo un suspiro antes de besarlo.

 

-Éste es el más chiquito.- le dijo a Alfonso. - Le puse Benjamin.

 

Alfonso asintió mientras el papá volvía a cubrir la carita del bebe con su mantita de encaje. Luego el hacendado despachó a criados e hijos y se dirigió al comedor con su invitado. La cristalería servida sobre la larga mesa destellaba bajo las luces provenientes de la gran araña que colgaba, orlada de velas y de cristales, del techo del comedor. Unos candelabros abajo, cerca de la cabecera, completaban la iluminación, y como solo había dos comensales el extremo final de la mesa se perdía en lo umbrío, perdida entre sombras.

 

-Siéntate Alfonso, siéntate.- Arturo lo llamó ya instalado en su trono, señalándole la silla a su derecha.

 

El rural se sentó, un poco deslumbrado por tanto lujo, por la falta de costumbre, el que solía comer con la única ayuda de su cuchillo. Se sintió un poco incomodo, como cuando era jovencito y Arturito lo metía a fuerzas a su casa. Ahora ya era un hombre, y ya no se amilanaba por la diferencia de clases. Ahora se disminuía un poco por estar sucio: su uniforme de cuero y metal olía a eso, y a sudor, pues no se había bañado: es mas, ni las manos se había lavado.

 

Antes de que le preguntara a Arturo como podía hacerle un par de criados entraron con aguamaniles de porcelana para que se refrescaran. Luego el mayordomo entró, orgulloso como un pavorreal, a servirles la cena.

 

-De haber sabido que venias ‘biera mandado hacer carnitas, tus favoritas. - Arturito le guiñaba el ojo y las arruguitas se le marcaron más.

 

-Gracias Arturo, pero esto se ve rebueno. - y sin mas ceremonia le hincó el diente a la comida. Aun recordaba como comer con buenos modales, usando tanto fierro y tanta copita, pero lo ponía nervioso la insistente miradita de los ojos negros. ¿Que se trae?, se preguntaba, ¿Estaré comiendo mal?

 

Pero estaba seguro de estarlo haciendo bien. El mayordomo les llevó el postre y el cognac, y Arturo pidió que deja la botella, y mando a todos a acostarse, pues pensaba desvelarse con su amigo, dijo, recordando viejos tiempos.

 

-Así es Ponchito; ora que ya no tengo a Isabelita, me mando solo. - Arturo rió un poco cascado, sin alegría, y se sirvió otra copa.

 

-Pues no hay mal que por bien no venga. - comentó, olfateando el bouquet del excelente cognac.

 

-La extraño mucho Alfonso.

El pelicastaño hizo una cara como diciendo "me hago cargo" y se bebió lentamente su copa. Iba a necesitar mas de una si la velada iba a girar en torno a la sombra de Isabelita. Ni muerta la pinche vieja dejaba de estar en medio, como el salero. Pero las siguientes palabras que salieron de los labios, todavía deseables, de Arturito, lo dejaron con la boca abierta.

 

-Aunque no tanto como a ti.

 

-Aa caray, ¿cómo esta eso? - preguntó cuando pudo volver a articular palabra.

 

-Pos así.- Arturo evitaba mirarlo y se servia otra copa- Que naiden sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.

 

-Yo siempre fui tu amigo Arturo.

 

-Lo sé. - contestó Arturito, y por algún motivo esa seguridad con respecto a sus sentimientos molesto a Alfonso - Pero... Con el paso del tiempo fui pensando, volví a pensar... en lo que me dijiste la ultima noche que pasamos en Guanajuato.

 

Alfonso hizo un exfuerzo por cerrar la boca y mantener el corazón tranquilo. Tranquilo, tranquilito, no te me desboques, lo apapachaba, como si fuera el Pinto antes de entrar en combate. Pero era que la noticia que acababa de darle Arturo no era para cardiacos. Ninguna de las dos. Para empezar, el nunca había estado seguro de que Arturo recordara la declaración de amor que le había hecho la última noche que pasaron en Guanajuato, en medio de la borrachera padre con que celebraron su graduación como bachilleres.

 

Solo al influjo de toneles y toneles de vino, y la perspectiva de ya no tenerlo mas junto a el, Alfonso se había animado a confesarle que lo amaba, no como a un amigo, sino que lo amaba. Y hasta lo había besado antes de que Arturo, con los ojos vidriosos como de pescado lo empujara, se levantara y diera tres pasos antes de caer de borracho en la cantina, jalando un mantel sucio para taparse y dormir la mona. Y Alfonso, también demasiado borracho, se quedo donde estaba, con los ojos igual de perdidos, pero bien enfocados en Arturito, en su culo que lo hacia concebir pensamientos pecaminosos.

 

Y ahora, trece años después, el mismo Arturito, con el mismo culo, le salía con esas. ¡Ay, ay, ay!

 

-Arturo - le dijo muy serio, con los ojos cafesitos súbitamente muy duros- ¿tu te acuerdas de lo que te dije?

 

-¿Como no me voy a acordar? - dijo sonrojándose, evitando su mirada. - Si no me lo pude sacar de la cabeza. Por eso me casé.

 

-¡Ah, jijo! Barájamela mas despacio.

 

Alfonso no le quitaba los ojos de encima.

-¡Pues eso! - gritó Arturo, levantando retador sus ojos negros, sus ojazos encendidos por un fuego raro- Tu me dijistes eso, y yo me quede pensado... pensando en que sentía lo mismo, pero no. No podía ser hombre. - se llevó las manos a la cabeza, desesperado - ¿Como íbamos a acostarnos?

 

Vaya, la primer duda de Arturo respecto a la problemática de su situación si que iba a lo práctico.

 

-Por eso me case con Isabelita.- continuo, como si aquello fuera mas logico que un silogismo perfecto.

 

-¿Porque? - pregunto Alfonso, para quien el razonamiento no estaba tan claro.

 

-¡Para demostrarme que era bien macho! - fue el grito de Arturo - Pa' que se viera que si soy hombre, con mujer, con hijos... Y de momento funcionó. Isabelita estaba tan buena que no quería hacer otra cosa que montármela. Pero luego, con los hijos, se aguandajó, y ya no era tan bella... y ya me la había montado tanto... que a la hora de montármela pensaba en otras cosas... en otras gentes... pensaba en ti.

 

Arturito se había ido acercando peligrosamente y acariciaba el muslo, firme y vestido de cuero, de Alfonso, y lo tenia hipnotizado como si fuera una víbora. El rural necesitaba tiempo para procesar todo lo que acababa de oír, pero el hacendado no se lo daba. La mano en su muslo se deslizaba lenta, ardorosa, para arriba.

 

Alfonso se mordió los labios cuando Arturo le agarró el paquete. Todo, todito, se lo sobaba, mientras su aliento alcohólico se acercaba más y más a su rostro, hasta que, como aquel último día en Guanajuato, sus labios se unieron. Los cañoncitos de las barbas de Alfonso rasparon las mejillas bien rasuradas de Arturo y el rural llevó las manos, sus manos grandes y rasposas a la cintura del trigueño, agasajándoselo, como había querido hacerlo trece años antes, antes de que lo rechazaran. Porque ahora, con la duda de si lo habían oído o no resuelta, resultaba que no había sido ignorado, sino rechazado, y eso le dolía en su amor propio. La duda, convertida en certeza, resultaba más hiriente... pero... al menos... tal vez fuera efecto de las placenteras sensaciones, pero la certeza de haber sido rechazado le dolía menos que la duda, trece años antes.

 

Su cerebro hacia un exfuerzo sobrehumano al pensar todo esto mientras la mano de Arturito no le daba cuartel: lo masajeaba como una experta, como una de esas busconas con las que iba cuando no le quedaba mas remedio, pobre animal en celo, sometido a las mismas reglas que los burros y los conejos.

 

El sol sale para todos, ¿y a quien le dan pan que llore? Se dijo el rural y tomando lo que la vida (esa perra ingrata) le daba le puso las manos encima a Arturito. Lo cogió por la cinturita, bajando rápidamente por las caderas hacia las nalgas, abarcándoselas casi todas con sus manos grandes y recias, sobándoselas con ganas, relamiéndose en los labios que tanto había deseado sin creer que llegara el día de tenerlos así, hechos miel sobre los suyos, con su dueño blandito entre sus brazos, dándole todo aquello que nunca le pidió. Le mordió un labio y lo jaló para sentárselo sobre las piernas; los muslos se deslizaron sobre los muslos hasta que las entrepiernas, aun vestidas, chocaron y de la nariz y los labios ocupados de Arturo escapo un gemido de puro deseo.

 

Con ese pinche ruidito que pedía sin palabras más y más Alfonso se desató: ahora si me vas a tener todo, Arturito, te guste o no, te rajes o no, te voy a empalar y me va a valer madres como quedes porque tú te lo buscaste. Con los ojos brillosos de determinación Alfonso se comió con la mirada a Arturo y le chupó el labio que le había mordido, asiendo firmemente sus nalgas con sus manos para de un tirón rasgarle el pantalón.

 

Al escuchar el sonido de la tela desgarrándose Arturo quiso protestar, pero Alfonso no lo dejó, lo estrechó varonilmente con un brazo, pasándoselo a lo ancho de la cintura y acercándolo más a él y con la otra mano le sobó las nalgas, metiendo los dedos, las yemas de todos los dedos por la hendidura entre los dos montes, su miembro le palpitaba de pura excitación; apenas se iba metiendo poquito y ya la suavidad y lo calientito lo hacían temblar, sin embargo...

 

Mientras seguía embriagándose con los labios de Arturito le parecía que el licor no era tan delicioso. En vez de catar el bouquet del néctar divino, como siempre había imaginado lo que su boca saboreaba era simple manjar de los mortales. Era delicioso, si, tan bueno como cualquier otro hombre que hubiera tenido (y había tenido tan pocos, pues eran muy difíciles de conseguir); su inexperiencia con el rol pasivo lo hacia encantador pero...

 

Nada del otro mundo.

 

Se paró con él cargado y lo tumbó sobre la mesa, en la parte donde ya no había nada y comenzaba la penumbra. Arturito lo rodeaba con brazos y piernas lo que le daba a entender que había fantaseado con lo que ahora ocurría. Sin dejar de besarlo vorazmente en la boca hizo mas grande la rasgadura del pantalón, para dejar libres sus bolas y su verga, sobándoselas y frotándoselas, hasta humedecer las puntas de sus dedos con el fluido resbaloso que brotaba de la punta de aquel pene, llevándolos entonces a la parte trasera, su verdadero objetivo, penetrándolo con dos dedos de una vez, para que se fuera abriendo. Si de todos modos le iba a doler, ¿para que andarse con tanto miramiento?

 

Arturo se arqueó y gimió de dolor: estuvo a punto de echarse atrás (él creía que si podría) pero se aguanto. Ahí abajo dolía pero arriba le encantaba: el roce rasposo de esas mejillas sin afeitar, esa boca posesiva que amenazaba con comérselo, las manos que lo recorrían con determinación, y, por encima de todo, ese intoxicante aroma a macho que lo tenia como flotando en su nubecita de deseo.

 

Alfonso abrió a tirones el chaleco de Arturo, botándole algunos botones, y luego rasgo su camisa, impaciente: ya había esperado demasiado por aquello. Dieciséis años y ni un segundo mas. Separo su rostro lo bastante del de ojos negros para decirle con la mirada cuanto lo había deseado y se encontró con que los ojos negros no pedían otra cosa. Giró los dedos un par de veces en su interior y luego se los saco, abriéndose rápidamente la bragueta y liberando su adolorido miembro, se lo frotó un par de veces para lubricarlo con los jugos que llevaba rato liberando y luego, sin previo aviso, sin romper la mirada, se lo fue metiendo, con muchos trabajos al principio; los ojos negros se humedecieron y luego se cerraron, como su cavidad.

 

-Aflójalas.- le ordenó con una voz ronca y autoritaria.

 

Arturito asintió y trato de aflojarlas, aunque dolían un infierno. Sentía que lo partían, pinche Alfonso, la tenía enorme; no iba a poder metérsela y el se iba a morir justo ahí por estar de caliente, si, se moriría e iría al infierno, a un lugar donde lo mas horrible de todo era que ya no habría mas pasión ni mas lujuria y las llamas que lo consumirían serian tan agobiantes como los últimos tiempos con Isabelita o, aun mas recientes, sin ella para mandar la casa y hacerse cargo de tantas cosas.

 

Hasta que en medio del torbellino de sus descontentos pensamientos se dio cuenta de que Alfonso ya se la había metido toda y estaba montándoselo, no muy recio pero si lo bastante para que el dolor no cejara. Pero le gustaba. En medio de sus sufrimientos se sonrió y levantó una mano para acariciarle la mejilla, esa mejilla sin rasurar y ante el cálido contacto los ojos claritos lo enfocaron, regresando desde las etéreas esferas de deleite a donde los habían hecho volar las placenteras sensaciones proporcionadas por el culito estrecho del amor de su vida.

 

Los iris cafesitos se enfocaron en el y lo miraron con ternura; le acarició el cuerpo y lo embistió con mas fuerza, emprendiendo de nuevo el vuelo pero esta vez acompañado. Se inclinaba para compartir el aliento con el manjar que despachaba sobre manteles de encaje bordados, a media luz. Era todo perfecto, sin embargo...

 

Había una nota discordante.

 

Conforme se acercaba al orgasmo acompañado de los gemidos de sus ojos negros Alfonso creía ubicar cual era, pero se negaba a plantarla, porque no podía ser, porque asentarla significaría muchas cosas. Demasiadas.

 

Se corrió en las entrañas de Arturito, inundándolo con su semen abundante y espeso, jadeando. Y luego del sublime momento se sintió tan abatido que casi se dejo caer sobre su amante. Pero no lo hizo porque él aun no había terminado. Así que siguió embistiéndolo con su miembro aun rígido, bajando una mano hasta su entrepierna para masturbarlo, y el aire quieto de la noche le llevó, incrementados en volumen por ese curioso efecto que tiene el aire nocturno, los gemidos de Arturo, idénticos a los que había escuchado hacia tantos años, cuando en las noches solitarias de su época de estudiantes se la jalaban amparados por el manto oscuro.

 

Esos gemidos, frescos en su memoria, ese aroma indeleble cuando se inclino a besarle el cuello: estaban ahí, seguían ahí, intactos, pero ya no eran lo mismo.

Algo había cambiado. Él había cambiado.

 

La simiente de Arturo le mojó los dedos y lo sintió apretarse; señales inequívocas de que se había venido. Se salió de él y reposo en sus brazos, apoyando la cabeza contra su pecho, y tuvo ganas de llorar como un niño por todo lo que había perdido: su ilusión, su esperanza... su inocencia, su amor.

 

Todo se lo lleva el tiempo y los tesoros que más aferrábamos se deslizan entre nuestros dedos como arena, sin que podamos hacer nada al respecto: cuando los vientos marinos despejaron las humaredas del consumado incendio de Troya lo único que restaba eran ruinas calcinadas, idénticas a las del mas miserable pueblo.

 

Asimismo, el fuego de su amor también se había consumido y apagado sin que el mismo se diera cuenta de cómo o cuando. Simplemente pasó, se dijo, un día de tantos me levanté y me fui sin darme cuenta de que había dejado de amar, que había perdido lo mas importante de mi. Lo perdí entonces y tuve que esperar hasta ahora que me lo he montado para darme cuenta.

 

Alfonso se estremeció de horror ante la simpleza con que las cosas ocurren. Arturito lo acariciaba con pereza, lánguido luego del amor, besando tenuemente sus mejillas y sus hombros sin darse cuenta de que lo había perdido para siempre.

 

Se incorporó y lo miró directo a los ojos. Arturo no tenia ni puta idea. Se paró muy enfadado, cerrándose la bragueta mientras un odio inexplicable crecía en su pecho.

 

-¿Qué te pasa Ponchito, que tienes?

 

Alfonso prefirió no contestarle y se abrocho muy lentamente la hebilla del cinturón. La mano aristocrática, bien cuidada del amor de su vida se poso sobre su muñeca y él sintió el impulso de retirarla de un manotazo.

 

-Hombre, ¿Por qué pones esa cara?

 

Los ojos negros lo miraban entre sorprendidos y alarmados. No tiene ni puta idea, se repitió Alfonso, no tiene ni puta idea ni la culpa, asi que no lo mires así, se dijo desviando la mirada hacia la ventana, hacia los oscuros jardines en los que el viento hacia mecerse las plantas, distribuyendo su perfume por aquella casa de ensueño que no conocía la pobreza, ni la necesidad. De aquella casa iluminada por cientos de costosas velas que sin embargo no miraba bajo la luz fría y nítida de la lucidez.

 

Una luz mental muy similar a esa luz clara, aterradoramente clara que a veces se ve por las mañanas de invierno, allá arriba en las montañas, muy lejos de los hombres. Y como esa otra luz también la de la lucidez te separaba, te iluminaba en el camino de los cien pasos de los que nunca se vuelve, esos que ya para siempre te van a separar del resto de la humanidad, vedándote el acceso a la felicidad mas ordinaria, esa que te da, por ejemplo, hacer tuyo al amor de tu vida.

 

-¿Qué te pasa Alfonso? - repitió la voz de Arturito.

 

-Pasa que cuando Ulises llegó a Ítaca la costa estaba desierta.

 

Los ojos negros se abrieron mucho, como diciendo de que me habla este cuate, pero luego, el recuerdo de platicas muy similares saco del letargo en el que tenia sumida su inteligencia, y conforme su cabeza procesaba la información sus ojos se abrían mas, asustados.

 

-Óyeme Ponchito - rió nervioso - no tomes decisiones precipitadas hombre. No seas tan impulsivo: ya ves que a nada bueno te llevó la ultima vez. - Arturo se cubrió como pudo con sus jirones de ropa y lo volvió a tocar - Tengo una propuesta que hacerte: quédate de capataz en mi hacienda.

 

Continura...

Notas finales:

(Boztezo)

OK, aqui os dejo porque dentro de cuatro horas mi cuerpo me va a pasar la factura de esta desveladota.

Espero que lo hayan disfrutado y los comentarios son bienvenidos.

¡Nos leemos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).