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Andrew por barbychan

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Notas del fanfic:

Notas de la historia:
Este relato fue realizado para el ejercicio número tres del Taller de Homoerótica es.groups.yahoo.com/group/taller_homoerotica/, como parte de la saga de Argentum, que constará de varios relatos autoconclusivos sobre un mundo desigual, donde los humanos no tienen voz ni voto, donde son vistos como mercancía sexual algunos, donde otros han alcanzado un estatus económico similar o superior al de algunos plateados, pero donde sin duda no basta con querer que las cosas cambien para lograrlo, al menos no siempre.

¿Tan distinto es este mundo del nuestro?
Notas del capítulo:
Espero que les guste.

Notas del capitulo: Para Connor Steven.

Espero que les guste.

Andrew

-1-

Me llamo Andrew Dupont. Actualmente vivo en la Colonia Alfa, desempeñando el cargo de ingeniero mecánico en el departamento de ingeniería. Pero no siempre fue así, hace tres años aún vivía en Argentum, mi planeta natal.

Cuando rememoro la vida en mi planeta natal, siempre viene a mi mente la misma palabra: monotonía. No es que me pueda quejar; fui a las mejores escuelas, obtuve los mejores promedios y provenía de una familia con cierta holgura económica, a pesar de ser humanos.

Aún así, el hecho de ser un humano en el campus de Ingeniería en la gloriosa Argentum era un estigma demasiado caro de pagar. Cierto que tenemos el mismo derecho que la gente de plata a educarnos y sobresalir académica y económicamente, pero nunca dejan de vernos como meros objetos sexuales.

Para nosotros es común perder la “virginidad” tanto hombres como mujeres, a manos de algún plateado de grado superior en la escuela, es algo así como nuestra bienvenida, apenas nos registramos para vivir en las residencias de estudiantes en la universidad, nos asignan un compañero de cuarto que previamente ha visto nuestro perfil y sí, es él quien elige con quien compartir habitación. El motivo es más que evidente, durante toda la carrera piensa usar al humano o humana en cuestión para su propio placer sexual. Las residencias albergan a todos los estudiantes de la universidad, así que es común que haya alumnos de distintas carreras compartiendo habitación.

Por extraño que pueda parecer para aquellos que viven en las colonias, a nosotros no nos molesta demasiado, o mejor dicho, estamos resignados a que así será, si queremos tener estudios universitarios, debemos acceder a tener relaciones sexuales con nuestro compañero de cuarto; incluso aquellos que viven con sus padres y que, por lo tanto no utilizan las residencias para estudiantes, son citados como mínimo una vez a la semana para tener encuentros sexuales con el argentuniano que lo solicita, ya sea profesor o estudiante.

Mi habitación en la residencia no era muy grande; ninguna lo es. Son espacios de cuatro por cuatro metros, decorados al gusto del plateado que la ha solicitado, casi siempre en colores claros, una cama doble[1], con mantas a juego con el color de la habitación, un armario que abarca toda una pared y claro está, dos escritorios para poder hacer los deberes y estudiar… y para cuanta perversión se le ocurra al residente dominante de la habitación.

No es difícil averiguar por qué alguien me elegiría para compañero de cuarto, tengo los ojos y el cabello negros; por aquel entonces lo llevaba hasta media espalda, mi piel es casi tan blanca como la de los plateados y mi cuerpo, a pesar de ser delgado luce firme y bien definido, gracias a las sesiones de gimnasio a las que me someto como mínimo cuatro veces por semana. Tampoco soy demasiado bajo, mas bien tengo una estatura promedio -claro que, siendo uno de los tantos humanos cuyo código genético fue alterado antes de nacer, es obvio que sea atractivo y goce de buena salud.

Mi compañero de cuarto, en cambio, es muy alto, de cabello rubio platinado, largo hasta los hombros, ojos plateados y piel pálida, su cuerpo es fornido y estilizado a un tiempo, vamos, un típico argentuniano.

Aún recuerdo la primera ocasión que le vi, estaba muerto de miedo ¿Cómo no estarlo? Iba a ser tomado o violado por él; mi mejor opción, la menos dolorosa era entregarme pacíficamente, aún así no dejaba de temer. Debí hacer caso a mis compañeros de enseñanza media cuando me sugirieron ir a algún bar a tener mi primera experiencia, pero yo aún esperaba que ésta fuera algo especial… y una mierda, ese primer encuentro con Marcell no fue para nada especial, al menos no en el sentido que me hubiese gustado.

Marcell poseía un gran apetito sexual y cuando nos conocimos él ya tenía bastante experiencia en ése ámbito. Supo de inmediato que yo nunca había estado con nadie más, ahora que lo pienso, puede que para él fuese fácil descifrarlo, ya que cuando nos quedamos por primera vez solos en el cuarto, todo mi cuerpo temblaba como gelatina.

Tuvo la paciencia de esperar a que me calmara, acercándose lentamente a mí y abrazándome, mientras me prometía que no me haría daño. Aún no se porqué no terminé enamorándome de él. Si lo pienso detenidamente, él a su manera era amable, considerado, tremendamente atractivo, alguien agradable en conjunto.

Esa primera vez, me tomó en brazos y me recostó sobre las mantas azules de la cama, yo no tenía demasiada idea de que debía hacer, pero en ese momento me pareció que lo más obvio era comenzar a desvestirme y así lo hice. Comencé a quitarme el uniforme de la universidad, primero el saco, cuando comencé a desanudar mi corbata, fue Marcell quien se empeñó en terminar de retirarla, para inmediatamente bajar la cremallera de mi camisa[2], en realidad no sé cuánto tardó en desnudarme, ni cuanto tiempo pasó hasta que los dos estuvimos ya sin ropas que nos estorbaran; así de perdido estaba en las sensaciones que me provocaba mi compañero.

Las manos, labios y lengua de Marcell recorrían todo mi cuerpo, yo estaba cada vez más relajado, hasta que me percaté de que una de sus manos tomaba mi erección, creo que hice un movimiento brusco, porque levantó la mirada para verme justo antes de engullir mi polla por entero. Ni qué decir de lo que pasó cuando llevó un dedo previamente lubricado hacia mi entrada, no es que me forzara, pero cuando me tensaba, él simplemente seguía acariciando, sin detenerse ni suavizar sus movimientos; supongo que él encontraba normales mis reacciones, y por el modo en que me llevaba de la incomodidad y dolor al placer, estoy seguro de que no era la primera vez que estaba con alguien totalmente falto de experiencia.

Cuando al fin me penetró, estuve a punto de gritar, pero de mi garganta no salió más que un gemido quejumbroso, aunque el dolor se reflejaba en mi rostro, o eso creo, porque de inmediato comenzó a susurrarme que me relajara y que el dolor pasaría. Efectivamente, pasó.

Fue una noche larga, como ya he dicho, su apetito sexual era enorme y repetimos varias veces la experiencia, tanto esa noche como la siguiente. Pero como dije, era solo atracción y una cierta afinidad lo que sentía y aún siento por Marcell Reynal.

Tampoco es que me arrepienta de nada, si bien algunas relaciones exitosas resultaban de esta especie de tradición. En otros casos, como el mío, sólo constituían una etapa más en el camino a la madurez. No me malentiendan, no soy ningún revolucionario, aunque tampoco estoy de acuerdo con la mayor parte de las costumbres en mi planeta, menos aún en Humania.

Una cosa es cierta, cualquiera que fuese el resultado de la relación entre los ocupantes de las residencias para estudiantes, lo único innegable era que el argentuniano que te eligiera, sentía atracción por ti.

Durante el tiempo que estuve en la facultad, me centré en mis estudios tanto como me fue posible. Dividía mi tiempo entre las clases, mis tareas y trabajos, las constantes idas al gimnasio y por supuesto, los favores sexuales que le prestaba a Marcell.

La pequeña habitación decorada a su gusto era ciertamente agradable. Los colores predominantes eran el azul y el blanco, lo que la hacía acogedora. La cama era bastante cómoda y mi escritorio tenía el tamaño ideal para acomodar mi computadora portátil y todo cuanto necesitase para estudiar.

Marcell y yo nos convertimos en buenos amigos, no sentíamos nada además de una evidente atracción entre nosotros al principio, pero con el tiempo descubrimos que teníamos bastantes cosas en común.

Creo que me convertí en alguien un tanto más vanidoso desde que le conocí. A la semana de vivir juntos, me regaló un espejo portátil, de esos que puedes guardar en tu bolsillo y caben en la palma de tu mano, pero que en cuanto los activas, la pantalla de plasma abarca el tamaño de tu rostro entero. Aún conservo ese espejo.

Es un aparato curioso, de color plateado; cuando está cerrado tiene la forma de una esfera perfecta, bueno, casi perfecta, pues tiene un pequeño botón ovalado que se activa con tu huella digital.

Estoy seguro de que ya lo he dicho antes, pero existen diferencias bastante acentuadas entre el modo de vida en Argentum y en la Colonia.

Desde pequeño había escuchado que en Alfa los sirvientes, camareros y cantineros son robots diseñados para tareas específicas. Bueno, en Argentum, esos empleos les son dados a humanos libres de familias comunes, es decir de clase media.

Supongo que mi inconformidad hacia el estilo de vida en Argentum se debe a mi naturaleza humana. Siempre me fastidió que fuésemos los segundos en todo.

Por supuesto que el amor es un tema delicado a tratar cuando se habla de mi planeta. Siempre es el argentuniano el que decide con quien desea estar. Puede darse el caso, aunque no es muy frecuente, de que exista un humano codiciado por más de un plateado, incluso por más de media universidad, lo sé porque ese fue el caso de un conocido mío.

Ismael fue afortunado, en cuanto entró a la universidad fue pretendido por varios argentunianos de grados académicos superiores, pero él siempre lograba evadirles; eso hasta que sus padres le permitieron independizarse e ir a vivir a las residencias de los estudiantes. Oh, pero su caso fue excepcional, porque su padre adoptivo era un plateado, así que tenía, por decirlo de algún modo, ciertos privilegios.

Fue así que durante su segundo año de carrera, le fue asignado un compañero de cuarto que previamente había sido su pareja en algunas prácticas escolares, ambos se atraían y se llevaban razonablemente bien, y esa relación, hasta donde sé, les llevó a vivir juntos al terminar la carrera, incluso fundaron una exitosa empresa los dos.

Pero mi caso fue distinto. Salvo algunas afortunadas excepciones, como yo lo veía, el amor en Argentum era algo más que forzado, ya que incluso al momento de ir a solicitar empleo, los plateados se fijaban tanto en las habilidades profesionales del solicitante, como en su atractivo físico y el humano en cuestión obtenía o no el empleo dependiendo de si accedía a otorgar favores sexuales a uno o varios de sus superiores. Repito, no es que algunas de esas historias no tuviesen finales felices.

Supongo que no me gusta sentirme forzado a querer o desear a alguien, realmente nunca esperé encontrar el verdadero amor en mi planeta. Puede que fuese solo una idea preconcebida, pero recuerdo que solía pasar mis escasos ratos libres, tumbado en la cama, revisando folletos de Alfa.

En mi planeta los únicos obligados a tener sexo con los argentunianos son los clones creados para ello, pero eso no significa que el resto de los humanos no podamos ser persuadidos para lo mismo. El dinero y las oportunidades suelen ser métodos demasiado efectivos. Nadie nos obliga a aceptar, pero si deseamos salir adelante, lo que más nos conviene es hacer lo que ellos quieren.

Por aquel entonces, la colonia Alfa era para mí un sitio utópico, si bien regido por plateados, ofrecía oportunidades reales a los humanos que lograran ser enviados ahí. Solo los mejores son enviados allá. Marcell me alentaba a sobresalir en los estudios para lograr ser enviado a la colonia. Con el tiempo, dejamos de tener relaciones, él encontraba placer en otros sitios, con frecuencia en bares destinados a ello. Supongo que tras los primeros meses, sus ganas de tener relaciones conmigo fueron disminuyendo a medida que nuestra amistad se afianzaba.

Con todo, nunca me forzó. Me enseñó muchas cosas y con él aprendí a disfrutar del sexo, pero en esos momentos follar no era una de mis prioridades, así que poco a poco, fuimos dejando de lado esa parte de nuestra relación. No es que no disfrutara teniendo relaciones sexuales, pero quería reservar mis futuras experiencias para la persona que yo eligiera.

No estoy seguro de poder describir mi estado de ánimo por aquel entonces. Solo sé que carecía de entusiasmo por la vida, tampoco quiero que piensen que deseaba suicidarme o algo por el estilo, era sólo que esa etapa no me gustaba. De hecho, lo que no me gustaba era vivir en Humania. Sí, creo que lo único que puedo afirmar era que sentía una enorme inconformidad por vivir ahí.

Cuando terminé mis estudios, me distancié un poco de Marcell, él había estudiado para publicista y yo para ingeniero mecánico, por lo que nuestros trabajos nos mantenían un tanto alejados.

Sin embargo, fue Marcell quien me ayudó a conseguir un empleo como ingeniero en una de las tantas empresas que publicitaba la compañía de su hermano; no es que me fuera difícil encontrar empleo, pero la idea de tener que follar con los directivos no me atraía, y en ese aspecto él me ayudó mucho, sobre todo consiguiendo esclavos sexuales para los más altos directivos de la empresa donde entré a laborar.

Creo que aún no he mencionado el motivo principal por el que anhelaba ser transferido a la colonia. Como yo lo veía, el amor era un asunto más libre ahí, pues los humanos no se veían forzados a complacer sexualmente a sus superiores.

Supongo que basado en eso, me hice a la idea de que las relaciones sexuales en Alfa tenían un vínculo más estrecho con el amor que en mi planeta. Sí, lo que deseaba, con todas mis fuerzas era encontrar a la persona adecuada fuera de mi planeta, alguien que con sólo verle, desease ser suyo, en todos los aspectos.

Cuando fui seleccionado para trabajar en el departamento de ingeniería de la colonia, tras un año de impecable trabajo en la empresa donde laboraba, tenía la esperanza de que mi sueño se cumpliera.

Ahora puedo decir que tenía razón, logré lo que deseaba: quedarme en Alfa, ser uno de los pocos que logran el éxito por sí mismos, pero sobre todo, encontrar a esa persona especial.

-2-

Andrew se estiró tras revisar lo escrito en su diario digital. Tenía la tarde libre al igual que Marius, quien había decidido tomar una siesta antes de salir juntos a “Jeunnese”, el bar que frecuentaban, para seguramente ir después al “Rouge Ferveur”, el club de moda para solteros. El moreno sonrió, él y Marius habían establecido una cómoda rutina. Temprano, salían a trabajar, comían con sus amigos y regresaban por la tarde al departamento, donde descansaban, mataban el tiempo o follaban; casi siempre hacían lo último.

Esa tarde habían tenido mucho trabajo, pero a Andrew le gustaba mantener un registro de lo que ocurría con su vida, así que al menos una vez cada semana escribía en la computadora portátil, la cual siempre llevaba consigo. Era apenas más grande que el espejo de bolsillo; cuando estaba desactivada cabía en la palma de su mano, pero cuando la activaba, se situaba frente a su rostro, esperando a que el dedo de Andy tocara la opción deseada en la pantalla[3].

Estaba por apagarla, cuando sintió que su amante se acercaba por detrás. No era secreto para el pelirrojo que su pareja tenía un diario, el cual podía ser visto por sus amigos desde Argentum, así como él veía los de ellos, a diferencia de Marius, que nunca fue muy afecto a la escritura; al menos no a escribir en diarios.

El moreno y su amante habían hablado ya de lo que eran sus vidas hasta antes de conocerse, así que lo que estaba escrito en ese diario eran todas cosas que Marius ya conocía. Aún así, decidió leer por sobre el hombro de Andy, sólo los dos últimos párrafos.

—Creo que le falta un final más conclusivo.

Andrew giró el rostro para verle, y aunque la penumbra del cuarto no les permitía distinguirse del todo, Marius estaba seguro de que su pareja sonreía.

El moreno volvió a tocar la opción de escribir en la pantalla, colocándose el dedo índice sobre los labios para indicarle al pelirrojo que guardase silencio.

—A mi amante y esposo: Marius Leffent.



[1] Tanto las camas, las sillas, los escritorios y todo mueble que soporte cierto peso, están diseñados para ajustarse a la estatura de su dueño, así, las sillas se elevan la estatura adecuada para que las piernas de su ocupante descansen y el escritorio está a suficiente distancia del suelo para que el alumno en cuestión no se duerma, si no que se concentre en su tarea y los armarios elevan el soporte de donde pende la ropa lo suficiente para que el dueño de la misma solo deba estirar el brazo para tomarla. Esto se logra a través de una computadora que ajusta los electroimanes encargados de sostener dichos muebles.

[2] La ropa está diseñada para poder retirarse cómoda y rápidamente, pues la actividad sexual es considerada una prioridad para los argentunianos… hay rumores entre los humanos de que la actividad sexual incremente al vigor físico de los plateados, al menos eso es lo que algunos afirman haber escuchado.

[3] Estas computadoras tienen un sistema de reconocimiento de voz, así que solo pueden ser activadas con su dueño, además de eso, tiene básicamente las mismas funciones que tuvieron las portátiles del siglo XX de la era humana. Carecen de teclado, ya que se pueden seleccionar las tareas de modo manual en la pantalla y para escribir, basta con seleccionar la opción de dictado y la computadora escribe cuanto diga su dueño.



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