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Una sorpresa agradable por Mizuki Sakurai

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Notas del capitulo:

 

Holass!!! Aquí Mizuki Sakurai con un one shot de mi pareja favorita de Reborn!! Hibari y Gokudera. Se suponía que iba a publicarlo para Navidad pero mi pobre compu murió para esas fechas y solo hasta ahora pude terminar de escribirlo.

 

Sin más que decir, espero que les guste!!

 

Nos vemos!!!

 

Disclaimer: Los personajes de Katekyo Hitaman Reborn no me pertenecen y punto. Me acaban de hacer llorar otra vez!!!! 

Una sorpresa agradable

 

-¡Huy mi cabeza! –se quejó el guardián de la tormenta Hayato Gokudera mientras, como podía, se sostenía la cabeza entre las manos intentando, de forma estrepitosamente fallida, disminuir el dolor. El olor a alcohol que emanaba de su cuerpo se podía oler a un kilómetro de distancia, y eso que él no era de beber y menos en grandes cantidades que hasta podría matar a un elefante de cirrosis, pero todo había sido culpa de ese cabeza de césped y su “¡Vamos a beber al EXTREMO!” para luego ser el primero en estrellarse contra la mesa y eso que solo era su segundo vaso. Se suponía que estaban festejando la Navidad en familia (nótase del mundo de la mafia) aunque muchos de ellos había preferido quedarse en sus casas, como los Varias que en realidad estaban en plena misión, aun así Dino y sus subordinados estaban con ellos (para suerte de Tsuna porque de seguro el italiano, intentando ayudar hubiese roto todo a su paso estando solo). Cuando el reloj dio justo las doce, anunciando así otra Navidad, se precipitó a entregarle a su querido Décimo el regalo que tanto había recorrido para comprarle; un muñeco de un alien vestido de Papá Noel que para él era fabuloso, el décimo Vongola le sonrió por compromiso, halagándolo acerca de que justamente quería eso para Navidad. Retomando la idea de la competencia, esta se había efectuado cuando la mayoría estaba más que echa una piltrafa humana desparramados sobre las mesas a tan solo una hora de las doce y como el guardián del sol, que siempre tenía energía hasta para regalar, había querido subirles el ánimo a todos los presentes. Para su sorpresa, y la de todos los que se encontraban reunidos, Hibari también participó solo para ver como los herbívoros caían en su propio juego y observando tranquilamente como todos los participantes quedaban descalificados, a excepción de uno con el que le tocaba competir. Así ya pasada la madrugada y con más de la mitad de la base Vongola durmiendo en el piso o desperdigados en los sillones por la borrachera, Hibari y Gokudera, el único que había demostrado una determinación tan férrea que sería capaz de contraer cirrosis con tal de vencer al de cabello oscuro, se disputaron el puesto de ganador. Por desgracia, para el de cabellos plateados, el ex prefecto le arrebató el puesto siendo vencido cuando salió corriendo en busca del baño más cercano –Maldito Hibari, juro que la próxima vez lo venceré a como de lugar –refunfuñaba el de cabellos plateados

 

Caminaba por los pasillos interminables hasta dar con su habitación, teniendo que detenerse casi obligadamente de vez en cuando cada vez que no reconocía en donde estaba puesto que ya había abierto las puertas de varias habitaciones que no eran la suya, hasta que finalmente, cuando los pies ya casi no le respondían y habían amenazado con dejar de esforzarse para tirarse en cualquier esquina, aunque sea, a mitad de camino para descansar, encontró la puerta de su habitación. Entró sin mirar atrás sintiéndose raro cuando algo pasó a una velocidad que le fue imposible detectar entre sus piernas,  encontrándose con que su querida mascota había destrozado todo a su paso. Las almohadas de la cama estaban descuajeringadas en el piso de la habitación junto con unos cuantos papeles, que en ese momento no podía recordar si eran importantes o no, tal vez, cuando haya dormido bastante y se ponga a revisar descubriría si tenía que matar al gato por arruinarle otro tratado. La ropa que había dejado sobre la cama estaba echa jirones desperdigados entre el relleno de los anteriormente almohadones fallecidos, ni hablar de sus pobres libros que pasaron a mejor vida y los adornos que tenía sobre el escritorio.

 

Gokudera se sobó la frente intentando encontrar esa falsa tranquilidad que ahora no tenía, debatiéndose entre matar si o no a la cosa peluda que se había ensañado con su rostro cada vez que lo liberaba de su caja.

 

-Gato del demonio –masculló por lo bajo frunciendo indudablemente el entrecejo al pensar en el animal que había echo semejante desorden, y eso que él había pensado regalarle una rica lata de atún por Navidad, ahora se quedaría con las ganas –Hablando de animales inservibles… -raro que el felino ya no le haya saltado en la cara por haberlo insultado -¿Dónde estás Uri? –como podía, con la cabeza que le daba vueltas y la vista semi empañada buscaba por la habitación sumida en caos. Se agachó, intentando no tambalearse, para poder ver debajo de la cama aguantándose el posible ataque a su rostro cuando saliera de allí pero, para su suerte o desgracia, el pequeño no encontraba escondido debajo

 

La preocupación invadió su cuerpo, no porque algo malo podía pasarle al animal, sino lo que podría pasarle al idiota que se lo encontrara por el camino. Un escalofrío recorrió su espalda, tal vez esa bestia en miniatura se había encontrado con su querido décimo, que había terminado mucho peor que él ya que, a rastras, se lo había llevado Reborn para darle un escarmiento con agua fría y así despertarlo, y no quería ni imaginar en como estaría divirtiéndose ese demonio con el sufrimiento de su jefe.

 

A pesar de que no podía mantenerse casi en pie, salió corriendo, tanteando la puerta para dar su ubicación exacta cuando su vista falló más de lo normal, y al poco rato se perdió entre los pasillos de la base. Se le escapó un bufido por lo bajo, refunfuñando acerca de una estancia tan grande e innecesaria solo para las pocas personas que, por el momento, la habitaban, pero no podía quejarse de las instalaciones de la familia a la que servía y que, prácticamente, se había convertido en la suya propia.

 

-¡Uri! –llamó bastante fuerte pero no tanto como para despertar a los miembros que permanecían dormidos pero para que el gato lo escuchara, aun así, como era normal, el bicho solía ignorarlo a pesar de que lo tuviera a tan solo unos metros

 

Se paró un momento, la cabeza le daba vueltas y las nauseas se concentraban en su garganta, aun así, y haciendo un esfuerzo sobre humano, continuó su camino hasta dar con el paradero del animal que tenía su carga para encerrarlo en su caja aunque tenga que hacerlo con cinta de embalar.

 

Entró a una parte de la base que nunca había visto, o no podía recordar que alguna vez la haya visto, topándose de frente con las puertas corredizas típicas japonesas. Era extraño, que el recordase a pesar de que la instalación estaba construida en suelo japonés no había una sección con ese decorado; no una en la que el hubiese estado. Aun así no lo siguió pensando, estaba más ocupado en recuperar a su mascota e ir a la cama lo más rápido posible esperando que la resaca no lo aturdiera el día de mañana.

 

Entre la oscuridad tanteó una de las puertas hasta dar con la rendija y poder arrastrarla. No había luz artificial en la habitación, solo como la luz de la luna se filtraba por la otra puerta plegadiza que estaba al otro extremo de la habitación.

 

-Uri, Uri –comenzó a llamar agachándose un poco para poder prestar más atención a algún movimiento entre sus piernas. Levantó la mirada cuando un brillito dio de lleno en su campo visual, la puerta que, hasta hacía unos momentos estaba cerrada, de pronto se comenzaba a abrir. La luz de la luna llena comenzaba a molestarle y por lo tanto cerró un poco los ojos para que pasara la incomodidad.

 

-¿Qué haces aquí, herbívoro? –una voz conocida, pero no por eso desagradable, le llegó a los oídos. Levantó la mirada, a pesar de la incomodidad, para encontrarse con la figura de Hibari enfundado en una yukata ligero color azul marino que usaba para dormir parado delante suyo mientras la luz de la luna del parque que tenía detrás iluminaba si figura. Las mejillas de Gokudera se tiñeron de rosa y dio gracias al cielo que la habitación esté prácticamente en penumbras para que el mayor no notara que se había sonrojado, es que el de cabellos plateados, debía admitir, se veía extremadamente atractivo de esa forma y como… oh Dios… el cabello húmedo se le pegaba al rostro y las gotas recorrían su cuello para llegar… Dios que no sea tan evidente como sus ojos se perdían en ese escultural torso que veía gracias a que la yukata estaba entreabierta. Los colores se le habían subido a la cabeza y sentía que estaba más rojo que un tomate, obviamente no percibió como el de cabellos oscuros ya había notado como lo miraba y ahora una sonrisa sarcástica surcaba su rostro

 

-Na-nada que te importe, idiota… -contestó intentando mantener la compostura, maldiciéndose mentalmente el que su voz haya sonado tan fina y entrecortada, ya era demasiado que no pudiera levantar la mirada para encararlo. Un maullido llamó la atención del de ojos verdes y enseguida llevó la mirada a los pies del de cabello negro. Uri, su mascota, se paseaba entre las piernas del guardián de la nube frotándose entre ellas y ronroneando cada vez más fuerte -¡Uri! –gritó sorprendido para luego taparse la boca con las manos volviendo a insultar mentalmente

 

Hibari se acercó hasta el muchacho más joven hincado en el suelo, sintiendo como su sonrisa se agrandaba al tenerlo allí frente a él en una posición tan sumisa. El gato siguió sus pasos como si tuviera una lata de sardinas en el bolsillo y se colocó a un lado de su cuerpo, bien lejos de su amo, al momento en que dejó de caminar. Gokudera no había levantado la mirada pero bien que el podía distinguir el sonrojo que adornaba sus mejillas y se sintió regocijar por dentro a causa de ello, prestó total atención al atuendo del más joven. Al ser Navidad los miembros de la familia Vongola y hasta los invitados llevaban yukatas o kimonos dependiendo del gusto de cada uno y al parecer la yukata que portaba el de cabellos plateados le quedaba un poco grande ya que comenzaba a deslizársele por uno de los hombros, dándole una apariencia por más apetecible a sus ojos, más cuando levantó la mirada esmeralda clavando los ojos en su persona, los cachetes sonrojados y los labios, extrañamente rojos y más carnosos de lo que había pensado, entreabiertos en una clara invitación muda para probarlos.

 

Se agachó para estar a su altura viendo como este no apartaba la mirada de su cuerpo con la boca abierta en un intento por decir algo. Tomó al gato que se dejó hacer y lo acercó al rostro del más joven.

 

-¿Esto es tuyo? –preguntó con brusquedad. Gokudera reaccionó e intentó tomar al animal de las manos del ex prefecto, en un movimiento rápido alejó al gato del peliplata

 

-¡Oye, devuélvemelo! –reclamó con el seño fruncido, tuvo que apoyar una mano en el piso, inconcientemente cerca de la de Hibari, porque el movimiento brusco que había echo le hizo doler la cabeza

 

-Tu mascota entró a mi habitación sin permiso e interrumpió mi sueño –se acercó peligrosamente al cuello descubierto del menor respirando sobre este sonriendo nuevamente al notar el leve temblor que el otro trataba de disimular –Y como veo que tu eres su dueño –subió hasta la altura de sus labios rozando su piel mientras Gokudera solo apretaba los ojos –no me queda otra que morderte hasta la muerte a ti –antes de que el peliplata pudiera protestar, el de cabellos negros ya había tomado posesión de sus labios, mordiendo con brusquedad en busca de su lengua, la cual encontró fácilmente cuando el mayor introdujo una mano entre los pliegues de la yukata acariciando sus muslos y él no pudo hacer más que sorprenderse y abrir la boca. La lengua de Hibari se enredaba con la de Gokudera salvajemente, como queriendo comérselo de un bocado, dejando sin respiración al más joven. Lo soltó por un momento para dejar que recupere el aire para atacar nuevamente antes de que pudiera saber que era lo que estaba pasando, sin dejar a un lado la agresividad con la que tomaba su boca. Deseaba que Hayato quisiera más y más de él

 

Cuando finalmente lo soltó arremetió contra su cuello, clavando los dientes en su delicada piel como si quisiera succionar su sangre cuan muerto viviente, solo para hacerlo jadear y apretar sus hombros desesperadamente. Lamió la herida, de la que había salido sangre y que le pareció la más dulce de todas, para luego subir al rostro de Gokudera y desperdigar besos por todos lados mientras el otro, ofuscado, solo repetía el nombre del mayor.

 

Mientras recostaba al menor en el futón y perdía sus manos dentro de la yukata negra sin dejar de ver las expresiones más placenteras que alguna vez pensó ver en su vida, no pudo dejar de pensar acerca de que había obtenido el regalo que quería esa Navidad, y, estaba seguro que para el de cabellos plateados, que se retorcía de puro placer debajo suyo, esa también había sido una sorpresa bastante agradable. Debía recordar agradecerle con esa lata de atún que tenía guardada a ese gato descarriado porque había traído a su regalo perfecto directamente a sus redes.

 

Esa si que sería una Feliz Navidad.

 

 

Fin

Notas finales:

Merezco reviews???


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