Capítulo XXX.
Un enemigo más.
Una especie de pulsación lo despertó, tenía mucho sueño y sentía que la habitación era su piel, ya que cualquier movimiento que se realizara aun a unos metros a la redonda él lo podía sentir completamente cercano.
Alejo los brazos de Vialer de su cintura, que dormía profundamente, y se levanto hacia el balcón donde la presencia de cuatro personas, una que dormía y las otras tres despiertas lo llamaba, abrió la puerta sin hacer ruido y salió, tendría que saltarse algunos ventanales para llegar pero como era un vampiro…
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La puerta se abrió y el intruso ya respiraba agitado con tal de recibir un abrazo con esa fragancia de arboles muertos y frutas secas, en cambio Noa se mantenía atento por si ese hombre encapuchado era algún enemigo.
Se adelanto unos pasos con los brazos abiertos, la cortina cubría al de adentro y Noa ya estaba preparado para lo que fuera a pasar o al menos eso pensaba, pero ver salir a Val armado hasta los dientes atacando al encapuchado no era algo que esperara precisamente.
—¡Te dije que no te le volvieras a acercar nunca más en la vida! —Eso había gritado, con las cuerdas vocales produciendo una voz aguerrida, de instinto paternal.
La señal que ambos rubios necesitaban para atacar, Noa se abalanzo contra el hombre resguardado por Nicolás obligando al intruso a saltar al jardín y escapar, el moreno menor estaba dispuesto a perseguirlo y matarlo, gritaba incoherencias, maldiciones e insultos siendo sujetado con fuerza por ambos rubios.
—¡Ya tranquilízate! —Pero no escuchaba, estaba sumido en el odio del pasado —¡Val! —Nicolás lo sujeto de los hombros y le golpeo en el rostro regresando los ojos tranquilos del moreno a la normalidad—¿Val?
El mencionando se alejó unos pasos mirando hacia el interior de la habitación donde el de cabello naranja dormía a pesar del ruido, incluso Chia, Vyaron, Vialer y Valery ya estaban afuera armados y preparados para la batalla.
—Lo siento, fue solo una falta alarma, han intentado matar al rey pero logramos evitarlo, pu-pueden regresar a dor-mir…—La voz lentamente se le quebraba pero permanecía de pie, sosteniendo entre las manos una espada—… mañana necesitaremos energía, a dormir…—E intento sonreír con la misma gracia de siempre, pero en vista de que nadie se ira agrego—… se los ordeno como el consorte del rey…—Que hizo que todos regresaran a sus habitaciones y que las esperanzas de Noa se fueran por el caño.
—¿Su consorte? —Pregunto al aire—… él esta casado…
—Pero no te lo creas…—Val se sentó en el suelo apoyado en la pared—… jamás lo hemos consumado, esperamos el instante perfecto para separarnos, lo nuestro no pasa de una amistad. —Aparto el cabello carbón de su rostro y sonrió con las lagrimas rojas manchándole el rostro—… es como mi hermanito menor…
Ambos rubios se miraron intrigados, aquel mundo al que apenas ingresaban era confuso y no podían encajar, se sentaron uno a cada lado del moreno y esperaron a que los sollozos se acabaran, cuando ese momento llego Val estaba fumándose el séptimo cigarrillo.
—No lo entienden, ¿Verdad? —Rio un poco con la negación de los otros dos, miro al durmiente y amplio la sonrisa al verlo—… es una larga historia y creo que es mejor que se los cuente cuando este despierto…
—¿Val, puedo preguntarte algo? —Se animo a preguntar Nicolás, prosiguió al ver la afirmativa del otro—¿Qué significa que una mujer que no es tu madre te llame hijo y que eres un pedazo de ella?
Los otros dos se miraron sin comprender.
—¿Quién te lo dijo? —Val aplasto la colilla contra el piso.
—Lilith…
Val no pudo menos que asombrarse y quedarse con la boca abierta por completo, aquello era un disparate por completo además de ser casi imposible, pero si…
—Un trozo de Adán puro… —Murmuro—… tu y todo aquel que tenga tu sangre son descendientes de Adán y Lilith.
Ambos rubios se miraron sin comprender muy bien, pero en el fondo, la sangre ancestral que llevaban les daba las respuestas necesarias al subconsciente.
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Comenzaba a despertar de su letargo, solo recordaba estar en casa esperando la cena que Hiroka se afanaba en preparar y al siguiente segundo nada, absolutamente nada, uso de apoyo los codos impulsándose para levantarse pero no podía, no tenia la fuerza necesaria para pararse, todo daba vueltas y la nuca le dolía horrores, habían sido emboscados y posiblemente encarcelados para una posterior ejecución.
—¿Hiroka? —Logro apreciar la espalda de su esposo, dormido y con un hilillo de sangre emanando de la nuca delatando el golpe endureciendo los cabellos celestes—… amor…—Se arrastró hacia él y lo giro apreciando ese rostro infantil que lo enamoraba segundo a segundo—… despierta…—Rogo palpando el cuello en busca del pulso, al sentirlo se dejo caer a su lado abrazándolo, aquel lugar era muy frio.
Marck tembló ante la idea de una nueva guerra y la imagen de sus niños luchando como los peones del juego, se mordió el labio reprimiendo las ganas de gritar hasta que alguien le ordenara callarse, en su lugar miro el lugar, era una habitación hermosa, ordenada a la perfección y claramente reservada para alguien de alto rango, la cama endoselada de telas finas y encima alguien.
Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y se arrastró hacia ese lugar pero no tuvo que esforzarse mucho por que el durmiente se había alzado y lo miraba con asombro.
—Marck…—El tercer individuo susurro al reconocerlo tal y como era con esos ojos escarlatas y el cabello gris.
Un gemido lastimoso se escucho, ambos voltearon al último inconsciente, Hiroka despertaba encogiéndose sobre el piso por el dolor de cabeza, temblando y apretando los puños para soportar el suplicio al que su cuerpo era sometido.
—Tranquilo…—El mayor lo sostenía con fuerza entre sus brazos—… tranquilízate y el dolor va a pasar…
—Súbelo a la cama. —Ordeno el otro ayudando a Marck que no podía dejar de mirar ese rostro de marfil perfecto sin saber porque la voz era más adulta y delataba mil veces más sabiduría.
Cuando Hiroka estuvo en el suave lecho enfoco la vista débilmente en el rostro de su esposo y después al del otro hombre.
—Hijo… tienes que escapar…—Apretaba con fuerza la mano pálida.
—Hiroka…—El tercero beso la mano del peliceleste—… gracias por cuidar tan bien de ellos…—Se mordió la muñeca sangrándose y después dándole de beber la sangre que brotaba de la herida.
Y con ese simple acto Marck supo que aquel pelinaranja no era ninguno de los chicos que él crio junto a Hiroka. Ese hombre que parecía un adolescente era nada más ni nada menos que…