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I will sacrifice por lyra

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Sin atreverse a levantar la mirada del suelo se retorcía las manos con nerviosismo, o más bien miedo. Desde que había llegado, no habían parado los piropos y silbidos. En otras circunstancias se hubiera sentido muy halagado, pero metido en el reducido habitáculo que era esa celda en la que estaba se sentía desprotegido a pesar de los gruesos barrotes que le separaban del resto de los presos.

Escucha el sonido lejano de una llave y una puerta que se abre chirriando hasta quedar abierta. Aún así no se atreve a mirar nada que no fueran sus propias manos puestas sobre su regazo.

Se las miraba y frotaba, tratando en vano de borrar la oscura sombra negra que se extendía por sus cinco dedos. Le habían fichado y fotografiado como a un vulgar ladrón, o asesino en su caso.

-¡Kaulitz!

Pega un bote al oír su nombre. Se pone en pie de inmediato pasándose las manos por las caras, ocultando el rastro de su llanto. Espera con paciencia hasta que un agente de policía abre la puerta de su celda y con un gesto de la mano le pide que se de la vuelta.

Le obedece de inmediato, no quería empeorar más las cosas. Pone las manos a su espalda y cierra los ojos cuando siente unas frías esposas sobre sus muñecas, ajustándolas hasta dejarlas bien cerradas.

-Vamos-le dice poniendo una mano en su hombro.

Le hace girar y salen de la celda. Recorren un largo pasillo en el que de repente el silencio es lo único que se oye. Sigue con la mirada fija en el suelo, sin atreverse a mirar a ambos lados donde encerrados muchos ojos se fijaban en él y le recorrían el cuerpo de arriba abajo mientras se pasaban la lengua por los labios.

Llegan a una puerta de acero y es abierta en cuanto su nariz roza con ella. Pasan por otro pasillo largo y oscuro hasta llegar a una habitación en la que de nuevo es encerrado.

Se sienta tal y como le ordenan, aún con las esposas puestas. Solo entonces se atreve a levantar la cabeza. Mira a su alrededor. En una de las cuatro paredes había un gran espejo que ocupaba una de ellas. Sabía que tras el había gente mirándole, espiando cada uno de sus movimientos. Así pasaba en todas las películas que había visto, solo que eso era tan real como la vida misma.

No sabe muy bien porque le habían llevado allí. Desde que le detuvieran había perdido la noción del tiempo. Sabía que la gente le había hablado y dicho algo, pero no recordaba nada de nada.

Su último recuerdo claro fue cuando se despertó esa misma mañana. Era temprano, pero ya no podía aguantar más en la cama. Se levantó y al darse la vuelta le vio. Tumbado de espaldas y llevándose una mano al pecho estaba esa persona a la que no conocía de nada. Sus ojos estaban abiertos, pero no había vida en ellos. Su pecho no se movía, estaba muerta y él era el único responsable.

Sin perder la calma, se sentó de nuevo en la cama dándole la espalda, cogió el teléfono de la mesilla y llamó a recepción para pedir que por favor llamasen una ambulancia y avisasen a la policía.

Luego colgó y se cruzó de brazos a esperar. Ni se molestó en vestirse. Esperó hasta que minutos después se abría la puerta de su habitación y entraron dos agentes de policía seguidos del director del hotel, más pálido que una hoja en blanco.

-Levántate de la cama muy despacio y pon las manos donde las podamos ver-le ordenó uno de los policías poniendo las suyas en la culata del revólver que llevaba en su cintura.

Le obedeció y al momento dos brazos le cogieron y empujaron sin cuidado contra la cómoda, haciéndole ahogar un gemido cuando se clavó los manillares de los cajones en su desnudo estómago. Estuvo en esa postura hasta que dos enfermeros entraron y se ocuparon de su acompañante.

Esperaron en silencio hasta que uno de ellos confirmó lo que él ya sabía…

-No respira.

-Chaval, te has metido en un buen lío-le dijo el policía que le sujetaba con fuerza.

-Léele sus derechos-le pidió su compañero.

Cogiendo aire, el agente empezó a hablar como si de un niño pequeño se tratara y le estuviera diciendo la lección al maestro.

-Tienes derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que digas puede y será usado en tu contra en un tribunal de justicia. Tienes derecho de hablar con un abogado. Si no puedes pagarlo, te será proveído uno a costas del Estado.

La última frase casi le hizo reír a carcajadas. Tenía dinero más que suficiente para pagarse el mejor abogado que hubiera, pero ni eso le libraría de pasar un tiempo entre rejas.

-¿Puedo vestirme?-preguntó con un hilo de voz.

Los agentes intercambiaron una mirada entre ellos y asintieron. El que le sujetaba le cogió de un brazo y le hizo volverse, señalando la ropa que aún estaba tirada en una esquina de la habitación. Le hizo caminar hacia ella y casi se tuvo que vestir con una mano en su presencia.

Una vez con toda la ropa puesta, le esposaron sin ningún tipo de cuidado. Pero se apiadaron, y cogiendo la chaqueta que dejó sobre el respaldo de la silla se la pusieron sobre las manos para que nadie viera las esposas.

Salieron de la habitación dejando que los enfermeros hicieran su trabajo. Habían llamado a un forense mientras se vestía y en menos de una hora se habrían llevado el cadáver.

Por suerte aún era muy pronto para que los clientes del hotel se hubieran levantado y nadie le vio entrar en el ascensor y salir del hotel para meterse en el coche de policía que le esperaba en la puerta con el motor en marcha.

Una vez en comisaría le tomaron las huellas y fotografiaron. Le obligaron a dejar sus pertenencias en una bandeja de plástico, cinturón incluido y cordones de sus playeras.

Le llevaron por un largo pasillo y metieron en una celda en la que por fortuna no estaba acompañado, prometiendo volver a por él en menos de una hora.

Solo entonces una vez a solas pudo cerrar los ojos y suspirar. Sabía que saldría pronto, no le podían retener más de 24 horas sin prueba alguna, y no la había.

Pero entonces comenzó su otra pesadilla. Los presos de las celdas próximas se acercaron todo lo que pudieron para observar y estudiar al nuevo, silbando con descaro y diciéndole que esa noche iba a ser muy especial para él,

Fue entonces cuando se dio cuenta de las consecuencias. Rompió a llorar sin remedio, cubriéndose la cara para ahogar los sollozos, esperando a que viniera su hermano y le sacara de ese lío en el que se había metido.



Y ahí estaba, esperando todavía. No había hecho la llamada que le correspondía, no hacía falta porque el detective que llevaba su caso estaba al tanto como todos de quien era y a quien debía llamar.

Al cabo de unos minutos se abre la misma puerta por la que entró y por ella entra la persona que más deseaba ver en esos momentos. Reprime el impulso de ponerse en pie, no sea que no fuera lo adecuado.

Ve entrar a su hermano y tras él el productor seguido de un hombre que debía ser su abogado. Por el caro traje que llevaba debía ser muy bueno en su trabajo. Le dirigía una dura mirada, pensando que no era el adecuado para defender a un niño que por jugar con fuego se había quemado en una mano.

-Tómense el tiempo que necesiten-les dice el agente.

-¿Tiene que estar esposado?-le oye preguntar con enfado a su hermano.

El agente niega y se apresura a soltarle. Inclina el cuerpo adelante y suspira aliviado cuando al fin puede mover las manos. Espera a que les dejen a solas, o a que vaya al otro lado del espejo para espiarles, y solo entonces se levanta y se funde en un abrazo con su hermano.

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