Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sanada por Tetsu87

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Sanada.

 

 

 

Y hacía más de media hora que me han dicho que todo estaba listo para mi intervención quirúrgica, que sólo debía aguardar y una enfermera me avisaría para prepararme. Suspiro y miro melancólicamente la ventana, en estos momentos se está jugando el torneo de Kantou y ni siquiera la radio puedo escuchar. Cierro los ojos y siento aquel furor de las canchas, los gritos de nuestra gente alentándonos, nosotros mismos peloteando antes de iniciar un partido.

Recuerdo cuando fue nuestra primera vez tocando una pista, fue en primer año, sólo nosotros dos estábamos entre los titulares junto a Yanagi. Tú, siempre firme a tus convicciones y tu ley moral, con la cabeza en alto no permitías que nadie te pisara.

Siempre fuiste así, Sanada. Siempre tan rígido y estricto aun más contigo mismo.

 

Sonrío al recordar aquel hermoso día en que te vi por primera vez, acababa de mudarme a este pueblo donde ahora somos amos y señores. Caminando por las calles encontré unas canchas a lo lejos, se estaba celebrando un torneo infantil, por lo cual corrí a ver de qué se trataba. Era una final, una intrigante final entre dos niños que eran muy fuertes. Leí el marcador y vi sus nombres: “Tezuka Kunimitsu” y “Sanada Genichirou”. Los observé de momento antes de que terminara el último set, el muchacho de gorra realmente estaba nervioso, se sentía acorralado ante la mirada de su adversario y por un momento pude sentir algo de nostalgia. Ese chico seguramente tenía mucho que dar, pero ese no era el momento ni el lugar.

Un último golpe de raqueta y el joven de anteojos ganó el juego alzándose con la victoria. El chico de gorra, Sanada, tiró su raqueta furioso consigo mismo mientras se quitaba la gorra y se adelantaba para saludar al otro chico; sus ganas de salir corriendo eran inmensas, pero aun así con honor y la frente alta saludó y le deseo buena suerte.

 

Desde ese momento no pude pensar en otra cosa que no fuera en ti, realmente me habías intrigado desde ese momento, quería sacar todo tu potencial, todas tus ganas de jugar tenis. Quería ver tu arma blanca, tu ace bajo la manga, quería saber que escondían tus ojos marrones, que era lo que mirabas cuando observabas al oponente, que era ese vacilar en tu ojos cuando de repente chocamos nuestras miradas. Estabas temblando, algo en mis ojos te hacía perder fuerza, algo que ni yo era conciente que te afectaba. De hecho, siempre que te miraba con aquella seriedad, bajabas la mirada y afirmabas. ¿Por qué Sanada? ¿Qué esconden mis ojos que te atemoriza? ¿Qué?

 

Cuando me pregunto ésto recuerdo nuestro primer día en la escuela. Caminaba con unos tres enormes libros en los brazos más la mochila. No me di cuenta nunca cuando tú, viniendo de frente comiendo una barra enérgica de cereales que habías comprado en el quiosco de la vuelta, envestiste contra mi haciéndome caer; a decir verdad, ambos caímos en ese entonces, uno encima del otro.

Pude sentir por primera vez ese peso tuyo encima de mí, y tu cara muy cerca de la mía, algo sonrojada. Tú nunca fuiste de sonrojarte, pero en ese momento no había otra opción. Me ayudaste a levantarme y también con mis cosas mientras, apenado, te disculpabas:

 

–Lo siento, no fue mi intención –dijiste haciendo una reverencia mientras me entregabas los libros.

 

–No, esta bien, fue mi culpa también –respondí con una sonrisa y lo mire bien, extrañamente era aquel muchacho que había visto, lo recordaba, esa gorra que usaba parecía una extensión de su cuerpo.

 

–¿Quieres que te ayude? –me preguntaste, seguramente mi aspecto frágil y delicado te hacía ser el fuerte, pero siempre supiste que entre los dos, el más fuerte era yo, y no porque jugaba mejor al tenis, sino por todo lo que pasé, por lo que viví y la fuerza de voluntad que tuve ante la adversidad.

 

–Gracias, eres muy amable –susurré y se entregué unos libros–. ¿Vas al Rikkai? –susurré señalando la escuela.

 

–Si, es este mi primer año –musitaste, estabas algo apenado mientras caminábamos, ya que recordabas lo sucedido anteriormente y llevabas mi libro como un novio lleva las cosas de su novia.

 

–También es el mío, así que iremos juntos –sonreí y me quedé unos segundos antes de entrar a la institución, estaba frente a ella y observaba su inmensidad.

 

–¿Hm? –Sanada observó mi mochila antes que nada–. ¿Juegas al tenis?

 

–Si, si juego –sonreí–. Por lo que veo, tú también.

 

–Mi padre y abuelo tienen un dojo de Kendo, debes en cuando lo uso, pero amo el tenis; igual creo que mi destino es ese……ser entrenador de un dojo – observa la escuela–. Ahora gobernaremos juntos este lugar….–sonrió mirando el colegio.

 

–Sería genial si el Rikkai no perdiera en estos tres años……–susurré y me di la vuelta para sonreírle.

 

 

Si, ese precioso día jamás lo olvidaré, ya que sorprendimos a nuestros sempais con las habilidades que teníamos y en segundo, una vez que el capitán y el vice-capitán se graduaron, nosotros tomamos el mando de la escuela para llevarlo a las nacionales. Ganamos nuestro partido en Kanagawa, luego en Kantou y por último nos alzamos a las nacionales. Que lindo sería revivir la historia una vez más ¿no Sanada? Recordar aquellos tiempos en el que tú y yo íbamos contra el mundo, no hubiera quien nos gane, simplemente nos poníamos delante y sin vacilar nos enfrentábamos a todos y a todo. ¿No lo crees así, Sanada? Tú y yo hemos sido los sostenes de la institución desde el primer momento, y cuando enfermé, todo se desmoronó para el Rikkai. Pensaron que no llegarían ni al torneo de Kantou por un momento, creyeron que sería difícil pasar por todo lo que habían pasado o por lo que hemos pasado, sin mí.

 

Recuerdo aquel día en la estación de tren ¿lo recuerdas? Fue tan frustrante estar tirado en el suelo sin poder siquiera moverme, con mis brazos y piernas inmóviles, un dolor horrible de cabeza y en el cuerpo, mis lágrimas caía de mis ojos al igual que el sudor, pues todo me estaba enfermando en aquel momento. ¿Cómo olvidar uno de los días donde creí que iba a morir? ¿Cómo olvidar que en ese momento, no valió nada todo el esfuerzo que hice jugando tenis, no valió nada pues estaba en el suelo, con la cabeza golpeada por el repentino desmayo?

 

 

–Ahora debemos entrenar más –dijo Sanada a los chicos en esa ocasión. Yo sonreí mientras caminaba detrás de ellos, escuchándolos.

 

–Fukubuchou, es demasiado cruel –susurró Akaya, pero fue callado por la mirada firme de Genichirou.

 

–No digas eso, Akaya-san, sino te ganarás otra bofetada –susurró Yagyuu.

 

–Bueno, pero ¿no creen que entrenar mucho acabará con nuestras energías? –preguntó Niou colocándose sus dos manos detrás de la nuca.

 

–¡Lo dices porque eres un vago, Niou! –le sacó la lengua Marui en ese entonces.

 

Un fuerte dolor me invadió, pero continué caminando sin aparentar que algo ocurría, ya había sufrido de esos dolores antes, pero ningún médico supo decirme que era lo que realmente me pasaba, por lo cual con los años ceso aquel dolor. Ese día volvió a mí incesantemente y era imposible evitarlo, ya no podía más, mis piernas empezaron a flaquear y caí de rodillas al suelo. Luego cayó mi cuerpo totalmente golpeándome la cabeza en el acto.

 

–¿Hm? ¿Yukimura? ¡YUKIMURA! ¡ALGUIEN, ALGUIEN QUE LLAME A UNA AMBULANCIA! –se oyó el grito desesperado de Sanada.

 

De repente todo se volvió negro, sólo escuchaba el grito de la gente y de Sanada. Unos brazos me acunan y siento un dulce aroma a canela en ese instante. Estoy muerto, o al menos eso pensé en el momento. Cerré los ojos y me entregué totalmente al bien aventurado señor. Mi cuerpo se movía pero no era yo el que lo hacía, alguien me había cargado y estaba corriendo entre la multitud que gritaba; Sanada. ¿Quién más podría ser? Sanada tenía la fuerza de miles de caballos cuando algo me pasaba. Recuerdo el día que me desmayé en plena clase de educación física. Era más que nada por un estado anémico que en ese momento tenía, falta de hierro fue en ese entonces. Sanada era chico, muy joven por decirlo, pero aun así me cargó en sus brazos y me llevó a la enfermería de inmediato, se quedó conmigo tomando mi mano con fuerza, que luego negaría reconocer, y por último un beso suave en mi frente cuando estaba medio dormitando, pero pude sentirlo y fue la muestra de afecto más tierna que había tenido.

 

Aun así, ese día que me desmayé, me dieron unas medicinas y me regresaron a mi hogar. No tenía absolutamente nada y volví al entrenamiento de siempre. Durante las vacaciones de invierno siempre te veía pasar por mi casa, aparentabas ir a comprar algo a la tienda, ya que tu casa quedaba a un par de metros de la mía, casi con dos hogares de distancia.

Nuestros estilos siempre fueron diferentes; tú, caballero y frío, con una mirada fuerte y segura, sin suavizar el rostro para no mostrar debilidades. Llevabas siempre ropa que extrañamente resaltaba tu cuerpo bien trabajado, las horas que le dedicabas al dojo hacían muy bien a tu cuerpo y habilidad en el tenis. Tu cabello siempre cubierto por esa gorra que seguramente te bañas con ella. Esa seriedad y poca sensibilidad que tenías cuando me reprochabas sobre porque estaba plantando flores en el jardín.

En cambio yo, era tu antitesis. Con una mirada amigable y llena de dulzura, con ropa que resaltaba mi delgado cuerpo enfermo por las drogas y medicinas que me daban en el hospital, por los días internado que tuve que pasar. Mi rostro pálido pero aun así lleno de vida ante todo; mis manos cubiertas de barro, pues siempre estaba plantando algo en el jardín o haciendo arreglos florales que usualmente lastimaban mis dedos y tú siempre me los vendabas y decías que debía tener cuidad. Mis rasgos femeninos que contrastaban con los tuyos que resaltaban tu masculinidad.

 

Recuerdo aquel día cuando entraste a tu casa, estabas agotado pues habías entrenado todo el día en el dojo durante esas vacaciones. Fue en segundo año sino mal recuerdo. Entraste a tu casa, con una toalla en tus manos para secar tu sudor, y le pediste a tu mamá que te prepare algo, la señora Sanada siempre amable te hizo un sándwich con pan integral, como te gustaba para cuidar tu cuerpo y tener energías. Caminaste unos metros y observaste el jardín de tu casa. Se te cayó la toalla que llevabas en la mano cuando me viste a mi agachado empezando a escarbar. Enseguida corriste hacia mi altura y te agachaste.

 

–Yukimura ¿qué haces aquí? –preguntaste en ese entonces, sonreí pues tu cara era un poema de Neruda realmente.

 

–Vine a ayudar a tu mamá con el jardín, la última vez que vine a visitarte vi que estaba algo marchito y decidí ayudarla –susurré–. Además te compré una flor que quiero plantar aquí –susurré en ese entonces señalando donde estaba escarbando.

 

–Te puedes lastimar –musitó tomando mis manos entre las suyas, realmente Sanada era una persona muy tierna.

 

–Sanada, eres muy dulce –sonreí. Genichirou se sonrojo y bajó sus manos y cabeza algo apenado–. Igual, no creo lastimarme, he hecho ésto casi toda mi vida –susurré quitándole la maseta a la planta y empezando a plantarla suavemente–. ¿Me ayudas?

 

Ni siquiera esperaste a que te lo pregunte otra vez, sus manos comenzaron a echar tierra para plantar la flor y juntos, nuestras manos se encontraron y aplastaron la tierra, mirándonos a los ojos en un momento interminable. Sonreí y me fui acercando sólo unos centímetros, esperando algún tipo de reacción; pero Sanada simplemente se sonrojó y demoró al menos quince minutos en acercarse otro poco y casi rozar mis labios con los suyos.

 

–¡Em, vaya! ¡Que bonito quedó esto! –el grito de su hermano hizo que nos separáramos. Takichiro Sanada era el hermano mayor de Genichirou, el muchacho era prácticamente igual a su hermano, salvo que llevaba el cabello tan largo como el mío, casi siempre decorado con una pañoleta en la cabeza; además la expresión de su rostro era más divertida y menos seria que la de Genichirou.

 

–¡Takichiro! –gritó sonrojado Sanada, yo me reí–. ¿Nadie te dijo que antes debes hacer algún ruido para luego entrar?

 

–¿Hm? ¿Un ruido? ¿Acaso se querían besar o algo? –dijo con picardía. Sanada molesto sacó su katana de dios sabe donde y empezó a perseguir a su hermano.

 

 

¡Que días aquellos! Los recuerdo perfectamente, tú persiguiendo a tu hermano mientras yo sonreía estúpidamente. Aquella flor que te regalé, aun sigue allí plantada, ha dado tantos frutos, tantas flores. Es preciosa y brillante, aun más que las otras, pues demuestra que nuestra amistad está creciente. ¿Sólo amistad?

 

–Yukimura-san –la enfermera me habló–. Ya está todo listo, acompáñeme por favor.

 

–Si….–susurré.

 

Me levanté y di un último vistazo antes de irme hacia el quirófano.

 

Si es que muero hoy, eres mi último pensamiento. Pero si despierto, quiero que seas mi primer recuerdo. Porque Sanada, a pesar de todo lo que vivimos, sufrimos, y tratamos de dar todo de si en esta vida, a pesar de todo, yo sé que valió la pena, que nada puede ser sin algo, que obviamente todo pasa por algo y ese algo es lo que hace brillar al sol.

 

Sanada, tú y yo siempre seremos uno, aunque muera o viva, aunque no pueda volver a jugar al tenis, lo viviré a través de ti. Porque somos uno, porque nos mezclamos, porque yo soy la calma y tu la tempestad, porque cuando me enojo soy más tormenta que tú, y cuando te tranquilizas eres más calmo que yo. Porque sólo a mi me dedicas tus sonrisas, porque sólo yo sé que a escondidas en el vestuario nos dimos nuestro primer beso; porque sólo yo sé también que eres romántico pero pésimo escribiendo poemas.

 

Sanada, mi amor, mi vida…..no te pido que ganes, no te pido el trofeo ni la gloria. Sólo te pido una cosa, que cuando despierte estés tomando mi mano, besándola entre las tuyas. Sólo te pido que me ames, y que vayamos juntos a las nacionales, que me ganes y yo te gane, que juguemos a la par, que bailemos entre las estrellas, que sólo me beses y me dediques tu mirada.

 

 

Sanada…..mi Sanada…..estos son mis sentimientos por ti.

 

 

Fin.

Notas finales: Con todo mi amor para mi primo concentido que ya tiene veinte añotes. ¡FELICIDADES PRIMO! Te super quiero.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).